La verdadera historia de Batman y Robin

Durante un rato quedé observándolo y me pregunté si acaso ese niñito no sabía nada de la consabida leyenda que arrastra el personaje de Robin. Y, no sé por qué, me vino a la mente hacer una travesura.

LA HISTORIA VERDADERA DE BATMAN Y ROBIN

Se acercaba carnaval y mamá decidió hacer una fiesta de disfraces con motivo del dieciochoavo cumpleaños de mi hermano menor.

-Mami –le dije yo- ¿No te parece que Aquiles está ya muy grandecito para una fiesta de disfraces?

-¿Y quien dijo que el carnaval es solo para niños pequeños? –me respondió.

En todo caso le dejé claro que yo no me disfrazaría. Al fin llegó el día de la fiesta y comenzaron a llegar los compañeritos de mi hermano. Había zorros, damas antiguas, leones, príncipes azules, dálmatas y otros muchos disfraces. Pero el que más llamó mi atención fue un solitario Robin. A pesar del antifaz se vía que era un precioso niño. Me gustaron, sobretodo, sus piernas blancas y bien torneadas. Procuré mirar el volumen de sus nalguitas pero quedaban medio cubiertas por la capita amarilla. Durante un rato quedé observándolo y me pregunté si acaso ese niñito no sabía nada de la consabida leyenda que arrastra el personaje de Robin. Y, no sé por qué, me vino a la mente hacer una travesura. Subí al cuarto de mi hermanito y busqué una máscara de Batman que él guardaba junto a su capa negra. Así, me vestí de negro, me puse la máscara y la capa, y bajé.

Con ese disfraz no tuve dificultad en mezclarme entre los niños y, cuando lo tuve enfrente, clavé mis ojos en Robin. No me fue difícil convencerlo y comenzamos a jugar y a dar vueltas por el jardín imaginando que perseguíamos al Guasón y al Acertijo. Shaz, bump, suax, pam. A golpe limpio acabamos con los maleantes y sus secuaces, y nos sentamos a descasar sobre el tronco de un árbol y, como si nada, le puse, al fin, la mano sobre una de sus piernas y se la acaricié. Yo, lo que más quería era manosearle las nalguitas y algo me dijo que ese Robin se dejaría hacer todo lo que yo deseara.

-Vamos a la baticueva, Robin –le propuse –ya esos maleantes no podrán hacer daño por un tiempo. Vamos amigo, súbete al batimovil.

Subimos a mi cuarto, sin que nadie nos viera, y allí yo me quité la máscara y la capa.

-Ya puedes quitarte la ropa, joven maravilla, aquí, en la baticueva, no hay peligro de que alguien pueda descubrirnos.

Se sorprendió, cuando me vio la cara, de que yo era un muchacho grande. Aproveché y me quité la camiseta negra y dejé que viera mi cuerpo que se estaba desarrollando y que ya tenía pelos en las axilas. Aunque todavía Robin llevaba puesto en antifaz, mirando sus ojos color caramelo, noté que estaba impresionado, sin embargo, para seguir el juego, encendí mi computadora y nos pusimos a jugar un rato.

-¿No te vas a quitar la ropa, Robín? –le pregunté de nuevo.

-Pero es que...

-¿Ya no quieres seguir jugando?

-Sí pero...

-¿Te da vergüenza conmigo?

-No pero...

-¿Quieres que yo te la quite?

Sin darle tiempo a pensarlo, con mis manos, deshice el nudo de su capa y, de inmediato fui y le saqué la camiseta que en el pecho tenía la R. Y lo que vi me gustó mucho, era el niñito más bonito que yo nunca había visto. Su piel era blanquísima e impecable, lisita como la porcelana, sus tetillas, pequeñitas y casi imperceptibles. Voltee hacia su bóxer negro que era lo último que cubría su total desnudez y miré su paquetito que se formaba bonito. Pero no quise proseguir hasta estar seguro de que no rehusara.

Mas cuando le quité el antifaz negro fui yo el que quedé realmente sorprendido porque, de cara, era más bello de lo que yo había imaginado, además de sus ojos almendrados tenía la naricita respingada, la cara perfectamente ovalada, las mejillas sonrosadas y facciones hermosas. Eso, y el cabello castaño oscuro, muy lacio, que le resbalaba por la frente. Igualito a Robin, pues, pero niñito. No pude más que admirarlo y me quedé contemplándolo, largo rato, tratando de trasmitirle, con la mente, que me gustaba mucho y que quería practicar, con él, las cosas que, en verdad, hacen, Batman y Robin, en la intimidad de la baticueva.

Él también me miraba y percibí que yo, igualmente, le gustaba. Seguimos jugando con la computadora pero yo siempre perdía, distraído, como estaba, en mirarle sus piernas y en vigilar si el pequeño volumen de su paquetito por fin crecía. Al fin me decidí y lo abracé, le puse una mano sobre el hombro halándolo un poco hacia mí. Como no dijo nada y siguió jugando, dejé resbalar mi mano por el costado de su espalda, acariciándolo. Y, al fin, así, llegue hasta tocarle las caderas, por encima del bóxer negro. Entonces sí volteó hacia mí y volví a mirarlo con profundidad. Ya no me importó más el juego de la computadora y me decidí a tentarlo con mayor decisión, fui a mi cama y me acosté, desabroché el botón de mi pantalón y bajé la cremallera. Robin no me quitaba la vista de encima pero quedó, indeciso, atornillado en la silla frente a la computadora.

-Ven acá para mostrarte algo, Robín.

Coloqué mi mano sobre mi bragueta para que notara el volumen que marcaba mi miembro. Él ni se movió, lo noté nervioso. Quise darle libertad, ya, por mi parte, todo estaba propuesto, si él quería ponerse su disfraz y salir del cuarto, podía hacerlo.

-¿Para qué? –preguntó.

-Para seguir jugando a Batman y Robin, pues.

-¿Cómo?

-¿Tú, acaso, no sabes lo que hacen Batman y Robin cuando están solos en la baticueva?

-¿Qué?

-Ven para enseñarte.

No lo podía creer cuando, por su mismo pie, se acercó a mí. Yo me senté en la cama y lo esperé para comenzar a acariciarle las nalgas por encima del bóxer negro. Y cuando me di cuenta de lo que ya era un hecho me levanté y fui a echarle llave a la puerta. Volví y quedé maravillado cuando le bajé el bóxer y miré las dos nalguitas bien formadas, lisas y redonditas. Se las acaricié largamente y le toqué, con mis dedos, su pequeña rajita, luego me acosté. Él seguía, de pié, mirándome y yo le hice señas para que viniera conmigo y me tocara donde quisiera. Para provocarlo me metí la mano por debajo del pantalón y me acaricié el pene. Tuve que tomarlo de la mano para que se acostara conmigo en la cama. Yo mismo le quité los zapatos y los calcetines. Estaba asustadito, su corazoncito temblaba como el de un ratoncito frente a un gato. Lo besé en la boca y le acaricié los labios con mi lengua. Y desde allí comencé a lamerle su cuerpecito. Su penecito cobró turgencia, pronto estuvo paradito, y no era tan pequeño, medía unos doce centímetros y ya tenía una suave pelusita púber, me encantó. Se lo acaricié y estiré, hacia atrás, su prepucio, hasta que la cabecita quedó libre. Sus bolitas eran de tono rosado y, pequeñito, las tenía muy adosadas a su miembro.

Lo manosee por todas partes captando en mi mano toda la sensualidad de su delicada piel. Luego me recosté sobre la cama y eleve mis caderas como señalándole que yo también quería que él me tocara. Pero como, por si mismo, no actuó, tomé su mano, la coloqué sobre mi pecho, entrecerré mis ojos y descansé. De esa manera, primero con gran timidez, comenzó a recorrer mi pecho y bajó al abdomen. Proyecté de nuevo mis caderas hacia arriba para señalarle que siguiera bajando con su mano. Mi pene manifestaba su volumen por encima de mi bragueta abierta. Al fin, dudándolo mucho, su mano palpó por encima del pantalón el volumen crecido. Pero era demasiado su recelo así que yo mismo me bajé el pantalón hasta las rodillas. Sobre mi calzoncillo se hacía ya bien evidente el volumen de mi miembro en erección y me lo tocó. Aunque era muy delicado su roce yo exprese, con gestos, que me gustaba, y así, fue venciendo el temor que acompañaba su inocencia y deslizó su mano debajo de la elástica y rozó, con la punta de sus dedos el comienzo de mis vellos. Me decidí y me bajé el calzoncillo y el pantalón, me zafé los zapatos y me mostré totalmente desnudo. Su carita fue de asombro, su boca entreabierta expresaba desconcierto y confusión. Su mirada aturdida se dirigía a mi pene y volteaba hacia mi cara como pidiendo explicación a lo que veía.

-¿Sabes cómo se llama?

-¿Cómo?

-Batipene, pues.

Yo acaricié mi pene, hice que el glande sobresaliera del prepucio y se manifestara en toda su dimensión. y apreté la base para que la sangre lo hinchara, aun más.

-Es enorme –balbuceó.

Yo sonreí.

-Claro, yo soy Batman. ¿Lo quieres tocar?

Tragó grueso y sus ojos se abrieron aun más, y con bastante duda llevó su mano y tocó mi pene. Aunque su mano estaba fría sentí deliciosa su tímida caricia y esperé para que fuera tomando calor y confianza. Luego sí me fui sobre él, lo abracé, froté todo mi cuerpo con el suyo y mi pené se resbaló entre sus piernas. Lo besé profundo, le lamí el cuello, le mordí, con mis labios, sus tetillas. Luego se lo puse cerca de la boca.

-Bésalo.

Y bajó y me besó. Le dio besitos que me enardecieron por su candor.

-Abre tu boca y déjalo que entre.

Yo gemí de placer ante su delicada caricia.

-Lámelo.

No sé si fue puro instinto pero me lo hizo muy bien, Hasta vi estrellitas cuando me mamó con su boquita húmeda.

-Ahora yo te voy a lamer a ti.

Hice que se acostara boca abajo y le acaricié la espalda. Después tomé sus nalgas entre mis manos y las abrí. Me asombró lo pequeñito que tenía el ano y dudé que mi pene pudiera caberle. Si no era así no importaba porque estaba su boquita que era deliciosa. Le metí lengua, buscando la hendijita, y Robín se quedó tranquilito, entonces comencé a tantearlo con un dedo y se lo hundí un poquito.

-¿Sabes lo qué quisiera hacerte?

-¿Cogerme? –adivinó, cándidamente.

-Sí. Para trasmitirte mis batipoderes.

-¿Los batipoderes?

-¿No ves que tengo pelos, que tengo músculos? Yo tengo fuerza.

-¿Y cómo?

-¿Tú quieres ser como yo? –le pregunté.

-No sé. Creo que sí, si te pones condón.

"¿Y entonces?", pensé. En medio de todo me gusto que Robin ya tuviera conciencia de lo que, en realidad, pasaba. Yo, después de ponerme el condón, me le coloqué encima, dirigí suavemente mi pene entre sus nalguitas y sentí, en mi glande, su tersura de terciopelo. Comencé a empujarlo con mucha suavidad sintiendo el calorcito de su culo en la cabeza de mi pinga. Él apretó sus ojitos. Presioné suave e insistentemente hasta que, sin yo creerlo, el culito se abrió y dejó pasar mi glande. Que sensación tan deliciosa sentir toda mi cabeza apretada en su cerradito y tibio ano. Me excitó mucho saber que me estaba apropiando de su virginidad, que, como si fuera en juego, me estuviera entregando su inocencia.

Seguí punzando pero lo sentí seco por lo que busqué saliva y lubriqué bien mi pene y le mamé el culito con bastante saliva. Y cuando lo volví a penetrar sentí que el pene se hundió con facilidad. El culito era estrecho y calientito, y me fui clavando en él, muy lentamente, centímetro a centímetro. Amoldé mi cuerpo al suyo de manera que mi torso frotaba toda su espalda y se acopló a la forma redonda de sus nalgas. Le besaba las mejillas y le mordía, con mis labios, el lóbulo de su oreja...

-Lo estás haciendo muy bien, Robin.

-Mju –acertó a contestar.

-¿Te gusta?

-No sé.

-Tiene que gustarte, para que haga efecto.

-Me gusta, pues.

Metí mi mano entre su cuerpo y el colchón y advertí, que su penecito estaba tan duro como una piedra, usé ese termómetro para medir que Robin estaba gozando, de verdad, por primera vez.

-Es cierto, joven maravilla, en verdad te está gustando.

Decidí arremeter, de una vez, varios centímetros y su cuerpo acuso el aguijonazo. Se tensó. Yo lo agarré fuerte por sus hombros.

-Me duele, me duele –gimoteó.

-Relájate, anda.

-No, tan duro no,... nooo.

-Oye, Robin es un chico valiente –le dije, con cariñito, a su oído.

-... está bien.

Y se lo volví a encajar extrayendo, de su cerradito culo, toda la apretada delicia de su angelical inexperiencia. Apretó su carita y sus ojos. Abrió su boca como para gritar. Allí comencé a bombearlo, primero suavemente, con recorridos cortos, pero luego, fui arreciando, metiendo y sacando mi miembro con repetido ímpetu. A la vez lamía su carita y respiraba arrítmicamente sobre su nuca. Así se lo metí hasta el fondo, y cuando ya no daba más, empujé, duro, y su cuerpo, todo, respondió agitándose bajo el ritmo mis impulsos.

Al fin se acercó mi orgasmo, lo saqué casi todo, dejando solo mi glande adentro, y se lo encajé de una sola vez hasta el tope y allí me mantuve presionando hasta que, entre sacudidas de placer, acabé en las más profundas interioridades de su baticulito.

Al levantarme me asomé a la ventana y observé que mi novia había llegado a la fiesta y estaba hablando con mi mamá.

Siendo así, sequé bien las nalguitas de Robin con una toalla. Le puse su bóxer negro, su camiseta con la R en el pecho, su capita amarilla. Y le dije que se pusiera sus calcetines y sus zapatos. Al final le coloqué, de nuevo, el antifaz y quedó como si nada le hubiera pasado.

-¿De verdad me voy a poner como tú? –preguntó con su carita llena de candidez encantadora.

Yo lo miré a los ojos y reflexioné unos instantes.

-Déjame ver.

Introduje mis dedos entre sus nalguitas, a través del bóxer negro, y, todavía, estaba calientito.

-¿Te gustó?

-Sí.

-Bueno, no basta hacerlo una sola vez, tienen que ser varias para que te pongas como yo. Ya verás como estarás dentro de un año.

-¿Un año?

Su mirada bajó al piso. En un papelito escribí BATMAN, y el número de mi celular.

-Llámame cuando quieras repetir, Robin. Y jugaremos, otra y otra vez.

Lo besé, por última vez, en su boquita y le dije que bajara a la fiesta.

-¿Tú no vienes?

-Más tarde bajo, pero vestido como Bruno Díaz, es que llegó mi novia.

-Bueno, chao.

-¿Vas a llamarme?

-Sí.

FIN