La verdad

PRÓLOGO En primer lugar, quiero matizar que cualquier parecido de este relato con la realidad ocurrida en la 2º Guerra Mundial, sólo tiene el fin de situar la acción en ese punto determinado de nuestra historia, para dar con ello algo más de credibilidad a su contenido. Pido de antemano sinceras disculpas, si con ello puedo herir la sensibilidad de cualquier persona que se tome la molestia de leerlo.

PRÓLOGO

En primer lugar, quiero matizar que cualquier parecido de este relato con la realidad ocurrida en la 2º Guerra Mundial, sólo tiene el fin de situar la acción en ese punto determinado de nuestra historia, para dar con ello algo más de credibilidad a su contenido. Pido de antemano sinceras disculpas, si con ello puedo herir la sensibilidad de cualquier persona que se tome la molestia de leerlo.

AGRADECIMIENTO

Quiero dedicarte esta pequeña obra, porque siempre has sido una fuente de inspiración para mí, y un apoyo moral que me ha vuelto a traer al mundo de las letras. Creo que si no te hubiera conocido, todo lo que he escrito hasta ahora, incluido este relato, no hubiera existido. Escribo por mí y para todo aquél que desee leerme, pero escribo para ti en especial, eres mi mejor crítica y la que hace que intente superarme día a día como escritor y como persona. Gracias por todo.

LA VERDAD (ÚNICO CAPÍTULO)

No sé muy bien como empezar, pero es que tampoco tengo claro el porqué de esta carta, quizá sea para que alguien conozca la verdad o tal vez, para poder sacar lo que llevo años guardando en mi interior y así poder dormir en paz, aunque la verdad, no creo que nada cambie por el hecho de escribirla, pero es que en 50 años nunca he podido contar nada de esto a nadie.

Ahora me doy cuenta antes de empezar mi historia, para poder tomar la merienda de las 5 en punto, que no sólo es por desahogarme y contar lo que allí sucedió, ni por el miedo a que se me olvide a pesar de mi avanzada edad, pues recuerdo casi todo como si fuera hoy, sino por…bueno quiero que alguien entienda a través de esta carta…algo que sólo yo habiéndolo vivido he podido comprender.

Tengo que remontarme a la 2ª Guerra Mundial cuando aún era joven y servía a mi patria como oficial inglés, tenía 23 años y me creía capaz de cambiar el rumbo de la Guerra. Era el año 1.940 y el imperio Alemán se extendía por Europa, África, Asia y Oceanía.

Nos encontrábamos entre las fronteras de Bélgica y Francia, tratando de frenar en vano su inminente conquista de nuestra posición, a menos que las tropas aliadas hicieran un milagro, porque estos jodidos Franceses no eran capaces de hacer algo bien.

No voy a extenderme mucho en los detalles de la Guerra, tengo recuerdos que por suerte sólo alcanzo a ver en mis pesadillas, amigos, camaradas muertos o desmembrados, terribles imágenes que nos atormentan a todos los que hemos sobrevivido a una guerra.

Ni tampoco en todo lo que me sucedió, sólo quiero dejar constancia de algo especial para mí, algo que ahora por circunstancias de la vida entiendo que puede desaparecer para siempre.

El ejercito alemán empezaba a conquistar África gracias a un general que ahora a través de la Historia admiro por su sagacidad y estrategia, el general Erwin Rommel, pero que en aquellos años odiábamos a muerte.

Mientras en mi posición, la ventaja alemana se debía a su armamento, capacidad ofensiva y número de soldados.

Fue el día 29 de Abril de 1940 cuando nos derrotaron, y yo junto a muchos de mis compañeros fui capturado por el ejército nazi. Aquel día nos transportaron en camiones hacia el interior de Alemania. Nunca he sabido muy bien dónde permanecí prisionero, he realizado algún viaje más tarde "conquistando" a mi manera los miedos y al enemigo y he sabido de la existencia de muchos campos de concentración, aunque nunca lea, vea o escuche nada referente a "esos sitios", ni en televisión, ni en los periódicos, ni siquiera en las reuniones o actos oficiales, y aún así es inevitable no oír determinadas cosas. Por lo que sé, que debía estar cerca del llamado Buchenwald, ya que allí fue dónde comenzaron a hacer experimentos médicos con los prisioneros, y dichas prácticas se extendieron a otros pequeños "sitios" como en el que me recluyeron.

Nada más bajarnos de los camiones, nos aliniaron por graduaciones y nos llevaron a los oficiales ingleses a un barracón diferente al del resto de nuestros soldados. Yo era el segundo de más alto rango, todos estábamos cansados y abatidos, pero el coronel y yo empezamos a dar órdenes para mantener el ánimo del resto de la tropa, teníamos que intentar organizarnos, luchar por sobrevivir y por supuesto, prepararnos para escapar de aquel "sitio".

A la mañana siguiente, como el resto de mañanas que precedieron a ese día, nos formaron al sonido de las sirenas. Había un gran número de soldados alemanes, algunos acompañados de perros, torres de vigilancia, alambradas de espino acotando el cuartel y una vasta explanada desierta que no sólo se limitaba al campo, sino que se extendía a las afueras hasta donde alcanzaba la vista, no se veía ni un solo árbol en kilómetros a la redonda, nada donde ocultarse en una fuga. Todo esto nos bajo de golpe la moral y más aún cuando, uno por uno, nos encadenaron los tobillos y asistimos a las primeras ejecuciones en directo por intento de fuga. Los oficiales Británicos éramos dentro del resto tratados un poco mejor, pero también por que fuimos una pieza clave en su fuente de obtener información que no iban a dejar escapar, ni de exprimir. Sí, digo información porque ninguno dejó de "hablar", de decir todo lo que querían saber y nadie fue juzgado por sus compañeros por ello, porque todos entendimos con el tiempo que es inútil, no se puede aguantar indefinidamente, tarde o temprano claudicas, aunque unos pocos nunca fueron capaces de soportar esa carga, por mucho que los demás les arropáramos. Yo en cambio no me cuestioné el pasar información al enemigo a cambio de no seguir siendo torturado. Pero lo fui, más de lo que jamás pensé que podría soportar. No se trataba de vivir o morir con honor, sino de sobrevivir con dignidad. Mi responsabilidad eran mis soldados, y haría cualquier cosa por mantenerlos vivos, y para eso debía subsistir. La verdad que es este punto el que me hace escribir esta confesión.

La primera vez que estuve ante ella no me impresionó demasiado, y no por el hecho de que fuera mujer, sino porque las circunstancias que rodearon a ese primer encuentro me aterraron más que su presencia en sí, aunque su terrible reputación le precediera.

El pasillo o corredor como lo llamábamos asustaba, siempre íbamos encadenados de pies y manos por él, una vez que venían los guardias a tu celda con los grilletes, sabias que te había tocado el "privilegio" de verla. La oscuridad que se cernía sobre aquel corredor mientras te aproximabas a la "Sala" conseguía sobrecogerte. No sabías lo que iban a hacer contigo, pero si que tenías la certeza de que no sería agradable, ni mucho menos fácil de soportar. Algunos de los camaradas se orinaban o defecaban mientras lo recorrían. Cosa que luego aprovechaban para volver en su contra y humillarlos.

La sala;

Una lúgubre habitación por mucho que el blanco de sus azulejos intentara "iluminarla", aséptica y carente de vida, donde había instrumental médico por todos lados. La camilla, la silla, un gran desagüe central, unas duchas, la "manguera" y un servicio, todo, de un blanco inmaculado componían la "Sala". Con unas dimensiones de unos 40 ó 50 metros cuadrados.

A Karol la médico-jefe, siempre le acompañaba su asistente Katrina, dos enfermeros (por darles una titulación) y los guardias, estos últimos no permanecían una vez iniciados los interrogatorios o los experimentos, según fuera el caso. De vez en cuando también venia algún alto mando para dirigir los interrogatorios junto a Karol.

La camilla:

Los enfermeros, bajo la supervisión de Katrina una vez que me quitaron las cadenas y me desnudé, me ataron a la camilla, cabeza, brazos, tórax, piernas y tobillos, quedando inmóvil por las correas de cuero. Con un abrebocas de acero, Katrina me fijó bien abierta mi mandíbula y me colocó una especie de garfios pequeñitos en las comisuras de los labios, anclándolos con unas cuerdas al respaldo, lo que me impedía mover la cabeza lateralmente. Cuando pasabas un rato así, la mandíbula se quedaba encajada y de por sí era ya bastante insoportable, a parte de que los labios se rajaban y empezaban a sangrar.

Recuerdo sus primeras palabras en alemán (aprendí desde pequeño su idioma), dándole instrucciones y hablando de mí a su asistente.

Luego me habló en un perfecto inglés.

Lo primero que vamos a hacer, es saber si tienes en buenas condiciones tu dentadura, no te preocupes miramos por tu salud.

¿Cómo te llamas? ¿No vas a contestar? Tranquilo lo harás. Puntualizó con una sonrisa en los labios.

Lo que había omitido es que todo lo hacían sin anestesia, era tal el dolor, que por suerte acababas despertándote una vez desmayado con el agua fría de la manguera, así de paso te lavaban y eliminaban la sangre.

Al día siguiente volvieron a por mí, de nuevo recorrí el corredor. Ahora supe porque nos llevaban tan atados. Por seguridad hacía ellos, algunos se resistían hasta la saciedad e intentaban escapar atacando a los celadores, craso error, el castigo posterior era tan severo que alguno no regresaba.

Así que siempre intentaba mantener mi entereza y entrar y salir lo más digno que mis fuerzas y coraje me permitieran.

Hola capitán Francis. Me soltó Karol al verme entrar.

Hoy tenemos un premio para ti por haberte comportado como un héroe ayer.

Katrina, me señaló un recipiente de metal lleno hasta el borde de lo que parecía ser puré.

Vas a comértelo entero, Francis.

Me colocó ella misma una camisa de fuerza una vez despojado de mis cadenas. Mi cuerpo desnudo reaccionó sin querer al contacto de sus manos, pero nadie dijo nada. La voz de Katrina sonó a mi espalda, mientras Karol me observaba.

Ahora queremos ver como acabas tú plato. Ponte de rodillas y cómetelo, no te levantes hasta que termines.

Al postrarme, me di cuenta de que si me agachaba hasta la comida me caería con la cabeza dentro, no podía sostenerme con los brazos. Y aún así, sin objetar nada ante tal impedimento me doblé como pude. Una vez de rodillas cuando ya casi estaba a punto de conseguirlo, Katrina me pisó la cabeza con fuerza, introduciendo de golpe mi cara en el puré. Comí para poder respirar, pero era imposible acabar antes de necesitar oxígeno, cuando levantó su pierna estaba a punto de peder el conocimiento. Empecé a toser y con ello a manchar el suelo e incluso las botas de mi captora. - Pobrecito dijo Karol, creo que necesita beber. Cuando miré instintivamente, se había subido la falda de cuero negro del uniforme, y su braga había quedado a un lado sujeta por la mano exponiendo su sexo. Su orina impactó de lleno en mi cara y sin querer, caí y rodé quedándome boca arriba. Katrina me pisó el pecho con fuerza y karol siguió apuntando a mi boca ahora situada entre sus piernas abiertas a la altura de mi cabeza. Me pareció la meada más larga que había visto nunca y cuando creí que iba a poder respirar, me llegó la de su asistente que se acababa de turnar con ella, mientras que esta, a su vez, se acercó hasta mi entrepierna y me clavó su bota en mis huevos. Mi boca se llenó de orina al abrirla a consecuencia del dolor. Empecé de nuevo a toser ahogadamente y oí como llamaban a los enfermeros, que se sacaron sus pollas y realizaron la misma operación. Cerré los ojos y la boca, pero la bota de Karol apretó con más fuerza mi polla para indicarme que no debía hacerlo. La humillación fue grande, pero no dije nada en ningún momento, ni siquiera las veces que pensé no poder tragar más. Quedé totalmente empapado, recuerdo que terminaron sin decir ni una palabra, y se arreglaron sus faldas y pantalones. La "voz" volvió a sonar. - Lamé todas las botas quiero verlas tan limpias como las teníamos. Tardé unos segundos en reaccionar y esa duda hizo que me empezaran a patear por todo el cuerpo. Duró hasta que perdí el conocimiento. - Mira ya se despierta el puto inglés. ¡No has terminado tu cena! ¿A que estás esperando? Gritó Katrina. La rabia recuerdo que me consumía y mis ojos debieron reflejarla. La bota de Karol me hizo sangrar por la boca al impactar con fuerza en mi rostro cuando intentaba incorporarme. No perdí la compostura y sin decir nada, me arrastré como pude hasta el plato y volví a comer el puré, ahora aguachinado por la orina. Creo que mi supuesta "entereza" la descolocó un poco, pero no dijo nada. Era fría, todo parecía tenerlo bajo control, nunca perdía los nervios, mientras que Katrina era todo lo contrario, impulsiva y deseosa de hacer daño sin motivo, no buscaba un fin en sus actos como hacía Karol, sólo infligir dolor. El sabor asqueroso del final me indicó que debía contener algún tipo de producto químico. - ¿Quién te ha dicho que pares, perro? Lame, lo quiero escrupulosamente limpio. Terminé esa noche limpiando las botas, el plato y el suelo. Me pasé dos días vomitando y con algo de fiebre, pero al menos me dejaron  tranquilo un tiempo, mi cuerpo estaba magullado y dolorido, pero mi mente aún seguía cuerda. Los que enfermaban desaparecían, algunos ni siquiera volvían de aquellas visitas a la Doctora. Un antiguo preso nos comentó que la mayoría de los medicamentos que nos daban eran algún tipo de vacuna. Experimentaban con nosotros a parte de obtener información.

Los días eran rutinarios; levantarse, forma para contarnos, luego a trabajar en los campos y talleres, comer, volver a formar y de nuevo más trabajo. Por la tarde teníamos un descanso que aprovechábamos para leer, reunirnos, hablar de la guerra y de cuándo y cómo saldríamos de allí. También lo empleábamos en ayudar a los soldados que lo necesitaban. Manteníamos la jerarquía y disciplina, era lo único que daba sentido a aquella desesperada situación. Esa tarde bromeaban en mi camastro conmigo, me tenían que ayudar a levantarme para ir a formar o al baño, el primer día no pude ni comer, recuerdo que no era capaz de mover ni un solo músculo.

La noche me acongojaba, siempre se oía el grito de algún buen soldado pidiendo clemencia cuando llegaban al barracón en su búsqueda. El sentimiento de culpa que me invadía en ese momento por no ser capaz de prestarle ayuda, era terriblemente angustioso.

No tardaron mucho en venir a por mí, siempre se empleaban a fondo al principio, era su manera de quebrantar tu voluntad. Cuando estabas recomponiéndote mental y físicamente, volvían a por ti. El siguiente paso era:

La manguera, duchas y barra:

La barra, donde te encadenaban y permanecías de puntillas totalmente estirado y expuesto. Cuando te bajaban, los brazos parecían romperse como si fueran de cristal y te quedabas inerte en el suelo, hasta que te levantaban a puntapiés o del pelo.

La ducha era lo contrario a la manguera.

  • ¡Más cuidados terapéuticos! Decían.

¡Sólo es agua caliente! Gritaban riendo al ver como te retorcías en vano.

La sala se llenaba de vapor enseguida y eso era malo, porque no sabías por dónde te iban a llegar los golpes y no sólo los de ellas, también participaban los enfermeros. El castigo venía desde cualquier punto de la estancia, golpeándote por todo el cuerpo con: fusta, vara, palo, mano, pie, todo les valía y no eran golpes a lo loco, tenían su ritmo, unas veces iban seguidos, y otra alternos o te llegaban muy espaciados unos de otros. Esto contribuía a la desesperación, a que perdieras el poco o mucho autocontrol que te quedaba y tu frustración fuera en aumento. Cuando ya te dolía el cuerpo entero y el calor de la ducha ayudaba a que se te nublara la vista o incluso a perder el conocimiento, pasaba a entrar en el juego la manguera con su agua helada. La cara y los genitales eran sus objetivos más deseados. El chorro abundante pero concentrado era como un martillo golpeando. La asfixia era una técnica muy utilizada, el agua impactaba con fuerza contra tu cara y no podías respirar. Psicológicamente hace que pierdas el "control".

Después te dejaban en el servicio desnudo, esperando que te recuperaras. Entonces te trataban bien, educadamente y pasaban a hablarte de cosas sin mucha relevancia. Incluso Karol en más de una ocasión, llegó a cogerme con delicadeza del suelo junto con Katrina y me sentaba en la taza del inodoro. Con esta actitud conseguían que te derrumbaras. Esas veces, saqué fuerzas de donde pensé que ya no me quedaban, para no echarme a llorar y hundirme delante de ellas, para no darles la satisfacción de la victoria.

Ya a solas en mi cama, empecé a notar al recordar muchas imágenes de esa noche y de otras anteriores, que Karol me prestaba demasiado interés. Pensé que debía estar urdiendo un plan para mí, pues me percaté de que me solicitaban muy a menudo y siempre estaba muy pendiente durante los interrogatorios. Y no era el único que se había dado cuenta de ese detalle, el Coronel me lo comentó una noche conversando, que él y muchos soldados, lo estuvieron debatiendo en más de una ocasión.

Algo deben estar tramando contigo, no es lo habitual pasar tantas veces por ese maldito lugar. Resiste, mantente firme Capitán.

Lo sé Coronel, no se preocupe, sigo entero. De momento pensé para mis adentros.

Le juré al Coronel esa noche, que por mis compañeros y por mí mismo, no se saldría con su plan fuera lo que fuese.

La Silla: En la silla sabías que empezaban los verdaderos interrogatorios, te sentaban después de las sesiones suficientes en las que, terminaras de comprender que no iban a dejar de torturarte. De que no pararían, hasta que el miedo se hubiera apoderado de todo tu ser y perdieras la voluntad de luchar. No tenían fin, no había salida, era cuestión de tiempo asumirlo, y allí atado completamente inmóvil ante ellas, llegaba el momento por mucho que te abrumara, de aceptar que iban a ganar.

Como primer ritual, te afeitaban la cabeza y te grababan un código en ella. Luego las preguntas; posiciones de las unidades, puestos de mando, número de efectivos. Cuando dudabas, el cigarro de alguna de ellas se apagaba en algún lugar de tu cuerpo. La cara, el cuello y los genitales se llevaban la peor parte.

Para acompañar en el interrogatorio, siempre estaban presentes las descargas eléctricas, te colocaban una mordaza para morder y que no te ahogaras. Entre pregunta y pregunta giraban la rueda que tenías en la mesa delante de ti. Cuando la mano de alguna de ellas se posaba en aquel mando, ya estabas en tensión inexorablemente esperando la descarga. Cada una lo hacía a su manera. Karol jugaba psicológicamente contigo, si hablabas intentaba parecer justa, pero Katrina, la giraba sin cesar, contestaras o no. El sudor y el agua se mezclaban, agua que te echaban por encima para conducir mejor la electricidad, agua de la dichosa manguera, que debía de venir a 50 metros bajo tierra o pasar por un congelador, porque ese agua era gélida.

En la silla igual que en la camilla te inyectaban medicamentos, todo tipo de drogas, algunas para facilitar el interrogatorio, otras eran las "vacunas" y otras, para mantenerte despierto y concentrado más tiempo.

Fueron muchos días recorriendo el pasillo, tantos que algunos de mis compañeros querían cambiarse por mí, un gesto tan noble que hacía enorgullecerme y resistir algo más. Es algo que sólo habiéndolo vivido y pasado por aquella Sala, puedes entender el significado de tan noble acción. Allí fue donde verdaderamente nos hicimos amigos, soldados, camaradas. Donde a pesar de la adversidad hubiéramos dado la vida por cualquiera de nosotros.

Pasaron los meses y la esperanza de salir con vida menguó poco a poco. También influía que por los altavoces del patio nos sintonizaban la radio alemana, vanagloriándose de sus victorias y conquistas.

El Coronel acabó enfermando por una fiebre, pero gracias a su rango, le dejaron estar en la cama sin salir a formar y sin "llevárselo". Así que asumí el mando del barracón y de todos los ingleses que nos encontrábamos allí recluidos.

El malestar por mis incesantes visitas a la Doctora se incrementó entre la tropa, y di orden tajante y expresa de que nadie hiciera nada para impedirlo. No quería heroicidades absurdas.

¡Mi gran Capitán! o ¿Has ascendido ahora que el Coronel está enfermo? Preguntó Karol.

Vamos, vamos no te enfades, quiero hablar contigo de oficial a oficial. Yo también soy Hauptmann (equivalencia de capitán en el ejercito alemán)

Aquella noche Karol hizo algo que no cuadraba con su proceder, tomó el mando del interrogatorio y fue cruel, muy cruel. Se sentó en mi cabeza, después de que me encadenaron las muñecas al pie de la taza del váter y me encajaran la cabeza en el hueco del inodoro. La presión que ejercía su peso en mi cuello contra el retrete me ahogaba. Sin poder moverme, tiró en varias ocasiones de la cisterna mientras se meaba encima de mí. Me fustigó el culo y la espalda con una vara fina, a la vez que Katrina, hizo por orden suya lo mismo en las plantas de mis pies. Una y otra vez, sin pausa, me azotaron hasta hacerme sangrar, preguntándome cosas que ya sabían de otros interrogatorios. Perdí totalmente la compostura y sólo paró cuando en alemán grité:

¡Hijas de puta, sádicas de mierda, no puedo más, parar ya por favor!

Cuando se detuvo, volví a repetir entre sollozos esas palabras omitiendo los insultos.

  • ¡Parar, parar por favor!

Nunca he olvidado ese momento. Porque creo que fue el desencadenante de lo que sucedió a continuación. También se vieron sorprendidas de que supiera alemán.

Katrina estaba insultantemente contenta, la oía reírse de mí. Karol sin embargo se levantó y me dejó caer al suelo, marchándose de la Sala una vez ordenado a los enfermeros que me curaran y me devolvieran al barracón. La sangre manaba de mi espalda, culo y pies. Me curaron, me vendaron y me dieron medicamentos que tomé sin objetar. Katrina creo que se corrió de gusto cuando la miré totalmente abatido y cabizbajo. Odiaba a esas dos putas, si hubiera tenido la menor oportunidad las hubiera estrangulado con mis propias manos. Pero también me detestaba a mi mismo por implorar de esa manera y darles esa satisfacción.

La indignación de todos, se extendió por el "sitio" cuando me vieron después de dos días que pasé en la enfermería del campo de concentración. Llegué arrastrado por los guardias en un estado lamentable. Los días o más bien las noches en la enfermería y luego en mi camastro, comencé a entender su actitud, a darle un significado que no quería creer, no era propio de ella lo que hizo y eso me llevaba a darle vueltas en mí cabeza buscando una razón, que muy pronto acabé corroborando muy a mi pesar. Llevaba tiempo notando a Karol una proceder diferente en mis interrogatorios, siempre me estaba mirando, observando y pasaba ella misma a tomar el mando, cuando por lo general y sobre todo al principio de conocerla dejaba que fuera Katrina bajo su supervisión la que me torturara.

Cuando a los pocos días, aún sin recuperarme volvieron a por mí, la tropa se amotinó. Sino llega a ser por lo que nos mantenía unidos, no me hubieran respetado y alguien hubiera muerto por mi culpa y eso era lo único que no sería capaz de soportar. Por el camino recuerdo que entre maldiciones, juré no decir nada aquella noche.

Cuando entré en la sala me sorprendí, no estaban los enfermeros, pero es que tampoco estaba Katrina. Karol se hallaba en el centro de la sala sentada. Los guardias sin indicación alguna, me ataron en la silla y una vez que terminaron se marcharon.

Recuerdo como temblaba por dentro, como el miedo se apoderó completamente de mí y aún así, conseguí no exteriorizar el pavor que sentía al verme a solas con ella.

Con un susurro de calma se acercó, y me empezó a tocar el cabello acariciándolo. Me agarró del pelo y cerré los ojos al verla tan cerca. No pude evitarlo.

Por favor. Susurré con los ojos cerrados. Rompiendo mi juramento.

Mi boca quedó sellada por un beso al instante. Abrí los ojos expresando el odio que me invadió ante semejante acto. Mi reacción provocó que me empezara a besar con ahínco. Se sentó encima y siguió besándome y lamiéndome toda la cara, mientras me sujetaba con fuerza del pelo. Comenzó a darme tortas al sentir mi rechazo.

Sabes, me da igual, eres completamente mío. Te voy a follar con o sin tu consentimiento, así que tú eliges.

La respuesta era obvia y no se hizo esperar. Le escupí en la cara. Se levantó, se limpió, lamió su mano y cogió unas pastillas de una mesa cercana y me las metió a la fuerza tapándome acto seguido la boca y la nariz con su mano, hasta que se cercioró de que había tragado no las apartó dejándome respirar. Mi polla no tardó en reaccionar contra toda mi voluntad por el efecto del fármaco. Ella se subió la falda de cuero negro, se quitó la chaqueta y la blusa blanca, agarró mi polla dura y se sentó encima clavándosela hasta el fondo. No pude hacer nada por impedírselo, me sentí peor que con cualquiera de las torturas impuestas. Mi cara empujada contra su pecho duro y sus pezones erectos, más sus subidas y bajadas hasta correrse, provocaron mi orgasmo. Gritando de odio, aborreciéndome a mi mismo, maldiciéndome e insultando a Karol que parecía excitarse aún más, terminó de destruirme mentalmente.

Me asusté al notar como empujaba la silla hasta conseguir tirarla hacía atrás. Entonces de pie, se quitó las bragas, se puso encima de mi cara, me miró y me dijo:

Ahora me vas a limpiar tu semen de mi coño y vas a tragarte todos mis jugos hasta hacerme correr de nuevo.

Se sentó de rodillas en mi cara, cargó su peso sobre mí y selló por completo mi boca y nariz dejándome sin aire con su coño. Noté como sus muslos se apretaron con fuerza contra mis carrillos. No abrí la boca pero la mezcla de fluidos empapó mi rostro, su olor se apoderó de mi líbido. Pasado un rato en el que ya intentaba buscar aire y me convulsionaba, aflojó, me dejó tan sólo unos segundos para inspirar y gritarme:

¡Lame! Hazme correr o te juro que te ahogo. Creo que lo hubiera hecho realmente.

No sé cuantas veces me asfixió hasta que decidí lamer y cuando comencé, su orina se me metió por la boca y la nariz. Se levantó un poco, me sujetó del pelo y mirándome me ordenó beberme todo.

Cuando terminó le comí el coño empalmado y deseando ahora por voluntad propia, correrme, pero me culpé por ello, por sentir algo con aquella mujer. Me desprecié.

No sé el tiempo que transcurrió entre el inicio de aquella violación y el final de aquella primera vez. Terminó, me besó y me dejó en la silla sin decir nada. Katrina y los enfermeros también abusaron de mí aquella noche, he intentado en vano olvidar lo que me hicieron después. Aún la oigo reír a carcajadas sentada encima de mí, mientras yo a cuatro patas era sodomizado y follado por la boca, a la vez que ella tiraba de mi pelo como si fueran las riendas de un caballo y me espoleaba con una vara.

Cuando me dejaron en el barracón, me pasé dos o tres días sin hablar con nadie, compungido y aislado del resto de compañeros, despreciándome por no ser capaz de eliminar aquellas imágenes clavadas en mi retina, que me golpeaban una y otra vez la mente. El sentimiento de culpa que me invadió por desearla comenzó a consumirme y fue entonces, cuando empecé a encerrarme en mi mismo alejándome de los demás, que me miraban encima compadeciéndome. Les oía hablar preguntándose que me habrían hecho. Pero ellos no entendían que en verdad, era yo el que me provocaba ese aislamiento por recriminarme que ese monstruo, se hubiera encaprichado de mí, y que yo encima pudiera desearla de alguna manera.

Las noches se hicieron eternas, no era capaz de conciliar el sueño, y las imágenes se repetían sin cesar en mi cabeza. Acabé orinando sangre de golpearme la polla cada vez que me empalmaba al recordar a Karol encima mío. Pero lo que más me atormentaba, es que deseaba que volvieran a por mí y estar de nuevo en aquella sala junto a Karol.

Pero pasaron 15 largos días hasta mi vuelta y no fue lo que esperaba, una parte de mí se alegró al no verla, la otra parte y no la que se puede presuponer por el castigo que recibí de Katrina y los enfermeros, se entristeció.

Pasó un mes hasta que de nuevo me encontré a solas con Karol atado en la silla. Hice lo contrario a todo lo que cualquiera otro y yo mismo hubiera hecho unos meses antes. La besé y volvió a violarme con la misma intensidad, pero esta vez yo no fui capaz de poner impedimentos, la deseaba por encima de mi odio. Siempre me causaba daño pero ya no era el mismo tipo de dolor, dejé de temerla.

Si hubiera contado esto a cualquiera de mis compañeros, si alguno de los dos bandos se enteraba de lo nuestro, ninguno habría sobrevivido. Al final de los encuentros me pegaba con más fuerza para dejarme marcas por el cuerpo, incluso hasta hacerme sangrar, así Katrina y los demás al recogerme no sospecharían, aunque poco a poco fue evidente para ella que algo extraño estaba ocurriendo. Seguía causándome dolor y "jugando" conmigo, pero ahora era divertido para ambos, ya no sólo eran castigos y torturas, y yo empecé a disfrutar con lo que hasta unos meses atrás pensaba que eran aberraciones.

Y sucedió lo inevitable. Una de aquellas noches el semblante de Karol era contrario a todo lo que siempre había reflejado. Yo estaba atado en la camilla sin poder moverme, aunque ella creo que confiaba en mí, nunca me dejó libre, era suyo, era su forma de poseerme, pero yo por desgracia para mi conciencia había llegado a un punto en el que sabía, que no hacía falta ninguna correa, me había entregado a ella aunque eso significara mi perdición como individuo.

¿Qué pasa Karol?

Katrina me ha delatado, Francis.

No entiendo bien lo que eso significa.

Me matarán por mucho que sea un oficial alemán, no soy imprescindible.

¡No pueden matarte! ¿Qué vamos a hacer?

Me voy esta noche y tú tienes que venir conmigo, te ejecutarán por la mañana delante de todo el mundo. Apenas pudo contener la emoción.

Francis, tengo todo preparado, los guardias que te han traído me van a ayudar sin que con ello se incriminen. Voy a salir en camión para otro campo de concentración, cuando se den cuenta de mi ausencia y de la tuya ya estaremos lejos de aquí. Tú irás detrás escondido.

¡Y mis compañeros! Alguno pagará mi fuga, no puedo irme así.

¡No entiendes que nos van a matar!

Sí, pero si me voy moriré igualmente, porque alguien será ejecutado por salvarme, ¿Quieres que también te odie por eso? ¿No ves que no puedo vivir con toda esta carga, con lo que empiezo a sentir por ti?

Karol me besó y se abrazó a mí, su actitud era impropia de ella, aquel gesto me conmovió, vi una humanidad en ella que hasta entonces no había visto jamás, ni siquiera cuando me follaba a solas.

Francis, eres lo único bueno que hace de esto un sitio soportable para mí, si mueres aquí, todo lo que ha pasado no tendrá ningún sentido. Necesito que vivas, necesito que escapes de aquí. No puedo cargar también con tu muerte o será mi destrucción como ser humano. Déjame al menos que haga algo positivo, algo bueno en mi vida. Déjame salvarte Francis… por favor. O te juro que te llevaré a la fuerza. Pero te pido que me des tu aprobación. Tampoco yo puedo cargar con eso ahora, pero te obligaré si es necesario… no voy a dejarte morir.

Sus palabras tan sinceras y llenas de lógica, no fueron lo único que me conmovió y me hizo cambiar de parecer, su cara, el sentimiento con que me las trasmitió hizo que accediera a su petición.

Su plan resultó perfecto, yo lo seguí al pie de la letra confiando en ella y en aquellos guardias, que me guiaron por los corredores y el campo de concentración hasta un hangar. Allí me metieron en un arcón una vez que sacaron el cuerpo de un prisionero muerto, para poder subirme al camión dónde me aseguraron que iba a ir su Capitán, después de preguntárselo mil veces y hacer que lo juraran. Oí y noté como el transporte se ponía en marcha, la tensión que acumulaba era muy grande y el sentimiento de culpa por abandonar a mis compañeros casi hizo que intentara escapar y salir corriendo, pero creo que no hubiera llegado vivo al barracón. Sólo me quedaba confiar en ella y por lo menos estaríamos juntos en algún lugar. Podríamos huir a Inglaterra pensé, ella hablaba nuestro idioma y en una ciudad como Londres, siendo mi esposa una vez acabada la guerra, nadie conseguiría descubrir su verdadera identidad. Con ese propósito me dormí. No volví a ver a Karol hasta muchas horas después. El camión se detuvo, me quedé quieto esperando nervioso, hasta que me sobresalté cuando la tapa de mi arcón se levantó. Allí estaba Karol al lado de dos soldados, pero su gesto no era muy distinto del que hace horas había contemplado.

¡Vamos sal! Me ordenó.

¿Qué pasa? Pronuncié a la vez que reaccionaba y bajaba de la caja del vehículo extrañado y entumecido.

Toma Francis. Me dijo entregándome un mapa.

Esa dirección es el Norte, sigue el mapa y llegarás a un campamento Belga, se retiran a Inglaterra.

¡Venga marchémonos!

Francis no puedo ir contigo, te dije que te iba a salvar, pero no que huiría contigo, tengo que enfrentarme a mi destino por mí y por mi familia, sino será repudiada y exterminada o en el mejor de los casos encarcelada de por vida.

¿Estás casada?

No. Mira Francis, eres lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo, guardemos esto para nosotros, no tiene sentido que vaya contigo, no puedo ir y dejar Alemania, ¡Compréndelo!

¡No puedes hacerme esto ahora! Yo he dejado a mis compañeros por ti, alguno puede que muera hoy por mi culpa. ¡No es justo!

Me miró a los ojos y tocó mi mejilla con dulzura.

Eres un buen hombre Francis, pero esto debe terminar aquí, te llevaré conmigo siempre y me has salvado como persona, no yo a ti. Tengo que irme.

Sujeté su mano esperando que no la apartara, cuando ella tiró, la retuve e intenté abrazarla. El soldado que permanecía a mi derecha impasible viendo la escena, me golpeó con la culata de su fusil en el estomago y me desplomé sin aire en un abrir y cerrar de ojos. Karol me miró, y diciéndome adiós se dio la vuelta y subió al camión con sus hombres.

Cuando arrancaron dejándome solo en medio de aquel camino, la repudié, la odié como nunca lo había hecho hasta entonces, pero sabía que tenía razón en algunas cosas. Lo único que no entendí, fue su miedo a dejar algo en lo que ya no creía, su familia era en parte una excusa.

Tardé un día y medio en encontrar el campamento. Me presenté ante el superior y conté mi historia, salvo lo que se refería a Karol y nuestro capítulo "amoroso". Le narré la fuga que había ido confencionando en las horas que permanecí dentro de aquel arcón. Una huída creíble por una buena causa. Intentar dar la posición del campo de concentración, pero gracias a la compresión, no sospecharon nada cuando no supe decirles el lugar exacto al reconstruir mi huída. Dijeron que era debido a la tensión del momento y las torturas, entendiendo que había estado sometido a tanto estrés, que no pude recordar el lugar y eso que se supone que escapé a pie.

Volví a Inglaterra pasado un mes y allí me condecoraron junto a otros buenos soldados, no como yo. Cada vez que toco esa medalla pienso en Karol. No he podido contar esta historia a nadie por varias razones. Una, me siento culpable por escapar y abandonar a su suerte a mi tropa, no siendo leal ni a mi patria, ni a mi mismo. Pero creo que también influye el hecho de que no acabáramos juntos. Y otra, porque nadie entendería sin relatarle todo lo que pasó, y sin vivir y sentir lo que yo pude ver al perderme en sus ojos, que quisiera a una persona como Karol. No voy excusar lo que hizo dentro de aquel "sitio", las atrocidades, las torturas, no tienen perdón, sé que por eso ella me ayudó, por realizar algo positivo que diera sentido a su existencia, además de por el afecto que me tenía. Pero a su vez, el sentimiento de culpa por todo lo que había hecho, fue la causa para no venir conmigo, no podía eximirse y vivir una vida feliz después de los actos que había cometido, no hubiera funcionado, ese tipo de culpa nunca desaparece, y ella debía encontrar su propio perdón. Igual que yo siempre tengo presente lo que pasó allí y a mis compañeros. No hubiéramos sido felices lejos de ese mundo, donde a nuestra manera lo fuimos por un tiempo.

Recibí una carta de Karol. Estaba esperando a ser juzgada por los crímenes de guerra que cometió y la sentencia a la que se enfrentó fue la pena de muerte. Murió el 23 de septiembre de 1998.

De esa carta me guardo su contenido para mí, salvo el final que da sentido a lo que ya había descubierto.

21 de septiembre de 1998

Querido Francis, sé que todos estos años te habrás preguntado el porqué no me marché contigo. Pero tengo que decirte que fuiste y eres lo mejor que me pasó, y lo único que dio sentido a mis actos y a mi vida. No puedo perdonarme por todo lo que hice allí dentro, ni creo que merezca ningún perdón, sólo Dios lo sabrá. Pero quiero que entiendas que esto no me hubiera dejado ser feliz a tu lado por mucho que te amara. Prefiero tener dentro de mí lo que sentimos estando juntos, y saber que fue algo especial dentro de un mundo de caos, a perdernos el respeto y el amor por el pesar que llevo dentro. Por todo ello y por lo que a ti también te hice, espero que puedas perdonarme algún día. Sinceramente tuya.

Karol Güerburg.

La verdad que antes de que me llegara la carta pensé en ir a verla, intentar hacer algo, hablar con alguien con la excusa de ver a la cara a aquella nazi, sanguinaria. Pero hubiera roto nuestro secreto, nuestro "pacto", traicionándola también a ella.

He aquí el motivo de esta carta, la razón de que escriba nuestra historia. Me quedan pocos años de vida y ella ha muerto, necesito que alguien entienda que le debo la vida y algo más, a una persona como Karol, no quiero irme de este mundo sin que nadie vea en ella lo que yo, habiendo vivido a su lado dentro de un mundo caótico y sin esperanza como ella misma dijo, pude ver. No excuso sus actos, pero si sé que dentro de otro "mundo" hubiera sido una gran persona. Lo siento si no me comprendéis, y siento haber huido, es algo que yo tampoco me podré perdonar jamás. Sinceramente vuestro.

21 de enero de 1999

Coronel Francis Gray.