La Verdad 2 (Capítulo 9)

Noveno Capítulo. Juegos peligrosos

Aprovechando la noche, Martín recorre caminando la prudente distancia que hay, desde el lugar donde ha aparcado el coche azul de su hija, hasta la puerta del concesionario. A pesar de la calidez del estío, viste con un suéter negro de deporte con la capucha puesta. Toda prudencia es poca para no ser reconocido.

En su cabeza barrunta los pasos que le han llevado hasta esta situación, pues nunca se hubiese imaginado robando en su propio negocio.

Lo primero que hace nada más llegar es tratar de desactivar la alarma, pero descubre que no hace falta. Agudiza el oído mientras mira a su alrededor sin encontrar ningún indicio de que quede algún rezagado.

- ¡Serán capullos! – Llega a la conclusión de que los últimos trabajadores en irse han debido beber más de la cuenta y se han olvidado de conectarla.

Bloquea la puerta con su llave y sube las escaleras hasta su despacho. No quiere encender ninguna luz para que nadie que pase por la calle pueda atestiguar que allí ocurre algo.

Aunque han pasado ya tres días desde la luna llena, el brillo de ésta es suficiente como para ayudar a nuestro protagonista a manejarse a través de los muebles de la estancia, cuya distribución se conoce como la palma de la mano.

Abre el armario donde se halla la caja fuerte. Se agacha, pues está en la balda inferior, a la vez que se descubre la cabeza para poder ver mejor los números de la combinación.

Justo cuando el mecanismo de apertura desbloquea la portezuela, una reconocible voz a su espalda, escondida detrás de una potente luz que ahora inunda la sala, le hiela la sangre.

-   ¡Martín! ¿¡Eres tú!?

-   ¡Silvia! – Se torna a verla. – ¡Dios!

-   ¡Joder, que susto! – Exclama entre agitadas respiraciones.

-   Tú también me has asustado. – Asegura levantándose. – Deja de apuntarme. Me estás dejando ciego.

-   Perdona. – Para alivio de su jefe, gira la temblorosa mano, con la que sujeta el móvil, el cual se encuentra con la aplicación de la linterna activada.

-   ¡Espera! No la desconectes. – Decide ya sin remedio volviendo a la posición de cuclillas. – Enfoca aquí.

-   ¿Por qué has vuelto? – Pregunta mientras hace lo ordenado.

-   Lo mismo te iba a preguntar.

-   Bueno… No me he ido. – Confiesa un tanto compungida. – Quería adelantar trabajo. Además… nadie me espera en casa.

-   Trae la bolsa de la papelera. – Hace caso omiso de la triste revelación por parte de ella. –  Si ya han estado los de la limpieza debería estar vacía.

-   ¿Para qué la quieres?

Mientras se la acerca, Martín duda si contarle la verdad a su empleada. Ha sido su mano derecha durante los últimos meses y ha resultado ser una gran profesional.

-   Voy a guardar el dinero aquí.

-   ¿Por qué? Has dicho esta tarde que preferías no ingresarlo y… ¿Por qué vienes a estas horas en vez de esperar a mañana? Martín… Esto es muy raro.

-   Verás, Silvia. Necesito el dinero. Es para un asunto importante.

-   ¡No! Se trata del juego, ¿no es así? – Interroga bastante alterada. – Mi padre casi arruina a la familia por culpa de las apuestas. Dime que tú…

-   No, no. – Intenta calmarla mientras llena la bolsa. – No es eso… No puedo contarte nada más.

-   Joder. Necesito saberlo.

-   Confía en mí.

-   ¡Martín! – Exclama ya enfadada volviendo a cegarle con la luz de su dispositivo. – Este dinero que te estás llevando es de la empresa. No puedo justificar cincuenta mil euros de ninguna manera en los libros. Podrían acusarte de hurto y…

-   No si nadie se entera de que lo he cogido. Y baja la luz, por favor.

-   Pero sólo nosotros dos conocemos la combinación. – Le recuerda mientras vuelve a apuntar hacia el último de los fajos que queda por introducir. – Me estás implicando. Podrían venir a por mí también. Debes contármelo.

-   Te lo compensaré. – Le promete mientras hace un nudo a la bolsa, cierra la portezuela y se levanta. – Te lo juro.

-   ¿Cómo? ¿Qué podría compensar…?

-   Lo que tú quieras.

-   … – Se da unos segundos para pensar.

-   ¿Y bien?

-   Quiero que pasemos una noche juntos.

-   ¿¡Qué!?

-   No te hagas una idea equivocada. Me refiero a una cena con velas. Después de todo lo que he tenido que aguantar hoy, quiero que te lo curres.

-   Silvia… ya hemos hablado de esto.

-   Sólo es una cita. En tu casa. El viernes. Arréglatelas para que estemos solos. Y si no resulta bien, pues me iré y no volveré a sacar el tema nunca más.

La curiosidad se apodera de nuestro protagonista que siente como su resistencia desaparece. Además, piensa en que, si todo va bien, Paula y las chicas estarán ya pernoctando en la residencia de la universidad. Podría librarse de una manera muy sencilla.

-   ¿Sólo una cena?

-   Tú preparas los platos y yo llevo el postre.

-   De acuerdo.

-   No te vas a arrepentir. – Asegura ahora con una sonrisa.

-   Ya lo estoy haciendo… Y vámonos ya. – Indica mientras la empuja levemente de la cintura en dirección a la puerta con la mano libre. – Es tarde y mañana tengo que levantarme muy pronto.

-   Joder, qué buena soy negociando. – Piensa en voz alta con la mirada perdida, para después girarse hacia su jefe en tono burlón. – Creo que sacaré el tema de mi sueldo durante la cena.


Las tres maletas en el recibidor casi hacen tropezar a Martín nada más entrar por la puerta de casa. Las chicas han metido en ellas lo mínimo para pasar el verano. No deben llamar la atención con ropas demasiado caras. Todavía se le hace muy raro todo el asunto.

Sube al piso de arriba y accede a su habitación para dejar la bolsa con el dinero junto al suéter y ponerse ropa cómoda. Mientras realiza la operación le es imposible dejar de percibir la divertida algarabía que se oye al fondo del pasillo. Proviene del dormitorio de Alex.

  • Hola, ¿chicas? – Llama a la puerta después de acercarse al lugar.

El volumen de las voces se apaga a la vez que escucha cómo se chistan las unas a las otras.

  • ¿Todo bien? – Vuelve a preguntar.

La puerta se entreabre para dejarle ver la bellísima y perfectamente maquillada cara de Paula.

-   Perdona, estamos de fiesta de pijamas. – Asegura. – Sólo chicas.

-   ¡Que no entre! – Oye desde el interior las voces al unísono de las gemelas. Palabras que preceden a una estruendosa carcajada.

-   Ya has oído. – Sentencia para después volver a cerrar la puerta. Las risas, aunque menos estridentes, no ceden.

-   Chicas. – Vuelve a golpear la madera. – Es tarde y mañana tenemos que levantarnos muy temprano.

Espera una respuesta en silencio lo que le permite oír lo que parecen cuchicheos seguidos de otras risas.

-   Cierra los ojos, Martín. – Escucha la voz de su pareja por fin.

-   ¿Qué?

-   Que los cierres. Hazme caso.

-   Está bien. – Claudica resignado. – Ya está.

-   ¿Seguro?

-   Que sí. – Confirma alargando la última sílaba.

La puerta de la habitación se abre y se cierra en un segundo.

-   Abre los ojos y ven conmigo. – Se dirige a la habitación principal.

-   ¿Qué está pasando? – Le sigue.

-   Hemos acabado el stream de hoy. – Cuenta mientras abre las puertas del armario ropero. – No queríamos dormir y nos hemos puesto a charlar.

-   Es muy tarde y mañana tenemos que coger el tren a primera hora.

-   Podemos dormir durante el viaje. – Explica a la vez que deja varias prendas de ropa femenina encima de la cama. – No te preocupes tanto.

-   ¿Qué haces?

-   Invitarte a la fiesta. – Le mira con esa mueca diabólica. – ¿Es que te la quieres perder…, Martina?


-   Vamos a entrar. – Previene Paula de su llegada.

Si ya creía nuestro protagonista que no podría escuchar unas carcajadas más estridentes se equivoca por completo. Las dos gemelas, sentadas en el suelo, estallan al ver la metamorfosis de su padre, el cual viste un top con unas abultadas mangas que parece estar a punto de estallar debido a la presión de su ancha espalda. También aparece con una falda. Tiene un poco de vuelo, lo que permitiría ver a cualquiera, si no tiene cuidado, que lleva puesto las braguitas culotte de la última vez. Para rematar, una horquilla con forma de lazo rosa adorna su cabeza.

Ahora se convence, si no lo estaba antes ya, de la mala idea que supone todo esto. Es como si una misteriosa fuerza le hubiese obligado a hacerlo.

-   Chicas, chicas. – Intenta Paula imponer sosiego entre sus amigas. – Tenemos una nueva amiga. Os presento a Martina. Aunque creo que a Carol ya la conoces, ¿no?

-   Papá, estás guapísima. – Asegura Alex un poco más calmada que su hermana, que no puede parar de reír.

-   Me voy. – Anuncia la recién llegada dándose la vuelta.

Las chicas inundan de noes sus oídos mientras la morena le agarra del brazo con la intención de impedirle la marcha.

-   ¡Espera, papá! – Exclama Carolina. – Está bien. Quédate por favor. Que no nos reímos más.

-   Venga, Martín. Es sólo un juego. – Intenta volver a convencerle Paula. – Confía en mí.

Vuelve a mirar dentro. Tiene que reconocer que no recuerda a sus hijas tan felices desde hacía muchos años. A esto se suma el hecho de que, sin ser consciente de ello, pues las convicciones morales de la sociedad en la que se ha criado se lo impide, a una parte de él le agrada las sensaciones que la delicada ropa que viste produce en su piel.

-   Con una condición. – Propone. – En media hora todas a la cama.

-   Está bien. – Sellan el trato las gemelas en acorde, mientras la mano de Paula da un pequeño apretón al brazo que sujeta, debido al significado que la frase que ha pronunciado su amante bien podría tener al malinterpretarse fuera de contexto.

-   Ven con nosotras. – Invita Carol entre unas reminiscentes risitas.

Todas se sientan en corro después de que la puerta es entornada para dejar espacio. A la recientemente renombrada Martina le da tiempo a observar el entorno mientras se agacha.

La habitación está repleta de ropa tirada por doquier. Muchos de los conjuntos ya los ha visto antes, como la ropa que se puso Carolina en la costa, el conjunto de lencería que ganó el sábado o el baby rosa con el que se la encontró el domingo. Otros le son esquivos. Las chicas están más maquilladas que de costumbre, pero con muchísimo gusto. Paula viste su pijama de verano, Carol una camiseta de tirantes nueva y braguitas de algodón y Alexandra el top y los pantaloncitos de esta mañana.

Una vez en el suelo, a la derecha de Paula y a la izquierda de Carolina, Alexandra se recoloca para dejar sitio a todas, poniéndose frente a la supuesta nueva integrante. El corro que forman circunvala dos botellas de vino blanco y tres copas medio vacías.

-   Toma. – Le sirve la morena una dosis de caldo en una cuarta copa que se encontraba escondida, lo que lleva a sospechar a nuestra protagonista la posibilidad de que lo tuviera todo planeado desde el principio.

-   ¿Y de qué hablabais? – Pregunta Martina para romper el hielo.

Las dos rubias se miran entre sí sin saber bien qué responder.

-   Estábamos hablando de chicos. – Interviene la morena.

-   ¿Ah sí?

-   Sí. Y de lo imbéciles son todos.

-   Vaya. – Replica sintiéndose señalado.

-   Es que aún no me creo que Mauri te hiciera eso. ¡Será cabrón!

-   Ya. – Asiente Carolina. – Lo que más me fastidia es que realmente me gustaba.

-   Él se lo pierde, hermanita. – Anima Alexandra a su gemela.

-   Si lo sé, pero… – Los tragos de vino comienzan a hacer mella en su verborrea olvidándose de que la persona que se sienta a su lado es su propio padre. – Esperaba que fuese… ya sabes. Mi primera vez.

-   Algún día te darás cuenta de lo guapísima que eres. Y ese día podrás elegir a quien quieras. – Asegura Paula para después girarse a su izquierda. – ¿No es así, Martina?

-   Eh… Sí. – Responde por inercia.

-   No te preocupes por eso, Carol. – Toma la palabra Alexandra. – Yo sí que lo tengo difícil.

-   ¿Pero qué dices? – Eleva la voz Paula. – Si los tienes babeando. ¿Es que no te acuerdas de todo lo que te han escrito en el chat del directo?

A la nueva integrante del grupo se le escapa esa referencia.

-   Ya, pero esos sólo son unos desconocidos de internet.

-   ¿Y qué? Eso no significa que no los vayas a tener igual en la vida real.

-   Es verdad. – Interviene Carolina. – Eres guapísima y tienes un gran estilo.

-   Aunque os tenéis que valorar de otra forma. – Se toma un respiro Martín, saliéndose de su personaje para hacer de padre una vez más. – Las dos sois muy listas, valientes y tenéis un gran talento. Habéis aprobado todo y con nota. Aquel que tenga la suerte de estar con vosotras debería veros como algo más que unas chicas guapas.

Paula, que no está muy contenta ante el jarro de agua fría que supone la exposición por parte de su amante, cambia su estrategia para que la diversión no se disipe.

-   De todas formas, ya está bien de hablar de tontos. – Propone la morena. – ¿Cómo sería vuestro chico ideal? ¿Con quién os gustaría perder la virginidad?

Ríen ahora nerviosas, incluso Martina, que se niega a creer que las chicas vayan a revelar tal información delante de su disfrazado padre.

-   Vale, pues empiezo yo. – Continúa Paula para envalentonar a sus amigas. – Tenéis que saber que estoy muy enamorada de mi chico. Ha sido una suerte encontrarle. Es muy guapo y fuerte. Además de responsable. Y …  – Bufa. – …En la cama…

-   ¡Paula! – Ahora son las otras tres las que exclaman a la vez.

-   ¿Qué? Para mí son muy importantes esas cosas. Que se maneje bien en la intimidad. – A pesar de intentar expresarse en un lenguaje más delicado, no se resiste a la travesura. – Si supieseis lo que hace con su…

-   ¡Calla! – Exclama Carolina tapándose los oídos mientras se ríe como lo hace también su hermana.

-   Vale, vale. – Se detiene Paula divertida por su ocurrencia. – Ahora te toca a ti, Carol.

-   No sé… – Dice ahora un tanto cohibida.

-   Yo sí que sé cómo le gustan. – Asegura Alexandra, que no puede reprimirse a una diablura a costa de su gemela, mientras lleva la mano izquierda a su espalda. – ¡Le gustan los negros con pollas enormes!

A tal exclamación le acompaña un rápido movimiento de brazo haciendo emerger de su escondite al enorme falo de plástico, conocido por todos, lanzándolo sin demasiada fuerza hacia la rubia. A está le da tiempo a poner ambas manos delante de ella y con grandes reflejos aparta el objeto en el aire, empujándolo hacia adelante. Por pocos centímetros no tira las copas, junto a su contenido, con el alargado y grueso objeto, haciendo que éste caiga en el regazo de una Paula que emite una gran carcajada, casi tan grande como la de Alexandra.

-   ¡¡Ah!! ¡¡Qué asco!! – Chilla mientras frota las palmas de las manos en la moqueta. - ¡A saber dónde ha estado eso metido!

Todos ríen por la ocurrencia, incluso nuestro protagonista, que recuerda cómo ha estado su hija expuesta a cosas más perturbadoras que un simple juguete sexual. A su mente regresa la noche en el Pussycat y cuando la acompañó al sex-shop.

-   No tiene gracia. – Asegura Carolina intentando que no se le note demasiado una inevitable sonrisa, fingiendo enfado.

-   ¿Y a ti? ¿Cómo te gustan los chicos?

Nuestro protagonista se gira a ver a su amante esperando que la pregunta vaya dirigida a Alexandra, pero Paula se encuentra mirando sus ojos.

-   ¿A mí? – Pregunta desconcertada.

-   Eso, Martina. – Se une Carolina a la petición.

-   Pero a mí no me gustan los chicos.

-   ¡No me digas que eres lesbiana! – Exclama Paula con fingida preocupación mientras se agarra los pechos con intención de dar a entender que los oculta, para diversión de los presentes.

-   ¡Un momento! – Interviene la rubia de pelo largo haciendo que todos se giren a escuchar lo que tiene que decir. – Todavía no es Martina.

-   ¿Qué?

-   Que no va maquillada como nosotras.

-   ¡Es verdad! – Exclama la morena.

-   ¡Yo cojo el estuche! – Anuncia Alexandra levantándose a por el objeto anunciado, mientras las otras amigas se levantan sobre sus rodillas rodeando a la pobre Martina.

-   No, no, no y no. De ninguna manera. – Se niega, adivinando las aviesas intenciones de sus nuevas amigas.

-   Venga. – Carolina alarga la última vocal con intención de mitigar su desaprobación.

-   Si no eres Martina no puedes estar aquí. Ya lo sabes. – Sentencia Paula.

Nuestro protagonista reconoce que la noche está siendo divertida y tampoco quiere ser el aguafiestas que arruine la alegría que inunda a sus hijas.

-   Está bien. – Claudica al fin. – Pero no os paséis.

-   Claro, claro. – Asegura Carolina sin ser muy convincente pues contagia una risita a su amiga a la que ahora mira.

-   Lo que tiene que hacer una… – Ironiza con una voz exageradamente impostada.

Los siguientes cinco minutos los pasa casi todos con los ojos cerrados mientras las tres amigas le aplican el pintalabios, el rímel, la sombra de ojos y una suave base. La meticulosidad con la que trabajan es acorde a la ceremonial forma de expresarse cuando se escuchan cosas como “Ahora las pestañas”, “Aplica un poco más” o “Ese color no le pega, mejor el otro”.

-   ¡Ya está! – Confirma la voz de Alexandra una vez han terminado. – Perfecta.

-   Mira. – Le indica Paula mientras le acerca un espejo de mano.

Nuestro protagonista alucina en el momento de conocer por fin a Martina.

Aunque la sombra de una incipiente barba puede advertirse bajo la capa de maquillaje, reconoce que han hecho un gran trabajo. Han sabido disimular sus masculinas facciones.

No es que no parezca la cara de un hombre maquillado, pero el resultado es mucho mejor del que esperaba.

-   ¿Te gusta? – Pregunta Alexandra mientras se echa para atrás.

-   Sois unas artistas. – Reconoce.

-   No te queda mal. – Corrobora Paula.

La que no dice palabra, mientras regresa a su sitio en el corro, es Carolina, la cual trata de ahogar sus pensamientos con un nuevo sorbo, cogiendo su copa de manera temblorosa mientras sus puntiagudos pezones se clavan ahora en su camiseta.

-   Creo que queda una por opinar, ¿no? – Suelta Martina, observando la inquietud de su hija, con intención de que salga del trance.

-   Es verdad. – Agrega Paula sin entender a lo que su amante se refiere. – Te toca a ti, Alex. ¿Cómo te gustan los tíos? ¿O eres de la otra acera como Martina? – Pregunta con la ironía de saber que su amiga es una chica trans.

-   A mí me gustan… todos. – Expresa de forma burlona intentando librarse del interrogatorio. – ¿Contenta?

-   ¿Y las chicas?

-   Bueno… no le haría ascos a una buena dominatriz. – Sentencia para la carcajada de ambas notándose una complicidad que a las otras se les escapa.

-   ¿Qué has querido decir con…? – Comienza a preguntar Martina justo cuando es interrumpida por la morena.

-   ¿Y ese chico del que estás completamente enamorada? – Exagera la revelación llevando sus antebrazos al pecho con los puños cerrados y parpadeando excesivamente.

-   ¡Paula! Era un secreto.

-   Pero si no me quieres decir quién es.

-   Por eso es un secreto.

-   ¿Sabes Martina, que nuestra querida Alexandra lleva años colada por un tío y que no se ha atrevido a decirle nada todavía? – Dice mirando hacia su descolocada pareja.

-   ¡Qué bocazas eres! – Suelta la rubia. – Además tiene pareja.

-   ¿Y qué? Si fuese yo ya me habría lanzado.

-   No todas tenemos tu confianza.

-   Venga… No seas así. Por lo menos dinos quién es.

-   No.

Por fin Carolina sale de su letargo para devolverle la jugada del consolador a su gemela.

-   Si no nos lo quiere contar, sé cómo podemos averiguarlo.

-   ¿De qué hablas? – Pregunta intrigada Alexandra.

-   Vais a ver lo que encontré entre mis cosas el otro día. – Anuncia con suspense mientras se levanta y abandona la habitación.

-   ¿A qué se refiere? – Intenta averiguar Paula dirigiéndose a la aludida.

-   Ni idea.

-   ¡Aquí está! – Espeta Carolina mientras aparece tras la puerta, unos segundos después, enseñando lo que porta en las manos.

La cara de espanto, con la que mira Alexandra el misterioso objeto, rivaliza con la de Martina

- ¿¿El diario??

-   ¡¡Lo tenías tú!! ¡Serás…! – La gemela de pelo corto no encuentra palabras para reflejar su enfado mientras se levanta. – ¿¡Cuándo me lo has quitado!?

-   Yo no te lo he quitado. Estaba guardado con mis apuntes. – Asegura, mientras Martina no para de tragar saliva.

-   ¿¡Lo has leído!?

-   Todavía no, pero… – Amenaza mientras finge abrir sus páginas. – Si no nos dices quién es…

-   Es... Rober, del instituto . Ahora dámelo. – Exige a la vez que alza la mano para quitárselo.

-   Bah, no me lo creo. Además, no tiene novia. – Aparta la mano para impedírselo.

-   ¡Devuélvemelo!

Viendo que Alexandra amenaza con abalanzarse sobre ella, tanto Martina como Paula se levantan también a detener la situación poniéndose entre las dos.

-   Carol, devuélveselo. – Apremia la primera sabiendo lo que ahí viene escrito.

-   Sí, haz caso. – Corrobora la segunda intentando poner paz. – No estropeemos lo bien que nos lo estábamos pasando.

-   Vale, vale. – Comprende Carolina, viendo que se ha quedado sola en su pretensión, mientras estira el brazo para devolverle el diario a su gemela. – Toma. Sólo estaba bromeando. Igual que tú. Perdóname.

-   Está bien. – Acepta las disculpas. – Es que me sienta fatal…

-   Lo entiendo.

Para disipar el enrarecido ambiente, Paula vuelve a tomar la palabra para proponer una última actividad.

-   Venga, sentaos todas. Que ya sólo falta hacer una cosa. – Indica para después dar otro sorbo a su copa.

-   ¿Qué es?

-   ¿Qué va a ser? – Se toma su tiempo para encontrar las palabras adecuadas. – A ver… ¿ya habéis dado vuestro primer beso?

-   Sí. – Contestan al tiempo.

-   Pero uno de verdad. Con lengua.

-   No. – Confiesa Alexandra.

-   Yo sí. Este finde. – Revela la otra hermana justo antes de llevarse las manos a la boca por la metedura de pata que acaba de cometer.

-   ¿De verdad? – Dice Paula con tono de intriga. – ¿Y quién fue el afortunado…?

-   Pues… Mauri. – Tira de reflejos. – ¿Quién iba a ser si no?

-   Ya sé que es un capullo, pero… ¿Te gustó?

-   La verdad es que mucho. – Pone la mirada perdida mientras se adentra en sus recuerdos. – Fue espectacular. Como si supiese que ese era el lugar y el momento adecuados. Y con quien más ganas tenía de hacerlo. Y me lancé.

-   ¡Uh! – Eternizan la expresión, las otras dos amigas a la vez, en una onda de sonido que sube y baja de tono.

La mente de nuestra protagonista vuela a la costa donde dicho acontecimiento tuvo lugar. Si es verdad que para Carolina fue maravilloso, para su pareja de beso no lo fue menos.

-   Bueno. – Corta Paula las ensoñaciones. – De todas formas, es muy poco.

-   ¿Qué quieres decir? – Interroga Alexandra.

-   Pues eso. Tenemos que practicar entre nosotras. ¿O es queréis que los chicos piensen que no sabéis hacerlo?

-   ¿¡Qué!?

-   ¿Es que no habéis estado nunca en una fiesta de pija…? – La morena corta su pregunta a medias, pues conoce de sobra los años de instituto de las dos, poniendo cara de circunstancia. – No… Claro que no.

-   ¿Qué pretendes? – Pregunta ahora Martina viendo cómo la morena termina de repartir el contenido de uno de los dos alargados recipientes de vidrio entre las cuatro copas, vaciándolo por completo.

-   El juego de la botella, claro está. ¿Quién la rueda primero?

-   Paula, no creo que sea buena idea. – Interviene nuevamente Martina.

-   Venga. Somos todas amigas. – Le guiña disimuladamente un ojo. – Será divertido.

Se gira para ver a las gemelas. Al contrario de lo que esperaba, parece como si éstas hubiesen aceptado con entusiasmo su participación en el juego.

-   Empiezo yo. – Impone Carolina mientras coge la botella.

La suerte comienza a girar durante un par de eternos segundos hasta apuntar a su morena amiga.

-   ¡Bien! – Exclama ésta a la vez que las dos se inclinan hacia adelante. – Ven aquí corazón.

Ante la vista de nuestro protagonista surge uno de los acontecimientos más bellos, maravillosos y eróticos de los que jamás en su vida pensó que sería testigo.

Mientras se cogen por detrás del cuello con las manos, sus labios se sellan en un pequeño círculo para, poco después, ensancharlo a la vez que inclinan sus cabezas a cada uno de los lados. Los babosos sonidos que producen le parecen la más dulce de las melodías. Mueven sus mandíbulas acompasadamente, ofreciendo y a la vez saboreando un festín la una a la otra.

El momento se extingue en un suspiro hasta que terminan con un delicado piquito ya con las bocas cerradas nuevamente.

-   ¡Guau! – Exclama Paula. – Sí que lo haces bien.

-   Gracias. – Corresponde el cumplido con la naturalidad de aquel que no es consciente del efecto que su acto ha producido en los demás.

-   ¿Ahora a quién le toca?

-   ¿Alex? – Sugiere su gemela.

-   Vale.

La rubia hace danzar la botella con la consecuente intervención de la diosa fortuna. Ésta termina por señalar en dirección a una Martina todavía boquiabierta.

Ambas se preguntan con la mirada si es posible, deseado o incluso necesario que eso ocurra.

-   Venga. ¿A qué esperáis? – Apremia la morena.

Viendo mutuamente que ninguna hace ademán de pararlo, se van acercando perezosamente.

Una titubeante Alexandra comienza a imitar lo que acaba de ver cogiendo a su nueva pareja con las manos. Sin perder un segundo abre su boca dejando que las lenguas de ambas se encuentren y entrelacen en un sensual baile.

Está claro que están disfrutando la una de la otra. Ya no hay más dudas. Esto es lo que realmente quieren las dos.

Incluso viene a sus cabezas el excitante detalle de que tanto Alexandra como Martina tienen genitales masculinos.

El tiempo transcurre a otra velocidad, pero transcurre.

-   Bueno, chicas. – Interrumpe Carolina haciendo que se separen. – Creo que ya es suficiente.

-   ¿Qué tal ha estado? – Pregunta Paula.

La respuesta que espera encontrar es sustancialmente diferente a lo que ocurre a continuación.

Sin dejar de mirarse a los ojos, y olvidándose del mundo, vuelven a enfrascarse, esta vez pegando completamente su cuerpo, en una vorágine de saliva y caricias más propias de un sediento en un oasis.

Los ahogados gimoteos que surgen de sus bocas dan prueba de la desatada pasión que ahora mismo las envuelve, para estupor del resto.

-   Ya está bien.

Sin oír la demandante voz de Carolina siguen con la pasional tarea que su desbocada libido les obliga a realizar.

-   ¡Papá, para!

Nuestra protagonista ya ni siquiera siente que la mano de su hija le zarandea ahora el hombro.

-   ¡¡Vale ya!! ¿¡no!?

La hermosa rubia empuja a la distraída y efusiva pareja haciendo que caigan a las faldas de Paula, dando por terminado el beso, devolviéndolas a la realidad y haciendo que las tres sorprendidas se giren a verla mientras se levanta.

En toda su vida no recuerda nunca Martín haber visto el rostro con el que Carolina les mira ahora. La rabia, la ira con la que sus facciones se expresan son completamente nuevas para él.

-   Carol…

Pero ésta no quiere escuchar lo que tenga que decir y se marcha corriendo a su habitación sujetándose los temblorosos brazos.

Nuestro protagonista se levanta para ir tras ella, pero al hacerlo, una punzada de dolor devuelve sus rodillas a la moqueta a la vez que las manos viajan hasta su entrepierna.

Hace ya tiempo que el líquido pre seminal ha traspasado el culotte y la falda creando una gran mancha en la tela.

El estruendoso portazo que se oye proveniente del pasillo también es nuevo.