La Verdad 2 (Capítulo 8)

Octavo capítulo. El duro trabajo tiene sus recompensas.

La fila de coches casi da la vuelta a la manzana.

Martín consigue estacionar su vehículo en el parking trasero exclusivo para trabajadores, entre algún grito que le llama estafador.

Sube las escaleras metálicas de emergencia, que se encuentran en el exterior del edificio clavadas a la pared del mismo, para acceder directamente al pasillo que va a parar a las oficinas, evitando así el gran expositor orientado al frente.

Puede oír el gran bullicio del piso de abajo al tiempo que entra en su despacho donde Silvia se encuentra hablando por teléfono, dando nerviosos pasos en círculo frente al gran escritorio que preside la estancia.

A pesar de su estado, no puede estar más bella. El pelo recogido en una distinguida cola de caballo. La cara exquisitamente maquillada, en la que destaca el rojo carmín de sus labios. Viste un elegante traje-pantalón entallado de color beige con unas finas líneas rojas y marrones, que se cruzan de forma horizontal y vertical, y se deforman debido a las curvas de su cuerpo, haciendo que éstas resalten aún más.

Al verle entrar, la mujer se lleva el dedo índice a los labios formando la señal universal de silencio, para después reanudar la conversación que mantiene. Así que Martín cierra la puerta para que ningún sonido se cuele.

-   Sí, le aseguro que nuestra empresa jamás… No, no. Eso que me cuenta es completamente falso. Son acusaciones… Estamos trabajando para arreglar todos los problemas que puedan surgir… Sí. Eso es… Nuestros clientes, tanto los que ya han confiado en nosotros, como todos los que lo hagan en el futuro, pueden estar tranquilos… Atenderemos particularmente todas las posibles quejas, pero ya le aseguro que no existe ningún tipo de irregularidad con nuestros vehículos… Sí. Con gusto atenderé a cualquiera de sus compañeros… Gracias a usted por darnos la oportunidad de explicar la situación… Adiós.

-   ¿Quién era?

-   ¡Martín! – Exclama a la vez que cuelga el teléfono para abrazarse a su jefe, abandonando la fingida serenidad. – Menos mal que has venido.

-   Vale, vale. Tranquila. – Le dice mientras la aparta con delicadeza usando sus manos. – Explícamelo todo.

-   Era el periódico local. Estoy intentando que esto no vaya a más, pero me sobrepasa.

-   ¿Qué es lo que querían?

-   No me lo explico. Lo único que sé es que, de repente, la mayoría de los clientes de los últimos meses nos están intentando devolver los coches porque dicen que tienen piezas de segunda mano. Alegan que antes de venderlos sustituimos piezas nuevas por viejas para quedarnos con ellas. Además, sólo hemos conseguido salvar una de las ventas de todas las que teníamos apalabradas durante el resto del mes. Nos las han cancelado todas. ¡Es un desastre!

-   Ok. Lo primero que tenemos que hacer es mantener la calma. Por ley no nos pueden devolver los coches.

-   Lo sé.

-   ¿Les has ofrecido el servicio de garantía gratuito? Podemos sustituir las piezas que puedan estar dañadas.

-   Ese es el caso. A los coches no les ocurre nada. He podido hablar con algunos clientes y parece que se han llamado entre ellos. Pienso que alguien ha hecho correr un rumor contra nosotros y la bola de nieve ha crecido. No me lo explico si no.

-   ¡Joder! Ahora lo entiendo.

-   ¿Qué?

-   Mi suegro.

-   ¿El… el señor Peralta? – Se lleva la mano a la boca.

-   ¿Te acuerdas que vino el otro día?

-   Sí…, claro.

-   Pues la cosa ha acabado mal. Intentó coaccionarme para… bueno… hacer algo en contra de mi voluntad. Como me negué, esta es su venganza.

-   Podría ser… De hecho, los primeros vehículos, con los que empezamos a tener problemas ayer, son algunos de los más caros. De personas cercanas a su nivel social.

-   ¿Y dices que sólo se ha salvado una venta?

-   Sí. Se trata del coche rojo, el italiano.

-   ¿Has conseguido vender ese coche? – Dice completamente sorprendido. – ¿El que llevo intentando vender yo desde hace un año?

-   Verás… Ha sido justo cuando he ido a abrir a primera hora. Estaba un hombre de pie delante de la puerta. He pensado que vendría a quejarse, pero me ha dicho que está interesado en comprarlo.

-   ¿Tan fácil?

-   Bueno… Ha traído el dinero en metálico, pero ha puesto la condición de que seas tú mismo el que se lo venda.

-   Qué raro. ¿Quién es?

-   No me ha dado ningún nombre. Me ha dicho que te conoce.

-   ¿A mí? – Se da un segundo para pensar quién podrá ser.

-   Le he dicho que estabas de vacaciones y me ha contestado que no hay problema, que se pondrá en contacto contigo. Ha dejado una señal del veinte por ciento y se ha ido.

-   ¿Cincuenta mil euros en metálico? – Pregunta señalando un armario donde ambos saben que se encuentra la caja fuerte.

-   Teniendo en cuenta el lío que tenemos entre manos no me ha dado tiempo a ir al banco a ingresarlo.

-   Mejor. Quiero saber quién es antes de vendérselo. Es bastante dinero a tocateja… a saber de dónde procede.

-   Supongo que me quedo sin la comisión, ¿eh? – Bromea nerviosa intentando quitarle hierro a la aciaga situación.

El teléfono vuelve a sonar. Martín se acerca a cogerlo esperando que no sean más malas noticias.

-   Buenos días.

- ¿Hola? ¿Sí? Buenos días. ¿Podría hablar con Martín Cruz, por favor?

-   Soy yo.

- Mire, le llamo de Tele Levante.

-   ¿De la televisión autonómica dice? – Pregunta fingiendo no haber oído bien para que su joven asistente, a la que ahora mira, sepa quién es su interlocutor.

- ¿Sería posible que pudiese entrar en directo con nosotros? Ya sabe. Para explicar la supuesta estafa de la que se le acusa.

-   ¿Ahora? ¿Por teléfono?

- No. Se han desplazado unos compañeros hasta el lugar.

Asomándose por los cristales del despacho divisa, entre todas las personas congregadas en la calle, un camarógrafo y una reportera que sostiene un micrófono con el logotipo de la cadena de televisión mencionada.

- Martín, por favor ¿sería tan amable de atenderlos?

-   Sí, sí. Les estoy viendo. No hay ningún problema.

Nuestro protagonista cuelga sin esperar a que la voz que le ha llamado vuelva a sonar por el auricular.

-   ¿La tele? – Pregunta Silvia que no puede estar más compungida.

-   Ya voy yo a hablar con ellos.

-   Muchas gracias.

-   Y una cosa más. Ayúdame con todo esto y si salimos… Cuando salgamos de esta, esa comisión es tuya.


La hora de cierre ha llegado tan rápido como un parpadeo. Martín se recuesta sobe su silla de ejecutivo totalmente exhausto después del duro día de trabajo.

Han conseguido atajar la crisis con suculentas ofertas a los enfadados clientes e incluso, muy hábilmente, le ha dado la vuelta a la entrevista en la televisión logrando colar mensajes publicitando el negocio.

Reconoce el buen trabajo de todas las personas que tiene a sueldo, los cuales sólo han descansado cuarto de hora para un bocado a medio día. Todos menos él, piensa mientas parsimoniosamente se afloja el nudo de la corbata.

Ni un minuto transcurre sentado y ya llaman a la puerta del despacho.

-   Adelante.

-   Hola Martín. – Una visiblemente cansada Silvia abre la puerta para entrar y después cerrarla tras de sí.

-   Hola Silvia, hace un rato que no te veo.

-   Estaba en mi mesa ordenando todo el papeleo. Me parece que hoy me voy tarde.

-   De eso nada. Ya está bien por hoy. Ve a casa y mañana te ayudo con todo.

-   Pero estás de vacaciones.

-   No puedo dejarte sola con todo el trabajo.

-   Ya has hecho más que suficiente. Deberías disfrutar de tus días libres con… – La cara de derrota que el rostro de la bella muchacha no le es esquivo a nuestro protagonista. – Con tus hijos.

A la mente de Martín regresan las palabras que pronunció Paula cuando conoció a su asistente: “Que te vea todos los días y recuerde mi cara. Que cuando te huela me huela a mí. No hay nada peor que eso.”

-   Y tú has hecho un gran trabajo hoy. – Intenta levantarle el ánimo. – No sólo conseguimos convencer a la mayoría, sino que de paso hemos salido en la tele explicando todo. Creo que hemos salido de esta. ¿No te parece?

-   Has estado muy convincente.

-   Tú también. – Reconoce mientras piensa en la compenetración de ambos al frente de la crisis. Ha sido como si todo el día se leyesen la mente el uno al otro, gracias a lo cual parecen haber tomado las mejores decisiones.

-   Los dos… juntos.

-   Sí…

Tras un incómodo silencio y debido también que Silvia no quiere permanecer allí por más tiempo del necesario decide dar por zanjado el encuentro.

-   Bueno. – Dice girando sobre sí misma, ofreciéndole un primer plano de ese bonito trasero enfundado en su pantalón de cuadros. – Me voy a recoger.

-   Espera.

-   Dime.

-   ¿Lo celebramos? – Le traiciona el subconsciente.

-   ¿A qué te refieres?

-   Pues… –  Recula Martín con portentosos reflejos. – Hace una hora he pedido que traigan unas botellas y los muchachos están brindando por el éxito de hoy. – Dice refiriéndose a los demás comerciales y mecánicos. – ¿Qué te parece si les acompañamos?

-   No creo que sea buena idea.

-   Venga… nos vendrá bien.

-   Es que no quiero ir. De verdad. Estoy bien.

-   No acepto un no por respuesta. – Parafrasea a su interlocutora con una leve sonrisa esperando que se dé cuenta.

La muchacha baja la mirada para intentar esconder que le ha contagiado el gesto.

-   Está bien. Pero sólo un trago.

-   Perfecto.

Ambos se acompañan hasta la planta de abajo a la vez que Martín cambia de conversación para distraer la cabeza de la mujer.

-   ¿Sabes una cosa? No puedo volver a casa con mis hijos porque resulta que tengo dos hijas. – Dice con una orgullosa sonrisa.

-   ¿Cómo?

-   Resulta que Alex es… bueno. Alexandra.

-   ¿¡En serio!?

-   Sí. Me lo dijo ayer.

-   El caso es que… ahora que lo dices…

-   ¿Tú te lo olías?

-   Digamos que no me resulta raro.

Una gran algarabía puede escucharse antes de entrar a la sala de reuniones donde se encuentran sus compañeros.

Abren la puerta camuflados por las risas del corro que los trabajadores, cada uno con un vaso en la mano, forman alrededor del centro de la sala.

Poco a poco los hombres más cercanos a la puerta de entrada comienzan a darse cuenta de su presencia cambiándoles la cara por completo. Con parsimonia se van apartando ampliando el círculo y dando más visibilidad a los recién llegados de lo que allí acontece.

-   ¡Silvia, eres la mejor! – Puede oírse una exaltación viniendo del fondo.

Martín se gira para ver la cara de su asistente esperando ver una gran sonrisa por el piropo que uno de sus compañeros ha tenido a bien realizar.

Nada más lejos de la realidad. El espanto en sus ojos es palpable.

-   Gracias guapo…

La voz impostada de uno de los comerciales devuelve la mirada de Martín al frente para comprobar que el dueño de dichas palabras, que se encuentra de espaldas a ellos en el centro, posa grotescamente con exagerados movimientos afeminados, a la vez que sostiene un mantel en la cintura simulando ser una falda.

-   …Perdóname que no me acerque a darte un besito. – Prosigue con la imitación sin percatarse de que algunos de sus compañeros le dan señales de que corte la actuación. – Tengo las rodillas destrozadas de hacerle la pelota al jefe, ya me entendéis.

La única risotada que ya se oye es la del propio bromista, que se gira a ver por qué sus gracias ya no hacen efecto entre sus compañeros.

La aludida espira un “ja” antes de darse la vuelta y salir por donde ha venido, intentando llevarse la mayor dignidad que pueda consigo.

-   Joder, Martín, lo siento. Si llego a saberlo… – Se disculpa el empleado.

El jefe sale en busca de Silvia no sin antes fulminar con la mirada al gracioso. Los tacones que viste su empleada le ayudan a darle alcance justo antes de llegar al despacho de la mencionada.

-   Espera, Silvia… – Ruega sujetando su brazo.

-   ¡Te había dicho que no era buena idea! – Le espeta, sabiéndose sin escapatoria, mientras se gira hacia él.

-   No le hagas caso. Lo que ha dicho es por pura envidia y lo sabes.

-   ¿Y tú sabes lo que más me jode? – Hace una pausa para imbuir de solemnidad a sus palabras. – Que si fuese verdad me dolería menos.

-   Silvia, pensaba que ya lo habíamos hablado. Lo siento, pero…

-   ¿Por qué tienes que ser así? – Le interrumpe.

-   ¿Cómo?

-   Tan buena persona…

Silvia agacha la mirada como pensando en si lo siguiente que va a confesar a su jefe es realmente necesario.

-   ¿Sabes? Durante el fin de semana soñé contigo.

-   … – Martín se queda mudo pensando si dicha fantasía se parece a las que él mismo está teniendo.

-   Tú todavía estabas casado con tu mujer y tenías una hermosa familia. Yo trabajaba para ti por el día, pero era diferente, como en una película de guion cutre. Me habías puesto un piso y quedábamos allí para follar a sus espaldas.

Lleva todo el día sin acordarse de ella, pero la jaula comienza a insinuar a nuestro protagonista que puede ser excitante, y a la vez mala idea, seguir escuchando a Silvia.

-   Yo no era la típica secretaria que se quería fugar con su jefe, ni le exigía que abandonase a su mujer para dejar de ser “la otra” y empezar una vida juntos. Yo era diferente. Tu mandabas, en el trabajo y en nuestros escarceos.

Martín no da abasto con la cantidad de saliva que tiene que tragar.

-   Me dedicaba a complacerte sin pedirte nada a cambio. A hacer realidad tus mayores fantasías, tus más oscuros deseos. Si tenías un mal día en el trabajo dejaba que lo pagases con mi cuerpo de la forma que más te gustase. Y si tenías uno bueno… te suplicaba que lo hicieses de todas formas. Y después de usarme, abandonabas mi lado día tras día para disfrutar de tu perfecta vida con tu esposa e hijos.

Los genitales comienzan a sentir esa característica placentera molestia que, como Martín bien había aprendido, precede al dolor.

-   Vivía por y para hacer tus caprichos realidad. Tu amante sumisa. Tu puta personal. Tu sucia perra. Tu obediente esclava. Y no podía ser más feliz.

-   Si… Silvia…

-   Cuando me desperté sentí la necesidad de ponerme mi mejor conjunto de lencería, me arrodillé delante del espejo y comencé a tocarme. Me imaginaba así delante de ti mientras me ponías un collar con una correa. Y entonces tuve el mejor orgasmo de mi vida. Me corrí como nunca antes lo había hecho.

El silencio se apodera del lugar hasta que después de unos interminables segundos pueden oír cómo la puerta de acceso a la sala de juntas se abre para dejar escapar las voces de sus compañeros revelando sus intenciones de abandonar el lugar e irse a casa.

Para no ser descubiertos envueltos en tan delicada conversación, Silvia agarra a su petrificado jefe para acceder juntos al despacho de la misma.

A solas nadie puede interrumpirlos. La muchacha mira ahora a los ojos de su acompañante intentando averiguar sus intenciones.

-   Verás… yo… - Comienza nuestro protagonista a buscar palabras sin saber bien lo que va a decir. De hecho, ignora ya lo que pensar.

-   Otro tío estaría ya arrancándome la ropa. – Confiesa con resignación Silvia, mientras niega con la cabeza. – Pero tú no, ¿Verdad? El bueno de Martín Cruz.

Nada más lejos de la realidad. En menos de un minuto, la mente de nuestro hombre se la ha follado ya de mil formas diferentes. A cuál más obscena e inconfesable. Incluso se le pasa por la cabeza excusarse contándole que si eso no está ocurriendo es por culpa del cepo metálico que atrapa su polla.

Viendo la indecisión en su rostro, Silvia eleva una mano para acariciarlo con la vana esperanza de cambiar su semblante.

-   Si no fueras así… Si fueras un cabrón como el resto… – Dice mientras señala con el dedo hacia el lugar por donde se supone que sus compañeros están saliendo – … todo sería más fácil.

A Martín no le pasan desapercibidas esas palabras y piensa en la de veces que ha escuchado ya por parte de muchas de las personas de su vida lo buen hombre que es: Josefa, Carolina, Paula, Alex, Silvia…

La dicotomía entre lo que esa gente opina de él y los terribles actos que ha estado a punto de cometer le perturba. ¿De verdad soy tan bueno? Yo que casi… fuerzo a mi propia hija. ¿Merezco su indulgencia?

Esos pensamientos aflojan un poco la presión de su entrepierna calmando sus inflamadas intenciones.

-   No vas a decir nada. ¿no?

-   …

-   Vete a casa. – Ordena Silvia mientras se gira hacia su escritorio, el cual está lleno de documentos, obligándose así a dejar de mirarle. – Ahora no puedo… Necesito que no estés aquí.

Hecho un auténtico lío, Martín no está seguro de que ahora mismo algo de lo que pueda decir arregle nada. Así que gira el pomo de la puerta y abandona la estancia sin decir nada, no sin antes echar un último vistazo a las maravillosamente curvadas líneas dibujadas en el pantalón de su asistente.


-   ¡Has estado genial, papá! – Exclama Carolina.

-   Y muy guapo. – Recalca su hermana.

-   Así que me habéis visto por la tele, ¿eh?

Las dos gemelas aprovechan que Martín hace rato ha llegado a casa para agasajarle y apoyarle tras un estresante día.

-   ¿Y qué me dices de Silvia? – Pregunta la primera. – Está muy cambiada. – Asegura sin darse cuenta de lo irónico que es que ella misma diga eso y más aún delante de su hermana.

-   Sí. – Alarga la vocal Alexandra. – Ahora me creo lo que dijo Paula de que está coladita por papá.

-   No creo que… – Comienza a decir Carolina sin dejar hablar a su padre y antes de ser interrumpida por su hermana.

-   ¿No? ¿Recuerdas cómo se vestía antes cuando la conocimos? Es una chica que cambia su forma de vestir de la noche a la mañana y que se maquilla cuando sabe que va a pasar tiempo con el hombre de sus sueños. Está clarísimo.

Las manos de Carolina se sacuden ante las palabras de Alexandra.

-   Te puedo asegurar que eso no es así. – Martin miente para salvar el honor de su empleada. – Por cierto, ¿y Paula? – Cambia de conversación viendo los temblores de su hija. Además, tiene la esperanza de que la morena no haya visto tal acto de compenetración laboral entre su empleada y él. Aunque le haya dado muestras de su falta de celos, quizá no es buen momento por todo lo que ha pasado con su abuelo. – ¿Dónde está?

-   No sé. – Contestan al unísono las jóvenes para después reírse por lo ocurrido.

-   Ya hablamos a la vez hermanita. – Le dice Alex a su gemela.

-   La que me espera. – Bromea su padre. – Ahora en serio. ¿No lo sabéis?

-   Hemos salido a correr esta mañana después de que intentase llamar a su padre. – Cuenta Carolina. – Luego se ha ido a casa y no ha venido ni a comer. No la he visto desde entonces.

-   Yo llevo todo el día en mi cuarto. – Confiesa Alexandra.

Como si de la mayor de las casualidades se tratase, la morena hace su aparición por la puerta principal haciendo uso de un juego de llaves.

-   ¡Vale, estáis los tres! – Exclama inquieta devolviendo el llavero a su dueña. – Gracias Alex.

-   Pero, ¿cuándo te he dejado yo…?

Pero Paula está tan alterada que no deja que la rubia termine con la pregunta.

-   He podido hablar con mi padre. Haced las maletas. Mañana nos vamos a la capital.

-   ¿¡Qué!? – Exclaman las gemelas otra vez de forma acorde.

-   Paula, espera un poco. – Nuestro protagonista intenta poner algo de cordura a la conversación. – Comienza desde el principio. ¿Qué has hablado con tu padre?

-   Veréis. – Prosigue un poco más calmada. – Le he pedido que hable con sus amigos de la ONG para ver si podía… ya sabéis… colarme en una de las listas de chicos que van a obtener las becas.

-   ¡Paula! – Exclama Alexandra ante lo que parece obvio. – ¿Has dejado a algún pobre chico sin beca para poder entrar tú?

-   ¡No! Bueno… Sí. En realidad, a tres.

-   Joder, Paula. – Niega con la mirada su amiga mientras se da cuenta de la tontería que ha hecho al preguntarle. Sabe de sobra que la morena es capaz de eso y más.

-   A ver, no es lo que pensáis. Veréis… Ya que por mi culpa vuestro abuelo os ha cerrado las puertas en las narices como a mí el mío… He pensado que si estaba en mis manos podría conseguiros una beca a vosotras también. Es lo menos que puedo hacer, y os lo merecéis.

-   ¿Y esos pobres chavales?

-   No pasa nada. Lo saben. Es más, están de acuerdo. Mi padre ha podido hablar con ellos en el centro que tiene la ONG en la capital. Lo único que piden a cambio de ceder su beca es… – Hace una pausa enseñando la dentadura con una falsa sonrisa.

-   ¿Qué? – Pregunta nerviosa Alexandra.

-   Bueno… Resulta que necesitamos setenta mil euros.

-   ¿¡Cuánto!? – Exclama Martín.

-   Serían veinte mil para cada uno y diez para el conocido de mi padre que va a falsificar los papeles con nuestros nombres.

-   ¡Joder, estás loca! – Le espeta la rubia de pelo corto.

-   Hay un problema.

-   ¿Otro más?

-   Sí. Como fingiremos ser chavales sin hogar tendríamos que pasar el verano en el campus, en uno de los colegios mayores.

-   ¡Vaya locura! – Se lleva las manos a la cabeza Alexandra. – ¿De verdad te lo estás planteando?

-   Entiendo que no queráis ir, pero la herencia de mi abuelo bien merece la pena la inversión. Además, mi orgullo no me permite hacer otra cosa. Lo único que siento es no poder dormir con mi chico todas las noches. – Asegura mirando a Martín mientras le guiña un ojo. – Pero eso no significa que no podamos vernos todos los días.

-   A ver si lo he entendido bien. – Comienza el aludido. – Hay que ir a pagar setenta mil euros a tres chavales a la capital para que os cedan sus becas y podáis ingresar a estudiar vuestras carreras a la universidad. La única pega es que tenéis que pasar las noches en una residencia de estudiantes, ¿no es eso?

-   Exacto. – Corrobora la morena.

-   Es una locura. – Sigue Alexandra con la retahíla sin mirar a nadie en concreto.

-   ¿Cuánto tiempo tenemos para pensarlo?

-   Esa es la otra pega.

-   La otra dice…

-   Tiene que ser mañana sin falta. Fletan un autobús en el que van los becados desde la capital hasta aquí, a la universidad. Tenemos que llegar montados en el mismo para que nuestra coartada se sostenga.

-   ¿¡Mañana!?

-   Sí. Vamos mañana a la capital. Pagamos a los chicos. Arreglamos los papeles. Nos montamos en el autobús y volvemos a nuestra ciudad en él para pasar la primera noche en el campus.

-   ¿Y de dónde vas a sacar el dinero? – Pregunta Martín.

-   Yo no tengo… ya sabes. Esperaba que tú…

-   Paula… Acabo de comprar los coches a las chicas. No tengo liquidez ahora mismo. El resto de ahorros los tengo invertidos. Y no veo la manera de reunir tanto dinero en tan poco tiempo.

A Martín se le viene a la mente la cantidad que hay guardada en la caja fuerte de su despacho, pero enseguida deshecha esa idea dándose cuenta, aparte de que la cantidad no alcanza, del delito en el que consiste tal fechoría.

-   Ya… ya se me ocurrirá algo. – La fingida fuerza en la expresión de Paula no consigue ocultar lo apesadumbrada que está ahora. – No te preocupes.

-   ¡Algo tenemos que hacer! No te vamos a dejar sola. – La hasta ahora callada Carolina sale en consuelo de su mejor amiga.

-   ¿De verdad te lo planteas? – Le pregunta su gemela.

-   Sí. ¿Qué podemos perder?

-   ¿Unos setenta mil euros por ejemplo? – Le espeta.

-   Bueno… Sólo es dinero.

-   Cómo se nota que tú no sabes el esfuerzo que cuesta ganar esa cantidad. – Asegura Alexandra.

-   ¿Y tú sí lo sabes? – Pregunta intrigado Martín ante tal afirmación.

-   Yo… Papá… No… no es lo que yo quería… Sólo es una forma de hablar. Ya sabes. – Los nervios de Alexandra la delatan y la siguiente afirmación por parte de su gemela acaba por sorprender aún más si cabe a un boquiabierto Martín.

-   ¿Es que has ganado todo ese dinero este finde con la nueva web?

-   Carol… Joder, ¡Claro que no!

-   ¿Qué web? – Pregunta Martín de forma infructuosa pues las tres muchachas se han puesto a hablar entre ellas.

-   ¿Cuánto entonces? – Pregunta Carolina.

-   No te lo pienso decir. – Asegura su hermana.

-   Si quieres te lo digo yo. – Espeta la ahora burlona Paula.

-   Sí, porfa… Dímelo. – Provoca la rubia a Alexandra.

-   ¡Ni se te ocurra! – Entra al trapo.

-   Da igual. – La morena da por zanjada la divertida riña. – De todas maneras, jamás te pediría dinero. Es tuyo.

-   Si has ganado ese dinero deberías usarlo para que entremos. Se lo debes a Paula. Por todo lo que te ha ayudado… nos ha ayudado. – Se corrige Carolina. – Además, si te va tan bien siempre puedes ganar más.

-   No es eso… De verdad que quiero ayudar. Es que el plan de las becas… no sé… no lo veo.

-   Venga hermanita. – Intenta dar lástima con la cara de cordero degollado más hermosa del planeta. – No nos dejes solas. Vamos a hacerlo las tres juntas. ¿Es que acaso no quieres entrar a estudiar diseño?

-   Sí, pero… Además, no es suficiente.

-   ¿Alguien me puede explicar qué coño es eso de la página web? – Pregunta nuestro protagonista al aire ya que siguen sin hacerle caso.

-   No seas así. – Implora Carolina. – Dime cuánto.

-   Pesada… Está bien… digamos que quizá podría llegar para una de nosotras. ¿Contenta?

-   Entonces que sea Pau la que entre.

-   No chicas. No voy sin vosotras. – Asegura la morena un tanto emocionada.

-   Pero si sólo hay dinero para una…

-   Yo… No puedo… Sin vosotras no. – Las coge de la mano.

Martín aprovecha que la emoción del momento parece haberlas dejado sin palabras.

-   Yo podría poner el resto. – Asegura nuestro protagonista con la intención de que las tres se giren a escuchar lo que tiene que decir.

-   Pero Martín, acabas de decir…

-   Es un dinero que no pensaba tocar jamás. Y no lo tocaré sin que me respondáis un par de preguntas.

-   De acuerdo. – Responde Carolina por las tres.

Todas terminan por atender las palabras del padre.

-   Alex, ¿Cuánto dinero has ganado exactamente con la web esa?

-   Te lo cuento si no te enfadas. – Apela.

-   No me gusta nada cómo suena eso. ¿Acaso estás metida en algo malo o peligroso?

-   No, no. Es sólo que…, gracias a la ayuda de Paula este fin de semana, le he dado un nuevo impulso a mi pequeño negocio de diseño.

-   Eso… no suena tan mal. – Asevera Martín esperando ser arañado todavía por el gato encerrado. – Pero es mucho dinero ¿Dónde está la pega?

-   Digamos que la diferencia entre ser un creador de contenido y una creadora de contenido son un par de ceros.

-   ¿De cuánto estamos hablando?

-   De veinte mil euros, papá. Claro.

-   ¡Joder! – Exclama Martín pensando en las probabilidades de tal casualidad.

-   ¿Qué pasa? – Pregunta Carolina intrigada por la cara de circunstancia de su padre.

-   Una pregunta más: ¿Estáis completamente seguras de hacer esto? – Mira alternativamente a sus retoños intentando cargar de solemnidad a sus palabras.

-   Sí, completamente. – Asegura la bella de pelo largo con rotundidad.

-   ¿Alex? – Pregunta el padre viendo la duda en su rostro.

-   ¡Venga Alex! – Ruega su hermana. – Por Pau. Se lo debes.

-   No quiero coaccionar tu decisión, pero… – Interviene Paula. – ¿Te acuerdas de lo que hablamos el sábado?

-   ¿El qué?

-   Aquello de que querías ir vivir a un sitio siendo Alexandra desde el principio. Que todo el mundo te conociese ya tal y como eres. Sin saber de tu pasado.

-   Serás… – Intenta expresar desagrado viendo como su interlocutora ha dado justo en fibra sensible haciendo que su punto de vista se tambalee.

-   Es tu oportunidad. Incluso podríamos llevarnos el portátil para hacer streams desde la resi.

-   Venga, hermanita...

Sin que Alexandra se dé cuenta, sus dos amigas han cogido cada una de sus manos. Sus fuerzas acaban cediendo. Están hablando de su mayor sueño, tema para nada insignificante.

-   Está bien... – Dice alargando la últiama vocal mirando a Martín. – Me apunto.

Las otras dos muchachas gritan de alegría mientras se abrazan a ella. Se presenta ante él una nueva escena para agregar a su ya abultada colección de fantasías. Las tres no paran de sobarse entre risas y besos.

- ¡¡¡Un momento…!!! ¡¡¡Veinte mil en sólo dos días!!!