La Verdad 2 (Capítulo 7)
Séptimo capítulo. Apellidos.
- Así que llevas una jaula.
- ¡Carol! No me mires. Estoy desnudo.
- Ya me lo dijiste, un padre y una hija no deben verse desnudos. Pero ayer desvestiste a Alex.
- ¿Te lo ha contado?
- ¿Prefieres ver sus minúsculas tetas a las mías? A mí no me dejaste hacer topless.
- No te enfades.
- O será que ahora te gustan las pollas.
- ¡No!
- ¿Seguro? Es casi como si tú ya no tuvieses una.
- No es cierto.
- ¿Entonces?
- Lo hice por curiosidad.
- Ya veo… Como cuando te has puesto mis prendas. O como cuando Paula te metió el dedo por el culo.
- Esas son cosas…
- Y lo de ayer… Casi le comes la polla a Alex. Es más que curiosidad.
- Carol...
- Es eso o… Es que la prefieres a ella.
- No…
- Pues dime la verdad.
- Te prefiero a ti.
- Y yo te quiero papá. Pero mira en quien te has convertido.
- ¿Cómo?
- Una mujer como yo necesita un macho, y no un hombre afeminado sin polla como tú. Te he sobrepasado. Estoy por encima de ti.
- Si me puse la jaula es por ti. Si no la llevase puesta te hubiese… violado.
- Debiste hacerlo. Perdiste tu oportunidad.
- No me puedo creer que me estés diciendo esto.
- Ahora sólo puedes correrte cuando te meten cosas por el culo.
- Solo es cuestión de tiempo que me lo quite…
- Admite que te gustó… Demasiado.
- ¿Y qué? Muchos hombres…
- ¿Y si es la única forma que te queda de follar conmigo?
- ¿Qué haces?
- Quitarme la falda.
- ¡Joder! Es la polla de tu hermana.
- Sí. ¿No sería un sueño? Soy lo mejor de ambas.
- No es posible.
- ¿Te gustaría saber qué se siente siendo penetrado por mí? Tener la pollita de Alex dentro mientras estrujas las tetas de Carolina.
- Yo…
- Dilo.
- Todo es culpa de esta jaula. No debí ponérmela.
- Tienes que decidirte de una vez.
- …
- No puedes tener a ambas. O Alex o Carol. Ser un afeminado sin polla o un monstruo que viola a su propia hija.
- Me duele… La jaula.
- Estás demasiado cachondo.
- No quiero que me duela más.
- Entonces déjame que te ayude.
- ¿Cómo?
- Deja que te folle el culo.
- No…
- Lo necesitas. Necesitas descargar.
- ...
- Siente como entra.
- Me… me la estás metiendo.
- Mira mis ojos. Piérdete en ellos.
- Mis huevos…
Todavía es de noche, aunque según el reloj quedan apenas unos minutos para que amanezca, y toda una hora para que llegue Josefa. Como va siendo costumbre, Martín repite el ritual de cada mañana esperando que su polla le dé un respiro.
Esta vez ha sido más madrugador que Paula. Decide no despertarla, pues seguramente necesite descansar por todas las emociones de ayer. A tientas, abandona la habitación sin hacer ruido, ya con un cómodo pantalón y una camiseta de andar por casa.
Bajando las escaleras piensa que, aunque sigue doliendo, ya no es tanta la angustia que le produce el chastity como lo hacía durante los primeros días. Quizá se esté acostumbrando. De todas formas, no le hace cambiar de parecer en cuanto a su deseo de ser libre.
Justo antes de abrir la puerta escucha el ruido de la cafetera haciendo su trabajo lo que le indica que alguien se ha despertado antes que él.
De espaldas a nuestro protagonista, una presencia se encuentra manipulando varios utensilios de cocina preparando lo que parece el desayuno. Un culito estrecho, pero perfectamente redondo, está semicubierto por un ajustado pantaloncito deportivo rosa de estilo vintage anudado a la altura del ombligo. En la parte de arriba viste con una banda de tela con tirantes que suben por sus hombros.
Enseguida adivina que dicha prenda es parecida, si no es la misma, que el sujetador de entrenamiento que Alexandra llevaba ayer. Eso y el pelo rubio corto terminan por darle la pista de que es su recién descubierta hija la que se encuentra ahí de pie.
Sorprendido y maravillado a partes iguales, observa la eficacia que las pastillas tienen sobre ese cuerpo. La velocidad con la que comenzaban a modificar la figura, estrechando la cintura y ensanchando las caderas, es considerable. Sin llegar a ser un cambio exagerado, y a pesar de no llevar el vestido de ayer, con su efectivo corsé, la femineidad se va apoderando de Alexandra poco a poco.
La jaula parece encoger apretando la polla de Martín, que amaga con hincharse de nuevo, a la vez que su hija se gira. El redondito trasero es sustituido por un pequeño bulto en el frontal del short rosa.
- Buenos días, papá. No te he oído entrar.
- Eh… Buenos días, Alex. – Responde elevando bruscamente la mirada hacia el rostro de ella.
- ¿Qué hacías?
- Yo…
- Me estabas mirando… el culo. – Asegura un tanto ruborizada.
- Lo siento…
- Tranquilo. Me imagino que es porque todavía no estás acostumbrado.
- Sí.
- Como ayer…
- Ya te dije que lo sentía.
- No pasa nada. Incluso me gustó… un poco.
- … – Martín no es capaz de contestar pues a su mente regresa la inhiesta pollita.
- Era la primera vez que estaba desnuda en presencia de otro hombre. Por lo menos desde la infancia.
- Vaya.
- Espero que no te molestara. Ya sabes… Fue el morbo del momento.
- Tranquila. No tienes que disculparte.
- Por un momento pensé que ibas a…
Ninguno de los dos se atreve a terminar la frase que la muchacha acaba de iniciar. Los segundos parecen haberse detenido. Lo único que parece desafiar dicha parada temporal es el corazón de Alexandra, que comienza a bombear sangre a su miembro, y cuyo resultado es la perceptible inflamación del bultito dentro de sus shorts. Pero los azules ojos se abren como platos demostrando preocupación por otro motivo.
- Buenos días. – La voz de Carolina indica que acaba de entrar en la cocina.
- Buenos días, Carol… Estábamos haciendo café. – Un sorprendido Martín intenta disimular la situación.
- Ya veo. – Comenta, todavía adormilada, mientras le da un beso en los labios como saludo, lo que hace que su padre se estremezca aún más.
- Hola Carol. – Hace lo propio Alexandra, mientras su hermana abandona el contacto de Martín para acercarse a ella.
- Buenos días hermanita. – Saluda de igual forma a su gemela.
El beso que se dan en la boca, aunque fraternal, hace que la mente de nuestro protagonista vuele. En una fracción de segundo, y sin estar todavía completamente recuperado del erótico sueño del que ha despertado hace unos minutos, se le ocurren mil y una perversiones ante tal inocente espectáculo.
La vestimenta con la que se ha presentado en el lugar tampoco ayuda porque, debido también al calor de la época del año, Carolina tan solo lleva una braguita y una camiseta de tirantes, con lo que se pueden adivinar todas las curvas de su anatomía. La jaula aprieta placenteramente cada vez más.
- ¿De qué hablabais? – Pregunta curiosa mientras sirve tres tazas de café.
- Oh, de nada. – Responde fingidamente Alexandra.
- Algo tendrá que ser. Os habéis callado justo cuando he entrado. ¿No queréis que lo sepa?
- Le decía a tu hermana lo mucho que parece haber cambiado. – Asegura Martín.
- Por lo menos ya no tiene que robar la ropa de mi armario.
- Sí. Es una verdadera liberación poder andar así por casa sin esconderme.
- ¿Te vas a dejar el pelo largo por fin? – Pregunta Carolina.
- No sabes las ganas que tengo.
- Papá, ¿Te acuerdas cuando éramos pequeñas y se enfadaba porque me peinabas y me hacías coletas y a ella no? – Expresa burlona.
Varias escenas como la descrita por la rubia regresan a la memoria de Martín, que se da cuenta de las pistas que en pasado indicaban la verdadera condición de quien fuera su hijo.
- Algo creo recordar.
- Siempre has sido su preferida. – Afirma Alexandra.
- ¿Lo ves? Celosa. – Dice ya con una sonrisa de complicidad con su gemela.
- ¿Y tú qué? ¿Es que la cabeza hueca de mi hermana ya no sabe ni ponerse un sujetador? – Bromea mientras agarra uno de los pechos de Carolina para estupor de Martín.
- ¡Ah! ¡Suelta! Todavía me duelen un poco. Todos los sujetadores que tengo me quedan pequeños y me aprietan.
- ¡Ah, guarra! – Protesta Alexandra ante el pellizco que sufre por parte de su hermana en uno de sus, todavía pubescentes, pezones.
- A que duele, ¿eh?
Un boquiabierto Martín observa la escena sin saber bien qué hacer. Por una parte, parecen un par de chicas envueltas en un divertido juego de poder como lo harían cualquier pareja de hermanas que fingen llevarse mal pero que se quieren como nadie. Por otra, parece el sueño erótico del mayor de los pervertidos, protagonizado por dos hermosas gemelas.
Una cosa es cierta: a pesar de todos los perturbadores pensamientos que la excitación le obliga a tener, Martín no puede estar más contento. Parece que por fin sus hijas son las jóvenes alegres que siempre había soñado, lejos de la tristeza que habían sembrado en los años de instituto.
- Ya verás cuando las tenga más grandes que las tuyas.
- ¿Y qué? Soy más guapa.
- Sabes que somos gemelas, ¿no?
- Ya verás. – Carolina se gira hacia su padre mientras coloca de forma provocativa una mano en la cintura arqueando la espalda, con lo que acentúa sus curvas para deleite del hombre. - ¿Quién es más guapa de las dos, papá?
- Soy yo. ¿Verdad, papá? – Dice con una voz aún más melosa que la de su hermana, posando de forma similar.
¿Qué puede decir nuestro protagonista ante tal espectacular exhibición de belleza? Si realmente expresase sus verdaderas intenciones no le quedaría otra que soltar “os follaría aquí y ahora a las dos”.
- ¿Qué va a decir un padre de sus hijas? Pues que sois las dos las más guapas del mundo. – Responde disimulando el nerviosismo que la calentura le provoca.
- ¡Oh venga, papá! – Exclama Carolina. – Como hombre.
- Eso. Si no fueses nuestro padre. Si nos acabases de conocer. – Se suma Alexandra al argumento de su hermana. – ¿A quién te… con cuál te quedarías?
- Di que conmigo. – Solicita la primera. – Ya tuvimos una cita el fin de semana. Y sabes que si fuese tu chica me vestiría y posaría para ti siempre que me lo pidieses.
- Así que esas tenemos… – Replica la segunda. – Pues yo haría lo contrario. Me dejaría quitar la ropa. – Le guiña un ojo a su padre con la intención de hacerle revivir la tarde de ayer.
- ¡Serás guarra! – Exclama entre risas.
- Habló la santa. Sabes que por las noches te oigo a través de la pared. ¿Hasta qué hora estuviste ayer con tu juguetito?
Es demasiada la provocación a la que Martín es sometido. Debido a las innumerables connotaciones que todos esos gestos y palabras acarrean, y a los escasos trapitos que apenas envuelven sus hermosos cuerpos, no puede dejar de pensar en que ahora mismo desea atrapar a ambas en una vorágine de sexo incestuoso. El morbo y la excitación acumuladas son demasiado poderosas como para luchar contra sus instintos más primitivos.
Su mente está a punto de entrar en barrena. Es la misma sensación que tuvo cuando azotó a Paula disfrazada de Carolina, o la noche del sábado cuando se encontraba a solas con su embriagada hija. La presión que siente en sus genitales no es suficiente para frenar sus intenciones así que disimuladamente se clava las uñas en las palmas de la mano para no despertar a la ávida y calenturienta bestia en la que sabe que puede convertirse.
- Parad las dos, por favor. Dejad de discutir. – Ordena a sus hijas, sudando a mares.
Ambas estallan de risa.
- ¿Es que no te das cuenta? Estamos de broma.
- Tendrías que verte la cara, papá.
Debido a que la ahora silenciosa cafetera ya ha realizado su cometido, se pueden percibir los leves sonidos de pasos que indican que Paula está a punto de entrar en la cocina. Lo que hace que todos los presentes se calmen, en especial Martín, disimulando un poco lo que estaba ocurriendo.
- ¿Es que no se puede dormir en esta casa? – Apela somnolienta, vestida con su vaporoso pijama, mientras atraviesa la puerta.
La morena saluda con un beso a cada uno de ellos para servirse también una taza de café. Un poco más serenos, sus convivientes la acompañan sentándose los cuatro a la mesa en la que acostumbran a desayunar. Las dos gemelas en un lateral, y la pareja frente a ellas, en el otro.
- ¿Qué tal estás? – Se preocupa Carolina.
- Mejor. Vuestro padre sabe cómo levantar el ánimo. Me cuidó muy bien anoche y he podido dormir del tirón. – Comenta veladamente.
- ¿Te apetece que salgamos a correr antes de que haga más calor? – Propone la rubia.
- Claro. Después del café.
- ¿Sabes ya lo que vas a hacer? – Interroga la otra gemela a la recién llegada.
- Ni idea. Pero algo se me ocurrirá.
- Es que aún no me creo que se hayan atrevido a desheredarnos. ¡Qué hijos de puta! – Se altera Alexandra.
- Yo creo que si hablo con el abuelo… – Dice Carolina albergando algo de esperanza.
- Ni lo intentes. Él se lo pierde. No podemos arrastrarnos ante sus exigencias. – Asegura Paula.
- Es que me da mucha pena que todo haya acabado así.
- De todas formas, hay una cosa que se me escapa. – Indica la morena.
- ¿El qué?
- ¿Qué puede tener contra ti? – Se dirige ahora a Martín.
- ¿Cómo dices?
- Sí. Aseguró que te destruiría. Algo así como que te devolverá al agujero del que viniste. ¿Por qué dijo eso?
Martín rememora las palabras de su suegro de boca de su amante. Es cierto que existe un secreto que jamás ha contado a nadie. ¿Es ese el momento idóneo para revelarlo?
- No sé cómo pretende destruirme. Creo que es un farol. Pero sí que es verdad que hay algo que nunca os he dicho.
- ¿El qué, papá? – Pregunta intrigada Alexandra leyendo la mente de las otras muchachas.
- Supongo que ya da igual.
- Cuéntanos.
- Igual que te ha pasado a ti, Alexandra, es algo que debía haberos contado hace mucho tiempo. Pero ahora que sois mayores espero que lo comprendáis mejor y os deis cuenta de que no fue mi intención ocultaros nada.
- Por favor. Ve al grano, papá.
- Veréis. La verdad es que soy huérfano.
- Ya sabemos que los abuelos murieron cuando teníamos un año. – Recuerda Carolina.
- Sí, en el incendio. – Apunta Alexandra.
- No. – Agacha la mirada perdiéndose en sus recuerdos. – Lo que quiero decir es que yo nunca conocí a mis padres. He sido huérfano toda la vida.
- No puede ser… ¿Y la abuela Casilda y el abuelo Pablo?
- Fue idea de vuestro abuelo Eliseo. ¿Te acuerdas, Carol, cuando te conté sobre las condiciones que nos puso para estar juntos tu madre y yo?
- Sí… – Consigue responder todavía asombrada.
- Pues después de morir vuestra madre, me impuso una última condición. Buscó una noticia en un periódico sobre una pareja de nivel acomodado que murió en un incendio en su piso, en la capital. Me obligó a fingir delante de todo el mundo, incluso de vosotros, que esos habían sido mis padres. Ella se llamaba Casilda y él Pablo Cruz. Por lo que averiguamos no tenían hijos.
- Pero… ¿por qué? – Interroga Alexandra.
- Porque tu abuelo no soportaba la idea de que su hija hubiese dado a luz a los gemelos de un pobre. Me dijo que afectaría a sus negocios. Que a cambio se ocuparía de pagaros todo: la casa, los estudios, … incluso pondría a mi nombre la empresa de alquiler de coches. Así que me llevó al registro civil a cambiar mi apellido.
- ¡Joder! – Exclama Paula.
- Siento que no haberos dicho nada antes, pero supongo que ahora que vuestro abuelo no quiere saber nada de nosotros eso ya da igual.
- ¿Nos estás diciendo que nuestro apellido se debe a una casualidad? – Se vuelve a alterar Alexandra.
- Lo siento, pero sí. El apellido que me pusieron en el centro de acogida de menores fue Castillo. Pero supongo que tampoco es el verdadero.
- Chicos, no pasa nada. – Echa un capote Paula a su pareja viendo las caras de congestión de las hermanas. – Poneos en su lugar. ¿Acaso no es el mismo padre que os ha criado? Qué más da si su apellido es uno o es otro. ¿Eso hace que los abrazos y los besos que os ha dado durante toda vuestra vida valgan menos? A mí no me importa si es pobre o rico. Es un hombre maravilloso. Yo me sentiría afortunada de tener un padre que me quiera tanto.
- Gracias, Paula. – Reconoce el gesto Martín.
- ¿Cuál era el centro de menores en el que vivías? – Pregunta la morena ya que las gemelas parecen haberse quedado sin palabras.
- Esa es otra. Yo no soy de esta ciudad. Me crie en la capital. Allí se encuentra el centro donde crecí. Recuerdo que se financiaba a partes iguales por la comunidad y por la ONG que lo gestionaba. Tenía el mismo nombre que ésta: “Caritas Sonrientes”.
- ¡Joder! – Exclama Paula.
- ¿Qué?
- Que es la misma ONG con la que trabaja mi padre. Por eso te lo preguntaba. El chofer y el jardinero de mis padres vivían en el centro de menores que hay aquí en la ciudad, antes de darles trabajo. Tiene el mismo nombre.
- ¡Qué casualidad!
- No te creas. Cada año consiguen más financiación. Hacen una labor enorme por todo el país. No es raro que te criases en uno de sus centros.
- Menos mal que aún queda gente altruista en el mundo.
- Y dime, ¿cómo acabaste en esta ciudad?
- Pues porque tenían un programa conjunto con la universidad de aquí para estudiantes de último año de bachillerato. Con diecisiete años vinimos en autobús, como si fuese una excursión, a ver las carreras en las que te podías matricular una vez terminado el instituto. Ahí conocí a María.
- Entiendo.
- Esto ya se lo conté a Carolina. Renuncié a la beca que me dieron un año después por ellos.
- Oh. Eso no lo sabía.
- Tuve que ponerme a trabajar para que María pudiese estudiar.
- ¡Joder! ¡Eso es! – Exclama la morena sobresaltando a todos.
- ¿Qué?
- ¡La beca! ¡Cómo no me he dado cuenta antes!
- No entiendo.
- ¡Claro! La beca para niños desfavorecidos. ¿Cómo se llamaba…? – Intenta hacer memoria. – ¡Qué rabia! Mi padre me ha hablado de esto mil veces…
- No me acuerdo, hace ya mucho de eso.
- …La beca “Un futuro mejor”. ¡Eso es!
- Sí. La misma.
- ¡Joder! ¡Joder! ¡Joder!
- Pero, ¿qué te pasa? – Pregunta una desconcertada Alexandra.
- Si consiguiese una beca de esas… Podría realizar mis estudios y mi abuelo no podría hacer nada para impedirlo.
- Pero eso parece una locura.
- ¿Por?
- Porque se supone que tienes que ser una niña desfavorecida, ¿no? Además, dijiste que tu abuelo no dejaría que te matriculases porque es miembro del consejo de administración de la universidad.
- ¡Qué va! Esas becas no son como las que da la propia universidad. Son de obligatorio cumplimiento por el acuerdo que tienen con la ONG. Desgravan muchos impuestos con ello y podrían incurrir en una malversación. Si rechazasen a alguien con esa plaza sería un escándalo. Podría incluso salir en la prensa y muchos de los benefactores retirarían sus donaciones. ¡Es perfecto!
- ¿Tú crees que eso detendría a tu abuelo?
- ¿Te imaginas el titular? “El gran empresario Fernán Medina retira la beca de su propia nieta a la que había abandonado en la indigencia”. Sería un mazazo para sus inversiones. No puede permitirse esa publicidad.
- Pero se te olvida lo más importante, ¿cómo vas a hacer para obtener una?
- ¡Tengo que llamar a mi padre!
Martín y Alexandra observan cómo la morena abandona la cocina corriendo en busca de su móvil. De lo que no se percatan es que Carolina lleva ya un rato con la mirada perdida.
- ¡Vaya movida! – Expresa la gemela de pelo corto.
- Me parece una locura. Pero no creo que podamos detenerla ahora. – Asegura el padre.
- En cuanto a lo de antes… ya sabes. Siento haberme alterado.
- Lo entiendo. Tenía que haber sido sincero desde el principio.
- Parece que nuestras situaciones son parecidas, ¿no, papá?
- Eso parece, sí.
- Pero no te preocupes. No cambia nada. Carol y yo te queremos igual. ¿Verdad, hermanita?
Pero lejos de obtener una respuesta favorable, su gemela se levanta sin pronunciar una sola palabra, y abandona la mesa con largas zancadas, sensiblemente afectada, desapareciendo por la puerta.
- ¿Puedo pasar? – Golpea Martín la puerta entreabierta del desván con los nudillos.
- ...
- Lo siento, mi niña… – Comienza a disculparse a la vez que accede al lugar.
- Mal empiezas.
- Lo siento,… Carol… Sé que no tengo ninguna excusa. Sólo espero que me perdones algún día.
Lejos de lo que espera nuestro protagonista, la voz y el rostro de la muchacha no transmite enfado o llanto, sino melancolía. Se encuentra agachada en el suelo, delante de una vieja caja que parece contener varios papeles antiguos. El armario de las cosas de su madre está abierto, por lo que Martín sospecha que es de ahí de donde ha podido salir dicho objeto.
- ¿Qué tienes ahí?
- Recuerdos.
Entre varias fotos en las que salen los gemelos de pequeños con su madre, o de María de joven, puede ver que también se encuentran algunos recortes de periódicos.
- ¿Por qué guardas eso?
- No lo sé. Hace tiempo que no la abro. Pero es raro, ¿sabes?
- El qué.
- Mira. Esta es la noticia del incendio. Ahora entiendo por qué no había fotos de los abuelos. No es que se quemasen, ¿verdad?
- Tienes razón. – Afirma dejando que sea ella la que exprese sus sentimientos.
- Sé que, de alguna manera, aunque no conocí a mamá, la quise. La quiero, muchísimo. Igual que quise a los abuelos. Es descorazonador descubrir todo esto. Que he querido a alguien que nunca ha existido.
- Perdóname.
- No te preocupes… No es tu culpa.
- Dime qué debo hacer para conseguir que te sientas mejor.
- Mira la noticia. – Le pide a su padre mientras se pone de pie para ofrecérsela.
Martín coge entre sus manos la hoja de periódico en la que se puede ver la foto de un bloque de viviendas del centro de la capital. En su fachada, a la altura del último piso, se distingue una gran mancha negra y varios desperfectos. El texto es el mismo que ya leyó hace años, antes de aceptar el acuerdo que su suegro le ofreció. Con una sutil diferencia. Y es que la línea donde viene escrita la dirección del lugar aparece resaltada. Como si alguien la hubiese marcado con un rotulador amarillo.
- ¿Lo has pintado tú?
- No. Estaba así cuando la encontré en la mesa de la biblioteca.
- No recuerdo haberla puesto ahí.
- ¿Me llevarías?
- ¿Aquí? – Señala Martín la hoja.
- Sí. Hace tiempo me prometí que la próxima vez que viajase a la capital iría a ver el sitio. No es que fuese a dejar unas flores ni nada, pero es como si tuviese que visitarlo. Por lo menos una vez.
- Pero si ya sabes que no son tus abuelos…
- Da igual. No puedo explicarlo. Ni yo lo entiendo. Pero lo necesito.
- Está bien. Te prometo que antes de que se termine el verano iremos.
- Gracias, papá.
Mientras la bellísima rubia se abraza a su padre, apoyando la cabeza sobre su clavícula, el móvil de Martín comienza a sonar.
- Me suena esa música. – Sonríe burlona Carolina abandonando la languidez que le invadía hace unos segundos.
- No empieces. – Le devuelve la sonrisa Martín mientras se separan.
- ¿Quién es?
- Es Silvia. – Afirma después de sacar el aparato del bolsillo.
- ¿No estás de vacaciones?
- Sí. Es raro. Igual es por algún trámite con vuestros coches.
Nuestro protagonista desliza el dedo por la pantalla para descolgar la llamada y así poder averiguar de qué se trata.
- Hola Silv…
- ¡Martín! ¡No puedo…! ¡Yo sola no puedo!
- Tranquila. – Intenta calmar a su inquieta asistente. – Sólo llevas unos días. Confío en ti.
- ¡Joder, Martín! ¡No es eso! ¡Tienes que venir! ¡¡Ya!!
- ¿Pero qué ocurre? – Pregunta ya un tanto preocupado.
- ¡Nos están devolviendo todos los coches!