La Verdad 2 (Capítulo 6)

Sexto capítulo. Alexandra.

-   ¿¡Alex!?

Unos pequeños tacones elevan varios centímetros la figura que Martín tiene delante. El vestido posee una especie de estratégico corsé, que abarca desde la zona baja del busto hasta la cadera, y que se ata al frente con una elegante cuerda anudada en un lazo. La parte baja del mismo se abre en una suerte de falda de ondas circulares. Para rematar, lleva puesta la famosa peluca rubia y un leve maquillaje que distraen a la perfección de los pocos rasgos masculinos, como la forma de su mentón, que podría diferenciarle de su gemela.

-   Sí. Soy yo. – Responde firme, pero con las pulsaciones disparadas. – Sólo que mi nombre no es Alejandro. Me llamo Alexandra.

-   …

-   ¿Por qué no vamos abajo? – Sugiere Carolina a Paula. – Así dejamos que se conozcan. – La intención de la rubia es también la de sacar a su amiga de la mortaja de esas sábanas.

-   Claro.

Ambas chicas se acercan donde Alexandra se encuentra para despedirse dándole un abrazo de ánimo. Después abandonan la habitación cerrando la puerta, no sin antes dedicarle a Martín sendas cálidas sonrisas que parecen decir “no te preocupes, todo está bien”.

-   Alex… – Comienza a hablar el padre una vez a solas.

-   Papá, espera. Déjame hablar primero.

-   …

-   Sé que tenía que habértelo dicho mucho antes… Tenía miedo de tu reacción. No sabía si lo ibas a rechazar. No tenía la suficiente confianza como para atreverme a contártelo. Pero sí, soy una chica. Una mujer.

-   ¿Cuándo…?

-   Desde siempre. Siempre he sido Alexandra. He soñado con este momento desde que era una niña.

Martín, asombrado y perturbado, no para de mirar a su vástago, el cual da unos pasos hasta acercarse a él. Incluso se pregunta si la delicada voz con la que se expresa siempre ha sido la misma.

-   Alex…

-   He leído mucho sobre gente trans. La forma en la que se mostraban al mundo, a sus familiares. Normalmente ocurre en la infancia. Pero ahora sé por qué no te lo dije. Y es que una vez de pequeña, cuando éramos unas niñas y me vestía con la ropa de Carolina a escondidas, el abuelo me pilló. Me echó la bronca hasta hacerme llorar. Me amenazó para que no lo volviese a hacer. Y eso me dio miedo a que tú también me rechazaras de la misma manera. Hace tantos años que quería enseñarte quien he sido… Quien soy…

-   Alex…

-   Incluso había planeado hacerlo en mi cumpleaños. Empezar la vida tal y como siempre me la había imaginado. Una vez mayor de edad. Cuando nadie pudiese decirme lo que debo ser. Es entonces cuando Paula llegó a casa. Siempre me había fijado en esa clase de chicas que tienen tanta confianza en sí mismas que son capaces de hacer todo lo que se propongan sin miedo a lo que la gente pueda decir de ellas. Así que le pedí ayuda. Es lo que hacíamos el otro día en el baño cuando nos pillaste. Estaba enseñándome a maquillarme. Ella me encubrió sabiendo que tenía que ser yo la que me atreviese a contártelo.

-   Alex...

-   También fui yo la que os espió hace una semana. Lo siento por eso, pero no pude evitarlo. Y luego fue tan lista de sonsacarte lo que opinabas de la gente que es como yo por teléfono, cuando estábamos en el hospital, cuando puso el manos libres. No pretendía burlarse de ti. Sino liberarme. De una vez por todas.

-   Alex…

-   Y este fin de semana hemos estado ensayando cómo sería que me tuvieses delante por fin. Sé que puede ser traumático al principio. Puede incluso que pases un duelo. Una especie de pérdida de un hijo. Pero siempre he sido yo: Alex. No te pido que me trates de manera diferente porque te parezca que haya cambiado, porque no lo he hecho. Es sólo que ahora tienes dos hijas.

-   Alex…

-   Dime algo… papá, por favor. – Suplica Alexandra sin darse cuenta que, debido a los nervios, no ha parado de interrumpir a su padre.

Martín le dedica la más tierna de las miradas.

-   Alex… Eres… preciosa.

La angustia y el nerviosismo se disipan, gracias a las palabras que acaba de oír, liberando el llanto y las lágrimas de la recién descubierta muchacha que ni en sus mejores sueños hubiese imaginado que la situación se hubiese resuelto de esa manera.

Nuestro protagonista se yergue para abrazar a Alexandra, la cual se lleva las manos a la cara presa de la emoción del momento.

-   Hija mía.

-   Papá…

-   Déjame que te vea. – Dice soltándola y agarrándola de los hombros.

Mientras, la joven se seca las lágrimas con las yemas de los dedos para corregir su diluido maquillaje.

Martín clava la mirada en el pecho de su acompañante. Se ha dado cuenta de un detalle y es que al lado de los tirantes del vestido aparecen otros dos, parejos a los mismos, de lo que se supone que es un sostén. Claro está que no llega a las medidas de su hermana, pero, por lo que parece, deben llevar un artificial relleno.

Presa del instinto y de la curiosidad, usa los pulgares para deslizar las dos primeras cintas de tela roja por los hombros de su hija para descubrir la prenda interior, que no es otra que un sujetador muy parecido a los que Josefa compró a Carolina cuando ésta entró en la pubertad.

No contento con el descubrimiento, Martín trata de repetir la operación, esta vez con la nueva prenda produciendo un temblor en el delicado cuerpo que tiene delante.

-   Papá… ¿Qué haces?

-   Sólo quiero mirarte.

El embriagado cerebro de Alexandra, debido al coctel de químicos que lo recorre, da la señal a todos los músculos de su cuerpo que mantengan la posición. La pobre no sabe si es lo correcto. Si debe dejar que lo haga. Pero lo desea. En el fondo de su ser no cabe mayor gozo.

Ante la vista de su progenitor aparecen los dos endurecidos pezones. Ha pasado poco tiempo desde el miércoles, el día de piscina. Fue la última vez que los vio. Pero han sufrido un pequeña pero sustancial alteración: como pasó con su hermana hace unos seis años, las aureolas se han ensanchado y separado del músculo. Tan sólo medio centímetro, pero lo suficiente como para que se note el cambio.

-   Las pastillas eran tuyas, ¿verdad? – Mira de nuevo a los azules ojos de su hija.

-   ¿Qué? – Sólo consigue decir por los nervios.

-   Que fue a ti a quien se las quitó Carol.

-   S…Sí.

Lejos de enfadarse, Martín sigue con su exploración, centrándose de nuevo en los dos bultitos de carne. Ahora ya no sólo es su mirada la que examina el cuerpo, sino que se han sumado los dedos de la mano derecha, acariciando la piel del suave torso.

Como si de una tremenda casualidad se tratase, el extremo del pulgar acaba rozando el erguido pezón izquierdo, provocando un pequeño gemido en su acompañante.

-   Papá…

Éste, distraído, no contesta. Se centra en continuar con su juego. Esta vez apoyando los nudillos, utiliza los dedos índice y corazón para atrapar la minúscula tetita, en un delicado pellizco.

Alexandra resopla sabiéndose totalmente a merced de las sensaciones que su padre le produce. Hasta que no le queda más remedio que juntar pudorosamente sus manos delante del vuelo de la falda del vestido.

Martín se percata del gesto. Abandona por fin el pubescente y tierno pecho para volver a sentarse en la cama. Coge dichas manos con las suyas para juntarlas esta vez en la espalda de la muchacha, al mismo tiempo que le dedica una mirada que lo dice todo: “no las muevas”.

Ahora las caricias del padre se centran en los muslos. Entre ambas piernas al principio. Subiendo peligrosamente hasta el borde de la falda, sin adentrarse en terreno desconocido. Tan sólo unos segundos más tarde, se apoya en la parte externa de sus rodillas, para después elevar lentamente sus brazos, esta vez sí, ocultándolos bajo la falda, hasta llegar a los laterales de las braguitas de algodón blanco que lleva puestas.

Sin ninguna resistencia por parte de Alexandra, que se encuentra totalmente inundada por el rubor, Martín engancha la goma de la prenda con ambas manos y la desliza hasta dejarla caer al suelo.

La onda circular que se encuentra en la zona frontal del vestido comienza a aumentar de tamaño sobresaliendo, distinguiéndose de las demás. El ansioso padre agarra el borde del vestido para levantarlo y descubrir el miembro erecto de su hija.

Una preciosa polla de unos doce centímetros que apunta directamente a su cara.

A su mente regresa el recuerdo de Daisy en la oficina del Pussycat. Lo cachondo que se puso deleitándose con el contraste que la femenina figura de la pelirroja manifestaba. Lo cual hace que se dé cuenta de que su propio rabo se encuentra agradablemente aprisionado dentro su jaula, tal y como pasó aquella vez.

Aprovecha para enganchar el dobladillo en las cuerdas del simulado corsé para tener las manos libres, a la vez que mira al bello y enrojecido rostro de una acongojada Alexandra.

Con la máxima de las delicadezas termina por retirar la piel del prepucio que cubría la mitad del glande para observar el miembro en toda su maravillosa plenitud. Y sin que sea su voluntad, la boca de nuestro protagonista comienza a salivar a la vez que una brillante gota asoma por el meato.

-   Pa…pá.

Agarra fuertemente las caderas que tiene delante. Y es en ese momento cuando observa algo que hacía años que no veía: Una marca de nacimiento con forma de corazón que Alexandra posee en esa zona, justo debajo del poco pronunciado músculo oblicuo izquierdo.

La mente de Martín regresa a la época cuando el delicado cuerpo que tiene delante era el de tan sólo un bebé, recordando las innumerables veces que tuvo que cambiar los pañales al que, por aquel entonces, era su hijo. Todo esto hace que detenga su empeño y vuelva a mirar a esos azules ojos.

-   Lo… siento… Alex. – Sacude la cabeza.

-   No, no. Tranquilo. – Aún nerviosa se sienta a su lado liberando el vuelo de su vestido, ocultando así su polla y el antojo.

-   Es como si tuviese que comprobar que todavía eres tú.

-   No pasa nada, papá.

-   Últimamente estoy muy alterado. Son muchas cosas las que han pasado y que me hayas contado tu secreto ha terminado por…

-   Igual no era el mejor momento, pero ya no podía ocultarlo más.

-   Gracias por contármelo.

-   Sé que tenía que haberlo hecho mucho antes.

-   No se lo digas a Paula. No se encuentra bien en estos momentos. Este fin de semana conocí a Daisy, una chica… bueno… como tú. Y se me insinuó.

-   ¿Has conocido a Daisy? – Se muestra extrañamente entusiasmada. – ¿Cómo es?

-   ¿Es que te ha hablado de ella?

-   La conozco desde hace tiempo. Su trabajo. Es una modelo de internet. Es como mi… un ejemplo. La veo y pienso que me gustaría ser como ella. Cuando Paula me contó que era su ex…

-   Vaya. Pues debo decir que no supe que era… ya sabes… trans, hasta que me quedé a solas con ella. Me tuvo engañado todo el tiempo.

-   ¡Qué fuerte! No, si al final tenía que haber ido con vosotros el finde.

Martín piensa en cómo la pelirroja había llegado a ser quien es.

-   Alex. Las pastillas que toma… Las que has tomado tú…

-   Me lo ha contado Paula. Quieres que deje de fabricarlas.

-   Sí. Quiero saber tu opinión.

-   Sé que estás en contra por lo que le ha pasado a Carol. Y entiendo que tu posición sea esa… Pero me gustaría que hasta entonces me dejes seguir tomándolas.

-   Son peligrosas.

-   No si tomo una al día.

-   ¿Y no has pensado en otros métodos más… tradicionales?

-   No es lo mismo. No quedaría igual de bien.

-   Para ti son muy importantes, ¿no es así?

-   Sí.

-   Entonces seré yo quien te las administre.

-   ¿Cómo?

-   Yo me quedaré con todos los blísteres que tengas y te las iré dando todos los días. Sólo así me quedaré tranquilo.

-   Si es lo que quieres, acepto.

-   Gracias por entenderlo.

-   Gracias a ti, papá.

-   ¿Hay alguna cosa más que quieras contarme? – Dice en tono jocoso para relajar el ambiente.

-   Bueno… Creo que por hoy ya está bien, ¿no? – Le imita.

-   Tienes razón. Vamos con las demás.

-   Espera.

Antes de dejar que Martín se levante, Alexandra le planta un beso en los labios.

-   ¿Por qué…?

-   ¿No es así como nos saludamos ahora en esta familia?

-   Es que tu hermana te ha contado…

-   No me ha hecho falta.

La muchacha se levanta de la cama, adelantándose a su padre, el cual se queda pensando a qué puede referirse.


Después de una tarde y una cena distendidas en las que Alexandra es el centro de atención con alguna que otra divertida broma de buen gusto a su costa, los habitantes de la casa regresan a sus respectivas habitaciones para pasar la noche.

El pobre padre se debate entre todos sus muchos pensamientos sobre la situación que están viviendo. Sobre todo, con el asunto de Paula.

- ¿Es lo mejor que sigamos viéndonos? El poco sexo que hemos tenido ha sido… raro, pero espectacular. ¿De verdad la quiero?

Toma la decisión de hacer una lista mental con los pros y los contras de que la morena viva con ellos. Si es que realmente está ya viviendo en la casa.

- Por un lado, es una belleza. Una chica por la que muchos lucharían. Inteligente, sensual, excitante,… Capaz de derretir los casquetes polares. Además, parece que está siendo una buena influencia para los chicos. Y ellos la quieren mucho.

Por otra parte, está la diferencia de edad. Y que no estaríamos en este tremendo lío de no ser por mantener esta relación. ¿Y si me estoy perdiendo algo? Es una locura pensar que pueda estar enamorado de mi propia hija. Pero si de verdad me diesen a elegir, ¿con quién me quedaría? ¿Y Silvia? Desde un punto de vista sensato es quizá la mejor opción. Aunque trabajo con ella…

-   Sé lo que estás pensando. – Interrumpe Paula las ensoñaciones de su amante.

-   ¿Qué?

-   Te planteas dejarme. ¿No es así?

-   Yo no…

-   Es normal. Y sé que lo piensas por el bien de todos. Que es el camino fácil.

-   ¿No te enfada que pueda hacerlo?

-   No serías una persona inteligente si no te lo planteases.

-   No me siento orgulloso.

-   Es porque también eres buena persona.

-   ¿Te has planteado vivir de otra manera?

-   ¿Cómo?

-   Ya sabes, lejos de los lujos de tu vida. De lo que la fortuna de tu abuelo te da.

-   No se trata de dinero.

-   Sabes que yo no podré darte eso.

-   Y no te lo pido. Es por orgullo. Mi abuelo siempre me ha educado para ser la mejor. Incluso creo que todo puede ser parte de una prueba.

-   ¿Tan retorcido es?

-   No te lo imaginas.

-   Se me olvidaba darte las gracias por lo de Alex… Alexandra.

-   No tienes por qué.

-   He estado tan ocupado los últimos años… Me he perdido tantas cosas.

-   Si me dejas yo te ayudaré a que recuperes todo ese tiempo.

-   Ya lo estás haciendo.

-   ¿Has visto qué felices son?

-   Sí.

-   Y lo mucho que te quieren.

-   A ti también.

-   No es lo mismo. Además, son guapísimas.

-   Lo son…

-   Carol me tiene…

-   Pensaba que habíamos pasado página con eso. – Adivina perfectamente cuál es la intención de Paula al referirse a la rubia. – Son las pastillas. Pronto pasará el efecto.

-   Lo sé. Lo sé. Pero no puedo evitar el morbo que me da. No me lo tengas en cuenta.

-   Sería un hipócrita si lo hiciese.

-   ¿Y si fantaseamos un poco?

-   No, por favor. No puedo…

-   Venga. – Exclama decidida, desnudándose y retirando las sábanas.

-   Es que de verdad que no puedo.

-   Oh. ¿No te lo has quitado? – En la cara de la morena se puede advertir decepción.

-   No he tenido tiempo de comprar la cizalla. Cuando Alex me ha llamado esta mañana avisando de que habían llegado los abuelos es justo el momento en el que iba a comprarla.

-   Joder.

-   Ya lo sé. Y con todo lo que ha pasado esta tarde ni me he acordado.

-   ¿Te parecería mal…

-   ¿Qué?

-   …Si te dijese que me pone… un poquito?

-   Daisy me dijo que intentas poner una jaula a todas tus parejas.

-   Sí. Pero no a ti. Es una casualidad. Si no fuese así no tendría problemas en reconocerlo.

-   Te creo.

-   Es mi vena dominante. No puedo evitarlo.

-   Tendremos que esperar a mañana.

-   Bueno…

-   ¿Qué?

-   Ayer sólo pensaba en que me clavases la polla. Necesitaba polla. Que me diesen lo mío.

-   Ya lo vi.

-   Hoy… Necesito sentirme dominante. Recuperar el control.

-   Entonces es por lo de tu abuelo.

-   Puede ser. Pero si no quieres no te obligaré a hacerlo.

-   ¿Tanto lo necesitas?

-   ¿Te haría cambiar de opinión si te digo que sí?

-   Sólo dime qué tendría que hacer.

-   Mmmm. Algo normalito. Ahora no necesito mucho.

-   ¿El qué?

-   Quiero que seas buen sumiso y me comas el coño como en mi cumpleaños. Me gustó mucho cómo lo hiciste.

-   ¿Sólo eso?

-   Mientras diré en alto una de mis fantasías. Con saber que estarás tan caliente como yo, pero sin ser capaz de correrte, es suficiente.

-   Joder.

-   ¿Te parece que te estoy pidiendo demasiado?

-   Es que si me pongo muy caliente la jaula puede llegar a doler.

-   Sí. A veces pasa.

-   Sólo consigo que deje de hacerlo si la empujo hacia la base, contra la ingle.

Paula se tumba mirando al techo, con las piernas abiertas, para después coger las manos de Martín, indicándole la posición que tiene en mente.

-   Ponte boca abajo y empuja la jaula contra el colchón.

El hombre hace lo que se le pide.

-   Complace a tu reina, esclavo. – Le dice con un guiño de complicidad.

Martín entierra su cara hacia el caliente agujero de su amante para realizar una comida de coño como se le ha ordenado, esperando que así su amante olvide el nefasto día que ha tenido. O, en la medida de lo posible, equilibrar lo mejor y lo peor de su balanza de recuerdos.

-   ¡Oh, dios, sí! – Exclama presa del placer, eternizando la última vocal.

La experta lengua recorre cada pliegue de cada labio de los genitales de la morena. Intenta alternar también dicha zona con besos en la cara interior de los fibrosos muslos, pero enseguida es detenido por las manos y la voz de su amante.

-   ¡No! Ve al grano.

Los húmedos lametones vuelven a deleitar a la joven consiguiendo que su cabeza se hunda en la almohada, provocando a su vez que la espalda se arquee. Hecho que consigue inflamar el ego de nuestro protagonista, casi tanto como su polla dentro del chastity.

En esa posición se hace más difícil acceder a la húmeda gruta con la boca así que Martín separa su cara para comenzar a emplear dos dedos de su mano derecha. El placer que refleja la cara de Paula es tan excitante o más que las contorsiones de su desnudo cuerpo.

-   ¿Tienes el consolador de ayer? Si quieres puedo usarlo.

-   No… no es mío. – Consigue responder entre jadeos.

-   ¿Y de quién es?

-   Es… de Alex.

Oír tal afirmación paraliza el movimiento de la totalidad del cuerpo del hombre, con la excepción de un nuevo respingo dentro de su jaula.

-   ¡Ni se te ocurra parar! – Demanda fuera de sí la muchacha, que vuelve a agarrar la cabellera de su amante.

Obligado, reanuda su trabajo, aunque un tanto distraído, pues su mente le lleva a imaginar la gran polla de goma negra, percutiendo de la misma forma que lo hizo la noche anterior, sólo que esta vez no es el ano de la morena el que taladra.

-   ¿Qué estás haciendo? Joder… házmelo como antes.

Esas exigentes palabras reconducen la atención de nuestro protagonista hacia el coño de la dominante joven. Sella los labios alrededor del inhiesto clítoris para crear el vacío dentro de su boca. Succionado y atrapado, el pequeño trocito de carne es asaltado sin piedad por la veloz lengua.

-   Ahora… Ahora sí. ¡Sigue! Haz… círculos.

Martín, obediente, arranca un primer orgasmo a su amante, después de medio minuto realizando la maniobra que se le ha requerido.

-   ¡¡Ah!! – Se retuerce Paula unos segundos – ¡Joder! Qué bueno.

-   ¿Te ha gusta…?

Mientras la muchacha se reincorpora momentáneamente, mirándole a los ojos con una expresión de enfadado éxtasis, un bofetón, no demasiado fuerte, le cruza la cara interrumpiéndolo, para después, dicha agresión, ser compensada con un obsceno y húmedo beso en la boca.

-   ¡No hables, ostia! Sigue.

De manera un tanto brusca, la misma empleada por su lenguaje, Paula rodea con sus poderosas piernas el cuello y la espalda de su desconcertada pareja, atrapando así su cuerpo, a la vez que vuelve a reposar la espalda.

Al resignado hombre no le queda más remedio que continuar con su labor. A pesar del cansancio que comienza a acumularse en los músculos de su boca, y del tono empleado por la morena, comprende que es lo que ella necesita ahora. Además, piensa en que si hace más de una semana le hubiesen ofrecido estar en esa posición con semejante y sexual belleza, habría rubricado el acuerdo con sangre.

-   ¡Dios! ¡No pares…!

Las palabras sustituyen a los gemidos. Martín eleva la mirada todo lo que la fuerza de su amante le permite. Comprueba que ella está con los ojos cerrados, alternando caricias y estrujones en sus hermosas tetas.

-   ¿Quién te ha enseñado a comer coños así?

Es obvio que la pregunta no espera ninguna respuesta. Paula parece sumida en sus pensamientos. Pero lo realmente confuso es lo que pronuncia a continuación.

-   ¿Acaso ha sido tu padre?

- ¿Qué?

-   Dime que ha sido tu padre… Ah… Carol…

- ¿Carol?

-   No sabes las ganas que te… tenía de que lo hicieses… Ah.

- Joder.

-   Te he imaginado tantas veces así… ¡Dios! Sigue.

No cabe duda de que la caliente morena está fantaseando con que es su amiga la que está trabajando su sagrada gruta.

-   Si eres buena dejaré… Uf… Dejaré que tu padre te folle.

Las palabras de la excitante morena penetran en la imaginación de Martín, al cual le parece que la presión aumenta por momentos en su entrepierna. Quizá su polla no ha bajado ni un ápice su intento por hincharse, pero de lo que acaba de darse cuenta es que, sin ser consciente del tiempo que lleva haciéndolo, sus caderas se están moviendo solas. Como si intentasen penetrar un inexistente agujero en el colchón

-   ¡Sí! Carol… Carolina… te voy a hacer mía… Dime que eres mía.

Por un momento, nuestro protagonista pone a prueba la presión con la que las poderosas caderas le mantienen atrapado, intentando erguir su tronco. Llega a la conclusión de que, si usase toda la fuerza de sus trabajados músculos de la espalda, lo único que conseguiría sería levantar en vilo todo el cuerpo de su amante, sin conseguir soltarse. Así que descarta la idea ante una posible lesión.

-   ¿Vas a ser mi buena putita…? ¡Ah! ¡Sí! Lo vas a ser. Mi puta personal… Para comerme el coño todos los días… ¡Dios! Sigue… Zorra.

El calor, la posición, las palabras, la humedad, la presión, y, sobretodo, la frustración sexual. Todo eso a lo que está siendo obligado, la dulce tortura a la que es sometido, comienza a hacer mella en el cansado hombre.

Siendo una sensación extraña y novedosa a la vez que aterradora, a Martín se le antoja como si su alma se fuese a romper, si es que eso es posible. Debe hacer que termine antes de que no pueda más.

Así que regresa a su mente la maniobra de anoche. Sus labios retiran el cerco con el que sitiaban el clítoris de Paula y son sustituidos, esta vez, tanto por los incisivos superiores como por los inferiores.

La atrapada y minúscula prominencia comienza a girar en un doloroso baile cuando la mandíbula de su amante se mueve horizontalmente, alternando izquierda y derecha, a la vez que la insistente punta de la lengua ataca sin piedad.

Un estallido de corrientes eléctricas invade las terminaciones nerviosas del maltrecho órgano, fuente del placer sexual de la joven, la cual empieza a retorcerse entre gemidos guturales, con los ojos completamente blancos.

-   ¡¡Uuuuuuugh!!

Por fin libre del cepo creado por las musculadas piernas, Martín avanza hasta coger de los hombros a la muchacha para evitar que pueda rodar y caer al suelo. Poco a poco los espasmos van cesando.

Una vez en calma, Paula abraza la cabeza del hombre, apoyándola sobre sus pechos.

Ninguno hace ademán de comentar nada de lo que ha pasado hasta que, unos minutos después, la maravillosa morena, sin fuerzas para abrir las pestañas por el cansancio que sus músculos acumulan debido al esfuerzo y las emociones de un día bastante completo, pronuncia “buena chica” antes de quedarse completamente dormida.