La Verdad 2 (Capítulo 5)

Quinto capítulo. Ultimatum

Debido a que es lunes por la mañana el centro comercial no está demasiado concurrido, para suerte de nuestro protagonista, que calcula que únicamente queda una señora más por abandonar el servicio femenino.

Simulando esperar a alguien, apoyado en la pared, aprovecha sibilinamente la salida de dicha mujer para colarse ahí, donde vaticina que su hija se encuentra ya a solas, a la que supone detrás de la única puerta cerrada de entre todas las cabinas que allí hay.

Intentando hacer el menor ruido posible, camuflado por el llenado de la última cisterna usada, accede al habitáculo contiguo al ocupado, para cerrar echando el pestillo con sumo cuidado de no ser descubierto.

Se sienta en la taza justo antes de que la boya indique al mecanismo que el agua colma ya el contenedor de porcelana. Aunque espera que haya un sepulcral silencio, éste no llega, pues la estancia es invadida por un pequeño sonido. Una minúscula vibración.

Martín se agacha lo suficiente como para ver, por debajo del tablero de aglomerado, un par de separadas sandalias. Pero no es lo único. También observa los pequeños adornos en forma de candado y llave en la tobillera obsequiada por Maurizio.

- ¿Por qué la sigue llevando?

Abstraído en dicho detalle, le sorprenden los primeros gemidos. El artificial sonido del nuevo aparato ya no es continuo, sino que oscila en olas que vienen y van, cada vez a más velocidad.

-   Dios. Sí. – Un leve y agitado susurro en forma de blasfemia se cuela entre el rítmico sonido de la erótica fechoría, cuya última vocal se alarga hasta el infinito.

La jaula aprieta, pero no parece ahogar. Podría decirse que la presión es incluso agradable.

Como si de una orquesta se tratase, la respiración de la muchacha, la vibración del succionador y nuevas expresiones de placer, aumentan su frecuencia de manera acompasada durante un eterno minuto.

Sin previo aviso, las bisagras de la puerta principal del servicio anuncian que una nueva intrusa acaba de hacer su entrada, con la consecuente y brusca desaparición de todos esos sonidos que, hasta ahora, inundaban la estancia. Tanto hija como padre están petrificados, sin atreverse a realizar ningún delatador movimiento, a pesar de saberse a salvo dentro de sus respectivos habitáculos.

La nueva presencia se sienta en la taza de la cabina del otro lado, quedando Martín en medio de ambas mujeres. El sonido de líquido cayendo permanece durante unos segundos hasta que se oye desgajar un trozo de papel higiénico, seguido de un ruido de fricción, que delata la limpieza de las intimidades con dicho sedoso pliego, y finalmente la correspondiente evacuación del contenido de una nueva cisterna.

Encubierto por la situación, nuestro protagonista aprovecha hábilmente para desabrocharse los pantalones cortos y bajarlos hasta los gemelos, sujetándolos únicamente con la presión ejercida por la separación de sus rodillas.

El sonido de llenado cesa por completo, pero, por lo que adivinan, el secador de manos desvela que la intrusa todavía no ha salido de allí.

Tal y como se les antoja, los diez segundos más largos en la vida de nuestros protagonistas terminan por fin con la desconexión del aparato de aire y el correspondiente chirrido leve de la puerta principal.

Otra vez a solas.

Carolina reanuda la travesura presionando nuevamente el botón de encendido del juguete. Solamente tardan un momento en acompañarle el resto de consabidos y apasionantes ruiditos. La excitante y agitada voz de la maravillosa rubia perturban aún más si cabe a un obnubilado Martín, el cual abraza su enjaulado miembro desde arriba con la palma de la mano.

Sin pensárselo dos veces, comienza a acariciar la punta de su capullo con la yema de su índice, lubricada con sus propios fluidos preseminales, justo donde su meato asoma por el agujero del chastity, empujando a la vez el conjunto hacia abajo, no vaya a ser que al aro metálico le dé por castigar de nuevo a sus pelotas.

No sólo el sonido, que proviene del cubículo contiguo, aumenta invadiendo el servicio público, sino que también parece como si la temperatura se hubiese incrementado en varios grados.

Es consciente que, a pesar de la morbosa situación, no podrá llegar al orgasmo de esa manera, así que no se reprime a cerrar los ojos para intentar imaginarse la desnudez de su hija mientras escucha la banda sonora de los gemidos de la rubia en pleno directo. Quizá eso baste.

Pero, después de un minuto de maniobra, incluso con todo el esfuerzo del mundo, no es capaz de conseguirlo porque, a pesar de todas esas sexis prendas con las que lleva maravillando a su progenitor durante la última semana, Carolina todavía no se ha mostrado completamente desnuda delante de él. Esas tetas. Esas jugosas, duras y oscilantes montañas de carne todavía no han sido descubiertas por la mirada de su padre.

Justo cuando parece darse por vencido, ocurre lo más inesperado y terrorífico que nadie podría imaginarse. Todo el calor acumulado, todo el sudor que le cubre, son sustituidos por el más helador de los estremecimientos, pues de forma estruendosa, el tono de llamada del móvil de Martín interrumpe ambas travesuras.

Con la velocidad de un rayo, y sin importarle ya el ruido que pueda hacer, acerca la mano izquierda al bolsillo del pantalón donde se encuentra el delatador aparato, para cogerlo, colgar la conexión y con ello la melodía que le acompaña.

- ¡¡¡Mierda!!! ¡Sabe que estoy aquí! ¡Que estoy espiándola! ¡Joder! ¡Conoce perfectamente cuál es la musiquita de mi móvil!

Si los anteriores diez segundos han sido largos, estos parecen ser eternos, durante los cuales, Martín sólo espera que llegue la temible frase: “Papá, ¿eres tú?” a la vez que reza por que piense que pueda ser otra mujer.

- ¡Eso es! El tono es el que viene por defecto. ¡Mucha gente usa el mismo!

Completamente congelado, nuestro protagonista es devuelto de nuevo a la realidad de nuestro espacio-tiempo reglamentario, cuando la vibración del succionador retoma su protagonismo.

La diferencia es que los gemidos que escoltan a ese sonido aumentan artificialmente su entonación, esta vez acompañados de interjecciones del tipo: “Buf. ¡Sí! Me encanta…” “¡Ah! Joder…” “¡Madre mía! Qué bueno…”.

Hasta que:

-   ¡Sigue… sigue, papá!

- ¿¡¡Qué!!?

-   ¡Ahí, papi… justo ahí!

- ¡¡No puede ser!!

-   Mmmm. No sabes cuánto he pensado en… ¡Dios! …tenerte…

- ¡¡No!!

-   Si supieses… ¡Ah! Las… las ganas que tenía… de que me…

- ¡¡Mis… pelotas!!

-   ¡Qué bien lo haces! Creo que me voy a… ¡Oh, joder, sí…!

- ¡¡…!!

-   ¡¡Aaaaaargh!!

Martín se tapa la boca para no chillar junto al escandaloso orgasmo de su hija, la cual poco a poco reduce la potencia de sus sacudidas.

No se cree que todo esto pueda estar ocurriendo. Ni si quiera sabe cómo pensar o reaccionar. Así que Carolina es al final la que termina por mover ficha.

-   Uf, lo he puesto todo perdido. Será mejor que me limpie.

Sonidos de fricción similares a los producidos por la anterior usuaria llegan a los oídos de nuestro protagonista, que sólo espera a que la muchacha abandone cuanto antes el lugar.

La cabina ocupada por la sensual rubia se abre. Una corriente de agua revela que se está lavando las manos para después accionar el secador.

Finalmente, el morboso suplicio a la que ha sido sometido termina cuando el sonido de la puerta principal indica que Carolina ha abandonado, de una vez por todas, la estancia.

Con sumo cuidado se yergue sobre sus temblorosas piernas, se sube y abrocha los pantalones, guarda de nuevo el móvil y sale de su escondite.

Un poco mareado se asoma al lugar antes ocupado por su hija para comprobar que no sigue allí. Lo que se encuentra termina por destrozarle: El famoso tanga de color turquesa, que por lo visto llevaba puesto, ha sido abandonado sobre el asiento retráctil, cuya tapa no ha sido bajada.

Se da cuenta por fin de que la cisterna de esa taza no ha sido accionada y que no hay ningún trozo de papel en el charco del fondo de la porcelana.

-   No puede ser. – Piensa mientras recoge la prenda, que está totalmente húmeda y con manchas blanquecinas. – Se ha limpiado con…

El calor y el olor que desprende son demasiado fuertes como para acercarse el regalo a la cara en estos momentos de debilidad. Por mucho que lo desee. Así que se lo guarda en uno de los bolsillos del pantalón.

Otro pequeño susto, junto a una sacudida, asaltan a Martín cuando escucha de nuevo el tono de llamada de su teléfono.

En la pantalla puede leer que se trata de su hijo. Respira hondo para calmarse antes de responder.

-   Hola Alex.

-   ¿¡Por qué no contestabas!? – Pregunta claramente alterado.

-   ¿Qué ocurre?

-   ¡Papá, tenéis que volver a casa! ¡Rápido!

-   ¿Por?

-   Es… Son los abuelos. Están aquí… Paula…

-   Vale tranquilízate. Cuéntamelo todo.

-   Ha venido el abuelo Eliseo junto al señor Medina. Paula está llorando y no sé qué hacer. Daos prisa, por favor.

-   ¡Joder! Ya vamos. – Enuncia ante la inverosimilitud de que la temeraria morena pueda encontrarse en tal estado.

Después de colgar y lavarse la cara para despejar su cabeza sale por la puerta en busca de Carolina. Aunque no tarda mucho en toparse con ella.

La maravillosa joven se encuentra apoyada en la pared frente a la puerta, regocijándose en su ocurrencia, dibujando una maquiavélica sonrisa.

-   Sabía que eras tú.

-   ¡Basta de juegos!

-   Uh. No me digas que te has enfadado.

-   Acaba de llamar Alex. Es tu abuelo. – Dice sacando el teléfono del bolsillo para darle a entender a qué venía la llamada. – Y el de Paula. Algo le ha debido de pasar. Están todos en casa. Tenemos que irnos ¡Ya!

-   No entiendo. ¿Y mi móvil?

-   O te vienes conmigo o vuelves andando. Tú decides. – Da un ultimátum.

-   Vale, vale. – Recapacita una sorprendida Carolina que se rinde ante la renovada muestra de autoridad de su padre.


Martín reconoce perfectamente uno de los dos lujosos coches que se encuentran estacionados frente a su casa. No cabe duda de que pertenecen a los abuelos de los muchachos. Parece incluso que hay gente dentro de ellos esperando.

-   ¿Qué crees que habrá ocurrido? – Se muestra curiosa Carolina.

-   Nada bueno. – Estima Martín aparcando el vehículo de la carrocería azul.

Terminada la maniobra, ambos salen con prisa para acceder a la casa por la puerta principal.

Desde el recibidor algo distrae al padre, y no es otra cosa que la puerta de la cocina cerrándose para ocultar la fugaz figura de Josefa que le dedica una breve mirada que parece decir “te lo dije”.

Ya en el salón, la tensión parece tan densa que cuesta moverse. Alejandro se encuentra consolando al ovillo que forma el cuerpo de Paula, la cual se agarra las rodillas con los brazos en el centro del amplio sofá, con su mirada clavada en el infinito. Fernán Medina aparece tranquilo, sentado en el sillón preferido de nuestro protagonista, y Eliseo Peralta se mantiene de pie a su lado. Éste es el único que se gira a recibir a los recién llegados.

-   Hola, hija mía.

-   Hola abu. – Le da un beso en la mejilla dejando la bolsa, donde se encuentra el juguete, en el suelo. – ¿Qué es lo que pasa?

-   Pero… – Se apresura a decirle a su nieta una vez se han separado. – ¿Me quieres decir qué demonios llevas puesto?

-   Venga, abuelo. No empieces como el otro día, ¿vale?

-   Ve a sentarte. Ya hablaremos de esto. – Señala al hueco libre del sofá.

-   ¿Y bien? – Comienza a decir Martín, que se apoya con los brazos sobre el respaldo del sillón libre, mientras la rubia se acerca al lugar correspondiente agachándose sobre sus rodillas para animar a su amiga. – ¿A qué debemos esta visita?

-   Te dije que tenías de plazo hasta el lunes. – Expone Eliseo con un tono tranquilo pero que delata enfado. – Esta indecencia tiene que terminar. Así que dime, ¿qué has decidido?

-   Lo que he decidido es que usted no decide por mí. Ni por nadie. No es el dueño de la vida de las personas que le rodean.

-   Me imaginaba que dirías una gilipollez como esa.

-   ¿Quiere decir alguien de una vez lo que ocurre? – Pregunta Carolina un tanto exasperada.

-   Tu abuelo, aquí presente, quiere que Paula y yo dejemos de vernos. – Explica su padre. – O si no… creo que habló de destruirme.

-   Te lo quitaré todo. Lo juré y lo voy a cumplir. Antes de que termine la semana habré acabado contigo. – Amenaza el veterano empresario.

-   No le tengo ningún miedo.

-   Abuelo… – Toma la palabra la rubia. - ¿A qué viene todo esto?

-   Viene a que no voy a permitir que mi nieta viva en esta casa de lujuria y libertinaje nunca más. ¡Yo la pagué y puedo echar a quien se me antoje! – Eleva la voz. – Sólo hay que mirar la forma en que te vistes. Y… – Continúa mientras coge la bolsa del suelo, extrañado por los motivos que la adornan, para sacar después su contenido. - ¿¡Me quieres decir qué coño es esto!?

-   Abu, yo… – Es lo único que atina a decir Carolina superada por las circunstancias.

-   ¡Y lo de este fin de semana ya es la gota que colma el vaso! – Exclama mirando ahora a Martín. – ¿Te crees que no me iba a enterar de que ha estado ingresada en el hospital? ¿¡Que podrías ocultármelo!?

-   En ningún momento… – Intenta excusarse el padre.

-   ¡A mí no me engañas! ¡¡Has intentado matar a mi nieta de la misma manera que mataste a mi hija hace dieciocho años!!

-   ¿¡Estás loco, viejo de mierda!? – Abre la boca por fin Alejandro, interrumpiendo lo que iba a decir su padre, para soltar tal exabrupto.

-   ¡¡Tú…!! – Señala el abuelo a su nieto. - ¡¡Tú eres el peor de todos!! ¡¡Maricón desviado!!

Las constantes subidas de tono del patriarca derivan en un tambaleo de sus piernas y el posterior gesto de llevarse la mano al pecho tosiendo. Parece que su débil corazón vuelve a hacer de las suyas mientras todos miran con estupor.

-   ¡Abuelo! – Carolina es la única que va a socorrerle levantándose de su posición.

-   Hija mía… – Le dice mientras parece recobrar, poco a poco, las suficientes fuerzas como para coger un bote del bolsillo. – Mis pastillas.

-   Claro. Voy ahora mismo.

La maravillosa rubia comprueba que ya puede mantenerse en pie por sí mismo para después salir corriendo hacia la cocina a por un vaso de agua.

-   Muy divertida la escena familiar. Pero no voy a perder más el tiempo. – Comienza a hablar Fernán Medina, que se ha mostrado impasible hasta ahora, mientras se levanta lentamente de su asiento, con lo que le da tiempo a Carolina de volver. – Dime, Paula. ¿Ya has decidido con qué te quedas? ¿Tu herencia o este hombre?

- ¿¡¡Qué!!?

Mientras Martín y su hija escuchan asombrados la propuesta carente de toda sensibilidad, la morena enfoca por fin su mirada para dirigirla hacia su amante. Abre la boca, aunque ningún sonido sale de ella.

-   ¿Y bien? – Insiste el imponente y poderoso hombre.

Paula sólo consigue volver a su posición inicial.

-   Me decepcionas, pero como quieras. – Asegura mientras se abrocha el botón de su chaqueta para dirigirse después a su socio, el cual parece ya completamente recuperado. – Ya sabes lo que tienes que hacer.

Eliseo Peralta, que no desea ningún mal a su nieta, decide proponer una última cosa a Carolina.

-   Hija mía. Tú eres buena. Ven conmigo. Yo cuidaré de ti. Abandona a estos ingratos. Te daré todo lo que quieras. Podrás estudiar y vivir conmigo. ¿Qué me dices?

La hermosa rubia se queda petrificada. Estado que aprovecha su gemelo para tomar la palabra.

-   Mi hermana no se irá nunca con alguien tan despreciable como tú.

-   Si no lo haces… – Continúa el abuelo hablando a la muchacha bajo la atenta y amenazante mirada de Fernán. - …entonces no me dejáis otra que desheredaros a vosotros también.

-   ¡Me importa un huevo! – Exclama Alejandro. – ¡Y sal de esta casa!

-   ¡Esta casa es mía! – Espeta su abuelo.

-   Ni de coña, viejo. – Vuelve a la carga el joven. – Esta casa era de mi madre. Puede que tú la pagases, pero es nuestra por derecho. Mi padre la administraba hasta que fuésemos adultos. Así que. ¡Fuera de aquí!

El patriarca, sorprendido por tal muestra de valentía, parece estar calculando la edad de sus descendientes con la cabeza.

-   Me da igual. – Dice por fin. – Quedaos con ella. No me importa. Pero no veréis ni un duro más. ¿Me has entendido?

-   ¡Fue-ra! – Termina por exigir Alejandro sabiéndose ganador de esta batalla.

-   Carolina. – Se dirige ahora a la rubia para intentar llevarse algo positivo de allí. – Piensa en tu futuro. Puedes ser una cirujana. La mejor. Podrás salvar vidas. Pero tienes que venir conmigo. De lo contrario jamás podrás ir a la universidad. Tendrás que estudiar en una pública. Y sabes que no es ni la mitad de buena. Por favor. Hija mía. Hazme caso. Nadie te va a querer más que yo. No acabes igual que tu madre.

La joven rubia, que ha escuchado toda la retahíla de afirmaciones por parte de su abuelo, agacha la cabeza. Lo que Eliseo desconoce es que acaba de cometer un grave error mencionando a la difunta María.

-   Abuelo, ¿sabes qué día fue el sábado?

-   ¿Qué?

-   El sábado fue nuestro cumpleaños. – Afirma mientras su interlocutor traga saliva. – Dices cosas horribles como que mi padre mató a mi madre y que yo voy a acabar igual. Que eres el único que me quiere. Pero ni te has acordado de llamarnos para felicitarnos, ni pareces saber los años que tenemos. En cambio, mi padre es el que me ha hecho sentir amada. Todos estos años. – Levanta su fruncido ceño por fin hacia él. – El único que merece ser abandonado eres tú. Así que, como ha dicho mi hermano: largo de aquí.

El silencio se apodera de la estancia mientras todos esperan una reacción por parte de Eliseo que nunca llega.

-   Vámonos. – Insta su socio mientras le agarra del hombro, para que ambos se giren hacia la salida. – Está hecho.

-   Recuerda. – Se dirige, por último, su suegro a Martín, mientras pasa a su lado. – Antes de que termine la semana. Te devolveré al hoyo del que viniste. Lo juro.

Por fin, los cuatro habitantes de la casa observan como los dos empresarios abandonan el lugar cerrando la puerta principal de la casa.


El sepulcral silencio que inunda el salón no impide que los gemelos apuren, parsimoniosos, su comida en la mesa del salón. Martín, que ya ha terminado, se levanta sin decir nada para entrar en la cocina y servir un nuevo plato. Tiene la intención de subir a su habitación, donde se encuentra Paula, albergando la esperanza de que pruebe bocado. No ha salido de ahí desde hace una hora.

-   Lo siento. – Le dice Josefa que se ha cambiado, pues su jornada matutina ya ha acabado, mientras guarda los últimos utensilios.

-   Me imagino lo que estás pensando.

-   Es su vida. No tengo derecho a…

-   ¿Sabes? Por un momento he pensado en que hubiese sido mejor que Paula me hubiese rechazado. O que tendría que haberte hecho caso y haber renunciado a ella.

-   No es que la joven sea precisamente santa de mi devoción, pero no podías haber hecho otra cosa.

-   ¿Por qué lo dices?

-   Los chicos te quieren y te admiran. – Vuelve a tutearle lo que añade solemnidad a sus palabras. – Y necesitan que su padre sea fuerte. Como siempre ha sido.

-   Gracias.

-   Seguro que María está orgullosa de ti. – Afirma mirando hacia arriba. – Allí desde donde esté mirando.

-   La echo tanto de menos…

Josefa se acerca a él para reconfortarle acariciando su rostro viendo que podría derrumbarse.

-   Todo va a salir bien.

-   ¿Cómo estás tan segura?

-   Porque… – Le dedica una cálida sonrisa. – …han salido a su madre.

Nuestro protagonista se ríe nervioso ante la divertida puya que su empleada acaba de lanzarle.

-   Menos mal. – Le devuelve la ironía.

-   Menos mal que te tienen. – Corrige amable.

-   Y a ti.

-   Vamos zalamero. – Le endulza mientras se gira. – Tengo que irme.

-   Espera, que te acompaño. – Se ofrece mientras termina de llenar el plato de crema de calabaza y coge una cuchara.

Una vez ambos se despiden en la puerta de entrada, Martín sube las escaleras y llama a la puerta del dormitorio principal.

-   Paula, voy a entrar.

Espera unos prudenciales segundos a una respuesta que nunca llega.

Abre para encontrarse a la morena tumbada de lado, de espaldas a él, sin más movimiento que el que su respiración produce.

-   Te he traído un poco de comida. – Expone mientras se sienta a su lado.

-   No tengo hambre. – Responde por fin.

-   Por favor…

-   Sabía que era un hijo de puta, … – Expresa refiriéndose a su abuelo. – …pero jamás pensé que me haría algo así.

-   Lo siento. De verdad.

-   Me lo ha quitado todo. ¿Qué voy a hacer ahora?

-   ¿Por qué…? – Comienza a preguntar buscando las palabras correctas. – ¿Por qué lo has hecho?

-   ¿De verdad me lo estás preguntando? – Se gira mostrando un gran enfado. - ¿Es que no me conoces todavía?

-   Sé que me quieres. Pero hace tan solo una semana que nos conocemos y has renunciado a todo por mí. Necesito que me lo expliques.

-   Pues porque te quiero… Y porque nadie, ¿me oyes? ¡Nadie me quita lo que es mío!

-   ¿Y qué vas a hacer?

-   No lo sé… – El cabreo desaparece de su rostro para dar paso a un amago de llanto.

-   ¿No puedes hablar con él? Aclarar las cosas.

-   No sabes de lo que es capaz. Ahora mismo estaría dispuesto a quemar todo su dinero antes que dármelo a mí. – Las cejas de Paula vuelven a tensarse. – Ojalá hubiese una manera de arrebatarle todo.

-   ¿Y si…? – A Martín se le acaba de encender la bombilla. - Tienes un contrato firmado, ¿no?

-   Sí.

-   ¿No dice que si terminas tus estudios serás la heredera? Si lo haces no tendrá más remedio que cederte todo. Además, así le demostrarás tu coraje y puede que te perdone.

-   Es lo primero que pensé, pero no es posible. En el contrato pone que es obligatorio realizar la carrera en la universidad privada de la ciudad. Ya no tengo dinero para pagar ni la matrícula del primer año. Él se iba a hacer cargo de los gastos.

-   ¿Y tus padres?

-   ¿Qué pasa con ellos?

-   ¿No pueden ayudarte?

-   ¿Cómo?

-   Ellos podrían pagar la universidad.

-   Ni de coña.

-   ¿Por?

-   Mi padre no tiene nada.

-   ¿¡Qué!?

-   Martín, el dinero que gana mi padre sólo sirve para pagar la enorme deuda que su empresa tiene con los bancos. Es mi madre la que se ocupa de la hipoteca de la casa y no va a renunciar a sus caprichos. Mi asignación me la daba mi abuelo.

-   No jodas. No tenía ni idea. – Asevera recordando lo que Santiago le dijo el miércoles.

-   Además, aunque consiguiese reunir la cantidad, tanto mi abuelo como tu suegro pertenecen al consejo de administración de la universidad. Jamás permitirán que nos matriculemos.

-   Mierda.

-   No hay nada que hacer. Han ganado.

Una voz desde la puerta interrumpe la conversación.

-   ¡Y una mierda han ganado! – Exclama Carolina.

-   ¿Qué? – Se extraña Paula.

La hermosa rubia se acerca a la cama para abrazar a su amiga.

-   Que no vamos a permitir que se salgan con la suya. – Asegura separándose de ella.

-   Gracias Carol, pero…

-   Esta no eres tú. La Paula que conozco no dejaría que algo así la detuviese.

-   Yo…

-   Mírame. Recuerda quién era yo hace una semana. Mi padre y tú me habéis ayudado a ser más valiente. Más fuerte. Jamás me hubiese atrevido a enfrentarme a mis miedos si no tuviese un ejemplo como tú. Ya eres parte de la familia y te juro que vamos a conseguirlo juntos. Déjame ayudarte como tú me has ayudado a mí.

-   …

-   No eres la única, hermanita.

Martín se vuelve hacia la entrada de la habitación para comprobar que la nueva voz que surge pertenece a Carolina, que ahora viste un vestido rojo.

- Un momento…

Nuestro protagonista gira de nuevo su cabeza en dirección a las dos muchachas que se encuentran a su lado en la cama para ver cómo intercambian miradas, esta vez con una amplísima sonrisa, entre la recién llegada y el pasmado padre.

-   Ya era hora, hermanita.