La Verdad 2 (Capítulo 4)
Cuarto capítulo. En el centro comercial
- ¿No crees que me queda mejor a mí?
- Carol… ¿Qué llevas puesto?
- Después de todo lo gané yo. Es mío.
- Estás prácticamente desnuda.
- Tampoco es para tanto. No es como si estuviese enseñando las tetas. Ya sé que me dijiste que no quieres verlas.
- No se trata de… Lo que quiero decir…
- Ya, ya. Te da apuro admitirlo.
- Carol.
- Que sepas que aún estoy enfadada.
- ¿Por qué?
- Por dejar que Paula se lo ponga. Se supone que me lo tenías que ver puesto a mí primero.
- Lo siento.
- Hay tantas cosas en las que debes ser tú mi primero…
- ¿A qué te refieres?
- Ya lo sabes.
- Necesito oírlo.
- Entonces lo admites.
- Dímelo.
- Debes ser tú el primero… que entre dentro de mí.
- Sí…
- Aún soy virgen.
- Mi niña.
- Y no puedo esperar más.
- Lo sé.
- ¿Vas a dejar que otra persona te quite ese derecho que tienes sobre mi cuerpo, papá?
- Sabes que no está bien.
- ¿Y qué está bien? ¿Es que hay alguien que me vaya a querer más que tú?
- Nunca.
- Entonces, ¿a qué esperas? Ya sabes lo que siento por ti. ¿Sabes lo que sientes tú por mí? Lo que sentiste mientras nos besábamos.
- Lo admito.
- Dilo.
- Te amo, Carol.
- Entonces ven. Acércate mientras me quito las braguitas.
- ¡Oh, dios!
- ¿A qué esperas? Fóllate a tu hija como se merece. Como te mereces.
- No… puedo.
- ¿Qué te lo impide?
- Mis huevos. Están encadenados. No puedo acercarme.
- Mira, aquí viene Paula. ¿Qué lleva puesto entre las piernas?
- Es el consolador negro.
- Es enorme.
- Joder.
- Se acerca cada vez más.
- ¡No!
- Si no te das prisa será ella quien me desvirgue. No puedo resistirme. Necesito una polla ya. Sea de quien sea.
- Debo ser yo. Es mi derecho.
- Pues date prisa. Ya está aquí.
- ¡Me duele! Si doy otro paso creo… creo que acabaré arrancándomelas.
- ¿Y no merece la pena? ¿El coñito virgen de tu perfecta hija? ¿No crees que vale ese precio?
- Yo… quiero…
- Paula va a entrar. Te lo va a arrebatar todo.
- ¡No!
- ¡Joder! ¡Qué grande es! Me encanta.
- ¡Noooo!
Han vuelto. Esos sueños. Y duelen.
A pesar del extraño desahogo de anoche, la excitación no ha disminuido ni un poco. Pero la esperanza de que hoy va a ser el día que se libre de su prisión reconforta de alguna manera a nuestro protagonista.
- Unas horas más y todo volverá a la normalidad.
El hueco vacío en la cama demuestra que, de nuevo, Paula ha sido más madrugadora. El sol hace ya mucho que domina su cúpula celeste. ¡Qué fácil es acostumbrarse a estar de vacaciones!
A pesar de ello se toma su tiempo en el baño. Meada y ducha fría lo primero. Debido a su ánimo, hoy ha sido más fácil domar a la bestia. Tres días hace que lleva puesto el aparato, los mismos que no se afeita. Ataviado tan sólo con una toalla en la cintura, agarra el bote de espuma y comienza con el ritual de la cuchilla frente al espejo.
Se desanuda la toalla para quitarse los restos blancos de la cara con ella, pero ¿por qué parar ahí?
Vuelve a tomar una buena cantidad de espuma y, una a una, quita el vello de todas las partes de su cuerpo: brazos, piernas, axilas, pecho, ingle, … Después de todo, se trata de imitar lo que ve en la piscina cuando coincide con los expertos componentes del club de natación que allí se reúnen.
Contento con su ocurrencia, y más con el resultado, vuelve a taparse con la toalla. Abandona el baño y abre el cajón de la ropa interior. De nuevo las braguitas más sexis de su hija aparecen ante él.
Después de observarlas un rato coge un tanga color turquesa y comienza a imaginarse a Carolina vestida con él. Sólo tarda unos segundos en darse cuenta que es el mismo que se encontró el viernes por la mañana en la cesta de la ropa sucia, sólo que esta vez está limpio. Dicho pensamiento hace que sea aún más consciente de lo mayor que se ha vuelto su hija. Hace una semana no se habría creído que, la que era su pequeña niña, se atreviese vestir eso.
Quiere comprobar cómo sería verla realmente enfundada con la escueta braguita así que vuelve al baño, cierra la puerta con el pestillo, se quita la toalla y se la coloca. El roce de la fina costura en la hendidura de sus nalgas le hace rememorar el cúmulo de sensaciones que le invadieron anoche.
- ¿Qué fue aquello?
La jaula, envuelta por la fina tela, procura alejarle de su ensoñación con un nuevo apretón. Así que se quita la prenda para acceder a la habitación con la toalla nuevamente anudada.
- ¿Qué haces?
- ¡Carol!
La joven rubia, que lleva ya unos segundos en el cuarto, ha visto cómo su padre sale por la puerta del baño con el tanga en la mano.
- ¿Por qué no llamas antes de entrar? – Camufla su sorpresa con fingido enfado.
- ¿Y tú? ¿Por qué coges mis cosas? – Le replica sin achantarse, imitando su voz.
- Verás… – Recurre de nuevo a sus reflejos. – Estaban ahí dentro. Sólo las devolvía a …
- Ya sé que Paula me permite vestir su ropa, y no pasa nada por dejarle la mía. – Indica sin cambiar el tono. – Pero que se ponga mis prendas íntimas delante de ti me parece mal.
La inocencia de Carolina salva a Martín que ve cómo ésta le arrebata el tanga y lo coloca junto al resto del contenido del cajón, para después hacer una suerte de ovillo con todo y abrazarlo contra su busto, intentando que no se caiga ningún componente del mismo.
La maniobra hace que sus generosos pechos se claven aún más en la camiseta de algodón que viste. La misma que llevaba anoche cuando entró buscando a su amiga.
- Me las llevo. No sea que se os ocurra hacer nada raro con ellas. – Continúa diciendo secamente.
El distraído padre rememora tres momentos de los últimos días: cuando Paula se probó el famoso bikini azul, cuando se disfrazó de la rubia y ayer cuando se puso el sexy conjunto de lencería perteneciente a su hija.
Parece como si a Carolina se le hubiese olvidado que ella misma posó para él con la ropa de la morena. O quizá es que, de una manera subconsciente, no quiere que otras lo hagan.
- ¿Sabes tú dónde han escondido mis…? – Pregunta Martín por fin mientras observa cómo da media vuelta con intención de salir de allí.
- Creo que en el cuarto de Alex. En una de las maletas.
- Gracias.
- De nada. – Responde sin girarse.
El tono cortante que ha empleado su hija durante todo el rato hace que lo que ayer ocurrió se agite en la mente de nuestro protagonista que, sin pensar lo que va a decir a continuación, la detiene llamándola.
- ¡Carolina, espera!
- ¿Qué quieres ahora? – Dice todavía sin mirarle.
- ¿Qué te ocurre? ¿Estás enfadada conmigo?
- No.
Ya que sigue sin darse la vuelta, Martín pasa a su lado para cerrar la puerta y ponerse delante de ella.
- ¿Entonces qué te pasa?
- Ábreme, por favor. – Le mira por fin, aunque con el ceño fruncido.
- Contéstame. Soy tu padre. – Dice ya con tono amenazante.
- Que me abras la puerta.
- Antes dime qué mosca te ha picado.
- ¿Y a ti?
- ¿A mí?
- Sí, a ti. Todavía no me has dicho qué sentiste al besarme.
- Joder, Carol. – Comienza a comprender. – Mira, lo que ocurrió no…
- Si no vas a contestar ábreme la puerta.
- No.
- Entonces contéstame a esto: ¿te lo pasaste bien anoche con Paula?
La pregunta descoloca de tal manera a nuestro protagonista que su instinto le traiciona con la réplica.
- ¿Y tú?
Las prendas delicadas de Carolina caen al suelo a la misma velocidad que el tembloroso brazo de la muchacha se eleva para impactar en la mejilla de su progenitor.
Sin darle tiempo para reaccionar, la bella rubia escapa tras abrir la puerta, para dirigirse corriendo a su habitación, disimulando la lágrima que ya recorre su pómulo.
Completamente enfurecido, Martín sigue el mismo recorrido y, justo cuando parece que va a arrancar la puerta de un empujón, el lastimero sollozo que se oye desde dentro detiene su pretensión.
Se da cuenta de que, por mucho que haya crecido, no deja de ser una niña. Su niña. Debe ser dificilísimo para ella ver cómo su padre, del que está completamente enamorada, se acuesta por las noches con su mejor amiga. Y encima con sus bendiciones.
La mano con la que iba a abrir la puerta termina por apoyarse en la misma y la acaricia como si de su propia hija se tratase.
- ¿Qué voy a hacer?
En ese momento la voz de Josefa delata la inminente llegada de la misma, que se encuentra subiendo las escaleras. Así que el hombre, que todavía está enfundado en su toalla, se escabulle hasta la habitación de Alejandro, aprovechando que se encuentra abierta. De todas formas, tiene que buscar sus calzoncillos.
Después de cerrar disimuladamente la puerta, mira a su alrededor para observar bien el entorno.
Un enorme escritorio, encima del cual se encuentra el ordenador de sobremesa, preside el cuarto, justo delante de una estrafalaria silla de “gamer” de la que Martín sólo se acuerda lo mucho que le costó. Las innumerables maletas están esparcidas por el suelo y Martín no tarda demasiado tiempo en comprobar, una tras otra, que su ropa interior no está en ninguna.
No se rinde, así que registra también el armario. Para su sorpresa, parece que Paula lo ha usado para guardar la ropa que no cabía en el de la habitación principal, pues entre las cosas de Alejandro, hay toda clase de prendas femeninas. En todo caso, allí está la última maleta. La saca para ponerla encima de la cama y, tras abrirla, descubre que esta vez ha acertado.
También ve una vieja bermuda. Piensa en lo lista que ha sido la morena ocultando también esa prenda, pues podría haberla usado ayer perfectamente sin necesidad de llevar nada debajo. Aprovecha el hallazgo para ponérsela después de quitarse la toalla. Cierra la maleta y sale del cuarto con ella en dirección a su habitación.
Por el camino escucha cómo dos voces femeninas surgen ahora de la puerta de Carolina. Josefa debe estar charlando con ella, no hay duda. Piensa que quizá sea mejor que la figura femenina con la que ha crecido calme su aflicción así que regresa a su dormitorio.
Las sexis braguitas de la joven ya no se encuentran ahí. La asistente ha debido llevárselas con ella. Sin darle mayor importancia, termina por guardar el contenido de la maleta en el cajón vacío y se enfunda una camiseta para bajar a desayunar.
- Buenos días. – Saluda a los presentes en el recibidor.
- Buenos días mi amor. – Paula, vestida con su pijama, se echa en sus brazos dándole un beso.
No es la única que allí se encuentra pues, por lo que parece, el madrugador chófer ya ha hecho su trabajo viajando a la costa para recoger los enseres abandonados.
- ¿Las dejo en algún sitio? – Pregunta el hombre negro con su característico acento, refiriéndose a las dos maletas.
- No. Está bien. Puedes irte. Muchas gracias. – La morena indica elegantemente que es hora de que se largue de ahí.
Sin pronunciar más palaba, el corpulento hombre abandona el lugar cerrando la puerta principal tras de sí.
- Ven a la cocina. – Solicita la muchacha a su amante. – Vamos a desayunar antes de ir a la ferretería.
Arrastrado de la mano, se deja llevar hasta el lugar donde se encuentra su hijo engullendo una tostada entre los deliciosos olores que inundan la estancia.
- Buenos días. – Mastica el saludo Alejandro.
- ¿Qué te he dicho de hablar con la boca llena? – Formula la morena.
- Perdón. – Se disculpa sin tragar nada con una risueña mirada.
- No tienes remedio. – Sentencia Paula con un fingido gesto de desaprobación.
- Buenos días, Alex. – Devuelve el saludo el padre con el ánimo mañanero totalmente restituido debido a la divertida escena.
- Voy a conseguir educar a estos mocosos, aunque sea lo último que haga. – Simula el rol de madre de una forma jocosa.
- Me parece genial. – Sigue el juego Martín mirando a su hijo.
- Está bien. – Alarga las vocales el joven con la boca ya vacía.
- Es lo que les falta a estos chicos. Mano dura. – Espeta la morena.
- Qué responsable. – Halaga con sorna el hombre mientras se sirve un café.
- Paula siempre lo ha sido. – Reconoce el rubio.
- Ah, ¿sí?
- Sí. Siempre ha parecido más mayor que el resto de la clase. – Continúa Alejandro.
- No me digas.
- Entré en la pubertad a los diez años. – Confiesa la joven.
- ¿En serio? – Se extraña el padre por dicha precocidad.
- Quizá por eso me gustan mayores que yo. Siempre he tenido a chicos de cursos más avanzados revoloteando.
- Entiendo.
La puerta de la concina se vuelve a abrir para dar paso a las dos integrantes que faltaban.
- Buenos días. – Saluda Carolina con señales de haber llorado, mientras Josefa y Martín hacen lo mismo entre ellos.
- Buenos días, guapísima. – Se abraza Paula a su amiga. – ¿Qué te pasa?
- Nada. Que no encuentro mi móvil.
- ¿Dónde lo dejaste?
- En tu casa de verano. He visto las maletas y me he puesto a buscar, pero no está dentro.
- ¿Seguro?
- Sí.
- Luego llamo a Paco para que busque mejor.
- Da igual.
- Se me ocurre una cosa. Tu padre y yo íbamos a ir a la ferretería a por unas cosas. ¿Por qué no vas tú en mi lugar y os acercáis a la del centro comercial? Así podéis comprar allí también un móvil y… alguna cosa más. – Termina guiñándole un ojo a la rubia.
- Pensaba que ibas a ir conmigo. ¡Qué vergüenza!
- Venga. No pasa nada.
La hermosa rubia reúne el valor para mirar en dirección a su padre, el cual quiere enterrar el hacha de guerra hablando tranquilamente con ella a solas.
- Me encantaría llevarte, mi niña.
- Mmmm. – Hace un mohín con la cara.
- Venga, y te compro el móvil que quieras y todo lo que necesites.
- Con una condición.
- ¿Cuál?
- Que dejes de llamarme “mi niña”.
- Hecho.
Ya lleva unos minutos esperando, distraído con el móvil, apoyado en la carrocería azul del coche de su hija, la cual aparece por fin.
Deslumbrante como siempre, se ha vestido con el mismo primer conjunto con el que posó para él en la costa. El top de cuello halter que le llega hasta justo debajo de los senos, los cuales amenazan con salirse por los laterales del mismo con cada zancada. La minifalda plisada también parece sucumbir a las prisas de la joven, elevándose a cada paso y tapando a duras penas la zona más elevada de sus muslos. La espalda al aire y dos bultitos que forman sus pezones delatan que no lleva ropa interior, por lo menos en la parte de arriba.
- Ya estoy. – Dice apurada. – ¿Es que vamos a ir en mi coche?
- Sí. No quiero sacar el mío del garaje. Además, si te apetece, damos otra clase de conducir dando vueltas por el aparcamiento del centro comercial.
El temblor en las manos de la hermosa muchacha responde por ella, convirtiendo lo que a priori parece una buena idea en nefasta.
- Se hace tarde. – Dice Carolina secamente desechando la idea y entrando en el habitáculo.
Hace lo mismo Martín para después poner en marcha el motor. Piensa que, aunque no está muy lejos, los pocos minutos que tardarán en llegar al lugar pueden servir para charlar y aclarar todo.
- Carol, quería decirte que…
- Lo siento, papá. No tenía ningún derecho a pegarte. No sé qué me pasó.
- No te preocupes. No quiero que estemos enfadados el uno con el otro.
- Es que estoy hecha un lío.
- Lo entiendo.
- No lo creo.
- ¿Sabes acaso qué son esas pastillas que tomaste?
- Lo que te dije, te hacen parecer más guapa.
- Sí, pero aparte de eso… hacen que aumente tu libido.
- Ya. Me lo explicaron Paula y la doctora.
- Entonces sabrás también que los efectos tardarán en disiparse.
- Sí.
- ¿Y no crees que has podido confundir tus sentimientos debido a ello?
- Lo he pensado.
- Quiero que te des cuenta de que debes ser paciente. Cuando pasen los días te encontrarás mejor y olvidarás toda esta historia.
- Pero…
- Dime.
- Es que me hacían sentir tan bien… Es como si ganase confianza. Como si fuese más valiente. Me ayudaban a ser la chica que siempre me había imaginado ser.
- Pero tú ya eres una mujer excepcional. Eres maravillosa. Lista, divertida, guapa, … No hay nada de malo en ti.
- ¿De verdad? – Un nuevo espasmo acompaña la ruborizada y hermosa cara de la muchacha.
- Por supuesto.
- Gracias, papá. Como siempre, eres mi héroe.
- De nada. – Respira aliviado habiendo aclarado las cosas, viendo por fin cómo la hermosa sonrisa inunda el rostro de su hija. – Parece que ya estás mejor.
- Es que me ha encantado que te hayas referido a mí como mujer.
- Bueno…
No quiere cagarla ahora que las cosas parecen ir mejor entre ellos, así que decide callarse y dejarlo como está. De todas las maneras, el centro comercial ya aparece ante sus ojos. Un par de rotondas más y terminan por acceder al gran aparcamiento del lugar.
- Sólo que… – Retoma Carolina. – Hay una cosa que no termino de entender.
- ¿El qué? – Pregunta mientras acopla el coche en uno de los muchos huecos libres.
- Que no me hayas respondido todavía a lo que tú sentiste.
- Oh, Carol. Es que no…
- Déjalo, papá. – La sonrisa se transforma de nuevo para dar paso a esa endiablada mueca. – Ya lo averiguaré por mi misma. – Asegura para después bajar del vehículo.
Pasando de largo el gran supermercado llegan a la zona de tiendas cuando una voz a su lado les detiene.
- ¡Carol!
- Hey, hola chicos. – Saluda la guapísima muchacha a los dos jóvenes que se acercan a su encuentro.
- ¿Dónde te metiste el jueves? Te fuiste muy pronto de la fiesta.
- ¿Son amigos tuyos? – Pregunta su padre.
- Sí. Compañeros de clase.
- Encantado. Soy Martín, su padre.
- Ah, hola. – Saludan ambos un tanto apurados por la, tal y como se les antoja, desagradable compañía.
- Pues es que ya era muy tarde. Estaba cansada. – Se disculpa la hermosa rubia.
- ¡Qué pena!
- No pasa nada.
- Es que… verás. – Continúa uno de ellos mientras el otro no para de mirar sin disimulo el hipnótico busto de la fémina, gesto que no le pasa desapercibido a Martín. – El año que viene nos marchamos muchos a estudiar fuera y ya no nos vamos a ver. Había pensado que podemos quedar a darnos un chapuzón a la piscina este verano.
- ¡Genial! ¿Qué os parece esta tarde?
- ¡De put…! – Para en seco su interjección intercambiando miradas con el padre. – Quiero decir, estupendo.
- Ahora venía a comprarme un móvil nuevo. ¿Qué os parece si luego os doy un toque?
- ¡Claro! – El muchacho apenas puede contener su alegría.
- Se lo diré a Paula y a Alex para que se vengan también.
- Por supuesto. – Recibe ahora un tanto contrariado la sugerencia que la muchacha propone.
- Vale pues luego nos vemos.
- Ok. Hasta la tarde.
- Adiós, chicos.
A la vez que prosiguen su camino, Martín no duda de las intenciones de los compañeros de su hija y se gira para echarles un último vistazo. Como bien supone, se encuentran repasando con la mirada la parte trasera del cuerpo de Carolina, mientras cuchichean entre ellos.
Contrariado por la situación, vuelve a entornar su cuello para encontrarse, esta vez, con la sonrisa de Carolina, que no le ha dejado de observarlo desde que se han puesto de nuevo en marcha.
- ¿Por qué me miras así?
- ¿Celoso?
- ¿Pero cómo puedes decir eso?
- Si tan seguro estás, no te importará que lo primero que haga cuando tenga el móvil nuevo sea llamar a Mauri. Quizá aclare las cosas con él.
El sudor frío que siente por su cuerpo le deja sin réplica, lo que conlleva una risa de su acompañante.
- Vamos a la tienda cuanto antes, tengo curiosidad por saber qué me dice.
Tiene que salir de esta. Quizá la mejor opción sea confesarle que le mintió. La coartada perfecta consiste solamente en decir que lo hizo porque estaba bajo la influencia del alcohol y de las pastillas. Pero claro, él todavía no ha sabido de la existencia de tales píldoras hasta ayer.
- ¿Sabes? – Interrumpe la ensoñación de su padre. – Creo que empiezo a comprender que dices más con tus silencios que con las palabras.
- Pues entonces dime, doña secretos. – Replica el padre ahora sintiendo cómo regresan a él sus reflejos. - ¿Qué más tienes que comprar? ¿Qué es eso tan importante a lo que se refería Paula que sólo puedes ir con ella?
- ¿De verdad quieres saberlo?
- Sí.
- Pues sígueme.
Aumenta la velocidad Carolina abandonando la compañía de su padre que le sigue a cierta distancia, pues no quiere mostrar debilidad corriendo para alcanzarla. Lo único que consigue con ello es observar cómo la maravillosa figura de su hija atrae las miradas de mucha de la gente que allí se congrega.
Sin demora, alcanzan un recóndito establecimiento que se encuentra en un rincón entre dos pasillos de la zona de tiendas.
- ¡Joder! ¡Es un sex-shop!
- ¿Entras o qué? – Insiste viendo cómo su padre se queda embobado viendo el escaparate.
- ¿Lo dices en serio?
- Me lo ha propuesto Paula. Para ayudarme con mi problema. – Dice divertida viendo a su padre sudar a mares. – ¿Acaso prefieres que tu novia me eche una mano todas las noches?
- ¿¡Pero tú crees que esto es normal!?
- ¿Y qué me dices de ti? Por lo menos lo mío es por necesidad. ¿Acaso no crees que sé que quieres ir a la ferretería para montarte un “cincuenta sombras” con ella?
- … – La pregunta le pilla desprevenido. ¿Cómo podría decirle a su propia hija que se trata también de la misma necesidad? Confesarle lo del chastity. - ¿¡Y cómo coño sabe de esa picante historia!?
- ¿Lo ves? Otro silencio.
- Está bien. Está bien. Entremos.
No es que sea un mojigato, pero jamás se hubiese imaginado entrando en una tienda como esa y menos acompañado por su propia hija. Lo del escaparate se queda corto. Ropa fetichista, un gran catálogo de consoladores, artilugios más pensados para la tortura que para el placer,… Todo eso y más adorna las estanterías de la tienda.
Los espasmos vuelven a los brazos de la exuberante rubia junto al aumento de tamaño de las dos protuberancias que delatan la posición de sus pezones en el top. Parece decidida a hablar con la dependienta así que se acerca al mostrador.
- Buenos días. – Llama la atención de la trabajadora.
- Hola guapísima. – Saluda a su nueva clienta. – ¿Qué deseas?
- Quería preguntar si os quedan succionadores… ya sabes. – Parece que la valentía que Carolina demostraba antes con su padre se desvanece un poco con esa extraña.
- ¿De clítoris?
- ¡Sí! Desde hace un par de días tengo ganas de probar uno.
La memoria de nuestro protagonista regresa a la fiesta del Pussycat, mientras la atareada mujer busca una caja por las estanterías.
- Mira, este es el modelo que más vendemos.
- ¡Genial! Me lo llevo ahora mismo.
- Vaya. Sí que tienes ganas, sí. – Frase que devuelve el rubor a las mejillas de la hermosa clienta. – ¿Vas a pagar con tarjeta o en efectivo?
Carolina se da la vuelta para mirar a su atónito padre que todavía no había abierto la boca. Por lo menos para hablar.
- ¡Papá!
- ¿Qué?
- Que cómo vas a pagar.
- ¿¡Papá!? – Se extraña la dependienta.
- Con tarjeta, con tarjeta.
Ahora la que se queda embobada es la mujer que recoge la tarjeta como un autómata.
- ¿Ocurre algo? – Pregunta Martín intentando rescatar algún atisbo de orgullo.
- Nada, nada. – Despierta la mujer, que pasa la tarjeta por el datafono para después mirar a su nueva clienta. – Sólo que me hubiese gustado tener un padre tan guay como el tuyo. – Afirma dedicándole un guiño.
- Lo es. – Acaba confesando.
La caja acaba dentro de una bolsa, la cual es recogida por las temblorosas manos de la hija, antes de que ambos se despidan amablemente y salgan de nuevo a la galería del centro comercial.
- ¿Vamos a por el móvil ahora? – Después de lo que acaba de vivir, a Martín le da igual ya todo. Además, no puede impedir que su hija posea un teléfono para siempre. Sólo espera que no se acuerde de llamar al exnovio de Paula.
- Todavía no. Tengo que ir al servicio.
- ¿Ahora?
- Sí, ahora. Me… urge.
- De acuerdo. Si lo necesitas… – Nuestro protagonista ya sabe a qué viene tanto apremio.
- Ve a por tus bridas. Nos vemos aquí.
- Carol…
Pero la muchacha, ignorando a su padre, acaba por desaparecer por un estrecho pasillo adornado con los característicos muñecos que indican la localización de los baños públicos.
Le acaba de dar la excusa perfecta para comprar la cizalla, ir al coche a guardarla en el maletero y regresar a tiempo.
Pero una fuerza muy poderosa dentro de su ser se lo impide.