La Verdad 2 (Capítulo 3)

Tercer capítulo. Por fin en casa.

-   Estás de broma, ¿no?

-   ¿¡Tengo cara de estar de broma!?

-   ¡Pero si fuiste tú quien me lo mandó!

-   ¿¡Yo!?

-   ¡Sí! ¡Me dejaste una nota!

-   Vamos a calmarnos. – Sugiere Paula observando que la conversación se desmadra por momentos. – ¿Dónde dices que encontraste la jaula?

-   Estaba en la mesilla de la habitación de la casa de la playa, dentro de una caja, junto a una llave. Había una nota que decía que me la habías mandado para evitar erecciones durante el fin de semana.

-   Martín, yo no te he mandado esto.

-   Pero si venía firmada por ti… O eso creo. – Comienza a dudar. – Juraría… Ya no me acuerdo.

Martín vuelve a sentarse en la cama para frotarse la frente con la palma de la mano.

-   Vale, vale. Tranquilo.

-   ¿Quieres decir que he llevado esta mierda todo este tiempo por nada?

-   Has dicho que tienes la llave, ¿no?

-   Intenté quitármela ayer, pero no funciona.

-   Déjame probar.

-   De todas formas… – Dice mientras se agacha para sacar el manojo de llaves del bolsillo de su pantalón. – Te he preguntado en dos ocasiones si tenías una copia.

-   Creí que te referías a la de la casa. En serio. Cómo iba yo a pensar…

-   Es esta. – Interrumpe mientras sujeta la llave con la famosa letra B.

-   Déjame.

Martín eleva el trasero por un momento para quitarse el culotte y dejarlo junto al pantalón. Al mismo tiempo Paula echa un vistazo al extraño objeto.

-   Es muy rara. – Puntualiza la muchacha mientras la sostiene.

-   Lo sé.

-   A ver. – Dice a la vez que se pone de rodillas delante de él. – Voy a probar.

La sexy morena agarra el miembro, maniobrando para mirar de forma más meticulosa.

-   No había visto este tipo de jaula antes. La zona del enganche es un poco más grande que las que conozco. Debe ser un nuevo modelo.

-   De verdad… esto es de coña.

-   ¿Esta es la ranura?

-   Se supone. No veo otra. Tú eres la experta.

-   Martín. Esto no sirve para una llave.

-   ¿No?

-   Mira… – Sugiere girando su muñeca para que pueda observar mejor. – Tiene unos contactos metálicos por dentro. Es parecido al conector de un móvil.

-   ¡Es verdad! No me había fijado antes.

-   Parece que tenga un sistema de apertura electrónico. – Comenta mientras vuelve a mirar el aparato esbozando una sonrisa.

-   ¿Te parece gracioso? – Espeta un tanto enfadado por su reacción.

-   No. Es que me parece un aparato genial. Eso es todo.

-   Pues, genial o no, tengo que quitármelo.

-   Más ganas que yo, de que te lo quites, no tiene nadie. – Confiesa elevando de nuevo la mirada hacia su amante. – Pero es imposible. No sé cómo funciona.

-   ¿Y qué hacemos? – Pregunta ya desesperado.

-   Habrá que esperar a mañana a que abran las ferreterías. Hoy es domingo.

-   ¿En serio?

-   A menos que tengas una cizalla en el garaje…

-   ¡Joder! – Apoya el peso de su confusa cabeza sobre las manos.

-   Lo sé… Lo sé… – Se sienta a su lado en la cama para consolarle. – Piénsalo de esta manera: De todas formas, estábamos esperando que fuese mañana el día, ¿no?

-   Ya. Es que me había hecho a la idea…

-   Yo también. – Dice mientras pasa un brazo por su espalda y apoya la cabeza en su hombro. – Sólo es una noche. No puede ser tan grave.

-   ¿Tú crees?

-   Bueno… Eso espero… – Exterioriza mientras, agachando la mirada, mete la mano libre dentro de las braguitas del conjunto de lencería, para después sacar sus dedos completamente empapados. – … Eso espero.


Ambos amantes, ya vestidos, regresan escaleras abajo mientras continúan con la conversación.

-   Y si no ha sido idea tuya, ¿De quién narices es esta jaula?

-   No lo sé. Será de alguna pareja amiga de mis padres. Se la habrán dejado allí.

-   ¿Es posible?

-   Es la única explicación.

Terminan por acceder al salón donde se encuentran a los dos gemelos colocando la vajilla en la gran mesa de comedor.

-   Hola. – Saludan los recién llegados.

-   Qué rápidos. – Espeta la angelical rubia a su hermano sin mucho disimulo.

Alejandro, que se da cuenta que todos han podido oír a Carolina, le comienza a susurrar algo pegado a su oreja para bochorno de su padre, el cual se imagina de lo que se trata.

-   No hemos hecho nada. – Se excusa Martín camuflando la vergüenza con un tono jocoso. – Ingratos.

-   Aaaaah – La muchacha esboza una sonrisa, mientras termina de escuchar lo que tiene que decir su gemelo, sin hacer caso de las palabras de su progenitor.

-   En serio chichos. – Echa un capote la morena. – Preferimos esperar a mañana.

-   Pensaba que tendríais… ganas.

Un pequeño temblor en la mano de Carolina no le pasa desapercibido a Martín.

-   No te preocupes. – Continúa Paula. – Mañana os echamos de casa todo el día. Así la tenemos para nosotros solos.

-   ¿Qué vamos a hacer los dos solitos por la calle? – Finge preocupación la rubia.

-   ¿Ir a la piscina? No sé. Lo que queráis.

-   ¿Y si volvemos antes de tiempo? – Pregunta ahora mientras pone unos adorables morritos.

-   Os ganaréis unos buenos azotes.

-   Uh. En ese caso…

-   ¿No tenéis que comprobar qué tal va la cena? – Interrumpe el padre viendo descarrilar la conversación. – A ver si se os va a quemar.

-   No te preocupes, papá. – Contesta Alejandro. – El robot de cocina tiene para unos minutos.

-   Vale. – Aprueba sorprendido de que su hijo sepa usar tal electrodoméstico.

-   ¿Por qué no nos sentamos mientras termina? – Sugiere la morena. – Así charlamos un rato.

Todos acceden para después ubicarse, Martín en su sillón preferido y el resto en el amplio sofá.

-   Te doy las gracias otra vez, Pau. – Comienza a relatar Carolina. – Salvo por lo de esta mañana, ha sido un fin de semana inolvidable.

-   Sabía que os iba a gustar. Y te pido perdón por lo de Mauri otra vez. Todavía no sé qué rayos le ha pasado. Habrá querido vengarse por romper con él.

-   Puede ser. Menos mal que allí se encontraba mi héroe. – Dice girándose hacia su padre. – Me ha ayudado mucho a vencer mis miedos. Encima me salva de monstruos y de mí misma.

-   Entiendes ahora por qué le quiero tanto…

-   Claro. Siempre ha sido el mejor. Ojalá encuentre alguien como él algún día.

-   Bueno, bueno. – El mencionado intenta frenar tal cúmulo de loas con fingida modestia. – Tampoco es para tanto.

-   ¡Venga! – Toma la palabra la morena. – Si nos tienes a todas loquitas. Su secretaria también está colada por él.

-   ¿Silvia? ¿En serio? – Pregunta esta vez un incrédulo Alejandro.

-   Vaya. – Expresa Martín tapándose los ojos con la mano.

-   Sí. – Continúa Paula hablando para luego dirigirse a la rubia. – Y estoy segura que de pequeña te tenía enamoradita a ti también.

-   ¡Pau! – Exclama alterada la bella rubia mientras pellizca el costado de su amiga haciendo que se revuelva entre risas. – ¡No bromees con esas cosas!

Nuestro protagonista no sabe dónde meterse. En lo que sí se fija es en un nuevo espasmo en la mano de su hija.

-   Pues que sepas que te tengo unos celos terribles. – Suelta Paula. – No veo el momento de pasar un tiempo a solas con él en la playa, igual que tú.

-   Bueno… Igual, igual… – Apunta avergonzada Carolina.

-   Sí, solo que más tiempo. – Continúa la morena guiñando un ojo a su amante. – Si yo estuviese a solas con él no sé si podría resistirme.

Un nuevo temblor surge del brazo de la gemela que ahora se encuentra con la mirada perdida, inmersa en sus recuerdos. Parece que va a más, así que nuestro protagonista decide cortar el tema.

-   Sólo hablamos de nuestro viaje y no nos habéis contado nada de vuestro finde.

-   Tampoco es que haya sido especial. – Afirma Alejandro.

-   ¿Cómo puedes decir eso? – Le contradice Paula.

-   Ha estado genial. – Se dirige ahora al padre. – Siempre pensé que era de frikis, pero tengo que reconocer que el mundo de internet es muy divertido.

-   Ah, ¿sí?

-   Resulta que Alex es un gran… ¿Cómo se dice? … Lo del contenido.

-   Creador de contenido. – Le corrige el rubio muerto de vergüenza.

-   ¡Eso! Hay mucha gente que se conecta sólo para verle jugar y mirar cómo crea sus diseños.

-   ¿En serio? – Pregunta incrédulo Martín.

-   Sí. Tiene muchos seguidores. Incluso gana un dinerito con las peticiones que le hacen.

-   Paula… – Intenta Alejandro, de manera inútil, parar la verborrea de la muchacha.

-   No tenía ni idea. – Dice su padre rememorando los excitantes bocetos creados por su vástago.

-   Si quieres puedes ver sus vídeos algún día. – Sugiere la morena. – Su página web es xa…

El timbre del robot de cocina interrumpe la frase, para alivio de un espantado Alejandro, que la agarra del brazo y se la lleva de allí.

-   ¡Ven y ayúdame con la cena!

No parece especialmente molesta por la brusquedad con la que es tratada pues desaparece detrás del muchacho emitiendo una divertida risa.

La revelación del emprendimiento de Alejandro llena de orgullo a un absorto Martín que sabe lo que es hacerse un hueco en el mundo empresarial.

-   Papá.

-   Dime, mi niña. – Responde saliendo del trance.

-   Quiero pedirte perdón… otra vez.

-   ¿Por? Lo que ha pasado está olvidado. No le des más vueltas.

-   No por lo de las pastillas. Por… lo del beso en el mar.

Las últimas palabras de la joven le pillan descolocado, pero no lo suficiente como para advertir que acaba de aprisionar las dos manos entre sus muslos para disimular, de manera subconsciente, los espasmos.

-   Escuchando a Paula hablar de la playa me he acordado de lo que ha ocurrido y… Lo siento, de veras. – Continúa.

-   No deberías sentirte culpable por haberme besado. – Intenta tranquilizarla. – Es normal que en ciertas circunstancias…

-   No… es eso… Es otra cosa… No me siento culpable por haberlo hecho. Me siento culpable por lo que sentí mientras lo hacía.

-   … – Martín ya no sabe que decir ante tal revelación.

-   Me tranquilizaría escuchar que también sentiste algo.

En estos momentos, a Martín se le pasan mil cosas por la cabeza. Una de ellas es que se acaba de dar cuenta que no sabe si la doctora le ha explicado a Carolina en qué consisten esas pastillas. Si conoce los efectos bajo los que estaba. Podría confundir el beso con una expresión recíproca de amor.

-   Me he sentido tan mal por todo lo ocurrido… – Continúa la preciosa rubia viendo que su padre se ha quedado mudo. – Y encima está lo bien que los dos os habéis portado conmigo. Creí que merecíais que os diese permiso. Dime que no me he equivocado.

-   Carol…

Cinco interminables segundos.

-   ¡La cena ya está lista! – Expresan al unísono Paula y Alejandro apareciendo por la puerta.


Habiéndose despedido hasta mañana de los gemelos, la pareja se encuentra ya en la cama, a oscuras, a punto de dormir. Sin embargo, la intriga, que Martín alberga debido a lo revelado por parte de su hija, le tiene en vela.

-   ¿Por qué le has dicho esas cosas antes a Carol? – Pregunta a su amante intentando averiguar algo.

-   ¿El qué?

-   Lo de que si de pequeña estaba enamorada de mí.

-   Oh, vamos. Todas las mujeres de niñas nos enamoramos de nuestros padres, de nuestros profesores,… Es normal. ¿No había una maestra guapa en tu colegio?

-   ¿Y lo de que si hubieras estado en su lugar en la playa te me habrías lanzado?

-   Es sólo un juego. No te preocupes.

-   ¿Un juego?

-   Sí. Quería ver la cara que ponía.

Nuestro protagonista se pregunta si Paula está intentado influir en la mente su hija. Manipularla para hacerla pensar de una u otra manera. Y la cuestión más importante: ¿Quiero detenerla?

-   ¿Es que te ha molestado? – Ahora es la morena la que interroga viendo cavilar a su amante.

-   No es eso. Es que…

Dando vueltas al asunto, Martín se acaba de acordar de algo que había quedado pendiente.

-   Al final no me has contado en qué ha consistido el tratamiento que le ha aplicado la doctora.

-   Buf. No me obligues decírtelo. Que no duermo.

-   Paula, soy su padre. Debo saberlo.

-   Pero júrame que nunca se lo mencionarás a Carol. Me ha hecho prometer que sería un secreto.

-   ¿Cómo va a ser eso un secreto?

-   Es que le da mucha vergüenza.

-   Oh. Vamos.

-   Si quieres saberlo, prométemelo primero.

-   Lo juro. – Accede a regañadientes alargando la penúltima vocal.

-   Está bien. A ver si me acuerdo cómo lo ha explicado la doctora… ¡Ah, sí! Es como los diabéticos.

-   ¿Diabéticos? – Pregunta confundido.

-   Sí. Cuando sufren hipoglucemia debido a los medicamentos. Ya sabes. Deben meterse un bollo o una chocolatina entre pecho y espalda para regular la glucosa. Pues es algo parecido.

-   ¿Me estás diciendo que se ha recuperado comiendo chocolate?

-   No, tonto. El mal de Carol no es el nivel de azúcar, sino el nivel de… ya sabes… excitación.

-   ¿Qué?

-   Que para que se encontrase mejor… Hemos tenido que provocarle un orgasmo.

-   ¿¡Qué!?

-   Cálmate. – Susurra intentado que su pareja baje la voz. – Estaba medio sedada. No podía hacerlo ella sola.

-   Joder. ¿Le habéis… metido mano?

-   No es exactamente como suena. Ha sido un procedimiento médico totalmente normal.

-   ¿Normal dices?

En esos momentos la luz del pasillo invade la habitación. Carolina acaba de abrir la puerta vistiendo tan sólo una camiseta y unas braguitas de algodón.

-   Menos mal que os pillo despiertos.

-   ¿Qué ocurre, mi niña? – Pregunta ocultando el estado alterado en que se encuentra.

-   Necesito tu ayuda, Paula. – Requiere, visiblemente angustiada, la preciosa rubia, escondiendo sus temblorosas manos detrás de su espalda. – Es por el tratamiento. Yo sola… No consigo…

-   Voy, cariño. – Interrumpe solícita, levantándose de la cama. – Ya te ayudo.

Martín detiene a la morena, agarrándola disimuladamente del brazo, a la vez que le dedica una mirada que lo dice todo. A diferencia de Paula, que lleva un escueto pijama de verano, su desnudez le impide abandonar las sábanas.

-   Espérame en tu cuarto. – Le dice Paula a Carolina. – Ahora voy.

-   Está… bien.

Los amantes esperan a oír la puerta de la habitación de la joven para discutir disimuladamente.

-   No me creo que vayas a ir. – Espeta Martín.

-   ¿Es que no has visto cómo está? Le tiemblan los brazos. – Indica totalmente seria.

-   ¿No te parece una locura lo que vas a hacer?

-   ¿Y a ti? ¿Te parece una locura dejar que tu hija sufra? Además, la doctora ha dicho que los efectos tardarán sólo unos días en irse.

-   Es que no… no me parece bien.

-   ¿Te crees que es fácil para mí? – Cuestiona ya un tanto enfadada. – ¿Acaso quieres ir tú a ayudarla?

La última pregunta descoloca a Martín que, inconscientemente suelta el brazo de Paula.

-   Ya. Me lo imaginaba.

Nuestro petrificado protagonista observa boquiabierto cómo la silueta de su amante desaparece por la puerta de la habitación, sin tan siquiera entornarla, para después oír de nuevo cómo se cierra la del cuarto de Carolina.

No sabe cómo reaccionar a la ansiedad de saber lo que va a empezar a ocurrir entre esas paredes en los próximos instantes.

Tardan, pero al fin llegan. Los primeros gemidos. Correspondidos por un espasmo dentro de la jaula.

Aceleran. Muy poco a poco. Como en el hospital. Salvo por la diferencia de que ahora parece como si el tiempo se hubiese dilatado. Distendido. A cámara lenta. Se acuerda de la noche del viernes cuando la tuvo entre sus brazos, con aquel salto de cama semitransparente.

El chastity aprieta cada vez más. Incontables gotas de sudor se acumulan en su piel. El dulce tormento continúa durante unos eternos diez minutos. Hasta que al fin puede escuchar el estruendoso “¡Aaaaaargh!”.

Ya está. Ya ha ocurrido. No ha hecho ademán de pararlo. Y no puede estar más cachondo.

Otra infinitud de instantes transcurre hasta que se oye el ruido, esta vez de dos puertas, una detrás de la otra, abrirse y cerrarse.

La figura de una desnuda Paula aparece ante él. Por un momento, el brillo de su mojada entrepierna refleja la luz de la lámpara del pasillo. Usa la mano derecha para cerrar la puerta mientras que en la izquierda sostiene un alargado objeto oscuro.

-   Lo siento, Martín. Pero ya no puedo más. Es… demasiado.

Con paso firme se dirige al lecho para apoyar las rodillas sobre el mismo, mientras da un invasivo y apasionado beso a nuestro protagonista.

Aprovecha la sorpresa para levantar una de las piernas y volverla a bajar, esta vez junto al costado contrario de su amante, atrapándolo así entre sus muslos. El par de henchidos pezones de la muchacha se rozan con su piel.

Como le ocurriera el sábado con Carolina, Martín siente cómo los ardientes genitales de su pareja comienzan a resbalar sobre su enjaulada polla a un ritmo endiablado. Paula no tarda en separar su cara, dando por terminado el beso. Levanta su torso apoyando todo su peso sobre el regazo de él, al mismo tiempo que se introduce el objeto, que no es otro que un consolador con forma fálica, hasta su garganta, rodeándolo con sus labios, y llenándolo de densa saliva.

La morena todavía se encuentra lo suficientemente lúcida como para comprobar que la cantidad de baba ya es la suficiente, así que extrae la polla de goma de la boca con un estrepitoso sonido de beso obsceno, para a continuación, clavar su pecho nuevamente sobre el torso de Martín, apoyando la cabeza sobre uno de sus hombros.

-   Paula… – Consigue gemir Martín la palabra.

-   ¡Chist! – Apoya su mano derecha sobre la boca del hombre.

Lo que consigue la morena con ese gesto es que el olor que desprenden sus dedos esté al alcance de las terminaciones nerviosas dentro de la nariz de nuestro protagonista. Es ese inconfundible olor. Ese dulce hedor. No cabe duda de que se trata de los vapores que desprende un manoseado coño cachondo. Y no puede ser otro que el de Carolina.

Martín puede ver, por encima del hombro de su amante cómo la mano libre, la que sostiene el consolador, viaja hasta desaparecer detrás de esos dos hipnóticos y perfectamente redondos glúteos. Sin pensarlo dos veces, devuelve la vida a sus propios brazos para, de una vez por todas, unirse a la fiesta, agarrando ese fibroso trasero, a la vez que Paula se introduce de un solo golpe la totalidad de la longitud del objeto.

Uno tras otro, los múltiples orgasmos comienzan a invadir el cuerpo de la desbocada muchacha, que no para de gemir y dar pequeños gritos, a la vez que agita sus caderas contra el aparato metálico y bombea el dildo de forma acompasada. Se nota perfectamente lo mucho que necesita sentir ese inmenso placer.

Pero no es suficiente. No para ella.

Así que detiene la cabalgada, se reincorpora y, con un hábil movimiento de piernas, se gira completamente mirando hacia los pies de la cama. Su aliento envuelve la constreñida polla y su palpitante coño hace lo propio con la boca de Martín. Él por su parte, comienza a engullir el hinchado trocito de carne, que se asoma entre los labios, para inmenso regocijo de su amante. La nariz queda justo a la altura de ese sagrado agujero lo que deriva en una embriaguez de profundos olores. Por fin descubre que el alargado objeto negro, expertamente manejado por la mano de la joven, se entierra con cada golpe de muñeca, en el centro mismo del tan agraciado culo que tiene delante de sus ojos.

-   ¡¡¡Ahora sí!!! – Exclama extasiada.

Los cinco sentidos de Paula se desconectan a la vez. El placer es ahora su mundo. Su única verdad. Con cada explosión de su sistema nervioso, el torrente de flujos aumenta, inundado los orificios faciales de nuestro protagonista.

Luchando por respirar, Martín consigue recuperar el suficiente control de su cuerpo como para intentar zarandear a la morena, pero descubre que tiene aprisionados los brazos dentro del arco que forman tan poderosas piernas, trabajadas en el gimnasio, a su alrededor.

Viéndose impotente decide recurrir a un último y desesperado gesto. Aumentando poco a poco la presión para no dañarla, comienza rodear el clítoris con la lengua y clava uno de sus incisivos.

-   ¡¡Aaaaaaaaagggg!!

El dolor y el placer se superponen para envolver a Paula en uno de los más poderosos orgasmos que nadie haya sentido nunca.

El consolador sale disparado debido a la tremenda presión que ejerce el suelo pélvico de la joven, cuyas caderas se elevan en una sacudida. El fibroso cuerpo se tambalea unos momentos para terminar de desplomarse sobre un lado de la cama.

Martín da bocanadas de aire, disfrutando de su libertad, sin saber bien el qué atender antes, si el cuerpo derrumbado de su amante o sus adoloridas pelotas.

-   Paula. – La intenta reanimar. - ¡Paula!

-   ¡Ha sido…! – Comienza a hablar por fin, recuperando el aliento y apartándose el pelo de su pegajosa frente. - ¡… La ostia!

-   Paula…

-   ¡Dios, Martín! ¿Cómo has hecho…?

Pero su amante no está para preguntas. El pobre se retuerce en su agonía particular agarrándose el paquete con ambas manos.

-   Joder. ¿Qué te pasa?

-   Los huevos… me duelen… mucho.

-   Madre mía. – Recupera la verticalidad sobre sus rodillas para colocarse entre las piernas del hombre. – Déjame ver. Aparta las manos.

A duras penas puede soltar sus genitales sin sentir otra punzada de dolor.

-   Martín. Mírame. – Clava su mirada sobre la de él. – Te voy a ayudar, pero tienes que confiar en mí.

Nuestro angustiado protagonista, que ha perdido la cuenta de las veces que le ha escuchado decir esa frase, termina por asentir con la cabeza.

-   Está bien. Eleva las rodillas y sujétalas con las manos. – Ordena mientras Martín obedece. – Sepáralas más… Eso es.

La guapa morena se dobla hacia abajo hasta conectar sus labios con las maltrechas pelotas en un dulce beso. Y otro. Y otro. Y otro.

Llena de pequeños ósculos la bolsa escrotal mientras continúa con el contacto visual, que no se ha cortado en ningún momento.

La lengua hace su gran aparición. Suavemente recorre todos y cada uno de los centímetros de piel de dicha zona. Con parsimonia.

-   Paula. Esto no ayud…

-   Silencio. – Le chista. – No dejes de mirarme.

Reuniendo fuerzas, Martín agarra la almohada doblándola en dos segmentos superpuestos, para colocarla debajo de sus cervicales y así descansar su espalda mientras se deja hacer.

De nuevo la lengua de la muchacha se pone manos a la obra. Esta vez recorre el aro metálico por la zona baja. Sin demora, el rostro de Paula va desapareciendo mientras sus labios dan pequeños chupones sobre el perineo.

La nariz desciende hasta ocultarse de la vista del hombre, coincidiendo en el tiempo con una maravillosa caricia que la lengua ofrenda a su ano.

Sin saber bien por qué, una ola de placer invade a Martín, que abre la boca de forma suplicante.

- Continúa . – Piensa de manera inconsciente mientras se sorprende por hacerlo.

La experimentada boca sigue trabajando el lugar, dando pequeños besos, lamiendo cada pliegue, saboreando cada poro, … Todo ocurre durante unos minutos de celestial tortura, tras los cuales el rostro de la joven vuelve a emerger.

-   ¡No!

-   Chist.

La mitad derecha de la cara se esconde detrás de los encerrados genitales, por lo que ya sólo queda un ojo al que no dejar de mirar. Los testículos vuelven a ser el destino de las caricias que la boca dedica.

Nuestro protagonista se pregunta hasta cuándo va a durar su martirio, cuando algo diferente, algo más firme que una lengua, contacta con su agujero.

Los lametones se reparten entre las dos zonas que separa el aro, haciendo que una gran cantidad de saliva descienda hasta el nuevo intruso que no es otro que el dedo corazón de la mano derecha Paula. El mismo que aún posee el arrebatador aroma del coñito de Carolina.

Gracias a la lubricación obtenida, la primera de las falanges se abre camino suavemente atravesando el esfínter. La delicadeza que demuestra la experta amante es inenarrable.

Poco a poco, la completa longitud del dedo se entierra en el recto para después abandonarlo casi por completo. La muchacha repite la operación una y otra vez. Sin darse prisa, aumenta la velocidad con cada movimiento. La afanosa boca no ha desatendido ni un momento su tarea.

Aunque el movimiento de la mano sigue siendo el mismo, el dedo ya apenas se asoma, a la vez que contrae sus articulaciones para darle una forma de arco dentro del invadido culo. Como consecuencia, la influencia que la yema origina contra la próstata desemboca en un nuevo cúmulo de fascinantes sensaciones.

Y sin ningún tipo de aviso, un estremecimiento, junto a una especie de explosión en su interior, desahoga el alma del hombre mientras observa cómo un río de espeso líquido blanco desciende por la frente de su amante, pasa por el lateral de su nariz y acaba mezclándose con la saliva que rodea sus pelotas.

Una imperturbable Paula, que no ha parado ni un instante de mirarle, ni de comerle los huevos, saborea ahora el salado néctar, mientras Martín se pierde en el profundo pozo del oscuro iris de la hermosa morena.