La Verdad 2 (Capítulo 2)

Segundo capítulo. Desengaños.

ACLARACIÓN:

Primero quiero daros las gracias por vuestros comentarios. Me dan mucho ánimo para rascarle horas al día y ponerme a escribir.

Segundo. Me propongo hacer otra serie por lo menos. Quiero escribirla a la vez. No sé cuando la sacaré pero lo que sí puedo decir es que los capítulos de La Verdad saldrán los sábados a partir de ahora. Así yo también mantego una rutina.

Por último. Entiendo que hay muchos que vais descubriendo cosas según leeis. Eso es lo divertido de todo esto. Pero vuelvo a pediros POR FAVOR que los comentarios que contengan "prediciones" sobre lo que va a suceder, o los que contengan "pistas" que puedan destripar el argumento, me los mandéis al mail. No jodáis la experiencia de descubrir la trama a los demás. Y repito: contesto a todos.

Muchas gracias. Un saludo.


-   Ese medicamento que todas las farmacéuticas persiguen.

-   No jodas. ¿Son esas pastillas?

-   En cierto modo.

-   ¿Cuál?

-   Las pastillas que has visto tienen una concentración muy baja como para ser peligrosas.

-   ¿Peligrosas?

Paula mira a su alrededor y aparta del pasillo a nuestro protagonista para ir a un rincón más apartado, lejos de oídos indiscretos.

-   Lo que te voy a confesar es secreto empresarial. Me la juego contándotelo. Pero a ver si así consigo convencerte de que no te he mentido nunca.

-   Está bien.

-   Durante aquellos años, los investigadores de la empresa de mi abuelo desarrollaron un medicamento que servía para tratamientos hormonales de mujeres, y sobre todo de transexuales que querían cambiar al sexo femenino. Debido a una casualidad descubrieron que, si aumentaban la dosis, a las mujeres les conducía, sin remedio, a un estado de tremenda excitación sexual.

-   Sigue.

-   Cuando se intentó sacar al mercado, sanidad lo prohibió porque resultó ser exageradamente adictivo. Más que la heroína o el tabaco. Además, aparte de otros efectos, provocaba problemas de alteración de la conducta como TID. Lo que comúnmente se conoce como múltiples personalidades.

-   Mierda.

-   Mi abuelo no quiso renunciar a su descubrimiento y volvió a la concentración inicial, pero ya era tarde. Aunque la dosis era inofensiva se lo echaron para atrás de nuevo, con la excusa de que la gente las compraría en mayor cantidad. El principio activo, al fin y al cabo, sería el mismo.

-   ¿Si se lo prohibieron, cómo es que sigue vendiéndose?

-   No se vende. Sólo las puedes conseguir en el mercado negro.

-   ¡Joder!

-   Ya lo sé.

-   ¿Has dejado que mi hija tome pastillas ilegales?

-   Yo no tenía ni idea. Si lo llego a saber se las hubiese quitado inmediatamente. Pero no te preocupes, sólo ha estado tomándolas una semana. No le ocurrirá nada.

-   Pero tú misma se las estabas ofreciendo a una persona.

-   Nunca me voy a perdonar haber expuesto a Carolina. Pero para alguien que las necesita, como Daisy, son la mejor forma de tener un cuerpo perfecto de mujer. Con ellas muchos transexuales no tienen que pasar por quirófano. No las ofrecería sin estar segura que, a quien se las doy, es perfectamente responsable y toma la dosis necesaria.

-   ¿Tú tienes acceso a ellas?

-   Digamos que de vez en cuando hago una visita a mi abuelo en el trabajo y … recojo muestras gratuitas.

-   ¡Joder, Paula!

-   ¡Chist! – Le apremia a bajar la voz. – Lo sé, lo sé.

-   ¿Y las sigue fabricando?

-   Un empresario sin escrúpulos. Qué novedad…

-   ¿Qué otros efectos tienen además de los que me has dicho?

-   ¿Es que no te has dado cuenta?

-   ¿De qué?

-   Quien las toma desarrolla sus atributos femeninos: busto, caderas, labios, … la cintura se estrecha, la piel y los rasgos faciales se suavizan, aumenta la segregación de feromonas y, sólo en caso de las mujeres, amplifica las probabilidades de embarazo.

-   Eso es…

-   Efectivamente. Lo que le ha ocurrido a Carol. No es que su ropa encogiese. ¡Es que le estaban creciendo las tetas!

-   ¡Dios!

-   Por eso nos sentíamos tan atraídos por ella.

-   Entonces no es nuestra culpa que…

-   ¡No! – Le responde con una amplia sonrisa.

Martín respira aliviado ante tal descubrimiento.

-   ¿Y cómo sabes todo esto?

-   Se supone que voy a heredar la farmacéutica.

-   Comprendo.

-   Martín, por favor. Dime que todo está bien entre nosotros.

-   Como comprenderás, después de todo lo que ha pasado con Carol, no puedo aprobar que la empresa de tu abuelo siga produciendo esas pastillas.

-   Lo entiendo.

-   Deseo que esto que tenemos funcione, y si tú también quieres, me tienes que prometer que acabarás con su fabricación.

-   Justo el día después de que se jubile mi abuelo. Te lo prometo.

-   Gracias. Y … siento haber desconfiado de ti.

-   No te preocupes.

-   Una última cosa. ¿La directora médica sabía lo que eran?

-   Creo que por aquel entonces trabajaba en los ensayos clínicos. Las conoce bien.

-   Hablando de eso, ¿En qué ha consistido el tratamiento que le ha administrado a Carolina?

La voz de Alejandro les sorprende a ambos.

-   Estáis aquí. ¿Qué cuchicheáis?

-   ¡Nada! – Martín alza la voz, alterado por la nueva presencia.

-   ¿Qué pasa? Estáis muy raros.

-   Si lo quieres saber... – Disimula Paula. – Tu padre me estaba contando las ganas que tiene de pillarme a solas.

Nuestro protagonista no sabe cómo reaccionar.

-   ¿Entonces volvéis a estar bien?

-   Sí. Está todo aclarado.

-   Me alegro. De veras.

-   Gracias.

-   Y Romeo. – Se burla Alejandro con una gran sonrisa. – Espera a estar en casa por lo menos. ¿No?

-   Claro, hijo.

-   Entrad. Carol quiere hablar con vosotros. Mientras voy a por unos bocadillos a la cafetería. Me muero de hambre. ¿Queréis vosotros?

-   Sí.

-   Vale. De lo que sea.

-   Ahora vuelvo.

Los dos reconciliados amantes aparecen por la puerta de la sala doce.

-   Hola otra vez, Carol. – Saluda la morena.

-   Hola Paula. Me alegro de que no te hayas ido.

-   Tu hermano ha dicho que querías hablar con nosotros.

-   Sí. Veréis… Lo primero que quiero hacer es pediros perdón.

-   Pero si habíamos quedado ya en que no era culpa tuya. – Le dice su padre.

-   No me refiero a eso. Se trata de la promesa que me hicisteis el lunes.

-   Ah.

-   Soy una egoísta. – Agacha la cabeza mientras acaricia las dos joyas que penden de su cuello. – Sé que os prometí que os daría permiso mañana… Pero no puedo más. He pospuesto esto demasiado tiempo. – Eleva la mirada hacia su padre. – Sé que te lo tendría que haber dicho mucho antes, pero no es fácil para una hija decirle esto a su padre…

- Oh, no. Se va a declarar. Ahora. ¡Aquí mismo! ¡Delante de Paula!

El sudor más frio que Martín ha sentido nunca recorre su espalda.

-   Papá, tienes mi permiso para tener relaciones con mi mejor amiga.

-   ¿De verdad? – Pregunta una más que sonriente Paula, que salta sobre Carolina para abrazarla.

-   De la buena.

-   ¡Qué guay!

Desde lo más hondo de su alma, nuestro protagonista sabe que lo que debería sentir es un gran alivio. Sin embargo, una profunda decepción por tal enorme desengaño envuelve todo su ser.


-   Sé que sólo es un bocata, pero me ha sentado de muerte. – Opina la guapa rubia.

-   Toda la razón. – Agrega su hermano.

Los cuatro se encuentran todavía en la habitación del hospital cuando entra una de las trabajadoras del lugar.

-   Hola, buenas tardes.

-   Buenas tardes. – Contestan casi al unísono.

-   ¿Qué tal te encuentras? – Le pregunta a la convaleciente.

-   Muy bien, gracias.

-   Vale, porque me han dicho en ingresos que debemos despejar la sala. Tienes ya el alta preparada.

-   Perfecto, pero … no tengo ropa. – Confiesa Carolina.

Martín se da cuenta por fin que el baby que llevaba puesto había sido reemplazado por uno de esos horrorosos pijamas de hospital. De hecho, está colgado en el respaldo de la silla que ocupa. No puede salir con eso a la calle.

-   Lo siento, pero tienen como mucho una hora. ¿Les da tiempo a ir a casa a por algo?

-   Sí. – Afirma Martín. – Voy enseguida.

-   Gracias, papá. Eres mi héroe.

-   Y de paso date una ducha, por favor. – Interviene la morena. – Hueles fatal.

-   Es verdad. – Corroboran al unísono los dos gemelos entre sornas y muecas. – Apestas.

-   Está bien. – Claudica sonriente. – Si me echáis me voy.

-   Eso. Así nos cuenta Carol lo bien que os lo pasasteis en la costa.

Es entonces cuando el padre se da cuenta que queda un cabo sin atar.

-   ¿Me acompañas un momento, Paula? – Solicita el padre levantándose de la silla y acercándose a su hija para darla un beso en la frente. – No tardo, mi niña.

-   Vale, papá.

-   Hasta ahora, Alex.

-   Chao, papá.

Martín deja pasar a Paula para salir detrás de ella por la puerta.

-   ¿Qué ocurre?

-   Tengo que contarte lo que ocurrió con Maurizio.

-   ¡Es verdad! Se me había olvidado.

-   No me siento orgulloso, pero tuve que mentir a Carol. Bebió de más y cuando le propuse irnos a casa insistió en quedarse con él. No quería que tomase una decisión de la que se pudiera arrepentir. Entonces le conté que escuché cómo Mauri habló mal de ella.

-   Oh.

-   Sí, ya sé que está fatal, pero…

-   No, no. Hiciste muy bien.

-   ¿En serio?

-   Sí. Ten en cuenta que no sólo había bebido, sino que estaba bajo la influencia de las pastillas. Es lo mejor que podías haber hecho.

-   Me alegro que pienses así.

-   ¿Sabes? Ahora me explico muchas cosas.

-   Ah, ¿sí?

-   Ha estado toda la semana pidiéndome consejos sobre cómo atraer a los hombres. Pensé que era normal. Ya sabes... una chica sin experiencia. En realidad, lo que estaba buscando era… alivio.

-   ¿Qué le dijiste?

-   Pues cosas como averiguar la ropa y el peinado que le gusta que lleves, desabrocharse un botón del vestido, encontrar una excusa para darse un masaje el uno al otro, … ese tipo de cosas.

-   ¡Madre mía!

-   ¿Estás enfadado?

-   No, no. Es que … Bueno, da igual. Sólo quería que supieses lo que había ocurrido.

-   No te preocupes, te cubro. Es lo mejor. Cuando hablemos del tema me disculparé por habérselo presentado. Es una pena.

-   Gracias Paula.

-   Gracias a ti. Que confíes en mí como para contármelo es suficiente halago.

-   Eres la mejor.

-   Por cierto, tengo que llamar a Paco.

-   ¿Quién?

-   El antiguo dueño de la casa de verano. Le voy a pedir que guarde vuestras cosas para que mañana a primera hora vaya mi chófer a buscarlas.

-   ¿No le importará hacer ese viaje?

-   Apenas es una hora de ida y otra de vuelta. Se dedica a eso. Además, mi padre se va de viaje y tiene que llevarlo al aeropuerto esta tarde. A partir de mañana estará libre y sin nada que hacer.

-   Hablando del tema, me dejé allí la llave… ya sabes, con las prisas… – Le miente guiñando un ojo.

-   No te preocupes por eso. Tengo la copia a buen recaudo. Y vete a duchar ya. – Le dice con una sonrisa de aquellas. – Te quiero limpito para esta noche.

-   Lo estoy deseando.

-   Te quiero mi vida.

-   Te quiero guapa. Nos vemos en un momento.


Martín mira el reflejo del chastity a través del espejo del baño después de una rápida y reconstituyente ducha.

- Y pensar que sólo llevo dos días con esto puesto... Parece que haya sido una eternidad. Menos mal que esta noche se termina.

Sale hacia la habitación en dirección al armario en busca de algo que ponerse. Para su sorpresa allí hay más ropa de la que esperaba encontrar. Es verdad que tiene un tamaño suficiente como para albergar la vestimenta de dos personas. No deja de ser un cuarto pensado para un matrimonio. Pero son muchas las prendas nuevas de mujer que allí se encontraban colocadas: Vestidos, faldas, camisetas dobladas, … Aunque lo que atrae su atención son los conjuntos más sexys.

Sin poderlo evitar, acerca su mano para acariciar tan finas telas.

Gira su cara para volverse a encontrar su reflejo, esta vez en el espejo de cuerpo entero colgado en la cara interior de la puerta abierta del armario.

Recuerda cómo su mano acarició el body de su hija cuando lo llevaba puesto e intenta emular el gesto sobre su piel desnuda. No es lo mismo.

Descuelga uno de los vestidos agarrando la percha que lo sostiene con una mano. Tanto la seda de la que está hecho, como el fino color rosa de la prenda, demuestran su delicadeza.

Se lo acerca a su torso para volver a realizar el gesto con la mano libre. Y esta vez sí. Esa misma sensación le vuelve a erizar la piel. Su mano continúa hasta la altura de sus genitales, los cuales, sin que se diese cuenta hasta ahora, se habían inflamado.

- ¿Pero qué cojones estoy haciendo? – Se dice ante tal descubrimiento.

Martín devuelve la prenda dándose cuenta del tiempo perdido. Le esperan en el hospital y ya ha malgastado la mitad del tiempo.

Coge un pantalón corto y una camisa dejándolos sobre la cama. Abre el cajón donde guarda la ropa interior y lo único que encuentra son braguitas.

- ¿Aquí también?

Revuelve el contenido en busca de sus calzoncillos. No parece haber ninguno. Abre otro cajón. Nada.

Uno a uno, todos los rincones del armario son registrados por sus raudas manos sin encontrar ninguna de sus prendas íntimas. Así que decide coger el móvil de la mesilla y llamar a Paula. Después de unos segundos la morena contesta.

-   ¿Te falta mucho?

-   Casi estoy.

-   Date prisa.

-   La cosa es … ¿Dónde está mi ropa interior? Sólo veo tus bragas.

-   Ah, eso. No me acordaba. – Comienza a decir con tono de broma. – Es que desde que te gusta ser Martina … Había pensado que podrías cambiar un poco de outfit.

La risa de los tres jóvenes se puede escuchar por el auricular. Sin que se lo haya dicho, la morena había pulsado al icono del manos libres.

-   Muy graciosos. – Dice en tono sarcástico, pero siguiendo la broma.

-   ¿No te gusta la sorpresa? Además, no creo que te atrevas. – Le reta.

-   ¿Por qué lo dices?

-   No sé … Igual tienes algo en contra de los travestidos o los transexuales.

-   Eso no es verdad. – Dice sabiendo que sus hijos escuchan. No quiere que piensen que su padre es un intransigente con ese tipo de temas.

-   Ah, ¿no?

-   No. Creo que cada uno es libre de vivir la vida como prefiera.

-   ¿En serio?

-   Sí. Todas las personas deberían poder ser aquello que deseen ser.

-   Qué bien te ha quedado. – Paula sigue con el tono jocoso.

-   Es que soy muy moderno. – Imita la entonación.

-   Vale, vale. Modernillo. Ya he cortado el manos libres.

-   Gracias.

-   Me voy fuera a hablar con vuestro padre. – Se puede averiguar por la lejanía de su voz que se ha despegado del micrófono para hablar a los gemelos.

-   ¿Ya?

-   Sí.

-   En serio, ¿dónde los has puesto?

-   Te lo diré si quieres, pero déjame advertirte de lo cachonda que me pondría si esta noche te quitases el pantalón para descubrir que has estado toda la tarde llevando una braguita puesta.

-   ¿De verdad?

-   Claro.

La cabeza de Martín es un cúmulo de pensamientos. Sabe que lo que la morena le pide es muy extraño, pero es la excusa perfecta para sentir esas delicadas prendas en su piel. Le ha dado la excusa perfecta.

-   Está bien. Pero sólo una vez. – Le comenta intentando convencerse más a él que a su interlocutora.

-   Buf. No sabes lo burra que me has puesto.

-   Calla, calla.

-   Date prisa, por favor.

-   Voy, ahora nos vemos.

-   Chao.

Nuestro protagonista se gira de nuevo hacia el cajón del armario. Saca varias prendas hasta que se decide por un delicado y elástico culotte blanco. Es el más parecido a unos calzoncillos. Eso sí, el tacto es maravilloso.

Una pierna detrás de la otra va ocupando los agujeros de la braguita hasta tenerla completamente puesta. Se mira al espejo para comprobar cómo le queda. Las celdas del chastity pueden distinguirse a través de la fina tela y la sensación de tener la polla aprisionada por ambos aumenta su placer.

Después de ponerse el resto de la ropa se dirige al cuarto de Carolina. La famosa maleta que debía haber viajado con ellos se halla encima de la cama.

Pensando que allí debe hallar todo lo necesario, la abre en busca de algo que la hermosa rubia pueda ponerse para abandonar el hospital.

Por un momento piensa en que puede llevarla lo que quiera. Vestirla como le apetezca. Incluso con la más provocativa ropa de Paula. Sin embargo, la jaula tiene algo que decir al respecto y desiste de su intentona antes de que vaya a más.

- Quizá en otro momento. Cuando no lleve puesta esta mierda.

En cualquier caso, se decanta por una camiseta entallada y esos shorts vaqueros que le quedan tan bien. Unas braguitas y un sujetador a juego de lo más normalitos. Por último, unos calcetines y unas zapatillas.

Después de meterlo todo en una bolsa sale por la puerta para coger el coche. La sensación que la recién descubierta tela elástica le produce al andar es indescriptible.


Los cuatro están de regreso ya montados dentro del coche.

-   ¿No tienes que pasar por tu casa? – Pregunta Martín a Paula.

-   No, tengo todo lo que necesito en la vuestra. – Responde la morena que ocupa el asiento del copiloto.

-   ¿Entonces te quedas a dormir? – Es ahora la bella rubia quien propone.

-   Sí. No me lo perdería por nada del mundo. – Frase que no le pasa desapercibida a nuestro protagonista por las connotaciones que alberga.

-   ¿No te van a decir nada tus padres por pasar tanto tiempo fuera de casa?

-   No te preocupes. Es verano, ya no hay clase y he sacado muy buenas notas.

-   Ya veo.

-   Además, mi padre está de viaje y mi madre seguro que estará enseñando al jardinero sus nuevas funciones. – Dice esta vez girándose hacia Martín para guiñarle, discretamente, un ojo. – Estoy segura de que me prefiere lejos de allí.

-   No te imagino de jardinera, no. – Dice la rubia sin enterarse del sentido capcioso del comentario de su amiga.

El vehículo al fin llega a su destino y todos bajan hacia la puerta principal de la casa. Paula porta en una de sus manos la bolsa donde Martín había guardado la ropa de su hija. Bolsa que ahora contiene ese extraño baby de talla adulta.

-   ¿Pedimos algo para cenar o es muy pronto? – Propone el padre dándose cuenta que Josefa no vuelve hasta mañana.

-   ¿Qué os parece esto? – interviene Alejandro. – Ya que habéis hecho tanto por nosotros este fin de semana, y los detalles que habéis tenido por nuestro cumpleaños, hoy os preparamos la cena Carol y yo.

-   Sí. Os lo merecéis. – Concuerda entusiasmada la guapísima rubia mientras todos entran al recibidor.

-   No sé… – Duda el progenitor.

-   Vamos Martín. Déjales. – Dice mientras tira de su mano. – Alex es muy buen cocinero. Te lo digo yo.

-   Está bien.

-   Ale, pues vamos a la cocina hermanita.

-   Te sigo.

-   No os preocupéis. – Indica la morena con sorna mientras los gemelos desaparecen. – Esta vez cerraremos la puerta.

-   ¿Qué?

-   ¡Vamos! – Exclama mientras tira de Martín escaleras arriba. – ¿No te das cuenta? Nos acaban de dar permiso para follar.

-   Joder.

Raudos acceden a la habitación principal.

Con un gran quiebro, Paula se deja adelantar por su amante mientras cierra la puerta. Martín no pierde el tiempo sentándose en la cama para quitarse los zapatos.

-   Espera un poco semental. Voy a cambiarme. – Dice mientras accede al baño. – No mires. – Canta las palabras y cierra la puerta.

Nuestro protagonista se da cuenta de que ha entrado con la bolsa que contiene el baby. Está seguro de que se lo va a poner. Lo cual le excita aún más. No ve la hora de quitarse la jaula metálica que envuelve su demandante polla.

Tarda un poco más de lo que desea, pero por fin el pomo de la puerta comienza a girar.

Lo que aparece ante él no tiene palabras. Paula está solamente cubierta por un juego de lencería negro espectacular. Un sujetador cuyas copas están compuestas por tres tiras de tela, unas braguitas del mismo estilo y un ancho liguero ceñido a la cintura que se une, a la altura de la parte más alta de sus muslos, a unas medias lisas y transparentes.

-   Jo-der. – No consigue articular más.

-   ¿Me queda bien?

-   Maravillosamente bien.

-   Tengo que reconocer que tienes buen gusto. Y has acertado con la talla. ¡Es genial!

-   ¿Qué?

-   Ven y fóllame. – Dice con voz seductora.

-   En serio. No lo he comprado yo.

-   ¿No? Estaba en el coche. Pensaba que ibas a dármelo mañana.

-   Dios. Es el conjunto que ganó Carol en el club de Mauri.

-   No jodas. – Dice mientras una gran carcajada sale de su garganta. - ¡Qué morbo!

-   ¿De qué te ríes?

-   Que los dos vamos a follar llevando la ropa interior de tu hija.

-   ¿Qué dices? ¿Las bragas son de Carol?

-   Martín … Yo no uso bragas. ¿Recuerdas?

-   Madre mía.

-   Y hablando del tema. Quítate los pantalones. Quiero ver qué te has puesto. – Ordena mientras se muerde el labio.

-   Está bien. – Dice alargando las vocales.

Martín se levanta de la cama y se desabrocha el pantalón dejando que caiga al suelo.

-   Qué. ¿Te gustan? ¿Te ponen... burra?

-   Martín. – La muchacha se queda helada. – ¿Qué coño haces llevando eso?

-   Pues unas bragas. Pensaba que…

-   ¡No! ¡Lo de debajo! – Exclama señalando el bulto en el centro del culotte. - ¿¡Por qué cojones llevas puesto un chastity!?