La Verdad 2 (Capítulo 1)

Primer capítulo. ¿Qué son esas pastillas?

Ya se divisa el hospital.

Por suerte, éste se encuentra en la zona este de la ciudad. Casi a las afueras, junto a la universidad. Con lo que no tiene que callejear apenas.

Unos escasos minutos más es lo que tarda en acceder por el portón que da al ala de urgencias, frenando en seco en el lugar reservado para que aparquen las ambulancias.

Sin apagar el motor, baja del vehículo, bajo una lluvia de quejas de los trabajadores que allí se reúnen, y da la vuelta para abrir la puerta del copiloto. Agarra el exánime cuerpo de su hija en brazos para después correr hacia la puerta de entrada al edificio.

-   ¡Que alguien me ayude! – Alza la voz desesperado haciendo que, muchos de los que allí se hallan, miren en su dirección.

Uno de los doctores que se encuentran de guardia en esos momentos se acerca a ellos.

-   ¿Qué ocurre? – Pregunta.

-   No sé… Es mi hija. Creo que se ha envenenado. Había unas pastillas… Me parece que es algún tipo de droga y…

-   Vale, tranquilo. – Dice mientras busca el pulso en la muñeca de la muchacha.

-   ¿Está bien? Dígame algo por favor.

-   Túmbela aquí. – Señalando una camilla libre.

El doctor comienza a realizar comprobaciones con la linterna de exploración abriendo sus párpados, para ver la reacción de sus pupilas.

-   ¿A tomado algo más? ¿Alcohol, …?

-   Bueno… Salió… Salimos de fiesta. Sí, bebió.

-   ¿Vómitos? ¿Diarrea?

-   Vomitó anoche.

-   ¿Temblores o espasmos?

-   ¡Sí!

-   ¿Ha estado inconsciente todo el tiempo?

-   No, se ha desmayado hace una media hora.

-   ¿Algún comportamiento fuera de lo común? ¿Alucinaciones?

Martín se pregunta si el extraño comportamiento que Carolina mostró anoche se podría considerar como una alucinación.

-   Podría ser… No estoy seguro.

-   ¿Algo más?

-   Dijo que le dolía el pecho.

-   De acuerdo. – Dice a la vez que señala a un par de enfermeras que se encontraban mirando con curiosidad. – Vamos a llevarla a hacer unas pruebas.

-   Ayúdela, doctor. – Ruega desesperado nuestro protagonista.

-   No se preocupe. Hay que averiguar de lo que se trata, pero parece fuera de peligro.

Tanto el médico como las enfermeras comienzan a mover la camilla y enfilar uno de los pasillos.

-   ¿Cómo se llama?

-   Carolina Cruz.

Martín siente entonces una punzada en el abdomen. No ha orinado desde ayer. No se ha dado cuenta hasta ahora debido a los nervios. Pero la necesidad es imperiosa.

-   ¿A dónde se la llevan?

-   La sala doce está libre. – Sugiere una de las enfermeras.

-   Vamos ahí entonces. – Aprueba el doctor.

-   Voy enseguida. – Se excusa el padre. – Voy a aparcar el coche.

-   De acuerdo.

Mientras espera que desaparezcan por el pasillo, busca algún cartel que le indique donde se encuentran los baños más próximos. No tarda en encontrarlos.

Entra por la puerta del servicio de caballeros, accede a uno de los cubículos y se sienta en la taza para después aliviar la presión de su vejiga. Se lleva las manos a la cara, apoyando los codos en sus rodillas, rompiendo a llorar, soltando así toda la tensión acumulada. Se da cuenta también de lo cerca que han estado de morir si no hubiese sido porque, gracias a sus tremendos reflejos, ha podido esquivar con un volantazo ese camión que se les echaba encima.

A su mente llegan recuerdos de los otros momentos que ha vivido dentro del edificio. Dentro de ese hospital. Entre ellos, se encuentran la mejor y la peor de las experiencias de toda su vida.

Por supuesto, la primera de ellas es el nacimiento de sus gemelos. Es como si todavía pudiese escuchar el primer llanto de ambos. La sensación de amor puro que le embargó la primera vez que los sostuvo en brazos.

Por desgracia, la segunda es el momento en que se vio obligado a ver como introducían la bolsa, que contenía el cuerpo inerte y desfigurado de su mujer, en la morgue del sótano un día antes de ser incinerado.

También rememora cuando entró por primera vez, hace diecinueve años. Cuando su suegro le obligó a hacerse aquellas humillantes pruebas para averiguar las posibles enfermedades que pudiese contagiar a María.

El último de los recuerdos es del día que llevó a sus preocupados y preadolescentes hijos a visitar a su abuelo, que se recuperaba de la intervención a la que fue sometido, después de sufrir aquel infarto, en el que le diagnosticaron sus problemas coronarios.

El sonido de llamada de su teléfono aleja a Martín de esos pensamientos. Se levanta, vacía la cisterna, se abrocha los pantalones y coge el aparato para ver el nombre de Alejando en la pantalla.

-   Hemos llegado ¿Dónde estáis? – Espeta el muchacho sin tan siquiera saludar previamente.

-   En el ala de urgencias, se la han llevado a la sala doce. Yo voy a aparcar el coche.

-   Nos vemos allí.

Nuestro protagonista sale por la misma puerta de acceso por la que ha entrado para encontrarse que alguien había apartado unos metros el vehículo del lugar donde lo había dejado. Sin más miramientos entra en el habitáculo y conduce hasta el parking destinado para las visitas. Por el camino piensa en lo poco que le apetece ver a Paula ahora mismo.

Una vez cerrado el coche, accede esta vez por la puerta principal del edificio, para después recorrer el largo pasillo que lleva a la zona donde se habían llevado a Carolina.

A lo lejos ve cómo esperan de pie, delante de la puerta de la sala doce, los dos muchachos que acaban de llegar.

-   ¡Alex! – Eleva la voz para ser escuchado a la vez que aligera el paso.

-   ¡Papá! – Exclama girando la cabeza.

Ambos se funden en un abrazo mientras son observados por una impertérrita Paula.

Los oscuros ojos de la morena se clavan en la mirada del hombre. No hacen falta las palabras. El gesto es suficiente para que los dos lleguen a la conclusión de que no cabe más conversación ahora mismo que la que trate sobre la salud de Carolina.

-   No nos dejan entrar todavía. – Comenta el joven mientras se separan.

-   ¿Os han dicho algo? – Pregunta Martín.

-   Todavía nada. Que le van a sacar sangre.

-   Vale.

-   ¿Qué le ha ocurrido? ¿Por qué está así?

-   No… lo sé muy bien. Pero creo que… Había un blíster de pastillas vacío a su lado. Se supone que eran anticonceptivos…

-   Eso no es posible. Carol no toma la píldora.

-   Es posible que fuesen drogas. No estoy seguro, pero…

En esos momentos se abre la puerta de la habitación, por la que sale el doctor acompañado por las enfermeras, una de las cuales lleva un par de viales con muestras de sangre.

Las dos trabajadoras se alejan dejando al médico a solas con los tres visitantes.

-   Dígame doctor. ¿Está bien? – Se preocupa Martín.

-   Se ha despertado, pero hemos tenido que administrarle un sedante suave para calmar los temblores. Está bien, no corre peligro.

-   ¿Y qué es lo que le pasa? – Pregunta Alejandro.

-   Díganme. ¿Tiene algún familiar con alguna enfermedad genética?

-   Su abuelo tiene problemas del corazón. – Responde el padre.

-   No. Es demasiado joven para eso.

-   La abuela María murió de cáncer. – Agrega el muchacho.

-   Los síntomas son demasiado repentinos. ¿Y su madre?

-   Accidente de tráfico.

-   Entonces tendremos que esperar a los resultados de la analítica.

-   ¿Es que no sabe lo que tiene?

-   He visto esta sintomatología antes.

-   ¿Y de qué se trata?

-   Parece delirium tremens provocado por un síndrome de abstinencia. Eso sólo es posible si llevase muchos años bebiendo alcohol o si ha consumido una gran cantidad de barbitúricos. Hay que esperar un par de horas a que las pruebas nos digan de qué se trata.

A Martín se le cae el alma al suelo. Recuerda todos estos años en los que la muchacha lo ha pasado tan mal en su vida, los cuales se encuentran plasmados con palabras en el diario.

-   ¿¡Un par de horas!? – Exclama Paula, abriendo la boca por fin.

-   Sí. El laboratorio tiene programadas antes otras pruebas que hacer de diversos pacientes. Además, aparte de ser domingo, ha empezado el verano y un tercio del personal está de vacacio…

-   ¿Usted sabe quién soy?

La solemnidad con la que la morena espeta las palabras, junto al mismo rostro que vio Martín la tarde del martes en la que amagó con irse de casa, manifiesta lo enfurecida que está.

-   Perdone, pero le digo que es imposible…

-   Mi nombre es Paula Medina. Mi abuelo se llama Fernán Medina. Es el mayor benefactor de este hospital.

-   Me hago cargo. El caso es…

-   Si no le suena el nombre quizá conozca el de Manuela Navarro. – Dice mientras coge su teléfono móvil.

-   ¿La doctora Navarro?

-   Sí.

-   Es… es la directora del hospital.

Imperturbable, la muchacha manipula el aparato para, acto seguido, mostrar a los presentes, y en especial al médico, cómo la aplicación de llamada está en marcha y que el nombre que aparece en la pantalla no es otro que el de la mencionada doctora.

-   En efecto, la directora de este hospital privado. – Continúa la morena haciendo énfasis en la última palabra. – Y si en algo valora su empleo va a procurar que las primeras pruebas que se realicen en el laboratorio sean las de Carolina Cruz.

El facultativo aplaza la respuesta los mismos segundos que los que tarda en tragar saliva.

-   Veré que puedo hacer. Con permiso. – Se disculpa con prisas para, acto seguido, abandonar el corro.

Paula se acerca el teléfono a la mejilla.

-   ¿Hola? … Manuela … Sí, soy Paula … Perdona que te moleste. Tengo un problema y es que acaban de ingresar de urgencia a mi mejor amiga y no sabemos lo que le pasa … ¿Estás aquí? ... Estupendo … Sala doce … Te esperamos … Hasta ahora.

Por primera vez, y sin que sirva de precedente, Martín se alegra de que Paula esté con ellos.

-   Aún no me creo que Carol haya intentado… Se haya tomado esas pastillas. – Se corrige Alejandro dudando de la expresión a utilizar. – ¿Es posible que le haya ocurrido algo malo en la costa?

A nuestro protagonista se le viene el recuerdo del episodio de enajenación que sufrió anoche con su hija. Lo que hace que se le hiele la sangre. Desde que la ha encontrado en la cama, ha tratado de evitar pensar que puede ser por su culpa que Carolina, traumatizada por los hechos, haya tomado tan drástica medida.

-   No lo sé. – Miente.

-   Si no son píldoras anticonceptivas, ¿Qué te hace pensar que es algún tipo de droga?

-   Porque anoche vi cómo se las tomaba otra persona en el club de Maurizio.

-   ¿Quién? – Pregunta Paula atenta a la conversación.

-   Daisy.

-   ¿¡Daisy!? – Exclama la morena.

-   Sí. Se tomó una delante de mí mientras estábamos… de fiesta.

-   Martín, dime. – La solemnidad vuelve a apropiarse sus palabras. – ¿Cómo eran esas pastillas?

-   Pues… Venían en un blíster de unas veinte o más. Con forma alargada.

-   ¿De qué color?

-   Granate.

Los dos jóvenes se giran para mirarse con ojos de incredulidad y confidencia. Acto seguido, Paula vuelve a utilizar el móvil, esta vez para enseñar una imagen al padre.

-   ¿Son estas?

-   ¡Sí! – Exclama. – ¿Las conoces?

-   Joder. ¡Qué tonta! ¿Pero cómo no me he dado cuenta antes…?

Detrás de ellos, el sonido electrónico del timbre de un ascensor interrumpe la conversación, anunciando la llegada de la directora del hospital.

Un gran moño de color gris adorna la cabeza de la mujer. Las gafas progresivas de pasta y el rictus severo de labios pintados con carmín, hacen lo propio con su cara. Una vestimenta austera se adivina debajo de la característica bata blanca. Si no tiene edad para jubilarse, está muy cerca de ella.

Rauda, la joven morena se dirige a saludarla.

-   Hola, Manuela. Menos mal que estás aquí.

-   Claro, Paula. ¿De qué se trata? ¿Has dicho que es una amiga tuya?

-   Sí, Carolina. Mira, te presento a su padre Martín…

-   Encantada. – Le ofrece la mano.

-   Igualmente. – Le devuelve el saludo.

-   … y a su hermano Alejandro.

Repite la operación saludando al muchacho.

-   ¿Y decís que no sabéis lo que le pasa?

-   Verá. – Comienza a hablar el padre. – Hace poco más de una hora me he encontrado a Carolina en su cama con convulsiones. Le temblaba la voz y decía que le dolía el pecho. El doctor que la ha atendido dice que se trata de un delirium tremens pero que no lo sabe seguro hasta que no lleguen los resultados de la analítica. Creo que es debido a unas pastillas que se ha tomado.

-   ¿Cómo se encuentra ahora?

-   Nos han dicho que está sedada por los temblores.

-   Manuela. – Interrumpe Paula. – Acabamos de averiguar que las pastillas son…

-   ¿Sí?

-   Ya sabe… Esas de color granate.

-   Oh. Entiendo. – Una mueca parecida a una sonrisa aparece en el rostro de la directora.

-   ¿Ya sabe lo que es? – Pregunta Martín invadido por la intriga que le supone desconocer esas pastillas.

-   Por los síntomas que me explica sí que puede ser un delirium tremens. Sólo que ha tenido que producirse porque la chica ha estado tomando una cantidad elevada en muy poco tiempo. Yo diría que unas cuatro o cinco pastillas diarias hasta que ha dejado de tomarlas de repente, produciendo todos los síntomas de la abstinencia.

-   ¡Sí! – Exclama la morena. – ¡Coincide! Sé que ha tenido acceso a un blíster lleno a principios de semana y que ahora está vacío.

Martín se extraña de que sepa eso, pero carece de importancia si lo compara con el alivio que supone descubrir que Carolina no ha intentado quitarse la vida por su culpa.

-   Resuelto el misterio sólo queda aplicar el tratamiento. – Solventa Manuela, cuya sonrisa es ya patente.

-   ¿De qué se trata? – Pregunta intrigado.

-   Voy a necesitar ayuda. Ven conmigo, Paula.

-   Claro. – Responde ella.

La doctora se dirige a la puerta de la sala para después abrirla, dejando pasar primero a la muchacha. Los dos hombres intentan hacer lo mismo, pero son detenidos por la experta.

-   Lo siento. Deben quedarse fuera.

-   ¿Por? Es mi hija

-   Es un tratamiento poco convencional y necesito que se queden vigilando la puerta. Nadie, y repito: Nadie puede entrar.

-   No lo entiendo.

-   Confíe en mí. En pocos minutos estará completamente recuperada.

La promesa de ver a Carolina curada es suficiente como para terminar de aceptar, a regañadientes, la petición.

La puerta se cierra después de que eche un último vistazo dentro para intentar ver a su hija, pero lo único que consigue atisbar es la parte de la camilla que sostiene los pies de Carolina.

-   Papá, tranquilo. Se va a poner bien. – Comenta un aliviado Alejandro.

-   Eso espero.

-   Y papá… En cuanto a lo de anoche.

-   No quiero saberlo.

-   De verdad que no ha pasado nada. Te prometo que…

-   Da igual. Ahora lo importante es tu hermana.

-   Tienes razón. Perdona.

Tras varios minutos de espera, el médico que les ha atendido en primer lugar, aparece con unos papeles.

-   Doctor. – Saluda nuestro protagonista.

-   Hola otra vez. – Devuelve la cortesía mientras mira para todos los lados, comprobando, para su alivio, que la joven morena no se encuentra con ellos.

-   Traigo los resultados.

-   ¿Y bien?

-   Salvo una pequeña cantidad de alcohol, no hemos encontrado rastro de ninguna de las drogas conocidas en la sangre de su hija.

-   ¿No? – Pregunta cada vez más intrigado por saber qué contienen esas píldoras.

-   No. Pero hay algo fuera de lugar.

-   ¿De qué se trata?

-   Un elevado recuento de hormonas. Hormonas femeninas para ser más exacto.

-   ¿Cómo es posible?

-   Lo único que se me ocurre es que pueda estar en algún tipo de procedimiento por alguna causa. Como un tratamiento de fertilidad. Aun así, son demasiadas.

-   No es el caso… Creo.

-   Podríamos pasar y despertarla para preguntárselo.

-   ¡No!

-   ¿No?

-   Digo que no se preocupe. Ha venido la directora médica y ya está con un posible tratamiento.

-   Prefiero entrar y hablar con ella. – Insiste el facultativo temiendo por su puesto de trabajo.

-   Es usted muy amable, pero preferimos que se ocupe la doctora.

-   De acuerdo. – Claudica un tanto preocupado.

-   Muchas gracias por todo, doctor. – Dice mientras le ofrece la mano.

-   De nada. – Se despide.

Tras un instante, esperando que no le oiga nadie, Martín se gira para hablar con su vástago sobre la nueva información obtenida.

-   ¿Tratamiento hormonal? ¿Estabas al corriente de que tu hermana tomaba esas pastillas?

-   Ni idea. – Niega con un gesto de preocupación.

-   ¿Sabes algo sobre ellas? ¿Qué son?

-   … – El rostro del muchacho demuestra que está pensando demasiado la respuesta que le va a dar.

-   Alejandro. No se te ocurra mentirme. – Eleva la voz para amedrentar al chaval.

-   Verás… Papá… yo…

Antes de que termine de contestar surgen unos extraños sonidos del interior de la sala. Como si de unos lastimosos quejidos se tratasen.

Ambos se acercan a la puerta para escuchar mejor.

El volumen de los sonidos aumenta. Martín puede distinguir perfectamente que es la voz de Carolina. Más concretamente son los mismos gemidos que profería la noche anterior mientras la tenía a horcajadas, restregándose en su regazo.

Como consecuencia del recuerdo de dicha escena, la jaula de Martín, que parecía haberle dado una tregua, comienza a apretar sus genitales.

Los quejidos aumentan su frecuencia a la vez que lo hace la presión del chastity. Pasan varios segundos en los que no sabe lo que hacer. Pero su mano, que actúa de forma automática, está a unos centímetros de posarse en el pomo de la puerta.

-   ¡Papá!

La voz de Alejandro le sacude del letargo.

-   Alex, tengo que…

-   ¡No! Ya has oído a la doctora.

Resignado, el padre cesa en su empeño. Ambos continúan escuchando cómo todos esos sonidos van a más. Hasta que, por fin, terminan con un escandaloso “¡Aaaaaargh!”.

Apenas un minuto de tensión después se abre la puerta por la que sale Paula, cerrándola de nuevo tras ella.

-   Todo ha salido bien. – Anuncia para alegría de los dos hombres, aunque no es precisamente la emoción que refleja el rostro de la morena, que no les mira ni a la cara.

-   ¿Podemos pasar ya?

-   Antes quería deciros… que enviaré a mi chofer para recoger mis cosas. Cuidad de Carolina.

Paula hace el ademán de salir por piernas, pero es detenida por la voz de Martín. No sabe si lo que siente por ella es amor, odio o simple agradecimiento, pero no indiferencia.

-   ¡Espera!

-   ¿Qué quieres?

Tarda unos segundos en responder. Los que dura la indecisión de encontrar la pregunta adecuada entre todas las que desea hacerle.

-   ¿Cómo sabes que Carolina tenía las pastillas desde hace una semana?

-   Verás, Papá… Es lo que he intentado decirte antes… – Interviene Alejandro.

-   No. No hace falta que te inventes nada. – Le interrumpe la muchacha para luego dirigirse a nuestro protagonista. – Se las di yo.

-   ¡Paula! – Exclama el joven. – Sabes que eso no…

-   Qué más da… Tu padre ya me odia. No importa lo que le diga. No me va a creer. – Dice antes de avanzar hacia la salida.

-   Paula, no te vayas. – Suplica el muchacho.

-   Entrad a ver a Carolina. Es ella la que os necesita.

Martín, que ya no sabe si creerla o no, decide que ahora lo que realmente quiere es ver a su hija. Así que, sin decir nada más, abre la puerta de nuevo para acceder al interior, mientras deja ahí a Alejandro que sigue intentando convencer a la morena de que se quede.

-   ¡Papá! – Exclama Carolina al verle.

-   Bueno, yo os dejo. – Dice la doctora, levantándose de la camilla donde estaba sentada al lado de la rubia. Ambas parecían mantener una agradable charla. – Nos vemos en septiembre. Cuídate.

-   Gracias Manue… doctora Navarro.

El hombre deja pasar a la doctora a la que despide con una mirada de agradecimiento. Acto seguido se sienta en el lugar que la mujer ocupaba para dar un abrazo a su hija. Ambos rompen a llorar.

-   Lo siento, Papá.

-   No, mi niña. Soy yo quien lo siente.

Se separan para secarse las lágrimas.

-   ¿Ya estás bien?

-   Sí. Ya me encuentro mucho mejor.

-   Me alegro tanto…

-   Perdóname. Es todo por mi culpa.

-   No, tú no tienes culpa de nada. Esas pastillas que te dio Paula…

-   No, no fue ella.

-   ¿Entonces?

-   Yo las robé. – Confiesa haciendo darse cuenta a su padre que Paula es inocente.

-   ¿Pero por qué lo hiciste?

-   Porque oí cómo hablaba de ellas con… otra amiga. Decía que te hacían parecer más guapa. Y se las quité. Yo sólo quería ser tan guapa como ella. No debí hacerlo.

-   Oh, joder. Por un momento pensé que con lo que pasó anoche… – Tantea para ver cómo reacciona.

-   Perdona también por eso. Soy un desastre. Qué vergüenza. Bebí mucho, ¿no?

-   No lo decía por eso.

-   ¿Entonces? No me acuerdo de nada.

-   ¿No? – Pregunta un más que aliviado Martín.

-   No. Me acuerdo que vomité. Pero después nada. No sé ni cómo llegué a la cama.

-   No te preocupes por eso.

-   Mi caballero andante… Por lo menos nos lo pasamos bien. ¿No es así?

-   Sí. – Afirma disimulando una nueva presión dentro de los pantalones.

-   Papá.

-   Dime.

-   Gracias por este fin de semana tan maravilloso.

-   De nada.

-   Voy a ver si entra tu hermano. – Comenta mientras se levanta. – Está deseando verte.

-   Vale.

-   Por cierto. ¿Por qué ha dicho la doctora que os ibais a ver en septiembre?

-   Es que va a ser una de las profesoras que voy a tener en la facultad. Es muy maja. Y muy inteligente también.

-   Me alegro. – Se despide dándole un beso en la mejilla.

Sale por la puerta para encontrarse que Paula no se ha ido todavía.

-   Entra, tu hermana quiere verte.

-   Claro. – Responde el muchacho.

Martín espera a que no pueda oírle para hablar con la morena.

-   Carol me ha dicho que te quitó las pastillas.

-   ¿Y tienes que esperar a que ella te lo diga para entender que te digo la verdad?

-   Siento no haberte creído. Pero no me gusta que mis hijos anden cerca de sustancias peligrosas.

-   Te pido perdón por ello… Pero eso no significa que te mienta. Pensaba que había quedado claro.

-   No lo sé.

-   Espero que te des cuenta algún día. Me voy.

-   Sólo contéstame una cosa mirándome a los ojos. Si eres sincera te creeré en todo lo demás.

-   Siempre lo he sido, así que sin problemas.

-   ¿Alguna vez has tomado drog…?

-   No. – Responde con rotundidad mirándole a los ojos. – ¿Algo más?

-   Sí. ¿Qué son esas pastillas? ¿Por qué las tenías?

-   Es un poco largo de contar.

-   Pues empieza cuanto antes.

-   Verás… Conoces la viagra, ¿No?

-   Espero que no estés insinuando nada.

-   Digo que si sabes que existe y que fue inventada hace ya más de veinte años.

-   Sí.

-   Pues la farmacéutica de mi abuelo desarrolló, unos pocos años después, la llamada viagra femenina.

-   ¿El qué?

-   Lo que se conoce en el sector como el santo grial de los medicamentos. La gallina de los huevos de oro.