La ventana indiscreta

Una historia real

Esa noche llegué a casa pronto, para lo que en mí es habitual, porque la última copa me había sentado fatal y me había mareado un poco, por lo que decidí no hacer el ridículo y largarme.

Por el mismo motivo me había visto obligado a rechazar la oferta-petición de Sofía; una mujer explosiva, provocativa, exuberante; de traerla a mi casa. Andaba ya varios días persiguiéndome con es manera suya de insinuarse, y precisamente cuando decidió que sus coqueteos no eran suficiente ‘empujón’ y se había decidido a declarar abiertamente lo que quería, me había cogido con una copa de más. Naturalmente le expliqué el porqué de mi negativa y le prometí que la próxima vez no se ‘escapaba’.

No obstante, el largo paseo hasta mi casa me había despejado bastante, y el recuerdo de Sofía y de que en esos momento podía estar en mi cama, me excitó en grado sumo. Supe que no podría dormir con aquel ‘recalentón’, y decidí ‘aliviarme’.

De forma que me desnudé, me tumbé sobre la cama, y me puse a masturbarme. Como estaba a lo mío no me di cuenta de que no había apagado la luz ni de que la ventana que da al patio de vecinos, un especie de ‘corrala’ madrileña, estaba abierta. Supongo que de haberme dado cuenta tampoco me habría preocupado, a esas horas no había nunca ningún vecino despierto.

Tras correrme dos veces me quedé dormido. Me desperté casi al mediodía. Todavía estaba la luz encendida y la ventana abierta. Como no tenía nada en casa para comer, como es habitual, tras ducharme salí a comer algo fuera. Al ir a abrir la puerta me encontré un papel que, sin duda, alguien había metido por debajo, era una nota manuscrita que decía:

Vuelve a repetirlo esta noche y no cierres tu ventana. Me hice un dedo contigo y quiero hacerlo de nuevo. La vecina de enfrente.

Aluciné en colores porque, que yo supiera, la vecina de enfrente que me podía ver desde su ventana rondaba los 70 años. Aunque sé que para ciertas cosas no ha edad, no creí que aquella señora, que por otra parte me había visto nacer, se calentase conmigo. Lo tomé como una anécdota, pero no dejó de despertarme la curiosidad.

Sin embargo, los acontecimientos de la noche hicieron que se me olvidase pronto aquel asunto. Sofía volvió a la carga, por lo que esa noche ni volví pronto, ni volví solo, pero sí me cuidé de cerrar la ventana.

Sofía y yo ‘terminamos’ a la hora de volvernos al piano-bar; incluso encargué que me subiesen algo como una merienda-cena para no tener que salir; pero confieso que al salir miré al suelo por si había alguna otra nota, no la había y me decepcioné un tanto.

Durante la noche, Sofía insistió en volver a mi casa, pero la verdad es que una vez terminada la ‘novedad’ no me gusta repetir, al menos tan seguido, así que alegué cansancio, impotencia transitoria, o no sé qué. La verdad es que quería irme a casa solo… y pronto.

Lo de solo lo conseguí, lo de pronto imposible. Ya me había ‘escapado’ hacía dos noches y no me dejaron volver a hacerlo.

Cuando llegué a casa miré por la ventana hacia el frente. Naturalmente estaba todo oscuro y no vi nada. Me fui a dormir tratando de olvidar aquel nimio incidente. Lo hubiese logrado si al día siguiente; bueno, ese mismo día cuando me levanté y salí para comer; no hubiera encontrado otra nota, esta vez en el buzón del portal:

Eres malo. No has acudido a mi cita y he tenido que correrme sin ti. Pero te sigo esperando cada noche. Maribel.

Me chocó que viniese firmada. Que yo supiera la vecina de enfrente se llamaba Ana. ¿Quién demonios era la tal Maribel?

Fuese quien fuese había conseguido que decidiese no salir esa noche, tenía que ver si ocurría algo.

Intenté realizar mis actividades vespertinas habituales normalmente, pero la verdad es que estaba algo inquieto y expectante, no hacía más que mirar hacia la ventana de enfrente.

Finalmente, a eso de las once de la noche, vi que se encendía la luz tras aquella ventana, yo tenía la mía apagada tratando de obtener un poco de ventaja, o compensar mis desventaja, ya que a mí me había visto y yo a ella no.

Confieso una tremenda decepción cuando la persona que apareció fue una chica de apenas 24 0 25 años. No podía tener ninguna ‘complicidad’ con alguien tan joven.

Estaba a punto de cerrar la persiana y largarme, cuando hizo su aparición otra mujer, esta de unos 40 años, que lo primero que hizo fue mirar por la ventana hacia la mía.

Encendí la luz de inmediato par que supiese que esa noche sí estaba allí. Me hizo un gesto con la mano para demostrar que me había visto y sin más preámbulos empezó a desnudarse, puso un sillón bien enfrente de la ventana y se puso a masajearse las tetas y a acariciar su vientre bajando la mano hasta el sexo. Me desnudé a mi vez y me puse a masturbarme mirando como lo hacía ella. Veía su agitación mientras se acariciaba el coño mirándome. Yo estaba tan ‘a lo mío’ también que se me había olvidado por completo la jovencita que apareció primero en la estancia, pero tuve que recordarla a la fuerza, porque entró de nuevo en escena, tan desnuda como la otra y se arrodilló entre los muslos de la mayor para reemplazar las manos de ésta por su propia boca.

Cambiaron de postura y de ‘juego’ una cuantas veces. De vez en cuando hacían gestos hacia mí como inquiriendo si me gustaba lo que veía. Para demostrárselo me limite a que viesen las cuatro veces que me corrí. Casi dos horas más tarde se pusieron las dos de frente a la ventana y me hicieron gestos de despedida. El espectáculo había terminado por esa noche.

Tardé en dormirme especulando sobre que relación tendrían entre ellas, con Ana, y donde demonios estaría Ana para que se pudiesen escenificar esos ‘numeritos’ en su casa.

Cuando me levanté; esta vez casi lo esperaba; encontré una nueva nota metida por debajo de la puerta. Esta vez era muy escueta, sólo contenía un número de teléfono.

Eran las dos de la tarde, pensé que buena hora para pillarla en casa, si es que algo tenía lógica allí, así que cogí el teléfono y marque el número de la nota.

-¿Diga?

-¿Maribel?

-Si, soy yo. ¿Con quien hablo?

-Digamos que… con el vecino de enfrente.

-¡Ah! ¡Que alegría que hayas utilizado el teléfono!

-Pues sí, ya que me lo has dado. Mi pregunte es: ¿Para qué?

-¿Para qué va a ser? Es estupendo eso de hacerse unas pajas mirándonos por la ventana, pero pienso que podríamos hacer cosas mejores estando más cerca.

-De eso no tengo duda. ¿Qué te parece si tomamos un café después de comer?

-Estupendo. ¿Vienes a casa a tomarlo?

-Prefiero que sea en una cafetería. ¿Conoces Zaina?

-Claro.

-Pues yo como allí, así que ve cuando quieras, te estaré esperando.

-Prudente el chico. De acuerdo, allí estaré.

Los camareros, y además amigos, de Zaina ya están acostumbrados a verme allí con distintas mujeres en distintos momentos y son la discreción personalizada. Sólo con Rafa, cuando aparezco nada más abrir por las mañanas porque vengo de recogida, he comentado algunas de mis ‘aventuras’ por su interés en saber cómo lo hacía para, estando solo, no estar nunca solo.

Maribel se presentó a las cuatro menos cuarto. Venía vestida moderna, pero discreta, contra lo que yo esperaba de alguien tan ‘lanzado’. Se sentó en mi mesa sin mediar presentación alguna y le pidió al camarero un capuchino y una crema de menta.

-¿Por qué no has querido venir a casa? –Fue lo primero que preguntó- ¿Temías que te violase?

-Para nada, me encanta que me violen, pero quería saber algunas cosas, como por ejemplo quién era la chiquilla que se magreaba contigo anoche, qué ha pasado con Ana, y cosas así.

-¿Me vas preguntando, o te lo cuento todo del tirón?

-Cuenta, te escucho.

Y empezó su narración:

LA HISTORIA DE MARIBEL

“Empezaré por tu última pregunta. Supongo que sabes que Ana tenía problemas de salud, que incluso necesitaba una de esas máquinas de oxígeno en casa. Pues el otro día tuvo una crisis seria y los médicos decidieron que, al menos durante tres meses, debería permanecer ingresada en el hospital. Naturalmente me llamaron para decírmelo, porque, desmemoriado, yo soy su hija. Sí, la Maribel que jugaba contigo en el patio cuando éramos críos. Ya veo que no me has reconocido, pero yo siempre me he acordado de ti.

Como mi madre no quería dejar la casa sola; ya sabes de qué forma está al acecho la inmobiliaria que quiere comprarla; y dado que nosotros pagamos un alquiler muy alto por un piso muy ‘bajo’, decidimos trasladarnos…”

-Un momento. ¿Quienes son ‘nosotros’?

“Tranquilo, a eso iba. Nosotros somos mi marido, Carmelita y yo. Carmelita es la joven, no tan joven, a que antes te referías. Es la sobrina de mi marido, hija de su hermano. Sus padres murieron hace tiempo en un accidente de tráfico y nosotros, que no podemos tener hijos, la adoptamos, aunque no legalmente.

Bien, me voy a adelantar a las preguntas que veo en tus ojos. Por una extraña enfermedad, mi marido es impotente. Le gusta el sexo, pero no puede tener erecciones, de forma que, cuando lo hace, se vale de la lengua, las manos… Aunque eso no deja de ser satisfactorio en algunas ocasiones, con mucha frecuencia añoro un polla entrando bien dentro en mi coño. Él lo comprende y me ha dado absoluta libertad para satisfacer mi deseo como pueda.

Aunque a veces me busco a alguien que satisfaga mi necesidad, lo normal es que recurra a la masturbación. Pues hace ya tiempo, Carmelita me ‘sorprendió’ aliviándome con mis juguetes. Aunque en principio me sentí muy cortada, fue ella quien me dijo que podía ‘ayudarme’ con eso, y de paso se ‘ayudaba’ ella. No sé si somos bisexuales, pero desde entonces nos encanta ‘jugar’ juntas. Eso es una de las pocas cosas que ignora mi marido de mí.

La primera noche que te vimos, estando nosotras en ‘lo nuestro’, te reconocí de inmediato. Fue como si se cumpliese uno de mis sueños. Nos excitamos como perras mirándote y tuvimos unos orgasmos enloquecedores. Por eso te dejamos la nota al día siguiente, queríamos repetirlo.

El resto, más o menos, ya lo conoces”.

La historia necesitaba algo de tiempo para ser asimilada, pero mis curiosidades habían quedado satisfechas.

-¿Y ahora a qué nos conduce todo esto? –Pregunté.

-Pues… Carmelita y yo hemos pensado que lo que hacemos con un patio de por medio, podemos hacerlo juntos, o algo más. Pero eso tiene que ser uno de los muchos días que no esté mi marido; ya te he dicho que no sabe de nuestra ‘complicidad’; Pero trabaja en a EMT y una semana sí y una no tiene turno de noche, por lo que no será muy difícil.

-¿Y esta semana es una de esas?

-Precisamente. Yo ahora, cuando te deje, tengo que ir al hospital, pero si a partir de las 10 quieres pasarte por casa…

-Quiero, y mucho.

-Te esperamos. Ahora vámonos, que tengo cosas que hacer.

Camino de casa le pedí que me dejase hacerle una foto con el móvil. Esta es:

Me besó en la boca, como si realmente llevase tiempo esperándolo, en la puerta de mi casa.

Estaba claro que aquella noche tampoco iría a mi ‘lugar de trabajo’, pero la perspectiva de quedarme no parecía nada mala.

Para cubrir la tarde me dediqué a machacar a Abril en mi diario contándole todas estas cosas.

Pero como uno sólo suele conseguir lo que le sobra, a media tarde me llamó Patricia para pedirme que tomásemos una copa y luego venirse a casa. Tuve que poner una excusa y quedar para otro día sin determinar.

A la hora acordada llamé a la puerta de Maribel. Fue la joven, Carmela, la que me abrió.

-Hola, pasa –Dijo-. Maribel ha tenido que salir un momento, pero me ha dicho que volverá en cuanto pueda. También me ha dicho que no se nos ocurre empezar sin ella, ja, ja. Así que podemos tomarnos un pelotazo mientras la esperamos.

-De acuerdo.

-Ya supongo que sabes que soy Carmen, pero todos me llaman Carmela.

-Desde luego Carmela.

Entramos en una especie de cuarto de estar, de reducidas dimensiones, con tres sillones de orejas, bastante antiguos pero confortables, alrededor de una mesa camilla.

Apenas se había sentado frente a mí, cuidando de mostrarme generosamente los muslos, cuando llamaron a la puerta. Pensé que Maribel se había dado prisa en llegar. Carmela miró por la mirilla antes de abrir y vino corriendo a decirme en voz baja:

-Es mi tío. No te muevas de aquí hasta que yo te diga.

No me dio tiempo a preguntar que demonios hacía allí su tío, ni si era conveniente que me marchase.

Por más que cerró la puerta del cuarto de estar, no pude dejar de oír las voces de ambos.

-Tengo apenas diez minutos –Dijo la voz del hombre- Pero necesitaba comerte el coño nena.

-¡Mmmm! ¡Qué bien! Vamos corriendo a la cama entonces.

Incluso desde el dormitorio me llegaron los gemidos de Carmela; que incluso creo que los exageraba para mí; y su voz gritando:

-¡Ah! ¡Qué goloso es mi tito rico! ¡Como sabe hacerme gozar mi papi mimoso!

Supe entonces que en aquella casa había más secretos entre ellos de los que cada uno sospechaba.

En poco más de diez minutos el hombre volvió a marcharse y Carmela regresó conmigo.

-Supongo que habrás oído.

-Sí.

-¡Uf! ¡Qué corrida me he pegado! Me hacía falta, porque me habías puesto muy cachonda. Supongo que te gustará que te cuente de qué va esto.

-Pues la verdad es que sí.

-Bien. Pero antes… Verás, me dijo Maribel que le habías hecho una foto esta tarde, pues yo quiero que me hagas una a mí también, para que tengas de las dos.

-Por mí encantado.

-Pues venga, me coloco.

Se puso apoyada en la pared…

Cuando vio la foto en la pantalla del móvil dijo:

-Me gusta. Ahora, si quieres, te cuento.

-Empieza.

LA HISTORIA DE CARMELA

“Como ya te habrá comentado Maribel, Julián tiene impotencia funcional, eso hacía que yo me escondiese muy poco de él para nada: me desnudaba ante él para ir al baño, le dejaba verme sólo con el albornoz medio abierto… como si la impotencia significase falta de libido.

De forma que un día que me había sentado a su lado tan ligera de ropa como de costumbre, noté que ponía su mano entre mis muslos al tiempo que me decía:

-Ya sabes de mi problema Carmelita, pero tú me excitas mucho mentalmente, y he pensado que, a lo mejor, lo que no puedo hacer con Maribel lo puedo hacer contigo.

Yo, que soy un poco ninfómana y un buen revolcón me pone por las nubes, no lo dudé un momento.

-Pues vamos a intentarlo tito. ¡Mira que si te curo!

Curarle no le curé, pues no hubo manera de ponérsela tiesa, pero a cambio me hizo de todo con manos y lengua. Me revolcaba de placer, creo que me corrí hasta seis veces seguidas.

Desde entonces tenemos esos ‘encuentros’ siempre que hay oportunidad, que no son muchas veces porque Maribel no sabe nada de lo nuestro”.

La niña se tiraba a la tía y al tío, y nadie sabía nada. Yo pensé que todo el mundo lo sabía todo pero les interesaba hacerse los tontos.

Volvieron a llamar a la puerta. Esta vez si era Maribel.

-Bueno chicos –Dijo-. Vengo con muchas ganas de marcha. ¿Pasamos al salón?

Como hizo cuando la miraba por la ventana, se desnudó apenas entrar en la estancia y se tumbó en el sofá.

-Haremos como si tú estuvieses en tu casa. Ahora la niña me va a comer el coño mientras tú te la meneas para nosotras.

De forma que nos encontramos los tres desnudos. Carmela tumbada sobre Maribel, lamiéndole el coño mientras le ofrecía el suyo en un estético y excitante “69”. Yo en el sillón de enfrente pajeándome lo más lentamente que las ganas me dejaban para no correrme.

Las chicas se agitaban con frenesí, mientras se chupaban y acariciaban, gritando, entrecortadamente, ‘lindezas’ que aumentaban mi excitación:

Carmela: “¡Que chocho más rico tienes Mabelita. Y que bien te comes el mío, qué gusto me das!”

Maribel: “¡Qué puta eres sobrinita, como te gusta que te folle con la lengua!”

Carmela: “¡Me encanta zorrita, pero quiero que tu amigo me la meta por el culo!”

Maribel: ¡Sí, sí, yo también quiero una polla dentro, pero vamos a ponerle más cachondo! ¡Mira como se la pela el muy salido!”

El espectáculo era alucinante, pero yo ya estaba necesitando algo más. Así que me levanté y me acerqué a ellas por detrás de Carmela, la cogí por las caderas para levantarla un poco, fue la propia Maribel quien guió con su mano mi pene a la entrada de la vagina de la chica. Se la metí, despacio pero hasta dentro.

-¡Fóllate a la putita, así! –Dijo Maribel.

-¡Sí, sí! ¡Rómpeme el coño! ¡Lléname de polla cabrón! –Chilló la otra.

Empecé a bombear dentro de ella mientras Maribel acariciaba mis testículos, o aproximaba su boca al ‘acoplamiento’. Carmela había dejado de comerle el coño para lanzar gemidos de placer, pero ella no dejaba de ‘martirizarse’ el clítoris con la mano.

-¡Ah, ah! ¡Que me corro! ¡Como me corro! ¡Me muero de gusto! ¡Fóllame fuerte, deprisa! ¡Dale más! ¡Uyyy, me vieneeee! –Estalló Carmela después de un rato en el que yo tan pronto aceleraba mis movimientos como los enlentecía.

También sentí que me corría. Se la saqué y lo hice sobre su espalda esparciendo sobre ella mi semen con el mismo pene. Se quitó de sobre la tía para sentarse a sus pies y seguir acariciando suavemente su sexo. Maribel se incorporó un poco para dejarme sitio a mí mientras me ‘limpiaba’ el pene con su mano.

-Ahora me vas a follar a mí –Dijo la mayor-, pero en la cama, donde hace tanto que no siento una polla dentro. ¡Tanto tiempo he soñado que me lo hacías! ¿Vamos?

-Sí –Contesté-, pero espera que me fume un cigarrillo.

-Bien –Luego dirigiéndose a Carmela-: Te ha gustado, ¿eh golfa?

-¡Guauuu! ¡Me he corrido como una cerda!

-¡Ummm! Yo tres veces, pero sigo cachonda como una perra en celo pensando que voy a tener esta polla dentro.

Pensé en los orgasmos que habría tenido la joven, contando el ‘revolcón’ con el tío. No obstante dijo:

-Yo ni los he contado porque me parece un orgasmo continuo, pero estoy dispuesta a seguir toda la noche.

Cuando terminé el pitillo nos fuimos para el dormitorio.

Nos tumbamos en la cama, yo entre las dos naturalmente. Aunque ellas no dejaban de acariciarse; mutuamente, a sí mismas, y a mí; mi miembro seguía en ‘reposo’ tras la corrida anterior.

-Anda Carmela –Dijo Maribel-, ayúdame a ponérsela dura otra vez, que ya estoy que me muero por tenerla dentro.

-¡Umm! Claro que sí.

Sin más se pusieron las dos a hacerme una mamada a dúo, y aunque no es una de las prácticas sexuales que más me entusiasmen, sólo con ver sus cuerpos desnudos arrodillados ante mi pene y el placentero ardor que ponían en la tarea, lograron su objetivo. Al poco volvía a tener una erección considerable. Pero no pararon enseguida, siguieron mezclando sus salivas con besos en la boca para depositarla luego en mi miembro y esparcirla por él con sus lenguas.

Porque consideré que debía corresponder, y porque me encanta comerme un coño, dije:

-Yo también quiero saborear vuestros chochitos.

-Luego, luego –Dijo Maribel-, Ahora quiero sentir ya esa polla dentro de mí. Venga fóllame.

Se tumbó de espaldas y levantó las piernas hasta su cabeza ofreciéndome su sexo bien abierto. Me puse de rodillas entre sus muslos, le levanté las caderas y se la metí en la húmeda vagina. De inmediato empezó a agitar la pelvis y a gritar:

-¡Una polla, una polla! ¡Qué ganas tenía de tener una polla dentro! ¡Qué ganas tenía de tener tu polla dentro! ¡Fóllame! ¡Mátame a polvos! ¡Qué gusto, joder!

Con cada orgasmo cambiaba de postura y seguía pidiendo más. Afortunadamente había poco vecinos, o ninguno, porque si no sus gritos de placer y lascivia los hubiesen alarmado.

Carmelita, aparte de no dejar de sobarla las tetas mientras follábamos, había sacado un consolador de alguna parte y se ‘trabajaba’ el coño con él sin dejar de murmurar: “¡Puta viciosa, como te gusta que te follen!”

Yo no perdía la erección, pero era incapaz de correrme, cosa que beneficiaba sobremanera a Maribel que parecía insaciable. Al cabo de más de una hora se derrumbó, cayendo sobre la cama como desvanecida.

-¡Joder tío! –Dijo Clara- ¡La has dejado para los leones y aún la tienes tiesa! ¡Anda, hazme un favor a mí y métemela por el culo!

Hice lo que me pedía. Ella babeaba de gusto y yo no pude evitar correrme de nuevo al llevar un rato en aquellas ‘estrecheces’.

Debido, supongo, al agotamiento, nos quedamos los tres dormidos un rato. Yo desperté con la boca de Maribel de nuevo jugando con mi polla.

Eran casi las once de la mañana cuando regresé a mi casa. Las piernas apenas si me sostenían.

Ni que decir tiene que el ‘encuentro’, con más o menos variantes, se repitió en más de una ocasión. Pero relatarlos sería reiterativo.

FIN

© José Luis Bermejo (El Seneka)