La ventana indiscreta
Descubrimientos desde una ventana.
Nuria estaba encantada con su piso nuevo, aunque quizá lo más exacto sea decir que lo que en realidad le gustaba era su nueva vida: después de varios años trabajando como diseñadora de páginas web para una empresa del sector, sus jefes decidieron un buen día que ya estaba preparada para asumir nuevas responsabilidades y otra categoría en el organigrama técnico de la empresa; dicho en buen cristiano, la ascendieron a coordinadora de área con el consabido, pero no por ello menos importante, aumento de sueldo. Esos ingresos extra le sirvieron, tras enterrarse hasta las cejas en una hipoteca descomunal, para hacerse con el coqueto dúplex que ocupaba actualmente. El siguiente paso hacia el empleo ideal lo dio tras apuntarse al programa de trabajo en casa que su empresa había inaugurado recientemente; ahora su jornada laboral la desarrollaba en casa, con su ordenador, a menudo en pijama, y sus horarios, sus pausas para el cafe, o sus salidas a comprar eran cuestión exclusivamente suya; hasta de la ley antitabaco se hubiese reído, si fumara. Mientras mantuviese su rendimiento, era prácticamente libre.
Esa libertad le descubrió posibilidades que nunca había imaginado durante su etapa de hormiga laboriosa: fines de semana eternos, gimnasio, centros de belleza... y su vocacion de mirona. Se rió, sola en la terraza del dúplex, pensando en su recién adquirida perversión, entre avergonzada y divertida. Todo había empezado como un juego, un dia que estaba aburrida y cogió sus viejos prismáticos. El edificio estaba situado en las afueras de la ciudad, en una urbanización de lujo de nueva construcción con mucho espacio, piscinas, zonas verdes y todo tipo de equipamientos: un ghetto para nuevos ricos, habia sentenciado fríamente Soraya una tarde que fue a visitarla, con padres de familia muy atareados, esposas enjoyadas, y niños con uniforme de colegio caro por todas partes. Pero a Nuria le encantaba.
Le gustaba mirar el parque, y a la gente que pasaba, mientras ella estaba arrebujada bajo una manta, con su pijama y sus gemelos, y así cierto día se encontró observándoles dentro de sus casas, a traves de las ventanas. Sobre todo, a los del edificio de enfrente, que estaba a unos cien metros y era muy parecido al suyo, con la fachada enteramente de cristal; de día, el vidrio oscurecido no permitía contemplar el interior, pero al llegar la noche las luces que se encendían en el interior transformaban la fachada en una pantalla de ordenador con muchas ventanas abiertas a la vez. Se compró un pequeño telescopio para mejorar la vista que le permitían los prismáticos y aprendió a colarse en las vidas de sus vecinos. Se acostumbró a sus hábitos y curioseó incluso en sus dormitorios: el matrimonio cuarentón, aburrido y rutinario hasta en sus encuentros sexuales; la quinceañera del segundo, con sus interminables charlas .telefónicas y sus orgasmos ocasionales delante del espejo; a Nuria le enternecía verla desnuda, toda huesos y caderas, soñando fantasías que probablemente habían sido las de ella aún no hacía quince años. El adolescente del cuarto, sin embargo, se masturbaba furiosamente un día sí y otro tambien ante la pantalla del ordenador, inspirado por visiones de pechos enormes y sexos femeninos en primer plano. En otro piso, un cincuentón solitario se acariciaba lacónicamente ante el televisor, como si lo hiciera más por matar el tedio que por otro motivo. Había otros, pero ésos eran sus preferidos. Bueno, también estaba él: El Favorito.
El Favorito,o El Ejecutivo Agresivo, como también le llamaba, era eso, un ejecutivo de unos treinta y tantos, rubio y en buena forma, que usaba trajes y coche caros. Trabajaba muchas horas y se machacaba en el gimnasio, como podía asegurar tras haberle visto - tenía una panorámica perfecta del dormitorio, salón y cuarto de baño con su telescopio y además ya hemos dicho que era el favorito, qué diablos - desnudo muchas veces. También podía atestiguar que no estaba mal dotado, aunque sin pasarse, y que le daba buen uso a su instrumento. En efecto, no tenía problemas para conseguir mujeres, y ademas le gustaba variar; variar de mujer, no de clase de mujer, porque su característica común era, dicho vulgarmente, que estaban buenísimas: altas y con una figura estupenda. Nuria, que medía 1.58 y usaba una talla 80 de sujetador, no podía menos que envidiarlas, tanto el tipo como la ropa de marca que solían vestir y que ella hubiera podido comprarse si no hubiera invertido sus ahorros y la mitad de su sueldo en el dichoso pisito. Eso sí, si parecían todas cortadas exteriormente por el mismo patrón, su comportamiento en la cama cambiaba de unas a otras como de la noche al día: algunas se conducían como damiselas de película, y El Favorito se empleaba a fondo, con romanticismo, champán, y mucho paripé de arrumacos y mimitos en el sofá, antes de poder desabrocharles un solo botón; otras sin embargo se lanzaban sobre él como fieras, mientras el rubio poco menos que les arrancaba el vestido a tirones. Nuria prefería estas últimas porque casi podía escuchar sus gritos mudos de placer a través de la lente: recordaba a una morena de pelo corto y pechos erguidos completamente desnuda, sentada en la alfombra del salon y recostada sobre un codo, con las piernas muy abiertas, sobándose el sexo con la palma de la mano mientras su boca gritaba silenciosamente :"dame polla, cabrón, dame polla" y él la miraba, aún vestido, con una copa en la mano.
Recordaba muy bien, porque la había excitado, la vulva abierta y húmeda de la chica, con los labios separados por sus dedos, invitadora, ocupando casi todo el ocular del telescopio, delante mismo de su ojo. Luego él debió decirle algo, apoyado en la mesa de despacho que había en el rincón, porque ella le bajó los pantalones y los calzoncillos, cogió su ansiada polla y empezó a chuparla, de rodillas, como si de ello dependiera su vida. Retiró la piel del prepucio para dejar al descubierto el glande, rojo y duro, y empezó a recorrerlo con la punta de la lengua, pasando después a lamer el pene en toda su longitud, de abajo arriba; él se impacientó, la cogió por la nuca y le empujó el miembro dentro de la boca. Ella apretaba los labios en torno al cilindro de carne y movía la cabeza adelante y atrás, tragándoselo casi hasta los testículos y luego volviendo a sacarlo, hasta que el glande asomaba de su boca para luego volver a metérselo con un movimiento brusco hasta la garganta, mientras le hacía cosquillas en los testículos con los dedos. El Favorito le acariciaba el pelo y trataba de retener el orgasmo, mientras ella seguía mamándole, con sus ojos fijos en los de él. Finalmente, la dedicación de la chica pudo más que la resistencia del objeto de su deseo. El primer chorro de semen le manchó la mejilla, y luego se metió la polla en la boca para capturar el resto; cuando terminó, Nuria pudo ver asomar entre sus labios una gotita blanca que ella lamió rapidamente. A continuación le limpió de saliva y semen con la lengua y él la sentó, con las piernas abiertas, en el sillón giratorio; se arrodilló delante de ella, metió la cara entre sus muslos y, a partir de ahí, con el sillón de espaldas a la ventana, lo que ocurrío Nuria sólo pudo adivinarlo por las manos de la morena, crispadas sobre el respaldo del sillón, aunque a su imaginación le era muy fácil adivinar los dedos pellizcando los pezones rosados y duros como piedras, la lengua recorriendo el abdomen, descendiendo hacia el pubis desprovisto totalmente de vello, la lengua hurgando entre los labios del sexo, separándolos para buscar el clítoris tenso, a punto de reventar por la excitación. Imaginaba los jadeos crecientes de ella, que se irían convirtiendo en gemidos y luego en gritos,a medida que aumentara la velocidad de la lengua en el surco o la presión de la boca sobre el clítoris; casi podía sentir los dedos introduciéndose dentro de la vagina empapada como pequeños penes, que llevarían a la chica a un orgasmo brutal.
Nuria despertó de su sueño cuando El Favorito se incorporó, secándose la boca con el dorso de la mano. Ella se levantó sonriente, le plantó un beso en la boca y dió un pequeño tirón al objeto por el que tanto había suplicado antes. Nuria sonrió también: le caía bien la chica, aún sin conocerla; le gustaba con su sonrisa, su respiración todavía agitada y el sudor que le hacía brillar la piel y le rizaba el cabello; la sonrisa se convirtió en carcajada cuando consideró la posibilidad de que a su condición de voyeur - ¿o se diría voyeuse en francés? - se añadiese el lesbianismo o , al menos, la bisexualidad. ¿Sería una pervertida, o sólo viciosilla? Volvió a reír y decidió que le daba igual.
La morenita dijo algo y salió al trote rumbo al cuarto de baño, meneando el trasero y seguida por el ojo curioso de Nuria, que la observó detenidamente mientras se enjuagaba la boca en el lavabo y El Favorito, que se había librado ya de su ropa, entraba y la besaba en la nuca. Ella rió y trató de empujarle fuera del cuarto, a lo que él se negó, sonriente pero firme. La chica se encogió de hombros, levantó la tapa del retrete y se sentó dispuesta a hacer lo suyo, estuviera quién estuviera presente. Él la cogió de la mano, la levantó de un tirón, la enlazó por la cintura y le habló en voz baja un rato, manteniéndola abrazada y camelándola con besos y caricias, mientras ella negaba con la cabeza. Finalmente, ella pareció ceder a regañadientes, abrio las dos puertas de la mampara de la bañera y se quedó quieta allí dentro, con los pies separados y los brazos cruzados sobre los pechos, mirándole fijamente. Al principio se mantuvieron en silencio, sin que sucediese nada, hasta que la chica estalló en una carcajada escandalosa y franca, abrazándose las costillas con las manos, muerta de risa. El hombre la dejó recuperarse y luego abrió el grifo del lavabo. Nuria, alucinada, adivinó entonces lo que pretendía; y surtió efecto: bajo la mirada atenta del rubio, de entre las piernas de la mujer manó con fuerza un chorro de orina que se estrelló en el fondo de la bañera. La mirona mantuvo la vista clavada en el pubis de la chica, que se acariciaba lentamente los pechos, mientras el manantial perdía fuerza y se transformaba en un reguero que se le deslizaba por el muslo. El hombre sonrió y se acercó con la polla medio erecta de nuevo, pasó un dedo por el sexo de la chica y lo lamió. Ella sonrió a su vez y se tendió en el fondo de la bañera, mientras él cogía su miembro con la mano; la orina cayó sobre el cuerpo de la mujer, deslizandose por sus pechos, hasta que levantó la cabeza y colocó la cara bajo el chorro, como disfrutando del líquido caliente y dorado. Cuando terminó, le limpió el pene con la boca y él entró en la bañera, cerrando las puertas tras de sí. En ese momento, Nuria perdió la visión tras el vidrio biselado de la mampara, aunque pudo distinguir dos siluetas abrazadas bajo el chorro de la ducha.
Salieron pocos minutos después, secándose mutuamente con ayuda de una única toalla que se turnaban para utilizar en en el cuerpo del otro, frotando enérgicamente pechos, cabezas y piernas. Ella le obligó a inclinar la cabeza con las manos y le dio un beso largo y mojado. Le pellizcó los labios con los dientes, los lamió con la punta de su lengua y la introdujo en la boca del hombre, para enredarla y jugar con la de él. El Favorito respondía y dejaba vagar sus dedos por la espalda tersa y húmeda, deslizándolos por la espina dorsal arriba y abajo, acariciando las nalgas y la curva redonda y suave donde éstas se unen con los muslos para ascender después por las caderas y los costados, hasta llegar a la axila. La obligó a girar, apoyándola en el lavabo, sin separar su boca de la de la chica, y recorrió con los labios la cara de ella. Le lamió la barbilla, que tenía un hoyuelo que a Nuria le hacía mucha gracia, y descendió por el cuello, dejando un rastro de saliva que se prolongó en el hueco de las clavículas y descendió sin interrupción entre los pechos. La lengua siguió a partir de ahí la curva inferior del seno izquierdo, subiendo por él en circulos cada vez más pequeños, escalando lentamente hacia el premio que le esperaba en la cumbre. La morena cerró los ojos y Nuria casi pudo oirla suspirar cuando su compañero mordió suavemente el pequeño y orgulloso pezón; la boca de él se abrió al máximo y se pegó al pecho como si quisiera introducírselo completamente para después dejarlo resbalar lentamente entre los labios, hasta que solo quedó entre ellos el botón, que estiraron sin resignarse a soltarlo. El hombre se dedicó entonces a hacer girar la punta de su lengua sobre la areola, castigando a intervalos el pezón con golpes rítmicos y rápidos que la mirona casi notaba reflejados en los suyos, cada vez más tensos bajo la chaquetilla del pijama. La mujer gemía, con la mano izquierda cerrada sobre la nuca de él y la otra entretenida en sus genitales, intentando devolverles la vida.
Él se separó, la asió de la muñeca y la llevó al dormitorio; la morenita saltó sobre el colchón y gateó hasta quedar tumbada de través, con la cabeza hacia la ventana y los pies muy separados. Se colocó la almohada bajo las nalgas, para levantar sus caderas y ofrecerle una visión más clara de su sexo. Las palmas de las manos acariciaron los pezones, aplastando los pechos, y la derecha se deslizó a continuación por el abdomen blanco y liso bajo la atenta mirada de Nuria, que la vio sobrepasar el desnudo Monte de Venus e internarse en los pliegues rosados del sexo. El rubio seguía atentamente todas estas maniobras, masturbándose lentamente bajo la mirada de ambas mujeres, aunque de una de ellas ni siquiera sospechase su presencia en la habitación; rodeaba el miembro con las puntas de los dedos, y deslizando la mano hacia atrás, retiraba la capucha de piel que cubría el glande, volviendo a taparlo con un movimiento inverso de la mano. Cada tirón descubría un capullo enrojecido y brillante por el fluído que producía la excitación creciente, mientras que al volver a cubrirlo ese líquido rebosaba por el orificio, resbalando luego en forma de gota sobre la piel, a lo largo del pene surcado de venas oscuras y turgentes. Ambos se acariciaban al unísono, él de cara a la ventana, expuesto a la lente de aumento, endureciendo el pene progresivamente con cada movimiento, con cada caricia sobre sus testículos, tensos y pegados al abdomen; ella ocultaba por su posición sus manipulaciones a los ojos de Nuria, que sólo podía ver la mano derecha entre sus muslos y los dedos índice y pulgar de la izquierda acariciando un pezón con tironcitos y movimientos rotatorios; imaginó dos dedos deslizándose entre los labios, abriendo el surco, con el clítoris erguido entre ellos, rozándolo por dos lados mientras recorrían la vulva hasta la entrada de la vagina, introduciendo allí la punta y, anclándose en ella, utilizarla como punto de fijación para realizar un gesto circular con la palma de la mano pegada a la sensible mucosa. La espía notó una placentera contracción en el vientre, bajó una mano hasta los pantalones, encontrándolos mojados y sonrió comprendiendo que, al no poder verla bien, había adjudicado a la chica una técnica que ella misma utilizaba a menudo y cuya evocación habia bastado para inundarle las ingles.
En el otro edificio, el vecino había sacado un preservativo de la mesilla y, tras ponérselo, se había situado entre las piernas de su pareja, penetrándola con un movimiento tan seco que la obligó a cerrar los puños sobre la sábana arrugada, e inició un lento movimiento de vaivén con las caderas, tan amplio que Nuria hubiera jurado que le sacaba el pene por completo; dejando caer la cabeza por encima del borde del colchón, la mujer se deshacía en suspiros inaudibles, levantaba el trasero cuando él se retiraba, buscando el contacto y abrazaba con fuerza su nuca, enterrándole la cara en el hueco de su cuello. A medida que los golpes de cadera se aceleraban, el rostro femenino se contorsionaba más y más, transmitiendo su placer a la observadora en gritos que ésta podia leer en los labios aumentados por el objetivo. Al final los dedos se engarfiaron sobre la espalda del jinete, dejando marcas blancas sobre la piel, las piernas se cruzaron sobre su cintura, y la boca se abrió en un gemido largo e inarticulado que parecía querer traspasar las barreras de cristal y el espacio que separaban a las dos mujeres. Nuria se retiró del ocular, tragando saliva con los ojos cerrados y sintiendo que una ola de calor y humedad arrasaba su entrepierna. Reunió fuerzas y volvió a mirar al otro lado de la calle: las facciones de la morena se habían relajado, jadeaba con aspecto satisfecho y mantenía los ojos cerrados mientras acariciaba la cabeza rubia que se apoyaba en su cuello. Él, que no había terminado, seguía moviéndose sobre el cuerpo de su compañera animado por sus caricias y susurros, hasta que su cuerpo se puso tenso y se corrió, todavía con la cara oculta en el cuello de la chica; después la besó largamente en los labios y se apartó para recuperar el aliento y permitir que ella le quitara el condón.
El descenso de la tensión permitió a Nuria darse cuenta de que su vejiga estaba a punto de reventar, y salió disparada rumbo al cuarto de baño.