La ventana indiscreta

Una ventana abierta, una chica pintando la habitación, una provocación y una invitación a una cerveza. Su vecina le obliga a darle placer y luego lo desprecia, lo que provoca que él reaccione y le aplique una dulce venganza que les unirá para siempre

Me desperté de la siesta, como siempre, con la sensación de haber dormido poco. Mi nuevo horario de jornada completa hacía que tuviera que madrugar mucho y por las tardes estaba muerto. Por suerte descansaba lo suficiente como para no tener que ir a la cama muy temprano y así poder gozar un poco de mi vecina. Sí, sí, de mi vecina. Ahora os contaré el porqué.

Al principio fue una simple casualidad, un momento inesperado en el que miras por la ventana de tu cocina con la vista perdida en el horizonte (bueno, el anuncio de Coca-Cola que me tapa las vistas, para ser más concretos), el café en la mano y te encuentras unas tetas increíbles que luchan por escaparse de una apretada camiseta. Tras enfocar la vista pude confirmar que era cierto, era mi vecina de enfrente lavando los platos en su cocina con un garbo inusual y un vaivén de sus pechos que me dejó hipnotizado. Una simple cruzamiento de miradas bastó para que me retirará con el rabo entre las piernas (hablo metafóricamente, porque mi rabo estaba bien lejos de ellas en ese instante). Esos ojazos verdes me turbaron y a partir de ese momento me hipnotizaron.

Los encuentros accidentales se fueron repitiendo y comprobé que el ventanal de mi comedor también daba al suyo, así como una de las habitaciones. Cuando volvía por las tardes, al irse a dormir o por las mañanas de fin de semana la observaba como se paseaba por su casa sin advertir que era observada… o eso creía yo.

Tras despejarme un poco en el baño volví al comedor y observé que pasaba por el suyo de punta a punta, en chándal y con una camiseta que, para variar, me ofrecía un perfil de su cuerpo muy insinuador. Era evidente que la chica había sido deportista. Tenía unas buenas espaldas (quizá de gimnasta) y recordaba haber visto sus piernas una vez en pantalón corto, y su gemelo grande y robusto me lo confirmaba.

Como quien no quiere la cosa me senté en el sofá que da justo a la cristalera y tuve una visión privilegiada de sus ir y venir. Parecía que se preparaba para  algo. De pronto dejó de pasar y pensé “Vaya, se terminó el espectáculo”, con lo que me dirigí a mi habitación a por un libro para leer un rato. Entre a oscuras ya que sabía perfectamente dónde estaba y entonces la volví a ver, en la habitación que compartíamos visión. Veía toda la pared desnuda. Parecía que iba como a pintar o algo así. Buena iluminación, muebles tapados con sábanas y… allí estaba ella. Con un pequeño cubo se dispuso a humedecer la pared. Yo, en mi más absoluta clandestinidad me acerqué a la venta, no demasiado para no ser visto. Me senté en la cama y comprobé que podía ver sin problemas lo que allí iba a suceder. Casi sin darme cuenta ya me estaba tocando por encima de mi pantalón de pijama.

Con la música a tope (la oía perfectamente desde mi casa) escuchando temas bastante moviditos siguió con su tarea durante unos minutos. Tras unos instantes la chica tuvo calor y se despojó de su chándal… ¡¡Dios¡¡ Aquello se ponía bien: Quedé impresionado con sus piernas. Era mamá, de tres niños, pero su figura parecía no haber sufrido mucho por ello. Esos gemelos, esos muslos bien formados me encantaban. Siempre había tenido debilidad por las chicas deportistas y ahora mi vecina me ofrecía un espectáculo que ni en mis mejores fantasías. Las zapatillas de piscina me hizo intuir que quizá había sido nadadora, o waterpolista, o ambas cosas (bueno, la estampación del logo del Club Natació Sant Andreu en su espalda también fue una pista determinante, pero mira por donde no me había ni fijado). Ese par de robustas columnas monumentales estaban coronadas por unas braguitas culote de color rojo con una simpática estampación de Betty Boo en una de sus lados. Sonreí al mismo tiempo que notaba mi polla crecer bajo el pantalón. Me estaba despejando de golpe y asistía a un espectáculo que prometía.

Tanto trabajo provocó lo imaginable: el calor la atormentaba y “no le quedó más remedio” que hacer un arreglillo con su camiseta. Y lo mejor no fue eso, sino que lo hizo mirando frente a la ventana. Se rasgó la camiseta por delante, a la altura de sus espectaculares pechos que recibieron algo de libertad por unos instantes. Ese escote me dejó medio mareado. Por un momento me imaginé sumergido entre esos maravillosos globos. Las gotitas de sudor mezcladas con las del agua que salpicaba de la pared los hacían relucir bajo la luz de la lámpara de la habitación.

Para más inri se subió la camiseta y se la anudó justo por debajo de sus mamas. Eso ya me remató del todo. Esas piernas fuertes, musculadas, la braguita roja que escondía su sexo que se intuía muy apetecible, su cintura y la camiseta que apenas cubría sus pectorales me dejaron exhausto por un instante. Llevaba el pelo recogido en una coleta y su rostro mostraba una extraña sonrisa… como si supera que era observada. Entonces me tumbé en la cama, como si me sintiera descubierto por ella. Pero no, era imposible, con la luz apagada no podía verme. Más tarde descubrí que si te dejas la luz del pasillo abierta y el marco de la puerta queda justo detrás de ti tu silueta se ve perfectamente desde el piso del frente.

Poco a poco me incorporé y vi que había vuelto al trabajo. Como no llegaba al techo se había subido en una escalera de esas de tres peldaños, con una pierna apoyada en el más alto y otra en el primero, medio de perfil. En esa posición pude observar sus músculos en plena acción, sus piernas poderosas, sus pechos rebotando cada vez que intentaba alcanzar la parte más alta; Con la mano se secaba el sudor y el agua acumulada en su rostro. La camiseta, cada vez más empapada por la humedad mostraba el sujetador campeón capaz de aguantar semejante peso y de albergar dos tesoros tan apetecibles y, al mismo tiempo, prohibidos para mí.

Con la boca abierta, el pantalón bajado y mi polla bien dura en la mano observé cómo se bajaba de la escalera y se iba de la habitación. Volvió al minuto con una cerveza en la mano. Le dio un buen trago y sonrió de satisfacción. Muerta de calor se pasó la botella por su frente, por su cuello, entre sus tetas (casi desaparece), por la cintura y, finalmente, la “dejó” dentro de su colote, justo en la parte delantera. Eso me dejó alucinado: la cervecita bien fría refrescando su coñito que debía estar sudado y, al parecer… caliente. Por un instante me apeteció mucho una cerveza derramada por entre sus pubis y goteando de su monte de Venus para bebérmela como si fuera… uf, ya se me estaba yendo la cabeza. Sin darme cuenta me estaba masturbando cada vez con más intensidad, la escena me empujaba a hacerlo. Ella, acompañando sus movimientos con estiramientos de sus brazos, piernas y demás seguía haciendo su trabajo como si nada, aunque sabía perfectamente lo que estaba haciendo.

Yo, con el orgasmo inminente entre mis manos me tumbé en la cama sin poder quitarme de la cabeza la escena de la cerveza. Me veía allí, de rodillas frente a ella, lamiendo sus gotitas de sudor que caían por sus piernas, que manaban de sus braguitas húmedas y derrochando olor a hembra cachonda y mirando hacia arriba bajo el yugo de unos pechos enormes que me obligaban a no levantarme y seguir con mi trabajo.

En aquel instante, sonó el teléfono. Me acordé de la madre que parió a Graham Bell y dejé mi faena para ir a contestar.

- ¿Si?

- Hola

- … Hola, ¿Quién es?

- ¿No me reconoces?

- Pues no, la verdad… no me suena tu voz. Dame alguna pista…

- Hummm… si te invito a una cerveza, ¿Sabrás quién soy?

Creo que en ese momento me debí quedar blanco. Tragué saliva y la pude imaginar allí, en pie hablando por teléfono. No tuve que esforzarme mucho porque mirando por el ventanal del comedor pude verla con su móvil en la mano, sentada en su sofá con las piernas bien abiertas y acariciándose uno de sus magníficos pechos bajo la tela mojada de su desgarrada camiseta mientras sostenía el terminal. Frente a ella, dos cervezas, una a medio terminar y otra por empezar.

- Yo… estoooo… bueno, no se si debiera. Creo que estás atareada con tus teta… digo, tus cervezas en las bragui… estooo… perdona, vamos, que estás ahí con la pared y yo no quiero molestar.

- No molestas. Quiero que vengas. Es más, te ordeno que vengas. Me gusta trabajar con público, pero si lo tengo en primera fila mejor. Después de un duro trabajo me merezco una recompensa y me la vas a dar tú. – Esa orden me dejó k.o.

- Estaré encantado. Voy en 10 minutos.

- Vienes en 2 minutos o no te abro la puerta. Ah!... y se mira pero no se toca. Ya me encargaré yo de tenerte controlado. O lo tomas o lo dejas . – Miré por la ventana y unas esposas se balanceaban de la punta de uno de sus dedos. Era una encerrona y yo iba a caer de cuatro patas en ella.

Tras 3 segundos de larga meditación y sopesando los pros y los contras le dije que sí, que en 2 minutos estaba allí. Creo que en la vida no me había vestido tan rápido. Supongo que por eso no me puse ni bóxers ni calcetines. Salí disparado y llamé a su puerta a los 1:58 minutos de haber colgado.


Estaba super nervioso, la vecina de enfrente que me había ofrecido un espectáculo de lo más excitante me había pedido, o mejor dicho, ordenado, que fuera a su piso. Al no haberme dejado terminar mi masturbación estaba de lo más cachondo. No sabía como disimular la erección permanente que llevaba, pero la emoción por lo que iba a suceder no me hacía pensar en eso.

Un par de minutos más tarde (pensé que me los podría haber dado para no tener que cruzar la calle parando los coches, casi atropellando a una viejecita y quitándole el ascensor a una madre con 2 niños y un cochecito de bebé) abrió la puerta. Verla tan de cerca me turbó, me dejó sin palabras, con la boca abierta y respirando agitadamente. Allí estaba, tal cual la había visto a través de la ventana, con la cerveza casi terminada en la mano, examinándome de pies a cabeza y sonriendo maliciosamente. Fueron unos segundos que se me hicieron eternos. Finalmente, moviendo la cabeza me indicó que pasara. La penumbra dominaba la casa, tan sólo la luz de la habitación donde la había visto trabajar resaltaba de todo el resto.

- Coge la cerveza – Me dijo imperativamente. La recogí de encima de la mesita y ella fue directamente a la habitación. Yo la seguí admirando el trasero de las braguitas de Betty Boo, los gemelos potentes que resaltaban al andar y la espalda atlética que brillaba por el sudor.

Entré en la habitación justo cuando cerraba la persiana a través de la cual había asistido al espectáculo.

- Hay mucho mirón por ahí, mejor que nadie vea lo que va a suceder aquí y ahora. – Eso me dejó asustado pero al mismo tiempo ansioso.

- Desnúdate, te quiero en pelotas delante de mí.

Sin saber que hacer con la cerveza que tenía en la mano ella se acercó y cogió la botella. Se me acercó a escasos milímetros de mí yo era más alto pero ella me cogió de la mandíbula con su mano derecha en forma de pinza y me obligó a agacharme, dándome un beso húmedo con sabor a cerveza intenso y breve. Me soltó saboreando las mieles de mis labios y se alejó sonriendo a sentarse en la escalera, observando el streaptease que iba a ofrecerle.

La música seguía sonando de fondo pero, la verdad, no se me da muy bien el baile así que me desnudé rápido para que no se molestara y dejé mi ropa a un lado. Instintivamente puse mis manos sobre mi miembro para no mostrárselo, por vergüenza, a mi vecina. Ella rio sonoramente; me imagino que pensó que mi vergüenza desaparecería en pocos instantes con lo que me iba a hacer.

Se fue un instante de la habitación dejándome allí, totalmente descolocado sin saber que hacer ni decir. Por un momento me dediqué a mirar la pared y a pensar de qué color la iba a pintar. Los nervios no me dejaban pensar con claridad ni ser consciente de lo que realmente estaba pasando. Al poco rato volvió con las esposas en la mano, cuerda de escalada y unas medias negras usadas, concretamente unos pantis.

- Siéntate en esa silla – Miré al lado y la vi, por primera vez. Estaba tan abstraído que ni siquiera la vi al entrar. Era una silla de madera, antigua pero robusta. Tenía la zona del asiento de sky. Cuatro patas clásicas y una tabla de madera de un palmo de ancho como respaldo la completaba.

Me senté en la punta, nervioso y preparado por si me tenía que levantar, pero no. Me hizo sentar bien, apoyando el culo lo más atrás posible. Las piernas separadas y las manos detrás del respaldo. Se acercó balanceando las esposas lentamente. Se sentó sobre mis rodillas hundiéndome la cabeza entre sus tetas húmedas. No diré que esto me provocó una erección instantánea porque no se me había ido desde que estaba empalmado en mi cama.

Tenerla sentada sobre mis muslos me puso muy cachondo. Ella, pegándose aún más a mí y dejando caer todo su peso sin vacilación me puso las esposas en mis muñecas, por detrás de la espalda. Yo, absorto por la situación empecé a lamer sus grandes pechos en señal de sumisión y adoración pero ella se separó de golpe sin levantarse y mirándome fijamente y muy seria me dijo:

- ¿Qué haces? ¿Quien te ha dicho que hagas eso sin permiso? Aquí se hace lo que yo diga, y cuando yo te lo ordene chuparás mis tetas, mi culo o mis pies, lo que me apetezca. Ni se te ocurra volver a hacer nada sin mi consentimiento. ¿Queda claro?

- Ssssssi… si…

- ¡¡PLAS!! – La bofetada resonó en la habitación en medio del silencio tras mis parcas palabras. Me giró la cara y yo, instintivamente la miré con cara de odio y rabia intentado levantarme pero fue inútil, al instante me di cuenta que ya era muy tarde para eso.

- ¿Entendido? – Volvió a repetir.

- Si mi ama, lo que tu ordenes.

- Veo que lo has entendido. Así me gusta, obediente y dócil… al menos de momento.

Levantándose lentamente y no sin restregar sus braguitas por mi miembro duro y palpitante se separó de mi unos metros para coger la cuerda que había dejado en el suelo. Su culo se mostró ante mí y observé que su rajita estaba bien húmeda porque su culote estaba totalmente empapado. La muy guarra estaba cachonda con lo que me estaba haciendo, era evidente.

Se acercó de nuevo y, colocando su pie descalzo presionando la planta de su pie sobre mi polla y aplastándomela se puso a desplegar la cuerda lentamente, disfrutando de su acción. Yo, sin atreverme a gritar cerré los ojos y apreté los dientes soportando estoicamente la tortura. Ella, sin ninguna prisa iba desenredando el siguiente artilugio que usaría conmigo. La pierna fuerte, poderosa, con su muslo tensado me ponía a mil. Su rodilla, casi al alcance de mi boca era un suculento manjar que no se me permitía probar. Los movimientos de esos pechos que había tenido tan cerca hacía un instante me hipnotizaban en cada estirón de cuerda para deshacer el ovillo que tenía formado.

El dolor combinado con la excitación era algo indescriptible en ese momento. Finalmente, cuando tubo la cuerda bien desenredada levantó su pie y eso me dio unos segundos de respiro. Inmediatamente se agachó en cuclillas y se dedicó a atar el extremo de la cuerda a mi tobillo, y a su vez a la pata de la silla. Por un instante la perdí de vista y noté como ataba la cuerda también a mis muñecas, evitando que pudiera separar los brazos del respaldo. Finalmente hizo lo mismo con mi otro tobillo, dejando mis piernas bien abiertas. De nuevo se fue hacia atrás y noté como la cuerda pasaba por mi cintura, lo que me dejaba bien cerca del respaldo. La cuerda subió por mi pecho y la pasó por debajo de mis brazos, cruzándola por detrás del cuello y dando un par de vueltas al mismo dejando bien tirante y evitando que pudiera casi moverme si no quería ahogarme.

Esos instantes fueron inacabables y el dolor de mi polla era total por la erección. No contenta con eso fue a coger sus medias usadas. Estaban arrugadas y era evidente que no estaban limpias. Para confirmármelo me las puso en la cara; primero los pies, luego la parte de la entrepierna. Las había usado ese día mismo y estaban “frescas”.

Tras divertirse obligándome a oler su intimidad ató mi polla y mis huevos con un extremo del panti. A parte del dolor se aseguraba que mi erección no se iba a ir bajo ningún concepto, ya que la sangre acumulada no podía escaparse y eso aseguraba que mi miembro estuviera en constante tensión y listo para ser usado.

Pasando el panti por debajo de mi culo (le costó lo suyo pero evidentemente yo la ayudé) lo subió por mi espalda hasta mi cuello. Dando vueltas alrededor de mi mandíbula me amordazó con el otro extremo, dejando la parte del otro pie justo delante de mi nariz. El olor era fuerte pero, para variar, me ponía muy chachondo.

Una vez hubo terminado se separó para admirar su obra de arte. Yo, para mostrarle que había hecho un buen trabajo intenté desatarme, soltar mis piernas o levantarme pero fue inútil, estaba bien atado e inmovilizado. Ella, orgullosa se dirigió a la escalera y remprendió su trabajo como si nada. Eso me indignó del todo, porqué estaba muy cachondo y la muy zorra pasaba de mí. Protesté a través de mi mordaza pero no obtuve respuesta alguna. Es más, se fue un segundo de la habitación para subir el volumen de la música y volvió a subirse a la escalera.

Así estuvo un buen rato pero era evidente que ni ella podía esperar tanto. Fue entonces cuando, al ritmo de la música, se sacó la camiseta mostrándome su espalda. Mirándome por encima del hombro se soltó la cola del pelo y su media melena cayó libre medio cubriendo su rostro. Sin esperar ni un instante se soltó el cierre del sujetador y lo dejó caer al suelo. Acto seguido se dio la vuelta cubriendo sus pechos (¿Era eso posible?) con sus brazos. Los presionaba fuertemente lo que provocaba que intentaran escapar por arriba y por abajo. Mis ojos como platos debieron agradarle porque sonrió y apartó los brazos dejando que sus mamas cayeran libremente. Creo que ahí mi pulso se aceleró hasta el punto de temer por mi salud cardíaca. Ella, caminando al son de la música se acercó y puso uno de sus grandes pezones frente a mis narices. Yo, intentando alcanzarlo casi me ahogo. Las cuerdas me impedían acercarme y la respiración profunda hacía que cada vez inhalara más y más su aroma más íntimo. Repitiendo la acción con el otro pecho jugó un rato conmigo hasta que, de sorpresa, me golpeó con uno de sus pechos. Me dolió más si cabe que la bofetada.

Mientras me recuperaba ella se separó de mí y siguió con su culote, el cual se bajó con un suave movimiento de caderas mientras se ayudaba con las manos dejando que éste se deslizara hasta sus pies. Se agachó y lo cogió. No tenía que ser muy listo para adivinar dónde acabaría. Se acercó a mi, desnuda totalmente.

Su coñito rasuradito en su mayoría menos en la parte superior se me fue acercando lentamente pero yo no sabía ni donde mirar: sus pechos, sus ojos, sus piernas, su monte de Venus, sus caderas… todo me embriagaba y me ponía enfermo. Sus braguitas, efectivamente, acabaron en mi cara, como si se tratara de un antifaz colocando estratégicamente la parte más íntima y húmeda justo encima de mi nariz, permitiéndome seguir viendo el espectáculo por las oberturas de las piernas.

Aquí fue cuando ella, lentamente y haciendo gala de su fuerza en las extremidades inferiores fue sentándose encima de mi y se insertó mi polla hasta el fondo sin ningún tipo de impedimento. El encaje fue perfecto, como el Challenger acoplándose a la estación espacial. Ella se sentó y no se movió, disfrutando de la sensación de tener una polla bien dura que, debido al palpitar de mi corazón se movía rítmicamente con el bombeo de sangre en su interior. Ese mínimo movimiento ya le provocaba placer.

Acariciándome la cabeza por encima de su culote se acercó un poco más a mi, hundiendo de nuevo mi cara entre sus tetas. Ahora si que estaba totalmente vendido, con mi polla insertada en su coñito, sentada sobre mi lo que impedía, si es que aún fuera posible, cualquier tipo de movimiento, respirando olores de sudor, flujos vaginales y el aroma de su piel como podía y privado totalmente de visión. Me tenía en sus manos y ahora si que ya estaba totalmente entregado a su voluntad.

Cuando parecía que iba a ahogarme se separó de mí y me quitó el culote de la cara. Cogiéndome del pelo y separando el otro brazo dejándolo caer hacia atrás, se puso a montarme como si estuviera domando a un caballo pura sangre. Agarrándose a mi cuello cabelludo se echó hacia atrás todo lo que pudo para admirar el espectáculo. Yo, al mismo tiempo, podía ver como subía y bajaba y mi polla desaparecía y se mostraba totalmente brillante por los flujos que la embadurnaban. Sus piernas potentes aguantaban su peso perfectamente y tensaban todos sus músculos cada vez que se levantaba justo hasta que mi glande estaba a punto de salir del interior de su rajita.

Al ritmo de la música me folló lentamente pero sin pausa. Por suerte yo era capaz de aguantar bastante bien el orgasmo, y más cuando mis genitales estaban bien apretados por la seda de las medias que los presionaban. Ella, en cambio, no tardó mucho en llegar a su primer orgasmo, gimiendo de forma evidente y desencajándose su rostro a media que el gran placer llegaba a lo más hondo de su ser. Agarrándose a la parte superior de la silla siguió follándome hasta que el grito ensordecedor inundó toda la habitación y de nuevo sus tetas se encargaron de dejarme sin respiración durante todo el rato que duró el orgasmo que, como os  imaginaréis, me resultó eterno. Sin dejar de moverse y bajando el ritmo siguió penetrándome hasta que dejó caer todo su peso sobre mi. Yo seguía de lo más cachondo pero ella no parecía dispuesta a darme mi recompensa.

De pronto se levantó y se fue hacia la escalera, dándome la espalda. El desprecio era total. Luego supe que era verdadera vergüenza por haber mostrado su orgasmo a un desconocido. Cogió la cerveza que aún se mantenía bien fresquita y le dio un buen trago. Se sentó en la escalera con las piernas bien abiertas y gozando del espectáculo. Tan sólo con la visión que yo tenía delante creo que hubiera sido capaz de tener un orgasmo pero sin poder tocarme eso era imposible. Finalmente dejó la cerveza y se acercó a mi… parece que al final recibiría mi recompensa.


Estaba en el comedor, alterado. Pensaba qué era lo que tenía que hacer. La situación había llegado a un punto donde sería complicado volver atrás, para bien o para mal. Era ya la tercera cerveza que me bebía. La chica tenía la nevera bien provista e intentaba ingerir alcohol para intentar llegar una conclusión coherente.

En el fondo, esto había sido culpa suya. Me había provocado en la distancia, luego me había invitado a su casa y me había forzado para ella tener un orgasmo. Luego, cuando parecía que íbamos a disfrutar juntos me había soltado y me había dicho que me largara, que tenía mucho trabajo y que por su parte eso era todo.

Me fui a la habitación y seguía tumbada en el suelo, con las manos atadas a la espalda, desnuda. Reconozco que la excitación me había hecho perder la cabeza, yo no soy así, pero cuando me soltó y recuperé la movilidad de mis extremidades, y ante el desprecio y la negativa a tener sexo conmigo no pude contenerme.

Se defendió cuando me abalancé sobre ella. Forcejeamos, nos empujamos y ella cayó de espaldas golpeándose contra la pared. Al instante perdió el conocimiento, aunque no del todo. Sin pensármelo dos veces la até para evitar que volviera a atacarme y me fui al comedor a pensar.

Y ahora, sin saber qué hacer aquí estaba, pensando en cómo resolver la situación, cachondo a más no poder y con esa chica medio desmayada en su habitación.

- Hummm…. Uffffff… auuuuuuu…..

Empecé  a escuchar lamentos que provenían del cuarto de al lado. Se estaba despertando. Bueno, creo que había llegado el momento de la venganza. Tuve la opción de irme mientras estaba traspuesta pero ahora ya era demasiado tarde. Podía denunciarme y tenía que asegurarme que no lo iba a hacer.

Entre en el cuarto y allí estaba, tumbada en el suelo intentando soltar sus muñecas atadas con sus propios pantis. Miraba por encima del hombro qué era lo que le impedía desatarse cuando me vio entrar. Sus ojos llenos de odio me atravesaron al darse cuenta de la situación tan adversa en la que se encontraba.

- ¡¡Tú!! ¡¡Suéltame, vamos!! Ni se te ocurra ponerme un dedo encima. Ya has tenido tu espectáculo y yo te he dado una lección. Estamos en paz. ¡¡Desátame!!

- Perdona… tú has sido la que se estaba exhibiendo a través de la ventana, provocando. Luego tú has sido la que me ha llamado, ordenándome que viniera. Y, finalmente, tú me has atado a una silla y me has violado, así que no me vengas con lloriqueos.

Diciendo esto me acerqué a ella y la levanté. Desnuda y enfadada aún me ponía más cachondo. Decidí darle su merecido y me iba a divertir haciéndola sufrir.

En primer lugar la besé, igual que ella había hecho conmigo. Al principio no me correspondió, pero de golpe cambió de actitud y me devolvió el beso con exagerada pasión, restregando sus grandes tetas por mi pecho y acercando su entrepierna a la mía. Viendo la táctica que estaba usando la aparté y vi en su rostro una sonrisa y una mirada de pena que me invitaban a soltarla. Parecía que me daba su consentimiento para practicar sexo pero… no, tenía planes mejores para ella.

Haciendo que no con la cabeza la miré y al instante entendió que no le había servido la táctica, ya que de nuevo su rostro se enrojeció y empezó a soltar toda clase de improperios que prefiero no repetir. Cogí su coulote y se lo puse en la boca. Con el mismo panti con el que la había atado la amordacé. Subí sus muñecas hasta la altura de los omoplatos, más o menos, para acercar la fila tela de seda a su cabeza. De esta forma aún estaba más inmovilizada y me aseguraba que no intentaría nada.

Respiraba profundamente, furiosa, con su mirada llena de odio, sus cabellos cubriéndole medio rostro pegados por el sudor. Su pecho subía y bajaba… y de qué manera… haciendo que casi me distrajera y perdiera la noción de lo que tenía planeado para ella.

Mi mano se deslizó a su entrepierna y pude notar como estaba completamente mojada. No se si era por el polvazo que me había echado antes o por la situación actual, lo cierto es que estaba a punto de caramelo para mí. Introduje uno, dos… tres y hasta cuatro dedos en su interior. Un gemido acompaño mi maniobra. Entraban sin resistencia. Ella cerró los ojos ya que, a pesar de aparente indiferencia, mi penetración le provocaba placer y la dejaba indefensa y sin argumentos hostiles hacia mí. Pude haber hecho un fisting pero no quise abusar, no quería dañarla y de momento con esa provocación ya tenía suficiente.

Saqué mis dedos y la obligué a acercarse a la escalera que usaba para pintar. Por un lado tenía peldaños, por el otro tan solo una barra travesera entre las dos patas. Abierta tenía forma de triángulo isósceles y, curiosamente, el peldaño más alto llegaba justo a la altura de su entrepierna. La hice ponerse encima de ella, con las piernas bien abiertas. La situación era un poco incómoda pero si se mantenía mínimamente de puntillas el peldaño superior no le molestaba en la parte interior de sus muslos.

Con la cuerda que había usado par atarme a la silla yo le até los tobillos al travesaño y al primer peldaño respectivamente. No podía moverse, ni salir ni levantarse más. Ahora fui yo el que la observó viendo como forcejeaba con sus brazos, intentaba sacarse la mordaza y desatarse los tobillos sin éxito.

Me acerqué a ella y antes de ir a buscar algo que estaba seguro iba a encontrar en su mesita de noche, me puse de rodillas al lado de una de sus piernas. Para fastidiarla más adopte una actitud de sumiso, lamiéndole el pie que estaba en plena tensión, pasando mi lengua por su pantorrilla dura y salada por el sudor que habían desprendido. Mis manos exploraban su muslo bien formado y fuerte. Al incorporar mi cuerpo para llegar a su cadera pude restregar mi polla por su pierna, masturbándome como si fuera un perrito. Ella, impotente intentaba maldecirme acordándose de toda mi familia pero su culote, que a bien seguro le estaba regalando todo tipo de sabores provocados por sus propios flujos impregnados en la tela, evitaba que se pudiera entender ni una palabra, aunque podían deducirse fácilmente.

Repetí el proceso con la otra pierna y, ya de pie, me dediqué a pasar mi lengua por su cintura, espalda, barriga y, especialmente, sus pechos. Eran increíbles, preciosos, grandes y deliciosos. Sus pezones estaban completamente erectos y yo disfrutaba con cada caricia, restregando mi rostro por ellos como si fuera un bebé encandilado con los pechos de su madre. La estaba poniendo a mil y eso me encantaba. Yo también hacía un esfuerzo por aguantar, ya que estaba a punto de explotar, pero lo haría más tarde, de otra forma. En todo el proceso de caricias obvié su coñito, tembloroso y latente, literalmente goteaba líquido constantemente de lo excitada que estaba.

Sin poder esperar más me fui a su habitación. No me costó encontrarla y busqué en su mesita de noche. Al tercer intento abriendo cajones encontré lo que buscaba: Un vibrador de importantes dimensiones, a pilas. Era una polla bien formada, arqueada, con sus venitas y todo, con un tacto suave de látex que reproducía muy fidedignamente el miembro sexual del hombre. Lo puse en marcha y… ¡Bingo! Funcionaba.

Volví de nuevo a la habitación y allí estaba ella, mirando al suelo e intentando asimilar la situación en la que se encontraba. Hubiera dado un millón por saber lo que pensaba pero ahora me encargaría yo que su cabeza quedara en blanco.

Me puse delant, con el vibrador en la mano y sus ojos se abrieron como platos. De nuevo intentó soltarse, haciendo que la escalera metálica se moviera de un lado a otro pero, evidentemente, sin conseguirlo. Imagino que la opción de caerse al suelo tampoco le parecería muy atractiva, a parte de no aportarle nada, así que dejó de moverse y esperó con resignación mi siguiente movimiento.

Me acerqué y me arrodillé frente a mi cautiva. Tengo que decir que la visión desde esta perspectiva era impresionante. Por un segundo la habría soltado y me habría postrado a sus pies, para pedirle disculpas y dejar que me hiciera lo que quisiera, pero recordé lo que me había hecho y volví de nuevo a la realidad. Puse cuidadosamente el consolador encima del último peldaño, justo en medio de sus labios vaginales. Al no quedar del todo apretado a su rajita cogí su camiseta y la puse debajo, levantando la punta. De esta forma el consolador estaba, transversal a su entrepierna, bien apretado a sus labios. Al tener forma curva la parte más alta e interior tocaba de lleno con su clítoris.

Me levanté y me puse detrás, tocando mi pecho con sus manos atadas. Mi polla, bien erecta tocaba con sus riñones y, justo entre las nalgas de su culo asomaba la parte posterior del consolador rosado donde estaba el interruptor para ponerlo en marcha.

- Bien encanto, ahora estás en mis manos. Las tornas han cambiado y veremos hasta cuando aguantas estimulado tu clítoris. Vas a ofrecerme un gran espectáculo y voy a gozar al máximo viendo como sufres y te retuerces con tu aparatito entre las piernas. Vas a tener que dar el máximo de ti misma, tu cuerpo va a estar en tensión y esperando ese deseado orgasmo que, quizá… te regale al final.

Mientras le decía eso le acariciaba un pecho una mano y con la otra tocaba su pubis rodeando el extremo superior del consolador. Mi lengua se paseaba por su cuello y ella, obedientemente, inclinaba su cabeza para que yo pudiera abarcar la máxima superficie posible. En un momento de máxima distracción, cuando gozaba de mis caricias puse en marcha el consolador a la velocidad mínima (tenía tres posiciones).

Fue en ese momento cuando levantó la cabeza, tensó todo su cuerpo y comprobé cuánto era sensible una de las zonas más erógenas por excelencia. El ruidito del vibrador inundó la habitación ya que, hacía rato, la música se había terminado. A los pocos segundos unos tenues gemidos se escapaban de su boca privada del habla. Cerraba los ojos e inclinaba su cabeza hacia atrás, acelerando la respiración y gozando del masaje en su entrepierna.

Yo me separé de ella y me puse delante para gozar el espectáculo. Empecé a masturbarme mientras observaba como mi vecina disfrutaba de la masturbación al mismo tiempo que sufría por la posición incómoda a la cual la había sometido. Era evidente que dicha incomodidad ayudaría a que no llegara al orgasmo al estar más pendiente de no caerse que de concentrarse en el placer.

Subí la velocidad a la posición media y el ruido se agudizó haciendo que vibrara aún más la escalera. Un grito ahogado me desveló que ese cambio de ritmo la había afectado de lleno y que estaba sintiendo aún más la masturbación en su clítoris. Era evidente que cada vez estaba más sensible y entregada a mí. Decidí quietarle la mordaza, ya no era peligrosa.

Sus gemidos resonaban por toda la habitación, ahora ya sin ningún tipo de impedimento.

- Hummmm…. Ssssssi…. Uffff, joder… que gusto….. ¡¡¡Por favor, más deprisa, más deprisa!!!

- Jajajaja, no…. Mejor te ayudo a sentir más placer de otra forma.

Y acercándome de nuevo a sus pechos los empecé a masajear, acariciar, chupar y lamer para que la masturbación fuera aún más intensa si cabe. Ya no se cortaba a la hora de gritar, sonreía, a veces parecía que lloraba, los ojos cerrados y la cabeza dando bandazos me indicaba que su orgasmo no tardaría en llegar. Su cuerpo, bañado en su sudor brillaba en medio de la habitación bajo la lámpara del techo. Viendo eso decidí bajar de nuevo la velocidad lo que provocó una indignación por su parte.

Sin tiempo a reaccionar o a que dijera nada cogí la silla y la puse delante de ella. Me subí de pie y, causalmente… mi polla quedó justo delante de su boca.

- Bien, si quieres que aumente la velocidad de tu vibrador tendrás que ganártelo. Empieza a ser cariñoso con ella. Antes fuiste muy desagradable y está profundamente ofendida. ¡¡Vamos!!

Me miraba con ojos de sorpresa, sin entender muy mucho lo que pasaba pero no tardó en claudicar y en entender que si quería sacar algo de la situación en la que se encontraba tenía que chupármela como mejor supiera.

Y así fue, como si de una profesional se tratara, se introdujo mi miembro bien erecto en la boca y empezó a succionarlo, lamerlo, pasar su lengua por cada uno de los rincones y, en ocasiones, consiguió que desapareciera de mi vista tragándoselo hasta el fondo, al mismo tiempo que su lengua jugueteaba en el interior de su boca. Uf, me estaba volviendo loco. Con mis manos controlaba un poco el ritmo, pero realmente lo hacía tan bien que no era necesario.

En un alarde de agilidad conseguí, con el pie, aumentar la velocidad del vibrador al máximo. Esto repercutió directamente en el ritmo de la felación que se intensificó hasta el punto en el que, sin poder evitarlo, el orgasmo llegó para ambos casi al mismo tiempo. Yo saqué mi polla de la boca y dejé que mi semen cayera sobre sus enormes pechos. Estaba tan excitado que salió tal cantidad de leche que casi logré cubrirlos por completo. Ella, al mismo tiempo, gritaba recuperando la respiración y gozando porque su consolador estaba regalándole un orgasmo espectacular. Al no poder controlarlo imagino que aún fue más placentero e intenso que el que había conseguido conmigo en la silla.

Poco a poco fui recuperándome de mi corrida, acabando de soltar las últimas gotitas. Paré el vibrador. Pasé un dedo por sus pechos y la obligué a tragárselo. Ella, sin rechistar me los chupó y dejó bien limpios. De vez en cuando unos escalofríos recorrían su cuerpo, como si aún le llegaran oleadas de placer por el simple contacto con su consolador. Seguía respirando con dificultad. La cogí por la barbilla y la obligué a mirarme a los ojos.

- ¿En paz, vecina?

- En paz, vecino… ¡¡Pero suéltame que ya no puedo más!!

Inmediatamente la solté y salió de su cautividad, sentándose directamente en la silla y dejando caer sus brazos y abriendo bien las piernas, intentando seguir gozando del momento recuperando el aliento y descansando.

Yo, no satisfecho con lo que había pasado, dejé que mi actitud sumisa me venciera y me arrodillé ante sus piernas. De nuevo mis labios las besaron desde los pies hasta las ingles y, una vez allí, juguetearon con sus labios vaginales hasta volver a estimular su clítoris que, como era evidente, seguía con ganas de más placer. Poco a poco la fui masturbando con más intensidad hasta que ella, agarrándome del pelo, me hundió la cara contra su coñito y no me soltó hasta que, pasados unos instantes, logró de nuevo su tercer orgasmo.

Con el fervor del momento sus muslos se encerraron alrededor de mi cabeza y apretó de tal forma que impidió que pudiera moverme, cruzando sus tobillos a modo de tenaza. Ella, exhausta por el esfuerzo cayó al suelo sin separarlas y yo la seguí irremediablemente. Su coño en mi cara, sus piernas evitando que pudiera sacar mi cabeza y viéndome incapaz de escapar aproveché la ocasión para masturbarme y lograr mi segundo orgasmo en esa posición de sumisión.


- Bueno.. ¿Y que va a pasar ahora? – Le dije mientras cogía mi ropa y me empezaba a vestir

- Soy una mujer casada, mi disponibilidad es mínima – Me dijo con cierto aire de tristeza

- Eso no es un problema. Mira hoy, sin ir más lejos. Hemos tenido una oportunidad y la hemos aprovechado, ¿No?

- Jajajaja, vaya si la hemos aprovechado – Dijo riéndose ­– Si te conformas con eso, por mi estará bien. Aunque te diré una cosa: No volveré a dejar que me hagas lo que me has hecho. Me encantó pero mi orgullo de mujer me impide dejarte hacer esas cosas conmigo, que lo sepas. ­ – Una sonrisa picarona asomaba en su rostro mientras me decía eso.

- No te preocupes. No te haré nada que no quieras que te haga, pero… si vuelves a ser tan cruel conmigo como hoy no respondo de mí, te lo advierto, jejejeje.

Una vez vestidos nos abrazamos y nos dimos un efusivo beso. Había sido una experiencia brutal y ambos habíamos descubierto que el sexo no es solo irse a la cama y echar un polvo espectacular, sino que hay muchas formas de disfrutarlo llevando a situaciones límites y provocando momentos de máxima excitación que permiten vivirlo con la máxima intensidad.

Nos despedimos en su portal y yo volví a mi casa alucinado por lo que había pasado. Tardé unos días en reaccionar hasta que, una tarde, volví a verla por la ventana, con la habitación ya pintada de rojo oscuro y una extraña cadena caía del techo, con una barra horizontal colgada y  lo que parecían unos grilletes de cuero en cada extremo. La lámpara había desaparecido y ahora dos plafones estaban en la pared, con una luz muy tenue. Me restregué bien los ojos para asimilar lo que estaba viendo y el teléfono me despertó de mi alucinación.

- ¿Sí?

- Aún tengo las marcas de la escalera de las narices. Creo que me debes una disculpa, y será a mi manera, que lo sepas. Tienes dos minutos para venir…