La ventana indiscreta. 03

Aventuras de Pablo en el hospital.

Capítulo 3: En el hospital

De repente abrí los ojos ¿Cuánto tiempo habrá pasado? Pensé porque la claridad era mayor, la vista la tenía borrosa pero se aclaró enseguida permitiéndome ver lo que parecía una ventana. Parpadeé varias veces y al fijarme vi de nuevo la misma ventana.

— ¡Eh! Me alegro que hayas vuelto —dice alguien de repente y asomó su cara ante mis ojos.

— ¿Eres un ángel o producto de mi imaginación?

— Ni una cosa ni la otra —contesta riendo— soy enfermera y me llamo Ana. Ahora voy a avisar al médico de que ya has despertado. Me quedé embobado viendo cómo salía por la puerta. « ¡Vaya! Después de todo no estoy muerto— pensé. Me puse a pensar en Ana, la enfermera morena de ojos color miel y piel oscura, como una gitana.

Intenté moverme para incorporarme un poco pero sentí un ardor en el culo que me dejó sin fuerzas, pero lo malo no fue eso sino que no me noté las piernas para hacer fuerza. La puerta se abrió de golpe y apareció un tío con bata blanca de unos cuarenta y tantos años.

— ¿Cómo te encuentras Pablo? ¿Sientes alguna molestia? —me preguntó de repente.

— ¿Dónde estoy? —le contesté sin hacer caso a sus preguntas.

— En un hospital, dime ¿cómo te encuentras?

Antes de contestar me dije que este tío era un borde « ¡Ya sé que estoy en un hospital! ¡No soy idiota! —me dije» .

— Supongo que me encuentro bien.

— ¿Notas algún dolor?

— Me duele mucho el culo y tengo las piernas dormidas, sólo noto hormigueo— su cara y la de Ana se ponen serias de repente.

— Espera, voy a comprobar una cosa. —dice el médico.

Retira la sábana que me cubre y veo que estoy desnudo de cintura para abajo. Los ojos de Ana se clavan en mi pene unos segundos pero enseguida me mira y sonríe en cambio yo noto cómo me arden las mejillas de vergüenza. El médico sacó un artilugio parecido a un bolígrafo con el que me pinchó en distintas partes de las piernas y pies. Lo bueno según él es que notaba el pinchazo, lo malo es que en algunas partes no los sentía con la misma intensidad.

— Esto es mejor de lo que pensaba, yo creo que en pocas semanas, un mes o dos a lo sumo y podrás caminar de nuevo.

— ¡Un momento! ¿Me está diciendo que estoy paralitico?

— Yo no emplearía ese término tan tajante, digamos que estás imposibilitado momentáneamente para andar y eso es una gran ventaja para ti.

— ¡Pero si yo estaba bien! ¿Cómo me ha pasado esto? —dije desesperado.

— El cómo te lo dirá la policía más adelante, yo sólo puedo hablarte de las lesiones que traías cuando ingresaste hace 48 horas.

— ¡¿Cómo?! ¿Es que llevo aquí dos días? —pregunté  alucinando ya que creía que sólo había pasado un rato.

— Así es. Verás Pablo. Tanto tú como tu madre sufristeis un asalto brutal y salvaje. Ella está muy magullada, pero bien, no te preocupes. La tuvimos sólo unas horas en observación y luego la dimos de alta, más tarde verás a tu familia, pero deja que siga.  Tú en cambio sí que tenías lesiones y bastante serias. Las vértebras L4, L5 y L6 las tienes fisuradas, he tenido que operarte para ponerte unas placas a ambos lados de las vértebras para que las sujeten y así evitar que se rompan, lo que conllevaría a lesiones mucho más graves. He tenido que ensanchar un poco el canal medular porque a causa de los traumatismos se había estrechado comprimiendo la médula, por eso ahora mismo estás así, si no llegamos a operarte a tiempo entonces sí que hablaríamos de parálisis en los miembros inferiores —me dio unos segundos para asimilar la noticia y prosiguió—. En el recto presentabas varias lesiones, la más importante era un desgarro que tuvimos que suturar con cuatro puntos. Por eso habrás notado molestias en esa zona y si no, las notarás, entre otras cosas tuvimos que introducirte gasas para que la herida no se te infectara.

— Vamos que me han roto el culo y la espalda. —dije haciendo un resumen.

— Más o menos eso, sí.

— Pero ¿por qué?

— Eso te lo contestará la policía, está ahí afuera esperando a pasar.

— ¿Y dice que mi madre está bien? —insistí y el asintió con la cabeza.

— Bueno ahora tengo que irme, nos veremos mañana ¡Ah! Hoy de momento evita moverte.

El médico se dirigió a la puerta, Ana estaba parada mirándome con cara de lástima cosa que no me gustó. El médico la llamó y ella se fue tras él; al abrirse la puerta vi a mi madre unos segundos.

A continuación entraron dos policías de paisano, un hombre y una mujer. Me enseñaron sus placas de policía y vi que por detrás ambos llevaban las pistolas enfundadas en la cintura. Hicieron las preguntas de trámite y después fuimos al grano, les conté todo lo que recordaba. Me preguntaron que hacíamos mi madre y yo en el área de servicio, les dije que suponía que al coche se le encendió alguna luz de alarma y por eso mi madre se detuvo, ellos se miraron dos segundos pero no dijeron nada. Al llegar mi turno de preguntas me contaron que yo le había quitado el pasamontañas a uno de ellos. Por eso me patearon en el suelo hasta que dejé de moverme, seguramente creyeron que estaba muerto.

— ¿Crees que podrías identificar al que le viste la cara?

— Por supuesto, además uno de ellos llevaba un tatuaje, no sé si era la misma persona.

— Es muy importante que me digas cómo era ese tatuaje y en qué lugar del cuerpo lo tiene, piénsatelo si quieres.

— No hace falta lo recuerdo perfectamente, el tatuaje son dos rayos parecidos a las “SS” de los nazis y lo tiene en el pubis, cerca de la base de su pene.

— ¿Estás seguro?

— Sí, porque el cabrón me obligaba a chupársela.

Los policías se miraron un momento, entonces ella me cogió una mano y me la acarició cariñosamente para darme ánimos, dejé que lo hiciera porque no vi en su cara que sintiera  lastima o compasión de mí. El hombre policía me prometió  que los cogería y se giró para marcharse, su compañera dejó de acariciarme la mano y deslizó la suya por encima de mi paquete, la miré con asombro y ella me sonrió guiñándome un ojo, después salió de la habitación; tras los policías entró toda mi familia, mi abuelo el primero, luego mi madre y después mi padre.

Éste se quedó de pie mirándome con cara pálida y sin saber qué decir. Mi madre llevaba unas gafas grandes con cristales negros que no se quitó, rápidamente rodeó la cama y se abrazó a mí llorando. Mi abuelo fue el que más me conmovió al verle llorar en silencio a mi lado. Me dolía que yo fuera el causante de sus lágrimas pero no podía hacer nada por evitarlo.

Entonces mi padre me preguntó cómo me encontraba y le contesté que bien aunque dolorido y magullado. Mi abuelo no me preguntó, permaneció en silencio con cara de sufrimiento.

Me mosqueó que al preguntar a mi madre cómo estaba ella no respondió, en cambio desvió toda mi atención centrándola únicamente en mí, al rato me cansé, me dolía la cabeza, la espalda y el culo, llamaron a una enfermera y ésta me dio una pastilla, seguramente un antiinflamatorio y enseguida me entró sueño.

Mi padre salió lo mismo que entró (sin darme un beso) en cambio mamá sí que me besó y en los labios nada menos y no fue un piquito sino un beso largo, tierno y muy cariñoso. Al despegarse de mi boca me lamí su saliva de mis labios. Mi abuelo me dio un beso en la mejilla y un abrazo tan cargado de sentimiento que no hizo falta que me dijera nada, no obstante me dijo que pasaría la noche conmigo. Los tres salieron de la habitación y yo cerré los ojos y me dormí.

La puerta se abrió de golpe y me desperté sobresaltado. Apareció una mujer gordita, mayor que mi madre con una bandeja en las manos, me dijo que era mi comida, la dejó sobre una mesita a los pies de mi cama y se fue. Quería haberle preguntado cómo podía hacer pis pero no me dio tiempo. Esperé a que viniera alguien para acercarme la bandeja de la comida, ya que el médico me había prohibido moverme. El reloj de la pared marcaba la una y cinco de la tarde. A las dos menos veinticinco estaba muerto de aburrimiento y me quedé dormido, ni siquiera me enteré que me habían retirado la bandeja de comida.

Desperté de nuevo a las cinco de la tarde, el estómago me crujía de hambre y la vejiga me iba a reventar. Sentada al lado de la cama, mamá miraba por la ventana sumida en sus propios pensamientos. Llevaba puestas las mismas gafas. Se levantó y me abrazó pero enseguida volvió a besarme en los labios transmitiéndome un cariño hasta entonces desconocido para mí, ya que ella siempre me ha besado en la cara. Aun estando como estaba no perdí la oportunidad y con timidez saqué un poco la lengua rozando sus labios. Mi madre se dejó hacer sin decirme nada « ¿A qué se debía ese cambio de actitud? » Me pregunté.

— Me han dicho que no has tocado la comida.

— Claro, me la dejó una tía gorda y vieja en esa mesa (señalé la que estaba a los pies de mi cama) y como el médico me ha prohibido moverme qué querías que hiciera ¿volar?

— ¿No ha venido nadie a darte de comer? —preguntó y yo negué con la cabeza— ¡La madre que los parió! ¡Me van a oír! —exclamó y salió de la habitación.

Regresó veinte minutos después con una bolsa de plástico en las manos que dejó sobre la mesita a los pies de la cama.

— ¿Y papá no viene? —pregunté extrañado.

— No cariño, está muy liado con los abogados del abuelo, ya sabes que nos va a ayudar con la situación tan difícil que tenemos.

— Pues no lo sabía, no me lo dijiste esa tarde.

— No hablemos de eso ahora y come.

Mamá me tendió un sándwich de jamón y queso que devoré en un abrir y cerrar de ojos, me dio otro y cuando me estaba comiendo el tercero que era de ensaladilla le dije que tenía sed. Se levantó, sacó de la bolsa de plástico un bote de refresco de cola y me lo tendió. Bebí casi medio bote y mi vejiga ya de por sí a punto de reventar protestó con un retortijón.

— Mamá, me estoy meando. —le dije en voz baja.

Ella dobló la cintura para buscar en la parte inferior de la mesilla que estaba al lado de la cama, pude verle las braguitas y la parte inferior de su precioso culo. Al erguirse tenía una botella de plástico en la mano y alargué la mía para cogerla.

— ¡No! Que estás comiendo, ya te pongo yo. —me dijo dejándome mudo de asombro.

— Mamá de verdad que no es necesario, déjame a mí.

— No es higiénico Pablo, luego no podrás lavarte las manos y eso es una cochinada.

— No me importa de verdad. —insistí.

— ¿Qué pasa? ¿Ya no quieres que te la toque?

— Claro que sí. —dije asombrado,  no era propio de mi madre hablarme de esa manera.

— Pues venga, tú sigue comiendo que es lo que más me importa.

Mi madre tenía metida la mano por dentro de la sábana por lo que no podía ver nada. Seguí comiendo y bebiendo y al terminar mi madre me hizo una pregunta que me dejó helado.

— Pablo haz por mear que me canso de esperar.

— Pero mamá si estoy esperando a que me la sujetes.

— Ya te la tengo agarrada Pablo.

Entonces levanté la sabana, me apoyé sobre los codos y me incorporé un poco aguantando el dolor del culo. Efectivamente mi madre me tenía bien agarrada la polla y apuntaba mi capullo contra la boca de la botella. Me quedé mirando como atontado unos segundos.

— ¡Hostias mamá que no siento tu mano! —exclamé muy asustado.

— ¿Qué? —vi que ella palidecía pero enseguida intentó disimular quitándole importancia— Bueno a lo mejor se te ha dormido, espera.

Mi madre empezó a sobármela y de qué manera. Verla hacerme eso era lo más excitante que había contemplado jamás, me miró y al ver que negaba con la cabeza, soltó la botella de plástico y empezó a sobarme los huevos con el mismo resultado, entonces me descapulló y me rozó la punta del capullo con la yema de su dedo gordo varias veces ¡Nada! Me apretó el capullo varias veces ¡Nada! me acarició los huevos y los apretó con cuidado ¡Nada! mi preocupación se convirtió en ansiedad y miedo.

— No sé qué más hacer cariño. —me dijo desesperada.

— Llama al médico por favor. —contesté mirando al techo con los ojos inundados de lágrimas.

— ¡Espera! A lo mejor si te la chupo…

— Mamá por favor llama al médico. —volví a insistir.

— Déjame intentarlo al menos —casi me suplicó ella.

— No hace falta, si no siento tu mano tampoco sentiré tu boca, no es necesario que hagas eso mamá. —dije intentando disuadirla.

«Lo más curioso es que siempre había deseado eso y ahora que se iba a hacer realidad mi deseo no podía sentirlo»

— Escúchame hijo: Haría eso y más, te daría mi vida con tal de que tú siguieras viviendo. —dijo agachando ya la cabeza.

«Me asombraron las palabras de mi madre, jamás me había dicho una cosa así»

— Pero ¿Y si me meo cuando tú…?

— Mira, cuando te cambiaba los pañales o te secaba después de bañarte me gustaba besarte todo el cuerpo, pero lo que más me gustaba era meterme tu colita en la boca para sentir cómo se te estiraba —al ver mi cara aclaró lo que me decía—, tú ya te empalmabas cuando eras un bebé y a mí me encantaba jugar con tu colita, por eso más de una vez me has meado y yo me lo he bebido, así que no será la primera vez.

No supe qué decir y ella optó por meterse mi polla en la boca. Enseguida vi que movía la lengua pero echaba de menos sus preciosos ojos verdes y le quité las gafas, intentó impedírmelo pero ya era tarde. La cara de mi madre estaba tumefacta. Los moratones eran de color negro, azul oscuro y amarillento. Esos hijoputas le habían pegado una buena paliza. Verla así me rompió de dolor y entre la rabia y la impotencia que sentí empecé a llorar.

— No pasa nada cariño estoy bien. —decía mi madre intentando consolarme.

— Todo ha sido por mi culpa.

— ¡No! No se te ocurra volver a decir eso. La culpa es de los malnacidos que nos atacaron. —dijo abrazándome.

— Si no te hubiera obligado a chupármela esto no habría pasado.

Mi madre me cogió la cara entre sus manos.

— Tú no me obligaste a nada Pablo, yo quise hacerlo. —las palabras de mi madre me desconcertaron.

— ¿De verdad querías chupármela? ¿Por qué? ─ella dio un suspiro largo antes de darme una explicación.

— Verás, esa tarde discutí mucho con tu abuelo y por ello me sentía muy deprimida. Cuando paramos en la gasolinera rompí a llorar porque no podía más, entonces tú me abrazaste para consolarme y ese cariño que me dabas fue un bálsamo para mí. Adiviné lo que querías cuando me agachaste la cabeza, ya nada me importaba después de… —No terminó la frase aunque yo sé bien lo que iba a decir y añadió: ─ abrí la boca y dejé que ocurriera.

— Si esa tarde no hubiese visto lo que pasó entre el abuelo y tú, yo nunca habría intentado nada contigo, siempre te he respetado mamá, tú lo sabes.

— ¿Lo viste todo? —dijo poniéndose pálida.

— Estaba en la piscina y oí vuestras voces. Al saber de dónde venían, me acerqué y tapado por los arbustos miré por la ventana. Se escuchaba todo lo que gritabais. Pasé mucho miedo pensando que el abuelo te iba a pegar cuando se quitó el cinturón, pero al ver cómo lo utilizó se me pasó el miedo y comencé a excitarme muchísimo. —confesé avergonzado.

— Y pensaste que yo era una cualquiera y por eso de regreso a casa te aprovechaste.

— ¡No mamá! —exclamé lleno de vergüenza, intentando ocultar la verdad pero ella me miró con intensidad a los ojos y tuve que confesarle la verdad—. Tienes razón  mamá quise aprovecharme pero te juro que no pensé que tú fueras  una cualquiera, me creas o no, no pensaba en nada, sólo quería que me la chuparas, después de lo que vi me dije que yo también tenía derecho a tener un rollo contigo.

— Las cosas no funcionan así Pablo, que me gustara follar con mi padre no quiere decir que tenga que hacerlo contigo ¿comprendes?

—  Sí —contesté avergonzado.

— Entonces cuando me dijiste que nos sentáramos atrás tú sólo pensabas en echarme un polvo ¿no?

— Sí mamá y ahora me siento muy avergonzado, perdóname por favor. —le rogué.

— Te perdono Pablo, una madre siempre perdona a sus hijos, pero no debiste ver lo que pasó aquella tarde en el despacho de tu abuelo. —dijo lamentándose.

—  Dime una cosa mamá ¿por qué no me llamaste? Si lo hubieras hecho sabes que mi presencia habría sido suficiente para detener aquella locura, pero ni una sola vez pronunciaste mi nombre.

— Lo sé pero no quería involucrarte en mi discusión con tu abuelo. ¡Claro que podía haberte llamado cuando me di cuenta de lo que me iba a pasar! Y por un momento lo pensé… —hizo una pausa pero continuó— lo que pasó es que cuando me metió su “cosa” me quedé casi sin respiración y luego, cuando empezó a moverse no me acordé de nada porque perdí el mundo de vista. —concluyó ella mirando hacia abajo avergonzada.

— Quieres decirme que te gustó ¿no?

Mamá me miró antes de contestar. Para ella debe de ser difícil y extraño hablar de estas cosas por primera vez conmigo.

— Sí, pero es que el placer me vino tan deprisa que me volví loca. Jamás había experimentado tantas sensaciones placenteras juntas. Hasta entonces el único hombre con el que me he acostado es tu padre. Hijo ya tienes edad para comprender estas cosas, estoy segura que ahora entiendes por qué no te pedí ayuda, y tampoco quería que me vieras en esas circunstancias.

— Te entiendo mamá, no te preocupes que por mi parte está todo olvidado.

— Gracias hijo.

— Pero hay otra cosa que no entiendo.

— ¿Y qué es?

— Tu cambio de actitud conmigo. Siempre me has tratado como a un niño y reconoce que te has preocupado muy poco por mí, igual que papá, y ahora, de repente me besas en la boca cuando siempre que me has dado un beso ha sido en la cara. ¿Alguna vez papá y tú os habéis preocupado por qué paso tantas horas encerrado en mi habitación?

— No, porque sabíamos que no hacías nada malo, sólo estudiar mucho.

— Pues aparte de estudiar también me hacía pajas  viendo videos porno en internet, pero la mayoría de las pajas me las hacía pensando en ti ¿sabías eso? —le reproché.

— No, no lo sabía. ─contestó poniéndose colorada.

— Ya, y si lo hubieras sabido estoy seguro de que no te hubiera importado.

— Hijo no seas tan cruel conmigo.

— De acuerdo pero aún no me has explicado a qué viene tanto cariño y tanto beso en la boca.

— Está bien, en vista de que te molesta dejaré de hacerlo. —dijo llena de tristeza.

— ¡Lo ves! No me entiendes mamá, me encanta que me trates como ahora y que me beses en la boca, no imaginas cuanto tiempo llevo soñando eso.

— Aquella tarde en casa de mi padre —dijo ella reflexionando—, cuando te vi la polla, me di cuenta de que te habías convertido en un hombre sin darme cuenta. Yo tampoco soy de piedra y al verte tan empalmado me excité. Me  puse nerviosa porque me entraron unas ganas terribles de comértela allí mismo, pero no podía estando tu abuelo delante, por eso, cuando más tarde surgió la posibilidad lo hice sin pensármelo.

— Ahora me has respondido y te lo agradezco, mis sueños se hicieron realidad aquella tarde.

— Para mí es un orgullo ver en lo que se ha convertido la “colita” que yo chupaba hace 16 años ¿sabes? La tienes casi igual que tu abuelo, no muy larga pero bien gorda, aunque no tanto como la de él. —ese comentario me jodió un poco.

— Dime mamá, me habrías dejado follarte aquella tarde. —ella se quedó pensando lo que me iba a responder.

— No —dijo rotunda—. Es un límite que nunca debe traspasarse entre una madre y su hijo, lo que pasa es que me encontraba fatal por haber discutido con mi padre y tú  insistías tanto en querer tocarme el coño que al final me daba igual, no entiendo por qué no lo hiciste.

— Al verte llorar me arrepentí, como tú me dijiste no tuve cojones.

— De todas formas tenías que haberme follado.

— ¿Por qué? —pregunté sorprendido.

— Porque en el fondo yo lo deseaba, algo me decía que cuando me follaras iba a sentir lo mismo que con tu abuelo o al menos parecido.

— Pues a mí no me lo parecía, estabas muy cabreada. ─ ella se encogió de hombros.

De repente sentí un calambre doloroso en el vientre y me quejé.

— ¿Qué te duele hijo? —preguntó alarmada.

— Creo que me meo mamá, ponme la botella ¡rápido!

Mi madre volvió a sorprenderme porque en vez de eso me agarró la polla y se la metió en la boca, mirándome y esperando. Y sucedió, empecé a mear. No sé la cantidad porque no era consciente. Miraba a mi madre viéndola tragar y ella a su vez me miraba con ternura. Un minuto después, se sacó mi polla de la boca, me lamió varias veces la punta del capullo y la soltó por lo que supuse que ya había acabado todo.

Mamá se levantó con la intención de entrar en el baño pero le cogí una mano y tiré de ella hasta conseguir que se sentara a mi lado. La cogí la cara con las manos con la intención de besarla.

— Espera que me enjuago la boca.

— No.

— Pablo es una guarrería

— Si a  ti no te ha importado a mí tampoco. Vas a ser la primera mujer a la que beso mamá así que tendrás que enseñarme.

— No es tan difícil.

— No quiero un simple beso, quiero que me enseñes a morrearte porque no sé cómo se hace.

— Ya… —ella se lo pensó y añadió: —hay dos cosas que debes saber antes, una es que puedes morrearte con alguien porque la quieres y la otra es porque la deseas aunque no la quieres. Amor o deseo, o amor y deseo juntos, por eso los besos con lengua son tan apasionados. —me explicó.

— Eso es lo que quiero mamá, un beso con lengua porque te deseo y te quiero con todo mi corazón.

Ella pegó su boca a la mía, abrió sus labios y separó los míos con su lengua, penetrando rauda en cuanto abrí la boca,  nuestras lenguas se enzarzaron en una lucha titánica. Como la proximidad me lo permitía me atreví a tocarle un pecho con precaución y viendo que se dejaba tocar lo apreté con suavidad. El pecho estaba un poco duro lo mismo que su pezón. Tuvimos que dejar de besarnos para descansar la lengua y las mandíbulas. Mientras descansábamos ella me dio pequeños besos en los labios que me sabían a gloria.

Al poco volvimos a besarnos de nuevo. Esta vez, mientras mi madre me enseñaba el arte de besar mis manos apretaban y acariciaban sus pechos con total libertad, incluso jugué con sus duros pezones. Estaba muy excitado pero mi polla no daba signos de vida.

Intenté meterle mano entre los muslos pero me lo impidió.

— Eso no Pablo. —dijo sujetándome la mano.

— ¿Por qué? —pregunté desesperado.

— Porque no es ni el momento ni el lugar.

— ¿Y cuándo llegará ese momento mamá? —susurré en sus labios.

— No lo sé, no estoy preparada para eso.

— ¿Por qué? Acabas de admitir hace un momento que aquella tarde deseabas que te follara, no te entiendo.

— Aquella tarde estaba muy excitada y ahora no,  me es muy difícil enrollarme con el hijo que he gestado. Daría mi vida por ti Pablo, pero no es mi deseo enrollarme contigo, algo dentro de mí me lo impide ¿Me comprendes? —el razonamiento de mi madre me dejó vacío. Como si algo dentro de mí se hubiese muerto. Comprender que jamás alcanzaría el mayor sueño de mi vida: enrollarme con la tía más buena del mundo no me entraba en la cabeza, sobre todo después de haber visto como se la follaba mi abuelo.

— Pues no mamá, no lo comprendo a no ser que los besos con lengua que me das, los sobos en la polla y las mamadas que me haces no tengan ningún significado para ti.

— Lo tienen hijo, para mí hacerte esas cosas son una muestra más de lo mucho que te quiero, tendrás que conformarte con mis besos y mis caricias, y por el momento ya tienes suficiente, solo falta que entre alguien y nos pille dándonos el “filete”. —dijo sonriendo maravillosamente y deslizó su dedo índice desde mi entrecejo hasta la punta de la nariz.

Encendió la pequeña televisión situada sobre un soporte en la pared y la vimos juntos, eso sí, mamá tenía la mano por dentro de la sabana, según ella a lo mejor si me estimulaba lograría recuperarme antes; lástima que yo no sintiera nada.

En cuanto a mi padre, ni ella se acordó de él ni yo tampoco. No sé por qué pero sentía una extraña sensación, como si mis padres se hubieran divorciado.

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