La ventana indiscreta. 024

Llegué a la estación de Chamartín en Madrid a las once de la mañana. Me dirigí directamente a la salida y tomé un taxi hasta el centro de la ciudad.

Capítulo 24:

Llegué a la estación de Chamartín en Madrid a las once de la mañana. Me dirigí directamente a la salida y tomé un taxi hasta el centro de la ciudad. Allí le dije que aparcara el coche en un estacionamiento y me esperara. El hombre me miró como si no me creyese, seguro que pensaba que este desconocido cliente no le iba a pagar después. Entendí su desconfianza y le entregué dos billetes de 100 euros a cuenta. El hombre sonrió y me aseguró que me esperaría en la puerta de la joyería. Tenía que comprar una cosa, un capricho que se me antojó desde hace mucho tiempo. Realizada la compra salí del establecimiento, el taxista me saludó y como me encontraba extraordinariamente feliz le invité a tomar un refresco en una terraza a la sombra. El hombre me miró como si estuviera loco pero aceptó mi invitación.

Nos sentamos a una mesa, el hombre sacó un paquete de tabaco, me ofreció pero le dije que yo no fumaba, él se encendió un cigarrillo.

— Imagino que es duro el trabajo de taxista. —comenté.

— Y que trabajo no es duro. Todos los trabajos son duros, unos más que otros. —respondió.

— ¿El gremio da para vivir?

— Le voy a ser sincero, hace diez años sí, pero hoy en día sólo da para vivir al día y a veces, no llegas a fin de mes, sobre todo cuando tienes que pagar el IVA y el IRPF, los políticos no se dan cuenta de que asfixiando a la gente no se consigue nada —dijo el hombre. Decidí dejarlo que se desahogara sin interrumpirle— el trabajador autónomo está sobre explotado. No tenemos paro. Si enfermas no cobras y cuando te llega la jubilación te queda una mierda, con perdón.

— ¿Y no ha pensado en abrirse un plan de pensiones con su banco?

— Sí señor, muchas veces. Pero como no tengo con qué llenar ese saco…

— Imagino que es difícil ahorrar para un autónomo hoy en día.

— Difícil no señor, es imposible. Yo por ejemplo llevo a casa entre 2.000 y 2.600 euros al mes. De ese dinero tengo que apartar 500 euros para pagar la licencia de taxista que me costó 200.000 euros, y otros 300 más para pagar el coche, dejaré de pagarlo y tendré que comprarme otro nuevo, no admiten taxis con más de 10 años sabe usted. Luego tengo que pagar los gastos de la casa, luz, teléfono, gas, seguro del coche, seguro de la casa. Total que me quedan limpios todos los meses unos 1.200 euros. De lo que sí nos sentimos muy orgullosos  mi parienta y yo hemos es de nuestra niña. Mire aquí tengo una fotografía suya. —dijo sacando una foto de su cartera que me tendió. La foto mostraba a una muchacha rubia, muy guapa y con una sonrisa muy dulce.

— Es muy guapa. —le dije devolviéndole la fotografía.

— Y muy inteligente, estaba estudiando en la universidad autónoma. He tenido que trabajar 12 y 14 horas al día de lunes a domingo para poder pagar sus estudios y hoy tengo una abogada en mi casa porque no encuentra trabajo ¿hay derecho a eso?

— No, no hay derecho, pero mire yo también estoy recién salido de la universidad, y tengo un proyecto en la cabeza en el que su hija puede encajar muy muy bien, deme su teléfono y prometo llamarle en caso de que mi proyecto salga adelante y la necesite. —el hombre me apunto su teléfono móvil y el nombre de su hija, Carmen, en una servilleta de la cafetería y me lo tendió. Se quedó mirando como doblaba el papel y me lo guardaba con cuidado en mi cartera.

— Bueno voy a pagar esto y continuamos la marcha ¿le parece?

— Lo que usted diga jefe. —dijo el hombre satisfecho.

Abandonamos la terraza y le acompañé a un aparcamiento cercano donde había dejado su taxi con el contador en marcha como le dije. Cuando entré en el coche ni me fijé en la cantidad que marcaba. Le di la dirección de la casa de mi abuelo y el hombre arrancó. Durante el camino habló sobre sus soluciones a la situación que atravesaba España, algunas de ellas curiosas.

Cuando por fin detuvo el taxi frente al portalón de entrada de la casa familiar me dio un vuelco el corazón y me quedé mirando la puerta.

— No saben que usted llega hoy ¿verdad?

— ¿qué?

— Digo que su familia no sabe que usted llegaba hoy.

— Así es, espero darles una bonita sorpresa, no me fui de casa precisamente de una forma amigable.

— ¿Cuánto tiempo llevan sin verle?

— Casi cinco años.

— Entonces no se preocupe ese tiempo ya ha cerrado las heridas que hayan podido producirse.

— ¡Dios le oiga!

— Ese está de vacaciones y no se preocupa de nosotros.

— Si usted lo dice.

— ¿Es que no ve como está el mundo?

— Sí, veo la televisión.

— Pues entonces.

— Bueno dígame cuanto le debo.

— Son 300 euros en total pero como me dio 200 a cuenta debe pagarme solo 100.

— Pues tenga no tengo más dinero suelto. —dije entregándole un billete de 500 euros y abrí la puerta.

— ¡Espere! Tengo que darle las vueltas.

— Quédeselo digamos que es un pago justo por el rato tan bueno que me ha hecho pasar.

— Pues muchas gracias don Pablo.

— ¿Me conoce?

— Sí señor, es usted famoso, sale en las revistas, yo le vi en una que trajo mi niña de la universidad, es usted famoso.

— Pues no lo sabía. —dije perplejo, consentí en que la universidad hiciera pública mi tesis de fin de carrera, lo que no imaginaba es que llegara tan lejos.

— No se preocupe por la familia, seguro que están deseando abrazarle.

— Gracias por todo señor…

— Me llamo Manuel para servirle señor.

— Pues gracias por todo Manuel.

— Hasta otra don Pablo. —se despidió el taxista. Me acerqué al portalón de la puerta y me sorprendí al poder mirar por encima de ella, yo la recordaba mucho más alta. Llamé al telefonillo.

— ¿Sí? —contestó una voz que disparó los latidos de mi corazón, era Sally ¡Dios cuanto la echaba de menos!

— ¿Sí? —volvió a preguntar la misma voz.

— ¿Perdone está don Francisco?

— ¿Qué es lo que desea? —preguntó la voz.

— Poca cosa señorita solo quiero un poco de perdón. —dije conteniendo las lágrimas.

— ¡Poli! ¡Dios mío es Poli! —empezó a gritar la misma voz.

— ¿Pablo eres tú de verdad? —escuché la voz de mi abuelo.

— Sí abuelo soy yo. —le contesté y se quedó en silencio. En ese momento escuché que alguien abría la puerta adyacente al portón, la que utilizábamos normalmente para entrar o salir de casa. Una cabeza rubia se asomó tímidamente, al verme abrió los ojos como platos y se apoyó en el muro de la puerta como si no diera crédito a lo que veía.

— ¿Mamá no me vas a saludar? —le dije reconociéndola en el acto.

Ella caminó hacia mí con paso inseguro y los ojos anegados de lágrimas. La abracé con fuerza y la alcé en vilo oliendo el familiar perfume de su pelo. La pobre no podía hablar no paraba de besarme y abrazarme. Por la mima puerta asomó el abuelo. Estaba un poco más viejo pero aún tenía el porte fuerte y enérgico. Se lanzó sobre mí apoyando la cabeza sobre mi pecho mientras me abrazaba con fuerza. Me extrañó que no se hubiera afeitado, y lo achaqué a las continuas preocupaciones por los ataques recibidos de los medios de comunicación en su calidad de constructor. «Qué pronto olvida la gente los miles de empleos creados». Pensé. De repente vi que Sally permanecía apoyada en la puerta sin atreverse a acercarse. Así que fui yo el que caminó hacia ella seguido de mi madre y mi abuelo. Me paré frente a ella y le puse mis grandes manos sobre los hombros.

— Estás muy cambiado Poli. —me dijo.

— En cambio tú sigues tan maravillosa como siempre.

— No será para tanto, soy más vieja.

— ¡Oh sí! Es verdad ahora tienes treinta años.

— No te burles. —dijo sonriendo, me moría de ganas por besarla sin embargo ella parecía querer mantener las distancias y lo respeté.

— Será mejor que entremos, tienes muchas cosas que contarnos. —dijo el abuelo tratando de ponerme una mano en el hombro pero como ya no alcanzaba me agarró por la cintura.

Llegamos al porche, cuya terraza me traía muchos y buenos recuerdos, algunos no tan buenos como el disparo que recibió mi madre. Hablando de mi madre la noté un poco más aviejada, como al abuelo, pero no por lógico paso de los años, es como si se hubiera abandonado, era la misma impresión que me llevé al ver a mi abuelo sin afeitar, con los vaqueros cortos raídos. Sally también tenía los mismos síntomas, algo le pasaba a mi familia y tenía que descubrirlo.

— Bueno, cuéntanos ¿qué tal te ha ido?

— El primer año fue muy malo.

— En cambio sacaste matrícula de honor en las dos carreras. —dijo mi abuelo, imaginé que la universidad le tenía al tanto de mis estudios.

— Si te digo la verdad me daba todo igual, no me esforcé. Es como si… hubiera tropezado y fuera dando traspiés, sin embargo la consecuencia en vez de una caída estrepitosa fue una matrícula de honor ¿os lo podéis creer? —los tres se miraron entre sí en silencio.

— ¿Estuviste enfermo? Yo sé que no porque la rectora me hubiera informado ¿qué te pasaba? —preguntó mi abuelo. Les miré a los tres y me tomé tiempo antes de contestar, no sabía si decirles la verdad resultaría perjudicial para el reencuentro familiar, pero si algo me caracteriza hoy en día es que prefiero ir con la verdad por delante, hiera o no a los demás, no más mentiras.

— Lo que me pasó ese primer año fue consecuencia del odio que sentía hacia vosotros. Me daba lo mismo estudiar que emborracharme y morir, sí, creo que eso es lo que sentía, mi vida había perdido todo el sentido y la poca familia que me quedaba me había apartado de su lado, pero lo peor de todo era haber perdido lo más bonito que he tenido en mi vida: el amor de Sally. —ella bajó la vista incapaz de aguantar mi mirada pero yo sabía que no tenia de qué avergonzarse, al revés, era yo el que me tenía que avergonzar en su presencia. Por eso mismo no quise venir a veros en las navidades. Cuando empezaron las vacaciones de verano me abandoné al desenfreno sexual, pensando que era el mejor remedio para tanto dolor que sentía. Me instalé en un hotel de 5 estrellas porque casi no gastaba dinero, me bastaban las comidas incluidas en la pensión completa, por eso te escribí —dije mirando a mi abuelo— diciéndote que no necesitaba tanto dinero, pero tú insististe.

— ¿Y qué pasó? —preguntó mi madre.

— Pues imagínate mamá. Le dije al recepcionista del hotel que me mandara dos de las mejores putas de lujo de la ciudad y me encerré con ellas durante dos días. Les hice todo lo que se me pasaba por mi retorcida y enferma mente hasta que las vi llorar. En ese momento no tuve en cuenta sus insultos. Mi única preocupación era que había provocado el llanto de dos mujeres inocentes cuyo único pecado había sido conocerme. Las despedí tratando de tapar mi indecencia con dinero pero me lo tiraron a la cara llamándome inhumano. Sí creo que esa palabra era la que me definía mejor. El odio a mi familia me había transformado en un ser inhumano.

— ¿Y después? —preguntó Sally y la miré, oír su voz aunque solo fuera para preguntarme me proporcionaba felicidad y a la vez dolor al recordar tiempos pasados.

— Pensé en quitarme la vida, llegué a coger un cuchillo para cortarme las muñecas pero no lo hice.

— ¿Por qué? —preguntó el abuelo intrigado.

— Es difícil de explicar abuelo, además, no te lo vas a creer, bueno no os lo creeréis ninguno.

— ¿Pero qué pasó? —insistió mi madre nerviosa.

— Pues pasó algo que para mí fue tan extraordinario como primordial. En mi cabeza escuché la voz de Sally diciéndome que yo tenía potencial para mucho más que eso «destierra el mal de tu corazón y verás la luz» eso fue lo último que escuché. —mi madre se llevó las manos a la boca, miró a Sally y las lágrimas surcaron sus mejillas. El abuelo en cambio miró a Sally sonriendo.

— No me miréis así, yo no he hecho nada, no, no tengo poder de telepatía. —dijo Sally.

— Sea cierto o no, el caso es que el sonido de tu voz fue lo que me hizo cambiar de actitud. —dije mirándola.

— Eso se llama cargo de conciencia.

— Tienes razón. Al cuarto día saldé la cuenta del hotel, me compré una tienda de campaña en un supermercado y cogí un tren que me llevó a la montaña. Allí me perdí dos meses, de vez en cuando bajaba un pueblo cercano para comprar alimentos. Procuraba no hablar con nadie salvo lo imprescindible y me volvía a paz de mi montaña.

— ¿Y qué?

— Pues nada. No vi a Dios, ni a nadie que se pareciera a un ángel, solo me tenía a mí mismo y algún aullido de los lobos por las noches pero sonaban tan lejos que no me inquieté.

— ¿Y eso es todo?

— No abuelo. Al empezar el segundo año hice las cosas como un autómata. Ingresé en el equipo de waterpolo, de ahí mi transformación física. Conocí a tres chicas que se hicieron amigas mías. Fíjate que pensaba que todos éramos iguales en esa universidad sin embargo no era así. Cuando las invité a mi apartamento las tres fliparon en colores, al principio pensé que me estaban vacilando hasta que una de ellas, Almudena, me dijo que las tres dormían en literas en la misma habitación. No me lo creí pero cuando vi la habitación de 4 por 3 metros me convencí de que yo era un puto privilegiado, lo mismo que me decían ellas. No me dijiste que existían distintos niveles de estudiantes en esa facultad, los ricos, los burgueses y los curritos.

— No lo vi necesario, quería que te centraras en el estudio. —dijo mi abuelo.

— ¡Ya! Yo creo que me sobreprotegías.

— ¿Te lo pasaste bien con esas chicas? —preguntó mi madre.

— ¡Oh sí! Ya lo creo, desde el principio pensaron que yo era gay porque siempre eludía las confrontaciones y provocaciones de los bravucones, tampoco les saqué del error, era divertido ver cómo me trataban, sabiendo que conmigo no corrían peligro se atrevieron a depilarse delante de mí, hasta que me quisieron depilar y descubrieron lo que tenía ahí abajo, eso lo cambió todo. Yo para ellas seguía siendo gay y ellas bien que se aprovechaban para abusar de mí.

— Pobrecito mi niño y tú dejaste que abusaran de ti como buen caballero. —dijo mi madre de cachondeo.

— No mamá, dejé que abusaran porque me gustaba. Una de ellas se puso muy pesadita conmigo, quería que nos enrolláramos y fui muy claro con ella. No podía porque ya estaba enrollado con otra mujer. Pero la tía insistía y dejé de verlas con tanta frecuencia con la excusa de los estudios y el deporte.

— ¿Y con qué otra mujer estabas enrollado? —preguntó Sally con curiosidad.

— Contigo o ¿ya no te acuerdas? —bajó la vista y guardó silencio.

— Bueno no quiero enrollarme más. He estudiado hasta que se me han caído las pestañas, bueno es un decir. El tercer y cuarto año lo pasé estudiando y haciendo deporte, el waterpolo y sin darme cuenta dejé de ser el patito feo y me convertí en cisne sin proponérmelo.

— ¡Ah! Otra cosa, ese segundo año me saqué el carnet de conducir.

— ¿Puedes conducir?

— Sí mamá, tengo el carnet que me acredita.

— Pues sí que has cambiado.

— Creo que sí. Precisamente las vacaciones del tercer año decidí recorrer Andalucía de punta a punta. He estado en Marbella y el contraste que vi entre el despilfarro de los ricos y las necesidades de los más perjudicados por la crisis me hicieron vomitar de asco. Qué manera de despilfarrar el dinero, para que os hagáis una idea, estuve en una fiesta en Puerto Banus donde corrían las botellas de champán como los botellines en una taberna, la diferencia es que costaban 5.000 euros y la gente los pagaba como el que paga un botellín de cerveza de 2 euros. Asqueado de ese tipo de sociedad me adentré en el interior de la región, en los pueblos donde la gente trabajadora lo está pasando peor que mal. Me compré una cámara de video barata y haciéndome pasar por periodista visité Bancos de Alimentos y comedores sociales, en uno de ellos conocí a una mujer.

— ¡Encarna! A que sí. —dijo mi madre.

— Sí, así se llama pero ¿por qué lo sabes? Ese reportaje forma parte de mi tesina de fin de carrera tanto para psicología como para economía.

— Para que lo sepas hijo mío tu tesina ha salido en las televisiones nacionales como ejemplo de la buena preparación de los estudiantes españoles. —dijo mi abuelo.

— No lo sabía, me pidieron permiso para hacerla pública y les dije que sí, pero si llego a saber esto me lo hubiera pensado.

— Has salido en muchas revistas, bueno tus fotografías. —dijo Sally.

— Eso lo sabía porque me hicieron una entrevista para la revista de la universidad. Fijaos que el taxista que me ha traído aquí me conocía, me ha dejado cortado.

— Tienes ya los títulos. —dijo el abuelo.

— Ahí están, dentro de la bolsa de viaje.

— ¿Sacaste buena nota?

— ¿No te lo ha contado la rectora?

— No ¿qué me tenía que contar?

— Nada, la nota ha sido “cum laude” lo normal.

— ¡Joder! ¡Lo normal dice!

— Para mí es normal abuelo, tampoco hay que darle tanta importancia, ahora es cuando debo demostrar todo la inteligencia que la gente dice que tengo, cuando me enfrente a la vida real.

— No imaginas lo orgulloso que estoy de ti Pablo.

— Lo sé abuelo, puedes llorar si quieres no hace falta que te aguantes. —nada más decir eso el abuelo se echó a llorar. Me levanté para abrazarle, mi madre y Sally hicieron lo mismo. Esa manera de arroparle indicaba que el hombre tenía problemas.

— Bueno ahora os toca a vosotros contarme cómo os ha ido.

— No tenemos mucho que contar. —dijo el abuelo limpiándose las ultimas lágrimas de los ojos.

— Algo siempre hay abuelo, noto la preocupación flotando encima de nosotros ahora mismo.

— Te has vuelto muy perceptivo. —dijo Sally.

— Creo que sí, tú me lo has pegado.

— Creo que me sobrevaloras.

— Para nada, tú me cambiaste una vez ¿te acuerdas de aquella noche? Y lo volviste hacer en la facultad cuando estaba perdido.

— Si quieres creer eso…

— Te noto derrotada Sally ¿qué te pasa?

— Nada, no me pasa nada. —dijo rápidamente poniéndose a la defensiva.

— Creo que tenemos que hablar tú y yo lo sabes ¿no?

— Si.

— Bueno vamos por partes. A ver a vuelo no me digas que estas así de decaído por el machaque que has tenido en las televisiones, según ellos tú eres uno de los culpables de la burbuja inmobiliaria y que la gente se haya quedado sin trabajo ¿no?

— Y ter parece poco. —contestó el pobre echándose a llorar.

— Abuelo por favor, no llores, así no se arregla nada. Vamos a pensar. Me da la impresión que alguien en la empresa, uno o varios, quieren quitarte de en medio y como no pueden hacerlo por las buenas, o sea, a través del consejo de administración, lo hacen filtrando información falsa a los medios de comunicación, y ellos en vez de contrastarla creen que tienen un notición entre manos y lo sueltan, aunque la realidad es distinta. Esos mismos que están empeñados en destruirte azuzan a los medios contra ti.

— Pero eso no puede ser, únicamente trato con los asesores y los responsables de cada empresa del grupo.

— ¡Ahí los tienes! En medio de esa sopa están los fideos negros, lo que tenemos que hacer es descubrirlos, apartarlos y eliminarlos.

— ¿Pero tú crees…?

— Abuelo —dije anticipándome—cosas peores he aprendido.

— Es que no me puedo imaginar quien… y sobre todo cómo lo vamos a descubrir.

— De la manera más fácil ¿cómo se caza un ratón?

— Con queso, pero hijo esto no es tan simple. —me acerqué a mi abuelo, lo abracé y le besé en la cabeza.

— Abuelo dime una cosa ¿confías en mí?

— Hasta la muerte, ya lo sabes.

— Bien pues lo primero que vamos a hacer es quitarme este traje que me estoy asando de calor y me pongo algo más fresco. Mamá y Sally que nos pongan por favor algo de picar y unos refrescos y vamos a trazar un plan para darle la vuelta a la tortilla.

— Lo que tú digas hijo.

— Pues entonces voy a darme una ducha y me cambio. —dije caminando hacia la entrada de casa pero antes de atravesar la puerta me di la vuelta y miré a Sally— Me gustaría que vinieras con migo sino te importa por favor, podríamos hablar mientras. No te pido que te metas en la ducha conmigo, puedes esperarme sentada en la cama, ¿te parece preciosa?

— De acuerdo. —dijo ella levantándose.

Entré en mi habitación, dejé la bolsa de viaje al lado del escritorio y me quité la chaqueta. Sally entró en la habitación y me la cogió rápidamente para guardarla en el armario.

— Sally te pido por favor que no seas servicial conmigo, no me gusta.

— No quiero ser servicial Poli, me gusta hacerlo.

— En ese caso de acuerdo. —Sally terminó de guardar la chaqueta y se sentó sobre la cama.

Yo me senté también, un poco separado de ella y me quité los zapatos y los calcetines, me desabroché el pantalón y me puse de pie para quitármelo, quedándome en calzoncillos tipo slip, fue cuando Sally me miró el paquete por primera vez.

— ¿Qué pasa?

— Nada, sólo que te ha crecido el pito, ahora parece más grande.

— Era de esperar ¿no? Salí de aquí siendo un mocoso y he vuelto más crecido.

— Ahora sí eres un hombre.

— No creo, sólo tengo 21 años camino de 22, aun puedo crecer más.

— Pues si creces más no sé dónde te vas a meter eso. —dijo señalando mi entrepierna con un movimiento de cabeza.

— Yo ya tengo la solución, si me crece poco me la enrollo por la cintura y si me crece mucho me la enrollo al cuello ¿qué te parece? —Sally empezó a reírse con ganas que es lo que pretendía.

— Te importa si me quedo desnudo o me meto en la ducha antes.

— Ya te he visto todo lo que hay que ver aunque sea más crecida.

— Yo te he avisado, después no quiero gritos. —ella rompió a reír otra vez, mirándola me di cuenta cuanto echaba de menos esa maravillosa risa, me entraron unas ganas locas de abrazarla, besarla, acunarla y llenarla de mimos pero me contuve, mientras ella quisiera guardar las distancias lo respetaría. Me bajé el slip sin mirarla en ningún momento y me lo saqué, con toda naturalidad me di la vuelta y entré en la ducha, no hubo gritos de asombro aunque tampoco los esperaba.

— ¿Podemos hablar ya Sally?

— Te estoy esperando.

— Bien, he pensado que tienes que trabajar conmigo, a mi lado, como una especie de secretaria, necesito tu intuición. —dije y como esperaba ella demoró la respuesta porque no era lo que esperaba oír.

— Me parece bien. —dijo pero noté desilusión en su voz.

— Tengo pensado llamar a un abogado, una muchacha bastante guapa que he conocido a través de su padre, me gustaría que tú la llamaras y concertaras una cita con ella.

— Si ya has pensado en esa chica tan guapa ¿para qué me necesitas? — « ¡Bien! Ahora he despertado un poquito de celos en ella». Me dije.

— Os necesito a las dos, si resulta que es lo que necesito la contrataré, los tres vamos a trabajar codo con codo.

— No estarás pensando en hacer un trío ¿verdad Poli? —no me quedó más remedio que abrir un poco la mampara de la ducha para sacar la cabeza.

— ¡Por Dios Sally! ¿Cómo puedes pensar eso de mí?

— El Poli de antes lo pensaría. — « ¡Esa era la respuesta que esperaba! »

— El Poli de ahora no se parece en nada al de antes, puedes comprobarlo cuando quieras. —dije volviendo a cerrar la mampara.

— Vale, entonces la llamaré para concertar esa cita entre tú y ella.

— No cariño, la cita es entre los tres, ella, tú y yo, ya te he dicho que necesito tu intuición, tú eres especial a la hora de catalogar a las personas y sé que sabrás decirme de quien puedo fiarme y de quien no.

— ¿No pensarás que te voy a acompañar a trabajar?

— Claro que sí cariño, trabajarás a mi lado.

— Pero si yo no entiendo de esas cosas.

— No seas modesta por favor, tú sabes de muchísimas cosas lo que pasa es que te gusta permanecer en la sombra, te infravaloras cariño.

— De todas formas para decirme esto podrías haberlo hecho en la terraza, para que los demás supieran tus planes. — « De nuevo desilusión, había llegado el momento de jugármela »

— Cariño te importa darme una toalla, no quiero mojar el suelo no seas que al salir me resbale. —a través de la mampara vi la imagen difusa de Sally levantándose para coger una toalla y en el momento en que estaba frente a la mampara la abrí de golpe dándola un susto y antes de que pudiera reaccionar la introduje en la ducha conmigo.

— ¡Qué haces! ¡Me vas a mojar! ¡Estás loco! —empezó a gritar. Con la mano le alcé la cabeza por la barbilla, la pobre tuvo que echar la cabeza hacia tras para mirarme a los ojos.

— Escúchame Sally. Estoy loco, sí, por ti, no puedo evitarlo y tampoco quiero hacerlo. Te quiero y te amo mucho más que antes y no puedo soportar que me sigas ignorando.

— Yo no te ignoraba, sólo pensaba que ya…

— ¿Qué ya qué? —ella bajó la mirada.

— Que ya no me amabas.

— Pues resulta que te amo mucho más que antes.

— Eso es fácil de decir, porque también antes lo decías y después…

— Ven conmigo —dije abriendo la mampara y la saqué de la ducha agarrándola por la mano. La senté sobre la cama y cogí la bolsa que había dejado al lado del escritorio, la abrí y busqué el regalo que había comprado, saqué la cajita de terciopelo rojo y se la entregué.

— ¿Esto qué es?

— Si no lo abres nunca lo sabrás. —las manos empezaron a temblarle.

— No sé si debo abrirlo, me da miedo.

— Cariño hay dentro está la prueba que te demuestra cuanto te amo. —con manos temblorosas levantó la tapa y al ver el contenido empezó a gritar cosas en un idioma que no conocía, supongo que sería tailandés.

— ¿Pero qué pasa? —gritó mi abuelo viniendo hacia la habitación. —mi madre fue la primera que entró.

— ¿Pero qué haces así, desnudo? —preguntó.

— ¿Pablo qué está pasando? —preguntó también mi abuelo.

— No lo sé, le he dado un regalo y se ha puesto a gritar. —mi abuelo se arrodilló frente a Sally y yo me puse de pie apartándome un poco. Ella y mi abuelo empezaron a hablar en el mismo idioma, desconocía que mi abuelo lo hablara, tras una breve conversación Sally se echó a llorar, el abuelo le acarició la cabeza y se puso de pie.

— No le pasa nada, simplemente está tan emocionada que no ha sabido reaccionar como debía, ahora dice que no es merecedora de tu amor y de ahí no la sacas. —dijo mi abuelo, entonces me planté de rodillas frente a ella, le cogí una mano y levanté su cabeza con la otra.

— Por favor cariño háblame en español o en inglés, lo que prefieras porque si no, no te entiendo.

— No me merezco esto Poli.

— ¿Por qué crees eso?

— Por mi pasado.

— Eso es una tontería y tú lo sabes, aquello quedó atrás hace mucho tiempo.

— Bueno pues entonces es porque no hacemos una bonita pareja, tu tan alto y yo tan pequeña.

— Mírame Sally, ahora mismo somos casi iguales ¿no?

— Porque estás de rodillas.

— Escúchame cariño, si tú no llegas yo te aúpo y si yo no alcanzo tú me empujas ¿te parece?

— Pero es que esto… es demasiado.

— Mira cariño vamos a hacerlo fácil ¿te parece?

— Sí.

— Sally ¿quieres casarte conmigo? —ella me miró sin decir nada, las lágrimas surcaban sus mejillas y yo estaba sufriendo por verla así— no hace falta que me contestes ahora si no quieres, puedes pensártelo, respetaré tu decisión.

— Sí. —dijo tímidamente.

— Sí ¿qué?

— Me casaré contigo Poli. —la abracé con fuerza y la atraje contra mi pecho, la besé en los labios procurando ser lo más tierno posible, pero en cuanto noté que metía la lengua dentro de mi boca mi pasión contenida tanto tiempo se desató, lo mismo que la de ella.

— ¡Jesús hijo! ¡Mira cómo te estás poniendo! —exclamó mi madre.

— No te preocupes mamá luego lo frego y ya está.

— No me refiero al suelo, me refiero a eso… a tu polla ¡madre mía que enormidad!

— Bueno dejaremos los juegos para más tarde ahora hay que trabajar. —dije poniéndome de pie, mi abuelo me miró el miembro y lo agarró acariciándolo.

— Abuelo eso luego, este arma es peligrosa cuando se dispara créeme —dije apartándole la mano de mi pene—. Mamá encárgate de que el abuelo se duche, se afeite y se ponga ropa un poco más presentable y tú también dije dándole un azote en el culazo.

— ¡Oye! —exclamó riéndose.

— Como vea que has descuidado este culazo…

— ¿qué? —dijo desafiante.

— Te como a besos.

— Pues lo he descuidado y mucho, vamos que desde que te fuiste no lo he vuelto a utilizar.

— Abuelo ¿no me digas que no te las trajinado?

— La verdad es que no, te fuiste y la pena se instaló en nuestros corazones, la verdad es que vegetábamos en vez de vivir.

— ¿Me estás diciendo que no habéis vuelto a jugar los tres desde hace casi cinco años? —mi abuelo y mi madre negaron con la cabeza, Sally se encogió de hombros—. Me parece que tenemos mucho por recuperar ¡Bueno, venga! A ducharos. —Les dije y ellos salieron de la habitación riéndose. Al darme la vuelta vi que Sally me aguardaba con la toalla extendida entre sus manos.

— Ven que te seco. —dijo y empezó a frotarme el cuerpo con la toalla.

— Oye lo que te he dicho sobre la abogada es de verdad.

— Lo sé.

— Otra cosa, encárgate de grabar la fecha en los anillos, te habrás dado cuenta de que falta la fecha de la boda ¿no?

— No le he dado importancia, no conozco vuestras costumbres.

— Pues ya lo sabes, quiero mirar mi anillo de vez en cuando y acordarme de ese día.

— Te acordarás, te lo prometo. —dijo ella echándome los brazos, la levanté en vilo me enroscó sus piernas y volvimos a besarnos. Descansábamos, nos mirábamos y volvíamos a besarnos otra vez.

— Creí que me iba a morir cuando vi que te ibas.

— Lo sé preciosa, créeme, pero lo importante es lo que pase de ahora en adelante.

— Déjame en el suelo.

— ¿Y si no quiero?

— Te lo perderás porque pensaba darte una mamada de las buenas.

— ¿Sólo de las buenas?

— Te daré la mejor mamada de mi vida, y cuando te corras recogeré todo tu semen en mi boca y lo saborearé antes de tragármelo.

— Dios mío pequeña me vuelves loco —dije sintiendo como me empalmaba.

La dejé de pie en el suelo y ella solo tuvo que agacharse un poco para agarrarme la polla y empezar a chupar. Cuando empezó a mamar no me volví loco de placer, pude controlarme y empecé a eyacular salpicándole la cara. Ella se metió el capullo en la boca rápidamente y me masturbó para que no dejara de correrme.

Cuando terminé de eyacular la volví a coger en vilo y lamí el semen de su cara, luego la besé y como seguía con el miembro tieso me ayudé de la mano para metérsela por la vagina. Estaba tan lubricada que mi polla prácticamente se escurrió dentro de ella.

Sally gimió, dejó de besarme para refugiar la cabeza en mi cuello.

— Cariño te siento mucho más ahora. —no dije nada y empecé a subirla y bajarla sobre mi polla.

— Me matas Poli.

— No pretendo eso cariño.

— Pues hazme el amor hasta que me muera. —la eché sobre la cama y tal como ella me pidió la jodí, despacio y con mucho, muchísimo cariño. Alcanzó el clímax casi enseguida, ahora notaba mucho más las contracciones de su vagina. Seguí bombeándola hasta que alcanzó un nuevo orgasmo después me vacié dentro de ella.

Permanecimos abrazados uno en cima del otro, hasta que poco a poco dimos señales de vida.

— Cariño te recuerdo que debes llamar a la abogada, cítala mañana si puede ser en la cafetería donde estuve con su padre, el nombre está en la misma servilleta donde está su número.

— Ahora mismo no puedo moverme. —dijo ella haciéndose la remolona.

— No te preocupes cargaré contigo hasta la ducha, haré ese gran esfuerzo.

— ¡Tonto! —dijo echándose a reír y yo la acompañé.

— Nosotros ya estamos preparados. —dijo mi abuelo entrando en la habitación después de mi madre.

— Habéis puesto las sábanas perdidas, yo creía que debíamos dejar los juegos para más tarde. —dijo mi madre.

— Vosotros podéis esperar un poco más, en cambio yo no podía. Nos vamos a duchar y salimos enseguida. —les dije levantándome cargado con Sally sobre un hombro para meterme en la ducha.

— ¿Qué le pasa a Sally? —preguntó mi madre viendo que no protestaba por llevarla así.

— Sally estar jodida, bien jodida. —contestó ella misma y todos rompimos a reír.

— Buenos nosotros os esperamos en la terraza. —dijo mi abuelo.

— ¡Ahora vamos abuelo! —le grité desde la ducha, luego miré a Sally sin bajarla al suelo—. No sabía que tuvieras un sentido del humor tan gracioso.

— No ha sido un chiste cariño, he dicho la verdad, tú me has metido ese pito tan gordo y has dejado a Sally bien jodida, incapaz casi de moverse, sólo de hablar.

— Entonces tendré que ducharte yo, porque tú no tienes fuerzas para eso ¿no?

— Me temo que así es.

Aposta, abrí el grifo del agua fría de golpe y el chorro golpeó la cabeza y la nuca de Sally, que se puso a gritar como una loca que cerrara el grifo.

— Lo siento mi vida me he confundido. —le dije besándola la cara por encima del pelo chorreante.

— Lo has hecho a posta mamón, te lo leo en los ojos.

— ¿Mamón? ¿Oye qué es eso de mamón?

— Es la forma más bonita que se me ocurre de llamarte cabronazo ¿qué querías? ¿Qué me diera un pasmo?

— Bueno, en ese caso debería casarme contigo y estaría obligado a cuidarte toda mi vida.

— No quiero eso, quiero casarme contigo porque me amas y sé que me cuidaras mientras dure ese amor.

— Que será para toda mi vida.

— Entonces rectifico, eres un cabronazo por meterme debajo del agua fría.

— Vale, mira ya sale más tibia ¿Te gusta más así? —dije echándole agua cobre la cabeza con la mano.

— Así está bien. Después de las bromas cogí la esponja, la embadurné con gel y empecé a pasarla por los pies de ella, sibí por las piernas y al llegar a su culito ella misma se lo abrió con las manos.

— Me gusta tu culito y me encanta lavarlo. —dije mientras introducía dos dedos enjabonados dentro de su ano, moviéndolos para limpiar toda la zona que pudiera. Después, dejé que ella se deslizara hacia abajo, enroscó las piernas a mi cintura y se mantuvo así para que pudiera lavarle la espalda y el cuello. Tras eso, Sally se dio la vuelta agarrándose con sus manos a mis costados, echó las piernas hacia atrás y volvió a enroscarlas sobre mi cintura, luego pegó su espalda contra mi pecho. La enjaboné el cuello, masajeé sus hombros con mis manos enjabonadas, descendí por su pecho apoderándome de sus tetas y sus endurecidos pezones, no sé cómo se apañó pero logró ponerse un poco de costado para que pudiera atraparle un pezón con mis labios. Lo saboreé un rato, lo chupé un poco y después succioné fuerte aunque no demasiado. Todo eso lo hice mientras le pasaba la esponja por el estómago, la tripa y el vientre hasta el pubis, allí me detuve. Sally de nuevo hizo un alarde de flexibilidad. Colocó la planta de su pie sobre mi abdomen, me agarró el cuello con las manos y colocó la otra planta del pie sobre mi abdomen, lo más separada posible, luego se agachó como si se acuclillara quedando su sexo completamente abierto. Tardé unos segundos en digerir todo lo que había hecho esta mujer y una vez repuesto deposité gel sobre la palma de mi mano y comencé a restregarla por todo su sexo para que se hiciera jabón.

— Amor mío sigue así y me corro enseguida. —me dijo al oído. Y yo claro, la froté más y más hasta que noté su flujo mezclándose con el jabón. Ella arqueó la espalda hacia abajo, tembló un poco y alcanzó el clímax, en ese momento introduje dos dedos en su vagina y me maravillé notando las contracciones de su vagina. Después de correrse la besé en la boca y mientras, apliqué la alcachofa de la ducha sobre su sexo.

— Me  desconciertas cariño, antes lo hiciste pocas veces pero lo que has hecho ahora me ha dejado sin palabras. —le dije mordiéndole con suavidad el labio inferior.

— No es nada del otro mundo, te he utilizado como una barra de estriptis, estuve muchos años practicando. —me explicó ella.

— Me lo imagino, pero es la forma de realizar esas cosa que haces y cuando las haces las que me dejan maravillado. —le aclaré.

— Eso lo hago porque te amo más que a mi vida, no lo haría por ningún otro motivo.

— ¿Te he dicho que te quiero? —ella miró al techo de la ducha como recordando algo.

— Creo que sí.

— ¿Te he dicho que te amo? —Sally volvió a hacer lo mismo ante mi pregunte.

— No, eso no lo recuerdo.

— Pues te amo, pequeña, una y mil veces mil, no me imagino vivir sin ti. ¿Sabes lo que desearía en este momento? —ella negó con la cabeza al tiempo que jugaba a mordisquearme el labio inferior.

— Desearía ser inmortal.

— ¿Cómo los vampiros?

— Exacto. —Sally se apartó el pelo de su cuello con una mano y me lo ofreció.

— Entonces yo también quiero ser inmortal, puedes morderme y chuparme la sangre. —Evidentemente no mordí su cuello. Lo besé y en mis labios noté el latido de su corazón, era algo espectacular.

— Me temo que tú ya has acabado, ahora me tengo que duchar yo. —Sally me cogió la esponja y empezó a enjabonarme la espalda mientras yo frotaba mis manos impregnadas de gel por el pecho, el estómago y el pubis depilado. La noté entretenida metiéndome dos dedos dentro del ano para lavármelo, yo me sujeté el miembro para bajarme el prepucio y poder lavarme el glande, pero la mano de ella sustituyó a la mía rápidamente. Las yemas de sus dedos me produjeron cosquillas sobre el glande al principio, pero enseguida empecé a sentir oleadas de placer. Como si ella lo supiera se dio la vuelta, envolvió mi miembro con sus manos y empezó a masturbarlo. Las pequeñas manos de Sally embadurnadas de gel tuvieron un efecto demoledor, casi enseguida le dije que iba a correrme, ella agachó la cabeza metiendo el glande en la boca y dejó que yo eyaculara a gusto. Eso supuso una aparatosa corrida que ella saboreó y tragó con una sonrisa maravillosa.

— Me encanta beberme tu leche.

— Ya lo veo. —ella se encogió de hombros. Luego se arrodilló sobre el suelo de la ducha y me enjabonó las piernas y los pies. Terminado el trabajo de la esponja nos metimos bajo el chorro de la ducha y permanecimos quietos, besándonos mientras el agua arrastraba el jabón de nuestros cuerpos. Sally se asomó por la mampara y cogió una toalla para secarnos. Pero yo tenía otra idea, la alcé en vilo y la envolví con la toalla, ella me hizo lo mismo y volvimos a besarnos y a besarnos sin mostrar cansancio.

Salimos de la ducha más enamorados que nunca. Busqué en mi bolsa de viaje y saqué otro slip, esta vez de color rojo y me lo puse. Sally se estaba subiendo un tanga de color rosa pálido que contrastaba de maravilla con el oscuro de su piel y se colocó un sujetador del mismo color, luego me miró y negó con la cabeza.

— Así no cariño mío —dijo y metió la mano dentro de mi slip, me agarró el miembro, lo colocó hacia mi derecha y movió la cabeza asintiendo— así sí. En mi país el hombre lo lleva hacia su derecha y los mariquitas hacia su izquierda. —nos pusimos unas sandalias en los pies y salimos así a la terraza. Mi madre abrió los ojos como platos al verme.

— Hijo mío eres todo un espectáculo. —me dijo.

— Es la viva estampa del gran macho de la manada. —dijo el abuelo.

— No pretenderás que aúlle ¿no?

— Tampoco es eso. —dijo riéndose lo mismo que nosotros. Tomamos asiento en torno a la mesa, donde estaba una libreta y un lápiz, le di la servilleta de la cafetería a Sally y le dije que hiciera esa llamada. Ella se dirigió al despacho de mi abuelo.

— Antes de proseguir quiero asegurarme de una cosa abuelo, tendré que hacerte unas preguntas que quizá te incomoden pero mejor que te las haga yo a que te las haga un periodista. ¿Tienes algún escándalo que tapar? ¿algo de tu juventud? No sé, una novia despechada que abandonaste por la abuela, alguna detención de la policía…

— Sé a qué te refieres pero siento decirte que estoy limpio Pablo, por mi posición siempre he de cuidar mi imagen y siempre hui de los problemas.

— Mejor así, te lo he preguntado porque cuando contrate a la abogada tendrá que investigarte, es posible que te pida que le enseñes las declaraciones de la renta de los últimos diez años.

— No hay problema, pero de eso pueden encargarse mis abogados.

— No abuelo, hasta que no descubramos quien es el cabrón que te está vendiendo a la prensa es mejor así.

— Lo que tú digas hijo.

— Cuando venga Sally de hacer la llamada y nos cuente el resultado ¿Qué os parece si nos vamos a comer por ahí?

— Me apunto a esa idea. —dijo mi madre enseguida.

— Pero tú conduces. —dijo mi abuelo.

— Si lo quieres no hay problema.

— Ya está. Ya he hablado con esa joven. —dijo Sally apareciendo en la terraza.

— ¿Qué tal?

— No lo sé no la conozco aun.

— Venga Sally no me digas que no me puedes decirme algo sobre ella con solo escucharla hablar.

— Es joven. Parece trabajadora, muy segura y no creo que sea una mentirosa, pero eso te lo diré definitivamente cuando la vea.

— ¿Lo ves pequeña como te necesito? —le dije besándola en los labios y ella se sentó encima de mis piernas.

— La cita es para mañana a las 9 y media, así estaremos más fresquitos.

— Perfecto. Bueno el primer paso está dado.

— Oye Pablo aún no sé dónde vas a trabajar, si quieres digo que te habiliten un despacho en el edificio de la compañía.

— Trabajaremos aquí, en tu despacho abuelo si no te importa.

— Es tan tuyo como mío o de nuestras mujeres.

— De acuerdo.

— Poli por qué no las hemos citado aquí en vez de en una cafetería en el centro de la ciudad.

— Muy sencillo, no la conozco y antes quiero hacerme una idea de cómo es, no sea que metamos al zorro en el gallinero.

— No te comprendo. —dijo Sally.

— Verás cariño, antes de traerla aquí quiero saber lo que opina de mi abuelo, si ya está prejuzgando no me interesa pero si es una buena abogada lo verá todo con objetividad, o sea, ni a favor ni en contra, al menos hasta que terminé de investigarle.

— ¿Va a investigar a Francisco? —preguntó nerviosa.

— Sí, pero tú tranquila porque tu pasado no saldrá a la luz, eso es tabú para ella, y no creo que la prensa se meta contigo tratándose de mi mujer.

— No sé, estoy un poco nerviosa.

— Lo entiendo pero confía en mí, todo va a salir bien ya lo verás.

— Sabes que te confío mi vida si, necesidad de que me lo pidas. —me dijo Sally. Yo la besé en los labios, mi madre se puso tierna con sus palabras y buscó la boca de su padre para que la besara y abrazara, cosa que él hizo.

— Entonces vamos a vestirnos para ir a comer por ahí.

— ¿No comemos en casa?

— No, invito yo, aún tengo mucho dinero de lo que me enviaba mi abuelo todos los meses. —dije entrando con Sally en la casa, mamá y el abuelo nos esperaron en la terraza.

Sally buscó en mi bolsa, sacó unos pantalones blancos, con un suéter del mismo color, eligió un cinturón de cuero y nos mocasines del mismo color.

— Parece que voy a recibir la comunión. —comenté al ver mi vestuario.

— El blanco es el color de la pureza y del duelo en mi país, pero si quieres…

— No, no quiero, lo que tú me elijas está bien. —dije empezando a ponerme las prendas. Sally eligió unas mallas de color blanco, una blusa con flores de color cereza y sandalias del mismo color.

— ¿Qué te pasa papá? —oímos la voz de mi madre a través de la ventana abierta que daba a la terraza.

— Nada cariño, es sólo que me siento tan orgulloso de mi nieto que creo que voy a explotar. —dijo el abuelo.

— De eso nada, a ti lo único que tiene que explotarte es este pollón tan gordo que me vuelve loca. —oímos decir a mi madre y Sally y yo sonreímos.

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