La ventana indiscreta. 022
La Universidad
Capítulo 22: La Universidad
El primer año en la universidad no es digno de mención. Me había matriculado en dos carreras: Economía y Psicología. También ingresé en el equipo de waterpolo aunque no hice mucho, ni siquiera jugué un solo partido ya que el estudio absorbía la mayor parte de mi tiempo. A veces acudía a nadar a las doce de la noche y estaba hasta la una y media, luego me daba una ducha y a la cama porque a las siete en punto sonaba una melodía para despertarnos “El toque de Diana” lo llamaban los estudiantes. Sin proponérmelo sobresalí al rebatir diversos temas a los profesores reconociendo que yo tenía razón.
A partir de ese momento me ocurrió igual que en el instituto. Todo el mundo se apartó de mí como si tuviera la peste. Desayunaba, comía y cenaba solo en un comedor lleno de estudiantes, chicos y chicas. Algunos me miraban con curiosidad pero la mayoría me ignoraban. Me di cuenta de que la gente era igual en todas partes. Me encerré más en mis estudios.
Ese primer año no regresé a casa por navidad como dice el anuncio, tenía mucho dinero ahorrado, el abuelo me ingresaba todos los meses 2.500 euros cantidad que consideraba excesiva y así se lo transmití en alguna de las cartas que le escribí.
El abuelo me contestaba en sus cartas que la cantidad no era excesiva ni mucho menos y que al año siguiente me la incrementaría. Se alegraba que hubiera aprobado el primer año con matrícula de honor en las dos carreras y me animaba a seguir así, de mi madre o de Sally no decía nada y eso que les mandaba una carta por semana a parte pidiéndoles perdón mil veces, jamás obtuve respuesta de ninguna de las dos.
Pasé las primeras navidades de mi vida sólo, en un hotel de 5 estrellas y al día siguiente celebré la navidad con dos putas de lujo que me suministró el hotel. A las dos me las follé por separado y juntas, les hice todo lo que se me ocurrió, cuando les follé el culo las dejé sin poder sentarse unos cuantos días. Cada dos días le pedía al recepcionista dos putas nuevas y me las follaba durante dos días. En una ocasión se presentaron dos negras despampanantes. Ambas eran una delicia pero no me enseñaron nada nuevo. Otra vez les pregunté a las putas si conocían “La muerte dulce” ninguna había oído hablar de eso y me dijeron que los “especiales” se cobraban aparte. Las despedí mandándolas a la mierda con sus “especiales”. Cuando de nuevo entré en la universidad había adquirido cierta fama en el ambiente de las putas. Yo por supuesto jamás le dije a nadie que estaba en la ciudad estudiando, sólo que estaba de paso y como les pagaba con generosidad nadie hacia preguntas incómodas.
Empezaba un nuevo año. Más de lo mismo para mí lo único destacable fue que en el mes de enero, mientras comía sólo en una de las mesas, oí comentar algo a unos estudiantes que me llamó la atención.
— Estas navidades he estado con las putas de siempre y me han dicho ha aparecido un niñato por la ciudad que se ha estado follando a todas las putas que merecen la pena.
— Bueno para eso paga. —comentó otro provocando las risas de los demás.
— Si pero les ha roto el culo a todas. —dijo el mismo tío.
— ¿A todas? —preguntó uno desconcertado y el mismo tío asintió con la cabeza.
— ¿Y qué utilizaba un consolador o algo así?
— Que va, al parecer el niñato calza un pollón descomunal. —contó el tío exagerando.
— Pues que se pongan hielo en el culo y asunto arreglado. —dijo otro provocando de nuevo las risas de los demás.
— Joder los tíos siempre estáis hablando de lo mismo. —protestó una chica rubia levantándose de la mesa, otras dos se levantaron también y se acercaron a mi mesa, yo disimulé hincando los ojos en el libro abierto encima de la mesa.
— ¿Perdona? ¿Podemos sentarnos contigo? —preguntó una chica, alcé la cabeza del libro y vi que era la rubia, bastante guapa por cierto.
— Te pregunto si podemos sentarnos. —repitió la misma chica.
— Es una universidad libre, haced lo que queráis. —les contesté. La rubia se sentó a mi derecha, una morena a mi izquierda y otra con el pelo castaño frente a mí.
— ¿Elena qué coño haces? —preguntó uno de los chicos.
— Ya lo ves, sentarme y desayunar en paz sin tener que escuchar cosas de putas. —contestó la chica y yo sonreí por dentro.
— Elena vuelve aquí. —repitió el tío.
— ¡Déjame en paz! —exclamó la rubia mosqueada.
— Almudena ven conmigo inmediatamente. —dijo otro.
— ¡No me da la gana! —contestó la morena de mi izquierda.
— Sara quieres venir un momento. —dijo otro tío.
— No me apetece. —contestó la del pelo castaño que estaba frente a mí.
— Ya hablaremos luego. —dijeron los tíos levantándose de la mesa.
— No quiero problemas con nadie. —le dije.
— ¿Tú también hablarás de putas? —me preguntó la rubia, Elena se llamaba.
— Bonito tema de conversación con alguien que no conoces de nada. —le dije.
— Tienes razón perdona, yo me llamo Elena —se presentó—. Yo Almudena —dijo la morena de mi izquierda—. Y yo soy Sara —dijo la del pelo castaño.
— Encantado de conoceros, yo me llamo Pablo. —les dije.
— Es que estamos hartas de oírles hablar siempre de lo mismo, o eso o el dichoso futbol ¿a ti te gusta el futbol? —dijo Elena preguntándome.
— No he visto un partido en mi vida. —contesté bebiendo mi café.
— ¡No jodas! ¿De verdad? —exclamó Almudena y asentí con la cabeza.
— Oye, tú eres un tío ¿no? —me preguntó Sara.
— Puedes pensar lo que quieras. —respondí, recogí mis cosas, cogí mi mochila y me levanté de la mesa dejándolas cortadas. Dejé la bandeja sobre el carrito y salí del comedor. Caminé unos pasos leyendo el libro que tenía abierto en la mesa.
— ¿Qué te han dicho esas tres? —dijo un tío poniéndose delante de mí.
— ¿Quién?
— Las tres tías que se han sentado contigo ¿De qué habéis hablado?
— De nada que te interese. —contesté al desconocido.
— Me interesa todo lo que hables con Elena ¿Me oyes? —dijo agarrándome la camiseta por el pecho.
— Me vas a dar de sí la camiseta, suéltame por favor, no me interesan tus asuntos personales. —le respondí retirando el puño de mi camiseta.
— Me interesa todo lo concerniente a Elena porque es mi novia —dijo el tío— la mía es Almudena —dijo otro— y la mía Sara —dijo el tercero.
— ¿Y a mí qué? —les dije y continué mi camino.
— Como les hagas algo te partiré la cara. —dijo el novio de Elena.
— ¡Déjame en paz! —le dije echando a andar otra vez.
No volví a verlos en toda la mañana. No quería líos con nadie. A la hora de comer volví a sentarme sólo en una mesa.
— ¡Hola Pablo! —dijo Almudena sentándose a mi lado.
— ¡Hola Pablo! —me saludó Elena sentándose frente a mí y después me saludó Sara sentándose a mi derecha.
— Hola chicas —les saludé— no quiero problemas con vuestros novios —añadí, luego recogí mis cosas, mi bandeja de comida y me senté dos mesas más adelante, en otra que estaba vacía. Dejé mi mochila, saqué un libro de psicología y empecé a comer tan tranquilo.
— Oye no huyas de nosotras. —dijo Elena sentándose a mi izquierda, Sara lo hizo a mi derecha y Almudena frente a mí.
— Normalmente huyo de los problemas y vosotras lo sois para mí, esta mañana vuestros novios me lo han explicado claramente.
— No son nuestros novios. —protestaron.
— Pues vuestros a amigos, o lo que sea, dejadme en paz y no me busquéis problemas. —insistí volviéndome a levantar pero Elena me sujetó por el brazo.
— No te vayas otra vez, por favor. —me pidió, la miré a los ojos verdes y me volví a sentar. Los cuatro empezamos a comer en silencio.
— Por cierto, lo que dijiste esta mañana, que si eres gay no nos importa. —dijo Sara.
— Nunca hemos hablado con una gay. —dijo Elena.
— He oído decir que son buena gente. —dijo Almudena.
— Os estáis precipitando en las conclusiones. —les dije.
— Oye que de verdad no pasa nada, si es mejor para nosotras, así podremos hablar con más libertad.
— Lo que vosotras digáis. —dije continuando con la lectura.
De repente una manaza se posó sobre las páginas del libro que estaba leyendo dando un sonoro golpe, me llevé un buen susto.
— Esta mañana creo que te lo he dejado claro ¿es que no me has entendido? —dijo el tío que era novio de Elena.
— No te pases Diego, déjale en paz. —dijo ella inmediatamente.
— Tú no te metas, esto es entre él y nosotros. —dijo el tío todo chulo.
— Mira tío yo me abro, no quiero problemas. —le dije antes de que se pusiera más violento.
— ¿Vais a pegar a un gay? —dijo entonces Almudena.
— ¿Eres maricón? —me preguntó el tío.
— No, no lo soy, me gustan las mujeres como a ti. —le respondí.
— Hostias es un bisexual de esos. —dijo otro tío.
— Que no, que es gay. —insistió Sara.
— Pues si es gay también es maricón. —sentenció el novio de Elena, yo seguí comiendo como si no hablaran conmigo.
— Venga Diego déjale en paz, si es gay no hay peligro. —dijo otro de los tíos.
— Tienes razón, con un mariquita no hay problema. —dijo el tal Diego y los tres se marcharon.
— No les hagas caso, son unos gilipollas. —dijo Elena.
— Me parece que todos sois un poco gilipollas. —dije y ellas se echaron a reír sin comprenderme. Terminé de comer, me levanté y salí del comedor.
— ¿A dónde vas? —me preguntó Sara poniéndose a mi lado.
— A las clase de Psicología.
— Qué bien Almu (Almudena) y yo también estudiamos psicología. —dijo Sara metiendo un brazo por el derecho mío, Almudena hizo lo mismo con el izquierdo.
— Yo estudio economía. —dijo Elena a nuestro lado.
— Yo también. —le dije.
— Oye no nos vaciles nos has dicho antes que estudias psicología. —dijo Almudena.
— Es que estudio las dos cosas Economía y psicología. —les aclaré.
— ¡Hostias el él! —exclamó Sara.
— ¿Quién? —preguntó Elena.
— El tío ese de quien tanto hablan, sí tía ¿no te acuerdas que nos han contado que hay un tío que estudia economía y psicología a la vez? —dijo Sara.
— Ahora lo recuerdo, es verdad, dicen que ha sacado las dos materias con matrícula de honor. —dijo Elena.
— ¿Cómo lo haces tío? —me preguntó Almudena.
— Estudiando, no conozco otra manera.
— ¿Pero de verdad eres tú? —insistió Elena.
— Sí, soy yo el que ha sacado matriculas en economía y psicología y no soy un bicho raro, siento desilusionaros. —contesté apretando el paso.
— Oye no corras tanto. —protestó Elena trotando a mi paso, Almudena y Sara seguían cogidas a mis brazos y les arrastraba un poco.
— Es que no me gusta llegar tarde a las clases.
— Bueno pues luego nos vemos, ellas saben dónde. —dijo Elena dando media vuelta. De buena gana me hubiera girado para ver cómo movía el culo pero como era gay según ellas no me atreví a hacerlo.
Al terminar la clase Almudena y Sara me insistieron para que les acompañara, les dije que me dejaran un momento porque tenía que hablar con la profesora y me esperaron fuera del aula.
La profesora se llamaba Carmen y tenía un polvo de campeonato. La tía andaría por los cuarenta años pero estaba buenísima. Hablé con ella de unos temas, ella me respondió con un poco de suficiencia y seguridad en sí misma, yo le rebatí lo que estaba explicándome, debatimos un poco más y al final terminó dándome la razón, antes de salir del aula me preguntó cómo me llamaba y se lo dije.
Almudena y Sara seguían esperándome y en cuanto me vieron se colgaron de mis brazos y me llevaron hasta la cafetería donde nos esperaba ya Elena sentada a una mesa, nos hizo señas en cuanto nos vio entrar y nos sentamos con ella.
Ellas hablaban de cosas que a mí no me importaban y empecé a aburrirme, se dieron cuenta y salimos de la cafetería donde el ambiente era caluroso y asfixiante.
Caminamos por la pradera del campus y nos sentamos debajo de un árbol apartado del camino. Yo me senté con las piernas cruzadas y ellas también por lo que podía verles las braguitas y más porque a Almudena se le salían los pelos de las ingles por los lados de las bragas.
— ¿Normalmente os sentáis así? —les pregunté mirándoles las bragas aposta.
— No, sólo cuando estamos solas, contigo como no hay problema es lo mismo.
— Es que se os ven las bragas, lo digo por eso.
— Joder tía es verdad —dijo Sara— y tú Almu, podías depilarte un poco el potorro, se te salen las “melenas” por las bragas tía.
— ¡No me jodas! —dijo Almu mirándose y para más inri se apartó las bragas a un lado enseñándonos la mata de pelos que tenía en el coño.
— Joder tía imagino que tu novio tendrá un machete. —le dije.
— ¿Para qué necesita un machete? —preguntó la ingenua de Almudena.
— Para apartar esa jungla que tienes entre las piernas, joder tía. —dijo Sara.
— Deberías depilarte. —dijo Elena.
— Tú te depilas “eso”—pregunté inocentemente.
— Claro, es más higiénico ¿lo ves? —dijo Elena apartándose a un lado las braguitas para mostrarme su chochito pelado, y digo “chochito” porque era muy pequeño, ni siquiera se le apreciaba el clítoris.
— Joder tía que pequeño tienes el potorro. —dijo Sara.
— Pues me sirve lo mismo que cualquiera. —dijo Elena picada.
— Diego la debe tener pequeña, si follaras con Juan te haría daño tiene una cacho polla descomunal. —dijo Sara.
— Qué pasa tía que el tuyo es gigante o qué. —preguntó Almudena.
— La verdad es que mi coñito es un poco grande. —dijo Sara apartándose las bragas para que se lo viéramos, yo me agaché para vérselo mejor y me recordó al chochazo de Rosa. Yo no sabía qué hacer para ocultar la erección.
— Sabéis de una “pelu” que depilen los bajos. —preguntó Almudena.
— No tía pero hay jardinerías con cortacésped especiales. —dijo Elena partiéndose de risa.
— Reírte así de una amiga es cruel, la pobre está pasando mucho apuro para que encima te rías de ella. —le afeé a Elena.
— Vale tía perdona —dijo Elena y añadió: —no conozco ninguna peluquería en esta ciudad, supongo que las habrá pero no sé dónde, yo me depilo sola.
— Yo también —dijo Sara— ¿Y tú Pablo?
— ¿Yo qué?
— Que si te depilas ahí abajo.
— Nunca me he depilado, supongo que también tendré un bosque parecido al de Almudena —dije y la chica me lo agradeció con una sonrisa—. Bueno nenas, yo me abro, tengo que estudiar un poco y luego a cenar. —mentí cuando en realidad estaba muy cachondo y deseaba aislarme en mi habitación, ver unos videos porno en internet y cascarme una buena paja a la salud de mis tres amigas.
— Entonces vamos contigo. —dijo Elena de pronto.
— ¿A dónde? —pregunté temiéndome lo peor.
— A tu habitación. Almu que se quede contigo, Sara y yo cogeremos nuestras cosas de depilar de nuestra habitación.
— Joder y por qué no os depiláis en vuestra habitación. —dije.
— Porque de paso te depilaremos a ti, ya verás que fresquito se queda tu “rabito”—dijo Sara partiéndose de risa.
— ¿No me queda otro remedio? —dije imaginando que con un poco de suerte iba a mojar con las tres a la vez.
— No. —dijeron ellas a la vez.
— Si no queda más remedio. —dije dando un suspiro.
Los tres nos levantamos, les dije cuál era mi habitación y Almudena se vino conmigo. Al llegar a la puerta de mi habitación, la abrí con la tarjeta y apoyé un brazo en el hombro de la chica que se tensó de inmediato.
— Lo siento. —dije al darme cuenta.
— No te preocupes, me pasa siempre que entro en una habitación que no es la mía. —me explicó.
— Puedes pasar si quieres o espera a tus amigas en el pasillo, como prefieras.
— Las esperaré dentro si no te importa.
— En absoluto. —dije apartándome de la puerta para que ella pasara.
— Joder esta habitación es una pasada. —dijo mirando alrededor.
— Será igual que las demás. —dije sin darle importancia.
— No te creas, para empezar nuestra habitación se abre con llave en vez de con tarjeta, es muy pequeña comparada con ésta, las tres casi no cabemos.
— ¿Me estás diciendo que las tres estáis en la misma habitación?
— Claro, somos amigas de la misma ciudad, bueno Sara y Elena son vecinas, sus padres viven en la misma urbanización.
— ¿Y tú?
— Yo vivo en una urbanización de currantes ¿me entiendes?
— Sí.
— Joder tío, tienes una habitación independiente —dijo yendo hacia ella y se asomó— ¡joder y una cama enorme! Ya verás cuando lo vean las otras lo van a flipar.
— Puedes sentarte si quieres —le dije dejando mi mochila al lado del escritorio—. ¿Te apetece algo?
— Una cerveza me vendría bien.
— Solo tengo refrescos, lo siento pero no bebo.
— Entonces un refresco está bien.
Me acerqué a la cocina y saqué del pequeño frigorífico dos latas de refresco.
— Toma tu refresco. —dije tendiéndole una lata.
— No me digas que también tienes una cocina.
— Ahí está, puedes verla si quieres. —Almudena se levantó nerviosa y entró en la cocina.
— Joder tío tienes un apartamento en toda regla, mis padres no pueden costearme una cosa así.
— Yo ni sé lo que cuesta éste.
— Pues una pasta ya te lo digo yo. Oye ¿te importa que fume?
— No pero abre la ventana, me molesta el olor a tabaco. —le dije. Almudena se levantó y al abrir la ventana vio la terraza de afuera.
— ¡Qué cabrón! Menuda terraza —se le escapó— lo siento, no pretendía insultarte. —dijo dándose la vuelta para mirarme.
— Ya lo sé, anda tómate el refresco que se va a calentar.
Almudena se sentó frente a mí en un sillón sin preocuparse si enseñaba mucho o poco, claro como yo se suponía que era gay pues ella me tenía confianza para enseñármelo todo como en este momento, así que mientras esperábamos a Elena y Sara disfruté mucho del refresco y de la vista de las piernas y las bragas de Almudena, que pese a sus “melenas” estaba buena la tía. Al poco llamaron a la puerta, me levanté a abrir y entraron Elena y Sara. Lo primero que hicieron fue flipar con el apartamento. Lo exploraron todo de arriba abajo hasta que se cansaron y se sentaron en el sofá de cualquier manera con lo que volví a disfrutar de la vista.
— Bueno tía entra en el baño y lávate si quieres que te depilemos ese bosque y sal desnuda.
— ¿Por qué?
— Porque así si te hacemos las axilas si es necesario, es mejor estar desnuda para darte crema hidratante, sino te escocerás.
— Joder tía es que me da un poco de cosa quedarme desnuda aquí.
— Si es por mí no te preocupes, estoy acostumbrado. —dije rápidamente.
— Claro que sí tía, es gay y no se va a empalmar si nos ve en pelotas ¿a que no? —dijo Elena.
— Sería la primera vez que me pasa. —dije poniendo cara de inocente.
Almudena se metió en el baño y salió minutos después como dios la trajo al mundo. Sonreí como un tonto para disimular y me crucé de piernas poniéndome un cojín encima para que no me notara que empezaba a empalmarme. Pero mis ojos se clavaron en el bonito cuerpo de Almudena. Sus tetas eran preciosas, un poco grandes. Los pezones eran rosados igual que sus areolas, la mata de vello de su entrepierna la afeaba bastante pero de espaldas tenía un culazo que me recordó al de mi madre.
Sara y Elena le dijeron que se tumbara en el sofá bien espatarrada y ella lo hizo con la cabeza al otro lado de donde me encontraba, así que podía ver sin problemas la depilación.
— Tías ¿no me lo iréis a hacer con la cera?
— Claro que no, es crema depilatoria, mira. —dijo Sara tendiéndole la caja de cartón.
Elena y Sara empezaron a extender la crema con unas pequeñas espátulas de plástico por todo el felpudo de Almudena.
— Dale también por el culo que lo tiene lleno de pelos, yo voy a darle un poco de crema alrededor de los pezones. —dijo Elena a Sara.
— Ya está, ahora tienes que esperar así sin moverte diez minutos y luego entras en el baño y te lavas.
— ¿Y ya está? —preguntó Almudena sorprendida.
— Así es, ¿a que es fácil? —le dijo Sara.
— No conocía esta crema, siempre iba a un sitio a hacerme las ingles brasileñas. —dijo Almudena.
— Pues tía no cuesta tanto y tienes para un montón de depilaciones con un bote, lo que tienes que hacer es no dejarte crecer esas melenas que tenías.
— Partir de ahora lo haré así.
Sara y Elena empezaron a charlar de ropa de mujer, Almudena se unió a la conversación, yo prestaba atención pero mi mirada se iba a la espatarrada Almudena. Les recordé que habían pasado diez minutos, Almudena se levantó y caminó espatarrada hasta el baño.
— Ahora vas tú. —me dijo Elena.
— A mí no hace falta que me lo hagáis, ya he visto como se hace, me compraré la crema y me depilaré yo. —les dije.
— Oye si es porque la tienes pequeña, no te preocupes, no nos reiremos ni haremos chistes.
— ¿Por qué supones que es por el tamaño? —pregunté intrigado.
— El tamaño del miembro es el tema favorito de los hombres, todos la tienen grande de boquilla pero cuando les ves en pelotas tienes que aguantarte la risa. —dijo Sara.
— ¿Has tenido que aguantar la risa alguna vez? —le pregunté.
— No porque Juan tiene una buena polla, grande y dura, le mide 17 centímetros.
— ¿Se la has medido? —preguntó Elena.
— Pues claro tía, no soy adivina. —respondió Sara.
— ¿Cuánto es 17 centímetros? —preguntó Elena con curiosidad.
— Una cuarta mía. —dijo Sara extendiendo la mano, Elena puso la suya sobre la de ella y vio que coincidían.
— Tu mano es como la mía Diego la tiene más pequeña, pero a mí me sirve. —dijo Elena.
— ¿Lo habéis hecho con vuestros novios? —les pregunté.
— Las tres lo hemos hecho. —se apresuró a contestar Elena.
— Espera tía, creo que Almu no, me parece que es virgen todavía. —dijo Sara.
— ¿De quién estáis hablando cotillas? —dijo Almudena saliendo del baño.
— Hablábamos de ti cariño, tus amigas dicen que aún no lo has hecho. —dije.
— Sí soy y virgen ¿qué pasa? —dijo retándonos.
— Nada querida, cada una es como es. —volví a decirle.
— A ver petarda túmbate para que podamos contemplar nuestra obra de arte. —dijo Elena. Almudena se tumbó espatarrándose de nuevo ante nosotros. Sus amigas repasaron con sus dedos las ingles y los labios mayores buscando el roce de algún pelo en las yemas de sus dedos. Almudena estaba tan tranquila en cambio yo me excitaba cada vez más, tenía un sexo normal, nada que destacase. En ese momento me vino a la mente el recuerdo de Sally y noté que se me encogía el corazón «Es que nunca vas a hablarme». Pensé.
— Pero estate quieta joder. —protestó Sara aplicando la crema hidratante en el pubis y las ingles de su amiga.
— Jo tía que me hacéis cosquillas. —protestó riéndose Almudena.
— Ahora estate quieta que te voy a dar crema en el culo. —dijo Sara aplicando la crema con dos dedos alrededor del esfínter anal de su amiga y cuando finalizó le dio un sonoro anote en las nalgas.
— Ya estás apañada, como te dejes crecer los pelos otra vez te los arranco con unas pinzas. —le advirtió Sara.
— Ahora le toca a Pablo ¿no? —preguntó Almudena.
— Dice que se comprará la crema y se lo hará él.
— ¿Qué pasa que la tiene pequeña? —preguntó Almudena.
— No lo sé no se la he visto.
— Pues eso no es excusa, a mí me has visto el chichi ahora quiero vértelo yo a ti. —me dijo Almudena tirando de mí para que me levantara.
— Oye que yo no tengo chichi como vosotras. —protesté dejándome empujar por las tres hasta el baño.
Cerré la puerta y empecé a desnudarme, al quedarme en pelotas y ver lo empalmada que tenía la polla me dije que no podía salir así, entonces me senté en el bidet abrí el grifo del agua fría y esperé a que el chorro de agua me bajara la calentura, mientras tanto empecé a lavarme con jabón.
— Venga Pablo que es para hoy. —dijo una de las chicas.
— Ya voy, me estoy secando un poco —dije viendo que mi polla ahora estaba flácida—. Cerré los ojos, llené mis pulmones de aire y me dije «que sea lo que Dios quiera» mientras abría a puerta del baño. De repente las tres guardaron silencio y se me quedaron mirando.
— ¿Qué pasa? —pregunté haciéndome el preocupado aunque de sobra sabía por qué se habían callado de golpe.
— Madre mía qué desperdicio. —dijo Sara.
— Joder si diego la tuviera así me mataría. —dijo Elena.
— Pues a mí no importaría probarla, perdería mi virginidad con mucho gusto. —dijo Almudena.
— Chicas por favor me vais a poner colorado.
— Anda ven túmbate aquí. —dijo Sara palmeando el asiento del sofá. Caminé con paso tímido y me tumbé con las piernas juntas.
— Como me hagáis algo que no me guste me levanto. —les advertí.
— No te preocupes lo único que te haríamos seria comernos esa polla. —dijo Sara.
— Anda espatárrate. —me pidió Elena y le obedecí.
— ¡Madre mía! —dijo Almudena— menudo par de cojones que tiene.
— Esto no se ve ni en internet. —dijo Sara.
— Si quisiera podría con las tres a la vez. —dijo Elena.
— Por favor chicas me siento incómodo, cuando me miráis así tengo la impresión de ser un consolador con patas.
— ¡Y qué consolador! —dijo Sara.
— Si solo vais a decir esas cosas me levanto. —dije simulando enfadarme.
— No, venga vamos a empezar. —dijo Elena. Tanto ella como Sara aplicaron crema en sus pequeñas espátulas y empezaron a embadurnarme el pubis y las ingles.
— Almu, sujétasela que si le rozamos con la crema se va a escocer. —dijo Elena.
— Encantada. —dijo Almudena agarrándome la polla para que sus amigas me aplicaran la crema sin peligro.
— ¿qué tal? —preguntó Sara.
— Está dura a pesar de estar flácida y muy caliente. —dijo Almudena. Elena se encargó de sujetarme los huevos con una mano para aplicarme la crema por debajo y alrededor del escroto.
— Fijaos chicas casi no me caben en la mano. —decía a sus amigas. Sara me dio crema alrededor del esfínter anal y con eso terminó.
— Si te cansas me lo dices y te relevo. —le dijo a Almudena.
— No te preocupes, por mí estaría así toda la vida. —dijo y todos nos echamos a reír.
— Desde luego cómo sois, Sara hace un momento nos explicabas que su novio tenía una polla grande. —dije.
— Pero es que tú la tienes más que ellos tres juntos.
— No será para tanto.
— Que no dice. —comentó Elena.
— Bueno tía déjame a mí un poco que tú llevas mucho rato. —dijo Sara apartando la mano de Almudena para cogerme ella la polla.
— ¡Joder que gorda es! —decía Sara acariciándome la punta con el pulgar de su mano.
— Cariño no hagas eso, me haces cosquillas y la despertarás. —dije a Sara.
— No te preocupes si te empalmas no me importa.
— Pues que se empalme tonta. —le dijo Elena.
— Oye no, a ver si con la tontería la crema me va escocer.
— Es verdad, mejor luego cuando le deis la crema hidratante. —dijo Almudena.
— Oye Pablo, si nos vieses desnudas ¿te empalmarías? —me preguntó Elena.
— Almudena está desnuda y no me empalmo. —le dije.
— Es verdad. —dijo Elena.
— Lo que dije al principio ¡Qué desperdicio! —dijo Sara.
— ¿Falta mucho? —pregunté.
— No, ya puedes lavarte. —dijo Almudena consultando la hora en su móvil.
— Entonces me voy a dar una ducha. —dije.
— Pablo, si necesitas que alguien te enjabone la espalda avísame. —dijo Sara, en ese momento me vino el recuerdo de Sally enjabonándome la espalda cuando nos duchábamos y me puse serio, no dije nada y me metí en el baño escuchando sus cuchicheos.
— Joder tía te has pasado. —le dijo Elena.
— Le has ofendido. —dijo Almudena.
— No creo que haya sido para tanto anda que si fuese Juan me había arrastrado a la bañera. —comentó Sara.
— Ya pero él es gay y hay una diferencia. —dijo Elena.
Afortunadamente ninguna daba con lo que me pasaba en realidad, claro que no me conocían para saberlo. Me duché y a punto estuve de hacerme una paja por si a ellas se les ocurría hacerme una tardaría más en correrme, pero al final no me toqué. Me sequé y salí del baño.
Volví a tumbarme sobre el sofá y me espatarré delante de ellas. Elena se embadurnó las manos con crema hidratante y me la aplicó por el pubis y las ingles. Sara se encargó de mis huevos y mi culo, justo cuando me rozaba el esfínter con la yema de sus dedos, mi polla dio un respingo hacia arriba. Nadie dijo nada y Sara se adelantó a sus amigas empezando a acariciarme la polla con sus pequeñas manos y mi polla empezó a responder a sus caricias.
— Por favor me queréis decir lo que pretendéis hacerme. —dije simulando enfadarme.
— Sólo te voy a hacer una paja Pablo, no pasa nada. —me dijo Sara sin dejar de acariciarme.
— No tía, las tres le vamos a hacer una paja, un poco cada una, no es sólo tuya. —dijo Almudena mosqueada.
— ¿Y cuándo me corra qué?
— Pues te limpiamos. —dijo Elena.
— Pero sólo esta vez ¿vale? —les dije pero ninguna me contestó. Sara que era la más lanzada se atrevió a chupármela.
— Joder tía eso no se lo hago yo a Diego ni con los ojos vendados. —dijo Elena.
— Yo tampoco le hago eso a Enrique una paja como mucho y va que chuta. —dijo Almudena.
— Pues no sabéis lo que os perdéis, sabe deliciosa. —dijo Sara lamiéndome el capullo.
— A ver, déjame probar a mí. —dijo Elena agachando la cabeza. Sara se encargó de sujetar mi polla, Elena sacó un poco la lengua y tímidamente me rozó el glande. Le gustó y lo abarcó con la boca acariciándolo con la lengua.
— Ya vale tía déjame un poco a mí. —dijo Almudena agachando también la cabeza. Como no quería ser menos que sus amigas abrió la boca y se tragó todo mi glande, lo más curiosos es que de las tres era la que mejor lo hacía.
— Bueno ya vale que os enviciáis. —protestó Sara apartando la cabeza de Almudena.
— Joder tía eres una egoísta la quieres toda para ti. —protestó Almudena.
— Pues cómele los huevos. —le dijo Sara sin soltarme la polla, ella precisamente sería la primera que me follaría, estaba seguro. Me puse de lado, Almudena me levantó la pierna que tenía encima de la otra y se lanzó a lamerme los huevos, Elena se conformó con lamerme el culo y yo disfrutando como un loco. Tras un rato Sara fue la primera en hablar como supuse.
— Oye Pablo sería mucho pedir que me la metieras un poco. —me dijo Sara.
— Yo no te la voy a meter Sara.
— No, por eso no te preocupes, yo me encargo. —dijo y empezó a desnudarse completamente. Tenía los pezones más oscuros que Almudena y aunque pequeños los tenia de punta de lo excitada que estaba. Se sentó sobre mi estómago, y me agarró la polla dispuesta a sentarse sobre ella.
— ¡Espera! —dijo Elena— yo me encargo de metértela. Noté que me agarraba la polla pero para empezar a chupármela como una bruta.
— ¿Qué pasa joder? —protesté.
— Nada que Elena te la está chupando un poco, tranquilízate. —dijo Sara. Al poco vi como ella se sentaba sobre mi polla dejándose caer de golpe y soltó un gritito de dolor.
— ¡Qué burra eres tía! Podías haberte rajado. —dijo Elena como si mi polla fuese una navaja.
— ¿Qué sientes tía? —le preguntó Almudena.
— Un gusto de muerte, chupadme los pezones que me corro. —pidió Sara, su amiga Elena empezó a chuparla los pezones y ella alcanzó el clímax en un momento. Noté que le escurría abundante flujo de su vagina, demasiado para mi gusto.
— Ahora yo. —dijo Elena despelotándose.
— Ten cuidado que tú tienes el chichi pequeñito. —le recomendó Almudena.
— No te preocupes. —dijo ella sentándose sobre mi polla con cuidado. Tenía la vagina muy estrecha y eso me daba un gusto de muerte, tuve que hacer mucho auto control para no correrme.
— ¡Hostia cómo se le abre el chichi! —decía Almudena.
— Es que es muy gruesa —le explicó Sara—aprovéchate si quieres perder la virginidad. —añadió.
— No sé tía me da cosa, mis padres son muy religiosos y mi madre siempre me ha inculcado que la mujer debe ir virgen al matrimonio.
— Tú eres gilipollas. —le dijo Sara.
— Piensa lo que quieras. —dijo Almudena mosqueada. Y mientras tanto tenía que aguantar la torpe cabalgada de Elena que ni me daba gusto siquiera porque tenía la vagina muy seca, además tenía una teta más pequeña que la otra y fue una desilusión para mí, la tía estaba muy buena vestida pero desnuda lo perdía todo. No pidió que nadie le chupara los pezones, se corrió ella solita dejándome con las ganas.
— Bueno Almudena te decides o no a perder la virginidad. —le dijo Sara.
— No tía, lo haré por el culo. —contestó ella.
— ¿Por el culo? ¿Tú estás loca? —le dijo Sara.
— Así me lo hace Enrique y no tengo problemas de quedarme embarazada.
— Pues tomate la píldora como hacemos nosotras. —le dijo Elena.
— Si no tienes un condón no te dejo hacerme nada. —dije yo.
— No te preocupes no te voy a pegar ninguna enfermedad. —me contestó Almudena.
— Lo dice por la higiene so lela. —le dijo Sara.
— Pues yo no tengo condones, siempre los lleva Enrique. —se lamentó Almudena.
— A nosotras no nos mires, no nos hace falta. —dijo Elena.
— Bueno pues entonces ya está. —dije yo deseando que se marcharan, ya me haría yo una paja y me correría a gusto.
— Ya está no, yo quiero repetir. —dijo Sara poniéndose encima de mí otra vez, esta vez dándome la cara. Ella solita se metió mi polla dentro, se echó sobre mí apoyando la cara en mi pecho y comenzó a menear el culo, de las tres era la que mejor follaba pero tampoco era para tirar cohetes.
— ¿Me dejas que te bese? —me preguntó.
— Te estás pasando.
— Anda será sólo un poco.
— Sólo un poco ¿eh? —insistí. Sara pegó su boca a la mía y empezó a besarme, con la lengua intentaba que yo abriera los labios pero me negué para disimular.
— ¡Joder colabora un poco! —exclamó mosqueada.
— ¿Y qué quieres que haga?
— Que abras la boca, para que pueda meterte la lengua.
— ¿Pretendes meterme la lengua en la boca? ¡Qué asco tía!
— ¿Alguna vez has besado con lengua?
— No.
— Entonces abre la boca y deja que te enseñe a morrear. —me dijo pegando sus labios a los míos de nuevo. Abrí la boca tímidamente y ella entró como un torbellino. Al poco tiempo nos estábamos morreando como si no hubiera un mañana. Estuvimos comiéndonos la boca hasta que nos dolió la lengua.
— Joder para no saber besar lo haces de puta madre. —dijo y volvió a repetir sin dejar de mover el culo. Precisamente mientras nos besábamos tuve la sensación de que se estaba corriendo. Cuando dejamos de besarnos apoyó la cabeza debajo de mi barbilla y noté que su corazón latía precipitadamente pero yo aún no me había corrido, esperaba hacerlo dentro de ella y fui paciente.
— Pablo.
— ¿Qué?
— Necesito que te pongas encima de mí y me folles.
— Eso no tía.
— Te lo pido por favor.
— No entiendo a qué viene eso.
— Tiene que ver con que necesito saber lo que se siente cuando descargues.
— Joder Sara no puedes hablar en serio.
— Muy en serio Pablo ¿has follado antes?
— Sí.
— Pues házmelo como si fuera uno de esos tíos. —dijo convencida de mi homosexualidad.
— Eres una pesada, siempre te sales con la tuya.
— A lo mejor hasta te gusta. —me dijo levantándose de mí.
— ¿Ya habéis terminado? —preguntó Elena.
— Todavía no, Pablo me va a echar un polvo en condiciones. —dijo Sara orgullosa.
— No tientes a la suerte. —dijo Almudena.
— No pasa nada. —dijo Sara muy segura de sí.
Ella ocupó mi lugar y yo me acomodé entre sus piernas, alcé las suyas con mis brazos y se la metí empujando despacio. Cuando llegué al final empujé un poco más y permanecí quieto. Ella me miraba jadeante, estaba a punto de caramelo. Empecé a bombearle el coño despacio, de pronto aceleré un poco y ella se corrió. Seguí bombeándola despacio hasta ver que se recuperaba, aceleré el ritmo y cuando volvió a jadear me moví rápidamente, arqueó la espalda y volvió a correrse otra vez. Podría haber estado jugando con ella todo el día pero no quise demorarlo más.
Me agarré a su cuello y empecé a morrearla mientras la bombeaba a buen ritmo. Ella volvió a correrse y poco después empecé a descargar yo. Como llevaba tiempo sin correrme eyaculé con abundancia y permanecí sobre ella mientras me recuperaba del esfuerzo. Ella me acariciaba la nuca con una mano y la espalda con la otra.
— Pablo.
— ¿Qué?
— Si no supiera que eres gay me enamoraría de ti sin dudarlo.
— A qué viene eso ahora. —dije levantando la cabeza para mirarla. La verdad es que así al natural, era las más guapa de las tres, si no fuera porque mi corazón le pertenecía a Sally a lo mejor me habría enrollado con ella.
— Eres muy cariñoso y follas de maravilla.
— Gracias.
— Las gracias te las tendría que dar yo a ti, en mi vida he sentido jamás lo que contigo.
— Te estás poniendo romántica así que mejor lo dejamos. —dije levantándome.
Al sacarle el miembro le salió un buen chorro de semen de la vagina. Luego la ayudé a levantarse y la sujeté camino del baño porque decía que no le sujetaban las piernas. Elena y Almudena se quedaron limpiando el sofá, menos mal que era de piel sintética.
Entramos los dos en la ducha y le enjaboné la espalda y el pecho procurando sobarle las tetas todo lo que pude, ella me enjabonó la espalda y por supuesto la polla y los huevos, gracias al jabón sus caricias me la pusieron dura de nuevo.
— Pablo.
— ¿qué?
— Estás duro otra vez.
— La culpa es tuya que no dejas de tocarme.
— Necesito que me lo hagas otra vez, aquí mismo.
— Es una urgencia.
— Sí.
La apoyé contra la pared y comencé a comerle la boca y a sobarle las tetas, jugando con sus pezones. Ella alzó una pierna, yo la cogí en vilo y se la clavé de un empujón. Me agarré a su culo y empecé a bombearle el coño de nuevo. Conseguí que se corriera dos veces antes de eyacular yo. Permanecimos abrazados hasta que me entraron ganas de mear.
— Sara
— ¿Qué?
— Necesito que te bajes, me estoy meando.
— Pues méame el coño.
— ¿Qué?
— Que me mees el coño, no pasa nada.
— Eso ya lo sé, pero no te entiendo.
— No pienso sacarme tu polla ¿me entiendes ahora?
— Pues mea cuando quieras porque yo voy a mearte de un momento a otro. —me dijo y al poco tiempo empezó a hacerlo soltando un fuerte chorro contra mi vientre. Me excitó eso y empecé a mear dentro de su coño.
— Te estás poniendo duro de nuevo, lo noto. —me dijo después.
— Tendrías que dejarme salir, las otras se van a mosquear.
— De eso nada, se imaginan lo que hacemos.
— No hacemos nada ahora mismo.
— Ahora mismo no, pero dentro de un momento sí.
— ¿Y qué haremos dentro de un momento?
— Que volverás a follarme.
— Estás muy segura de eso.
— Lo estoy. —dijo mirándome a los ojos.
— Si quieres que eso pase tendrás que darme algo más que tu coño.
— Si quieres mi culo, es tuyo.
— ¿Estás segura?
— Dejaría que me estuvieras jodiendo toda la vida, que más me da que sea por el coño o por el culo, lo que me importa es ser tuya.
— Ya ¿Y Juan?
— Que le den, nos es más que un entretenimiento.
— Lo mismo que yo.
— No Pablo, tú eres mucho más que eso, no te lo vas a creer pero te amo, me he enamorado de ti mientras me jodías.
— Eso no puede ser.
— Lo sé pero no puedo impedirlo, no mando en los sentimientos.
— Esto se está poniendo muy peligroso, vamos a hacer una cosa.
— ¿El qué?
— Te voy a follar otra vez y después de que te corras quiero que me entregues tu culo para que pueda correrme dentro ¿de acuerdo?
— Por mí encantada.
Este polvo fue el mejor. Ya no disimulé. Le comí la boca. Saboreé sus pezones una y otra vez y no dejé de bombearla hasta que alcanzó un clímax intenso. Cuando se recuperó se puso a cuatro patas sobre la ducha.
— No puedo sujetarme de pie, así que aquí tienes mi culo, lo único que te pido es que no me hagas daño.
— No te preocupes seré muy dulce ya lo verás.
Me situé detrás de ella y empecé a lamerle el culo ensalivando el esfínter. Metí un dedo dentro de su ano para relajarlo y luego introduje otro dedo más, separándolos para preparar su esfínter. Cuando calculé que estaba a punto, coloqué el glande contras su ano y empecé a empujar, despacio pero con vigor. Le dolió un poco hasta que entró el glande, luego fue cosa de empujar lentamente hasta metérsela toda entera. Entonces me eché sobre su espalda para morderle la nuca.
— Me encanta tu culo. —dije notando los escalofríos que le provocaba.
— Y a mí tú y tu polla.
— ¿Te hago daño?
— No. Desvírgame el culo de una vez.
— Nunca lo has hecho por detrás.
— No, tú eres el primero y con un poco de suerte puede que el único. —guardé silencio.
Podía haberle dicho la verdad, que no pensaba enrollarme con nadie pero no quise, ya tenía decidido aprovecharme de ella todo lo que pudiera y cuando me cansara pues a otra cosa.
Comencé a bombearle el culo despacito, sobándole las tetas y besando su espalda al mismo tiempo. Ella gimió con mis caricias. Continué así un poco más hasta notar que ella se entregaba. Le ayudé a decidirse frotándole el clítoris con la yema de mis dedos.
Seguí frotando y fallándome su culo hasta que se corrió. Llegado a ese punto supe que era mía. Le agarré las caderas con fuerza y le clavé la polla con decisión, sin pasarme, sólo para que tuviera claro quien mandaba. Mientras alcanzaba el orgasmo empecé a eyacular yo dentro de su culito y me dio un gusto de muerte. Después nos lavamos y salimos del baño.
— Habéis tardado una eternidad. —dijo Almudena.
— ¿Qué habéis estado haciendo? —preguntó Elena.
— Imagínatelo. —dijo Sara empezando a vestirse.
— Qué cerda eres tía te lo has follado de nuevo ¿a que sí?
— Os lo contaré por el camino, vámonos ya. —dijo Sara empujándolas hacia la puerta.
— Hasta mañana Pablo. —se despidieron.
— Hasta mañana chicas. —contesté pero Sara se dio la vuelta y me dio un beso con lengua.
— Hasta mañana amor mío. —dijo al despedirse.
Me fui a la habitación y me dejé caer sobre la cama, las palabras de Sara aun sonaban en mi cabeza, recordándome a mi dulce Sally, cuanto me hubiera gustado que se despidiera de mí diciéndome eso: Hasta mañana amor mío.
El reloj de la mesilla marcaba las ocho de la tarde, tenía que vestirme para bajar a cenar. Me puse unos slips, unos vaqueros y una camiseta color cereza, me calcé las zapatillas y salí de la habitación para acercarme a la cafetería, estaba muerto de hambre.