La ventana indiscreta. 019

Sally y yo empezamos a caminar y al poco tiempo noté que podía ha-cerlo con un poco más de soltura y enseguida lo achaqué a la confian-za que me daba ella caminando agarrada a mí, me agaché oliéndola la cabeza y se la besé, ella me miró sonriendo.

Capítulo 19:

Sally y yo empezamos a caminar y al poco tiempo noté que podía hacerlo con un poco más de soltura y enseguida lo achaqué a la confianza que me daba ella caminando agarrada a mí, me agaché oliéndola la cabeza y se la besé, ella me miró sonriendo.

— Me encanta como hueles, te comería aquí mismo. —le dije.

— Seguro que sí. —dijo ella riendo y seguimos caminando.

Estábamos muy cerca del parque infantil. Las luces de un coche nos hicieron subirnos a la acera para apartarnos de la calle y entramos en el parque sentándonos en un banco próximo rodeado de pinos y arbustos que nos guarecía de miradas indiscretas. Vimos que el vehículo del cual nos habíamos apartado se detenía unos metros más adelante y se bajaron dos hombres. Uno de ellos permaneció recostado en el vehículo mirando calle abajo, donde estaba la policía, eso nos llamó la atención. De pronto el otro hombre se subió al capó y de ahí al  techo del coche, apoyó las manos sobre el muro de piedra y miró a un lado y a otro como si expiara a los habitantes de esa finca. Le pedí a Sally que no hiciera ruido y que guardara silencio.

— Están vigilando la casa del abuelo. —le susurré al oído, ella se tapó la boca con las manos impresionada y un poco agachados seguimos vigilando a los del coche que de momento no hacían nada, salvo el del techo que sólo vigilaba.

— Podría dar un rodeo y acercarme a la policía. —me susurró ella.

— Y si te descubren ¿qué? Lo mismo para cuando llegue la policía ya se habrán marchado. —susurré.

— ¿Entonces qué vamos a hacer?

— Nada, de momento permaneceremos aquí escondidos y cuando se vayan se lo comunicaremos a los policías para que estén atentos.

— Pero ¿y si saltan el muro?

— Entonces ya veremos, de momento sólo vigilan el interior de la finca. —de repente oímos una voz a nuestra espalda.

— ¡He vosotros nos os mováis de ahí! —escuchamos decir en voz baja. Giré un poco la cabeza y vi a un policía que me hacía señas con el dedo para que estuviera callado. Se acercó un poco más a nosotros empuñando una ametralladora, echó un vistazo a los del coche y volvió a apartarse, habló rápidamente por la radio y mediante señas nos indicó que camináramos hacia él.

— Seguid caminando hasta salir del parque por ese lado —nos señaló la salida opuesta a donde nos encontrábamos— y esperad al otro lado de ese coche ¿entendido? —movimos la cabeza afirmativamente y empezamos a caminar hacia donde nos había indicado el policía. Oímos un poco lejos chirriar de neumáticos, luego voces. Sally y yo estábamos muy asustados. Pasados unos minutos el mismo policía apareció ante nosotros.

— Ya ha pasado el peligro, podéis levantaros.

— ¿Los han cogido? —pregunté.

— Sí.

— Estaban vigilando la casa de mi abuelo. —le dije.

— Lo sabemos, nosotros les vigilábamos también a ellos porque ya es la tercera vez que pasan por esta calle. Venga vamos. —nos pidió y empezamos a caminar de regreso a la casa del abuelo.

En la puerta vimos a diez o doce policías, todos con las armas en la mano y a los dos hombres del coche esposados con las manos detrás de ellos.

— Esperad aquí un momento. —dijo el policía echando a andar hacia sus compañeros. Hablo con ellos y nos miró, el compañero asintió con la cabeza, entró en uno de sus coches y salió con dos prendas que parecían cazadoras entregándoselas al policía que nos había acompañado. Mientras éste regresaba hasta donde estábamos, los otros policías empujaron a los dos hombres hasta que se arrodillaron, con el pie les obligaron a tumbarse boca abajo, casi con las cabezas debajo de unos de los coches patrulla.

— Tomad poneos esto por encima para que no os reconozcan. —dijo tendiéndonos des cazadoras de los policías. Sally y yo nos las echamos por la cabeza cerrándolas sobre nuestras caras con una mano de forma que solo quedaban nuestros ojos al descubierto y caminamos hacia la entrada de la casa pasando bastante alejados de los dos tipos que estaban esposados en el suelo.

— Otro policía golpeó la puerta de entrada y ésta se abrió, otro policía asomó la cabeza.

— Son los dos jóvenes. —dijo el que nos acompañaba.

— Que pasen. —Sally entro primero, yo la seguí, la puerta se cerró detrás de nosotros, entonces vimos a cuatro policías charlando con el abuelo y mi madre, que al vernos corrió hasta nosotros.

— ¡Por el amor de Dios! ¿Dónde estabais? —nos preguntó muy nerviosa dándonos besos por toda la cara.

— Sentados en un parque que hay a unos doscientos metros de aquí.

— Vamos entrad todos en la casa —dijo el abuelo— estos policías permanecerán aquí dentro para vigilar. —los cuatro entramos en la casa y mi abuelo cerró la puerta de entrada y con la llave activó la cerradura.

— ¿Estáis bien? —nos preguntó.

— Sí abuelo no te preocupes.

— Ha sido una imprudencia por vuestra parte salir de la casa ¿lo comprendéis? —tanto Sally como yo asentimos con la cabeza.

— Pues no volváis a hacerlo, los policías me han dicho que llevan casi toda la tarde sospechando de dos coches, uno es el que han detenido pero queda otro más.

— ¿qué horas es? —pregunté.

— Las cuatro y media de la madrugada. —me respondió el abuelo.

— Yo no tengo sueño, no podría dormir ahora mismo, me siento muy nerviosa. —dijo mi madre.

— Voy a preparar una infusión para que nos relajemos. —dijo Sally yendo a la cocina.

— Espero que no nos dé por dormir con esa infusión. —comenté aposta.

— ¿Por qué? —preguntó mi madre.

— Porque mañana tendrás que estar despejada, nos vamos de aquí o ya no te acuerdas. —le dije.

— Bueno eso… en realidad hijo ya no nos vamos, tu abuelo y yo nos hemos perdonado. —me explicó mi madre.

— Me alegro de que todo vuelva a ser como antes. Los dos os merecéis ser felices. —les dije y al ir a besar a mi madre esta retrocedió.

— Las cosas nunca volverán a ser como antes Pablo. Tan to tu abuelo como yo haremos nuestra vida por separado. —dijo mi madre. Sus palabras fueron un mazazo para mí. Se acabó la felicidad, el buen rollo y disfrutar de la familia noté como la decepción de me envolvía desatándome una rabia que si la dejaba salir en ese momento les hubiera dado de hostias a los dos, pero opté por controlarme.

— Me voy a mi habitación. —dije caminando hacia ella.

— ¿Y la infusión de Sally? —me preguntó mi madre.

— Me la tomaré en mi habitación. —contesté sin volverme.

Entré en mi habitación. Me quité la camiseta y me senté sobre la cama, me desabroché los vaqueros, alcé una pierna y al tirar de ellos me dolió la espalda, lo dejé y me senté apoyando la espalda en el cabecero de la cama. A los poco minutos entró Sally con una bandeja y cuatro vasos humeantes, detrás entró mi madre y luego el abuelo.

— Hemos decidido acompañarte. —dijo Sally dejando la bandeja sobre un mueble cercano.

— Conque hubieras venido tú sola me bastaba, los demás me sobran. —dije mirando hacia el baño que estaba frente a mí.

— Toma, bébete esto —dijo Sally pasándome un vaso— ten cuidado que aún está caliente. —me advirtió y lo cogí con cuidado para no quemarme. Mi abuelo permanecía de pie con un vaso en la mano y mi madre también, pero decidió sentarse en la cama. Sally se subió a la cama descalza y se acercó a mí, sentándose a mi lado.

— Hijo, a veces los padres tenemos que tomar decisiones que no gustan a sus hijos, pero no tenemos otro remedio. Debes ser fuerte y verás cómo lo superaras.

— ¿Qué tengo que superar madre? ¿Que me quieras joder  la vida otra vez? Hasta ahora no te habías preocupado nunca por mí y no entiendo por qué tienes que hacerlo ahora. Cuando estaba en el hospital fuiste tú la que sobrepasó los límites normales en la relación entre una madre y un hijo y ¿ahora qué? ¿Me tengo que joder porque tú lo digas? Mira, si de verdad quieres hacerme un favor, te ruego que salgas de mi vida, lárgate y vive la tuya como quieras, lánzate a una puta alcantarilla si es tu gusto, pero no te creas con el derecho de arrastrarme a mí también. Me quedo con mi abuelo, estudiaré, me casaré y procuraré montar mi propia familia. Cometeré errores por supuesto, pero serán ¡mis errores! No los tuyos ni los del cabrón de mi padre, así que madre, ya sabes lo que pienso. —terminé de hablar y bebí un buen trago del vaso, sintiendo que me había quitado un buen peso de encima.

— Eres muy injusto conmigo. —dijo mi madre.

— Eso es mentira y lo sabes, la injusta has sido, toda tu puñetera vida, preocupándote nada más que de cotillear con tus amigas y follar con tu marido. Que luego fueras una “mal follada” no es mi problema, yo tenía bastante con los míos, menos mal que tenía a mi abuelo para confesarme ¿Dónde cojones estabas tú? Cuando a mí me torturaban los hijo putas del instituto por el simple hecho de que me gustara estudiar ¿eh madre? ¿Dónde estabas…? Yo te lo diré, viviendo en tu mundo de pija. Ocurre el asalto, una puta desgracia para los dos. Y de pronto apareces en mi habitación y todo cambia. Me tocas la polla cuando te da la gana, me la chupas cuando te apetece pero eso sí, yo no debía tocarte, la señora tenía que guardar las formas con su hijo ¡eres una hipocresía! —le grité—. Aparece el abuelo, tu padre y a ti te entra de repente un sofoco tan grande que vas y te lo follas en el baño ¡en frente de mi cama!, pero eso sí, me dices que yo puedo ver como se la chupas ahora cuando vayáis a follar cierras la puerta ¿¡A qué clase de madre se le ocurre comportarse de esa manera!? —volví a gritar. Y no me vengas con el rollo de que es cariño de madre porque eso no cuela, deberías haberle hecho caso a Rosa cuando te aconsejó que visitaras a un psicólogo.

— Yo no estoy loca. —respondió ella casi en voz baja.

— Ni yo he dicho tal casa. Abuelo ¿no puedes pasarle una pensión para que se vaya lejos a vivir su vida y nos deje en paz?

— No puedo hacer eso Pablo.

— ¿Por qué?

— Porque es mi hija y aunque me duela reconocer que tienes razón en todo lo que has dicho yo jamás la abandonaré ni consentiré que ella abandone a su familia, la ataré en el sótano si es preciso y llamaré a un médico para que la reconozca, pero de aquí no se marcha.

— Pues volverá a jodernos otra vez, no te das cuenta de que ahora es como el día y a la media hora es como la noche.

— Lo sé Pablo pero vuelvo a decirte que es mi hija, igual que le has dicho que no tiene derecho a arrástrate con ella, te digo yo que no tienes derecho a pedirme que la abandone.

— Haz lo que quieras, es tu hija.

— También es tu madre, por mucho que te pese.

— Ya lo sé, pero no te preocupes me mantendré lo más lejos que pueda de ella. —mi madre empezó a llorar pero esta vez no me apiadé de ella, estaba harto.

— No me entendéis ninguno, no os habéis esforzado por entenderme —empezó a decir entre sollozos— yo creía que vivía una vida feliz, que tenía una familia normal y resulta después, que mi propio marido es capaz de mandar que me violen y que secuestren a su propio hijo para sacarle el dinero a mi padre. No os podéis imaginar lo que siente una mujer cuando la violan y después la golpean hasta casi matarla.

— Yo sí lo sé —dijo Sally— he pasado por eso muchos años de mi vida y puedo decir que después de que te hacen una cosa así deseas que te maten, no por vergüenza, es que morir es una liberación, pero luego te das cuenta de que no van a matarte, te curan las heridas y te preparan para una nueva violación, así día tras día.

— Y si en vez de curarte supieras que tienes una familia ¿qué hubieras hecho entonces? —preguntó mi madre.

— Habría buscado el cariño de esa gente hasta debajo de las piedras —contestó Sally, espero un momento y prosiguió: —de hecho cuando Francisco me rescató de la calle llevándome más tarde a un hospital, intenté morderle para escapar, no me fiaba ni de mi sombra, pero él tuvo mucha paciencia conmigo, poco a poco me demostró que podía confiar en él y me lo demostró a base de cariño, por eso me cuesta mucho entender que tratándose de su hija no sea capaz de rescatarla, to te comprendo Paula y creo que soy la única que escucha tus gritos pidiendo ayuda. —terminó de decir Sally y sus palabras nos calaron muy hondo, sobre todo a mi abuelo que se puso una mano delante de la cara y empezó a llorar y llorar. Estaba apoyado contra la pared, las piernas se le fueron doblando poco a poco y él se deslizó por la pared hasta quedar sentado en el suelo.

— No puedo decir que mi vida haya sido un infierno porque mentiría. Mi hijo tiene razón al decir que era una pija que sólo me preocupaba de cotillear con las amigas, olvidándome de él. Pero no es cierto que todas las noches follara con mi marido. Yo fingía ¿sabes lo que quiero decir?

— Sí, yo también fingía y cuanto más alto mejor. —reconoció Sally.

— Exactamente me pasaba a mí. Me he pasado dieciséis años casada con el mismo hombre sin saber lo que era un orgasmo. Y de pronto, un día me enfado con mi padre, discutimos mucho, le insulté diciéndole cosas horribles que no se merecía. ¿Sabes lo que me hizo él Sally?

— No, no lo sé.

— Me ató las manos por las muñecas a la pata de su escritorio, me rompió las bragas de un tirón y empezó a follarme pese a que yo le pedía que se detuviera.

— ¿Me estás diciendo que tu padre te violó?

— No fue una violación Sally ¿y sabes por qué? Porque nada más meterme la polla noté que me moría de gusto. Sentí un placer como en mi vida lo había sentido. Me bombeaba el coño sin prisas, llenándome por completo con su miembro a la vez que me decía maravillosas palabras llenas de cariño y de ternura. Me llamaba su pequeña al tiempo que se hundía con fuerza en mis entrañas. Su mano acariciaba un lado de mi cuerpo y con cada caria yo ardía de deseo. Me corrí Sally, bien sabe Dios que me corrí como una bestia aquella tarde, y no una ni dos veces, me corrí tres veces casi seguidas hasta casi perder el mundo de vista. Él reaccionó besándome en la boca y aceleró el ritmo de sus embestidas dedicándome más palabras de cariño. Yo deseaba que me llenara con su esencia, así se lo dije y poco después me llenó y mucho, arrastrándome con él en su propio clímax, yo me dejé ir alcanzando el mío propio. Nos quedamos abrazados. Respirando con mucha fatiga. Sonreí porque aun sentía las contracciones de su miembro dentro de mí. Y de pronto algo afloró de lo más hondo de mi cuerpo. Yo conocía ese sentimiento que luchaba por salir a la superficie y tenía que impedirlo. No debía… no podía sentir una cosa así por el hombre que estaba encima de mí ¡era mi padre! ¿entiendes? —Sally asintió—. Mi madre me enseñó desde pequeña que un padre y una hija deben quererse y respetarse. En la catequesis me dijeron que jamás se debían traspasar las barreras establecidas por Dios. Yo sabía que el hijo o el padre que sintiera atracción sexual cometía un horrible pecado. Estaba penado por la justicia y después por la sociedad, nos marcarían como si fuéramos ganado y me negué el sentimiento que hace que las personas sean humanas: El amor. Cuando ocurrió lo del asalto, el primero que corrió a mi lado ¿sabes quién fue? —Sally negó con la cabeza— mi padre y cuando me abrazó sentí su cariño envolviéndome como un escudo protector, la seguridad que me transmitía me tranquilizó. Entonces decidí apartar los recuerdos de mi violación y los golpes. Arrinconarlos en alguna parte de mi cerebro y tapiarlos para que nunca salieran de allí. Cambié mi actitud, lo reconozco y decidí entregarme a mi hijo porque lo único que me quedaba de una familia que se acababa de destrozar. Sé que mi hijo se sorprendió mucho cuando le acaricié sus partes, pero enseguida me di cuenta de que le gustaba y al mismo tiempo sus ojos me decían cuanto me quería. Pero los malditos tabús que me inculcaron de pequeña me atormentaban, tenía una voz permanentemente en mi cabeza advirtiéndome de que no debía traspasar la barrera. Entonces decidí hablar con él para que se lo tomara como un juego, yo jugaba con él como un adulto puesto que ya no podía retroceder en el tiempo. Pero mi hijo no quería jugar, él quería poseerme, hacerme suya a toda costa, en ese momento me di cuenta de lo distinto que era el amor de una madre y el amor de un hijo. Yo como hija quería pertenecerle a mi padre y sin embargo le negaba ese mismo derecho a mi hijo. Mi cabeza estaba hecha un lío porque cada vez razonaba más que no había nada malo en demostrar nuestro amor a través del sexo. ¿A saber cuántas madres tenían sexo consensuado con su hijo y cuantas hijas hacían lo mismo con su padre? Eso me lo repetía una y otra vez. Y a toda esta confusión se sumó otro sentimiento más, el deseo sexual. Yo no sabía lo que era eso, sentía que mi cuerpo deseaba las caricias de mi padre cuando le tenía cerca, pero nada más. Un día, en la rehabilitación de Pablo me preocupé porque estaba tardando más de la cuenta, me acerqué a la puerta del pabellón y llamé. Me abrió una mujer más mayor que yo completamente desnuda, entré preguntando donde estaba mi hijo y me lo encontré medio tumbado en una camilla y desnudo, era evidente lo que esa mujer estaba haciendo con mi hijo. Me puse hecha una furia. La insulté y la estiré del pelo con fuerza para hacerle daño. Ella se defendió y me dio un golpe con el puño en mis partes dejándome fuera de combate. Se me quitaron las ganas de luchar porque el dolor me vencía. Mi hijo me decía que todo estaba bien, que él había consentido en follar con aquella mujer que podía ser su abuela. ¿te das cuenta Sally? ¿cómo iba a consentir que mi hijo, un niño de 16 años hiciera eso con aquella mujer? Pero él supo convencerme de que no había peligro en ello, solo gozo y mucho placer. Esa mujer me ayudó a sentarme en la misma camilla que estaba mi hijo y me separó las piernas para examinarme mis partes, yo no quería que me tocara, se lo dije y forcejeé. Mi propio hijo me sujetó los brazos para que me estuviera quieta. La mujer empezó a tocarme el sexo y una corriente de placer me recorrió todo el cuerpo, al mismo tiempo mi hijo me decía palabras cariñosas al oído. El deseo sexual era tan grande que me excité muchísimo y sin pensar en nada me abandoné. Aquella mujer hizo conmigo lo que le dio la gana, me arrastraba de orgasmo en orgasmo con una facilidad asombrosa. Su marido que también estaba allí y que al parecer sólo le gustaba mirar, empezó a desabrocharme el vestido, liberó mis pechos y se lanzó sobre ellos hambriento. Imagínate, yo tenía una hoguera ahí abajo por culpa de la mujer y encima el marido empezó a añadir más leña a ese fuego incontrolable ya. Tuve varios clímax seguidos que me dejaron sin aliento y sin embargo, al ver al marido con todo tieso y duro no lo dudé y me lancé con un hambre desmedida hasta que le hice explotar en mi boca. La mujer no estaba satisfecha y quiso darme más placer, yo misma coloqué unas cuantas toallas en el suelo, ella me besó en la boca llevándose la poca voluntad que me quedaba, me empujó hasta ponerme de rodillas, se acercó a mí con las piernas separadas y me obligó a darle placer hasta que explotó su orgasmo. Yo estaba completamente ida, recibía placer y lo daba dela misma manera, sin razonar. Me hizo una tijera ¿sabes lo que es? —Sally asintió de nuevo— pues yo no y cuando lo experimenté me volví loca, jamás imaginé que dos mujeres pudieran darse tanto placer. El marido se acercó a mí y se la chupé mientras me frotaba contra su mujer pero no le dejé que terminara en mi boca, lo hizo fuera, sobre la toalla. La mujer y yo explotamos al mismo tiempo y te juro que el clímax que experimenté fue más potente que los que obtenía con mi padre. No me explicaba por qué pero era así.

— Cuando dos mujeres se frotan el sexo, lo hacen incidiendo todo el tiempo en el clítoris, ya sabes que ése es nuestro órgano de placer, no la vagina como creen los hombres. Ése pequeño órgano dotado de miles de terminaciones nerviosas nos sume en un estado en el que se pierde la consciencia, no me extraña que estuvieras confundida e impedida para pensar. Conozco a mujeres que utilizan esa técnica como una tortura, yo mismo la experimenté muchísimas veces y hasta llegué a mearme incapaz de controlarme. —explicó Sally dejándome asombrado.

— Eso fue lo que me pasó, que me meé y a la mujer le ocurrió lo mismo, pero imagínate en lo que me había convertido cuando obligué a su marido a chuparme el sexo poniéndolo de rodillas, no quería otro orgasmo, sólo quería mearle la cara, ver como se lo tragaba, o sea humillarle, es lo que más me satisfacía en ese momento y fue lo que hice. Decidimos parar de una vez. Estaba muy agotada para seguir, además, corríamos el peligro de que podía presentarse alguien y pillarnos. En la misma medida que recuperaba el aliento se restablecía el equilibrio en mi cabeza. Cuando fui capaz de razonar me di cuenta de que esa mujer era un peligro. Utilizaba el sexo para dominar a las personas convirtiéndolas en su juguete. Me propuso acompañarla a una fiesta que en realidad era una orgia. Y le dije que no. Esa mujer me asustaba, no podía fiarme de ella. Nos vestimos y salimos del pabellón. Por el camino me dijo que tenía una cosa muy importante que decirme sobre mi hijo. Desconfié pero tratándose de mi hijo me arriesgué a escucharla. Me dijo que me lo diría en el aparcamiento para no comprometerse. Ayudé a mi hijo a sentarse en la furgoneta y esperé. Mientras tanto observé que mi hijo seguía súper excitado y descontrolado por lo que había visto. Intentó tocarme y lo consentí para que se tranquilizara pero no pudo porque en ese momento apareció ella. Rosa. Salí del coche para escuchar lo que tenía que decirme y en realidad no me dijo nada nuevo que yo no supiera. Que la rehabilitación de mi hijo no iba a funcionar, se lo había dicho una neuróloga, la misma que le dio el alta a mi hijo y que consintió que mi padre se la follara en el baño de la habitación. Ella se ofreció a curarle, sabía cómo hacerlo garantizándome que en muy pocos días volvería a andar, dijo que era muy importante trabajar con él en una piscina, no en un tanque de agua como hasta ahora había hecho. También me recomendó que mi hijo visitara a psicólogo y de paso que me viera a mí también. Nos despedimos y cuando iba a dar la vuelta al coche ella hizo un movimiento rápido con la mano y me tocó el sexo, como no llevaba ropa interior no le costó nada. Empezó a frotarme el sexo, mirándome con intensidad, trataba de doblegarme otra vez y no quería dar un espectáculo en el aparcamiento, entonces se me ocurrió que debía fingir para que terminara cuanto antes. Ella  se lo tragó y pensando que me había hecho llegar al clímax me dejo en paz, insistiendo en que me pensara asistir con ella a la fiesta. Me senté tras el volante y arranqué el coche. Mi hijo me preguntó si estaba bien y yo le contesté que esa mujer era muy peligrosa. De alguna manera él también lo percibía porque no me discutió. Eso fue todo lo que pasó, mi hijo es testigo de ello. los días siguientes no hacía más que pensar en lo ocurrido. ¿Qué había hecho? ¿Cómo había podido traicionar el cariño de la única persona que me amaba de verdad? Mi padre. Comprendí que me había portado como una perra en celo y que él no debía saberlo nunca, porque mi traición le causaría mucho daño. Decidí guardarlo en secreto y seguir con mi vida. A partir de ése día fijé unas normas con mi hijo. Luego ocurrió lo de su caída aquella tarde ¿te acuerdas? Estaba todo tan reciente que se me cruzaron los cables. Lo que pasó después ya lo sabéis. Con esta confesión no busco el perdón de mi padre, ni de nadie, sé que mi pecado es imperdonable. Pero quiero dejar claro que mi hijo no me obligó a nada, el pobre mío fue una víctima. Yo le induje al sexo con mis juegos, sin pensar en que era un adolescente que no tenía experiencia en la vida. Él también se dio cuenta de que el sexo desmedido es un peligro. No tengo más que añadir. Voy a mi habitación para hacer mi maleta. —dijo mi madre poniéndose en pie. Mi abuelo, que había estado escuchando en silencio la miró y se puso de pie. Cuando ella iba a cruzar la puerta de salida de mi habitación él la detuvo cogiéndola por un brazo.

— ¿Qué haces papá?

— Impedir que cometas una locura.

— Es mi locura así que suéltame por favor.

— No hija mía, no voy a soltarte, soy tu padre y te quiero pero también soy un hombre y por raro que parezca me perteneces como yo te pertenezco a ti.

A continuación el abuelo abrazó a su hija y empezó a besarla, el beso fue adquiriendo cada vez más pasión hasta que llegó el momento en que se vieron envueltos por completo. Sus cuerpos se balancearon y cedieron hacia atrás debido al ímpetu de la pasión. Cayeron sobre mi cama envueltos en pasión y puro fuego. Sus manos recorrían sus cuerpos como si no se conocieran. Mi abuelo se incorporó para bajarse los pantalones, mi madre se los desabrochó y cayeron al suelo. Miró  a su padre a la cara y luego a su erección que parecía a punto de explotar, se echó sobre ella y comenzó a lamer y chupar cuanto pudo. El abuelo estaba desatado. Le subió el vestido a su hija y al ver que tenía las bragas puestas las arrancó con un fuerte tirón. Ella no se quejó, tampoco protestó, alzó los brazos hacia su padre y separó las piernas dispuesta a cobijarle.

Él se echó encima de ella agarrándose el miembro, apuntó y penetró en su interior de un solo empujón. Ella lo recibió con un gemido prolongado. Él empezó a embestirla con prisa. Ella buscaba sus ojos con los suyos, cuando al final se encontraron a Sally y a mí nos dio la impresión que el mundo se había detenido a su alrededor. Él dejó de embestirla y se limitó a mirarla. Ella le cogió la cara con sus manos, elevó la cabeza y pegó su boca a la de él. Sus lenguas se tocaron pero no se desató la vorágine que yo me esperaba. Se besaron despacio, saboreándose el uno al otro como si el tiempo les perteneciera. Entonces noté la mano de Sally acariciando mi dura polla y giré la cabeza para mirarla.

— ¿No te gustaría participar en ese amor?

— Mucho.

— Entonces házmelo Poli, ámame como tú sabes.

La bajé las mallas negras y las braguitas a la vez sacándoselas por los pies. La empujé hacia atrás y quedó boca arriba sobre la cama, rozando la cabeza de mi madre. Ella separó las piernas y me tendió los brazos, sólo tuve que dejarme caer sobre ella lentamente para conseguir empalarla hasta el fondo. Ella me recibió con un gemido arqueando a la vez la espalda. Me agaché sobre su cabeza y la besé en la boca, sin prisas. Dejé de besarla ante la necesidad de decirle cuanto la amaba, cuanto la quería y todo lo que representaba para mí.

Curiosamente mis palabras se mezclaban con las que mi abuelo le dedicaba a su hija. Ella le abrazó contra su pecho. Sally me abrazó contra el suyo. Mi abuelo reanudó las embestidas, yo bombeé despacio el dulce chochito de Sally.

Cuando nos acercábamos al final, mi abuelo y yo aceleramos el ritmo como si nos hubiéramos puesto de acuerdo. Mi madre fue la primera en alcanzar el clímax, Sally la siguió un par de segundos después, arqueando su cuerpo incapaz de aguantar el placer que la inundaba. Me apoderé de un pezón y lo chupé, luego lo succioné con ganas, cuando lo solté ella guió mi boca hasta el otro pezón al que dediqué las mismas caricias. Mi abuelo explotó minutos después dentro de mi madre y dos o tres segundos más tarde lo hice yo dentro de mi amada Sally. El placer que experimenté en el clímax fue maravilloso y agotador. Permanecí sobre su pecho escuchando los desbocados latidos de su corazón que poco a poco se iban serenando. No sé cuántas veces le dije que la amaba, ni cuantas me lo dijo ella a mí. Mi madre repetía las mismas palabras a mi abuelo y él se las devolvió todas y cada una. Cuando estábamos más recuperados, Sally se giró poniéndose de lado y juntó su boca con la de mi madre. Las dos se fundieron en un beso repleto de amor. Yo abracé a mi abuelo y él me abrazó a mí.

Sally dejó de besar a mi madre atrapó la nuca del abuelo y tiró de él hasta que sus bocas se juntaron. Mi madre y yo observábamos como se movían sus lenguas dentro de sus bocas y nos sonreímos felices. Cuando el abuelo y Sally dejaron de besarse, ella se escurrió de debajo de mí, el abuelo también se hizo a un lado, entonces mi madre me sujetó por la nuca y tiró de mí. Nuestras bocas se juntaron. Nuestras lenguas se buscaron y bailaron una danza increíble. Nos saboreamos mutuamente como si fuéramos dos desconocidos, hasta que por fin dejamos de besarnos porque nuestras lenguas estaban adormecidas.

Los cuatro, de rodillas sobre la cama nos fundimos en un abrazo fraternal, como el que sólo se dan las auténticas familias y dejamos que el amor inundara nuestros corazones.

Lo más curiosos es que poco después volvimos a emparejarnos. Mi madre conmigo y Sally con mi abuelo. Ellas se tumbaron sobre la cama y nosotros nos colocamos sobre ellas haciendo un 69. Separé las piernas de mi madre y me lancé sobre su coño. Pensé que debía tener el clítoris muy sensible aun, así que metí la lengua dentro de su vagina. Saboreé  y me tragué la corrida de mi abuelo mientras le limpiaba el coño a mi madre. A mi lado, el abuelo hacia lo mismo con el chochito de Sally y ésta se afanaba chupando y mamando la tranca del abuelo tratando de ponerla dura de nuevo. Mi madre me mamaba la polla con el mismo propósito. Sonreí y me centré en proporcionar a mi madre todo el placer que era capaz.

Ellas lograron ponernos duros. Se acercaba el momento de la penetración, pero fueron ella las que eligieron. Mi abuelo y yo obedecimos poniéndonos boca arriba. Mi madre me montó a mí. Sally montó a mi abuelo. Yo, observaba muy excitado como el chochito de Sally se tragaba toda esa tranca. Mi abuelo observaba como el coño de mi madre se comía mi polla. Ellas empezaron a cabalgarnos y no tardaron en sincronizar sus movimientos. Entonces Sally se inclinó sobre mi madre y le chupó un pecho. Mi abuelo sobaba y amasaba los pechos de Sally jugando con sus gordos pezones. En cambio yo preferí sobar y amasar el culazo de mi madre.

Pero llegó un momento en que no podíamos hacerlo todo a la vez y de la misma manera.

Le dije a mi madre que se pusiera a cuatro patas sobre la cama y desde atrás se la clavé de un solo empujón. Gimió en voz alta al recibirme y empecé a bombearla el coño estrujando su culazo, sin llegar a hartarme de él. Le abrí las nalgas varias veces, me chupé un dedo impregnándolo de saliva y lentamente se lo fui metiendo por el culo. Mi madre giró la cabeza para mirarme y sonrió. Pero enseguida se enderezó la cabeza concentrándose en el polvo que le estaba echando y empezó a jadear.

A nuestro lado. Mi pobrecita Sally casi había desaparecido debajo del cuerpo de mi abuelo, el cual la empalaba sin descanso. La pobre jadeaba como pececillo fuera del agua. Pasado un tiempo detuvo a mi abuelo, se puso bocabajo, mirando hacia nosotros, encogió una pierna y luego le miró a él invitándole a penetrarla. Mi abuelo apunto su tranca contra la vagina y la penetró hasta el fondo. Viendo su cara entendí que estaba gozando y le dije a mi madre que se pusiera como Sally.

Ella se colocó en la misma postura mirándoles a ellos, yo no tuve que apuntar mi polla, la tenía tan dura que al aproximarme al coño de mi madre le entró sola, solo tuve que empujar para hundirme en sus entrañas y me perdí en la esponjosidad de su vagina. Me incliné sobre ella para mamarle un pecho, ella me lo agradeció acariciándome la cabeza, diciéndome al mismo tiempo cuanto me quería. Decir que me encontraba en la gloria es poco. Gozaba como nunca pero lo mejor de todo es que yo controlaba mi deseo y no al revés. Cuando mi madre alcanzó el clímax, me salí de ella y me agaché para ver sus contracciones, ella levantó la pierna encogida facilitando mi observación. Luego le lamí toda la raja y por ultimo metí la lengua en su vagina todo lo que pude y succioné para saborear su flujo. Ella se puso encima de mí y me hizo un 69 maravilloso. Me lamió los huevos pasando toda la lengua por mi escroto, me los mordió con delicadeza y cuando se hartó empezó a mamarme el capullo al tiempo que me pajeaba con la mano. Sally se movió hasta logara acercar su cara a mi entrepierna, ayudó a mi madre a lamiéndome la polla o los huevos y la avisó que me iba a correr, no sé cómo lo supo, el caso es que exploté ante sus bocas. Entre las dos me lamieron un buen rato dejando la polla completamente flácida.

Mi abuelo puso a Sally bocarriba nuevamente, paso sus brazos por detrás de las corvas de sus piernas y comenzó un folleteo imparable. Mi madre se colocó detrás del abuelo para lamerle los huevos. Este se detenía de vez en cuando, se salía de Sally y dejaba que mi madre le chupara la gorda tranca, después ella misma la apuntaba contra el coñito de Sally, el abuelo la empalaba y volvía a follarse a buen ritmo. La capacidad de aguante de mi abuelo me dio envidia.

Sally me miró con sus ojillos entrecerrados a veces, me acerqué a su cara y la besé en la boca. Ella puso su mano sobre mi nuca atrayéndome contra ella. Alterné los besos con chupadas a sus gordos pezones. Me tragué su aliento cuando alcanzó el clímax. Poco después el abuelo empujó con fuerza y explotó, inundando el coñito de Sally con su leche, segundos después se dejó caer de lado sobre la cama y se quedó tumbado bocarriba, completamente agotado.

Sally y mi madre se levantaron para ir al baño. Sally llevaba la mano puesta en su entrepierna para no manchar. Entraron en el baño dejando la puerta abierta, a mí me entraron ganas de mear y fui tras ellas. Lo que vi al entrar me excitó y mi deseo se despertó de golpe. Mi madre estaba sentada sobre la taza del váter. Sally estaba de pie frente a ella con un pie encima de su muslo, dejándose lamer el coñito por mi madre.

Me acerqué a Sally colocándome a su lado, la cogí por el cuello y empecé a besarla metiéndole la lengua. Ella correspondió a mi beso con la misma pasión. Una boca me chupó la polla y supe que era mi madre, sin embargo la mano que me sobaba los huevos era de Sally.

No estaba seguro de lo que debía hacer, dudaba entre dejarlas actuar y actuar yo también. Metí una mano por detrás de su culito alcanzo su húmedo coñito y le metí el dedo en la vagina, lo moví para que se impregnara con su flujo y cuando lo saqué presioné el esfínter de su culito. Ella abrió los ojos y me miró, yo sólo quería jugar con su culito, nada más, ella debió de entender otra cosa porque empujó mi mano contra su culo y mi dedo la entró hasta el nudillo. Me enseñó el ritmo que debía seguir con el dedo y me soltó la mano. Antes de reanudar el beso vi como guiaba la cara de mi madre hasta su coñito. Yo me agaché un poco nada más, lo justo para estrujar un pecho de mi madre y ella me sobaba la polla intentando que se me levantara de nuevo.

Finalmente, entre las caricias de mi madre y la excitación del momento me puse duro. Sally al verlo me agarró la polla, la lamió impregnándola de saliva, luego dobló la cintura agarrándose a los hombros de mi madre y puso su culito en pompa. Creo que me pedía que la penetrara por detrás pero no me atreví, tenía miedo de hacerla daño. Ella giró la cabeza para mirarme y me hizo un gesto para que la penetrara, al ver que no me decidía agarró mi polla y la puso contra su culito, se movió hacia atrás y vi sorprendido como su culito se tragaba mi polla sin problemas, en tres empujones sucesivos se la metí hasta los huevos. La abracé por la cintura y la besé en el cuello.

— Me vuelves loco Sally, voy a explotar de deseo, no me esperaba una cosa así.

— ¿Te gusta?

— A mí me encanta pero tengo miedo de hacerte daño.

— No te preocupes mi culo ya está cedido y es capaz de aguantarte. —sentí un pinchazo en el pecho a escucharla. « Qué no habría sufrido la pobre mía ». Pensé.

Empecé a bombearle el culito despacio, por encima de su hombro vi a mi madre agachada, mirando asombrada como mi polla entraba en el ano de Sally. Notaba como su interior apretaba toda mi polla, no sé si lo hacia ella o era así de forma natural, era mi primera vez y mi deseo me hizo explotar casi enseguida. Me agarré a ella con fuerza y me dejé ir descargando mi pasión en sus entrañas. Segundos después el deseo decreció hasta casi desaparecer, pero me dejó un rastro de cariño y amor hacia ella como pocas veces había experimentado haciéndoselo. Besé su espalda gozando de sus escalofríos y le dije te quiero mil veces. Luego permanecí en silencio, deslizando mi cara por su piel para impregnarme de su aroma.

— Anda cariño siéntate tú. —dijo mi madre. El miembro se me había escurrido fuera al quedarse flácido pero yo seguía agarrado a ella como si fuera mi tabla de salvación.

— Hijo deja que descanse. —me dijo mi madre y con gran dolor la solté. Sally se sentó sobre la taza del váter y enseguida se escuchó el sonido de un potente chorro. Mi madre se sentó sobre el bidet y comenzó a lavarse. Yo me quedé frente a Sally observándola. Ella miraba hacia el suelo pero levantó la cabeza y me sonrió.

— ¿Quieres mear?

— Sí, estoy que reviento. — mi madre salió del baño. Sally se levantó se puso a mi lado y me agarró el miembro.

— ¡Vamos, mea! —dijo riendo.

Me concentré y tras un esfuerzo logré soltar un fuerte chorro. Ella lo dirigió hacia la taza haciendo círculos con mi chorro. Cuando terminé de mear me agitó el pene y me dijo que me lavara. Me senté sobre el bidet y empecé a lavarme, llenándome los genitales de espuma, ella me miraba y sonreía. Me aclaré toda la espuma y busqué una toalla con la mirada. Ella agitó la toalla delante de mí y comprendí. Me puse de pie, separé las piernas y dejé que me secara. El cariño que empleaba en secarme me conmovió. La hice enderezarse y la abracé con fuerza, susurrando en su oído cuanto la amaba, ella también me lo susurraba a mí.

Salimos del baño cogidos de la mano. Mi abuelo permanecía sobre la cama en la misma postura y roncaba. Mi madre estaba con echada a su lado. El reloj de la mesilla marcaba las seis menos cuarto de la mañana. Prácticamente había amanecido. Sally me propuso descansar un poco. Programé la alarma a las siete y media y me tumbé en la cama a su lado. Los dos reposábamos sobre nuestros costados y nos mirábamos. Le di un beso en la punta de la nariz, ella sonrió, luego se movió acoplando su cabeza entre mi cuello y mi hombro y cerró los ojos, yo también.

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