La venganza más dulce
Sé que no está bien lo que he hecho, pero tampoco estuvo bien lo que el me hizo a mí.
La venganza más dulce
Cuando empecé a estudiar en la Facultad de Derecho en una universidad de Madrid hace ya algunos años, todavía arrastraba complejos y miedos adolescentes. Con dieciocho años todavía no tenía clara mi identidad sexual, aunque ya había tenido relaciones tanto con chicos como con chicas.
El primer día de clase, nada más llegar, me fijé en él. Llamaba la atención entre las casi doscientas personas que estábamos en el aula. Casi un metro noventa de alto, castaño con el pelo corto, ojos verdes, músculos marcados pero sin pasarse y una cara que parecía la de un dios griego.
A los pocos días me enteré de que se llamaba Juanjo y trabajaba como modelo para poder costearse los estudios. Como es lógico él, siempre con ropa de marca, se relacionaba con el grupo más "selecto" de la clase: "los más" que decíamos los demás, porque eran los más guapos, los que tenían más dinero y los más en todo vamos, con los pijos de la clase. Yo, un chico normal, más parecido a un leñador que a los estándares de belleza metrosexuales que ya se empezaban a poner de moda me rodeé de gente que sencillamente me caía bien. Aclaro que yo soy moreno, de ojos marrones, un metro ochenta y cinco de alto y de complexión fuerte con una barriguita incipiente.
Pasó el tiempo y seguíamos ignorándonos mutuamente y nos iba bastante bien por separado.
La casualidad, el destino o lo que sea hizo que un profesor nos pusiera de pareja en el trabajo de final de asignatura en cuarto curso. No puedo negar que me resultaba interesante poder conocer mejor al morbo con piernas
La primera tarde en la que quedamos para trabajar en el proyecto nos vimos al entrar a la biblioteca de la facultad y he de reconocer que se portó muy bien. Se presentó, me hizo gracia cuando dijo que no entendía como después de ir juntos a clase casi cuatro años no habíamos hablado nunca, y me invitó a tomar un café.
Me contó que tenía tres hermanas, que vivía cerca de la facultad, un sinfín de detalles personales y muy simpáticos. Me sorprendía que fuese tan simpático. ¡Cómo me había equivocado con él!
Nos pusimos manos a la obra y se nos pasó la tarde volando. Ya era casi la hora de cerrar y mientras él se quedaba recogiendo sus papeles, yo fui al aseo a orinar. Mientras estaba descargando oigo que se abre la puerta del servicio, unos pasos y ¡era él! No pude evitar mirar a su orinal y casi me desmayo.
Un rabo enorme, de casi quince centímetros totalmente flácido, con la punta del glande asomando, con un color rosadito que deslumbraba. Juanjo me hablaba despreocupadamente y yo no paraba de mirar aquel monstruo. Yo no me quejo de pene, pues con dieciocho centímetros no voy mal servido.
Nada más llegar a casa me masturbé pensando en él.
Así pasamos casi un mes trabajando todas las tardes. Yo deseaba terminar para ir al servicio y deleitarme contemplando la magnificencia de sus genitales ( me había fijado y los llevaba afeitados, como el resto del cuerpo ) y estaba loco por él. Estaba seguro de que él se daba cuenta de que lo miraba y cada vez se separaba más del urinario y se la manoseaba descaradamente. No sé si es gay o simplemente le gusta exhibirse.
Preparé todo para la última tarde de estudio. Me la tenía que jugar. Tenía que ser mío. Reservé mesa en un restaurante, alquilé una habitación de hotel Pero estuve esperando toda la tarde en la biblioteca y no apareció.
A la semana siguiente seguía sin saber de él. Estaba de los nervios y teníamos que entregar el trabajo en dos días. Fui a hablar con el profesor para que nos ampliara el plazo y fue cuando se me vino el mundo encima. Don Eusebio me dijo que Juanjo había entregado un trabajo el solito. Me lo enseñó y ví que era el "nuestro". Me la había jugado y ya no tenía tiempo de hacer otro. Suspendí la asignatura y Juanjo cambió de facultad. Desde ese momento lo odié todos y cada uno de los días de mi vida. Nunca me había sentido ni tan traicionado ni tan furioso.
Volvieron a pasar los años y ya con veintiocho me iba muy bien, modestia aparte. Había montado un bufete y me iba muy bien. En apenas dos años pasé de un despacho de veinte metros a una oficina de casi doscientos y de trabajar solo a tener siete empleados y necesitaba más. Pasé de los vaqueros gastados de la facultad a los trajes italianos, del reloj de plástico al rolex de platino Tenía dinero e incluso me permití un lujo muy íntimo: me alargué el pene. Veintitrés centímetros de verga me adornaban. Parece una tontería pero desde que sentía ese poder en las piernas, y también por necesidad profesional. Cada vez cuidaba más mi aspecto. Casi siempre iba con el pelo engominado, barbita de dos días o perilla, perdí peso y gané músculos Vamos, que me sentía genial con aquel cambio de imagen y de poder adquisitivo.
Ha sido precisamente esta mañana, cuando estaba pasando las entrevistas para contratar otro abogado cuando la vida se ha decidido a hacerme un regalo.
El sexto de los aspirantes al puesto era ni más ni menos que mi "amigo" Juanjo. Los dos nos hemos quedado de piedra mirandonos el uno al otro. Le dije que se sentara y lo primero que hizo fue empezar a pedirme perdón por lo que pasó. Una disculpa tras otra y no le creía.
Mientras hablaba le serví un whisky y me fijé en lo desgastados que estaban sus zapatos y en lo bien que lo había tratado el tiempo. Seguí siendo un hombre guapísimo. Me dijo que necesitaba el trabajo, que estaba en trámites de divorcio, que había hecho malas inversiones y estaban a punto de quitarle la casa. Está desesperado. Esa idea rondaba mi cabeza y no prestaba atención a lo que él decía.
Con la excitación del momento el reloj ha dado las 14:00. La hora de salir. Los trabajadores salen a esta hora y mi cerebro trabaja a toda máquina.
Lo interrumpo de su conversación y se lo digo muy claro. "Juanjo, no sé si lo sabías pero soy bisexual (ahora ya lo tengo muy clarito) y si quieres el trabajo ya puedes empezar a desnudarte". No ha sabido qué responder, hasta que se ha fijado en el rolex.
Lentamente se levanta empieza a desnudarse. Su cuerpo sigue siendo una masa perfecta de músculos y me resulta hilarante ver que los calzoncillos que lleva están desgastados cuando en la facultad los usaba de los más caros. Pero cuando se ha quedado totalmente desnudo el mundo se ha parado.
Yo ahora tengo un rabo muy grande pero el suyo es descomunal. Yo ya la tenía dura como una estaca y Juanjo, para mi sorpresa, empezado a hacerme una mamada colosal, tanto que he dudado que dudado de que fuese la primera que hacía. Me gustaba ver como le costaba trabajo manejar mi instrumento
Encima de la mesa de caoba del despacho hemos hecho un 69. ¡Cómo he disfrutado con esa barra de carne en la boca! y amasándole los cachetes del culo. He disfrutado de cada milímetro de su piel con mi lengua. Su respiración entrecortada me ponía cachondo.
En el mismo momento en que he empezado a trabajarle el ojete se ha puesto más nervioso y casi da un salto. Poco a poco, a base de dedos y mucha lengua el agujero del placer se iba dilatando.
Cuando se ha percatado de que era mi nabo lo que empezaba a entrar ha pegado un grito pequeño, seguido de un suspiro.
Han sido los mejores minutos de mi vida: bombeándole el culo a pollazos, haciéndole una paja con una mano, pellizcándole un pezón con la otra y oyéndole decir que se iba a correr casi a la vez que yo.
Con cuidado de dejarlo terminar antes que yo, ha sido maravilloso sentir los espasmos de su ano al correrse.
Pero el momento cumbre ha sido cuando me he corrido yo ¡en su boca de piñón! La venganza ha sido dulce para ambos y me mira sudoroso y jadeante. De pronto me abraza, me agarra del culo y me estampa un morreo con la lengua hasta la campanilla.
Presiento que los odios pasados dejan paso a una bonita relación laboral.
Hace casi una hora que se ha ido. Empieza a trabajar mañana y yo acabo de terminar de escribir este relato, en el portátil de mi despacho. Con una taza de café recién hecho y todavía desnudo sentado en mi sillón de cuero. Noto el roce del sillón con mi capullo, es placentero y no puedo parar de pensar formas de follar con mi nuevo empleado.
Sé que no está bien lo que he hecho, pero tampoco estuvo bien lo que el me hizo a mí.
¿Tú que opinas?