La venganza del Pagafantas. VIII (y final)

La historia y la venganza llega a su fin. A veces la venganza no es el mejor camino, pero... es lo que hay. La serie se acaba aquí. Aunque tal vez escriba más en esta especie de universo donde se ha desarrollado la serie, aunque algo más corto, eso sí.

Capítulo VIII.

Nunca interrumpas a tu enemigo cuando está cometiendo un error.(Sun Tzu. S. VI AC. El arte de la guerra)

Estaba mirando atentamente la televisión, y las pocas noticias que podía ver, de lo que ocurría en Japón.

Los fríos datos resonaban en mi cabeza. Yumiko ingresa en el Hospital. Yumiko vivía en los alrededores de Osaka. Los estandartes del ejército con el emblema Tokugawa. El ejército protegiendo el hospital. No vigilando que nada se escapase de allí, sino que nada entrase. El ejército en la calle en Tokio y las principales ciudades. ¿Ataque terrorista? Ja. Blanco y en botella. Eso era un golpe de estado de libro, y el ejército estaba protegiendo a la futura emperatriz de Japón. La ostia.

Bueno, mientras Yumiko no llamase, no tenía nada que hacer, así que hice unas llamadas que tenía pendientes, y subí a buscar a mi ex suegra. Ese iba a ser su gran día.

Catalina estaba medio tapada con las sábanas. Había intentado tapar en lo posible su desnudez delante de sus hijas y les hablaba en voz baja. Entré en la habitación y quité las esposas a Catalina.

— Hora de la ducha, suegra. Vamos.

Le dejé un poco de intimidad en el baño, pero con la puerta abierta, no fuera a ser que hiciera alguna gilipollez, y después le indiqué la ducha con un gesto de la mano. En cuanto acabó, le acerqué una toalla. Se secó intentando taparse lo más posible, cosa que me hizo bastante gracia, habida cuenta que no hacía mucho, le estaba dando por el culo.

Meneando la cabeza mientras sonreía, le acerqué un ajustado vestido rojo.

— Maquíllate, y luego póntelo y vamos abajo.

Catalina me miró sin comprender.

— ¿Algún problema? —dije.

— Esto.. no… pero no hay…

— Ah. Tranquila, no te hace falta ropa interior. Tú ponte el vestido.

Tras maquillarse someramente y arreglarse un poco el pelo, se contorsionó un poco para subir por sus caderas el vestido, y ajustarlo más o menos bien a los hombros, pero cuando intentó subir la cremallera no pudo debido a lo ajustado de la prenda. Me acerqué a ella y le subí despacio la cremallera, admirando de paso su espalda al hacerlo.

— La policía acaba de detener al que manipuló el coche de mis padres. Como es lógico, ha acusado de planearlo todo a tu buen amigo Eduardo, y a ti por extensión.

Catalina me miró despavorida.

— Pero, me prometiste...

— Sí, y pienso cumplir lo prometido. —La interrumpí— La acusación hacia ti, por ahora, son meras habladurías para la policía. Quien te puede acusar es Eduardo Vergara, y a ese lo tengo bien controlado. Es tu cortafuegos. La policía ha pasado por tu casa para haceros unas preguntas por rutina, pero no os han encontrado, ni a ti ni a tus hijas. En cuanto a esta casa, no vendrán por aquí, hace tiempo que se transfirió a una de mis empresas, y darán preferencia a vigilar el piso que tenían en Madrid.

Pero esto, y unos asuntos particulares, van a cambiar un poco mis planes, Catalina. Puede que vuestro castigo se… concentre, en uno o dos días. No te quejarás. Puede que os deje tranquilas todo el año. Por cierto, te ves preciosa. No es el estilo que sueles llevar, pero… mmm… preciosa. Tal vez algo más de rojo en los labios.

Catalina se ruborizó intranquila. Estaba pensando qué es lo que le tendría preparado. Se miró en el espejo y notó como se le marcaban los pezones en el vestido. No es que fuera transparente, pues aunque ajustado, era casi recatado, pero es que sus pezones estaban duros como piedras y se le marcaban con cierta claridad. Se pintó los labios de un rojo rabioso, similar al vestido que llevaba.

— Vamos a comer —dije de repente al llegar al salón.

Catalina abrió mucho los ojos y me siguió, obediente. Montamos en coche y la llevé a un asador en las afueras de Madrid. Mucha gente de la alta sociedad paraba allí, y Catalina tuvo que saludar a algún conocido, avergonzándose de estar sin bragas ni sujetador. Le parecía que todo el mundo la estaba mirando y se daba cuenta de cómo iba. Como una furcia. Además, mi mano se apoyaba cada poco en su cadera y bajaba desvergonzada hacia su culo a la vista de todos.

Nos sentamos en una mesa y pedí al camarero una generosa comida.

— Separa las piernas —dije en cuanto llegó la comida.

— ¿Qué?

— Que separes las piernas. Nadie te va a ver, el mantel de la mesa no deja poder ver bien con facilidad. Pero quiero que las separes.

Con la cara totalmente roja, Catalina obedeció y separó un poco las rodillas. La miré y alcé las cejas interrogante. Se puso aún más roja y las abrió más. Dejé caer la servilleta, y al agacharme a recogerla tuve una buena visión de sus piernas separadas mostrando su entrepierna totalmente depilada.

— Ahora toma con uno de tus dedos algo del pudding y llévalo a la boca, chupando el dedo despacio, con sensualidad.

Catalina lo hizo avergonzada y con la cara como un tomate, pero fue una aceptable representación. Seguro que los presentes estaban pensando que Catalina tenía un amante que la tenía encoñada. Entonces le acerqué por encima de la mesa dos pastillas.

— Tómalas.

— ¿Qu… qué son?

— Oh. Nada importante. Son unas pastillas que potencian la libido. Para que te hagas una idea, como la viagra pero en mujer y... bastante más potente. No están a la venta, por supuesto, pero no tienen efectos más allá de veinticuatro horas.

Catalina me miró con ojos suplicantes.

— Pero.. si ya haces conmigo todo lo que quieres. ¿Para qué tengo que tomar las pastillas?

Le sonreí. En realidad solo eran dos poderosos relajantes musculares. Le iban a hacer falta para lo que le tenía reservado.

— Quiero que tengas algo más de iniciativa. Y con eso te aseguro que serás una loba hambrienta de sexo.

“Dios mío. Va a hacer que sea una zorra por voluntad propia. Va a drogarme para que sea yo la que le haga todas las posibles guarradas que se le ocurran. Dios mío, por favor.. apiádate de mí”.

Casi suelto una carcajada al ver lo que pensaba mientras las tomaba. Realmente era increíble que con todos los crímenes que había cometido, todavía siguiera pensando que era una buena cristiana. En fin, hoy llevaría su dosis de penitencia.

Tras la comida, la conduje hasta el coche con un buen meneo de caderas, ya que tenía que caminar sobre unos supertacones que le había puesto. No estaba acostumbrada, así que meneaba bastante el trasero al andar. Hoy desde luego iba a causar sensación entre sus conocidos, con ese vestido, ese meneo, y un joven acompañándola y sobándola de manera descarada. Mi mano pasaba al caminar alternativamente de su cintura a su culo, donde manoseaba un instante su nalga para volver a la cintura.

Regresamos a la casa, donde ya me estaban esperando en el salón nueve personas charlando y tomando algo. Catalina abrió los ojos al verlos. Nueve negros tipo armario ropero de casi dos metros cada uno de ellos. Cerré las puertas del salón.

— Bien señores. Tenemos un trato. Mi suegra nunca se lo ha montado con un negro, pero creo que es su fantasía oculta. Siempre ha sido un poco racista, debo confesarlo, pero creo que si le ponéis la suficiente dedicación, acabará por olvidar ese pequeño inconveniente. ¿Estáis dispuestos a complacerla?

Como respuesta, uno de los negros se levantó del sofá. Era enorme. Dos metros de humanidad con algo de barriga, pero no demasiada. Aún era joven. Se fue quitando la ropa hasta quedar completamente desnudo. La vista fija en Catalina, y su sinuoso vestido, con aquel elegante recogido en el pelo que había improvisado, hizo que poco a poco su polla fuera creciendo. Si ya era enorme en reposo, empalmada era tremenda. Catalina no daba crédito a lo que veía.

“Eso es… una monstruosidad. Eso no puede entrar dentro de una mujer blanca de ninguna de las maneras. Dios, con razón hablaban todas de lo grandes que eran las pollas de los negros. Y las muy golfas reían contando cómo debería ser acostarse con uno de ellos. ¡Esto no puede entrar! Me matará”

— Yo voy a ser el primero. Me llamo Abdul.

Sonrió mientras lo decía y se acercaba a Catalina que, con los ojos desorbitados, fijos en aquella mole humana que se le acercaba, iba retrocediendo hasta que sus piernas tocaron una otomana de casi dos metros que había en el salón. Abdul la cogió y sin esfuerzo alguno la arrojó boca abajo sobre la otomana de capitoné gris.

Catalina gritó en cuanto Abdul le arrancó el vestido que llevaba y le abrió las piernas con las manos como si fuera un compás, y la atrajo hacia sí, dejándola apoyada solo con la parte superior del cuerpo en la otomana, y las piernas estiradas en el aire.

— Ni te muevas ahora, zorra blanca. Vas a saber de verdad lo que es un negro follando.

Se arrodilló tras una Catalina paralizada por el terror, y sin más preámbulos. Agarró el enorme pollón que gastaba y lo puso en la entrada del coño de mi ex suegra.

— Esto es una polla negra, blanquita. Ahora vas a saber lo que es ser follada por primera vez en tu vida.

Y sin más, empujó metiendo más de veinticinco centímetros de polla negra dentro del seco coño de Catalina que gritó desesperada.

— OOOOOOHHHHHHUUUUUAAAA…. AHHHHHHHHHHH..

— Grita, zorra blanca. Eso me pone aún más.

Y Abdul empezó a machacar sin piedad el coño de Catalina que tenía los ojos tremendamente abiertos y la boca desencajada. Gritaba sin cesar, pero eso no detenía lo más mínimo a Abdul que agarraba con sus manos las blancas caderas de Catalina mientras se impulsaba con fuerza dentro de ella una y otra vez.

Sus manazas casi rodeaban completamente las caderas de la mujer que boqueaba ya con la voz rota y dando berridos cuando buenamente podía. El blanco inmaculado de la piel de Catalina y el negro oscuro de la de Abdul contrastaban con fuerza, y la sonrisa satisfecha de Abdul, era igualmente la némesis de la cara de pavor de Catalina.

Casi cinco minutos estuvo Abdul machacando sin piedad el coño de mi suegra, y tras ese tiempo, se levantó dejando su puesto a otro de sus compañeros.

Catalina pensó que ya se había terminado, así que respiró aliviada, pero solo para notar al momento, cómo otro enorme negro tomaba el puesto de Abdul.

— ¿Qu.. qué…? ¿Otra vez? Nooo… no…

— Esto acaba de empezar, señora. Yo soy Makelele. Y esta es mi polla negra.

La cogió por los tobillos y con un giro brusco, la volteó e hizo que se pusiera boca arriba en la otomana con las piernas totalmente abiertas.

Y al instante, entró completamente de un solo golpe dentro del coño ya mojado de Catalina.

Y Catalina volvió a gritar. Me puse frente a ella y la toqué un poco la cara con la mano para mirarla mientras la follaban. Las hormonas de Catalina le estaban jugando una mala pasada, y se empezaba a mojar bastante con tanto metesaca. Notaba cómo la polla de aquel negro la llenaba por completo. No había cabida para más dentro de ella. Le parecía que llegaba a su estómago.

— Ayyyyy… por favor Javi… ahhh…. Me van a partir en dos… ahh…

— Te aseguro que no te partirán, Catalina,. Aún tienes cabida para mucho más, te lo aseguro. Esto es solo el calentamiento. Si te fijas, ni siquiera se están corriendo dentro de ti. Eso es porque tienen que aguantar bastantes asaltos todos ellos.

Mientras le hablaba, Makelele se retiró de Catalina dejando su lugar a otro compañero.

— Yo soy Tony, señora. Pero me llaman elefante. ¿Sabe por qué? — Y del golpe que le dio a Catalina al entrar dentro de ella, casi la lleva al otro extremo de la Otomana.

Los ojos de Catalina casi se le salen de las órbitas al notar la monstruosidad que la había empalado con una fuerza descomunal. Realmente era bestial. Lo más impresionante no eran los casi treinta centímetros de polla, sino que era además enormemente gruesa. Era como ser empalada por un bate de béisbol

— AHHHH… SACALA, SACALA… AHHH…  MMMMPPFF… DIOSSSSS… OOOUUAAA…

Catalina fue follada sucesivamente por los nueve negros, uno detrás de otro, sin un minuto de respiro. Casi tres cuartos de hora después, una Catalina completamente ida y derrotada con la mirada perdida, estaba tirada sobre la otomana, con los brazos y piernas estirados, y sin fuerzas para moverse. Se había corrido varias veces, y aunque al principio procuraba que aquellos sucios negros no se dieran cuenta, al final ya no podía disimularlo y se corría cada vez con más frecuencia ante las burlas y risas de sus agresores.

“Soy una guarra. Me he corrido con esos negros dentro de mí mientras me follaban uno tras otro. Son las pastillas que me ha dado, seguro. Voy a estar veinticuatro horas siendo una puta guarra y follando sin parar”

— Como te decía, esto ha sido solo el calentamiento Catalina. Te han estirado un poco el coño para poder follar después como es debido. Pero ahora tienen que estirarte también el culo.

Catalina abrió aún más los ojos.

— Verás, el caso es que son un poco tímidos, y no quieren follar a una blanca por el culo si ella no se lo pide. Así que deberás pedirles, por favor, que te follen todos ellos el culo.

— ¿Qq… qué? Por favor Javi. Me romperán en dos. Esas… esas… cosas… son demasiado grandes.

— No, no, no. No son demasiado grandes. Sobre el coño, no has tenido partos, pero.. por ahí sale un bebé, así que hazte a la idea que es el parto que no tuviste. Sobre el culo… es tu última oportunidad. Pídeles, bien alto y claro que, por favor, todos ellos te follen con su polla negra en tu sucio culo. Si lo haces te untaré tu culo de lubricante, si no… te lo follarán a pelo, y tal vez tengas que usar pañales toda tu vida porque te romperán tus esfínteres.

Catalina bajó la cabeza abatida. Sabía que no tenía opción.

— Por favor… folladme todos con vuestras pollas negras mi sucio culo blanco. Por favor. Por favor…

Puse un bote de vaselina al lado de Catalina, y empezó de nuevo la ronda. Abdul le volvió a dar la vuelta y la puso se rodillas, y sonrió al untar su polla de crema y darle una más que generosa ración al culo de Catalina.

— Relaja el culo, Catalina —dije— Piensa en una cosa. Si tú pasas esto, no se lo haré pasar a tus hijas. Pero debes aguantar. Y debes contentar a mis amigos. Tienes que correrte. Tienes que gritar que te corres y que quieres que te follen más y más. Que eres la puta más puta de Madrid y que puedes aguantar a otros quince como ellos por lo menos.

Catalina me miraba alucinaba mientras mis palabras entraban en su cerebro. Al tiempo, notó cómo Abdul se abría paso en su culo con decisión. Cerró los ojos con fuerza, y apretó los puños hasta que se pusieron blancos. Sus dientes mordieron sus labios para intentar aguantar el dolor.

“Mis hijas. Por mis hijas. Dios, cómo duele. Me está partiendo por la mitad. Dios, duele mucho”

Y entonces gritó cuando Abdul llegó con su polla al fondo de su culo.

— OOOOOOOOOAAAAHHHHHHYYYYYY …

La boca de Catalina de nuevo volvió a abrirse todo de lo que era capaz. Momento en el que Makelele, que era el siguiente, aprovechó para meterle su polla en la boca.

— MMMMMmmm…

— Eso es blanquita, vete poniéndomela a tono para que pueda follar tu culo en condiciones.

Esa fue la tónica de Catalina durante otros tres cuartos de hora. Follar por el culo y mamar la polla que la iba a empalar a continuación. Su cuerpo ya no reaccionaba. Estaba cubierta de sudor, pero al menos no se había corrido ninguna vez en esta ocasión. Alguno había metido la polla en su coño antes de en su culo y casi se había corrido, pero al menos no se sentía más sucia aún por eso. Menos mal que ya había terminado aquello.

— Bueno Catalina. Voy a tener que marcharme. Pero antes quiero ver cómo lo haces para contentar a mis amigos. Ahora ya va a ir en serio y sí que se correrán.

Abdul movió hacia un lado a Catalina poniéndose él boca arriba en la otomana. El mástil de su polla se erguía orgulloso ante Catalina, que no sabía qué hacer.

— Vamos Catalina, ponle imaginación. Seguro que sabes lo que una mujer tiene que hacer.

La imagen de una mujer cabalgando sobre un hombre restalló en la mente de Catalina. Inspiró con fuerza y se dispuso a ponerse sobre Abdul, sin saber muy bien cómo actuar.

— Para empezar, chúpale un poco la polla para que esté a tono, luego se la coges bien fuerte con la mano, te pones sobre él, abres las piernas, y haces que tu coño baje sobre su polla ensartándote completamente. Es fácil, cualquier mujer lo sabe hacer. También puedo llamar a Andrea y te da unas clases prácticas. ¿Quieres?

— ¡¡NO!!. No. No, ya lo hago yo…

Y Catalina empezó a intentar meter aquella polla en la boca. Aunque ya había chupado bastantes antes mientras la estaban enculando, no era lo mismo que intentar introducir aquella polla tan grande dentro de su boca. Parecía físicamente imposible.

Al final solo puso introducirse poco más que el capullo con ciertas dificultades. Y al cabo de un momento, se dispuso a cabalgar sobre aquel semental tirado en la otomana gris.

“Dios mío, esta cosa es enorme. Antes me parecía que no era tan grande. Y eso que, como dice la gente, me han pasado todos por la piedra. No llego al fondo. No puede entrar, es imposible. Soy muy pequeña para una monstruosidad tan grande. Tal vez si consigo que entre solo la mitad le valga”.

Al ver que Catalina no llegaba al fondo, Abdul, impaciente, la agarró por las caderas y, de un golpe seco, la hizo bajar hasta que sus huevos tocaron el culo de Catalina.

— OOOOOHHHH, AAAAAYYY…

Catalina dobló las rodillas una a cada lado de las caderas de Abdul, y puso las manos en el enorme y plano pecho negro que tenía debajo para apoyarse, mientras su boca quedaba congelada en el grito que acababa de dar.

Intentó respirar para hacer más llevadero aquello, cuando sintió unas manos que le abrían el culo desde atrás. Pensaba que simplemente estaban metiéndole mano cuando notó con horror que alguien estaba intentando meterle otra polla por el culo.

— No… no, eso no… a la vez no. Me vais a rompeeeeeeer… nooo… AHHHHHHH…

Y Catalina notó cómo dos pollas a la vez comenzaban a empujar con fuerza dentro de su cuerpo. Si ya estaba llena con una sola, tener dos a la vez era algo fuera de toda medida. La presión en toda la parte de su bajo vientre era tremenda. Era como si una fuerza imparable le apretase justo por encima de la pelvis hasta reventarla.

— NO, NO NO… AAAAHHH… NOOOOOOOO….

Y las dos pollas entraron por completo dentro de ella. La de Abdul la estaba machacando la matriz o donde quiera que estuviera tocándola por dentro. Y la de Makelele le estaba destrozando el culo. A la vez, le estaba agarrando con fuerza los pechos apretando hasta más allá del límite del dolor.

Sus ojos se le salían de las órbitas, la boca no era bastante para poder tomar un aire que no le llegaba a los pulmones con fluidez.

Y entonces empezaron a moverse rítmicamente. Dentro y fuera, dentro y fuera. Aquello era un infierno. Su cuerpo estaba más allá del dolor, pues la presión que sentía era tanta que ni le importaba ya el dolor, solo que aquello acabase de una vez.

Y entonces se dio cuenta con horror que sus caderas se estaban moviendo ellas mismas adelante y atrás siguiendo el ritmo que aquellos mal nacidos le estaban imprimiendo a su cuerpo. Y cada vez se movía más y más rápido.

— Eeeeeeeeyyyyaaaaa… ah.. ah.. ahhhhhhhh…

El primer orgasmo la cogió totalmente desprevenida.  Pero no había acabado de gritarlo, para regocijo de todos aquellos que la estaban usando sin piedad, cuando otra polla se metió a la fuerza en su boca haciendo que no pudiera apenas hablar.

— Ahhhhmmmmmmpppfff… mmmmf…

“Dios mío, no puede ser. ¡¡Me están usando los tres a la vez!! Esto es algo… ¡los tres a la vez! ¡Y me estoy corriendo! Esas pastillas me han convertido en una puta. No puedo parar, y... quiero que sigan. Dios mío por favor, ayúdame”

Catalina notó cómo incrementaban el ritmo con fuerza, con mucha fuerza, su cuerpo botaba y botaba a empujones de aquellos dos enormes hombres. Y cuando soltaban sus pechos, estos se movían de una forma escandalosa arriba y abajo haciéndolos reír. Y aquel movimiento… le gustaba, le gustaba mucho, y la excitaba más aún.

— MMMMMMPPPFFF…mmm.. mmm….

Otro orgasmo seguido ya fue devastador para Catalina. Su cuerpo comenzó a temblar de una manera incontrolable. Espasmos y espasmos sacudían todo su cuerpo lanzado arriba y abajo con violencia, cuando de repente se sintió totalmente inundada por dentro por algo caliente, a la vez que con un fuerte latigazo aquellas dos pollas se le metían hasta donde nunca jamás pensó que podían entrar.

Aquello fue ya el culmen. El no va más. Si ya se estaba corriendo de una manera escandalosa, al sentir el calor del líquido que la estaba inundando, ahora ya no podía parar de ningún modo. Notó como en una nebulosa, entre espasmos, cómo la levantaban y descabalgaban de Abdul y notó también algo viscoso escurriéndose por sus muslos, y entonces el que tenía su polla dentro de su boca pasó a ocupar el lugar de Abdul. La levantaron en peso y la dejaron caer sobre aquella polla. Apenas se dio cuenta. Y tampoco cuando su culo volvió a ser invadido por otra persona. Seguía corriéndose sin control. Era un trozo de carne que solo pensaba en seguir en aquella montaña rusa que era aquel interminable orgasmo.

— Ahhh.. ah. Ah… si… si… más… ahhhh… mmmpppfff…

Otra polla le tapó de nuevo la boca. Afortunadamente, el orgasmo terminó y podía intentar respirar un poco si es que aquella polla le dejaba. Tenía que concentrarse en respirar por la nariz.

Le toqué la cara haciendo que me mirase ligeramente, y pasé mi mano por una de sus tetas, que tenía un pezón que casi hacía daño de lo duro que estaba.

— Bueno Catalina, creo que te voy a dejar con tus nuevos amigos. Creo que ya lo vas a pasar lo suficientemente bien aunque yo no esté presente. Voy a ver a las niñas arriba. Igual con tus gemidos están necesitando algo de… acción.

Catalina intentó decir algo pero le fue imposible con la boca llena, y menos aún cuando empezaron de nuevo el vaivén en su coño y en su culo y su gemido hacía prever un nuevo orgasmo en poco tiempo.

Abrí las puertas del salón para dirigirme hacia el piso de arriba cuando oí de nuevo a Catalina gimiendo apenas visible entre aquellas montañas de carne negra que tapaban su visión.

— Mmmmmmmppfff… iiii… ahoooommmmmmm… iiiii… —Y la boca de catalina soltó la polla que tenía dentro— siii.. más, maaaaas… otra vez, otra veeeeeez… aaahhh… mmmmmppfff….

Bueno, Catalina ya tenía el día ocupado. Sería interesante ver cómo terminaba la cosa. Pero ahora, tenía algo más interesante que hacer.

Estaba mirando lo que se comentaba por twiter y las redes sociales de la situación en Japón, cuando me llegó un whatsapp de Yumiko.

“Las cosas se están poniendo feas. Hoy por la mañana, mi prima Keiko y la cuidadora que la llevaba a la escuela, han muerto atropelladas en un paso de peatones por un vehículo que se dio a la fuga. Han muerto en el acto. Me temo que la noticia me está precipitando el parto”.

¿Feas? Joder, estaba mirando en las redes que las principales ciudades de Japón tenían al ejército en la calle. Osaka, prácticamente tomada. Y en Tokio, todo el espacio que había entre el Palacio Imperial y el edificio de la Tokugawa  Corporation, estaba restringido a la circulación y ocupado por el ejército. Joder, si eso no era un golpe de estado, se parecía mucho. Y peor aún, al morir la niña, se quitaba otro posible sucesor delante de Yumiko.

“Las intrigas de Japón me importan una mierda. Hoy solo me importas tú. ¿Estás bien?”

Me envió una serie de caritas sonrientes con un corazón. Y mientras una sonrisa algo estúpida adornaba mi cara, sonó la llamada de skype.

— Tranquilo. El abuelo siempre ha sido un teatrero. Aunque reconozco que esta vez se ha pasado tres pueblos. O cuatro, ya puestos —dijo Yumiko con la cara perlada de sudor— La verdad es que los acontecimientos se están… precipitando en los últimos días. Antesdeayer, el emperador Akihito ha manifestado su intención de abdicar. En Japón el emperador no abdica, se muere. El gobierno se ha visto obligado a sacar una ley habilitadora a toda prisa. Afortunadamente ha previsto la abdicación para 2018. Ojalá aprovechen ya para modificar la constitución y permitir que la princesa Aiko pueda suceder a Naruhito.

¿Sabes, Javi san?, desde que supo de mi embarazo, el abuelo no me ha dirigido la palabra. Si yo entraba en una habitación, el miraba hacia otro sitio para no verme, o simplemente se iba. Al final se trasladó a Tokio para no estar siquiera en la misma ciudad que yo. Pensaba que me odiaba… pero esto… —añadió con lágrimas en los ojos.

— ¿Pero qué es lo que ha hecho?

— Cuando se enteró de lo de Keiko, y que yo podía estar de parto y podía correr peligro, montó en cólera y llamó personalmente a los jefes de todas las familias vinculadas de una u otra forma a los Tokugawa. A TODAS. En menos de media hora, todos sus jefes estaban en el edificio de la Tokugawa en Tokio. Poco después, una fila de más de cincuenta limusinas con el emblema de las tres malvas salía a las calles de Tokio escoltada por la policía y en dirección al palacio imperial. Los Tokugawa y sus Daimios y samuráis otra vez sobre sus negros corceles… Vaya movida.

Los dejaron pasar por los controles de policía de acceso al palacio sin problemas, por supuesto. Dentro de esos coches iba más del sesenta por ciento del producto interior bruto de Japón.

Al llegar a la entrada de Palacio, mi abuelo se bajó solo. Desde que en teoría se retiró, siempre va con kimono. Así que ahí iba él, andando despacito para que no se le notara la cojera, con un viejo y gastado kimono gris, sin su bastón para no aparentar debilidad, erguido y con una katana enfundada en su saya, en la mano. Nadie osó oponérsele, así que recorrió así los casi dos kilómetros por el parque hasta el palacio imperial, mientras la seguridad y el resto de la gente lo seguía detrás en silencio a una distancia prudencial. Entró al palacio y llegó donde le estaba esperando el emperador. Se plantó en medio del salón de recepciones y con un golpe seco golpeó con la punta de la saya la madera del suelo. Entonces dio la vuelta a la saya, y dejó que la katana cayese libre al suelo. Una espada partida en dos trozos. Luego, arrojó sobre ellas la saya. El salón estaba abarrotado de gente, con el gobierno en pleno aguardando los acontecimientos. En medio del silencio, solo gritó dos palabras con tono de interrogación, chuusei y dougi shin. Lealtad y Honor. Me lo imagino allí, plantado en medio del salón, como en una peli de Kurosawa. Oh, Javi san, daría lo que fuera por haber sido una mosca en la pared en ese momento… Y el emperador no dijo nada, solo asintió con la cabeza. A fin de cuentas, él no deja de ser un ocupa en el castillo Tokugawa.

— No lo entiendo…

— El palacio imperial es el Castillo de los Tokugawa. En 1868, el emperador Meiji vivía en Kyoto, y ayudado por familias rivales, los Satsuma principalmente, derogó el shogunato. Pero la armada naval japonesa era totalmente fiel a los Tokugawa, y tomaron en su nombre la isla de Hokkaido pensando instaurar la república independiente de Edo para los Tokugawa. Yoshinobu los desautorizó y se negó a enfrentarse al emperador, y tras cederle el castillo Tokugawa en Tokio para su residencia, partió delante de él su katana para demostrarle nuestra fidelidad, señalándole con eso, que ahora él era el encargado del mantener el orden y la fuerza en Japón. Hasta ese momento eran nuestros samuráis y Daimios los que lo hacían. Desde entonces, Japón tiene ejército. Hoy, el abuelo le ha restregado en sus mismas narices al emperador, las obligaciones de honor y lealtad que tiene hacia la casa Tokugawa.

Mientras todo eso estaba pasando en Tokio, los Sumitomo vaciaron tres plantas completas de su hospital en Osaka. En menos de una hora, todos los enfermos de estas tres plantas fueron trasladados a otros hospitales. El resto de las plantas del hospital están vaciándose poco a poco para que quede totalmente vacío. Ahora solo hay una paciente en el centro de las tres plantas. Yo. Todos los medicamentos necesarios para cualquier contingencia mía fueron trasladados a esta planta antes de mi llegada y sellados. Veinticinco enfermeras pertenecientes a los clanes Sumitomo y Tokugawa, todas con mi mismo grupo sanguíneo, están permanentemente en mi planta, sin salir de aquí mientras dure mi estancia. Todas las consultas han sido  derivadas a otros hospitales. El portahelicópteros JS Izumo, la joya de la marina nipona, está navegando a todo lo que dan sus motores y más aún, hacia la bahía de Osaka por si es necesario evacuarme. Y el General Yoki Nasuhita, del I Grupo de Operaciones Especiales en Osaka, se ha puesto al servicio de mi abuelo y ha rodeado completamente el hospital haciendo un corredor de seguridad hasta el puerto. Ha instalado incluso baterías antiaéreas. Hay soldados armados en cada ascensor y cada escalera del hospital. En estos momentos, dudo que el mismísimo mikado esté más protegido que yo.

El abuelo viene hacia aquí en helicóptero. Ha estado caminado por el filo de un golpe de estado, y ha obligado a caminar por él también a las familias más poderosas de Japón. Por mí. Todavía no sé cómo podremos salir de esta sin… daños o.. muertes, cuando todo esto termine. Y yo que pensaba que me odiaba… sniff…

— Vale, entonces, solo para tranquilizarme, ¿es falso que haya riesgo de un ataque químico terrorista?

— Ja. “Yo” soy el peor ataque terrorista para Japón hoy en día, Javi san. Si alguien quiere desestabilizar Japón, yo seré la bandera que enarbolen tras la muerte de Keiko. Pero ¿quién la asesinó y porqué? Está claro que alguien quiere desconectar la bomba que sería la posible sucesión, eliminando a los hipotéticos aspirantes. El emperador le ha dado garantías al abuelo que no es él, ni tampoco el estado. Pero… alguien es, de eso no cabe duda.

Yumiko abrió los ojos de repente.

— Ohhh… ayya… mmmm…. Ufff… Debo… respirar… ah… ah… ah…

—¿Estás bien?

— Tranquilo, es solo… otra… uuuuuufff… joder…. Otra contracción. La próxima vez las pasas tú, te lo advierto, aaaaayyyy… ya, ya… uffff… ya pasa, ya pasa… ufff… menos mal que aún no van muy seguidas.

Por la cámara de la tablet de Yumiko veía movimiento de enfermeras modificando el gotero que tenía puesto en la parte de la cabecera, y confortándola con una mano en su hombro y secando un poco su frente y su cara.

— ¿No te pueden poner algo para el dolor?

— No.

— ¿Cómo que no? No sé, un analgésico, una epidural o algo, lo que sea.

— ¡¡¡NO!!! No me van a poner nada en absoluto mientras yo lo pueda aguantar. Ah… ah… ah… Solo el maldito suero salino que tengo puesto, y porque me han obligado a la fuerza. Durante todo el embarazo las malditas hormonas me las han hecho pasar canutas, Javi san.

— ¿Y porqué no las has eliminado de tu sangre? Sabes hacerlo. O aumenta las endorfinas… tú me enseñaste a hacerlo.

— Pero “no quiero” hacerlo. Por eso estoy tan… uff, es duro ser normal ¿sabes? Lo que daría por tenerte aquí…

— Mañana mismo tomo un avión.

— Ni se te ocurra venir. Lo que faltaba. Que te añadas a todo el lío que tenemos aquí montado. ¿Tú quieres que al abuelo le dé una apoplejía? Jajaja… bueno, eso sería digno de ver. Como decía Kurosawa, la montaña inamovible… Al menos me sigues haciendo reír… No sé cómo reaccionará cuando se entere que el padre de su bisnieto es un gaijin español, jejeje… ahhh… ufff…

La mirada de Yumiko se dirigió hacia un lateral de la cámara que la enfocaba y asintió con la cabeza.

— La montaña inamovible ya está posándose en la azotea, Javi san, Tengo que dejarte. Te llamaré en cuanto pueda ¿vale? Un beso. Te… te quiero.

Y cortó avergonzada la conexión. Nunca me había dicho que me quería. Parece que sí que la habían vuelto rara las hormonas. Tan rara como la sonrisa de bobo que tenía yo en ese momento en la cara.

Estuve pensando detenidamente en todo lo que me había dicho Yumiko, y mirando páginas y páginas de Internet. Y al fin, encontré la solución para todos los problemas. Era algo tan sencillo, simple y tonto, que era difícil de ver.

Llamé al aeropuerto para reservar el siguiente vuelo para Japón.

En fin, iba a terminar con lo que tenía ahora entre manos, y luego me subiría a un avión y me plantaría en Osaka. En un día tenía que evitar un golpe de estado y el seppuku o suicidio ritual de los jefes de las principales familias japonesas, entre ellos el abuelo de mi novia. Y de paso, si me sobraba algo de tiempo, asistir al nacimiento de mi hijo e intentar convencer a una terca adolescente japonesa que podía ser la emperatriz de Japón, que un viejo como yo podía ser un buen partido.

Tendidas en la cama, desnudas y esposadas cada una a su respectiva pata en la cama, se encontraban las dos gemelas.

Andrea tenía los ojos llorosos, pues de vez en cuando, aún se oían los gemidos ahogados de su madre si uno aguzaba bien el oído. En cuanto me vio entrar, se incorporó lo que pudo en la cama.

— Javi por favor, deja a mamá. No le hagas daño por favor. Hazme a mí lo que quieras, pero déjala a ella. Si alguna vez te importé hazlo por mí. Haré lo que sea, lo que sea.

— Va a hacer lo que le dé la gana, Andrea, no supliques. —replicó Susana con voz rabiosa.

— Efectivamente cuñada. Voy a hacer lo que quiera. ¿Y sabes por qué? Pues porque puedo. Y porque habéis vivido muy bien estos años gracias a mi dinero sin preocuparos en absoluto del daño que me hicisteis. Y no solo eso, sino que además, preparasteis una jugada que terminó con la muerte de mis padres por conseguir más dinero aún. Por eso tu madre está ahora pagando lo que hizo. Y vosotras también pagareis.

Le dije antes a vuestra madre que el rufián que manipuló el coche en el que mis padres se mataron ya está detenido y ha cantado de plano. Ha acusado a vuestra amiga y su marido, y a vuestra madre también. Yo tengo escondido a Eduardo. Si no hacéis absolutamente todo lo que me salga de las narices, y os mostráis lo más amable que alguien pueda llegar a ser con otra persona, soltaré a Eduardo y empezará a cantar, y entonces, vuestra vida se reducirá a salir durante más de veinte años al patio de la cárcel un par de horas al día.

Vuestra madre está ahora en su peor pesadilla. Un castigo adecuado a la medida de su crimen. Pero tengo que pensar en ti, Susana. ¿Cuál es el castigo que más temes? ¿Cuál es tu peor pesadilla?

— Vete a la mierda, cabrón.

— Hummm… creo que ya sé lo que es, Susanita —dije mientras le acariciaba la cara y ella la retiraba de inmediato.

Abrí un cajón de la cómoda que había en la habitación y saqué un enorme manojo de cuerdas de yute. Al menos tenía seis o siete cuerdas de bastantes metros cada una. Le quité las esposas a Susana.

— Al baño. —Y le dí una palmada en el culo mientras pasaba, lo que hizo que me dirigiera una mirada asesina.

Repetí lo de la madre. Tiempo para sus necesidades y una duchita rápida. Pero en esta ocasión al terminar nada de vestidos ni maquillaje.

— Ven —Le indiqué. — ponte de pié aquí.

Susana obedeció a regañadientes. Acto seguido, le até las manos atrás con una cuerda pequeña, y realicé la misma acción con otra cuerda en sus pies.

— ¿Sabes Susana? El shibari es un ancestral arte japonés que tenía por objeto castigar a un prisionero inmovilizándolo con cuerdas con el fin de humillarlo y, dependiendo de la gravedad de su crimen, incluso torturarlo. Era el derecho del samurai que lo tomaba como prisionero.

Fui atando sus brazos desde las muñecas hasta llegar casi a los hombros forzándolos hasta casi juntarlos por detrás del cuerpo de mi cuñada. Estaba obligada a sacar exageradamente el pecho hacia delante. Luego, saqué una tabla plana y alargada del cajón, de algo menos del ancho de su vientre, y que al llegar al pecho se estrechaba más para que sus pechos pudieran colgar libres, y fui ajustándolo a su cuerpo dando vueltas a una cuerda hasta llegar al pecho.

— Cuando finalizó el período Edo, o sea, cuando terminó el shogunato y los samurais, el shibari fue cambiando a un refinado rito erótico, y nace entonces un concepto más especializado del shibari, el Kinbaku, como arte erótico y de sumisión. Pero ambas cosas parten del mismo principio. La sumisión total del prisionero.

Entonces pasé una cuerda por un gancho que había puesto en el techo y empecé a pasarla por las vueltas que daban en la espalda de Susana las cuerdas que ajustaban la tabla a su vientre. En cuanto la pasé por todas ellas, tiré con fuerza y Susana perdió el equilibrio y cayó, pero solo hasta la mitad de su altura, pues la cuerda la mantenía colgando y en horizontal. La até y fui subiendo poco a poco hasta que quedó a la altura de mi cintura. No podía doblar ni arquear el cuerpo por culpa de la tabla, con lo que estaba totalmente recta.

— Para lograr esa sumisión, Susana, el prisionero no se puede mover en modo alguno. Nada. No puede mover ninguna parte de su cuerpo. Debe conocer que está totalmente a expensas de su dueño.

La parte superior del cuerpo de Susana no se podía ya mover, pero la cabeza y las piernas sí. Acaricié su pelo, y lo retorcí hasta hacer una especie de cola. Lo até con una goma. Entonces llevé otra cuerda al pelo, la até con fuerza bajo la goma y la pasé también por el gancho. Empecé a tirar hasta que la cabeza de Susana quedó estirada todo lo que podía hacia arriba. Ya no podía mover la cabeza. Y su cuerpo estaba totalmente en horizontal, con sus tetas cayendo libres hacia abajo. Solo tenía libres aún, las piernas.

— Bueno Susanita. Ya queda menos. Vayamos por el resto.

Entonces puse una cuerda en su tobillo derecho y otra en el izquierdo, y las até una a la parte delantera del cabecero de la cama a la altura de mi cintura y otra a un gancho justo a la puerta. Luego desaté la cuerda inicial de los pies. Empecé a estirar las cuerdas y Susana fue abriendo cada vez más las piernas hasta quedar con ellas totalmente abiertas, casi en perpendicular al sentido del cuerpo. Tenía elasticidad, vive Dios. Veía que intentaba moverse pero le era totalmente imposible. Pero aún le quedaba algo. Le puse la pelota roja con agujeros para respirar en la boca y se la aseguré en la nuca. Ahora ya estaba perfecta. Estaba totalmente en horizontal y no se podía mover en absoluto.

— Esto es lo que temes ¿verdad Susana? Estar totalmente a merced de otra persona, depender totalmente de ella, que te pueda hacer todo lo que quiera, sin que tú puedas impedirlo ni hacer nada por evitarlo. —La cara de Susana era un poema de rabia y pánico— Y además, que sea yo del que dependas. Que te pueda follar, que folle a tu novia, que os folle a las dos y tú inmóvil. Y lo peor todavía, que disfrutes con ello, que te corras una y otra vez, mientras ves cómo tu novia se te va de entre las manos y vuelve a ser de mía, de tu amo. Ver cómo ella se corre en mis manos. Cómo me pide más y más.

— Mmmm… Mmmm…

Recorrí con la punta del dedo la espalda llena de cuerdas de Susana, pasé por su culo y bajando por su raja hasta llegar al coño que… si… ahí estaba la humedad.

— Ese será tu castigo Susana. Todo lo que más odias en esta vida.

Me acerqué a una llorosa Andrea y la solté.

— Al baño.

Tras la ducha de Adriana volvimos junto a una llorosa Susana, llena de rabia, de impotencia y de desesperación por todo lo que le había dicho.

— Haz que se moje el coño. Si lo haces bien, no sufrirá cuando se la meta.

Andrea se lanzó con desesperación entre las piernas de Susana a comer su coño. Puse el espejo del armario de forma que pudiera ver la cara llorosa de Susana, me quité la ropa, y al cabo de unos momentos quité a Andrea de entre sus piernas.

— Suficiente. Si quieres comerle las tetas, es cosa tuya, ahora me la voy a follar y hacer que se corra hasta que pierda el sentido.

Tomé el lugar de Andrea y metí la polla hasta el fondo del coño encharcado de Susana que solo se estremeció un poco, sin poder moverse. Pero sus ojos sí la delataban. Mis manos amasaban sus nalgas haciendo que su excitación subiese sin parar. Mientras, Andrea besaba y chupaba los tremendos pezones de su hermana que estaban más que sensibles. Su torrente sanguíneo empezaba a ser una charca donde sus hormonas se movían con total libertad.

Al cabo de unos minutos Susana empezó a estremecerse. Sí que había algo que podía mover, su coño apretaba mi polla y notaba cómo los músculos de su culo y sus piernas también se marcaban.

— Mmmmmmppp…

Y Susana se corrió. El primer orgasmo de una fila que la iba a llevar al límite de la cordura. El primer orgasmo para romperla mentalmente. Otros siguieron a este, y Susana ya solo esperaba por el siguiente cuando paré. Al salirme, vi cómo su coño palpitaba en espera de más. Necesitaba desesperadamente más.

Tomé a Andrea por la barbilla y la llevé delante de Susana. La besé. La besé hasta que Andrea sintió que se mareaba. Hasta que noté cómo su pubis se apretaba contra mí desesperadamente, y Susana también lo veía. Andrea gemía, necesitaba algo con urgencia, y me quiso llevar a la cama para quedar fuera del ángulo de visión de Susana, pero sonreí y la retuve allí. Si quería follar, sería delante de su novia. Le puse mis manos en sus hombros y la presioné ligeramente hacia abajo. Lo entendió y se puso a hacerme una de sus mamadas. Miré triunfante a Susana, que era un mar de lágrimas, pero ahora… no solo a causa de que me estuviera tirando a su novia, sino porque ella misma era la que quería ser el objeto de mis atenciones y lo sabía. Quería que siguiera follándola. Quería seguir corriéndose.

Moví hacia la cama a Andrea y la penetré de golpe. Un alarido de satisfacción salió incontenible de su boca.

— Ahhhhhh… Javiii... siiiiii...

Me moví con Andrea pegada a mí y me dí la vuelta dejándome caer en la cama de espaldas con Andrea cabalgándome. Hacía tiempo que esa imagen estaba en mi cabeza. Andrea botando sobre mí. Sus tetas subiendo y bajando como si fueran unas pelotas. Y sonriendo, sonriendo como la niña traviesa que obtiene al fin lo que quiere.

Entonces me dí cuenta que tampoco era para tanto. Otras muchas habían botado sobre mí tan bien o mejor que Andrea. Con mejores tetas incluso. Y la imagen de cierta mujer oriental, casi una adolescente, sentada sobre mí, cerrando los ojos con fuerza y apretando sus labios a punto de correrse, llenó mi cabeza.

Aparté inmediatamente a Andrea, que no entendía nada.

La esposé de nuevo a la cama y bajé del kinbaku a Susana que lloraba entre hipidos. Le quité las ataduras y la mordaza y la cogí de la mano bajando con ella hacia el salón. Le indiqué las puertas y Susana las abrió.

Catalina estaba tirada entre varios negros enormes que estaban descansando. Todo su cuerpo brillaba cubierto del semen que le habían ido tirando encima, y de su culo y de su coño salían dos ríos de líquido blanquecino. Sus piernas estaban bastante abiertas, lo que dejaba bien a la vista lo que salía de entre ellas. Sus manos agarraban con determinación dos enormes pollas negras intentando que volvieran a la vida, y su boca bajaba y subía sobre otra que metía hasta la campanilla. Al parecer mi suegra le había encontrado el punto a las mamadas.

Empujé hacia el centro del salón a Susana. Los que estaban descansando levantaron interesados la cabeza y a la vez, algo más se les levantó al ver a Susana desnuda. Era bastante más joven, y más apetecible aún que su madre, y además, de un pelirrojo rabioso, tez blanca con pecas, y unos ojos verdes ciertamente pecaminosos.

Abdul y Makelele fueron los primeros en levantarse y venir a por Susana. La cogieron y, en volandas la llevaron a la otomana que había ocupado antes su madre.

Catalina miró a su hija, y con apenas una mirada triste, sin decir nada, siguió a lo que estaba.

Abdul levantó en vilo a Susana mientras Makelele y otro compañero le abrían exageradamente las piernas, y de un envite, le metió sus veinticinco centímetros de polla dentro. Susana abrió los ojos exageradamente y dio un berrido.

— OOOOOOOAAAAAYYYYYY…

Apenas tuvo tiempo a seguir, Abdul la cogió por su culo y la levantó en vilo obligando a Susana a cogerse a su cuello, si no quería caer.

Makelele se situó detrás, y cogiendo algo de crema que toda vía había en el bote, untó el culo de Susana y empezó a hacer fuerza hasta conseguir que su esfínter cediera.

— NOOOOO…..

Pero ya era inútil. Makelele y Abdul estaban ya perfectamente sincronizados y Susana notó como era empalada por los dos gigantescos negros a la vez, y su cuerpo botaba arriba y abajo según la voluntad de aquellos dos sujetos que le estaban haciendo un sándwich en vertical.

Ya se habían corrido varias veces, y podían aguantar ya bastante sin correrse. Y lo mismo toda su pandilla. Susana fue pasando por uno y por otro, y todos fueron pasando sucesivamente por su coño o por su culo.

Mientras, su madre Catalina era como una mascota en manos de tres gigantescos negros que le acariciaban la cabeza y el pelo como se acaricia a un perro. No tenía ya voluntad. Solo veía enormes pollas negras que se metían dentro de su coño o de su culo, incluso algunas se habían metido las dos juntas a la vez en su coño haciendo que perdiese el sentido por unos momentos. Pero luego un orgasmo, otro más, la revivía entre estertores y se lanzaba de nuevo a por más y más.

Susana ya estaba en la misma línea. Se habían organizado un poco y Susana estaba boca arriba en la otomana e iban pasando de uno en uno por encima de ella. Se la metían, embestían tres o cuatro minutos a todo lo que daban, Susana se corría entre jadeos mientras sus tetas se bamboleaban por los embistes, y dejaban el sitio a otro, y vuelta a empezar.

Cuando se cansaban de esto, le daban la vuelta y le daban por el culo hasta descargarse dentro.

— Noo.. no puedo más… por favor, no más, no puedo... —decía una balbuceante Susana.

Y entonces se tiraba uno en la otomana, la ponían a cabalgar encima de su polla, y otro le daba con fuerza en el culo y empezaban de nuevo.

— OOOOOHHH… AAYYYY… Dios, si, me corrooooooo ahhh… si... más…

Y Susana volvía a correrse una y otra vez. Y otra. Su cabeza, ya no era suya, solo tenía pensamientos para correrse y ser penetrada una y otra vez mientras sus dientes castañeteaban sin cesar.

Salí del salón. Cuando mis amigos negros se marchasen de la casa, Susana y su madre desatarían a Andrea. Ahora yo debía hacer otra cosa antes.

Subí a la habitación y me encontré a Andrea llorando. Se había dado cuenta que ya no la quería. Que no tenía ningún poder sobre mí. Y no lo podía soportar. Porque ella… ella sí me quería. Había tardado en darse cuenta, pero cuando la había bajado de encima de mí, había sentido como con un click, todo su poder desvaneciéndose, y la sensación que jamás me volvería a tener. Y ahora, no podía resistirlo.

Saqué de un portafolios el documento de cesión de los derechos de uso de mi casa en Puerta de Hierro, y Andrea los firmó llorando. Ese iba a ser su castigo. Saber que nunca jamás me tendría. Mi influencia en su mente y la presión sobre sus sentimientos la habían llevado hasta allí.

— Tu hermana y tu madre te desatarán cuando acaben. Puedes vivir en esta casa. Si no tienes trabajo, te proporcionaré uno en mis empresas, pero deberás trabajar para ganar dinero. Y lo mismo digo de tu hermana. Mañana dejarás la casa de Puerta del Hierro y sacareis vuestras cosas de allí. Ya enviaré yo a alguien a hacer las reformas que quiero.

Y cogiendo delicadamente su cara con mis manos, deposité un suave beso en sus labios que la hizo llorar, más aún, al separarme de ella.

Recogí una escasa bolsa de equipaje, y salí rumbo a la terminal cuatro de Barajas. En unas horas debía tomar un avión.

Al llegar a Barajas, un click en mi teléfono móvil borró permanentemente todos los datos de los ordenadores de la casa de la Sierra.

Veintitrés horas después, Yumiko Sato, heredera del imperio Tokugawa, y puede que del Japonés, abrió los ojos exageradamente al verme entrar en su habitación del hospital de Sumitomo en Osaka. Estaba a punto de salir para el quirófano en cuanto dilatara un poco más. Y un viejo con un gastado kimono gris, me miraba con cara de auténtica mala leche desde una butaca en la habitación.

— Mizu no kokoro, Yumiko. Mizu no kokoro —dije—. Ya estoy aquí.

Y mi pequeña Yumiko, entre lágrimas, extendió con desesperación los brazos hacia mí.

Epílogo.

Luego del parto le explicaría a Yumiko mi aventura para llegar a una Osaka tomada por los militares. Y la llamada al embajador de España en Japón por parte de nuestro rey para que se pusiera totalmente a mi disposición para todo lo que quisiera. Y la pugna con el general Nasuhita para poder entrar en el Hospital, que ni siquiera cedió cuando el embajador le explicó que era el padre del hijo que esperaba la heredera Tokugawa y su posible emperatriz. Pero lo que lo decidió definitivamente fueron las tres imágenes que recibió en su cabeza de Yumiko mirándome y riendo feliz. Yo solo incliné la cabeza, y el General Yoki Nasuhita, Primer Jefe del mando para la región central de Japón y del I Grupo de Operaciones Especiales con base en Osaka, también se inclinó, y ante la estupefacción del embajador, me dejó el paso libre hacia la posición más férreamente defendida de todo Japón.

Pero antes, mientras Yumiko gritaba con todas sus fuerzas en una sala de partos a la que me había prohibido entrar para que no la ayudase con nuestro don, me senté delante de la montaña inamovible y le empecé a hablar a su mente.

Días después, la princesa Aiko, princesa Toshi de Japón, hija única de sus altezas imperiales, y heredera después de ellos al trono del crisantemo, presidía la boda de su pariente y amiga, Yumiko Sato Tokugawa, con un gaijin extranjero. Un español de ascendencia noble y cierta edad, que expulsaría a Yumiko de la línea sucesoria al ser mujer y casarse fuera del círculo imperial. Un problema menos para Japón. Por cierto, la novia iba radiante con un kimono de seda con las tres malvas del emblema Tokugawa en un precioso diseño geométrico. Las malas lenguas cifraban en más de siete cifras el valor en euros del kimono en cuestión.

Y también me gustaría a mí, un día antes de la boda, haber sido una mosca en la pared cuando otras cincuenta limusinas llegaron al palacio imperial, y un viejo ya sin katana, pero con un lujoso kimono de seda con un pequeño sonajero de niño prendido a él, se dirigió al emperador y le ofreció romper algo para él mucho más valioso que su katana como prueba de fidelidad suya y de todos sus aliados. La salida de su nieta de la sucesión de Japón al casarse con un extranjero.

Y el viejo emperador, sin decir una palabra, solo asintió con la cabeza.

Fin.