La venganza del pagafantas. VII

El pagafantas se enfrenta a su ex mujer y su hermana y las castiga. Este séptimo relato debería ser el último. pero las cosas se han alargado, y quedará otro más. Este es cortito, el otro será Bastante largo.

Capítulo VII.

El supremo arte de la guerra es someter al enemigo sin luchar.(Sun Tzu. S. VI AC. El arte de la guerra)

Eran apenas las ocho y media de la mañana, cuando entré en mi chalet de Puerta del Hierro con las llaves de Catalina. No sabía si habían cambiado la cerradura, así que preferí ir sobre seguro.

Había estudiado con detenimiento las finanzas tanto de mi ex mujer como de su madre y hermana, y no tardé en llegar a la conclusión que se habían pegado un par de años de puta madre sin dar un palo al agua.

De la cantidad que mi ex mujer se había quedado en el acuerdo de divorcio apenas quedaba nada. Claro que mantener a tres personas sin trabajar y con el nivel de vida que llevaban no era barato, precisamente. La pensión de viudedad de Catalina era lo que las había mantenido a flote, de hecho, era el único ingreso regular que entraba en su economía. Pero toda ella, además de lo poco que iba quedando de mi dinero, se iba en los caprichos de las tres. En poco tiempo, tendrían que ponerse a trabajar o menguar su nivel de vida.

No hice ruido al entrar desde el garaje, aunque suponía que la noche de fiesta que habían tenido “las niñas” las habría dejado lo suficientemente perjudicadas para no enterarse casi de nada.

Entré al salón y miré mi televisión, mis muebles, mi equipo de sonido. El equipo de sonido era lo que más me había jodido dejar allí. Lo había hecho a mi medida, y para mí era, simplemente, perfecto.

Desolado, observé que la conexión del equipo a la televisión estaba suelta, y el cable del proyector HD también. Supongo que era mucho trabajo para sus cabezas llamar a un técnico de sonido para que lo pusiera todo en su sitio. Las cajas Bowers&Winlings estaban movidas de su sitio y, evidentemente no reproducía el sonido envolvente como debe ser. Al menos el ampli Marantz y el receptor Onkyo parecían en buen estado.

Eso sí, cientos de pijadas ocupaban cualquier centímetro cuadrado del salón. Me hice cuenta de tirarlo casi todo en cuanto me instalase en la casa. La cocina estaba sin recoger, obviamente, pero con un encogimiento de hombros me dirigí a las habitaciones del piso superior.

Abrí con cuidado la habitación que había sido mía y de Andrea, y allí tiradas en la cama, casi de cualquier manera estaban las dos hermanas. Ni siquiera habían bajado la persiana, así que podía ver perfectamente el interior de la habitación.

El edredón estaba casi en el suelo. Andrea dormía encogida en el lado derecho, su lado derecho de siempre, y vestía unas bragas blancas y una camiseta de tirantes gris clara, que siempre le había encantado para dormir.

En cuanto a Susana, usaba unos boxers de hombre, que me resultaban vagamente familiares, y nada en la parte de arriba. Me deleité un tiempo mirando sus tetas coronadas por unos pezones que, curiosamente no se parecían demasiado a los de Andrea. Al menos en eso no eran exactamente iguales. Estos eran algo más… salidos hacia fuera, más abultados. Las dos tenían el pelo recogido confusamente en lo alto de la cabeza, con abundantes mechones sueltos regando la almohada. Una almohada que tenía manchas negras de haberse acostado sin desmaquillarse. Parecía que habían llegado algo perjudicadas por la noche. Me pareció observar que Susana había engordado un poco. No mucho, pero conociendo como conocía el cuerpo de Andrea, Susana me parecía más.. rotunda que antes. Para nada gorda, no, pero si algo más… eso, rotunda. Al moverse, por debajo del boxer, apareció en su cintura el extremo de un tatuaje.

Me acerqué a la cama y pasé levemente mi mano por el hombro de Andrea y luego por el de Susana sin que hubiera el más mínimo atisbo de reacción. Estaban durmiendo a pierna suelta. Sonreí travieso. Retrocedí hasta la puerta y me apoyé desgarbadamente en el quicio de la puerta.

Tras unos instante pensando decidí darles un pequeño susto.

¡¡¡PUM!!! Resonó claramente para ellas dentro de su cabeza. Del susto despertaron y casi se quedan sentadas en la cama.

— ¿Qué.. qué pasa? —dijo asustada Susana.

Tras un instante de desconcierto, las dos repararon en mi figura apoyada en la puerta.

— ¿Quién diablos eres tú?

Al parecer la voz cantante de la relación la llevaba Susana, cosa que no me extrañaba en absoluto, por otra parte.

Hice una seña bajando con mis ojos hacia el pecho de Susana, que, inmediatamente se tapó el torso por delante, con una camiseta que tenía debajo de la almohada. Al mismo tiempo, Andrea abrió unos ojos como platos al reconocerme.

— Vestiros. Vuestra madre me ha enviado a llevaros a reuniros con ella a casa de un tal Eduardo Vergara.

— ¿Qué? Tu estás completamente loco, ¿quién diablos eres?

En disculpa de Susana debo decir que no me daba demasiada luz en la puerta, aunque Andrea, como es lógico, sí me reconoció a la primera.

— Pregúntale a tu hermana, pero venga, de prisa, a vestirse, que Catalina está esperando.

No hizo falta que preguntase a Andrea, en cuanto mencioné a su hermana me reconoció.

— Tu, cabrón hijo de puta… — y saltó de la cama para irse hacia mí.

Intentó darme un puñetazo, pero parecía que Susana iba en cámara lenta. Casi me dio tiempo a sonreír y todo. Con el brazo izquierdo paré el golpe agarrándola a la vez del antebrazo y girándola aprovechando su impulso hasta que quedó de espaldas a mí. Luego, sin perder un instante, puse mi pié en su culo y la empujé con bastante fuerza hacia la cama, donde volvió de nuevo en un revoltijo de piernas y brazos. En menos de un segundo estaba de vuelta en la cama.

— De nuevo con las tetas al aire, Susana, ¿es eso una costumbre?

La mirada de rabia infinita que me dirigió hubiera podido derretir un iceberg.

— Mira cuñada, como te me pongas pava, te doy dos ostias y te parto la cara, ¿está claro? Si piensas que porque te tiras a mi ex mujer, tienes la fuerza de un tío, vete olvidándote del tema. Tal vez lo único que consigas con eso, es que encima te de un par de ostias más, de propina.

Susana miró a los lados, sin duda en busca de algo contundente con lo que atizarme. Su mente era un vórtice de odio enfermizo hacia mí. Siempre dudaba de si su hermana habría disfrutado conmigo más que con ella.

— Mira Susanita… no hay nada en esta habitación con lo que puedas hacerme daño. Sí hay, sin embargo, al menos veinte cosas con lo que yo puedo mataros a las dos en apenas un par de segundos. ¿Te sientes capaz de mejorar la marca?

Sentí que iba a volver a lanzarse con furia hacia mí un segundo antes de que ella misma lo supiera. Bajé la mano derecha a mi cinturón y pulsé la hebilla que lo soltaba. Al tiempo, agarré la hebilla, ya suelta,  con la mano, mientras me preparaba para recibir a una Susana totalmente fuera de sí.

Mientras Susana todavía se impulsaba para levantarse de la cama, mi brazo, con la hebilla el cinturón firmemente sujeta, se separó totalmente de mi cintura hacia mi derecha haciendo que el cinturón saliese veloz de las trabillas del pantalón con un silbido de serpiente. Cuando Susana llegó a mi altura y echó su brazo hacia atrás para volver a intentar darme un golpe, solo tuve que levantar con desgana mi brazo izquierdo para volver a interceptarlo, lanzar un latigazo a su cuello con el centro del cinturón, hacerla girar de nuevo, recoger el otro extremo del cinturón con el brazo izquierdo que ni se tuvo que mover del bloqueo, y apretar el cinturón en su cuello dando una vuelta.

En menos de un segundo, la sorprendida Susana estaba a punto de ser estrangulada con un cinturón que ni siquiera sabía de dónde diablos había salido.

Tras mantenerla tres o cuatro segundos apretando con el cinturón y dejándola sin respiración, respiré hondo, aflojé el cinturón, y volví a darle una patada en el culo y lanzarla al centro de la cama de nuevo ante los ojos aterrados de mi ex mujer.

— Y ahora ya va en serio, bollera. A la siguiente tu cara ya no será más como la de Andrea. Tú misma.

— ¡¡Te denunciaré a la policía!!. —exclamó rabiosa.

— Muy bien, de hecho, es a donde vamos a ir después de ver a vuestra madre. Así ahorramos algo de tiempo ¿vale? Y ya puestos… ahora podéis recoger una bolsa con algo de ropa básica, algo que podáis poneros en Alcalá-Meco. A fin de cuentas vais a pasar más de veinte años allí…

— ¿Qué dices? ¡¡Estás loco!! —escupió con desprecio.

— Veinte años por el asesinato de mis padres, y otros cuatro o cinco por entrar a robar en su casa esa misma noche. Salís poco favorecidas en la cinta de vídeo, pero se os ve perfectamente. Vuestra madre y Andrea salen en primer plano junto a la caja fuerte, eso sí. Andrea, Andrea… ¿no les dijiste que había tres cámaras de seguridad? Qué fallo. Igual ni te acordabas. Sin embargo la clave de la caja la recordaste a la primera.

Andrea me miraba con espanto, mientras Susana nos miraba a los dos alternativamente. Estaba pensando que si yo moría podrían salir con bien de esta.

— Antes de nada, Susana, voy a dejarte clara una cosa. Cuando tú vas, yo ya he ido y vuelto veinte veces, así que ni lo pienses siquiera. Primero, porque no me conoces. En realidad ni Andrea me conoce. No lo intentes, te lo aconsejo.

Evidentemente siguió pensando en cómo podría matarme. A quién podría recurrir para que fuera hoy mismo…

Me puse de nuevo el cinturón, y antes de que pudieran ver nada, saqué una navaja del forro de mi chaqueta, y sin que sus ojos pudieran percibir apenas movimiento alguno, la lancé con fuerza hacia Susana, clavándola a menos de tres centímetros de su cara en el cabecero de madera de la cama. El sonido cimbreante de la navaja al vibrar, estremeció a las dos hermanas. Y mi postura parecía ser la misma de antes, apoyado negligentemente en el quicio de la puerta.

— Ahora ya tienes algo con lo que intentarlo, bollera. Venga, como decía el otro, alégrame el día. ¿O no tienes huevos? —Ante su silencio, continué.— Bien, se acabó la charla. Vestiros las dos ahora mismo, y no, no pienso ni darme la vuelta ni dejar de mirar. Tenéis cinco minutos. La ducha puede esperar e ir al baño también. Lo haréis allí. Lo que no os hayáis puesto en cinco minutos, iréis así por la calle.

Me resultó divertido que Andrea intentase taparse un poco al cambiarse de bragas. Al menos Susana tuvo los cojones de hacerlo sin mayor problema y al parecer sin ningún pudor por mostrar su coño completamente rasurado excepto una pequeña raya vertical en el centro. Recuperé mi navaja, y en menos de cinco minutos estaban vestidas con un vaquero y una camiseta.

— Vamos. —Y cedí el paso a Andrea, comenzando a andar detrás suyo.

Susana se quedó rezagada, y cuando pensó que no estaba mirando, agarró un pesado florero de metal del pasillo y se lanzó de nuevo hacia mí con ánimo de darme con él en la cabeza. Me dio tiempo a verla coger el florero, ver sus intenciones, ver cómo echaba el brazo hacia atrás para coger impulso… un mundo.

Giré agachándome ligeramente, separando y flexionando las rodillas en un perfecto shiko dachi, al tiempo que mi mano derecha abierta se lanzaba con fuerza en hirate contra su esternón. El florero se estampó contra el suelo al tiempo que Susana salía volando despedida hacia atrás cayendo al suelo sin respiración.

Salté encima de ella sentándome encima de su pecho y comencé a darle rápidas bofetadas con las dos manos, Susana apenas podía respirar, y era incapaz de evitar la tormenta de bofetadas continuas que le estaban cayendo encima. Al menos recibió quince o veinte de ellas sin que pudiera defenderse. Su cabeza giraba de lado a lado inerme y sin fuerza.

Me levanté dejando que el aire volviera a sus pulmones. Le dí la vuelta y le até las manos con una brida de plástico.

— Te he podido marcar para siempre la cara, bollera. Pero seguro que las internas de Alcalá-Meco no me lo iban a agradecer. Fijo que te prefieren sin marcas, para poder follarte el culo todos los días y hacer que te comas veinte coños todas las noches. ¿No crees? Seguro que pasáis a ser las mascotas de la jefa de alguna banda. Gemelas, pelirrojas, con buenas tetas y buen culo… y tan blanquitas de piel…

Andrea estaba totalmente aterrorizada.

— Javi… te lo prometo, nosotras no sabíamos que tus padres iban a morir, de verdad, te lo juro —dijo Andrea gimoteando y completamente aterrada.

La empujé con suavidad escaleras abajo, hacia el salón, indicándole que se sentase en el sofá. A Susana la llevaba casi a rastras. La tiré en el sofá de mala manera.

— Quiero que sepáis una cosa. Vosotras tendréis para veinte o veinticinco años, y podréis salir con poco más de cincuenta, pero vuestra madre a su edad… en fin. No saldrá de la cárcel, eso seguro. —Andrea abrió mucho los ojos. — Catalina me ofreció dinero, como si eso me sirviera para algo… dijo que me daría todo su dinero y el vuestro para que no os llevase a la cárcel. Pobre, sé de sobra que apenas os queda su pensión. Así que está en casa de vuestra amiga intentando pensar en algo que me satisfaga, aunque no creo que lo consiga.  Si para cuando lleguemos allí, pensáis algo entre las tres… bien, si no, llamaremos a la policía.

— ¡¡Quédate con la casa!! —exclamó Andrea.

— Pero, la casa ya es mía, tontita —repliqué yo, llamándola con uno de los diminutivos que usábamos cuando estábamos casados, y dándole un pequeño pellizco en la mejilla.

— ¡¡Volveré contigo!! ¡¡Haré lo que quieras, pero no denuncies a mi madre!!

— Qué curioso, eso mismo me dijo Catalina, que hablaría contigo para que volvieses. Pero… le contesté que eres mercancía usada, Andrea. No tienes mucho interés para mí.

— ¡¡No!! No he estado con nadie, te lo juro.

— Ahhh… ¿Susanita cuenta en ese nadie? ¿O entraría también ella en el lote?

Andrea abrió los ojos espantada. En cuanto a Susana boqueó más aún intentando respirar.

— Cc.. cabrón…

— Oye, no me acordaba de ti. Pero ahora que hablas, puede que me interese el trato. Follaros a las dos a la vez puede que no esté mal. Sobre todo por ver la cara de Susana cuando te estés corriendo mientras te follo. Fijo que le encanta. Vamos a hacer una cosa. Os voy a denunciar a las tres a la policía si no encontráis algo que me atraiga más. Pero ahora voy a cobrarme el intento de romperme la cabeza que la bollera esta ha intentado, pese a mis reiterados consejos de que no hiciera tonterías.

— ¿Q.. qué vas a hacer? —dijo asustada Andrea.

— Para empezar, vete a la cocina y trae el aceite y el vinagre. Ya.

Andrea asintió confundida, sin saber para qué diablos querría los frascos de aceite y vinagre. En apenas un minuto, estaban los dos frascos encima de la mesa baja de cristal del salón.

— Ahora desnúdate.

Susana inmediatamente intentó levantarse, aún con las manos atadas en la espalda. Al menos, podía otorgarle que intentaba defender a su novia.

Me puse a su lado, y con el pié la volví a dejar tirada en el sofá.

— Se lo dije a tu novia, bollera. No a ti. Lo tuyo vendrá después.

Andrea se quedó completamente desnuda al poco tiempo. Su coño estaba idéntico al de su hermana.

— Vaya, mira, hasta en eso os parecéis. ¿Vais a la misma esteticista o lo hacéis vosotras mismas en casa? Ahora desnuda a Susanita. Y no me lo hagas repetir. Supongo que estarás acostumbrada a hacerlo.

— ¡¡Cabrón!! —repitió Susana.

Poco a poco esta vez, Andrea fue quitando la ropa de mi ex cuñada, hasta llegar a la camiseta, que no podía sacar al estar atada. La levanté yo del sofá, le tiré con fuerza a la camiseta por encima de su cabeza y la hice seguir la línea de sus brazos hasta quedar enrollada en sus muñecas parada por las bridas. Saqué la navaja ante la mirada espantada de Andrea.

— ¡¡¡NO!!! Por favor, no, haré lo que quieras, lo que quieras, pero no le hagas daño a mi hermana —dijo asustada.

— Tranquila, no marcaré a tu novia, al menos por ahora.

Estiré el sujetador negro por entre las copas y de un veloz tajo lo corté por la mitad cortando también los tirantes.

— No lo vas a necesitar mucho de todas formas. —Y lo arrojé al suelo. — Andrea, siéntate en el sofá.

Desconcertada, mi ex mujer se sentó en el sofá con las piernas muy juntas.

— Abre las piernas. A fin de cuentas, esto puede que le guste a tu hermana. Ahora tú, bollerita, le vas a comer el coño a mi ex mujer hasta que se corra. Tienes diez minutos. Y tened las dos por seguro que sabré si es verdad que te corres, o me estás tomando el pelo.

Y con la misma, la hice arrodillarse entre las piernas abiertas de Andrea.

Me dí la vuelta y abrí el frasco de aceite, dejando caer un hilo sobre el culo de Susana que respingó al sentirlo.

Intentó levantar la cabeza del coño de Andrea, pero yo se la empujé de nuevo hacia abajo.

— Tú a lo tuyo. ¿No creerías que el castigo por intentar matarme iba a ser comerle el coño a tu novia verdad? Te voy a dar por el culo mientras lo haces. Y recuerda que el tiempo está corriendo. Esmérate, porque si no lo consigues… entonces lo del culo te va a parecer un pastel de merengue comparado con lo que te haré. Y si Andreíta finge para salvarte… bueno, entonces os lo haré a las dos.

De entre las piernas de Andrea empezó a sonar el shurpp… shurrp... de la lengua de Susana que, ciertamente estaba poniendo todo de su parte. Atisbé algo de pánico sobre lo que le iba a hacer. Humm… parece que lo del pánico al uso culo de la madre, también lo había heredado Susana. Andrea no, de eso podía dar yo fe.

Le metí un dedo bien embadurnado en aceite. Susana levantó inmediatamente la cabeza, pero no gritó. Me caía mal la bollera, pero… tenía que reconocerle que tenía cojones. Defendía a su chica, aguantaba el castigo con entereza… en fin, vamos a ello.

Otro dedo siguió el camino del primero, y vi cómo apretaba con fuerza sus puños en la espalda. Hice que girasen en círculos para darle espacio al tercer dedo. Ahí Susana ya no pudo aguantar más y gimió al tiempo que todo su cuerpo se estremecía.

— MMMMMMmmmmm… mmm…

Pero no era un grito en modo alguno. En voz muy baja. Sí señor, con dos cojones, Susana.

Saqué los dedos y Susana respiró aliviada, pero inmediatamente mi polla se colocó en el lugar que antes ocupaban mis dedos, en la entrada de su culo algo dilatado ya. La punta entró con suavidad en la parte externa del esfínter. Andrea me suplicaba con la mirada y unas lágrimas aparecían en sus ojos a punto de caer. Tenía que suplicarme por su hermana.

— Javi… a.. a  mi… dame a mí por el culo en vez de a ella. Haré lo que quieras, peo Susana no... ella nunca… por favor, por favor...

— ¡¡¡NO!!! —gritó Susana. — Sigue.

— ¿Sabes una cosa cuñada? —dije — Me encantaría partirte la cara a ostias. Que cien negros te den por el culo hasta rompértelo y que te quede como la boca del metro, que pases veinte años comiendo coños obligada en la cárcel… todo eso. Pero debo reconocerte una cosa. Tienes más cojones que mucha gente. Tu castigo es que te dé por el culo por lo que hiciste, pero intentaré no rompértelo. Eso te has ganado.

— Vete a la mierda, cabrón hijo de puta. Te mataré por esto, te mataré. Te lo juro. Pero no me oirás suplicarte. NUNCA.

— Jejeje… bien, me gusta que seas fuerte. Pero te queda poco tiempo para hacer que tu novia se corra. Y si no lo consigues… irás todo el viaje hasta Alcalá con un pepino que hay en la cocina muy, pero que muy gordo, metido en el culo hasta el fondo.

Susana volvió a meter su lengua en el coño de Andrea, alternando con toques en su clítoris. Pero Andrea estaba tan aterrada que era incapaz de excitarse, y ya estaba pensando en hacer como que se corría, simulando lo que hacía cuando se corría conmigo, estaba segura de conseguirlo. Alguna vez lo había hecho cuando lo hacíamos nosotros. Vaya, no contaba yo con eso. Pero al menos me enteré que habían sudo unas pocas veces nada más, eso al menos reconfortó ligeramente mi ego. Entré hasta el fondo del culo de Susana con un último empujón.

— GGggggmmmm…. —gritó ahogadamente Susana. Para volver al shurpp… shurrp... de antes.

Andrea empezó a respirar fuerte, cerrando los ojos y moviendo las caderas adelante y atrás. Caray, sí que era buena actriz. Dejé que siguiera con su representación, y cuando ya estaba dispuesta al acto final, le toqué la mano para que me mirase. Moví la cabeza.

— No lo hagas Andrea. Te conozco, y sé cuando simulabas un orgasmo al correrte conmigo. Y también sé que no fueron muchas veces. Es mejor que vaya Susana con un pepino en el culo, a que vayáis las dos.

Andrea quedó paralizada. No estaba excitada en absoluto, y si su coño estaba encharcado era solo por la saliva de su hermana.

— En fin, voy a hacer algo de trampa y voy a ayudar a Susana por ti, Andrea. Mírame a los ojos, y recuerda cuando botabas encima de mí aquí mismo en el sofá. Dame la mano.

Me la dio, y al tiempo, mi otra mano pasó rozando ligeramente su pecho y el pezón que, inmediatamente se puso duro como una piedra. Sonreí. Eso no se podía fingir.

— Mírame. Y recuerda.

Sin poderse contener, Andrea volvió a mover las caderas. Poco a poco al principio, casi imperceptiblemente, pero cada vez más rápido, y esta vez sin fingir, mientras mi mano libre acariciaba ya sus tetas alternativamente. No tuve necesidad de aumentar la sensibilidad de su clítoris, ya bastante sensible de por sí, pero sí que le hice olvidar momentáneamente la situación en la que estaba, para que se relajase un poco.

No tardó en disfrutar realmente de lo que le estaba haciendo su hermana. A la vez, empecé a embestir con fuerza a Susana, llevando el mismo ritmo que Andrea en sus movimientos, lo que nos llevó coordinadamente a corrernos juntos. Bueno, a Andrea y a mí, claro. Susana tuvo que soportar ver cómo su novia se corría con otro y a la vez, como regaba sus intestinos con mi esperma.

— Hummm.. bien, bien. Con tiempo sobrado. Y dentro del tiempo además. Buenas chicas.

Y me salí de dentro de Susana, que respiró profundamente. Sus nudillos atados en su espalda estaban blancos como la nieve, de tanto apretar con fuerza. Se quedó espatarrada en el sofá boqueando sin fuerzas en la boca.

— Ahora, límpiame la polla, Andrea.

Andrea fue a por papel a la cocina, y volvió y empezó a limpiar con esmero mi polla. Mojó un poco de agua y al rato estaba perfecta, y algo ya… alegre.

— Y ahora Andrea, hazme una mamada como las que me hacías antes.

Susana gimió lloriqueando en el sofá. Y Andrea me hizo una de sus mamadas de campeonato. Tengo que reconocer, que pocas mujeres sabían lo que me gustaba en una mamada, como Andrea. Y no lo había olvidado. Y fisgando en su cerebro, no le resultaba para nada desagradable. Ni tampoco le haría ascos a que me la tirase allí mismo delante de Susana, de hecho… la ponía bastante. El que me tirase a las dos, no era precisamente un castigo para mi ex mujer, ya que, en realidad, estaba enamorada de los dos. Vaya faena para mí. Decidí acabar rápido con aquello, y puse mi mano tras la cabeza de Andrea para que incrementase el ritmo. Dios, Andrea era capaz de meter mi polla hasta más abajo de la campanilla sin toser ni sentir arcadas.

No tardé demasiado en correrme, y, sin necesidad de decirle nada, Andrea se lo tragó todo de una forma bastante golosa ante la rabia de Susana. Luego limpió con la lengua bien mi polla. Me levanté entonces.

— Y debo confesarte una cosa Susana. Has aguantado como una campeona que te rompiea el culo sin gritar, pero… ¿sabes? El castigo no era darte por el culo. El castigo era ver cómo tu novia no se corría contigo, y sin embargo se corría conmigo en cuanto yo quise. Y sigue haciéndome las mejores mamadas del mundo. En realidad sigue siendo mía.

Y Susana gritó. Gritó y aulló todo lo que no había gritado antes. Las lágrimas salieron a raudales de sus ojos. Y me dijo entre lagrimones:

— Sniff… Te mataré cabrón de mierda, te juro que te.. sniff.. te mataré.

— ¿Sabes Susana? Creo que no. Primero ya te mostré que tu novia sigue siendo mía, si yo quiero. Y después… después te mostraré que tú también querrás ser mía sobre todas las cosas. Que necesitarás que te folle. Por donde sea, con tal de que te folle, y tendrás que reconocer que ser bollera toda tu vida, solo ha sido una lamentable pérdida de tiempo.

— ¡¡¡JAMÁS!!! ¡¡¡JAMÁS CONSEGUIRÁS ESO DE MÍ.!!! ¡¡¡NUNCA!!!

Me reí. Iba a ser muy interesante romper a la bollera de mi cuñada y hacerla totalmente dependiente de mi polla. Lo que no sabía era como castigar a alguien que está deseando que la folles por todos los sitios y hacer todo lo que tú quieras… mi ex mujer me había descolocado.

Hice que Andrea se vistiese y que hiciera lo mismo, después de limpiarla someramente, a su hermana. Susana iba sin sujetador, que seguía roto en el suelo, y sus pezones se marcaban de una manera escandalosa a través de la blanca y ajustada camiseta de tirantes que llevaba. Inconvenientes de tener unos pezonazos tan grandes, pensé yo. Camino de Alcalá, decidí darles unas instrucciones.

— Vuestra madre no sabe que sois bolleras. Ya sabéis cómo es. A mí me importa una mierda que se lleve una desilusión, o que piense que sois unas putas zorras asquerosas comocoños. Me la trae al pairo. Vosotras decidís si queréis que se lo diga.

Sobre si vamos a la policía o no… lo de antes no tuvo nada que ver con eso. Fue el castigo a Susanita por intentar matarme. Pero os puedo decir unas cuantas cosas.

No suelo estar en España. Apenas unos días al año. Si aceptáis ser mis esclavas todo ese tiempo, y hacer todo, absolutamente todo, lo que yo diga, lo reconsideraré. Pero no sería hacerlo solo esos días. El resto del año también seguiréis escrupulosamente mis instrucciones. Cualquier desobediencia, por mínima que sea, dará con los huesos de las tres en chirona.

Y antes de que digáis que sí, pensando que os podéis librar, os diré que todas las pruebas que os incriminan están a buen recaudo, y no las tengo yo, sino gente que me es fiel y en quien confío. Si algo me pasa, irán a la policía. Así que además de aceptar todo lo que yo os diga, también deberíais rezar porque no me pase nada por esos mundos de Dios.

— ¿Y no... no nos denunciarías a la policía? —preguntó Andrea.

— No. Pero antes firmarás un acuerdo para dejar la casa. Os estableceréis, junto con vuestra madre, en otra casa que os mostraré enseguida. Es parecida a la mía, pero no está, obviamente, en Puerta del Hierro.

— Es un farol. ¡¡No tienes nada!! —gritó enfurecida Susana.

— Tengo las declaraciones firmadas de Eduardo Vergara y su mujer, así como la del matón que saboteó el coche de mi padre. También las cintas de seguridad de la casa de mis padres. En ellas se ve cómo Andrea abre la caja fuerte acompañada de vuestra madre. Tú estabas junto a la ventana vigilando, y las tres vestidas de negro riguroso. ¿Ibais de luto?

Además de todo eso, el mecánico de mi padre ha declarado a la policía que alguien cambió el manguito del líquido de frenos. No era original de mercedes. Y solo él tocaba ese coche. ¿suficiente?

Bueno, por si no lo fuera, y faltase el móvil, Ruth, la secretaria de mi notario, ha declarado que vuestra madre le sonsacó, y ella le dijo, que tú, Andrea, seguías siendo mi heredera universal. Y el bueno del notario declarará que ante mi infarto, vuestra madre pasó por allí a preguntarle si todo seguía igual. Yo muerto, mis padres muertos… ¿Quién hereda? Bingo. Mi ex mujer. Caso cerrado. Blanco y en botella. Hasta un fiscal novato conseguirá de veinte a treinta en Alcalá-Meco para las tres.

— Has cambiado, Javi, antes no eras así. Eras buena persona… —gimió Andrea.

— Sí que era buena persona Andrea, podías hacer lo que quisieras de mí. Pero eso no fue suficiente. Tú me has hecho así. Y ahora, vas a pagar por ello.

— Castígame a mí, pero deja a mamá y a Susana fuera. Haré lo que quieras, seré tu esclava para siempre, si quieres. Lo que sea, pero déjalas a ellas.

— No, Andrea. Ellas te usaron para sus planes contra mí. Pero tú lo permitiste. Tú les dijiste lo de mi testamento. Tú abriste la caja. Todas vais a ser castigadas, de un modo u otro, pero lo seréis.

Llegamos a la casa de Alcalá y aparqué dentro del jardín. El coche de Catalina seguía allí, como es lógico. Entramos y les indiqué que subieran a la planta superior, y les señalé la habitación principal. Al entrar, Andrea gritó aterrorizada.

— ¡¡MAMÁ!!

Catalina se encontraba, con los brazos y piernas estirados y en cruz, esposada a las cuatro patas metálicas de la cama. Desnuda como Dios la trajo al mundo, con una bola roja en la boca haciendo de mordaza, y un consolador incrustado entre sus piernas abiertas moviéndose rítmicamente dentro de su coño.

— Gggghhhh… mmmppp… — gimió débilmente. Totalmente sin fuerzas.

Tenía el rímel corrido con chorretones negros desde los ojos hacia las sienes, y la roja pintura de labios se había corrido también hacia todos los lados, dándole un aspecto algo cómico con la bola roja que ocupaba toda su boca. Abrió los ojos casi sin fuerzas al ver a sus hijas.

— Mamá, ¿quién te ha hecho esto? Javí, ayúdame a desatarla por Dios…

— Mmmm… Me temo que se lo he hecho yo, querida.

— ¿Q.. qué? Pero… ¿porqué? ¿No dijiste que nosotras dos…?

— Ops… culpable. Os dije el castigo para vosotras dos. Pero tu madre también merece un castigo, máxime siendo la instigadora de todo.

— Por favor… por favor. Lo que quieras, Javi, hazme lo que tú quieras, pero deja a mamá. Lo que quieras. Mátame si quieres, haré todo lo que quieras. No diré a nada que no. Como si me mandas follar con veinte perros... Haré todo lo que tú quieras, todo. Todo.

— No me tientes Andreíta, no me tientes. Pero vuestra madre y yo, tenemos un acuerdo.

Me acerqué a Catalina quitando la mordaza de su boca. Apenas podía hablar, tenía la mandíbula casi desencajada por la bola.

— GGG… Ja… Javi…. Nn..  nooo… ppo favoooo… no leee digas…. o  q.. qu… tu quiegas, ppperoo nnno… s lo digsss

— Tenemos un acuerdo Catalina. Y yo soy un caballero. Si tú cumples tu palabra, yo cumpliré la mía. Y lo mismo os digo a vosotras.

Ahora vamos a hacer una cosa. Andrea, denúdate otra vez y desnuda a Susana.

— Javiii… p fvorr… —gimió Catalina.

— Tranquila Catalina, es solo la firma del acuerdo. Una especie de juramento de sangre entre nosotros. Vosotras dos, arrodillaros en el suelo mirando para vuestra madre.

Y me acerqué para quitarle a Catalina las esposas de las manos, y le puse una almohada grande debajo de la cabeza para que pudiera mirar bien a sus hijas.

— Si les quitas ojo, o los cierras, considera roto el acuerdo, suegra. En cuanto a vosotras dos, abrid bien las piernas e inclinaros adelante.

Andrea lo logró bien, pero Susana, con las manos atadas apenas podía. Le acerque un puff bajo para que dejase caer su cuerpo sobre él.

Me puse tras Andrea. Y me bajé los pantalones.

Abrí con los pulgares el coño de Andrea, y mi polla se abrió paso poderosa por su coño. Andrea Suspiró. Llegué a su fondo. No estaba particularmente cerrada, pero vi en su cabeza cómo Susana la follaba con un consolador a menudo. Sonreí. Empecé con las embestidas a una Andrea que, con los ojos cerrados se veía que disfrutaba.

— Quiero que las dos miréis. No quiero que ninguna quite la vista de cómo me follo a la cabrona de mi mujer que me arruinó la vida por vuestra culpa.

Y empecé a embestir ya con todas mis fuerzas. Andrea gemía

— Ahhh…. Mmmm… Javiii… ohhhhh… ahhh, ahhh, ahhh…

Incrementé las hormonas en su sangre. El chute fue inmediato para Andrea, que empezó a mover su culo adelante y atrás con fuerza mientras abría exageradamente sus ojos.

— OHHH… oh.. ooouaaa… Javiiii siiii…. sii… ahora….

Y Andrea volvió a correrse con un hombre en su interior como no había hecho desde hacía más de dos años. De la cara de Catalina y de la Susana caían lágrimas sin parar. Yo no me corrí, tampoco era para exagerar.

Me puse detrás de Susana y vi que no estaba lo suficientemente húmeda, así que metí mis dedos en la boca de Andrea, que estaba medio abierta y los unté generosamente de su saliva, luego lo deposité en el coño de Susana que se removió un poco. Andrea respiró hondo y miró hacia mí.

— Javi, por favor… Javi… despacio. —dijo Andrea.

Miré dentro de su cabeza. ¿Virgen? Tu lo flipas. Joder.

Empujé decidido y… si. La bollera era virgen. Nadie la había perforado ni siquiera con un consolador. Pasmoso.

— Mira Catalina. Mira cómo desfloran a tu hija.

Y con un empujón fuerte, atravesé la membrana de Susana que pegó un berrido mientras Catalina lloraba.

— AAAAAAAYYYYY… MAMAAAAAAA… OHHHH…

Llegué hasta el fondo del apretadísimo coño de mi cuñada. Agarré sus caderas mientras hacía que su cerebro segregara hormonas y hormonas que iban atestando su torrente sanguíneo. Susana no sabía qué pasaba, pero notaba que su cuerpo necesitaba sentir más adentro aquel intruso que, la había profanado como nadie antes lo había hecho.

El vaivén de mis empujones sobre el coño de Susana era continuo, y cada vez más fuerte. Pero Susana callaba y procuraba no gritar ni gemir a pesar de que su respiración la estaba dejando casi sin aire. Apenas podía respirar, así que cada vez respiró con más fuerza a la vez que mis embestidas la hacían retorcerse sobre el puff en el que estaba apoyada. Susana no entendía nada. Se estaba retorciendo de placer ante mis embestidas. Y yo cada vez estaba haciendo que fuera más y más sensitiva en todo su cuerpo. Cada toque de mis manos ya la hacían estremecerse, cada embestida de mi polla la hacía descubrir un poco más de un mundo que sabía que no existía, pero que casi podía llegar a ver. Si solo la follara con un poco más de fuerza…

Y se corrió. Susana se había corrido muchas veces. Orgasmos clitoridianos que la llevaban al séptimo cielo pero… que siempre la hacían quedarse con ganas de más. Ahora… no había nada más allá. No podía haberlo, porque si lo había, se moriría. Su vagina temblaba sin control, y su clítoris traidor se corría a la vez.

— OOOOOHHHHH… AHORAAAA SIIIIII AAAAAAHHHHHHHH DIOSSSS… qué me haces qué… ohhhhhhh… más… más… asíii…

Sí que lo había. Cuanto más se corría, más se estremecían todos los nervios de su cuerpo. Quería más. Quería estar así todos los días de su vida.

— OOOOHHHHH.. OTRA VEZ… aaaay.. otra vez. Ahhh.. ahh.. no puedo.. no puedo más.. no puedo más… voy a morir ohhh… ohh… sí... más… quiero maaas… —decía Susana temblando en medio de los espasmos de su segundo orgasmo. Cualquiera de ellos el orgasmo más grande de su vida.

Y de repente, mi móvil empezó a sonar. Yumiko. Cogí el móvil del bolsillo del pantalón que tenía por los tobillos.

— ¿Sí?

— Javier San, estoy en el hospital. Estoy bien, no te preocupes, pero parece que el parto se ha adelantado. —La voz de Yumiko sonaba bastante asustada. Me salí inmediatamente de Susana sin prestarle la menor atención, que quedó desmadejada en el puff

— ¡Pero si falta casi un mes!

— Ya. Bueno, ahora tengo que dejarte, en cuanto me suban a la habitación te llamaré por skype. ¿Y… podemos hablar mucho tiempo? Por favor… te… te necesito conmigo.

— Lo que tú quieras. ¿Cojo un avión ahora mismo?

— ¡¡No!! No, ya hablamos después, ahora me están metiendo en … —Y se cortó la comunicación.

Levanté la mirada. Agarré a Susana por las bridas que amarraban sus manos a la espalda y la esposé a una de la patas de la cama, por una de sus muñecas y uno de sus tobillos, y repetí la operación con Andrea.

— Os vais a quedar aquí, sin hacer tonterías. Tengo un asunto urgente que atender. Si no estáis en esta misma posición al volver, iremos a la policía y asunto arreglado. ¿Has oído Susana?

— Agghhh… sss… si…

— Espero que entre las dos la convenzáis de no hacer tonterías. Por cierto, esta es la casa en la que viviréis si llegamos a un acuerdo. No está mal, y desde luego, es más de lo que os merecéis.

Y bajé al salón para esperar ansioso la llamada de Yumiko.

Las once de la mañana, las seis de la tarde en Japón. Puse la CNN en la televisión, y comentaban el movimiento del ejército japonés en Osaka y en Tokio. Se rumoreaba una amenaza de ataque terrorista con algún tipo de agente químico. No la policía, no. El ejército. En las pocas imágenes que salían, muchos tanques y varias baterías de armamento antiaéreo tenían tomadas posiciones alrededor de la gigantesca torre redonda del Hospital Sumitomo de Osaka, al lado del canal. Y una multitud de soldados pululaban por sus alrededores con la cara pintada de camuflaje y los dedos nerviosos en los gatillos de sus armas. Habían formado varios círculos que había que ir pasando sucesivamente, para poder acceder al Hospital. Me dí cuenta que los tanques no apuntaban al Hospital, sino hacia fuera. Y los soldados daban todos la espalda a la torre y se afanaban poniendo sacos terreros para hacer barricadas. Estaban para quedarse, y estaban defendiendo el Hospital.

Palidecí al darme cuenta que unos pocos de los tanques llevaban una bandera muy alta en su torreta. Y que poco a poco, el resto iban izando el mismo emblema hasta que todos lo portaban orgullosos. Una bandera con fondo negro. Tres hojas doradas de malva real dentro de un círculo. La bandera Tokugawa.