La venganza del pagafantas VI
Venganza o Perdón? Castigo o justicia? el pagafantas se enfrenta al fin al dilema de castigar a las culpables de todo.
Capítulo VI.
Ataca cuando no estén preparados, muéstrate cuando no eres esperado.(Sun Tzu. S. VI AC. El arte de la guerra)
Poner al día todos los bienes inmuebles de la familia Vergara transferidos a nombre de varias de mis empresas llevó más de lo que imaginaba. Pero al cabo de un mes, ya todo era perfectamente legal y sería realmente complicado para cualquiera relacionarlos conmigo.
Las propiedades en toda España, pasaron a mis manos por menos de la décima parte de su valor. Ahora, entre otras cosas, era propietario de una hermosa casa de dos plantas y sótano en las afueras de Alcalá de Henares que me iba a venir bastante bien para mis planes. En apenas quince días, iba a empezar a apretar la soga alrededor del cuello de mis ex parientes. Antes tenía que adecuar la casa a mi gusto y tirar gran parte de la ropa y pertenencias que no quería allí.
Por otra parte, tener cuatro casas del mismo estilo en Madrid, incluyendo la de mis padres, no era algo eficiente desde el punto de vista de los negocios, aunque una de ellas todavía estuviera en manos, aunque por poco tiempo, de mi ex mujer. Alguna tendría que ir vendiendo. Eso o poner una inmobiliaria, jejeje…
Ya sabía prácticamente toda la sucesión de hechos que llevaron a la muerte de mis padres, y además, como añadido, gran parte de los turbios y sucios asuntos de mi ex familia política. Ahora me faltaba el porqué. Pero eso lo sabría sin problemas en cuanto interrogase a las implicadas.
De momento, iba a averiguar cómo se habían enterado de que Andrea seguía siendo mi heredera, y eso solo lo podían haber averiguado en el bufete de Casimiro Baragaño, el notario de la familia.
Descartado por completo el bueno de Don Casimiro, la única opción era alguien de su bufete, y solo había una persona que estuviera allí de modo permanente, Ruth Santisteban.
Era Ruth una chica preciosa. Altísima, de cuerpo fino y delgado, elegante, educada, siempre vistiendo prendas poco llamativas y tan conservadoras como elegantes, como correspondía a la secretaria de un notario. Eficaz también, la verdad, pues alguna vez se ocupó de preparar varios de mis negocios en el pasado y podía atestiguarlo. Morena, de ojos color miel, y un pelo negro siempre recogido en un elegante moño en lo alto de la cabeza, lo que aún la hacía parecer más alta.
Entré decidido en el hall de entrada de la casa que servía de bufete al notario. Allí estaba, tras una mesa, Ruth Santisteban. Subió discretamente la mirada para encontrarse conmigo, y antes de que pudiera reaccionar, le tendí la mano que me estrechó confundida.
— Buenos días. Quisiera ver a Don Casimiro Baragaño.
— ¿Tiene cita concertada?
Yo sabía perfectamente que Casimiro había salido a hacer unos trámites que yo mismo le había encargado, y no volvería en toda la mañana.
— Pues no… pero no hay problema, en cuanto esté libre seguro que me atiende. Soy Francisco Javier Alejandro Castaño y Arias de Mendoza —dije con toda la entonación regia que mi madre usaba siempre que quería poner a alguien en su sitio.
Noté el sobresalto en Ruth. Su cerebro comenzó a trabajar a toda prisa pensando si algo de lo que había hecho podía perjudicarla de algún modo en su trabajo en el bufete. Solo había hablado con mi ex suegra y mi ex mujer. Con nadie más. Ningún documento, nada, solo sus comentarios tomando café en la cafetería de al lado. Varias veces. Nada de lo que preocuparse si ellas no se iban de la lengua, y por la cuenta que les tenía, no se irían. Le habían dado un dinero que le había venido muy bien, pero, a fin de cuentas, nadie sabía nada de mí, y era probable que incluso hubiera muerto como mi ex suegra le había contado en confianza. Tragó saliva.
— Ehh… lo siento, pero Don Casimiro está haciendo unas gestiones fuera. No sé a ciencia cierta cuándo volverá… pero le puedo dar cita en cuanto vuelva al bufete, y yo misma le llamo por teléfono con la hora a la que puede venir. Para que no tenga que estar esperando, Don Javier.
— Oh, no tengo prisa, esperaré —dije divertido.
— Bien… si es tan amable de tomar asiento —Me indicó unas butacas a su izquierda.
Me senté en un sillón que tenía pinta de ser bastante cómodo, y empecé a fingir leer el periódico mientras observaba con disimulo a Ruth.
Al poco tiempo, y sin saber por qué, Ruth se empezó a notar incómoda. Acalorada. Miró de reojo el indicador del aire acondicionado en la pared que estaba a la temperatura adecuada. Sin embargo, estaba sudando. Tenía que quietarse algo de ropa, pero no podía. Llevaba un traje de chaqueta y falda de tubo, y debajo de la chaqueta una blusa fina, demasiado fina. Seguro que transparentaba si se quitaba la chaqueta. Por Dios, qué calor. Un botón. Sólo un botón de la chaqueta. Y se desabrochó el primer botón de la chaqueta del traje.
Sonreí para mí. Iba a subir un poco al incomodidad de la pobre Ruth.
“Por Dios, estoy sudando. Tengo que ir al baño a refrescarme un poco, pero dejar a una persona aquí sola e ir al baño es muy poco profesional. Pero no aguanto más. Si tengo pingando las bragas de sudor. Tengo que quitármelas. Por Dios, ¿cómo me voy a quitar las bragas aquí, estoy loca? Ufff… pero seguro que si me las quito refresco un poco. Sí, eso es. Tal vez me las pueda quitar aquí tras la mesa sin que se de cuenta… maldita falda de tubo.”
Vi por el rabillo del ojo como Ruth se contorsionaba levemente mientras vigilaba que no la estuviera mirando. Ya las tenía a medio muslo, así que decidí castigarla un poquito por su indiscreción por divulgar un documento que, debería ser secreto.
— Perdone… ¿podría bajar un poco la intensidad el aire?, creo que está un poco fresco el ambiente aquí dentro.
— Claro, sin problemas, Don Javier.
Se levantó y caminando despacio, pero con cierta dignidad para tener las bragas a media pierna, manipuló los controles poniendo un grado más.
“Dios, más calor. Pero ¿qué me pasa hoy? Las bragas, debo quitarlas, ya estoy más fresca por abajo, eso es. Quitar las bragas”.
Aprovechó al sentarse para con un par de patadas terminar de bajarse las bragas y sacárselas pese a los discretos tacones que llevaba. Por debajo de la mesa vi que eran rosas. Dejó caer un bolígrafo, y rápidamente las metió en su bolso. Ya se encontraba mejor. Menos mal. Por otra parte, miró detenidamente al hombre que estaba sentado, leyendo atentamente las páginas salmón de la prensa, con una de sus piernas cruzada sobre la otra.
“Vaya tío. La verdad es que no entiendo cómo la hija de Catalina lo dejó escapar. Por lo que decía su madre era poco menos que un gordo seboso que nunca estaba en casa. Y mira qué ejemplar. Vaya espaldas. Lástima que la chaqueta esa le tape el culo”.
Justo en ese momento me levanté a estirar un poco las piernas y dejé la chaqueta en el respaldo del sillón. Me puse a mirar distraídamente por la ventana apoyando mis manos en las caderas, y de espaldas a Ruth, que no pudo menos que fijar su mirada en la parte superior de mis chinos. No podía dejar de mirar alternativamente mi culo y mi espalda.
Apenas un par de minutos después, el calor ya era agobiante de nuevo para Ruth. Gimió en voz baja.
“Voy al baño. No puedo aguantar más. Un poco de agua en las muñecas y en la nuca me refrescarán, seguro. Y encima, me estoy poniendo cachonda con el tío este. De buena gana me lo tiraba, Joder, ¿pero qué estoy pensando? Tirarme a un cliente en el bufete. ¿Quiero que me despidan?. Voy al baño YA”.
Ruth salió de detrás de la mesa y se dirigió con rapidez al baño. Una vez dentro, se mojó las muñecas y la nuca todo lo aprisa que pudo, y sin pararse a pensarlo, levantó un poco la falda y metió por debajo la mano para notar desolada lo húmeda que se encontraba.
“El sudor, tiene que ser por el sudor. Estoy mojada por el sudor, eso es. Además, también estoy sudando por el pecho. Bueno, me quito el sujetador, que con la chaqueta no se me verá nada”.
Se quitó la chaqueta y la blusa, y con dos tirones, también el sujetador, notándose mucho más fresca. Se levantó la falda por encima de la cintura notando un cierto frescor. Aprovechó para mojarse un poco el pecho, y tras eso, se secó tanto el pecho como la otra humedad entre las piernas con un poco de papel. Se vistió de nuevo y rápidamente volvió a su puesto como una profesional. Como una profesional sin ropa interior, pensé yo.
Al sentarse notó cómo su blusa rozaba sus pezones que, inmediatamente, reaccionaron irguiéndose como si hubiera sido un hielo el que los tocase. Afortunadamente no se notaba gracias a la chaqueta, claro, pero ella sí que los notaba duros como piedras.
Sus ojos volvieron hacia mí, que seguía de pié en la ventana consultando mi móvil.
“ Debe de tener unos abdominales tremendos. Y tal vez esa rayita oblicua hacia abajo desde los abdominales que me vuelve loca en un hombre y que se perdía en… ufff… no puedo quitar mi mirada de ese tío. Y cuanto más miro… más húmeda me noto. Dios, estoy chorreando. Espero no mojar la falda y que me note al levantarme”.
Ruth estaba desesperada.
“Si pudiera mover un poco mis caderas en la silla y frotarme tal vez me aliviase un poco… pero también puede que mojara más la falda y se notara al levantarme. Qué vergüenza Dios Mío…”
“Dios, estoy completamente salida. Tengo que hacer algo. Y la falda que no se me moje, por Dios, que no se me moje. Tal vez si la levanto un poco y siento directamente el culo en la silla… nadie tiene por qué verme, y si me tengo que levantar hago como que me aliso la falda al levantarme y ya está… así me alivio un poco. Sí, eso voy a hacer”
Más contorsiones en la silla. Mientras lo estaba haciendo me dí la vuelta y me encaminé a la mesa de Ruth, que quedó completamente petrificada. Menos mal que no se veían sus piernas ocultas bajo la mesa.
— Señorita. ¿Podría usar el baño por favor?
— Cla.. claro. A la derecha está el servicio.
— Gracias.
Y me dirigí al baño dejándola ansiosa esperando que desapareciese.
“ Podré usar la mano. Al fin. Si consiguiera correrme, seguro que se terminaba este sufrimiento. Tengo que correrme, eso es lo que tengo que hacer. A ver si tarda un poco, con algo de suerte”.
Hice un poco de ruido con la puerta, para que se confiarse, pero salí del baño sin hacer apenas ruido, aunque teniendo en cuenta los jadeos ahogados que Ruth estaba emitiendo, no creo ni que me hubiera oído.
Ruth tenía las piernas exageradamente abiertas mientras su mano se movía furiosamente entrando y saliendo, medio oculta por la falda. La espalda apoyada en el respaldo de la silla y la cabeza hacia atrás, mirando al techo con la boca abierta. Otra mano se metía entre la chaqueta y apretaba con fuerza uno de sus pechos. La silla se había movido hacia atrás, con lo que la mesa ya no podía ocultar lo que estaba haciendo.
“ Ya, me voy a correr ya, Dios, qué bien estoy. Este es de los gordos, gordos, gordos. Me falta nada para correrme, Dios, qué bien.”
Me planté ante ella.
— Señorita, ¿QUÉ ESTÁ HACIENDO?
Ruth se sobresaltó y me miró con los ojos totalmente abiertos por el terror y con su mano aún incrustada en su coño.
— Yo... yo…
— Usted nada. Supongo que Don Casimiro no sabe a lo que usted se dedica en su ausencia, pero tenga por seguro que se enterará de esto.
— Por favor, yo… el calor…
— Ya. Usted lo que es, es una golfa, señorita. Realmente es increíble lo que estoy viendo. pero creo que tengo lo que una golfa como usted necesita. ¡¡Póngase en pié!!.
Ruth se levantó como un resorte sin darse cuenta que tenía la ajustada falda por encima de las caderas.
— Ahora quítese la chaqueta e inclínese sobre la mesa.
Ni siquiera intentó bajarse la falda para ocultar sus preciosas nalgas con las marcas del bikini en su culo. Se le notaban unos pezones oscuros y grandes a través de la blusa blanca. Me puse detrás de ella y en cuanto se inclinó sobre la mesa comencé a azotarla con la mano abierta y con bastante fuerza.
PLAAAAS… PLASSS… PLASSS…
A cada golpe Ruth mordía con fuerza sus labios para evitar gritar. Cuando ya estaba con el culo totalmente rojo, me bajé un poco los pantalones y se la metí en aquel coño totalmente encharcado de golpe.
— AHHHHH… —jadeó sorprendida por el cambio de los golpes a la penetración.
— Esto es lo que una golfa como tú quiere ¿no? ¡¡HABLA!!
— N… no… no… no… aaaaayyy… si… SIIIIII…
El punto sin retorno de Ruth volvió raudo a planear sobre ella. Se iba a correr. Lo notaba, y no podía evitarlo al estar siendo follada con fuerza. Le fui subiendo por la espalda la blusa hasta que los pezones tocaron directamente el frío cristal de la mesa poniéndose aún todavía más duros. Seguí con los golpes en las nalgas cuando vi que yo también me iba a correr, y justo cuando la inundaba en su coño, Ruth gritó como una posesa.
— AHHHHH… AHORAAA… SIII… AAGGGHHH…
Dí unas cuantas estocadas más y me retiré de ella subiendo mi pantalón.
— Ni se te ocurra moverte de donde estás ni un milímetro mientras yo esté aquí. ¿Está claro?
Asintió sin fuerzas y totalmente desmadejada. Jadeando, con la parte superior del cuerpo doblada encima de la mesa. Con la blusa tapando solo sus hombros y brazos, las piernas totalmente abiertas, con el culo expuesto al aire y la falda arrebujada en la cintura, no era el epítome de la discreción que solía ser. El pelo además, se le había soltado del recogido y caía sin forma por sus hombros y su cara hasta extenderse sobre la mesa.
— Bien, espero que esto te sirva de lección y no vuelvas a hablar de los asuntos del despacho con gente a la que no le importa nada de esto, ¿está claro?
— Sss… si…
— No le diré nada a Don Casimiro, pero mira —Y Ruth miró con horror cómo recuperaba mi móvil que había dejado encima del sillón apuntando directamente a su mesa. —Ten por seguro que como hagas cualquier otra tontería, lo que este móvil ha grabado aquí, no solo llegará a tu jefe, sino a todo Madrid. ¿Está claro?
Volvió a asentir totalmente derrotada. Me puse la chaqueta y me dirigí a la puerta, antes de abrirla miré hacia atrás, y allí seguía Ruth, obediente y obscenamente expuesta mientras unas cuantas gotas blanquecinas, caían desde su coño al suelo del despacho, formando un pequeño charco. Le guiñé un ojo y salí hacia el día caluroso de Madrid. Ya pasaban de las doce de la Mañana, y Yumiko no tardaría en llamarme por Skype. Al fin algo agradable.
— Las cosas se están complicando antes de lo que pensaba. —dijo a través de la pantalla Yumiko.
— ¿En qué sentido?.
— Me temo que mi embarazo no ha gustado nada a alguna gente.
— ¿Por no estar casada? Pues podemos…
— Jajaja… no, no, querido Javier. Nada de eso. No tiene nada que ver con la moral. Ya no estamos en esos tiempos, ni siquiera aquí, en Japón.
— ¿Entonces?
— No te preocupes, puedo controlarlo… o eso espero. De todas formas ha salido un contenedor por barco que recibirás en tu casa dentro de algún tiempo. He tomado todas las precauciones posibles para que su rastro se pierda en Panamá.
— ¿Un contenedor?
— Son… mis cosas. Lo que no quiero perder de ninguna de las maneras. Recuerdos de familia… pero son muy valiosas para mí. Y hay gente que querría a toda costa conseguirlas. Debes guardarlas donde nadie las pueda ver.
— ¿Corres peligro?
Yumiko quedé unos instantes en silencio. Miró pensativamente hacia abajo y tras menear un poco la cabeza respondió.
— Siempre he corrido peligro por el mero hecho de nacer, Javier San. Pero ahora, las cosas se han complicado aún más. No es solo mi embarazo es… es complicado. Escucha, cuando llegue el contenedor te iré explicando cómo debes poner las cosas en tu casa. Así aprovechamos para hablar… te echo de menos… quién lo diría. ¡¡Eres un viejo gordo y feo!! — dijo riéndose.
— Eh, eh, eh… pase lo de viejo y feo, pero lo de gordo… ya ni de broma. Vente aquí y te demostraré que el embarazo no fue una chiripa —Reí y ella coreó mi risa.
— Oye… mmm…otra cosa. En el contendor va mi kimono de boda.
— Uy. ¿Es una indirecta?
— Jajaja.. no. Pero es “muy” valioso. La seda de que está confeccionado es parte del ajuar de la madre de mi tatarabuela… y… en fin, es antiguo. Hay que tratarlo con mucho cuidado.
— Hummm… ¿valioso? ¿De cuánto dinero estamos hablando?
Yumiko sonrió con aquella deliciosa sonrisa suya.
— Verás… un kimono nuevo de seda pura de más de cien años, hecho totalmente a mano… puede llegar tranquilamente a unos cien mil euros.
— Joder. Con eso me compro un ferrari.
— Un kimono “normal”, pero también de pura seda, actual y hecho a mano... puede costar unos veinticinco o treinta mil. Si no está hecho a mano.. unos seis mil o siete mil euros.
— Vaya… ¿y el tuyo es?...
— Hummm… Vale, mira, así puede que esto te ilustre un poco de los problemas que hay… Mi kimono está hecho con los últimos metros de seda tejidos por Arisugawa-no-miya, o sea, solo tocado por manos de mujeres pertenecientes a la familia imperial. Y las mujeres de la familia imperial son solo parientes consanguíneos directos del emperador.
— Ostras. Entonces…
— No hay dinero que pueda pagar eso Javier San. Ni siquiera la actual nieta del emperador va a poder casarse con un kimono nuevo como el mío. Tendrá que usar uno heredado si es que quiere ir con un auténtico Arisugawa-no-miya. En 1913 el príncipe Takehito murió sin descendencia y se disolvió.
— Espera, espera, espera. Me estás diciendo que tú eres pariente de…
— jajaja… si, pero tranquilo. Muy, muy lejana. Habría por lo menos doscientas personas delante de mí, para heredar el trono del crisantemo.
— Qué fuerte…
— Mmmm… bueno, claro, salvo que algún malnacido intrigante saque a la luz el maldito diario de Hirohito.
— ¿Y eso?
— Cuando los americanos lanzaron las bombas, el gobierno japonés puso como condición para la rendición respetar la figura del emperador Hirohito. Al menos eso es lo que se cuenta.
— ¿Y no fue así?
— En realidad, lo que se puso como condición para no luchar por cada metro de tierra japonesa hasta el último hombre, y hacer que Iwojima y Okinawa pareciesen unas simples vacaciones escolares, fue que respetasen la “figura” del emperador. No de Hirohito.
— No lo entiendo.
— Vale. Mira, los emperadores Meiji llevaban menos de cien años ejerciendo el poder real. Hasta 1868 su poder era meramente simbólico, espiritual. Sin poder real alguno. Para que te hagas una idea, en 1868 el emperador no había salido en toda su vida del recinto del palacio imperial. Desde luego, muy poco para que todo Japón muriera por él. Era como vuestro Papa hoy en día.
— ¿Quién tenía el poder entonces?
— Hummm… me temo que el padre de mi tatarabuelo, Yoshinobu Tokugawa. El último shōgun de Japón. Ups… se me olvidó comentarte que mi familia controló férreamente Japón desde el año 1500 más o menos hasta 1868.
— Vale, vale, pero eso… joder… pero ¿qué tiene que ver eso con el rollo ese del emperador?.
— Si Hirohito hubiese sido obligado a abdicar en aquel momento, su línea sucesoria se extinguiría al no ser legal su reinado. Akihito no sería emperador y sus hijos tampoco. Ni los hermanos del actual emperador podrían sucederle. Los tres hermanos de Hirohito murieron sin descendencia. El príncipe Takehito también murió sin hijos. La familia imperial hasta Hirohito siempre fue poco … procreadora. La siguiente línea elegible sería entonces… la derivada de la tía paterna de Hirohito, la princesa Arisugawa Yoshiko. Y ella era… la madre de mi tatarabuelo. De nuevo el clan Tokugawa al poder, y esta vez, en el trono imperial. Un clan guerrero. El heredero del último shōgun, a quien todos los Daimio y samuráis del Japón debían obediencia ciega. Y eso no lo querían ni locos los americanos, por eso no se juzgó a HiroHito como criminal de guerra.
Y si eliminamos ahora a toda la rama Meiji, entonces delante de mí en la sucesión, habría solo… apenas treinta personas. Y la mayor parte son ancianos sin hijos legítimos. Por eso el revuelo por mi embarazo. Si es un niño, y SÉ que es un niño, habrá bastantes movimientos entre los partidarios del viejo régimen. Ten en cuenta que es el varón el que hereda el trono.
— Pero Hirohito siguió reinando. Y tuvo varios hijos más.
— Sí. Por eso te digo que si su diario, donde se cuentan todas las veleidades fascistas del emperador, y lo que intrigó para eliminar las castas de los Daimio y Samuráis de la sociedad, por no hablar de sus acuerdos con los americanos para debilitar al trono de Japón y mantenerse en él, se publicase, habría un terremoto en la sociedad nipona. Se podría forzar una especie de remoción del trono post mortem. Y su línea quedaría desacreditada. Ya sé que esto es una tontería hoy en día pero… la pureza de las líneas sucesorias en Japón son muy importantes. Por eso hasta mí generación, la familia Tokugawa las preservó con ahínco.
No digo que vaya a suceder, y por supuesto que no va a suceder. El clan Tokugawa a pesar de todo, sigue siendo fiel al emperador, y ninguno de sus miembros hará nada para propiciar este terremoto. Pero el mero hecho de que PUEDA suceder ya es importante. Terroríficamente importante. En edad de tener hijos, tengo solo tres primos por delante. Rezo porque no les pase nada, pero uno… lleva casi un año desaparecido en un viaje “naturalista” por las islas del Pacífico. Otro... bueno, considero harto improbable que se case, al menos con una mujer y tenga hijos, ya me entiendes, y la otra es una niña de cinco años. ¿Porqué ese maldito Meiji tuvo que escribir un maldito diario? Hasta hace un tiempo, eran solo rumores, pero ahora se empiezan incluso a describir cosas que hay escritas en el diario.
— Qué flipe. Pero eso son cuestiones de heráldica rancia, como las nuestras, y a fin de cuentas lo que importa en una sociedad es la industria, la economía…
— ¿Sí?. Hōjō , Mitsui, Sumitomo, Komatsu, Tanaka, Toyoda, Yasuda, Honda, y podría seguir con muchas más. ¿Te suenan? A la familia Hōjō la conocerás como Mitsubishi, a Tanaka como Toshiba y a Toyoda como Toyota, claro. Todos son súbditos de Tokugawa desde tiempo inmemorial y están atados a nosotros por el código del honor. Honda se dividió en doce ramas tras la guerra, pero TODAS ellas están siempre presentes en la elevación al poder del nuevo jefe del clan Tokugawa. ¿Quieres saber hasta dónde llega la lealtad? TODOS los obreros de Toshiba beben la misma cerveza. Asahi. ¿Sabes a quien pertenece? A mi abuelo.
La economía la siguen controlando los mismos, Javier. Los mismos. Ya no vamos con espadas y armaduras. Ahora usamos consejos de administración. Y te puedo asegurar que no cortan menos que el filo de la mejor espada. Por eso nuestro don es TAN importante en mi familia. Ahora debo dejarte, debo prepararme para ir a la cena y ponerme decentemente el maldito kimono lleva tiempo, y más con este tonel que tengo por barriga. Por favor, prepara en tu casa una estancia que nadie pueda ver. Un buen sótano de tamaño grande, a ser posible. Con protección total antiincendios. En fin… Un beso Javier san.
La conversación con Yumiko me dejó turulato. Y yo que pensaba que mi situación era complicada. Tenía que ocuparme durante algunos días de las empresas que tenía algo desatendidas, así que pasé dos ajetreadas semanas por Europa antes de poder volver a Madrid a seguir con mi plan.
Catalina recibió, un lunes por la mañana, un mensaje en su móvil procedente de Eduardo Vergara, ese simplón marido de la amiga de su hija, pidiéndole que acudiera a su casa para un asunto urgente. Solo faltaba que encima decidiera darle órdenes. ¡¡A ella!!
Lo llamó inmediatamente solo para comprobar que no tenía cobertura. Tampoco su mujer. Joder, qué fastidio… no tendría más remedio que acercarse a su casa. Y no le gustaba nada que la vieran con gente como esa. Iría al anochecer. Al menos así no sería tan público.
Varias horas después, y ya al amparo de la penumbra, tocó el timbre de la verja exterior de la casa de Eduardo y Belén. Tras un momento de espera se abrió automáticamente, pudiendo entrar con su coche hasta casi la puerta de la casa.
Un hombre estaba esperándola en la entrada, no lo conocía, pero supuso que sería uno de los muchos empleados de Eduardo.
— Me espera Eduardo Vergara. — dijo con altanería.
— Tenga la bondad de pasar…
Carlota notó un cierto atisbo de ironía en la voz del hombre, incluso algo de diversión en su sonrisa, pero decidió ignorarlo y entrar hasta el salón.
El hombre que le abrió la puerta le señaló una robusta silla en la mesa del salón.
— Si es tan amable de tomar asiento… el señor bajará en unos momentos.
Catalina abrió los ojos mientras se sentaba. ¿El señor? Pero ¿quién se creería ese soplagaitas de Eduardo que era? ¿Pensaba que el dinero daba la clase?
No había acabado de pensar esto cuando dos hombres se le acercaron por detrás sin que se diera cuenta y con dos bridas inmovilizaron totalmente sus brazos a la silla a la que estaba sentada. La sorpresa le impidió moverse, y cuando se quiso dar cuenta aquellas sencillas bridas de plástico no la permitían ni levantarse ni moverse siquiera. Estaba sujeta a los apoyabrazos de la robusta silla. Además, la madera de aquellas malditas sillas era maciza y ni pensar en poder romperlas usando una fuerza bruta… que no tenía.
— Pero… ¿que están haciendo? ¡Suéltenme inmediatamente! ¡Suéltenme les digo!
Oyó cómo la puerta de la entrada se abría, y girando lo que pudo la cabeza, vio cómo el que le abrió la puerta y los dos miserables que la habían atado a la silla salían y cerraban tras de sí quedando la casa en silencio.
— ¿Eduardo? ¿Qué mierda estás haciendo? ¿Estás ahí?
Solo el silencio respondió a sus gritos. Pero tras unos minutos interminables en los que intentó en vano soltarse, se oyó una voz.
— Es inútil que intentes liberarte Catalina, solo conseguirás hacerte daño.
La voz era conocida, pero no conseguía ubicarla. El hombre que hablaba se estaba acercando por su izquierda, y en unos momentos entró en su ángulo de visión tras tocarle levemente la mejilla con el dorso de su mano. Un hombre relativamente joven, alto, atlético, rubio y con algo de barba. Vestía de forma informal, pero se notaba que a pesar de ello su ropa era cara y de marca. Le resultaba conocido pero…
— No me digas que no me reconoces Catalina. Qué desilusión.
— No… no puedes ser tú… deberías estar…
— ¿Muerto? Oh, Catalina, me partes el corazón. ¿lo pillas? —dije sonriendo—. Es un chiste. Bueno, ya sé que soy muy malo contando chistes, lo reconozco… Pero como dijo Twain, puedo asegurarte que los rumores sobre mi muerte han sido… demasiado exagerados.
— ¿Qué haces aquí? ¿Y Eduardo? ¿Porqué estoy atada?
— Uff… vaya batería de preguntas… intentaré contestarlas a todas. Eduardo no está aquí, y estás atada porque quiero que me escuches sin salir corriendo.
— ¡¡Suéltame inmediatamente!!
Una bofetada sin demasiada fuerza hizo que callara. A sus cincuenta y tres años, Carlota Catalina de Atienza y Villena tenía el pelo rubio oscura y era dueña de unos furiosos ojos azules que me miraban con mayor odio si cabe que antes. No tenía necesidad de gimnasio ni nada parecido, pues sin duda contaba con una genética privilegiada que habían heredado sus hijas. Alta, delgada y con el pelo en ondas suelto por los hombros en media melena. Vestía muy conservadora, con una falda por debajo de la rodilla y una blusa clara abotonada casi hasta el cuello. Unos tacones con no mucha altura completaban el cuadro.
— Que me escuches no implica que hables, Catalina. Vas a escuchar, y a hablar cuando yo te lo pida, y solo cuando yo te lo pida. ¿Capisci?
Catalina asintió con la cabeza.
— Eso es. ¿Recuerdas cuando sacasteis de la caja fuerte de mis padres la documentación que robasteis?
Abrió aún más los ojos. Era un disparo al azar, ya que suponía que quien había abierto la caja era Andrea, que era quien conocía la combinación. En su cabeza vi cómo la habían abierto mientras Susana vigilaba que no llegase nadie. Bingo.
— Lo que Andreíta no te pudo decir, Catalina, es que mis padres habían instalado unas cámaras de seguridad en la casa. Y salís de lo más mono vestidas las tres de negro. Por cierto, hubiera sido mejor ir con pantalones ¿no Catalina? No se… es mi opinión. Andreita y Susana se movían más libres que tú con esa falda larga…
Era mentira claro, pero si no hubiera cámara no habría manera de que yo supiese cómo iban vestidas, así que eso la convenció de que habían sido grabadas.
— Imagina la cara de sorpresa de la policía cuando vean que mientras mis padres morían en un misterioso accidente de coche, mi ex mujer y mi ex suegra están robando su caja fuerte. No creo que tarden en sumar dos y dos… Dos delitos de asesinato, mas robo con fuerza… las tres iréis a prisión ,al menos dieciocho o veinte años.
— ¡No puedes demostrar nada!
— Jajaja… ¿porqué te crees que estás aquí? Tengo la declaración firmada ante notario de Eduardo y su mujer declarando que fuiste tú y tus hijas las que lo organizasteis todo, ellos se limitaron a ponerte en contacto con un maleante de los bajos fondos que… casualmente, ha declarado lo mismo. Tus hijas, cómplices o cooperadoras necesarias, tanto da… lo tenéis jodido.
— ¿Q… qué es lo que quieres? ¿Porqué me estás diciendo esto y no has ido a la policía?
— Antes de nada, ¿Aún tienes el expediente que robaste de casa de mis padres?
— Lo quemé. ¡¡¡Y no hay copias!!!. Nunca se sabrá lo que había en aquellas malditas carpetas.
— Catalina… ¿de verdad piensas que es tan fácil? Crees que un asesinato hace treinta años ya ha prescripto, y el del maleante que hizo el asalto a la tienda también ¿verdad? Pero hay algo con lo que no has contado Catalina. Al ser un delito de robo de bebés, eso no prescribe. Y por extensión, tampoco prescriben los delitos a ellos asociados.
Catalina abrió los ojos sorprendida. Mi padre le había dicho que no había copias.
— Sí Catalina. Mi padre te mintió. Sí que hay copias. Veamos. Hagamos una simple cuenta, aunque el penal no sea lo mío, lleva tú la cuenta, por favor, ya sabes que soy de letras. Sustracción de bebés. La misma pena que por secuestro. Diez años, elevado al tramo superior por durar más de quince días. Simulación de parto y falsificación de documento público en el registro de nacimiento. Depende del juez que te toque, pero al estar relacionado con la sustracción… no menos de dos años. Asesinato de la madre de los bebés. Quince a veinte años. Organización criminal al planearlo con el maleante, aumenta la pena entre dos y seis años. Asesinato del mismo maleante, otros quince años. Por cierto, tengo la declaración jurada de su mujer identificándote. ¿Llevas la cuenta Catalina? Sigamos. Asesinato de tu marido. Sí, tengo las declaraciones del guía que os iba a acompañar en la ruta, y del fiscal al que tu marido iba a ver para confesar lo de los bebés. Otros veinte años con el agravante de parentesco. Y lo mismo para lo de mis padres, sumándole otra vez lo de organización criminal. Súmale también robo con fuerza, agravado al ser en casa habitada, otros tres años… Puff… está claro que no vas a salir de la cárcel en la vida, Catalina. Aunque supongo que no podrás pasar más de cuarenta años con la nueva reforma… pero cuarenta años, claro… a tu edad… en fin.
La cara de mi ex suegra era un poema. Las lágrimas bajaban por su cara, totalmente derrotada, dejando un rastro oscuro por el rímel.
— En cuanto a la zorra de mi ex mujer y su hermana… veinte años más los tres del robo. Bueno, ellas si son buenas, saldrán a los quince o dieciocho años por buena conducta. Ya con más de cuarenta y ocho o cincuenta, eso sí… claro que cuando se enteren de que en realidad no son tus hijas y que mataste a su verdadera madre, no sé, no sé… por no hablar del escándalo en la prensa. Va a ser la ostia, te lo aseguro. Fijo que hacen una peli y todo. Los programas basura de las televisiones se hincharán.
— Javi, ¿Qué... qué quieres de mi? Por favor… no se lo digas a las niñas, por favor… haré todo lo que me pidas.
— Tengo una duda. Antes de mi boda con Andrea estabas encantada conmigo, y de repente, pasé a ser poco menos que un apestado. ¿porqué?
Catalina no contestó mirando fijamente la madera de la mesa.
— Oh, vamos, ¿no quieres que te delate y te niegas a contestarme a una tontería como esa? Bah…
Mi madre ocupaba toda su mente. Decepción. Ambición…
— Fue por culpa de tu madre.
— ¿Mi madre? —pregunté confundido.
— ¡¡Marquesa de Melgarejo y Condesa de Salvatierra!! —gritó.
— ¿Qué?
— Se suponía que reclamaría los títulos al ser la hija mayor.
— ¿Hiciste que Andrea se casara conmigo para que fuera Marquesa? Pero… tu estás como una cabra.
— Mi familia también es de ascendencia noble, pero sois un club de pijos que no aceptáis a los nobles carlistas. ¡¡Y tenemos tanto derecho como vosotros!!
— Ehh… sí, desde 1950 más o menos, desde que el dictador lo dijo por decreto. Pero, como comprenderás Catalina, que vuestra legitimidad venga de quien viene… en fin. O sea, que todo viene de querer emparentar con la auténtica nobleza. Increíble.
— Tú siempre lo tuviste todo fácil. Nunca os apartaron como apestados de las fiestas y de la alta sociedad. Ni cuando tu madre renunció a exigir los títulos.
— Esos títulos siempre fueron para el varón, mi tío, aunque fuera el pequeño. Y no creas que lo justifico, ya sé que es machismo. Pero lo mismo que a mi madre, a mi me la trae al pairo ser marqués o conde. Eso ya es algo trasnochado. Y para que te enteres, nuestros títulos vienen del reino de Nápoles. Son títulos italianos y pontificios. No nacionales. Valen prácticamente lo mismo que los carlistas. Nada. ¡¡Todo esto por nada!!
— Todo el mundo los reconoce. Incluso uno va con grandeza de España.
— Asociado a la orden de Calatrava, Catalina, por Dios, qué idiotez. Todo esto por nada. Piensa un poco en lo que dirá la prensa. Mataste a una marquesa que renunció a sus títulos por amor para casarse con un plebeyo, y se los dejó a su hermano pequeño. Te machacarán. La ambición sin límites de la ladrona de niños, que encima mata a la madre para que nadie lo sepa. Pufff…
Me levanté y paseé un poco por la estancia. Después de lo de Yumiko, esto. Joder, la gente estaba muy mal. De todas formas, debía centrarme en lo realmente sucedido. Los motivos para ello eran algo secundario. Ahora tocaba el castigo.
— ¿Sabes Catalina? Dicen que la venganza es la búsqueda de una satisfacción por el daño o agravio recibido. Y que es lo opuesto al perdón. Y que la venganza y el resentimiento enferman y el perdón cura.
Pero debo decirte que el perdón, y que pases cuarenta años en una cárcel de máxima seguridad no me trae ninguna satisfacción. No me devuelve a mis padres y no devuelve esa mujer muerta a sus hijas.
— ¿Qu… qué vas a hacer? —preguntó angustiada.
— Tengo que pensar una satisfacción suficiente. No se me ocurre nada la verdad. Un castigo por treinta años de fechorías a cual mayor…
— Te… Tengo algo de dinero… y las niñas también…
— ¿Dinero? Catalina… tengo más dinero del que podré gastar en diez vidas. ¿Crees que las vidas de mis padres se pueden comprar con dinero?
Y a la vez empecé a sugestionarla con posibles venganzas por mi parte, con palizas en la cárcel, con el desprecio de sus hijas al enterarse de todo, la exclusión de todos sus círculos de amistades en Madrid. Serían unas parias para todos. Para alguien como ella, que la posición en la sociedad lo era todo, no había peor humillación. Y para siempre. Prefería morir antes. Si no fuera pecado, se mataría.
— Lo que quieras. Haré lo que quieras. Lo que sea.
— ¿Sí? Humm… voy a dar una vuelta al fresco de la noche. Puede que tarde un poco. Piensa lo que me acabas de decir Catalina. Tal vez podamos llegar a un acuerdo. Piensa a ver qué me puedes dar… que no sea ni dinero ni bienes materiales.
Al pasar a su lado, delicadamente le desabroché con dos dedos uno de los botones del cerrado escote para darle algo que pensar, y con la misma, salí por la puerta al fresco de la noche, dejándola con la cabeza pensando qué me podía ofrecer, y porqué narices le habría desabrochado un botón de su blusa.
Fui a dormir un poco a la casa de la Sierra. Al fin tenía todas las piezas del rompecabezas. Me sentía liberado pero… aún tenía que conseguir mi venganza. ¿veinte años por matar a mis padres? Saldrían en menos de diez o doce años por buena conducta, joder. Y eso si no lo consideraban simple homicidio. Entonces ni la mitad. ¿Eso era justicia? Pero por otra parte, cortarles el cuello no me iba a dar ninguna satisfacción. Todo lo contrario. No sufrirían nada más que un instante.
Con la cabeza embotada, di con la solución al acostarme en la cama.
Yo aplicaría la justicia. Una justicia que, verbigracia, considerase justa. Para ellas y para mí. Y evidentemente, sonreí con una mueca torcida, duraría bastante más que esos doce años.
Al día siguiente, justo antes de salir de la casa, un mensajero llamó a la puerta y me trajo un paquete alargado de poco más de un metro. Intrigado, firmé la recepción y pasé a la cocina para abrirlo. Pesaba, pero no demasiado, y al quitar la envoltura externa de basto cartón, y otra interior de polipropileno para los golpes, apareció una finísima tela de seda que envolvía un estuche rígido. Lo abrí y ante mis ojos apareció una soberbia katana japonesa. Había aprendido con Yumiko suficiente japonés para intentar leer la inscripción en la empuñadura. Kamakura Ichimonji Sukezane. El artesano que la hizo y dónde. Ichimonji Sukezane hizo esta espada en Kamakura. Pero una nota venía debajo del filo.
Komorebi Hagakure. Javier San, este es el lema de la espada. Significa algo así como“Aquella que sale de repente de entre las hojas de malva a la luz del sol que se filtra entre ellas”Ya sé que es algo largo para solo dos kanjis, pero somos así. Las malvas son el mon de la casa Tokugawa, el sello. Nuestro kamon son tres hojas de malva en un círculo. Solo hay otra espada como esta en el mundo, y está en el museo nacional en Tokio como tesoro nacional. El maestro las hizo para uno de mis más famosos antepasados hacia el siglo XIII. Era mi más valiosa posesión hasta que me dí cuenta que tú me diste algo que vale infinitamente más y no caí en ello hasta después de llegar a Osaka. Cuídala, y no la saques jamás completamente de su funda, si no es para usarla.
La nota con la cuidadosa caligrafía de Yumiko me dejó confuso. Esto había salido de Japón después de hablar conmigo de su familia. Y si no me equivocaba, un samurai no entrega su espada a nadie así como así. Mi Yumiko…
Joder, paré mis ensoñaciones. ¡¡Le sacaba veintidós años!! Pero Yumiko era…
Bueno, por partes. Vayamos primero a ver si Doña Carlota Catalina de Atienza y Villena había pensado algo para convencerme. El lema de la espada me gustaba, Era algo como “la que sale de repente de entre las sombras”. Lo que yo mismo estaba haciendo. Parecía una premonición de Yumiko.
Nada más entrar en la casa, Catalina gritó.
— ¡Javier!, por Dios, tengo que ir al baño, no aguanto más… por favor...
Me acerqué a ella y le solté las manos pasando antes uno de mis dedos sensualmente por el dorso de su mano, dejando que fuera al baño. Sabía que no huiría. Debía haber pensado bastantes cosas durante toda la noche.
Oí la cisterna y el agua del lavabo correr. Tardó bastante en parar. Sin duda estaba recomponiendo su cara un poco de la noche pasada en la silla. Al rato, regresó al salón.
— ¿Has… has pensado algo? —dijo.
— La verdad es que estaba esperando que fueras… creativa sobre tu castigo.
— S… si sigues enamorado de Andrea pu.. puedo hablar con ella para in… intentar que vuelva contigo. ¡No ha estado con nadie desde vuestro divorcio!
— Siéntate Catalina, no voy a atarte, pero estoy más cómodo si estás sentada.
Esperé a que se sentase, evitando la misma silla en la que había pasado la noche.
— La verdad es que sé perfectamente con quién ha estado estos dos años…
— Javier, ¡¡te juro por mis hijas que Andrea no ha sido de ningún hombre desde entonces!!
— Ya, ya… bueno, dejemos a Andrea fuera de esto. Ella tendrá su propio castigo aparte, ¿no crees?
— Pero… entonces… ¿vas a ir a la policía? —dijo aterrada.
— Por favor Catalina, no me digas que tu fértil imaginación no ha llegado, en toda la noche, a otra conclusión para tu castigo que la policía.
La miré divertido mientras notaba cómo pensaba a toda prisa para intentar decirme algo que me convenciera. El volver con Andrea era su opción más firme, pero, al no encontrar otra cosa, decidió jugar una baza casi a la desesperada.
— No sé… tal vez si… yo… —Inspiró con fuerza para darse ánimos— Somos casi de la misma edad, y ya sé que tu pareces mucho más joven y que tendrás a todas las mujeres que quieras pero… esto… si quieres puedo… puedo…
— Dime Catalina. ¿Puedes?...
— Dios. Puedo acostarme contigo si quieres. —dijo de corrido cerrando los ojos.
— Ah. No lo sé. ¿Mereces la pena?
— ¿Qui… quieres ver si merezco la ppe.. pena?
— Si.
— Yo.. yo… no me he acostado con nadie desde la muerte de mi marido.. no sé si…
— Vaya Catalina. ¿No me digas que llevas más de quince años de abstinencia? Eso no me lo puedo creer. Ven, vamos arriba.
Le indiqué con un gesto de la mano que me siguiera y tras subir a la planta superior entré en la habitación que había sido del matrimonio Vergara. Una habitación bastante amplia, con una enorme cama de casi dos metros de ancha. Abrió los ojos al entrar en el dormitorio y ver la cama. El escenario de su martirio.
— Bien, Catalina. Tu turno para convencerme de que mereces la pena.
— ¿Qu.. qué quieres que ha.. haga?
— Oh, vamos. Si las cosas van a ser así, lo mejor que hacemos es bajar, dar esto por terminado y llamar a la policía y a tus hijas.
— ¡No! No… es que… es que no sé… de verdad, te lo prometo. Haré lo que quieras, de verdad. Lo que quieras.
Lo curioso es que era verdad. No tenía ni idea de por dónde empezar para llevarme a la cama. Hice un gesto de fastidio.
— Está bien. Para empezar quítate la ropa.
Se la fue quitando a una velocidad de vértigo. No quería que me enfadara, y en apenas un abrir y cerrar de ojos se quedó en una ropa interior que realmente hacía tiempo que no veía. Como decía un amigo, unas bragas casi hasta el sobaco, y un sujetador de los que se usaban en los setenta, ambas de color carne y que eran lo menos estimulante que he visto en mi vida.
— Santo Dios, Catalina. ¿No tienes un mínimo de autoestima? ¿Cómo se te ocurre usar esa ropa interior? ¿Acaso es para espantar a cualquier posible violador?
— Yo.. yo no… no sé…
— Escucha. Voy a dejarte las cosas claras. No sé si nunca te interesó el sexo o qué diablos es lo que te pasa, pero desde luego, eso no es algo que me haga pensar que mereces la pena.
Unas lágrimas asomaron a sus ojos. Era cierto. El sexo era algo que nunca le había interesado lo más mínimo. Era algo que había que soportar para tener hijos y nada más. Cuando tuvo el aborto y dejó de poder tener hijos, ya no tenía ningún aliciente para ella.
— Aprenderé. Haré lo que sea. Pero haré que merezca la pena para ti. De verdad, de verdad…
— Bien, quítatelo todo. Ya.
Lo hizo tras un breve instante de vacilación.
Realmente era increíble lo bien que se conservaba a su edad. Pecho breve y firme, como el de Andrea, caderas amplias sin exagerar, y el culo bien puesto.
— Ahora quítame a mí la ropa.
Lo hizo mecánicamente, procurando tocar mi piel lo menos posible hasta llegar a mi boxer. Tras vacilar, lo cogió por los elásticos y mirando hacia un lado, para evitar mirar lo que iba asomando al bajarlos, me los sacó por los pies.
Alcé los ojos al techo como esperando a que ella tomara la iniciativa. Catalina pensó que entendía lo que yo quería, se subió a la cama, se acostó boca arriba, y abrió bastante las piernas cerrando los ojos.
No me lo podía creer. Si no fuera porque sabía perfectamente lo que estaba pensando mi ex suegra, pensaría que me estaba tomando el pelo. Una duda me empezó a rondar por la cabeza. ¿Haría que aquella beata frígida se convirtiera en la zorra más zorra de todo Madrid? La idea me atraía, pero no me convencía. Que encima disfrutase no era precisamente parecido a la venganza que quería conseguir, pero sí que podía hacer que llegase a disfrutar sintiéndose a la vez culpable y sucia por ello. Que siempre fuera consciente de que estaba siendo una zorra dominada por su cuerpo y que el placer no fuera lo suficientemente intenso como para que no le importara serlo. Humm… un sufrimiento continuo. Pero para llegar a Roma siempre hay que dar un primer paso.
— Se acabó usar esas bragas, Catalina. A partir de ahora la ropa interior que compres no será ni porque te guste a ti ni por comodidad. La comprarás para que me guste a mí.
— Pe... pero… ¿se.. seguirás a… acostándote con… conmigo más veces? —balbuceó sorprendida.
Alcé las cejas divertido.
— Catalina… ¿de verás crees que un solo polvo contigo vale por cuarenta años de cárcel?
— N... no, claro, no. Pero yo pe… pensaba… que solo sería… esta vez…
— Voy a dejarte claras las cosas desde un principio. Así decidirás si aceptas o no. Harás todo lo que yo quiera. TODO. Y gran parte de ese todo va a incluir todos los aspectos sexuales más escabrosos, sucios y pecaminosos que puedas llegar a imaginar. Si te llamo a las cinco de la mañana para que vengas a follar a mí casa, solo dirás, sí amo, y vendrás lo más seductora posible. Si te digo que andes siempre por casa en pelota picada para que te pueda follar siempre dónde y cuando quiera, lo harás sin rechistar. Y eso, querida Catalina… será para el resto de tu puta vida. En cuanto me digas a algo que no, a cualquier cosa, todo el expediente irá a parar a la policía. ¿Lo has entendido?
Abrió con espanto los ojos. Primero el palo y luego, la zanahoria.
— A cambio de ser mi esclava sexual para siempre, podrás seguir con tu vida por Madrid, como hasta ahora. Yo no estaré mucho tiempo en Madrid. De hecho, casi todo el año estaré de viaje por el extranjero. Pero cuando esté aquí, no solo estarás siempre disponible para mí, sino que todo lo supeditarás a mis posibles deseos. Te llamaré o no, depende de lo que me dé la gana en cada momento, pero si te llamo, lo dejarás todo y vendrás a mí. Tu amo. ¿Comprendido?
Catalina tragó saliva asimilando lo que le estaba diciendo. Desnuda en la cama, con las piernas abiertas, y aquella cara de espanto y los ojos abiertos mirando con decisión al techo para no fijarlos en mi cuerpo desnudo, estaba para hacerle una foto. Las cosas iban a ser mucho más divertidas de lo que pensaba.
— ¡¡Responde!! ¿Vas a ser mi esclava?
— Sss… si.
— Por lo que veo, follando debes de ser una puta mierda. Una inútil que no sirve para nada. —Bajar su autoestima es siempre el primer paso para la sumisión— Pero arreglaremos eso. Te obligaré a aprender cómo satisfacer a un hombre como yo. Date la vuelta.
— ¿Q… qué?
— Que te des la vuelta, coño. Puede que solo hayas follado así, y seguro que con camisón y con la luz apagada. Pero eso ya te dije que va a cambiar.
Se dio la vuelta con un vacío en el estómago ante la incertidumbre de lo que iba a pasar. Tenía un buen culo, y obviamente sin estrenar. Ni siquiera podía saberlo, pues en su mente ni siquiera entraba la posibilidad de que le diera por el culo y ni pensaba en ello.
— No te muevas.
Y salí hacia el baño a por útiles de afeitar. Desde luego, la pelambrera entre sus piernas era tan virgen como su culo. Pero eso lo iba a arreglar en ese mismo instante. Volví con tijeras, jabón y cuchillas de afeitar.
Al sentirme volver, Catalina miró hacia mí y abrió los ojos con espanto.
— ¿Qué vas a hacer?
— Voy a quitarte todo el pelo que tienes en el coño. Abre las piernas. ¿Algún problema?
— No… no… vale.
Se imaginó a sí misma como las zorras que salen en las revistas. Jamás en su vida había afeitado esa zona. Solo cuando tuvo el aborto se lo hicieron en la clínica, y pasó varios meses tanta vergüenza que no dejó que su esposo la viera desnuda.
Le unté el culo de crema de afeitar. Respingó al sentir la caricia de la crema en la raja de su expuesto culo.
— Eh, eso no es… eso es…
— Ya sé lo que es. ¿Algún problema? —repetí.
— Nno... no, no…
No tenía ninguna experiencia afeitando culos y coños, pero no podía ser mucho más difícil que afeitar la barba. Así que algo más de un cuarto de hora después, y tras estirar los labios de su coño hacia un lado y hacia otro mientras Catalina pasaba la mayor vergüenza de su vida al verse así expuesta, quedó lampiña como el culo de un bebé. Las marcas del bañador destacaban en su piel, y estaba también claro que ciertas partes de su cuerpo nunca habían visto la luz del sol.
— No me gustan esas marcas. Tomarás el sol desnuda.
— ¿Qué? No, por favor, por favor. Desnuda en público no. Por Dios…
— Tranquila. Ya te dije que podrás hacer tu vida normal por Madrid. No me importa cómo tomes el sol con tus amigas, pero lo tomarás también desnuda para no tener estas marcas. Y con tus amigas nada de bañador. En bikini. Si quieres desnudarte solo en la lámpara no me importa en absoluto.
Tragó saliva. Ya era suficientemente vergonzoso para ella ir a la piscina en bikini, pero al menos, no la obligaba a ir desnuda y ni siquiera en topless. Asintió con la cabeza.
— Ponte de rodillas, en el borde de la cama, y de espaldas a mí.
Catalina lo hizo confundida.
— Ahora agáchate y apoya la cabeza en la cama.
El resultado no era el que yo esperaba. Catalina apoyaba los brazos en el colchón y no arqueaba la espalda, así que no era una imagen especialmente sexy.
— Mírate en el espejo. ¿Te ves?
Abrió los ojos que tenía cerrados con fuerza y se miró avergonzada en el espejo del armario empotrado que ocupaba toda la pared.
— Quiero que esa espalda se arquee y mucho, hacia abajo. Todo lo contrario de cómo la tienes ahora, hacia arriba. Una pista, apoya tus hombros y las tetas en la cama y te será más fácil. Y saca el culo lo más arriba posible.
Se puso colorada al mencionarle así el pecho y el culo e intentó hacerlo sin mucho éxito.
— Voy a preparar algo de comer. Practica hasta conseguirlo. Si no estás como te digo al volver, no me sirves.
Bajé en pelota a la cocina. Todas las ventanas tenían visillos además de las cortinas, así que aunque la luz entraba, no podía ser visto desde la calle. Miré el reloj maldiciendo el desfase horario con Japón.
Eran las doce y media de la mañana, así que en Japón Yumiko estaría ya cenando. Las siete y media. Aún pasaría un tiempo antes de que se fuera a la cama y pudiera usar sin problemas la línea de banda súper ancha que había contratado sin que nadie lo supiera a nombre del vecino. Solo se podía conectar desde su habitación, pues la señal solo llegaba allí y su vecino ni siquiera era consciente de que su módem abastecía en realidad a dos líneas distintas de wifi, una de ellas al otro lado de la calle.
Preparé una ensalada rápida. No tenía aún hambre, el estar en España me había vuelto a cambiar los hábitos alimenticios y comía bastante más tarde de lo que estaba acostumbrado. Tras comer un poco, volví a subir a la habitación y observé sin ser visto los esfuerzos que Catalina hacía por conseguir la posición que le había indicado. Dado que era bastante delgada, al fin lo consiguió aceptablemente. Mejoraría con el tiempo.
— Bien, veo que si te esfuerzas lo suficiente consigues algo lo suficientemente parecido a lo que conseguiría cualquier mujer que tenga lo que hay que tener.
La cara volvió a ponérsele roja de nuevo.
— Abre más las piernas.
“Ahí va” pensó Catalina cerrando los ojos. “Ahora me hará suya. Dios, perdóname, lo hago por mis hijas, perdóname”.
Casi suelto una carcajada, pero me contuve a tiempo. Pasé mis dedos por el coño seco de Catalina.
— Esto está seco como el de una vieja. Quiero que lo untes suficientemente de saliva y luego te abras tu misma los labios del coño y me pidas que te meta mi polla dentro de ti.
— ¿ Q… qué?
— ¿No oyes bien? Moja bien el coño, y pídeme que te meta mi polla dentro.
“Dios… como si no fuera lo suficientemente humillante que este malnacido me posea en contra de mi voluntad, encima tengo que pedírselo”.
Pero llevó sus dedos a la boca para untar de saliva y al cabo de un momento hizo lo que le pedí.
— Mme… me… méteme tu polla dentro, por favor.
— Hummm… aún no. Quiero que sigas mojándotelo con saliva. —Y me tendí en la cama apoyando mi cabeza en la almohada — Y mientras tanto, hazme una mamada.
Sus ojos me dijeron antes incluso que su cerebro que eso era algo que jamás había hecho. Y que no tenía idea de cómo hacerlo, por no decir que consideraba que era la cosa más guarra que una mujer podía hacer. Pobre, estaba muy desencaminada. En unos días iba a saber qué cosas guarras realmente podía hacer una mujer.
— Hoy voy a perdonarte algunas cosas. Pero no se volverá a repetir. Abre la boca. ¡Que la abras!
Obedeció al instante.
— Ahora mete dentro mi polla. Hasta el fondo.
— Pero… es muy grande. Es enorme. No me entrará…
Hasta ese mismo momento había evitado a toda costa mirarme la polla. Realmente yo iba a disfrutar con esto.
— Es tu problema. Métela hasta el fondo, haz que tus labios funcionen como si fuera tu coño subiendo y bajando, y chupa con la boca con fuerza. Y todo eso sin dejar de mojarte el coño. No me lo hagas repetir.
Catalina empezó a hacer la primera mamada de su vida. Era mala en eso, obviamente, pero mejoraría con el tiempo, eso seguro. Yo me encargaría de ello.
No tardó mucho en empezar a ahogarse tanto por mi polla ocupando su boca como por las babas que le llenaban la boca y se le iban garganta abajo.
— Aprovecha para mojar los dedos en tus babas y meterlos en tu coño, inútil.
Lo hizo azorada, y vi cómo su coño, a falta de lubricación natural, porque excitada, lo que se dice excitada, no estaba en absoluto, sí tenía al menos suficiente saliva.
Le saqué la boca de mi polla cogiéndola por el pelo, haciendo que se pusiera a toser, y me levanté poniéndome detrás suyo. Noté la inspiración profunda de Catalina.
“Ahora sí que me va a hacer suya, el cerdo este. No le vale con haber poseído a mi hija, también con su madre, Dios mío, perdóname, sabes que yo no quiero esto”
— Abre las piernas cerda.
Catalina abrió en lo posible las piernas en la postura en la que estaba, intentando seguir con la espalda arqueada y mostrando obscenamente su culo recién afeitado sin un solo pelo. Metí un par de dedos en su coño, y llevé ese líquido hacia su culo untando bien el agujero. Catalina abrió mucho los ojos y respingó.
— Última oportunidad para nuestro trato. Voy a darte la oportunidad de echarte atrás. Te voy a meter mi polla en tu sucio culo. Y te voy a follar por el culo. ¿Quieres que lo haga o quieres pensarlo mejor y prefieres los cuarenta años de cárcel? Que sepas que seguro que te estrenan el culo allí, de todas formas… así que dí lo que quieres. ¿Cárcel o que te folle el culo?
“Dios… pero cómo va a hacerme eso? Eso no es natural. Este hombre es un monstruo”
— Responde Catalina. ¿Te follo por el culo o vas a la cárcel? YA.
— N... no, la cárcel no…
— Pues pídeme que te folle por el culo. ¡¡Pídelo!!
— Dios. Si. ¡Fóllame por el culo!
— Bien. Pues así lo haré.
Seguí mojando su culo, no era lubricante, así que le iba a doler. Y mucho. Así que poco a poco fui poniendo mi polla en la entrada de su culo. No estaba dilatado. Le iba a doler. Se lo merecía. Me lo tuve que recordar para evitar sentir piedad.
Empujé con fuerza. Y Catalina gritó. Gritó y gritó hasta que apenas le quedó voz. Y aún no le había entrado casi ni la mitad. Me detuve para que su esfínter se acostumbrase al tamaño. Tampoco me apetecía llevarla al hospital si le rompía el culo.
— AAHHHH… AAAAYYYYY.. AYYY…. DIOSSSSSS, AAAHHHHH
Catalina seguía gritando con la voz ya totalmente rota. Y eso que ni me estaba moviendo. Supongo que ya gritaba por inercia.
— No es para tanto. Te aseguro que tu hija disfrutaba mucho cuando le daba por el culo mientras ella hablaba contigo por teléfono. El no poder gritar la ponía mucho, ¿sabes?. Era capaz de correrse mientras quedaba contigo para ir de compras el día siguiente. Aunque bueno, también puede que fingiera. Ya sabes, a lo mejor era tan frígida como tú.
— No, ella no.. esto ella no… Dios, esto es sucio. Estás dentro de mi culo… Dios… cómo duele…
— Pues acostúmbrate. Hoy no espero que te corras. Solo quiero castigarte, pero te aseguro que mañana te correrás tanto que perderás el sentido, Catalina. Sacaré esa puta que has reprimido dentro toda tu vida. Por cierto, ¿te has corrido alguna vez? A lo mejor ni siguiera sabes qué es eso…
Nunca se había corrido. Efectivamente ni siquiera sabía lo que era. Para Catalina eso eran fantasías de mujeres que eran unas zorras en realidad. Bueno, iba a cambiar, eso seguro.
Empecé a moverme despacio hasta llegar al fondo de su culo, y Catalina volvió a gritar con fuerza.
— OOOOOOOUAAAA… SÁCALA, SACALA, SÁCALAAAA… AAAHHHHH, POR FAVOOOOOOR…
— Tendrás que aguantar querida suegra. Tu culo está dilatándose. Al principio duele, luego ya no, te lo aseguro, claro que puedes llamar por teléfono a Andrea y preguntarle. ¿Quieres?
— NOOO.. AAAYYYYY POR FAVOOOR…
Poco a poco fui incrementando el ritmo según consideré que se estaba dilatando. La verdad es que ver a mi ex suegra abierta de piernas ante mí, y perforándole el culo sin piedad me estaba poniendo bastante. La agarré de las caderas y empecé a machacarla sin piedad. Sus gritos ya eran inconexos y casi inentiligibles mientras mordía con fuerza la colcha.
— Aghhh.. mmppff.. nnn... noooo… mmmmpp.. ffffvoooor… mmm…
No quería aguantar mucho, así que me corrí abundantemente en su culo. Catalina lloraba hipando en medio de sus babas en la colcha de la cama cuando me salí de ella y me quedé mirando cómo poco a poco mi semen empezaba a escurrirse de su culo.
— Te podría decir que me limpiases la polla con la boca, de hecho eso es lo que haré habitualmente, hoy, por ser el primer día iré al baño a limpiarme. Así que mi consejo es que te hagas una experta en tener el culo bien limpio a base de enemas cuando yo esté aquí.
— Aahh… ayyyy… snif… snif… ahh… me dueleee…. sniff…
Catalina seguía con una monocorde llorera en voz baja, totalmente derrotada. Fui al baño a limpiarme, y cuando volví, seguía en la misma posición, con el culo levantado y abierta de piernas. Sin ser capaz de moverse.
Volví a tenderme en la cama.
— Haz que se me levante de nuevo.
— Qq… ¿qué?
— ¿No me has oído? Que se me levante la polla de nuevo.
— P.. pero si ya has… te has… e… en mi… mi…
— Sí. Me he corrido en tu culo. Empieza a hablar con propiedad. Me he corrido en tu culo. ¡Dilo!
— Sss.. si. Te has corrido en mi culo.
— Eso es. Y como me he corrido, para volver a follarte quiero que se suba de nuevo. ¡¡Hazlo!!
Catalina miró aterrorizada mi polla.
“Pero si ya lo ha hecho… ¿cómo voy a hacer que se… empalme de nuevo? ¡¡Es imposible!!”
Realmente alucinaba con mi ex suegra.
— Hazme otra mamada. Despacio y con dedicación esta vez. Pero primero cógela en la base con la mano. Eso es. Ahora aprieta un poco y empieza a subir la mano por toda ella y a bajarla sin dejar de apretar. Acaricia la punta con la lengua. Más. Así… abre la boca y pon en tus labios solo esa punta. Acaríciala con la lengua. ¡Y no pares con la mano! Sigue. Chupa con los labios como si fuera un chupachups y sigue con la mano. Ahora baja tus labios hasta la base todo lo que puedas.
Catalina miraba aterrorizada cómo volvía a ponerse dura. Cómo iba aumentando de tamaño.
— ¡¡No cierres los ojos!!. Quiero que la mires bien de cerca. Quiero que sepas de memoria cada centímetro de la polla que te va a follar.
“ No puede seguir con esto. Prefiero la cárcel que ser poseída una y otra vez por este monstruo. Si no fuera por las niñas…”
Ya tenía una buena erección de nuevo, así que la aparté y me dispuse a follarle el coño. Me lo pensé, y decidí que tal vez una buena corrida le quitase esas ganas de preferir la cárcel.
Le metí dos dedos en el coño, ya casi seco de nuevo. Así que recogí parte de las babas de su boca y lo volví a humedecer. Esta vez, acaricié su clítoris, bastante pequeño, por cierto, ante la cara de sorpresa de Catalina. Hice que sus terminaciones nerviosas aumentasen su sensibilidad todo lo que eran capaces.
— Qu.. ¿qué haces? Qué…
Y antes de que siguiera hablando empecé a meter mi polla en su coño. Muy despacito. Para que sintiera realmente cómo era una polla de hombre. Abrió exageradamente la boca formando una especie de O con ella.
“Dios… no se acaba nunca. Y sigue entrando… la de mi marido no era tan…”
— ¿La sientes Catalina? Ya está casi dentro. ¿Has tenido dentro una polla así alguna vez en tu vida? ¡Responde!
— N… No.. la de mi.. ahhh.. marido era más… pequeña. Ayy… no sé qué me pasa…
Con un último empujón, se la metí hasta el fondo. Estaba apretada como una virgen. Sus ojos parecían salírsele de sus órbitas.
— Oooouuahhh… Dios… está muy adentro.
— Y ahora viene lo mejor suegra. ¿Sabes? A Andrea le gustaba que le diese en el culo mientras la follaba, ¿a ti también?
Y empecé a moverme entrando y saliendo mientras le empecé a dar fuertes nalgadas con la mano abierta. Catalina se enderezó sobre sus brazos.
— AAAYY.. me haces daño.. ahhhhh…
Pero ya no era solo dolor lo que sentía Catalina. Su sangre ya circulaba saturada de unas hormonas que nunca antes habían campado a sus anchas por su cuerpo. Sus latidos eran tan fuertes que pensaba que su corazón se le iba a salir de su pecho, y sus pezones… nunca antes los había sentido tan sensibles a los roces. Le dolía y le gustaba a la vez. Y las palmadas… cada golpe hacía que los músculos de su pelvis se contrajeran con fuerza y le gustaba, le gustaba mucho.
Mi ritmo empezó a incrementarse a la vez que los gritos y los jadeos de Catalina se hacían más y más audibles.
— Ayyyyy.. aaahh.. aggh… ah… ah… ah… ah… sí, si... siii…
Los jadeos ya seguían el ritmo de mis acometidas a la vez que sus tetas también se movían bamboleantes adelante y atrás con ese mismo ritmo. Y Catalina sintió de repente que todo su cuerpo se tensaba. Que un trallazo como un relámpago le recorría el cuerpo desde la cabeza a la punta de los pies. Que los dedos de sus pies se estiraban casi hasta el infinito y los de las manos se agarraban apretando desesperadamente a los pliegues de la colcha al tiempo que le faltaba el aire y que su cabeza parecía flotar de repente, sin noción de lo que era arriba y abajo.
Y su culo se movía solo, sin que su voluntad fuera consciente, apretándose contra mí, al mismo ritmo de mis embestidas. Y sentía además como si se fuera a mear, que no podía aguantar más.
— AHHHHH…. AYYY... AHHHHHHHH… DIOSSSSS… AHHHH… SIIII…
Yo podía aguantar más tiempo, al haberme corrido hacía nada, así que seguí embistiendo su coño con fuerza agarrado con saña a sus caderas mientras Catalina se corría por primera vez en su vida en un orgasmo inacabable, mientras gritaba como una posesa y notaba cómo bajaba un líquido caliente por entre sus muslos.
— Aggg… gggg…. mmmpff….. ggg…
Casi dos minutos después, Catalina estaba ya desmadejada en la cama. Sin fuerzas, apoyada en la cabeza y las tetas, como le había dicho antes, los brazos extendidos a los lados en forma de cruz y su culo levantado y siendo todavía perforada con fuerza por mí, que, ya sin aguantar más, me corrí de nuevo, esta vez dentro de su útero. Mi suegra apenas podía balbucear.
— Ahh… nnn... no puedo masss… no ppp.. puedo… nnnggg…
Me dejé caer a su lado para recuperar el resuello, e hice que se tendiese en la cama boca abajo a mi lado. Noté como su culo aún se contraía rítmicamente. Aún le duraba la tensión del orgasmo anterior. De su coño salían los restos de mi corrida, mezclados con su flujo, empapando poco a poco la colcha. Estaba totalmente ida, sin fuerzas. No era capaz ni siquiera de pensar en nada. De la boca entreabierta le caía un hilo de baba.
Me levanté y me dí una ducha. Mientras me corría, me había pasado una idea perversa por la cabeza. Al volver, Catalina se había puesto en posición fetal y lloraba débilmente en voz baja.
— Voy a ir a buscar a tus hijas para que vengan y hablemos del trato. Ellas tienen que estar también de acuerdo con su castigo para que todo esto sea definitivo. ¿Prefieres que te vean así, o te vas a vestir? —dije con malicia.