La venganza del pagafantas V. Una boda en Venecia

Al fin el pagafantas va descubriendo la verdad sobre la historia. Pero aún quedará castigar a las culpables.

Capítulo V. Una boda en Venecia.

Cuando crucé el umbral del pórtico de entrada de la Basílica de Santa María la Gloriosa dei Frari del brazo de Patrizia Gonzaga, todas las miradas se volvieron hacia nosotros como atraídas por un imán.

Patrizia iba elegante. Por supuesto con un vestido de alta costura, pero sencilla, pues a fin de cuentas no era más que una boda de plebeyos a la que había acudido solo por mí. Yo era consciente que los pensamientos de los presentes me evaluaban como su futuro cuarto marido.

Obviamente se equivocaban, pues, aunque a sus 53 años Contessina Patrizia Drusilla Gonzaga-Barozzi estaba espléndida, y mi apariencia de al menos diez o quince años menor me hacían un candidato idóneo a tal honor, en realidad éramos parientes, y mi madre había sido su madrina.

— Todos te miran, Ciccio.

— Javier, Patrizia, Javier. O Xabier si quieres, o Javi, hasta Saverio si te da la gana, pero Ciccio no, por favor. Y no me miran a mí, te miran a ti que estás preciosa. — dije en susurros.

— Qué más quisiera… desgraciadamente la edad no perdona a nadie... excepto a ti, claro. Estás insultante, irritante e insoportablemente joven. Debes tener un pacto con el diablo… te llamaré Dorian a partir de ahora — dijo riéndose.

— Ufff. Mejor que Ciccio…

Obviamente el sitio reservado a Contessina era preeminente, así que fuimos avanzando por la Basílica atravesando el coro reservado a la familia hasta llegar a la capilla Fiorentini. Justo al lado del altar Mayor, donde el novio esperaba los minutos de cortesía para la entrada de la novia. En vez de sus nervios, preferí mirar a mi espalda la soberbia talla en madera policromada del San Juan Bautista, de Donatello, en el altar de la capilla.

Hacía apenas media hora que habíamos hecho la visita de rigor a la novia en la casa donde se iba a vestir. Allí había visto a Belén Solares.

Con mi nuevo aspecto, ojazos azules, gafas finas de intelectual y de la mano de Patrizia y hablando en italiano, no me había conocido, así que tras darle a la novia dos besos al estilo italiano, dio por supuesto que era veneciano.

La novia estaba nerviosa como era lógico, y era… preciosa. Mucho más que su hermana, que iba de un lado a otro como un pollo sin cabeza. Tan hermosa que… decidí cambiar ligeramente mis planes.

— Lamentablemente no nos podemos quedar al convite, como Contessina ya les contó. Partimos para la villa de Capri apenas tenga lugar la ceremonia. Pero estaremos en la Basílica para acompañaros en vuestro día más importante — le dije en un español bastante italianizado, mirándola fijamente y haciendo que la novia notase un pozo sin fondo en su estómago.

No podía quitarme los ojos de encima mientras yo hablaba y socializaba con la gente de la habitación. Parecía totalmente olvidada de repente de los nervios de la boda y de la boda en sí misma. Miraba mi nariz, mis ojos, mi pelo… era como si alguien la estuviera obligando a mirarme sin desviar para nada la vista.

— Bueno, nos despedimos, que no queremos que el novio espere demasiado… aunque se merece lo que tenga que esperar por tener a la joven más hermosa de la Spagna…— le dije con picardía, y luego, bajando la voz... — Por cierto, tenga cuidado. En estas mismas habitaciones Giacomo Casanova sedujo a una doncella la noche anterior a su boda justo después de huir de la prisión del Piombi por los tejados de Venecia. Nadie sabe cómo cruzó el Gran Canal, pues por aquel entonces el puente de la Academia no existía, y había guardias armados en el Rialto. La misma noche de su boda… qué decadente… ¿no? — y se ruborizó de un modo encantador.

Decidí en ese mismo momento que la novia bien merecía una parada de las que tenía que hacer por la tarde.

Si quieres celebrar una boda en Venecia por todo lo alto, no puedes hacerlo en un restaurante de mala muerte. Y menos si el novio es de una familia adinerada de la ciudad. Así pues, hay que elegir un palazzo acorde a las posibilidades pecuniarias de la familia. A mejor palazzo, mayor esplendor.

Posibilidades hay muchas, desde cerrar el palacio de la Fenice y ocupar todo el gran canal con tus motoras, como haría cualquier actor hortera de Hollywood, al recogimiento y la clase de un auténtico palazzo del XVI.

Después de la boda, los novios y los invitados darían una fiesta en el Palazzo Pisani Moretta, en el Gran Canal, y justo al lado de Ca’ Foscari. Para el convite y el baile se haría una especie de ‘revival’ del Ballo del Dogo, que todos los años se lleva a cabo en ese mismo palazzo. Un acto de lo más chabacano a juicio de Patrizia. La factura de la boda debía de ser mareante.

El acto de la boda fue bastante bien, y nada hortera pese a las insinuaciones despectivas de mi acompañante. La familia de los novios se ubicaba en el coro de la basílica, así que ahí pude ver por primera vez junto a Belén, a Eduardo Vergara, su marido y el presunto causante del accidente de mis padres.

Su apariencia no ayudaba a pensar en su inocencia. De media estatura, con poco pelo ya y bastante barrigón, chulo y prepotente, dejaba bien a las claras que estaba acostumbrado a hacer su santa voluntad. Me dije a mí mismo que eso iba a cambiar muy pronto.

En cuanto a su esposa, Belén Solares Calatrava, se mantenía bien. Bastante más joven que su marido, como todas sus amigas rondaba la treintena. Tenía el pelo negro, recogido para la ocasión, pero se adivinada bastante largo. Su cuerpo, como el de sus amigas, estaba moldeado por horas de gimnasio o dietas estrictas. Su vestuario no era especialmente elegante, pero en modo alguno hortera. Vulgar, me puntualizó Patrizia, pero bueno, no todo el mundo puede presumir de haber meado cientos de alfombras persas de niños, le respondí mordaz.

Cuando días antes le conté a Patrizia lo que pensaba que había ocurrido a mis padres, se puso hecha una fiera. Y cuando le dije cómo pensaba sonsacar a la pareja, pero que tenía ciertas dificultades para secuestrarlos por unos días para interrogarlos, abrió sus ojos y una perversa sonrisa afloró a su boca al tiempo que fruncía su aristocrática nariz.

— Creo que tengo a la persona que te puede facilitar tus planes. Flavio Orsini. Nada que ver con la familia romana claro, pero tan mercenario como ellos.

— Jajaja… Te recuerdo todos tus condottieri del renacimiento eran mercenarios, Patrizia.

— Ja. Hay clases y clases. — respondió picada.

Volviendo a la boda, la novia no paraba de mirar furtivamente hacia mí. Cosa que no pasó desadvertida a Patrizia.

— ¿No tendrás nada con esa chiquilla, verdad Ciccio?

— Que no tenemos 7 años, Patrizia… y no, no tengo nada con esa chiquilla… aún.

— Has cambiado mucho, Ciccio… antes eras una cosita encantadoramente achuchable. Ahora veo en tus ojos algo… duro. Como despiadado. Esa zorra de Andrea te ha cambiado.

— Supongo que algo sí que he cambiado. Y Andrea… bueno, tendrá que responder a bastantes preguntas. Y para tu deleite, te puedo asegurar que con toda seguridad, no será agradable para ella. Nada agradable.

La boda llegó a su fin y rápidamente salimos de la Basílica y cruzamos la pequeña plaza para atravesar el coqueto puente que atravesaba el canal. Patrizia no tenía el más mínimo interés en prolongar su estancia en ese tipo de eventos.

— Ten cuidado Javier. Y si tienes problemas que no puedas resolver, la familia está para ayudarte, ya lo sabes. La familia.

— Tranquila cara, lo tengo todo controlado. Te mantendré al tanto de mis averiguaciones sobre la muerte de mis padres, no te preocupes. Y ahora vete a tu casa anda, bastante has hecho por mí.

— Ciao, Medici. — se despidió de mí con un beso en la mejilla como cuando jugábamos de críos a guerras entre Florencia y Venecia.

— Ciao, Barozzi. — y le lancé un beso con la punta de los dedos al alejarse.

Y con una sonrisa triste se subió a su góndola privada perdiéndose por el fundamenta Frari.

Me dirigí al Palazzo Pisani, donde regresaría la novia para cambiarse de vestido, antes de la fiesta. Subí a la habitación donde antes había hablado con ella y pasé a la segunda habitación de la Suite cerrando tras de mí.

No tardó en entrar por la puerta y despedir a sus acompañantes para descansar y refrescarse un rato. Sentí desde la habitación contigua como cerraba con el pestillo y suspiraba. Suavemente, sin hacer el menor ruido, abrí el picaporte que separaba ambas estancias y entré en la habitación.

Cristina Solares Calatrava, ahora ya Cristina Solares Dell’Agnello, se encontraba de pié junto a la ventana, de espaldas a mi, apoyada con las manos en el respaldo de una silla y mirando pensativa el Gran Canal.

— No solo hay historias de Casanova en estas habitaciones. —  Dije.

Respingó al oírme y se volvió hacia mí, que seguí hablando en voz baja.

— A principios del siglo pasado, Luisa María Casati se casó con el marqués de Stampa, mucho más viejo que ella que, a la sazón apenas llegaba a los 19 años. En esta misma habitación iban a pasar su noche de bodas. Cuando ella regresó del baño al tálamo nupcial, su marido la estaba esperando sonriendo en la cama… con un jovencito al lado. Supongo que imaginas la noche que pasaría la marquesa tan bien atendida…

Cristina inspiró profundamente y se volvió hacia la ventana de nuevo. Sus nudillos apretaban con fuerza el respaldo de la silla hasta ponerse casi blancos. Notaba una vena palpitando en su esbelto cuello a través del velo de novia.

— La Marquesa se aficionó rápidamente a estos juegos del viejo marqués, de tal manera que escandalizó tanto a toda Venecia como a la alta sociedad milanesa donde estaba ubicado el castillo Stampa. ¿Sabes lo que hacía, Cristina?

La piel de su espalda y de su cuello ya estaba totalmente erizada. Mis manos se posaron en sus caderas produciendo el sobresalto de la novia.

— Se paseaba totalmente desnuda por la plaza de San Marcos. Cubierta con solo un abrigo de piel y paseando a sus dos guepardos sujetos con unas correas. Se dice que llegó a tener cinco amantes a la vez en la misma cama. ¿Imaginas las cosas que podrías hacer con cinco hermosos jóvenes para ti sola en la cama, Cristina?

Un gemido contenido salió de la boca de la novia, al sentir cómo mis manos en sus caderas iban subiendo sin dejar de apretar la tela de su vestido, haciendo que poco a poco se le fuera subiendo. Mis manos volvieron a bajar sin dejar de apretar el vestido, y volvieron a realizar la misma operación. Ya se veían los bordes de las medias, a medio muslo. Blancas e inmaculadas.

— Esta ciudad está llena de decadentes escándalos Cristina…

Mis manos volvieron a subir y poco a poco fueron apareciendo las nalgas bajo el vestido. La incliné un poco hacia delante, sus nudillos estaban completamente blancos de tanto apretar la silla. Alcé toda la parte baja del vestido y la dejé reposar por encima de sus caderas. Un tanga blanco como la nieve, muy sugerente, destacaba con el moreno de sus nalgas. Sugerente, no vulgarmente pequeño. Casi a medio camino entre el tanga y las bragas. Me gustaba.

Me agaché y besé suavemente la piel erizada de sus nalgas. Cristina suspiró audiblemente.

Mis manos se deslizaron bajo el elástico. Cristina gimió mientras un torrente de hormonas viajaban enloquecidas por sus venas.

La moví hasta la pequeña mesa que había al lado. Inmediatamente apretó sus caderas y el hueco entre sus piernas contra la esquina de la mesa gimiendo mientras intentaba apagar el fuego que la estaba abrasando.

Mis manos fueron bajando esta vez, llevando consigo el tanga de Cristina hasta que cayó enrollado en sus tobillos.

— Sí, Cristina. Seré el primero con el que folles como casada. Irás recién follada al baile. Bailarás y bailarás y recordarás cómo te corrías delante de mí, apoyada en esa mesa. — un jadeo fue la respuesta a mis obscenas palabras.

— Ahh..

Separé sus nalgas, mi mano constató sin dificultades lo mojada que ya estaba la novia, y le fui metiendo mi pene suavemente mientras ella emitía un gritito ahogado apenas audible.

Cuando llegué al fondo de Cristina, mis manos desde atrás sacaron sus pechos del corpiño de brocado en el que estaban confinados. Sus pezones respiraron al fin al verse libres y se irguieron desafiantes. Una capa de sudor mantenía húmedos los pechos sin duda por el calor y los traslados a la Basílica y la vuelta. Cristina agachó la cabeza rendida totalmente mientras se empezaba a mover adelante y atrás con un vaivén suave.

— Me quedaré con tus bragas de recuerdo, Cristina… te cambiarás de vestido, pero irás sin bragas al baile. Tu marido te recogerá al salir de aquí sin bragas. Notarás el roce del vestido sobre tu culo desnudo…

— Ahhhh… ahhh…

Ya bombeaba con fuerza, con mucha fuerza, y Cristina no podía seguir el ritmo de mis embestidas. Jadeaba procurando no hacer ruido no fuera a ser que la oyesen desde fuera de la habitación. Mis manos agarraban su culo mientras acariciaba el agujero de su culo con los pulgares.

— Mmmmm… aahh… siiii... asiii… sigueee….. — ya totalmente rendida al placer.

Agarró el velo y lo arrancó de la cabeza arrojándolo a un lado.

— Y cuando gires danzando en el salón de los espejos Cristina… notarás el aire entrar libre por debajo del vestido, notarás cómo entra por donde en este momento te estoy follando, y notarás también Cristina, cómo mi semen todavía moja tu coño mientras bailas.

Introduje de golpe uno de mis pulgares dentro de su culo hasta la primera falange.

— Aaayyyyy… ahhhhgggg… ahhh. Ahoraaa… siii… ahoooooraaaaaa… ooooouaaaaaa… ahoraaaaa aaaahhhhh…

Cristina ya no pudo aguantar más y se corrió a la vez que yo le daba mis últimas estocadas y descargaba dentro de ella. No me salí. Permanecí dentro unos minutos más haciendo de tapón. Ella intentaba recuperar la respiración mientras juntaba las piernas con fuerza.

— Mmmm… ufff… mmmnn… ohhh…

— Otro decadente escándalo… que quedará ente nosotros, cara. Tal vez nos veamos más adelante por la ciudad… seré discreto, te lo prometo. Y podrás realizar conmigo si quieres aún más decadentes fantasías…

Y besando su espalda ya totalmente desnuda al estar todo su vestido de novia arrebujado en su cintura, me salí retirándome a la habitación de la que había salido.

Esperé a que la novia se vistiese y saliese al pasillo y el ruido se alejase hacia los salones de la fiesta para salir sigilosamente. Mi siguiente parada sería menos agradable. Pero aún tenía ese día y otro más para preparar las cosas. La imagen de la novia agachada contra la mesa y con el vestido en su cintura mostrando su trasero al aire en todo su esplendor y arrancando su velo con furia, tardaría en borrarse de mi mente, sobre todo cuando recordase como arrollaba mi simiente por entre sus muslos fuertemente cerrados.

Dos días después, estaba tomando un espresso en el café Loco, en Montebelluna, cuando Flavio Orsini me mandó un mensaje diciendo que el paquete había sido entregado y estaba listo para su inspección. Sonreí ante lo críptico del mensaje.

Sin prisas, salí de la ciudad en dirección a Villa Julia, una propiedad apartada donde habían llevado al matrimonio Vergara. Los planes que tenían tras la boda de la hermana era viajar una semana por Italia en un vehículo de alquiler. Los matones de Flavio los habían secuestrado en cuanto salieron de Mestre con el vehículo y los habían llevado hasta las montañas de Montebelluna. Si habían seguido al pié de la letra mis indicaciones, ahora los dos estarían desnudos y atados en el sótano de la propiedad.

Entré en la casa y pasé a cambiarme de ropa. Un mono negro con una capucha de licra en la cabeza para que no me reconociesen.

Bajé al sótano y, efectivamente, allí estaban, uno en cada extremo del sótano. Atados y colgando de un clavo en el techo. Desnudos y con una venda en los ojos. Al notar ruido, Eduardo empezó a gritar.

— ¿Qué coño queréis? Ya os dije que no tenemos dinero joder. ¡¡¡Decid algo ostias!!!

Me acerqué y pasé mi mano por la espalda de Eduardo Vergara. Noté su miedo. Estaba repasando mentalmente quién de toda la gente que había jodido en los últimos tiempos le podía estar haciendo esto. Una imagen aparecía sobre las demás. Anatoli Rostov, un ruso al que le había estafado bastante dinero en una operación inmobiliaria en Marbella. Aunque pensaba que habían quedado más o menos en paz al conseguirle aquellas dos jovencitas rumanas aún vírgenes…

Me acerque a Belén y al tocarla noté más enfado que miedo. Pensaba en alguna jugarreta de la que no supiera nada de su marido. Y pensaba que lo sabía todo. Vaya, no era una angelita precisamente.

— Señor Vergara. Mi empleador me ha encargado que… le castigue, por algo que ni sé ni me importa. Supongo que sabrá de qué hablo.

— Escuche… dígale al señor Rostov que pensaba que estábamos en paz, pero que… si hablamos, seguro que llegamos a un acuerdo. Llámelo y verá.

— Tse, tse, tse… tengo órdenes de no dar nombres de nadie durante esta semana que pasarán aquí. Entienda que uno es un profesional.

— Tengo dinero, Puedo pagarle más que lo que le pagan.

— Interesante. — dije mientras le arrancaba la venda de los ojos a Belén que miró ahora ya sí asustada el tétrico sótano en el que estaban. Hice lo mismo con Eduardo.

— Supongo que son conscientes de que… nuestra estancia aquí será… bastante dolorosa para ustedes.

— Escuche, deje a mi esposa en paz, le daré dinero. Haga conmigo lo que quiera, pero déjela a ella fuera de esto.

Alcé las cejas. Era realmente curiosa esa devoción por una esposa que… estaba pensando en lo gilipollas que era su marido. Que solo servía para… ¡¡hacer lo que ella le mandaba!!

Vaya… sorpresa. A ver si resultaba que Eduardito solo era el hombre de paja de su mujer…

Despacio, fui colocando una serie de instrumentos cortantes e, indudablemente con la clara finalidad de hacer mucho daño, sobre la mesa que separaba ambos cónyuges.

— Veamos señor Vergara. Quiero que me relate despacio, y pormenorizadamente, sus andanzas durante el último año. Con nombres y fechas. Lo iré grabando, y espero que no se deje nada. Mi… empleador se molestaría mucho conmigo si falta algo, así que espero que entienda que… me asegure. ¿Listo? — dije divertido. — Acción.

— Ss sí… si.

Y empezó a confesar una serie de estafas de poca monta, aunque algunas ya empezaban a ser importantes, fundamentalmente con promotores inmobiliarios y políticos importantes de Madrid. Veía que bordeaba lo realmente importante, y se dejaba lo más jugoso.

— Vale, vale, señor Vergara. Creo que no nos hemos entendido. Voy a dejarle un rato para reflexionar y voy a hablar con su esposa.

— No, déjela a ella, déjela…

Se calló bruscamente cuando le puse una bola roja en la boca con una cinta que se abrochaba por detrás.

— Bien señora Solares, estamos usted y yo ahora... — dije en voz muy baja, casi entre susurros. Me fui desnudando detrás de ella mientras iba acariciándola por todos los lados.

Era fuerte. Le importaba un pito que me la tirase allí mismo. Casi lo deseaba, pues no tenía mucho sexo con su marido. Además, el sado la ponía.

— Parece que no te asustas fácilmente ¿verdad?

Belén giró la cabeza y escupió en mi dirección, sin llegar a alcanzarme por lo forzado de la situación. Me empecé a cabrear.

— Bien, bien, bien. De ahora en adelante te llamarás zorra. Y creo que va a ser divertido romperte, zorra. Y te aseguro que te romperé. Acabarás comiendo de mi mano y suplicando que te de por el culo, ya lo verás.

Al mismo tiempo empecé a pulsar las teclas de su miedo. Que pensase que tal vez aquello no terminase de salir bien.

Cogí una barra de metal de algo más de un metro de largo con dos grilletes en los extremos. Me miró horrorizada pensando que le iba a pegar con ella. Pero lo que hice fue agacharme y poner un grillete en cada tobillo. Ahora zorra tenía las manos en lo alto, amarradas al techo, y las piernas tremendamente abiertas, dejando su sexo totalmente expuesto. Intentó moverse, pero la posición no se lo permitía. Apenas llegaba con las punteras de los dedos de los pies al suelo para evitar quedarse colgando de los brazos en una dolorosa posición.

— Cabrón. — Jadeó. — te mataré. Te juro que cuando salga de aquí te mataré.

— ¿Y de dónde sacas tú que vas a salir de aquí, zorra?

Cogí un látigo y le dí un buen par de latigazos en la espalda que la hicieron gritar de dolor. El dolor y el miedo se juntaron, y le hice pensar que su vida podía acabar allí. A la vez, me unté bien las manos en aceite. No tenía interés en que la zorra no sufriera, sino en mi propia comodidad. Además, aquello no iba destinado a zorra, sino a su marido. Quería que viera como otro le daba a su mujer por el culo.

— Relaja tu culo zorra, — dije mientras le untaba el aceite — o te quedará como un bebedero de patos y tendrás que usar pañales toda tu vida.

Y sin más, le metí mi polla de por el culo. Un grito desgarrador salió de su boca.

— AHHHHHHHHRRGGGGG… AHHHHH… NOOOO… NO... NO… NOO.. UGHGGNNPPPFF…. AAAHHHHH…

Empecé a bombear con fuerza. Los ojos de su marido se salían de sus órbitas mientras veía cómo se estaban tirando a su mujer delante de él..

— ¿Sabes zorra? Tu marido está mirando como te estoy dando por el culo, así que tal vez se lo piense mejor la próxima vez que le pregunte por sus negocios ¿no?

— SIII. SI.. SIIII… si, díselo todo. Maricón de mierda, díselo todo, díselo, díselo. Ay Dios, me está partiendo en dos... Dios… duele mucho… aaaayyy….

— Acostúmbrate zorra. En lo que te queda de vida, pasarás con algo en tu culo casi todo el tiempo, te lo puedo asegurar.

Noté el miedo y la desesperación de Belén. Odiaba que le diesen por el culo. Era sucio y antinatural.

— ¿Ves ese consolador enorme que hay bajo la mesa, zorra? Cuando yo me canse, tomará mi lugar. Pero no te preocupes, tu marido puede hacer que te ponga algo de aceite y será menos doloroso.

— NOOOO…

— ¿Sabes? Creo que tu marido necesita algo de motivación. Que le den por el culo delante de él a su mujer puede que no sea suficiente. Y además… igual hay que repartir un poco las cosas ¿no?

Aceleré mis embestidas para correrme en su culo. Eso haría que lo viera aún más sucio. Me corrí con fuerza en sus intestinos agarrando con fuerza sus caderas hasta marcar en ellas mis uñas.

— AHHHHHHH… NOOOOOOO…. OOUUAA….

Me salí del culo de zorra y desamarré sus manos que, al faltarle la sujeción en el techo casi se cae debido a lo abiertas que la barra le obligaba a tener las piernas.

Puse al lado de Eduardo una pequeña placa eléctrica que calentaba una cazuela con algo dentro.

— ¿Ves esa cazuela zorra? Sabes lo que hay dentro, tranquila. Lo has usado muchas veces. Es cera. Cera para depilar. ¿Ves a tu marido? Pues bien, soy un poco un fanático de la estética. Tu marido así, todo peludo, no me gusta nada de nada. Incluso en la situación más… escabrosa como puede ser esta, hay que tener algo de… clase. Así que vas a ir y vas a depilarlo del todo. Completamente, ¿lo has entendido? No quiero ver un pelo fuera de su cabeza. Así que venga, a trabajar. — Y le dí un fuerte azote en el culo que casi la hace caer de nuevo.

Tras un instante de duda donde pensó en negarse, se puso a caminar de una forma bastante cómica al tener tan exageradamente abiertas las piernas y no poder cerrarlas por la barra que se lo impedía, por no hablar de lo que le ardía el culo.

Una paleta le permitió ir extendiendo cera sobre el cuerpo de su marido que se retorcía de dolor por lo caliente de la cera.

— Vaya Eduardo… ¿ya te quejas?  Uff… pues te puedo decir que lo mejor está por llegar. Espera a que te empiece a quitar a tirones las bandas de cera… te correrás de gusto, ya verás.

— MMMMMMPPPFFFFF... MMMMMMMGGGG…

Fue el intento de grito de Eduardo ante la primera banda que retiró su mujer. La mordaza evitó que sus gritos fueran demasiado estridentes.

Me senté en la mesa pasando al ordenador todas las tropelías que había realizado la pareja. Tendría que seguir apuntando cosas cuando se le soltase algo más la lengua a Eduardo. Puse algo de música y unos cascos para no tener que soportar los aullidos, aún con la mordaza puesta.

Inenarrable los tirones de la cera en los testículos. Ahí casi pierde momentáneamente la consciencia el gañán. Ya no era tan chulo como al principio. El dolor del marido, y la casi complacencia y sadismo de la mujer al tirar de la cera, anegaban mi mente en un confuso caos. Aumenté el sonido de la música para intentar abstraerme hasta que zorra terminó la tarea. Eduardo colgaba sin fuerzas de las manos, como un guiñapo, pero sin un solo pelo en su cuerpo.

Puse a zorra en el otro extremo del sótano, tumbada boca arriba pero sin quitarle la barra de las piernas. Los brazos abiertos y estirados en dos clavos en las paredes impedían que pudiera moverse. Enchufé un consolador de esos que son una bola vibradora grande y se lo coloqué en su coño fijado con cinta americana para que no se moviera. Al menos tendría entretenimiento por la noche. A la vez, le metí unas bolas chinas rojas en el culo para que no se le cerrase.

Decidí irme a dormir para dejarlos macerándose un poco. Para que no pudieran hablar entre ellos le puse también una mordaza similar a zorra.

Al día siguiente bajé de nuevo al sótano, Al parecer los esfínteres de ambos no habían aguantado demasiado, y habían hecho sus necesidades allí mismo. Ya contaba con ello. Al parecer, zorra se había corrido bastantes veces a lo largo de la noche, pues balbuceaba casi sin sentido.

Abrí el chorro de agua con una manguera mojando a Eduardo para lograr que se despejase y pudiera contestar, limpié el suelo a la vez, y repetí la operación con zorra.

Una vez limpia zorra, le quité el vibrador y le saqué las bolas de golpe.

—  OOOOOOOUUAAA…. AYYYYY…

Luego la esposé al suelo de una tarima baja, lo que hizo que tuviera que subirla yo, al no poder caminar con las piernas así. Al estar de rodillas, su culo quedaba justo a la altura perfecta para hacer lo que quisiera con ella.

— Bueno, segunda ronda de conversaciones Eduardo. — Dije mientras le quitaba la mordaza.

Apenas gemía entre las babas que le caían por la boca y la tos ahogada.

— Volvamos a empezar. Quiero TODAS las fechorías que hayáis hecho en el último año. Mejor aún, las de los últimos tres años. Me voy a poner en el ordenador, y si te dejas algo, os aseguro que lo que ha pasado será como tomar el sol en una isla del caribe comparado con lo que os va a pasar. Empieza.

Y fue desgranando muchas, muchas operaciones fraudulentas, financiación para tráfico de drogas de camellos de Madrid, palizas a gente, tráfico de blancas… pero nada de mis padres.

Esperé a que terminase su relato mientras yo tecleaba en el ordenador. Cuando terminó, y yo terminé de teclear, hice que el ordenador soltara un pitido como si llegase un mensaje. Hice como que leía atentamente.

— Falta algo. ¿Qué me dices de Fernando Castaño y su mujer?

— Mierda. Te dije que no te metieses en eso. — Dijo enfadada zorra.

Me levanté de pronto y con el látigo le dí un latigazo en la espalda.

— Le he preguntado a tu marido, zorra. Tú cállate si no te digo que hables. ¿me has entendido?

— Sí, si…

— Bien, listillo. Contesta ahora tú.

— Me encargaron que los entretuviese varias horas para que no pudieran regresar a su casa hasta la noche. Le dije a un yonkie recién salido de la cárcel que estropease su coche para que tuvieran que llamar a la grúa, pero el muy cabrón se los cargó. No tuvimos nada que ver en eso, yo solo quería que fuera un susto…

Desgraciadamente, vi que era verdad lo que decía.

Causa causae est causa causati , Eduardo. La causa de la causa es la causa del mal causado. Mal asunto. Dos homicidios al menos. Entre siete u ocho años. Y teniendo en cuenta la relevancia de los fallecidos… lo llevas claro.

Eduardo miró al suelo gimiendo. El látigo volvió a fustigar a zorra en la parte baja de la espalda.

— Y ahora tú, zorra. Cuéntame todo lo que sepas de ese asunto.

— ¡Sí, sí!! Fue un favor a una amiga. A su madre en realidad. No sé muy bien los asuntos en los que están metidas, pero querían poder entrar en la casa de sus ex suegros para poder llevarse algo. La madre de mis amigas estaba acojonada.

— ¿Amigas? ¿No dijiste que era una amiga?

— Bueno, son dos hermanas y su madre. Una de ellas se casó con el hijo de los muertos, pero las cosas no salieron como quería la madre de ellas, así que no se soportaban. Se divorciaron y ahora nadie sabe por dónde anda, según ellas casi fijo que está muerto, pero nadie sabe nada.

— Ahhh.. o sea, que se llevaban mal la madre de las hermanas y el ex marido ¿no?

— Sí, pero también la otra hermana, no lo soportaba.

— Joder, qué nota el tío ese, se llevaba mal con todas.

— Bueno, lo de la hermana en realidad era otra cosa.

— ¿Si?

— Es bollera y se tira a la hermana. Las dos piensan que no lo sabemos, pero somos amigas desde el colegio y esas cosas se saben. Le sentó como un tiro que se casase y el tío ese le levantara la novia.

— Vaya, vaya… ¿Y para vengarse matan a los padres? No me lo trago.

— No querían matarlos… solo tener tiempo para buscar algo en la casa de los viejos. No sé lo que querían, pero al parecer sí que lo encontraron.

—  Hummm… bueno, a fin de cuentas no es cosa mía. Mi trabajo va por otro sitio.

Me puse tras zorra, que estaba a cuatro patas, y le puse una barra horizontal por encima de la espalda a la altura de los omóplatos. Fui dando vueltas a unas tuercas en las barras verticales de sus extremos que hacían que la barra fuera bajando poco a poco empujando sus hombros hacia abajo, lo que hizo que tuviera que ir agachando los hombros y la cabeza casi al nivel del suelo. El culo quedaba en pompa y totalmente abierto para mí, mientras sus brazos estaban estirados y esposados más allá de la cabeza.

— Humm.. zorra. Estás de lo más apetecible.

— No, cabrón, no. El culo otra vez no…

PLASSSS… sonó el golpe de una pala plana de madera azotando con fuerza sus nalgas.

— ¿ Qué te dije zorra? Habla solo cuando te pregunte.

Y le dí una tanda de diez golpes más. Cuando terminé, sus nalgas estaban rojas como un tomate y gimoteaba débilmente.

Me puse detrás, y sin avisar, se la metí de nuevo de un solo golpe. El berrido fue monumental.

— AHGGGGGGGGG… AHHHHHHH SACALO, SACALO, AAAAAAAYYYY…

— Calla zorra, este será tu trabajo a partir de ahora. Por todas las maldades que hiciste. — y la empecé a bombear con toda la fuerza de que era capaz.

— OOOOOUUUUUUUAAAAA... AYYYYYYYY, ARGGGHHH… basta por favor, basta… AHHHHHHH…

Fui machacando su culo sin piedad. De vez en cuando me salía y se la metía por el coño para ir variando, además, así se le cerraba un poco el culo y podía volver a abrírselo.

— ¿Sabes zorra? Vas a tener que acostumbrarte a correrte mientras te dan por el culo. Yo puedo aguantar mucho, y si me canso o me corro, siempre tengo juguetes para seguir… te conviene correrte, te lo aseguro..

— Ahhh… no, nooo… aaaayyyy por favor, no puedo maaaas. Bastaaaaa…

Decidí descansar un poco, pero que zorra siguiese a lo suyo, así que me salí, e instalé detrás de la mujer uno de los aparatos automáticos de follar. Un aparato que imitaba los embistes adelante y atrás de una polla de látex bastante más grande que la mía, debo reconocerlo. La clave era metérsela sin que se pudiera mover, y zorra no podía mover las caderas en absoluto. Se la metí en el coño y la puse a una velocidad media mientras oía sus gritos.

— OOOOOHHHHHH… PARA, PARA… ES MUY GRANDE… AAAHH ME VA A ROMPERRRRR… AHHHHH…

Dejé a zorra con sus cosas y me dirigí a su marido que sollozaba como una mujer. Le desaté los pies y repetí la operación que había hecho con zorra, separarle las piernas con una barra larga de metal.

Le solté los brazos y se cayó al suelo al no poder mantener el equilibro. Apenas sentía los brazos por lo forzado de la posición durante toda la noche y el día anterior, así que aproveché para encadenarlo al suelo y que quedase en una postura idéntica a la que tenía su mujer, pero sin el culo en pompa.

— No te hagas ilusiones gañán, no pienso darte por el culo… — le dije divertido.

Zorra estaba a punto de correrse con la máquina. Su coño era bastante más receptivo que el culo, así que decidí darle algo más de marcha a la cosa. Cogí un consolador de regular tamaño y me puse detrás de ella. El culo volvía a estar casi cerrado, así que embadurné en aceite la punta el consolador y se lo fui introduciendo ante sus gritos ahora ya sí bastante más grandes.

— NOOOOOO… OTRA VEZ ESO NO… AAAAHHHH... LOS DOS NOOOOO… AYYY AHHH… NO PUEDO MASSSS, DIOSSSSS…

Terminé de metérselo hasta el fondo de su culo y lo dejé allí. Me acerque a su oreja y le susurré al oído.

— No es justo ¿verdad? Tú aquí siendo follada por todos tus agujeros y tu maridito ahí tan campante. Aunque pensándolo bien… ¡¡te falta aún un agujero por estrenar!! Qué despiste el mío…

Me levanté y busqué un aro de metal para poner entre los labios y las encías de los que no permiten cerrar la boca. Se lo sujeté con una cinta en la parte de atrás de la cabeza y me puse a follarle la boca.

— HHHMMMMM…NOOOGGGGGMMMM…

— Relaja zorra, tú no tienes que hacer nada. Te están follando por detrás, y te estoy follando por delante, no tendrás queja… mira, esto es un mando a distancia para la velocidad. ¿Aumento un poquito? — y giré el mando.

— HHHHMMMMMMM... AHHHHMMMMM…

La velocidad estaba casi a tope, y a la vez fui haciendo que su excitación subiese lo suficiente para que se corriese. No tardó en hacerlo, casi a la vez que yo me descargaba en su boca.

— Trágalo todo, zorra. Vas a tragar mucho de esto antes de salir de aquí.

Le quité el aro para que lo pudiera tragar, y tosió dejando caer una mezcla de mi semen y sus babas.

— No eres obediente zorra.

Me puse detrás y comencé otra tanda de golpes con la pala de madera no demasiado fuertes, pero tampoco suaves. El dolor del castigo junto con los embistes de la máquina no tardaron en volver a hacer que la mujer se corriera.

— Ahhhhh… ahhh... mmmmmm… ohhh…

Mordió los labios para no mostrar que se estaba corriendo, pero su marido miraba con los ojos muy abiertos lo que le estaba pasando a su mujer y dándose cuenta de que se estaba corriendo.

— Por favor, por favor… no puedo más.. por favor.. basta, no puedo maassssss…

Lancé otro chute de hormonas en su torrente sanguíneo ocasionando de nuevo que se corriese.

— AHHHH… otra vez no… ayyyy… ahhhhhhhhh otra vez… otra veeeez… ahhhh…

De su boca abierta seguía saliendo un río de babas, mientras que por sus muslos ya bajaba otro río de fluidos.

— Parece que ya no eres tan dura, zorra. ¿Sabes que? Te voy a dejar un tiempo más ahí mientras yo me voy a comer y mientras tu marido mira cómo te corres. No quiero que pases frío, así que enfocaré ese radiador hacia ti… ¿te parece? Y conectaré el consolador del culo para que se mueva un poco…

Y salí del sótano para darme una ducha y pasar a mis ordenadores en Madrid todo lo que había sonsacado a la pareja.

Cuando volví casi cuatro horas después, zorra estaba totalmente ida. Tenía los ojos en blanco y un reguero de babas mojaba la tarima donde apoyaba la cabeza, mientras unos débiles espasmos sacudían todo su cuerpo. Balbuceaba algo ininteligible mientras unos gruesos lagrimones bajaban por su cara. La máquina seguía incansable percutiendo su coño con decisión, y una brillante capa de sudor cubría totalmente su cuerpo, como si la hubiera untado en aceite. Fruto tanto de la excitación y la adrenalina que consumía sus venas, como del calor que el radiador emitía en su dirección. Al parecer había hecho algo de fuerza y el consolador del culo se le había salido un poco, pero insuficiente para caer, estaba con la mitad dentro aún de su culo.

— Ggghhh.. por ffffgg… favoooor… ggg… bbbbastaaaa… ggghh… nn.. no puedo oo masss…

— Hummm… ¿quieres que pare? vaya, creo que podemos llegar a un acuerdo. Vamos a hacer una cosa. Voy a parar esto y hablamos ¿vale?

Y con la misma le saqué de golpe el consolador del culo que hizo choofff al salir, y paré la máquina pero sin sacársela del coño aún. Le quité la barra que mantenía sus hombros abajo, y le dí de beber pues sin duda estaba deshidratada al perder tantos fluidos desde el día anterior. Bebió con ansia tres vasos seguidos de agua. Luego repetí al operación con el gañán, pues quería que tuviera bien suelta la lengua.

— Bien pareja. Supongo que estaréis pensando que aquí acaba vuestra vida, y es cierto que puede ser así, pero… hay una oportunidad para vosotros. Vais a decirme los códigos de vuestras cuentas corrientes. De TODAS vuestras cuentas. Si mi empleador queda satisfecho, podréis salir de aquí sin más daño, si no... bueno, si no nada. Os quedáis debajo de la capa de cemento de este sótano y no pasa nada. ¿Hay trato?

Zorra asintió con la cabeza desmadejadamente.

— Empezamos. Primer banco y primera clave.

Las cuentas fueron cayendo una tras otra. Sabía que las tres cuentas mayores me las estaban ocultando, pero no me importaba, ya llegaríamos  a ellas. El noventa por ciento de cada cuenta fue transferido a una cuenta creada al efecto en las Caimán. Una cuenta que automáticamente empezaba un ciclo de transferencias a otras cuentas a fin de perder su rastro. En eso ya era un experto.

— Bueno, — dije al terminar, — esperaremos un poco.

Miré la pantalla en cuanto las transferencias de las Caimán terminaron.

— Vaya, mala suerte. No hay trato. Va a hacer falta bastante más dinero. Mi empleador dice que hay una cuenta en el UBS AG de Basilea. Las claves.

Eduardo sollozó antes de darme las claves. Hice rápidamente las transferencias vaciando completamente esta vez la cuenta.

— Al parecer no he sido lo suficientemente claro. Dije TODAS. Así que vamos a poneros un pequeño aliciente.

Del cajón de la mesa, saqué unas bragas con una polla de tamaño mediano. Me levanté y solté uno de los tobillos de la barra que zorra tenía sujetos y le introduje una de las perneras hasta la rodilla. Lo volví a sujetar y repetí el proceso con la otra pierna. En cuanto las bragas estuvieron bien sujetas en su sitio, volví a sujetar el otro tobillo a la barra. Acto seguido le solté las manos.

— Bien zorra. Aquí tienes un poco de aceite. Vas a darle por el culo a tu marido hasta que yo diga basta. ¿Está claro?

— ¿Ehh? Qq.. quueee? —  Dijo el marido de zorra.

— Es lo que hay. No pensarás que solo tu mujer iba a salir de aquí con el culo roto ¿verdad? Anímate hombre, a lo mejor te gusta y tenéis más variedad sexual en vuestro matrimonio, jejeje… Vamos zorra. Al tajo.

Belén fue caminando de lado a lado con las piernas abiertas hasta llegar detrás de su marido. Untó la polla en aceite y sin demasiados preámbulos se la metió casi de un solo golpe.

El grito que emitió su marido fue brutal. Y no cesó en cuento su mujer empezó con el metesaca. Estaba disfrutando ahora, la muy zorra. Se estaba mojando de nuevo.

Me acerqué por detrás y solté la parte del culo que tapaban las bragas. Me acomodé y se la metí de nuevo en su trasero. Gritó, si, pero nada que ver con lo de antes.

— AHHHhhhh… ahhh…

Ahora ella estaba disfrutando enculando a su marido, y eso tapaba el dolor de su propio culo.

— Parece que te gusta zorra. ¿Ves lo que te había dicho? Al final eres la más zorra de todas las zorras.

Estaba coordinando mis embistes con los que zorra le daba al culo de su marido, así, perfectamente sincronizados, no tardó en correrse la muy puta. No paré yo por ello, y al ritmo de los gritos tanto de uno como de la otra decidí acelerar.

— Hammertime zorra. Es tiempo de acelerar.

Y empecé a embestir su culo con toda la fuerza de la que era capaz. Iba a tardar en poder sentarse, desde luego.

— AHHHHH… AHHH.. AHHH… AYYYYY… AHHHHGGGGGG… MAAAASS… MAAAASSSS…

No decía ya nada de que parase ni de por favor. Ahora estaba totalmente entregada a la lujuria. Quería más y más.

—  Córrete zorra, córrete de nuevo.

Apenas necesité de influir en sus hormonas, y ya notaba cómo se iba a correr. Le dí un buen chute de nuevo por si acaso.

— AAAAHAH… AHORAAA... AHHHHA… SISISIIIIIIIIIIIII… DIOSSS… AHHHH, ME CORRROOOO… OOOOUUUAAAA… SSSIIII.. MAAAAS.. OOOOOHHHHHH…

Me corrí de nuevo también yo, regando sus intestinos. Zorra cayó de bruces sobre la espalda de su lloriqueante marido, y yo me dirigí de nuevo a mi ordenador dejándolos todavía a la una con la polla dentro del otro.

— Segunda y última oportunidad. Quedan dos bancos. No sé los nombres, y mi empleador tampoco, pero sí sabe el importe de las cuentas y me indica que con eso cubre vuestra deuda.

Los dos estaban totalmente rendidos, pero ninguno soltaba prenda esperando que fuera el otro el que lo dijese.

— Primer banco. Zorra. Cuenta. Y ya.

— Alliance & Leicester International en la Isla de Man. — dijo sollozando.

Me dijo las claves y procedí a vaciarla totalmente.

— Segundo banco. Tu turno gañán. Cuenta. Ya.

— Es... es el… Clydesdale Bank Limited, también de la Isla de Man… por favor, me duele… — gimoteó

— No seas niñata, gañán. Toma ejemplo de tu mujer. Por cierto, ¿le has dado alguna vez por el culo a la buenorra de zorra?

Se me quedó mirando totalmente entregado.

— ¿No? Vaya gañán, no sabes lo que te pierdes. Un culo flexible como pocos. Suave al entrar, y no parecía nada usado. Muy firme… te aconsejo que lo pruebes.

Repetí al operación. Estas tres últimas cuentas eran las que tenían más capital, y las dejé completamente limpias.

— ¿Sabés? Yo creo que tu mujer no te va a dejar que le des por el culo. Voy a hacerte un favor.

Invertí sus papeles, desaté las manos y puse al marido encima de zorra, que pasó a ocupar su lugar en las cadenas del suelo.

— Toda tuya. Está bien lubricada, así que va a entrar como la seda. Dale duro.

El gañán vio su oportunidad para vengarse de la enculada que su mujer acababa de darle, y también de los brutales tirones de la depilación, así que con mano temblorosa apuntó su polla no muy grande, pero que de repente había cobrado bastante vida, entre las nalgas de su mujer.

— Ni se te ocurra, maricón de mierda. Ni de te ocurr… AHHHHHH… cabrón, ahhh… eres un mierdaaa… ahhh

El gañán se fue viniendo arriba al sentir en su polla aquel culo tan deseado y empezó un vigoroso bombeo.

— Diosss… despacio cabrón, despacio… ohhhhh…

Al tiempo, el gañán empezó a golpear con la mano abierta las nalgas sudorosas de su mujer que dejaba al descubierto la braga.

— Ahhhh ayy… no... no... para cabrón, cabrón… ooohhh ayyyy…

— Vaya, eres creativo por lo que veo…

No tardó mucho el gañán en vaciarse con toda su energía en el culo de zorra, que suspiró con alivio al sentir que se acababa.

— Te voy a cortar los huevos, maricón de mierdaa…

— Hummmm… — dije, — creo que lo justo es un nuevo cambio de roles.

Volví a darles la vuelta. Ahora el marido debajo de nuevo y zorra encima, que con el resto de fuerzas que le quedaban, metió de nuevo el consolador ella sola con furia en el culo del gañán, que gritó de nuevo. Para compensar, le puse dos consoladores a zorra en el coño y en el culo a máxima potencia, y até sus manos a las de su marido y las barras entre sí para que no se pudieran soltar ni salirse del culo de su marido. Aunque por el interés y dedicación que zorra estaba poniendo en encular de nuevo a su marido, no se iba a salir tan fácilmente.

— OK. Bien, todo queda olvidado. Antes de nada os cuento un par de cosas. Aún tenéis el diez por ciento de vuestras cuentas, excepto de estas tres que queríais ocultar, esas por gilipollas están vacías. Esta tarde noche vendrán por vosotros. Os van a liberar mañana por la mañana en Roma, y tenéis billetes para Madrid. Vuestros trapicheos, junto con pruebas de todo ello, van a ir a la policía de España dentro de tres días. Así que tenéis dos días para liquidar todas vuestras cuentas y vuestros activos en Madrid.

Junto con la ropa que os darán al liberaros, habrá una tarjeta. Si queréis, podéis contactar con ese teléfono y os hará una oferta por todas vuestras posesiones en el país. No os hará preguntas, pero como comprenderéis, el precio no será negociable. A partir de esos dos días, la policía judicial os incautará todo lo que no hayáis vendido, y vosotros iréis a prisión. Todas esas estafas, corrupciones, homicidios… al menos calculo que tendréis para quince años como mínimo. Y bastantes más deudas pendientes que todos vuestros bienes ahora que estáis sin efectivo. Por otra parte, sois “vosotros” quienes habéis sacado el dinero de las cuentas, y lo habéis ocultado en paraísos fiscales, recordadlo, así que sumad a lo anterior, el alzamiento de bienes y blanqueo de dinero. Al menos otros diez años.

Pero si os vais del país antes de que lo comuniquemos a la policía… podéis vivir con ese diez por ciento aceptablemente si no gastáis demasiado. Si vais a chirona… supongo que sabréis lo que os harán. Lo de tu mujer hoy será el pan nuestro de cada día, y cuando salgáis… tendréis muchas deudas que pagar a gente poco recomendable. No os lo aconsejo. Suerte.

Al irme, me imaginé la cara de los hombres de Flavio al entrar en el sótano cinco horas después y ver la escena. Tal vez decidiesen esperar un poco antes de liberarlos y divertirse un poco. A fin de cuentas tenían toda la noche y Belén era una hembra muy deseable… por si acaso, le mandé a Flavio un mensaje recordándole que tenían que estar en Fiumicino a las siete de la mañana sin falta.