La venganza de mi hermano

Mi nombre es lili, y esta es la historia de como mi hermano usó a nuestro perro Bugo, para vengarse por haberle roto su consola.

Llevaba ya dos horas esperando fuera de mi academia de ingles cuando asumí que mi hermano Luis, se había olvidado de que tenía que venir a recogerme. Mi casa no estaba muy lejos y no me hubiera importado hacer el camino a pie de no ser por la intensa lluvia que estaba callendo. Cuando finalmente llegué a casa estaba empada. La ropa se me pegaba a mi delgada figura de una jovensita de 16 años y mi larga melena rubia goteaba considerablemente. Estaba algo enfada, pero en cuanto le vi en el salon, con los cascos puestos, el mando en la mano y bromeando con sus amigos mientras jugaban a uno de esos juegos de disparos, me puse furiosa. Fui hasta él y le arranqué de malos modos los auriculares de la cabeza y empecé a chillarle.

-No te has olvidado de nada.

-Lili, lo siento. No me di cuenta de la hora que era...

-Siempre lo mismo por esa estupida maquinita- fui hasta la consola y me escurrí el pelo dejando caer un chorro de agua encima. Saltaron un par de chispas y al instante saltaron los fusibles de la casa.

-Pero que haces, loca.

Luis me apartó de un empujos para revisar el estrpicio, y por un momento me sentí un poco mal por lo que había hecho, pero la culpa había sido suya. Si hubiera atendido a sus responsabilidades.

-Espero que te sirva de lección- añadí

Él no respondió y pensé que las cosas quedarían así hasta que dos semanas después, desperté algo mareada en mitad de la noche. Era Sabado y nuestros padres no estaban en casa pues había salido en un fin de semana romantico por su vigesimo aniversario. La habitación estaba oscura. Intenté girarme para alcanzar mi movil y mirar la hora, pero para mi sorpresa no podía moverme. En ese momento me di cuenta de que algo iba mal en mi postura. La luz se encendió de golpe y vi dos cosas que me aterraron: la primera a mi hermano, con una extraña y maquiavelica sonrisa en el rostro, completamente desnudo. A sus 19 años, su cuerpo se mostraba bien formado, sin llegar a ser musculoso y sujetaba su pene flacido entre las manos, sacudiendolo con suavidad y la segunda fue mi reflejo en un gren espejo que habían colocado al borde de mi cama. Estaba desnuda con las piernas abiertas y atada al cabecero de la cama por tobillos y muñecas. Un cojin bajo mi cintura mantenía totalmente expuesto tanto mi rosado coñito como mi prieto ano.

-Luis, que cojones está pasando.

-Mi venganza, hermanita. Me has hecho perder algo muy preciado, así que es justo que tu pases por lo mismo.

-Por favor, luis, no bromees con algo así.

Su sonrisa me produjo un escalofrio que casi consiguió que rompiera a llorar. Se acercó lentamente y acarició con suavidad mi entrepierna mientras yo le suplicaba que parase y le prometía que no iba a contar nada. Sin embargo, no se detuvo. Continuó, enfocandose concianzudamente en mi clitoris, hasta que inevitablemente empecé a mojarme. Entonces se apartó y vi su pedazo de tranca. Como minimo 18 centimetros y tan gruesa como un gordo pepino. Iba a ocurrir, mi hermano me iba a arrebatar la virginidad. No obstante, para mi sorpresa, abrió un pequeño bote de cristar y lo que parecía un pequeño caramelo que reconocí al instante. Se trataba de uno de esos snacs que le comprabamos al perro, Bugo, para darselos como premio. Colocó uno de los snacs entre dos dedos y lo introdujo dentro de mi coño. Sonrió y abrió la puerta de la habitación.

Bugo, nuestro gigantesco pitbull entró alegremente, meneando la cola, y olfateando el aire en busca de sus deliciosos snac.

Grité y pataleé pero no pude hacer nada más que cerrar los ojos y resignarme a mi destino. Bugo rapidamente captó el olor entre mis piernas y se abalanzó a intentar encontrar su caramelo. Buscando ociosamente con su aspera lengua. Deslizandola a cada lametón más y más profundo. De vez en cuando me daba algún debil mordisquito en los labios. Debía resultarle desesperante rozar el snac con la lengua y no conseguir sacarlo. A mi me tenía en el cielo y el primer orgasmo no tardó en llegar. Arqueé la espalda espasmódicamente y puse los ojos en blanco mientras lloraba.

Mi hermano se hacercó y sacó el snac para darselo al perro, que lo deboró al insntante. Pensé que al fin había acabado. Qué ilusa fui. Luis aprovechó para sacar otro de los caramelos de tarro e insertarmelo rápidamente en el culo. Mis ojos se abrieron como platos, primero por el dolor que me había provocado la brusca insersion y luego por las calmantes lenguetadas de Bugo. Su lengua empezó, lametón a lametón, a introducirce dentro de mi esfinter. Sacandome un par de gemido de placer. Casi aceptandolo, empezé a hacer fuerza con mi culo y en está ocasión, el caramelo se escapó antes de que llegara al orgasmo. Respiraba agitadamente y gruesas gotas de sudor cubrían mi suave piel.

Mi hermano acercó su pene y mi cara y soltó un par de calientes chorros de semen que casi consiguen que vomitara. Se acercó a mi oido y susurró:

-Estamos a punto de terminar.

Cogió al perro por las patas de lantera y lo posicionó sobre mi. Yo suplicaba que parara, que ya me había echo sufrir bastante, pero estaba convencida que lo que le empujaba ya no era la venganza, sino el morbo. Agarró el pene del perro y lo enfiló hacia mi ano. Bugo sintió el calor en la punta de su nabo e instintivamente empezó a empujar con las caderas, insertandome de golpe aquel hierro candente que me sacó un desgarrador grito. Me había roto el culo, estaba completamente segura. Notaba cada centimetro de mi esfinter estrechado al maximo, pero aun así su puta polla segía creciendo en mi interior. Me mordí el labio, tratando de resistir el dolor, pero fue inutil. Sus embestidas empujaban más y más su mienbro en mi interior hasta que noté una especie de tope. Mi hermano se hacercó y me separó bien las nalgas para facilitar la follada.

-Vamos hermanita, que estás demasiado estrecha. ¿cómo no puede entrarte la bola si aun no se le ha inchado?

Agarró la base del pene del perro y la empujó sin miramientos en mi interior. Sentí que me rompía, como si me acabarán de meter una pelota de beisbol por el culo a la fuerza. Pero aun no había alcanzado todo su tamaño. En cuanto pasó la entrada, aquella bola empezó a incharse haciendome gritar de dolor. A mi me parecía tener un coco incrustado en el culo y no paraba de llorar de dolor. Entonces Bugo paró y noté un candente chorro dentro de mis tripas. El puto perro se estaba corriendo en mi interior y me quemaba.

Estuvimos pegados casí media hora, en las que mis tripas se llenaron tanto que notaba el vientre abultado. Finalmente, Bugo comenzó a tirar. Me dolió, pero ya no me quedaban lágrimas que soltar y con un sonoro plop se desengancho de mi. Un rio blanco y rojo se desparramo por la cama, manchandolo todo. El perro se hechó a un lado, donde empezó a lamerse su grueso y venoso pene. Debía medir al menos 22 centimetros y su nudo era más grueso que mi puño. Miré a hermano quien sonreía y terminaba su cuarta o quinta paja. Se acercó a mi, me besó en la frente y me susurró.

-descansa un poco, lili, en quince minutos continuamos....