La venganza de Eva

La continuación del relato de: adiós a la inocencia. Una joven que fue violada en su adolescia consigue vengarse de sus atacantes, poniendo en práctica la crueldad que ha cultivado durante años. Relato de dominación femenina/no consentido.

La venganza de Eva

PRIMERA PARTE DEL RELATO: ADIÓS A LA INOCENCIA (NO CONSENTIDO)

SEGUNDA PARTE: LA VENGANZA DE EVA (NO CONSENTIDO)

Todavía me acuerdo de aquel suceso, quedó grabado a fuego en mi mente, y por las noches es cuando mi subconsciente me juega malas pasadas y afloran imágenes, sombras, palabras, diálogos entre dos hombres repartiéndose mi dignidad como si se tratara de un trofeo.

Mi vida cambió desde ese instante, tenía dos opciones: apagarme hasta morir, o brillar con más fuerza y urdir una venganza, una venganza que me haría libre.

No podría borrar lo que pasó en aquel lúgubre túnel bajo la vía, pero sí podría dormir más tranquila sabiendo que nadie sufriría a manos de ese par de escoria.

Como consecuencia de aquello, mi carácter se tornó duro, distante y desconfiado. Jamás volví a ser una niña, se podría decir que maduré de golpe.

Los hombres siempre fueron un constante en mi vida, pero no de la forma habitual, ahora me gustaba dominar y hacer que me respetaran.

Me había preparado a conciencia, había hecho realidad muchas de mis fantasías pero aún quedaba una, la más ambiciosa, aquella para la que me levantaba cada día, y frente al espejo, conseguía dibujar una maléfica sonrisa en mi rostro.

La madurez y el tiempo, hizo que mi cuerpo se curara de las señales físicas, pero pasaron años hasta que decidí ponerme frente a un espejo y volver a mirarme. Lo que ahora veía, no tenía nada que ver a lo que había visto años atrás, no era el cuerpo desproporcionado y joven de una adolescente, ahora era una mujer.

Mi figura se había acabado de dibujar, era alta, esbelta y con curvas redondas y armoniosas, simplemente perfecta, además, sabía sacar partido a mis atributos femeninos y por lo tanto, no había hombre que se me resistiera. Solo hacía falta que me marcara un objetivo y éste caía rendido a mis pies.

Pero ya había jugado suficiente, necesitaba algo más. Con los años me había vuelto insaciable, retorcida y por qué no decirlo, cruel.

Estiré la pierna clavando mi tacón de aguja en el hombro de mi siervo, él sabía lo que eso significaba, así que con cuidado orientó mi pie y empezó a desabrochar la hebilla que se anudaba al tobillo. Sin dejar de mirar las reacciones de mi rostro, retiró el zapato con tanto mimo que casi no aprecié que mi pie había quedado al descubierto. Con la tranquilidad que tanto habíamos ensayado, lo alzó y contempló con deseo desmedido antes de inclinarse y besarlo.

El suave roce de sus labios ligeramente húmeros me ofrecieron un cosquilleo fresco, me relajé en el sofá y proferí un suspiro de alivio mientras dejaba a Eric realizar su masaje.

Eric era el siervo más atento que había tenido jamás, algún día os explicaré cómo lo conocí, ya que como casi todo lo que me rodea, no fue de una forma peculiar.

Hasta que nuestros caminos se cruzaron, Eric era un importante empresario. Joven, alto, de porte intimidante y muy masculino. Siempre rodeado de mujeres, ya que además de todas esas cualidades, es tremesamente atractivo.

El cómo un hombre así, acabó siendo mi siervo, es algo que ya comentaré en otra ocasión, aunque como adelanto diré, que conmigo descubrió un mundo inexplorado, diferente, excitante y lleno de placer. No se parecía a nada de lo que había hecho y de forma inesperada, se sintió tan atraído hacia mi persona, que comprendió que sin mí no sería el mismo.

Después del incidente, es el único hombre en el que he confiado; sé que Eric jamás me va a defraudar. Si le pido que mate con sus propias manos, lo hará sin cuestionárselo, porque su voluntad entera, su persona, depende de mí. Pero esos no son  los planes que tengo para Eric, él conoce lo que me hicieron, conoce hasta qué punto me dañaron y me ayudará en mi propósito.

Las manos de mi siervo trazaron un camino ascendente, desde el pie hasta la rodilla. La leve presión de las yemas de sus dedos no solo me relajaba, además ofrecía pequeñas dosis de placer y casi podía llegar a excitarme solo dejándole tocar mi piel. Él sabía cómo hacerlo, como despertar mi interés, porque no solo estábamos compenetrados, creo que en realidad, cuando estábamos juntos, éramos uno solo.

Sus dedos siguieron el recorrido por mi muslo hasta que infiltró las manos por debajo del vuelo de mi falda. Sonreí para mí, la impaciencia era su punto flaco.

— ¿A caso te he dado permiso para tocarme?

—No. Lo siento, ama.

Suspiré y retiré la pierna de sus manos para poner más distancia entre ambos.

Eric se separó automáticamente y dejó de mirarme para fijar la vista en el suelo mientras permanecía arrodillado frente a mí.

Reprimí la risa y me levanté, colocándome frente a él y mirándole desde las alturas, él no se inmutó; tenía la lección aprendida.

Transcurridos unos minutos descendí y me cuadré frente a él, poniéndome de rodillas para tener su rostro frente al mío. Sabía que esa posición le desconcertaba, pero no osó alzar la vista y mirarme. Con cuidado me aproximé a él hasta sentir el calor que irradiaba su torso desnudo, y fui inclinándome sobre su cuerpo mientras él cedía hacia atrás, alejándose hasta acabar tumbado de espaldas, esta vez mirando fijamente al techo; sabía que mirarme directamente a los ojos provocaría mi enfado.

—¿Qué voy a hacer contigo? —pregunté provocándole con el susurro de mi voz sobre sus labios.

—Lo que guste, ama.

Volví a sonreír. Acaricié su mejilla con mis labios y fui moviéndome hasta encajar mi rostro en su cuello y darle un pequeño mordisco. Tuve el privilegio de ver cómo la piel de todo su cuerpo se tornaba de gallina, incluso su pulso se aceleraba, y entonces comprendí que en ese preciso momento estaba esforzándose por permanecer quieto y no abalanzarse sobre mí, preso de la necesidad incontrolable.

—Dame tu mano —ordené.

Eric me la entregó automáticamente. Tenía unas manos preciosas, suaves, masculinas y grandes. Me llamaban mucho la atención, pero ese era mi secreto. Acerqué su mano a mis labios y los acaricié con las yemas de sus dedos, luego seguí descendiendo por el cuello y no me detuve hasta encajar sus dedos entre mi pecho. El botón de la camisa ejercía su fuerza, impidiéndole traspasar la frontera. Seguidamente llevé la mano que me quedaba libre hacia los botones y fui desabrochando uno a uno con delicadeza, a medida que eliminaba las barreras, dejaba que su mano, acompañada de la mía, siguiera la línea que le marcaba mi cuerpo. Dibujé el contorno de mi ombligo con sus dedos y seguí bajando hasta detenerme encima del muslo. Con sutileza ascendí mi falda, descubriendo mi ropa de encaje negra y volví a guiar su mano hasta colocarla sobre mi sexo.

—¿Quieres tocarme? —susurré con voz melosa.

—Sí..., sí ama.

Sonreí.

—Adelante —le incité—, tócame.

En ese instante su respiración se aceleró, movió su mano para esquivar mi ropa interior y acariciar mi pubis. Lo rozó con mucho cuidado, abriéndose camino para percibir mi humedad. Mientras, yo le estudiaba con detenimiento, sin perder detalle de cada una de sus reacciones, conocía demasiado bien a mi sumiso para saber que en cualquier momento se excedería y tendría que castigarle.

El sonido del teléfono nos puso en guardia a ambos. Retiré su mano de mi sexo y me puse en pie para alcanzar el móvil.

—Dime.

—Ama, los hemos encontrado.

Mi corazón dio un brinco en el pecho ante esa noticia.

—¿A los dos? —quise asegurarme.

—Sí.

—Bien, ¿dónde están?

—En el almacén, como ordenó.

—Enseguida vamos, no les perdáis de vista. Por cierto, reúne a los demás.

—Como guste, ama, ¿quiere que los preparemos para cuando llegue?

—Sí, por favor, aseguraos que están a punto.

—Será un placer, ama.

—Hasta ahora, adiós.

Me giré hacia Eric, que me contempló con el interrogante clavado en sus ojos claros.

—Ha llegado el momento —conseguí articular.

Él asintió y se puso en pie, avanzó los metros que nos separaban y alzó mi rostro para estudiar mis ojos. Había abandonado su actitud de sumiso y eso era precisamente lo que me gustaba de él, que sabía cómo debía comportarse en cada momento.

—¿Está bien? —Preguntó con preocupación.

—Sí, es solo que... después de tantos años planeando este momento..., no me creo que por fin vaya a terminar.

—¿No es lo que quiere, ama?

—¡Por supuesto! No hay nada que desee más, es que... —me asaltó la duda por primera vez en años— ¿Y si no estoy preparada?

—Lo está, ama.

Miré a Eric a los ojos, él tenía una fe ciega en mí y eso bastó para que recuperara la fuerza.  Le sonreí para demostrarle que volvía a ser la que era, que se habían esfumado todas mis dudas e iba a cumplir mi cometido, aunque fuera lo único hiciera en la vida. Pero antes, quise tener un gesto de amabilidad hacia mi siervo, que tanto me había dado.

Acaricié su rostro y lo atraje súbitamente hacia mí para besarle. Le besé con ganas, con fuerza, con ardor... demostrándole mi deseo. Era la primera vez que le besaba así, que demostraba abiertamente que también era capaz de sentir pasión. Preso de la confianza, sus manos se aferraron a mi cintura y me arrimó a su cuerpo desnudo, apretándome con una necesidad apremiante. Ni siquiera mi agradecimiento hacia este hombre me hizo flaquear tanto como para dejarme llevar, mordí con fuerza su labio inferior y él despegó sus manos de mi cintura inmediatamente.

—Te estás pasando —le recordé—, debes contenerte, te lo he dicho muchas veces.

—Lo siento ama, no se volverá a producir.

—Eso espero. Ahora será mejor que te vistas, tenemos una tarea pendiente.

Llegamos al retirado almacén que tenía alquilado desde hacía años y entramos asegurándonos de no ser vistos.

—Bienvenida, ama. Tenemos a los dos hombres preparados, tal y como ordenó.

—No esperaba menos Saúl.

Saúl era otro de mis sumisos, me era leal pese a que hace años que decidí prescindir de sus atenciones. De vez en cuando todavía acudía a él o le llamaba para jugar junto a Eric, pese a no ser mi favorito, era noble y entregado.

Me dirigí hacia una de las habitaciones y entré sintiendo como mi corazón latía audible contra las costillas.

Ahí estaban esos dos hombres, maniatados y con los ojos vendados. Saúl ya se había encargado de desnudarlos y administrarles la viagra para que sus vergas estuvieran tiesas.

Mi estómago se contrajo al mirar con repulsión esa enorme bola de grasa sudorosa que reposaba sobre la silla. Podía percibir su nerviosismo dado que temblaba y se agitaba al escuchar cualquier sonido. El segundo, más flaco y joven respiraba con ansiedad y emitía pequeños quejidos a través de la mordaza. La imagen me resultó igualmente repugnante.

La rabia se apoderó de mí en ese instante, los recuerdos se intensificaron en mi cabeza, volví a revivirlos con mucha claridad. Eric me contemplaba emanando preocupación por cada uno de sus poros, pero no tenía ánimos de intentar tranquilizarle, pronto, las lágrimas se hicieron incontenibles y resbalaron por mi rostro sin poder evitarlas.

Me obligué a recomponerme rápidamente, necesitaba tener la mente fría para lo que iba a hacer y no podía dejar que los sentimientos afloraran de esa manera.

—Quítales las vendas de los ojos Saúl.

Saúl hizo cuanto le pedí, descubrió sus ojos y sus rostros se volvieron presos del pánico en todas las direcciones, intentando adivinar dónde se hallaban. En cuanto sus miradas se focalizaron en mí, avancé lentamente hacia ellos.

No me recordaban, sin embargo yo no había sido capaz de olvidarles.

Me acerqué lo suficiente para poder retirar las mordazas que les impedían el habla.

—Por favor... qué... ¿qué quieren...? —empezó el joven.

—Solo tenía ganas de veros, sentía nostalgia —me mofé.

—N-no lo entiendo...

Estiré la mordaza del gordo y me dirigí a él.

—¿Y tú? ¿Te acuerdas de mí?

El gordo negó frenéticamente con la cabeza.

Sonreí con amargura y empecé a desnudarme. Me retiré primero la camisa y se la entregué a Saúl, seguidamente  deslicé la falda por las piernas hasta deshacerme de ella. Ahora estaba en ropa interior frente a sus caras de desconcierto, evidentemente no tenían ni idea de nada.

—Tal vez reconozcas esto —le dije al gordo girándome delante de él, ofreciéndole un primer plano de mi trasero.

Puesto que no reaccionaba me acerqué un poco más y deslicé con cuidado las tiras de mi tanga para que pudiera apreciarlo bien. Cuando comprendí que seguía sin recordarme, volví a colocar el tanga en su sitio y me alejé.

—A este llevadle al potro —Dije a mis siervos que corrieron a obedecerme.

Lo colocaron sobre el potro y encadenaron sus manos y piernas a las anillas para impedir el movimiento, quedando su cuerpo boca abajo, su ano se contraía frente a nosotros. No era más que un diminuto agujero pequeño y estrecho, todavía por estrenar, que empezaba a intuir su drástico destino.

—Llamad a Cactus —ordené.

Saúl miró dubitativo a Eric, pero este reforzó mi orden ofreciéndole un contundente asentimiento de cabeza.

Cactus era un sumiso peculiar, tenía gustos y preferencias muy marcadas, le gustaba estar al servicio de hombres exigentes, además de todo eso, era un sádico en potencia. Trabajada diseñando sofisticados dildos e instrumentos sexuales de lo más extraños, utilizados únicamente en prácticas de BDSM y sadomasoquismo. Pese a que nuestras relaciones fueron muy esporádicas, sentía cierta atracción hacia mí, decía que era mi mirada inocente y mi aparente fragilidad sumado a la retorcida imaginación que poseía,  lo que le daba morbo. El sobrenombre de Cactus se lo pusimos cuando siguiendo mis órdenes, diseñó unas fundas para el pene envueltas en pinchos de acero. A la altura del glande, para facilitar la entrada, las puntas eran pequeñas, redondeadas, y a medida que el pene entraba en su orificio las puntas aumentaban de grosor y tamaño, desgarrando la carne a su paso.

En cuanto Cactus entró en la habitación, el gordo giró su cabeza asustado y empezó a sollozar. Cactus ya se había preparado, llevaba puesta la careta de látex y se había colocado la funda. Podía advertir que ver al gordo asustado e intentado retorcerse para librarse de sus ataduras, le excitaba.

Antes de dar la orden a Cactus, me acerqué al gordo y me coloqué delante de él, me puse en cuclillas para mirar sus ojos asustados, seguidamente alcé la mano y acaricié su rostro rasposo y sudado.

—Tranquilo —susurré en voz muy baja—, sé que no te acuerdas de mí, pero puedo asegurarte que jamás me vas a olvidar.

El gordo empezó a agitarse nervioso, sollozando empezó a pedir clemencia, incluso perdón por lo que hubiera podido hacer tiempo atrás. Banales disculpas salían atropelladas de sus labios en vistas de lo que estaba a punto de vivir, pero no había nada que me hiciera cambiar de idea, quería tener la misma clemencia que ellos tuvieron conmigo.

—No te preocupes, antes pienso lubricar la zona...

Me retiré escuchando sus lamentos y me cuadré tras su expuesto culo. Separé bien sus cachetes para hacer el agujero visible y escupí dentro, a continuación, me retiré para ver el espectáculo. De camino le di la señal a Cactus y este se aproximó al gordo sin dudarlo.

Sin más preámbulos empezó a introducir la punta de su verga en el agujero, los alaridos de dolor de la víctima hacían eco entre las paredes de cemento, pero nadie podría escucharle. Cactus siguió introduciendo lentamente su pene, desgarrando la carne a su paso. Pequeñas gotas de sangre cayeron al suelo, las súplicas aumentaron, pero nada hacía que me apiadara de él.

Cactus empezó a sentir placer al haber metido casi la mitad de su verga en ese culo peludo, así que empujó con ganas y de una firme estocada, le incrustó toda su herramienta dentro. El gordo lloraba, gritaba e intentaba moverse, pero mi implacable amigo continuó con el rítmico movimiento, ignorando la sangre. Una vez el agujero estuvo hecho, entrar y salir resultaba más fácil, y así lo hizo varias veces, bombeando sin descanso, hasta que se corrió en el interior de la funda.

Cuando retiró su verga, dejó al descubierto un ano sanguinolento, dilatado y roto. Posiblemente necesitaría puntos después de aquello.

—No quiero que se le infecte —dije a Saúl—, ponle agua con sal y limón.

Sus quejidos se intensificaron cuando mi amigo roció su ano con el brebaje casero, el dolor mezclado con el escozor que debió sentir hizo que momentáneamente perdiera la consciencia.

Al haber saciado mi venganza con el primero, miré al segundo con atención, y automáticamente empezó a llorar.

—Por favor..., por favor... —suplicaba.

—Yo también supliqué justo antes de que me arrebataras la virginidad, ¿crees que sirvió de algo?

—Por favor, sé quién eres, me acuerdo de ti y lamento muchísimo lo que te hicimos. Sé que no merecemos tu perdón, pero... te aseguro que he cambiado mucho desde entonces.

—Me alegro, pero no es suficiente. ¿Crees que yo volveré a recuperar la dignidad que me arrebatasteis?

—Soy un padre de familia, tengo hijos y jamás volví a ver a... —miró al gordo que yacía semiinconsciente en el potro—. Te lo juro, no soy el que era...

—Así que tienes hijos.

El preso cerró automáticamente la boca, él, que había intentado ablandarme con su historia, ahora tenía miedo de que mi venganza se extendiera a miembros de su familia.

—No te preocupes —le tranquilicé—, puedes estar tranquilo porque únicamente me interesas tú. Solo estaba pensando en que qué pasaría si a alguno de tus hijos le pasara lo mismo que me sucedió a mí tiempo atrás... Este mundo no es seguro, deberías saberlo. Si a ellos les pasara lo mismo que a mí... ¿entenderías que quisieran vengarse de sus atacantes? Y qué me dices de ti, ¿querrías encontrarlos y cobrarte su honor?

El hombre suspiró resignado y asintió.

Me quedé impresionada por su sinceridad.

—No he vuelto a dormir tranquilo desde ese día, si pudiera volver atrás...

—Ya no puedes. Has destrozado mi vida y ahora me dispongo a destrozar la tuya —miré a Eric y a Saúl—. Atadle a la cama.

Mis siervos hicieron cuanto les pedí, lo ataron siguiendo técnicas de BDSM para impedirle el movimiento, únicamente dejando expuestas sus partes. Las pastillas habían hecho efecto, le habían administrado tantas dosis que aquello no podría bajarse ni aunque quisiera. Su pulso también estaba acelerado, aunque no sabría decir si fue por efecto de la medicación o por los nervios que la situación le producía.

—Quiero que ellas disfruten de él, una a una —miré a Eric con intensidad y éste asintió.

—¿Qué vas a hacer conmigo? —preguntó con voz temblorosa.

—Vas a ser follado por doce mujeres, deshechos sociales, cocainómanas, ninfómanas, viejas, mujeres a las que hace años que nadie mira —hago una pausa— ¿Sabes por qué son doce?

Las lágrimas caían de sus ojos bañando sus mejillas, aunque no dijo nada, se limitó a negar lentamente con la cabeza. Su gesto casi me produjo lástima, pero desterré rápidamente ese sentimiento dejándome envolver por el rencor que aún sentía.

—Son doce porque fueron doce minutos los que me estuviste follando. Mientras profanabas mi cuerpo me centré en el segundero de mi reloj, contando los segundos, viendo como la aguja corría. Solo fueron doce minutos, aunque a mí me parecieron días.

Sin más dilación, las mujeres empezaron a entrar en la sala. Estaban desnudas. En sus brazos aún se podían ver las señales de las agujas, algunas sin dientes, sucias... se reían entre ellas al encontrar a un hombre sumiso y con el falo erecto sobre la cama, preparado para recibirlas. Ansiosas empezaron a acercarse a él, debatiendo quién sería la primera.

Para evitar que nuestra victima intentara confundirlas con palabras, Eric había vuelto a colocarle la mordaza.

La primera en saltar sobre él fue una mujer gruesa, de la calle. Se sentó sobre él y se dejó caer incrustando su miembro hasta el fondo de su útero, y entre jadeos, empezó a subir y bajar sin ningún tipo de delicadeza. Las otras se relamían, ansiosas por que llegara su turno, incluso se tocaban, aprovechando la excitación del momento.

Como espectadora la situación me pareció repugnante, probablemente le transmitirían alguna enfermedad, así que debería correr para hacerse un chequeo si no quería contraer algo serio.

Observé como una tras otra le violaba, algunas no necesitaban más que unos segundos, pues estaban tan excitadas, que el leve roce del glande sobre el clítoris ya les hacía alcanzar el clímax.

Grandes cantidades de flujo resbalaban por su falo erecto, mientras las mujeres se restregaban contra él, lo utilizaba para la penetración y simplemente se servían de su cuerpo a su antojo.

Mi venganza duró aproximadamente 35 minutos, cuando terminó, nuestro prisionero estaba exhausto.

Miré su verga, sucia de flujo y semen y bastante irritada por el trato que había recibido; aunque aún estaba semierecta, todo había acabado.

Por fin me había vengado, había deshonrado su hombría, dándoles de beber de su propia medicina. Ahora estaba segura de que no podrían olvidarme, pues tenían motivos de sobras para recordarme de por vida y por encima de todo, tenerme miedo.

Saúl se encargó de vendar sus ojos y dejarlos tirados en las inmediaciones del hospital, dado que ambos precisaban atención médica.

De camino hacia casa, Eric se volvió hacia mí una vez hubo estacionado.

—¿Está bien?

Tardé un tiempo en contestar a esa pregunta, ¿estaba bien? No lo sabía, hacía años que me había preparado para esto, lo había previsto todo: el lugar, los implicados, el material que necesitaría... Durante años había estado urdiendo en silencio un plan y mi vida había sido como un tablero de ajedrez, donde cada pieza había sido movida de forma estratégica para alcanzar un fin. Sin embargo ahora, acababa de matar al rey y sentía que ya no había nada.

Entonces me volví hacia Eric, mi fiel sumiso, y comprendí que había acabado la partida de mi vida, pero ahora empezaba una nueva, con objetivos diferentes. De alguna manera me había desprendido de los fantasmas del pasado y por fin, ahora podía empezar a vivir una nueva vida junto a mi sumiso. Por suerte mi mente no dejaba de pensar, era como un complejo engranaje que funcionaba a todas horas, sin descanso, y ya se me ocurrirían nuevos retos que realizar.

—Sí, Eric, estoy bien.

Sus ojos me miraron extrañados, era la primera vez que le llamaba por su nombre. Abrí la puerta del coche y caminé con seguridad hacia la entrada de mi edificio, Eric me seguía dos pasos por detrás.

—Ahora ve a prepararte —le ordené—, me temo que para ti va a ser una noche larga, quiero que aprendas a contenerte en presencia de tu ama...

Y con esa promesa, Eric se dirigió hacia el cuarto y empezó a prepararse.