La venganza de Daniela
Un mujer de treinta años encuentra a su marido acostado con otra en su propia cama, y paga su infidelidad poniéndola una cornamenta espectacular con un deportista puertorriqueño de polla equina y con otros similares en lista de espera.
Ha regresado del viaje un día antes de lo previsto y muy temprano, en el primer vuelo de la mañana, sin avisar a Jorge. Quiere darle una sorpresa. Entra en la casa procurando no hacer ruido y camina de puntillas hacia el dormitorio. Es sábado. Con suerte todavía su marido estará durmiendo, y ella se quitará la ropa y se meterá en la cama con él. Desea una bienvenida explosiva, erótica; arrebato carnal después de una semana de abstinencia.
La puerta del cuarto está entreabierta y ve que Jorge duerme a pierna suelta. Daniela se frota las manos porque su plan marcha viento en popa. Entra ansiosa y caliente, pero una vez dentro siente un escalofrío tremendo. A la derecha de su marido hay un bulto sospechoso, con tetas grandes y melena rubia lacia. Otra mujer, otra vez, ocupa su sitio en la cama. La segunda en tres años. La segunda que ella sepa.
Daniela piensa en matar y en morir, pero se siente sin fuerzas, incapaz de romper nada en la cabeza de nadie, incapaz de hacerse el haraquiri. Retrocede en silencio, destrozada y amarga. No quiere discutir, ni gritar, ni dar un escándalo. Se va de la casa hacia ninguna parte. No tiene a dónde ir. No sabe a dónde irá. Pero debe irse. Debe irse otra vez. Será la última vez que se vaya…
Dos horas después Daniela se halla lejos de su hogar, sentada en una plazoleta cualquiera. Está rota. Ha caminado mucho y ha llorado mucho. Oye un claxon persistente: «Pi, pi, pi, pi…». Ni caso. Cree que esa pitada no es para ella. Pero no cesa: Piiiii, piiii, pi, pi, pi…». Mira desganada hacia el coche. El chofer es muy alto. Se parece a Nico Arroyo, su vecino de asiento en el boeing. Un moscón que le dio la vara durante todo el vuelo. Ella le dice adiós con la mano y él responde con otro gesto parecido. El coche arranca. Allí no puede parar ni un segundo más so pena de provocar un atasco.
Daniela enciende un cigarrillo. Cada calada viene con un recuerdo, con un repaso a su vida. Tiene treinta años; casada desde hace tres, sin hijos, un aborto y ya cornuda, la esposa cornuda del barrio. Fue candidata a Miss España, pero se quedó en Dama de Honor y sin empleo. Su maridito arquitecto la obligó a dejarlo. «¡Qué imbécil fui!», reconoce ahora con desazón, ahora que está sin rumbo, desorientada, sola. La opción que baraja es volver a Canarias, a su casa de siempre, con su madre viuda, a la que dejó recuperándose de una operación quirúrgica para regresar con Jorge y encontrarle encoñado con la tetona. «¡Qué hijo de puta!»…«¡Qué hijo de perra!».
Apura su pitillo y, sin darse cuenta, lanza la última bocanada de humo contra el gigantón que de improviso se le ha plantado delante. Es Nico Arroyo. Veintiséis años, dos metros cinco centímetros, musculoso, guapetón, mulato clarito, probable cruce entre mulata y blanco o entre blanca y mulato. Dijo ser un baloncestista de Puerto Rico fichado por el Real Iberia. Seguro que viene para darle la vara otra vez. Daniela le sonríe. Esta vez sí, esta vez no espanta al moscón. Quiere y necesita compañía. Nico hará que se sienta viva, atractiva, deseada…
— ¡Qué chévere, mami! ¡Qué chévere que todavía estés acá! Temí que te hubieras dado el piro porque tardé la jodienda en encontrar parking. A ver que te vea bien…
Nico levanta con su dedo índice la barbilla de Daniela.
—Has llorado, mami. Esos preciosos ojos verdes han llorado y me jode que tu llore. ¿Tu me comprende, mami? Quiero ayudarte. Cuéntale a Nico to el problema…
Esas palabras la estremecen y de nuevo se le escapan lágrimas. Él se sienta a su lado, le pasa un brazo por encima y la acurruca contra su pecho. Daniela se deja llevar, agradece su ternura, pero también sabe que Nico es un lobo hambriento de sexo, un lobo que quiere follarla.
— ¿Qué voy hacel contigo? No me llore, Daniela, manda pal carajo a to. ¡Al diablo con to! Llorar no arregla naíta. Dime que te ocurrió, anda…
— Es un problema serio… muy serio… ¡terrible!— acierta a decir Daniela entre sollozo y sollozo.
—Lo único terrible en esta vida es estirar la pata y tú estás vivita y coleando —sermonea Nico, y añade: — ¡Ay bendita! Pa’ que tu lo sepas tendrías que dar las gracias a Dios porque no estás enferma, porque estás buenona y sabrosona. Lo demás es coña pendeja, ¿tu ve?
—He pescado a mi marido con otra mujer y en mi propia cama… ¿Te parece eso una «coña pendeja»? —pregunta ella malhumorada y triste, pero con voz melosa.
— ¿Y eso qué carajo es? ¿El fin del mundo? —comenta Nico gesticulando— Un cuerno es un cuerno, mami, y naíta más. Míralo por el lado chachi: si te la pegó te debe una y tu tendrá que cobrártela. ¿Copiaste?
—Mi marido no sabe que yo lo sé, no sabe ni que estoy en Madrid. Cree que regresaré mañana. Los pillé en mi cama y ni me atreví a despertarlos. Soy una cobarde… Quiero volverme a Canarias…
— No, mami. Hiciste bien en no armar lío. —dice Nico dándole un beso suave en la comisura de los labios — Así hoy te sacas el cuerno y mañana te llegas como si ná y decides si le perdonas o no, si te divorcias o no. Y no me diga que tu te vas a Canarias pa que él encima se quede la casa, el coche y to. No debes abandoná el hogar hasta que el reparto esté bien amarrado legalmente…
Su amigo no es un varón sesudo, pero Daniela sabe que la ha aconsejado bien, que le ha dicho verdades como puños incluso en lo de sacarse el cuerno. «El guarro de mi maridito se merece que le pague con la misma moneda», comenta para sí misma enfurruñada.
— ¿Sabes, Nico? Ni siquiera tengo a dónde ir…
— ¡¿Qué tu dice?! ¡Ay, bendita! Mi choza es tuya, cielito, y tiene hasta piscina y jardín. Pasamos el día allá, nos damos unos remojones y mañana estarás de pinga.
Daniela pone rumbo a la venganza. Ya lo ha decidido. Va en el coche de Nico camino de su «choza». El puertorriqueño le ha venido de perilla, como un ángel caído del cielo, pero «¿y si en lugar de un ángel fuera un diablo?», se pregunta horrorizada. Piensa que su decisión ha sido impulsiva, atrevida, que apenas conoce a su acompañante y que éste pudiera ser «hasta un asesino en serie, como los de las películas»…
Al llegar a la casa observa con regocijo que no le ha mentido. El chalet tiene jardín y piscina, pero lo comparte con otros dos compañeros de equipo. El salón es bonito y confortable, y en él Nico ya no se anda con chiquitas. La abraza y la besa apasionadamente. Daniela acaba abriendo su boca y deja que las lenguas se acaricien. Empieza a sentirse embriagada, deseosa. Nico también arde. Más besos y más apretones en las nalgas. La levanta como si fuera una muñeca y la lleva en brazos hacia su dormitorio. Daniela tiembla de placer y de miedo. Es un hombre demasiado fuerte, demasiado grande. Un hombre que podría matarla de un solo golpe si quisiera… Nico capta su miedo y trata de disiparlo:
—No temas, mami. Te trataré como a una reina, porque tú eres mi reina, una reina preciosa a la que voy a hacer disfrutar como nunca ha disfrutado.
Daniela agradece esas palabras agarrándose con fuerza al cuello de su amante. Ahora es ella quien busca su boca. «La venganza cura», murmura entre dientes como justificando sus deseos de darse al placer.
Al llegar al cuarto Nico le da un respiro. Permite que Daniela se relaje mirando una de las paredes. Está empapelada con recortes de revistas y periódicos. Tampoco en esto mintió, salvo por defecto. Le había dicho que era un jugador de baloncesto, pero no que fuera un crack, una figura, «el refuerzo de lujo del Real Iberia» lee en un titular. Todos los comentaristas alaban su juego y su profesionalidad. Daniela sonríe ya muy distendida. Nico no es ningún asesino. Es un dios del basket y ahora será su dios, su dios en la cama, y ella su esclava…
—Mami, ¿nos desnudamos? —pregunta él en tono tierno y casi infantil.
—Sí, vale —responde ella sorprendida, pues suponía que sería él quien le quitaría la ropa. «Tiene un estilo diferente; quiere ver cómo me despojo del chándal y cómo salto a la cancha», se le ocurre pensar pícaramente.
Desnudarse fue como un rito erótico. Cada uno a dos metros de distancia del otro y ambos al lado de un perchero de pie. Se sacan una prenda, la cuelgan, y se recrean en la carne destapada. Él no le quita ojo al maravilloso cuerpo de Daniela, de medidas perfectas, de curvas perfectas. Ella disfruta sabiéndose hermosa y deseada. Sus tetas son ahora más turgentes que cuando aspiraba a ser Miss España, y más altivas, más desafiantes. Las nalgas se le han vuelto más recias, más de mujer, pero aún conservan deliciosos hoyitos de niña. Daniela se extasía también contemplando el cuerpo de Nico: los músculos justos, marcados, pero sin nervaduras, como a ella le gustan; torso ancho, brazos fuertes, manos grandes, dedos largos. Él se quita el calzoncillo y ella se sobresalta. No está erecta del todo y ya ha salido disparada, ya es grande y gorda. Una polla casi equina, acorde desde luego con su estatura. «Me va a matar, me va a destrozar», se advierte en los asustados ojos de Daniela… Nico, listillo, está al quite. Es un amante experimentado. Adivina lo que pasa por la cabecita de su chica.
—No te preocupes, mi amol. Yo sabré hacértelo bien pa que no te duela. Ya verás qué rico me queda…
Ese vaticinio no tranquiliza a Daniela, pero la anima a quitarse la braga y a deleitar aún más la vista de Nico. El suyo es un coño prominente, respingón, de labios extra carnosos, con un soberbio repecho de pelo negro rizado y a la vez sedoso. El chocho ideal. Un coño de ensueño. La polla de Nico se empina del todo. «Ahora es como un misil, como un cohete espacial en viaje a Venus», murmura Daniela de manera casi premonitoria. Nico le aprieta las nalgas con una mano y con la otra masajea el Monte de Venus. La besa rico, suave, jugueteando con los labios y empapándolos de saliva. Ella devuelve sus besos uno a uno. Los lengüetazos la han humedecido por arriba y por abajo. Está excitada, embotada, absorta, jadeante. Su cuerpo se mueve a impulsos, por estímulos. Nico se la lleva otra vez en brazos. Daniela se aferra a su cuello como si fuera una tabla de salvación. Va flotando y flipando. La polla gorda de Nico se ha colado en la raja de sus nalgas, y ella la siente quemona, guerrera, fiera…
—Ay missi que mucho tu me gustas… Te voy hacel de to… Voy a darte gasolina pa que te corras… Ponte así, así, abiertita de piernas. Quiero comértelo to. —le dice al oído mientras la recoloca en el centro de la cama.
Nico sabe exprimir el cuerpo de su amante. Besa, chupa y acaricia todo lo que pilla, de arriba abajo, de pies a cabeza, sin prisas ni pausas. Daniela ya navega sobre una nube, baila sobre ella, se cimbrea, resopla, suspira… El dios de la canasta es un diablillo con sus pezones y con su clítoris, un diablillo que masajea, lengüetea, da tirones, pellizca, presiona y succiona ruidosamente. Daniela ruge como un volcán a punto de erupcionar…
—Ya no me aguanto, Nico… Fóllame… Fóllame mucho… Méteme tu pollón bien adentro…
—Enseguida, mi amol, enseguida tu verá como te lo hago bueno… voy a darte pinga hasta el fondo de tu concha…
Nico agarra su verga con una mano y la ensarta en el coño palpitante de Daniela. Primero se la hinca poco a poco, despacio, y acto seguido asesta un empujón salvaje y se la clava entera. Ella grita de placer y del susto. Nico le ha llegado hasta sus entrañas, al confín de su chocho, a donde nadie llegó nunca. La polla que tiene en su vagina es el doble de grande que la de su marido y el doble de gruesa, y más dura, más agresiva, más inquieta. Jamás se había sentido tan llena ni tan poseída. Tiene los ojos en blanco. La manera de follar de Nico, fiera e impetuosa, la está llevando al paroxismo…
— ¡Tú quieres matarme!... ¡Me estás matando, bestia!… ¡Mátame más!... ¡Dame mucho en el chocho!.. ¡Sigue matándome, Nico!… ¡Así, así, así!… ¡Dame!... ¡Me muero!... ¡Me corro!...
Daniela se ve sumida en un gozo desconocido para ella, pero su amante sabe que conviene dosificarlo. De seguir en la misma posición él se correría demasiado pronto. Nico saca la polla de su dulce confinamiento, se tumba boca arriba y hace que ella se empale en su verga. Daniela cabalga así como una posesa, engulle con su empapado chocho la descomunal polla y la fricciona alocadamente, sin parar. Nico aplica furiosas embestidas, ella frenéticos vaivenes. Es el éxtasis. Van de espasmo en espasmo, de rapto en rapto…
— ¡Ah!... ¡Oh!... ¡Ah!... ¡Oh!... —los dos amantes se corren al son de sonoros jadeos. Ella siente que la copiosa descarga de Nico ha inundado lo más recóndito de su ser, y él nota que su polla ha chapoteado como nunca en calientes flujos vaginales. Ambos han semiperdido el conocimiento. Ambos han visitado algún paraíso.
Llega el reposo de los guerreros amantes. Daniela y Nico permanecen largo rato en silencio, medio somnolientos, todavía sin una noción clara de la realidad. Ella es la primera en reaccionar, la primera en preguntar…
— Cuéntame, Nico: ¿qué te ha parecido?
— Maravilloso, mami. Eres una chilla divina. ¿Y a ti qué tal te fue?
— ¡Jamás he sentido nada igual!
—Qué bueno que tu marido sea un pendejo, ¿verdad?
—Digamos que no hay mal que por bien no venga…
— ¡Ah, sí, claro! Y será bueno durante mucho tiempo si sabes controlar la situación…
—Creo que sabré hacerlo. Hoy me has abierto los ojos.
Esa última frase inspira a Nico. Debe abrirle algo más que los ojos… Daniela está tumbada en la cama boca abajo, sin advertir que expone en demasía su culo; un culo hermoso, bien moldeado, de carnes recias, claras y frescas… «Una oportunidad así hay que aprovecharla a tope», maquina Nico ya empalmado y con su polla lista para el asalto. Daniela advierte el peligro demasiado tarde. Nico se ha encaramado sobre ella y apenas la deja moverse. Besa su cuello, su nuca, los lóbulos, los hombros, la espalda.
— ¿Sabes, mi amol? Me gustaría follarte tu culito… —le comenta en voz baja y seductora.
—No, Nico, por favor… Antes fue estupendo, pero por el culo no será igual. Una pinga como la tuya me destrozará, y más teniendo en cuenta que por ahí nunca me han penetrado.
— ¿Qué me dices, mami? ¿Nunca? ¡Eso es imposible! ¡Me estás mintiendo!
— Te lo juro.
— ¡Joder! ¡Tu marido es más zoquete de lo que yo creía! ¿Cómo se puede dejar virgen un culo tan sabrosón? Mami, tu me perdona, pero eso vamos a tener que repararlo. Tu venganza debe ser completa…
A Daniela le horroriza que la sodomice, pero la palabra «venganza» suena a música, aporta un aliciente muy especial. Entregaría a su amante el conducto de placer que siempre prohibió a su marido. Venganza redonda…
— Dime, Nico: ¿tienes alguna crema lubricante que pueda facilitar la cosa?
— Pol supuesto, mi cielo. Te quedará embadurnadito.
Le dio esa respuesta espontáneamente, para tranquilizarla. Nico no dispone de crema alguna y no por ello va a dejar de follarla. Tiene claro que el de Daniela es un culo de primera categoría, de Miss España, de Miss Europa y hasta de Miss Universo. Y él se cepillará un culo así le guste a ella o no, lo quiera o no, le duela o no… Terminada la mini charla, Nico retoma los besos y las lamidas, pero ahora se concentra en el culo de su hembra y sobretodo en la raja de sus nalgas y en el ojete, al que ensaliva a consciencia. Cuando entiende que ya luce bien lubricado se coloca de manera que el glande de su polla queda justo delante del orificio. Daniela sufre en ese instante un azote de pánico:
— ¡Dios mío!... ¡No!.... ¡Nico, no!... ¡No, por favor!... ¡Has olvidado untarme la crema!... — dice aterrada y meneando el culo en un esfuerzo por esquivar el ataque.
—No te alarmes, cariño —responde Nico mientras estruja y acaricia sus nalgas temblorosas. — Ya lo he lubricado suficientemente. Te dolerá un poquito al principio, pero enseguida se te pasará y te vendrá el gusto.
— ¡No, no, por Dios, no!... ¡Busca la crema!... ¡Bus…!
Nico ni siquiera deja que acabe la frase. La agarra fuerte de los hombros y, con un violento empujón de sus caderas, logra clavarle la mitad de su enervada pinga. Ella lanza un grito ensordecedor, pero él, decidido a no frenarse lo más mínimo, vuelve a embestirla fieramente y la mete toda, hasta que sus testículos chocan contra las oprimidas carnes de su desalada hembra.
— ¡Sácala, cabrón, sácala!... ¡Me duele!... ¡Me haces daño!... ¡Sácala, hijo de puta!...
Daniela le implora que no siga follándola, pero Nico a duras penas accede a permanecer quieto treinta o cuarenta segundos, con su cuarto metro de polla solazándose al calor de aquel apabullante culo, en espera a que ella recobre el resuello. Transcurrido ese corto espacio de tiempo, ya con las paredes del recto más adaptadas al tamaño de la polla invasora, Daniela se bambolea tímidamente, como si pretendiera desalojarla o como si quisiera que reanudara su interrumpida actividad.
— A ver, mami, aclárame: ¿Sigues queriendo que te la saque? —pregunta Nico tratando de despejar su duda.
No recibe una respuesta verbal, pero el nuevo vaivén de Daniela es de lo más elocuente. Nico se da entonces a la tarea de joderla, primero entrando y saliendo lentamente, procurando no lastimarla, y luego de manera mucho más impetuosa, con largas y fieras penetraciones. Al poco los dos amantes alcanzan el éxtasis y vuelven a correrse espectacularmente. Daniela se viene sobre la mano que masajea su chocho y su clítoris, y Nico descarga abundantemente en el interior del maravilloso culo al que acababa de arrebatar su doncellez. Minutos después, cuando ambos disfrutan de un baño en la piscina, llegan los dos compañeros que comparten el chalet con Nico. También son jóvenes espigados, de más de dos metros de altura, y de cuerpos atléticos. Traen pizzas, tortillas, bocatas, refrescos, bebidas isotónicas y, según dicen, «frutas y postres afrodisíacos». Queda por delante la sobremesa, la tarde y la noche. A Daniela ya no le asustan las pollas de caballo y su cuerpo sigue pidiendo venganza.
— Esta vez mi maridito me las pagará todas juntas y con creces— , piensa mientras contempla golosa y cachonda las entrepiernas de los recién llegados…
Tal vez cuente algún día otros episodios de «La venganza de Daniela», pero por ahora la historia se cierra aquí, quedando abierta a la imaginación del lector.