La venganza de Celeste

Es hora de cobrarse la venganza contra aquellos que mataron a su marido.

Respiraba jadeante, sudoroso y asustado. Lo único que recordaba era haber estado en un bar tratando de ligar con algunas de las maravillosas chicas que se encontraban en aquel pequeño lugar aprovechando su atractivo cuerpo y rostro. Tenía el pelo muy corto y aseado, salvo en aquella ocasión que lo tenía algo revuelto. Desnudo y atado en x al techo y suelo, comenzaba a recordar que una de las chicas que tenía un cuerpazo y era una maravilla de mujer, le había invitado a su casa.

Ahora estaba tratando de quitarse las ataduras pero era imposible pues eran de hierro. Estaba algo frío y aquello se noto en su virilidad que estaba algo encogida. Escuchó unos pasos cercanos y no tardó en ver a Celeste llegar y pararse con los brazos cruzados. Llevaba un traje de animadora tan provocativo que su amigo despertó de su letargo. Tenía un pene normal, no más grande que la media, unos pequeños huevos y una mata recortada.

—Veo que ya estás despierto—dijo sonriente—¿qué tal?.

—Maldita...zorra...será mejor que me sueltes.

La habitación donde estaba no tenía ventanas y solo una luz del techo alumbraba todo. Por el grosor de las paredes sabía que estaba insonorizada, por lo que realmente no podría ser escuchado y eso, eso le provocó mucho miedo. Ella abrió un enorme maletín cuyo contenido no alcanzó a ver.

—Torturaste a mi marido—comentó ella enfadada—ahora vas a pagar muy caro maldito cabronazo, te haré pagar tanto que desearas no haber nacido. Pudo contemplar el miedo en los ojos del chico.

Saco una esponja y la humedeció con una botella de agua que caía al suelo. Luego se acercó a este y empapó bien sus pelotas. Las caricias de la joven hizo empalmar aún más la virilidad del chico que al rozar con la ropa de ella y viendo este desde su posición el escote, tenía ganas de soltar algún que otro chorro.

—¿Sabes una cosa?, me encantan los huevos fritos—le susurró al oído y se separó con una sonrisa mientras regresaba al maletín.

—¡Espera...espera...!¿qué vas a hacer?—sentía mucho miedo.

Celeste se acercó con una pistola tranquilizadora como las que utilizaba la policía, de esas que daban una pequeña descarga y te dejaba frito. Ella fue apretando el botón repetidas veces, haciendo que el sonido de las chispas infundiera un gran temor en el hombre que tenía delante que veía como lentamente se acercaba a sus huevos, incluso le pareció sentir un pequeño calambre.

—No por favor...no...no...¡NOOOOO!—ella apretó el botón y lo mantuvo durante unos pocos segundos, eternos para él donde sacudió todo su cuerpo.

Luego lo retiró mientras este sentía como tenía ganas de vomitar. Si hubiera sido por ella habría seguido muchas más veces, pero con una bastaba pues quería que sufriera lenta y dolorosamente. No deseaba terminar tan pronto.

Al estar amarrado en un pequeño sistema de cadenas, Celeste lo bajó e hizo que se tumbase en el sobre el suelo. Le ató el miembro con una cuerda alrededor del vientre de forma que quedaba mirando hacia arriba. A continuación le ató los huevos por la base.

—Bien perro, vamos a ver si te gusta esto—dijo quitándose las bragas y tirándolas a un lado.

Se colocó sobre él y haciendo grandes gemidos, removió en círculos sus labios vaginales sobre sus pelotas que al sentir el suave coño de ella comenzó a gemir. Ella continuó una y otra y otra vez, incluso se puso a cabalgar sus huevos. Él deseaba meterla pero al tenerla dura y estar atada su polla comenzó a doler. Tampoco podía zafarse y deseaba correrse. Pero Celeste no se lo iba a permitir, es por ello que le ató las bolas.

—¿Qué ocurre?

—Quiero...eyacular...

—No va a poder ser, lo siento—dijo en un tono juguetón.

Celeste se apartó un poco para ver como sus huevos estaban tan hinchados que si los pinchabas con una aguja, iban a explotar. Tenían un tono morado. Su polla en cambio estaba enrojecida, deseosa de expulsar toda la leche posible. La mujer estiró un poco el escroto, no demasiado, sino lo suficiente y comenzó a aplicar golpes contundentes haciendo llorar a este. El hombre rogó durante largo tiempo mientras cada uno de los puñetazos aplastaban sus pelotas.

Finalmente, y tras el peor rato de su vida, Celeste dejó de hacerlo para palpar sus testículos que seguían enteros. Aún así, esbozó una sonrisa y liberó a este. Tenía planeado hacer otra cosa si el plan A fallaba, pero no, no había fallado. Recogió todo y se marchó del lugar.

El hombre tardó unas dos semanas en recuperarse del todo. Estuvo en cama, con hielo y demás hasta que sus huevos recuperaron el tamaño habitual.

—Esa zorra va a pagar—se dijo a sí mismo.

Por fin pudo andar con total normalidad, un amigo íntimo le ayudó con los cuidados y por fin se sentía con muchas fuerzas de buscar venganza. Pero había un problema, y es que el plan A de Celeste había dado resultado. Estando en el baño o viendo porno, su pene no se levantaba. Intentó de todas maneras hacerlo por medio de su mano, pero no había forma.

Su amigo le comunicó la mala noticia, era impotente. Celeste hizo lo necesario para dejarlo en aquel estado. Ahora comprendía el porque le dejó marchar tan pronto, aunque para él fuese eterna, le había dejado sin sexo el resto de su vida ya que ni siquiera la viagra sería capaz de alzar su virilidad, esa que tanto alardeó durante años. Unos días después, su amigo lo halló ahorcado en su dormitorio, había dejado una nota en el cual decía que no podía seguir así y que quiso ponerle fin.

Celeste por su lado, logró con la ayuda de unas amigas, dar con los otros cuatro miembros y asesinos de su marido, el cual también involucraba al líder. Estaban fumando y bebiendo en una zona cerrada, un almacén cuando ellas les tiraron granadas de gas que adormecieron a estos. Después de desnudarlos y atarlos, dejaron el resto a Celeste.

No tardaron en gritar auxilio e insultar a Celeste que simplemente les dedicó una burla por el tamaño de sus penes que ahora estaban encogidos por el frío del lugar. Estaban igual, en x todos, salvo el líder que estaba sentado. Todos tenían la típica pinta de yonkis y mamarrachos. Al lado de Celeste, habían tres perros entrenados por ella.

—Si me decís quien lo mató...el resto sufrirá mucho menos que el asesino—dijo ella.

—¡El jefe, el jefe lo hizo!—dijeron los tres al mismo tiempo.

—¡Panda de cobardes y traidores!—era un poco más alto que ella, pelo largo recogido en coleta y cuerpo entrenado y cubierto de tatuajes.

—Muy bien chicos, pero no os podéis ir sin un castigo.

—¡Eh espera, nos has dicho que nos dejarías ir!.

Celeste se acercó con los perros hasta ellos y los hizo sentarse. Luego ató los huevos de cada uno de ellos con una cuerda, y luego la cuerda a cada perro. Eran grandes, feroces y con una gran fuerza.

—Muy bien chicos, ¿quién tiene ganas de jugar a la pelota?—ella sacó una pelota y los perros comenzaron a mover el rabo—muy bien...¡a por ella!.

Al lanzar la pelota algo lejos, los perros comenzaron a estirar de la cuerda que era un poco corta y los huevos de ellos tres fueron estirados haciendo gritar de dolor y agonía a los chicos que sentían como les ardía el escroto y se separaría de su cuerpo. Los gritos inundaron el almacén cuyo lugar apartado nadie escucharía sus quejas.

—¡Bastaaaaaa!—gritaron todos antes de escuchar un chas. Celeste los hizo parar y ellos dejaron la atención de la pelota para tumbarse en el suelo.

Los tres hombres se desmayaron amarrados. El líder tembló de miedo y horror al ver lo que la mujer había hecho con sus compañeros. Ella había dejado un agujero por debajo de su asiento y no dudo en utilizarlo para clavarle ante sus súplicas, un tremendo dildo cubierto de pinchos de hierro que había puesto ella misma. Los gritos mientras entraba en su ano y salía sangre era una sinfonía para ella, que recordaba con cada pequeño empujón lo que había sido para ella perder a su marido.

—¡Zorraaaaaaaa!—gritaba enrabiado—¡te juro que te haré pagaaaaaar!.

Celeste dio el último apretón y este dio un fuerte alarido mientras todo su cuerpo se convulsionaba por el dolor de su culo. Ella entonces rompió a llorar, le dolía demasiado el recordar a su marido sonreír mientras hacia aquello. Empezó a gritar furiosa, tenía delante al hijo de perra que le había arrebatado toda su felicidad.

Sin esperar más, sin querer alargar la tortura, le tiró agua a la cara hasta que se despertó. Este, dolorido por el dildo en su culo, la insultó. Era lo que necesitaba. Fue hasta el maletín y extrajo un largo y afilado cuchillo de carnicero. Omitiendo toda clase de ruegos por parte del hombre al ver sus intenciones, agarró la flácida polla de este y comenzó a cortar lentamente. Le daba igual que brotase sangre y le gritase cerca de sus oídos, su venganza estaba hecha.

Avisó desde el teléfono de este y no tardaron en acudir al lugar logrando salvar a todos, incluyendo al líder que pudo recuperarse de la perdida de sangre. Celeste ya se había marchado con los perros. Gracias a sus contactos, la noticia de su venganza no se hizo eco.

Llegó a casa esa noche después de devolver a los perros. Se tumbó en la cama y antes de dormirse, vio la foto en la que estaba junto a su marido. Sentía un alivio por la venganza, pero eso no le devolvió a su esposo. Ahora solo quedaba un deber por hacer, proteger a su amada hija, jurando que nadie le haría daño pues era el fruto del amor de ella y su marido a quien tanto añoraría de por vida.