La Venganza de Anka

Una rumana salvaje viene a vengarse de su padre español. Sus planes se hacen realidad gracias a una bromita de destino

La Venganza de Anka

Una rumana salvaje viene a vengarse de su padre español. Sus planes se hacen realidad gracias a una bromita de destino

-

Había una leyenda terrible en su aldea de la montaña. Era algo de la Edad Media, una vez esas aldeas quedaron aisladas por la nieve meses y meses, y se morían de hambre, todos los hombres se habían ido a la guerra, y las fieras del bosque llegaban hambrientas hasta las casas. Y el diablo se apareció y pidió que saliera una mujer si querían que él les trajese la comida, y salió una mujer, la más valiente, y el diablo tenía al lado una pantera hambrienta enfurecida, y esa mujer hizo un pacto con el diablo para no morir, y no sé qué pasó y la mujer tuvo una hija con cara de gata. Y cuando volvieron los cruzados de la Guerra Santa, el soldado que estaba casado con esa mujer entró a la casa y cuando la fue a besar ella lo despedazó vivo, como una pantera lo hubiese hecho. Y la leyenda es que la raza de las mujeres pantera no se acabó y están escondidas en algún lugar del mundo, y parecen mujeres normales, pero si un hombre las besa se pueden transformar en una bestia salvaje. Manuel Puig, El Beso de la Mujer Araña,  - Rafa cerró el libro y me traspasó con una mirada de gnomo podrido (no sería capaz de traspasarme de otra manera).

-

¿Mujer araña o mujer pantera? – le espeté burlona.

-

Eres demasiado brusca para encajar con la imagen de mujer araña. Lo tuyo es mujer pantera. Has nacido en una aldea aislada, tienes un aspecto raro y turbador, te comportas como una reina del bosque de los instintos… - un ataque de tos cortó el discurso “psicoanalítico” gracias a las bocanadas de humo que no dejaba de disparar en dirección de su silueta encogida.

Desde hace mucho tiempo estaba acostumbrada a fumar como un camionero. Prefería poner una cortina entre mí y el interlocutor que tenía la desgracia de dialogar conmigo. Así me sentía más cómoda para scanearle con mis ojos que no pertenecían a una pantera, sino a una tortuga cansada como si llevara a cuestas unos 80 años en vez de 25.  “Me ahogo en la oscuridad viscosa de esas pupilas, círculos concéntricos que devoran tu propia cara” – solía croar Rafa, una de las víctimas voluntarias de “mujer-embudo”, “mujer-túnel”, “mujer-pozo”. Ya me harté de sus peroratas.

-

¿Y qué se espera de una mujer pantera? – acerqué mi mano al bulto marcado y lo acaricié por encima de la tela.

-

Anka… mi dulce pesadilla… no pares

Bajé la cremallera del pantalón y seguí frotando el paquete poco impresionante hasta llevar a Rafa al abismo de pura locura. En el momento menos pensado aprisioné sus testículos y clavé mis largas uñas púrpuras en la carne indefensa.

-

Aquí tienes la respuesta. La mujer pantera ha de cumplir la función castradora. Eso se espera de ella y te lo regalo. Déjame en paz de una vez por todas o te la arranco de cuajo.

El pobre gemía sin poder contestarme. Así me gustaba –  cuerpo crispado, garganta anudada, ojos fuera de las órbitas… Al reponerse del shock se lanzó hacia la salida del bar (con su aparato lastimado al aire libre), desapareció de mi vista para siempre.

-

¡Bravo! He escuchado vuestra conversación y creo que su Majestad Omnisciente acaba  de recibir la justa dosis de masoquismo que él mismo anhelaba. Un zarpazo de pantera.

Me volteé para mandarle al carajo al desconocido insolente y de súbito me sumergí en un aljibe encantado que Rafa llamaría “oscuridad viscosa, círculos concéntricos”, etc. Parecía un mosaico de antiguas iglesias ortodoxas, se vislumbraba algo bizantino en sus rasgos. Una mezcla irresistible de olores – tabaco, café, canela

-

No hace falta que metas la pata. Ahórrate los aplausos.

-

Anka… mi dulce pesadilla… no pares… - imitó las entonaciones de Rafa con tanta maestría que me estremecí de pies a cabeza.

-

Eres un ocioso degenerado.

-

¿Por qué te empeñas en fundirte con el ideal de femenistas? Una actitud forzada, apuesto toda mi fortuna. ¿Quién te ha hecho sufrir? ¿De dónde vienes? Cuéntame, niña, - me acarició los pómulos y la barbilla haciendo cosquillas con su mirada rebosante de magnetismo animal.


¿Quién me ha hecho sufrir? Mi padre español aunque no le había visto nunca. ¿En qué consiste su culpa? En el error de haberme engendrado. Mi madre trabajaba en el hotel donde se hospedó este señor (se ignora qué diablos andaba buscando en Rumania). Una noche calurosa el viajero entró en la habitación y coincidió con una chiquilla inocente de 16 años. Estaba cambiando las sábanas y se inclinó mostrando sus nalgas apetecibles. No se resistió a la tentación. La violó sin miramientos. Mamá decía que le tapaba la cabeza y la tenía prácticamente asfixiada durante el acto abominable. Al final la víctima se redujo a un mapa de desgarros, moretones y lágrimas. Y el agresor se marchó sin sospechar que la dejaba embarazada, marcada de estigma “mercancía de segunda mano”. Su capricho la convirtió en un monstruo, una puta barata del pueblo, concubina de mendigos. No estoy enfadada con ella por mi infancia torcida y arrugada como un papelito en la basura. Entiendo por qué descargaba su furia en mí, por qué me azotaba y humillaba de mil maneras posibles. Menos mal que disponía de la dirección de mi padre, apuntada en el libro de registros. Sabía su nombre, apellido, el número de DNI. Más que suficiente para localizarle. No en vano tuve que segregar toneladas de sudor hasta amasar un buen capital y acceder a la Universidad. Me concentré en dominar el español a perfección con tal de ganar una beca. Lo conseguí ya que me mostré bastante dotada y consecuente en los estudios. Por fin estaba a un paso de mi enemigo. El viajero lascivo deberá pagar por aquella cabalgata de lujo.

Efectivamente, nací en un lugar aislado, allí donde Cristo dio las tres voces, fuera de tiempo y de espacio, entre la espesura de bosques y la plata de cascadas. Mi pueblo está situado cerca de la frontera con Ucrania, pegado a Rájov, uno de supuestos centros geográficos de Europa (cada país vecino se ha apropiado del derecho de poseerlo en su territorio). Entre las curiosidades de la zona hay que destacar los lagos salobres de Solotvino; el desfiladero La Lengua de Suegra; la roca de Amor y de Muerte cuya leyenda está puesta en la base de la romántica novela “Las sombras de ancestores olvidados” de Kotsubinskiy (en homenaje de los enamorados suicidas se yergue una cruz que roza el cielo). La demarcación de fronteras entre Ucrania y Rumania es toda una anécdota. Los rumanos astutos emborracharon a los militares soviéticos que les “regalaron” 45 kilómetros en un arrebato de generosidad alcohólica. Una aldea ucraniana quedó dividida en dos partes. Los familiares que vivían en extremos diferentes se consideraban ciudadanos de distintos países. Había que obtener un permiso especial, ir a Bucarest y en vez de 15 minutos viajar 15 días para entrar en una casa, ubicada a 200 metros de distancia.

Quiero aclarar que mi procedencia rumana no me infunde complejos. Por lo contrario, constituye un motivo de orgullo. Pocas personas han crecido en una región misteriosa de los Cárpatos, corazón de Transilvania, patria de Vlad Tepes, el Empalador, prototipo del conde Drácula. Además, mis tierras guardan recuerdos de Elizabeth Batoriy, “Elizabeth la Sangrienta”, una aristócrata increíblemente bella, loca por encontrar el elixir de la eterna juventud gracias a los baños de sangre, extraída de las vírgenes. Así que no me considero inferior ni nada por el estilo a diferencia de chicas tipo Milana, oriunda de Belgrad, muy dulce y simpática. Un símbolo de tristeza desgarradora debido a su manía de declarar a sí misma “aborto de dictadura”. Según ella, lleva en el alma un infierno de represión que encierra su libre albedrío. ¡Pobrecita! Para mí la censura política carece de relevancia. Uno puede ser esclavo dominando el Universo y libre en una prisión. Somos los únicos creadores de nuestras rejas y cadenas. La felicidad está dentro de nosotros, las circunstancias exteriores no la condicionan del todo.


¿Y cómo se sentiría Milana, mártir del régimen, si fuera desvirgada por un grupo de pastores rudos? ¿Qué escala alcanzaría su “infierno de represión”?  Un día me escapé a los montes después de una pelea con mi madre. Se acercaba la hora de la puesta del sol. Un paseo por los hayedos calmó la sensación de asco, pero despertó la sensación de hambre. Decidí adentrarme en la morada de pastores y causar estragos en su almacén de víveres. Se consideraban verdaderos maestros en el arte de preparar platos locales: kulesh

(gachas de maíz)

,

brinsa

(queso peculiar)

,

vurda

(especie de requesón), tocino de jabalí, vodka casera. Se me hacía la boca agua al imaginar tantas delicias gastronómicas. Lo que no esperaba es que me obligarían a probar otras cosas

Los pastores merecen un párrafo aparte. La descripción de su trabajo arduo se halla en la siguiente tarea para un manual de aritmética: Condiciones :  la duración de la temporada estival – 100 días. El ganado de ovejas incluye 200 cabezas. Los pastores son cinco. El proceso de ordeño tiene lugar dos veces al día. Pregunta : ¿Cuántas ovejas pasan por las manos de un pastor en un día y en una temporada? Respuesta : 80 оvejas en un día y 8000 en una temporada. Y ahora otra pregunta: ¿en qué se convierten las manos de estas máquinas?” Digo por experiencia personal: en tentáculos ásperos que dejan astillas en la piel femenina. No hay necesidad de compadecer. Los “hombres del neanderthal” irradian alegría y autosuficiencia. No les importa nada: ni labores monótonas, ni la proximidad de las fieras del bosque, ni el voto de silencio, ni la reclusión ermitaña. Lo que sí les importa es la abstinencia sexual. Recurren a la única solución: un idilio poco platónico con ovejitas. De ahí el chiste: un pastor va a la iglesia para casarse y se despide de su oveja: “¿Acaso me casaría si supieras cocinar, cariño?” Los líos con mujeres surgen esporádicamente debido a las excursiones duraderas de turistas. Al agotar todas sus reservas comestibles el grupo sube a los pastos para pedir un cordero. Los “sultanes serranos” ponen una condición: la mujer, elegida por el líder, ha de concederle una noche de pasión y satisfacerle plenamente. La gente famélica se lo ruega a la “afortunada”. Algunas aceptan el trato.

Estaba hurgando en los sacos con avidez de una ardilla traviesa y ni siquiera me percaté que me apretaban por las tenazas de un abrazo.  Una voz ronca gritó: “¡Menuda kralya he pillado!” Kralya significa “guapa” en su dialecto, pero en aquel instante el piropo no me halagó. El pastor me arrastró fuera del establo y me presentó orgulloso a sus cuatro compinches – casi igualitos a pesar de que el menor rondaba 18 años y el mayor – 60. Sucios, barbudos, desdentados, la misma sonrisa, la misma expresión. Gruñeron algo aprobativo y se quitaron las zamarras con un gesto simultáneo. Acto seguido me vi tumbada de espaldas, esparrancada, mis brazos en cruz, mi vestido hecho jirones. Una avalancha de aliento fétido invadía mis fosas nasales, una lengua asquerosa exploraba mi garganta tan a fondo que tocaba las amígdalas, unos bigotes agudos pinchaban mis mejillas. Los demás me palparon y sobaron por todos lados (claro, un nuevo ejemplar de su rebaño). Mi cuerpo vampíricamente flaco, una oda a la desnutrición, suscitaría 100 % de lástima y 0 % de morbo en un hombre normal. Menos en ellos, bastante alejados de la normalidad. Cualquier cavidad cálida les servía para descargar los insintos acumulados en la soledad de los montes. Por ello montaron un banquete prescindiendo de la calidad del manjar. No veían la diferencia entre las ubres de sus “novias” y mis tetas diminutas, dignas de un renacuajo de una comedia infantil (ahora tengo los pechos grandes y erguidos, hermosos cohetes a punto de despegar). Me las estrujaban con movimientos propios de ordeñadores, más por inercia que por lujuria. Sin embargo, me dolía mucho, temía que me las arrancaran con esas manazas de gorilas. Lo curioso es que no hacía intentos de huir. Una resignación fatalista se apoderó de mí. Así debía ser. Repetía el sino de mi madre. Ambas fuimos víctimas de una maldición familiar que nos vedaba el goce y la ternura en nuestra vida íntima.

Lógicamente la violación masiva se iba desarrollando de mal en peor. Muy pronto noté la presión de varios dedos luchando por penetrar la entrepierna cerrada de una adolescente virgen. La tarea avanzaba con dificultad. Entonces untaron la entrada con brinsa y vurda, los mismos productos lácteos y líquidos que anhelaba robar. Los lubricantes improvisados surtieron efecto. El pastor más ágil aprovechó la dilatación para hincarse en mi interior. Parecía que su miembro descomunal llegaba hasta el estómago y revolvía las entrañas. Entendí el grado de sufrimiento de mi madre: solía quejarse de que el atacante español le machacaba el cuello de matriz. En mi caso me sentí reventada como una bolsa plástica sin valor alguno. Y el culpable se movía con saña de un maniquí esquizofrénico, participante de un campeonato de sacudidas brutales. Apreté las mandíbulas sin dejar escapar ni un solo grito mientras los gusanos insistentes de sus dedos trazaban jeroglíficos caóticos sobre la alfombra de mi piel. Mi sangre quedó absorta por la tierra, engullida por las raíces. Para el colmo, hacía un frío de perros. Cada célula mía se transformó en un carámbano, los dientes bailaban un vals vienés. Un viaje en trineo por una estepa nevada. ¡La noche más gélida de mi vida!

Los demás bebían vodka calentándose, regándome con chorros de semen y alcohol, esperando pacientemente su turno. De vez en cuando me obsequiaban con trocitos de tocino que el hambre me obligaba a tragar entre lágrimas y arcadas. Por fortuna no me ordenaron practicar mamadas ni tampoco me atormentaban con caricias. Supongo que no sabían nada acerca de estímulos sexuales. Lo suyo era una cópula ancestral, parte de un mecanismo de vida y muerte. Su placer carecía de matices y emociones. Ni siquiera había deseo, vicio, desenfreno. Me follaban como si estuvieran inflando un balón. Mi cuerpo, un perfecto material para estudiar el esqueleto humano, se estremecía al compás de sus convulsiones. Me comparé con un sendero lleno de baches y grietas, pisado por decenas de carros de combate. No recuerdo cuándo me desmayé. Quizá ocurrió durante sus primeras tentativas de estrenarme por detrás. Estaba tan agotada de recibir empujones que me sumí en un sopor que borró el dolor humillante. Por ello no puedo contar qué maniobras debieron realizar para vencer la resistencia del esfínter, introducirse dentro e inundar mi recto. El escozor me perseguía muchos días después.

Al final se fueron a dormir, satisfechos y saciados de mi carne. Me desperté aterida, tirada sobre la hierba, a solas con las estrellas que contemplaban la escena indiferentes. No tenía ganas de estallarme de furia. La lección resultó dura, pero eficaz. Aprendí la ley de selva: presa o depredador. Dicho de otro modo: o navegas, o te hundes. De ahí en adelante prefería el papel agresivo y no me fiaba de nadie. El tango “Yira, yira” servía de mi eslogan favorito: aunque te quiebre la vida, aunque te muerda un dolor, no esperes nunca una ayuda, ni una mano, ni un favor. Una iniciación así representa una versión brusca de antiguas tradiciones de desfloración con la ayuda de un desconocido en un templo.

Conseguí incorporarme a las primeras horas de madrugada. Las ovejas balaban algo compasivo, sabían por experiencia a qué tipo de tortura me sometieron sus dueños.  Tuve que bajar en cuclillas por unas cuantas laderas abruptas hasta encontrarme en un pueblo desconocido. Los habitantes no se asombraron al descubrir a una chica desnuda, salpicada de esperma. Las costumbres de “sultanes” no encerraban ningún secreto. Violaban a cualquier desgraciada que se cruzaba en su camino. Nadie se atrevió a castigarles, puesto que se cuidaban del ganado y proveían de queso a toda la comarca. Una vieja curandera se encargó de mí. Gracias a Dios no me quedé embarazada ni contagiada por alguna infección peligrosa.


¿Acaso podía contarlo a este hombre guapísimo y elegante que pretendía seducirme a toda costa?  Sus motivos me intrigaron. No me consideraba atractiva ni mucho menos. Soy de esas mujeres secas, con sabor a desierto. Rasgos asimétricos; perfil de halcón; barbilla puntiaguda; boca repulsiva formada por unos labios finos y grandes que ocultan dientes afiladitos (¿herencia de Vlad Tépesh?). Mi cuello está “adornado” por una cicatriz violácea, regalo de un campesino loco que acabó por matar a mi madre durante una de sus peleas. Aparte de mis ojos y pechos, vale la pena jactarme de dos trenzas negras y gruesas, serpientes enroscadas a la espera de un ataque. Ya véis, una imagen contraria a la jalea romántica. ¿Y qué? No me avergüenzo de dichos defectos. La gente de mi región no presume de belleza. La mezcla de 300 micro-naciones perjudica el aspecto. No encontraréis en ninguna parte tanta variedad de fealdades y patologías. Algunos se asemejan a lagartos prehistóricos con tal precisión que cuesta creerlo.

-

¿Por qué te has fijado en mí? Vete por tu camino. Y yo iré por el mío. Soy fea, ¿no te das cuenta?

-

Ganarías la manzana de la discordia dejando atrás a las bellezas típicas. Hay algo en ti

-

Ah, sí. Una naturalidad salvaje que vuelve al origen de los tiempos. Los hombres caen en mis redes sin resistencia, víctimas de una flecha envenenada. Ellos mismos vienen a buscarme con el afán de sacerdotes que se inmolan a las llamas sagradas. ¿Eso quieres decir? ¿Repetir los tópicos de Rafa?

-

Me llamo Marco, acuérdate bien. Y te amo por otras razones. Es como un presentimiento, una llamada, una seguridad arraigada de que te pertenezco.

-

¡Qué chorrada! No jodas. Soy agresiva y sé manejar el cuchillo. Si surge la necesidad mataré sin vacilar. Hace dos días yo y mi amiga húngara fuimos acosadas por un exhibicionista. Ella recurrió a artes marciales, pero yo opté por una vía más fácil – estampé mi firma sobre su muñeca y el asaltante puso pies en polvorosa, - llegó el momento de sacar mi arma y lamer el filo. Marco no se inmutó. Me miraba fascinado.

-

Por fin has contado algún episodio. ¿Dónde aprendiste a defenderte?

En los barrios marginales de Bucarest. Trabajando de camarera en un bar barato para garantizar un futuro estudiantil. No perdía ocasión de recibir mis extra gracias a revolcones insignificantes con personajes aún más insignificantes. Me mostraba como una putita caprichosa. Si alguien me desagradaba le mandaba a freír espárragos.

-

No importa.

Apuré un vaso de tequila y pedí otro. Un desastre. Tengo una sed permanente, una garganta abrasada.

-

De acuerdo. Entonces te propongo eso: dame una sola noche y te convenceré de que eres la mujer más deseable del planeta. ¿Aceptas?

¿Y por qué no? No tuve la experiencia de acostarme con un hombre que me excitaba. ¿El orgasmo? Una tierra incógnita para mí. Mis amantes decían que estaba llena de agujas por dentro (y a pesar de ello no paraban de perseguirme, un enjambre de moscas en busca de una gotita de miel inexistente). Además, mañana iría a la cárcel. El cuchillo debía cortar el hilo vital de mi padre cuya casa se divisaba perfectamente desde el bar. Sí, la noche con Marco parecía el primer y último bono de suerte.

-

Acepto. Y advierto: nada de compromisos ni promesas. Por la mañana nos despedimos y ya está.

No contestó a mi bravata. Se limitó a tomarme de la mano y llevar a un hotel en la esquina. Una vez solos en la habitación, nos desnudó a los dos con suma delicadeza. Tuve que reprimir un grito de admiración ante un cuerpo tan deliciosamente esculpido. A mi gran sorpresa Marco se ruborizó: “Lo siento, eres mucho más hermosa que yo, lo recompensaré con mi cariño”. ¡Qué delirio! Un macho deslumbrante de 30 años hablaba al estilo de un galán de películas sentimentales. ¿Estábamos rodando la versión española de Titanic? Ni siquiera echó un vistazo a la ropa interior, bordada por mí misma, cubierta de dibujos y símbolos comprensibles para la gente versada en el folklore rumano. Por cierto, puedo gastar días enteros tejiendo, murmurando canciones de cuna. Lástima que Rafa no lo supiera. Me tacharía de “hilandera de destinos, una parca incansable”.

-

Date prisa, el tiempo apremia, - le insté a actuar rápido, temerosa de lluvias torrenciales de emoción que me rehuían desde el día de nacimiento.

Demasiado tarde. Su abrazo protector inundó de sol el baldío invernal donde dormía la mujer pantera. Ya no era más que una brizna de hierba perdida en el horizonte de su ternura. El hacha de sentimientos hizo añicos de una lápida de hielo que llevaba muy dentro del pecho. Y me dejé llevar. No había sentido detener el combustible que circulaba por mis venas. Gané la batalla. Marco se rindió por completo. Pero se trataba de una victoria pírrica – la dominación presuponía una entrega total de mi parte.

Me faltan recursos lingüísticos para describir nuestra primera noche. Cada roce, cada caricia, cada beso borraban los recuerdos sobre aquellos hombres incontables que habían profanado mi piel y habían estrujado mi alma. No existía ninguna diferencia entre mi euforia y la de una virgen que regalaba la inocencia al dueño de sus ilusiones. Por primera vez me enteré del encanto femenino. A lo largo de todos esos años mi sexo equivalía a una cosa áspera, rizada, aspiradora, una ventosa fría que ayudaba a ganar pasta y acercarme al gran objetivo. Y los miembros de mis amantes se asociaban con pedazos disformes, impregnados de costra mugrienta, que habían matado a una niña en los Cárpatos. El pene de Marco, agradable y lleno de vigor, despertaba la primavera en mis entrañas. Sentados frente a frente en una posición exquisita “flor de loto”, nos uníamos en un acto mágico que destapaba los secretos y aniquilaba los prejuicios. Las descargas eléctricas en nuestro interior se complementaban con las descargas de nuestros ojos formando una mirada. La postura le permitía amasar mis pechos generosos, apretar las nalgas poco prominentes, pellizcar el clítoris, recorrer las líneas de piernas, espalda y caderas. Imitando sus movimientos comprobé que la simetría acentuaba el placer, aumentaba la cantidad de estallidos, creaba el efecto de compenetración absoluta que siempre creía un cuento chino.

Dolía desprenderme de él, dolía abandonar el refugio de comprensión asombrosa, dolía imaginar la separación eterna que nos aguardaba después del asesinato de mi maldito progenitor. Me gustaría morir con su verga dentro, anclada, tan definitivamente mía, desde la base hasta la punta. No me cansaba de devorarla con frenesí como si el Juicio Final nos amenazara. No me cansaba de acogerla en la vorágine de abajo, todo un océano turbulento que pedía a gritos más y más guerra. Parecía que todos los jugos que permanecían cerrados en un recipiente de frigidez impuesta rompieron el cristal y nos anegaron de bendición. El clímax final, tan destructivo como creativo, nos dejó purificados de fuego sumiendo en la fertilidad de un sueño compartido.


Por fin estaba dispuesta a cumplir mi misión. No podía sucumbir al amor por más que lo deseara. Debía irrumpir en una casa como un angel negro que haría justicia con su espada implacable. Se requerían tres acciones sencillas para tranquilizar mi conciencia: cortar la polla del violador, sacar sus ojos y arrancar el corazón. Los  que se atienen al código de “omertà”, me entenderán.

-

¿Nos volveremos a encontrar? Dime que sí.

La expresión de profunda melancolía que embellecía el rostro de Marco autorizó una mentira.

-

Sí, un poco más tarde.

-

Ven a verme cuando quieras. Te esperaré.

Guardé bien la tarjeta de visita, un recuerdo precioso que adornaría mi larga estancia en la cárcel. Le di un beso fugaz en los labios y salí corriendo. Este hombre invitaba a un milagro cuya fuerza rivalizaba con la fuerza de mi proyecto vengativo.

Justo al mediodía llamé a la puerta. ¡Vaya coincidencia! ¡Me abrió Marco! El mismo Marco a quien había dicho adiós hace unas horas. Me abrazó llorando.

-

Querida mía, eres una hechicera. Acudes a mí porque te necesito. Sabes, mi padre ha muerto esta noche. ¡Me alegro! Los buitres como él no tienen derecho de amargar la vida de los demás. Le odio desde no sé cuándo. Y él me fastidiaba con intentos de conquistar al único hijo con su afecto asqueroso. Me echan en cara lo duro de su agonía. Dicen que no dejaba de llamarme mientras tú y yo disfrutábamos en la cama. Lo que pasa es que no me arrepiento. ¿Quieres ser mi pareja durante el entierro? Te presentaré como mi novia. Anka y Marco. ¡Suena grandioso!

-

No te dejaré solo, - dije con firmeza.

Así entré en esta casa que muy pronto me albergaría bajo su techo. Escupí mentalmente al retrato de un señor apuesto que ocupaba la mitad de la pared. Entre numerosas fotos aparecía un paisaje rumano mostrando mi pueblo y un pequeño hotel.

La venganza se plasmó de una manera mucho más sutil e interesante. Arrebaté a su hijo adorado y le doblegué a mi voluntad sin esforzarme. Entretanto, nuestro padre esperaba en vano el sonido de sus pasos. No sólo moría de cáncer, sino de pena bien merecida por todos los delitos. Ya no hacía falta ajustar las cuentas. La ley de equilibrio puso los puntos sobre las íes: mi hermano ofreció una indemnización que liquidaba la culpa y limpiaba la herida. El funeral selló nuestro noviazgo. Al cabo de un mes nos casamos y a su debido tiempo di a luz a dos mellizos. Hoy cumplen cinco años. Marco les mima más que yo. Qué le vamos a hacer, prefiero mandar, pero eso no significa que no les quiero. Los tres representan el tesoro de Anka – su dueña, la diosa del hogar. Mi marido no tiene posibilidades de averiguar lo de sangre común. Sin embargo, si eso ocurre no creo que le importe. Es incapaz de respirar sin mí.

Hay un rito nocturno que no olvido nunca. Antes de dirigirme al dormitorio suelo bajar las escaleras, detenerme frente al retrato y preguntar: “¿Cómo te sientes? ¿Estás contento? ¡Yo sí! ¡Buenas noches, papá!” Y mi risa sonora hace temblar los muebles.

Este relato forma parte de un ciclo de historias sobre las aventuras de estudiantes extranjeras en España junto con “Eclipse de un amor”, “Misterio rockero” y otros relatos que espero escribir si las circunstancias lo favorecen. Huelga decir que no me identifico con ninguna de las chicas. Es más, los vericuetos de sus destinos pueden conducirme a una categoría que no es mía (me refiero al amor filial).

P.D. Los detalles relacionados con Rumania son totalmente verídicos.