La venganza

¿Vale la pena el vengarse? Hacerlo, ¿en verdad te hace sentir mejor?.

Leonardo lo humilló. Lo obligó a suplicarle, de la misma manera que Lucía debió haberle rogado a él, hasta el punto en que la voz no sale de tanto llanto. Le ordenó que le besara los pies, una y otra vez. Cada que lo hacía, pateaba su cara. La rabia de Leo, como lo llamaban sus amigos, se estrelló contra su maltrecho rostro en incontables ocasiones. La sangre brotaba de su boca y resbalaba por su cuello. En el piso, había algunos dientes. Sus ojos apenas se abrían, los tenía hinchados por tanto golpe. En ese pequeño espacio entre los párpados, había terror. Ese miedo a morir, satisfacía al victimario. El ver a su víctima reducida a nada, llorando y con los pantalones mojados, lo hacía sentir bien.

De repente, Leo recordó algo que lo hizo dudar. No podía arrepentirse, pensó. La piedad estaba prohibida. Antes de que su conciencia lo convenciera de lo contrario, sacó la pistola de su chaqueta. Apuntó directo a la frente del aterrado sujeto. Nunca imaginó que sentiría pena por ese hombre, pero así fue. Con sus manos juntas y en dirección al cielo, su antes amigo, rezaba por su vida. No paraba de llorar, Leonardo comenzó a hacerlo también. Su mano temblaba. Estuvo a punto de bajar el arma, pero le bastó con pensar en su novia para no hacerlo. Cerró los ojos. Apretó el gatillo. Miró de nuevo. Las paredes estaban manchadas de sangre, al igual que su cara, su ropa y algunos muebles. El cuerpo del antes torturado, estaba tirado en el piso. Había dejado de existir.

En vida llevó el nombre de Carlos. Leo lo conoció en una reunión, de esas que se planean para comparar tu presente con el de tus ex compañeros de preparatoria. Leonardo no estudió en la misma institución que él, pero Lucía si. Ella lo convenció de acompañarla, a base de chantajes y regalos. No quería enfrentar sola las críticas de sus antiguos amigos. Su vida no podía definirse como exitosa. Después de divorciarse, regresó a vivir con sus padres. Trabajaba en el negocio familiar, una pequeña fábrica de chocolates en vías de desarrollo. Ella era la que atendía a los proveedores. Le pidió que fuera su acompañante, porque decía, el tenerlo como novio era lo único que podría presumir. Cuando llegó el día de la convivencia, ella estaba muy nerviosa. Entraron intentando no llamar mucho la atención. Se dirigieron hacia la barra y pidieron un par de copas. Ahí se encontraron con Carlos. Llevaba puestos una camisa azul, y unos pantalones beige.

Lucía lo saludó muy efusivamente, de beso y abrazo. Por un instante, Leo sintió celos. Según le explicaron, habían sido los mejores amigos. Juntos vivieron muchas aventuras, las cuales le relataron completas. La vez que incendiaron uno de los jardines de su escuela y culparon a otros. Cuando se fueron de fin de semana, a la playa, y sin un centavo. El día que terminaron en la cárcel por encabezar una protesta en contra del director. No pararon de reír en toda la noche. Luego de ese abrazo, el tal Carlos terminó por agradarle al novio de su amiga. No tomaron en cuenta a los demás invitados, no hizo falta. La reunión, contra todo pronóstico, resultó muy divertida para los tres.

Después de su reencuentro, Lucía y Carlos volvieron a ser los mejores amigos. Salían frecuentemente a tomar un café, al cine o al teatro. Se llamaban uno al otro usando sus viejos apodos de escuela, " la chaparrita", y "el pelos". En algunas ocasiones, cuando el trabajo no se lo impedía, Leonardo los acompañaba. Hace un par de meses, Carlos los invitó a ambos, a una de sus exposiciones. Era pintor. Presentaría algunas de sus obras dentro de la semana cultural de la ciudad. El día del evento, Leo trabajaría de noche, por lo que tuvo que rechazar la invitación. Carlos le prometió que llevaría a Lucía a su casa cuando el evento finalizara, lo cual lo tranquilizó; pensaba que después de él, su nuevo amigo, era la persona con quien ella se encontraría más segura. Que equivocado estaba.

La fecha llegó. Como lo habían acordado, Carlos y Lucy salieron juntos de la galería. Subieron al auto. Él, como todo un caballero, le abrió la puerta a su bella acompañante. Ya dentro, platicaban entre risas. Las calles lucían casi vacías. La luz roja los detuvo en el cruce de la quinta y América. Algo fuera de lo normal sucedió entonces. La mano de "el pelos" se movió de la palanca de velocidades, a la pierna de "la chaparrita". Ella no supo como reaccionar. No sabía si era un gesto de amigos, como tantos hubo antes, o era la señal de algo más. Luego de unos segundos, decidió devolver esa mano a su sitio. Él no hizo ni dijo nada.

La luz cambió a verde. El vehículo volvió a moverse, pero en una dirección que para Lucy no era la esperada. Cuestionó a su amigo sobre el rumbo que había tomado. Él se limitó a mirarla con cierta malicia. Ella sospechó lo peor. Intentó bajarse, pero Carlos se lo impidió. La estrelló contra el tablero. Una, dos, tres veces. La cabeza de "la chaparrita" quedó recargada sobre la puerta, confundida. Él siguió conduciendo. Se detuvo en un oscuro callejón a las afueras de la ciudad. Bajó del auto. Abrió la puerta del copiloto y su amiga cayó al piso. La arrastró unos cuantos metros. La atrapó entre sus piernas y le dijo: "vas a ser mía".

Lucy seguía aturdida por lo que pasó en el carro. No podía asimilar bien lo que sucedía. Tardó unos minutos para darse cuenta de la gravedad de la situación. Vio a quien consideraba su mejor amigo, tratando de besarla y acariciando sus senos. Comenzó a empujarlo y a gritar pidiendo auxilio. Él la golpeó con furia, como si la odiara. La novia de Leo no podía creerlo; ante ella, estaba un completo extraño. La cara de su amigo había desaparecido. Continuó gritando, pero todo era inútil. Tras cada puñetazo, su voz se fue debilitando, hasta que terminó por apagarse.

Su mirada estaba pérdida. No le quedó más que resignarse, pensar en otra cosa, llorar en silencio. Para Carlos, nada era más importante que el placer de sentirse poderoso. Todos los no, todos los gritos, todas las lágrimas y las suplicas no hicieron otra cosa más que excitarlo. No dudó un segundo en terminar su acto. No paró hasta vaciar su cobardía dentro del cuerpo de su víctima, la que alguna vez, fue su mejor amiga. No se detuvo hasta secarle los ojos y hacerla sentir sucia, ultrajada.

Cuando estuvo satisfecho, la levantó y la metió al auto. Habiendo conseguido lo que deseaba, la llevó finalmente a su casa. Antes de que ella bajara del vehículo, le advirtió no decir nada. Le dijo que nadie le creería, que él lo negaría todo, que su novio la odiaría por haberlo traicionado. Como buen cobarde, necesitaba la seguridad de que su víctima no hablaría. No quería enfrentar las consecuencias de sus actos. Lucy, después de prometer no hablar de lo sucedido con nadie, entró a su hogar. Él se marchó, sintiéndose victorioso.

Lucía cumpliría su promesa, no abriría la boca nunca más. En lo que Carlos no pensó, fue en que ella no dijo algo de no escribirlo. En cuanto subió a su recámara, "la chaparrita" redactó una carta. En una simple hoja de papel, desahogó todo su pesar. La dobló, anotó el nombre de su novio en el frente, y la dejó encima del buró. Sacó una sábana del clóset. Amarró un extremo en una viga. Se paró sobre una silla. Hizo un nudo en su cuello con el otro extremo. Con un pie, empujó la silla. Su cuerpo se balanceó de un lado a otro, colgado del techo. No pasó mucho tiempo antes de que dejara de respirar. Sus ojos quedaron abiertos, tristes, sin vida, tal como ella.

Su madre fue quien la encontró. Leonardo aún recuerda su histeria al llamarle. Le pidió que le dijera que estaba mintiéndole, que todo era una broma de mal gusto. No fue hasta ver su cadáver, que pudo creerlo. Tomó la carta que dejó para él. Cada línea que leía destrozaba su corazón. Cada palabra se llevaba su razón y daba paso al odio. No podía pensar en otra cosa, que no fuera acabar con ese desgraciado. Juró al pie de la tumba de su amor, no descansar hasta haberlo hecho.

Por eso siguió a Carlos hasta su casa. Por eso lo torturó. Por eso le disparó, aún cuando sabía, que el hijo de éste quedaría huérfano. Justo antes de que Leo tocara a su puerta, "el pelos" había dejado a su hijo en el colegio. Se despidió de él con un beso en la frente. El niño le dijo adiós hasta que ya no lo vio más. Cuando eso pasó, todavía le gritó: "te quiero mucho". Esa imagen estuvo a punto de detener a Leonardo. Antes que un violador, el hombre que más odiaba, era padre, y su hijo sufriría al saberlo muerto. Pero él se lo había prometido a su novia. Tenía que hacerlo.

Ahora la sed de venganza ha sido saciada. Un niño está sentado afuera de su escuela, esperando que su padre se aparezca. Leo está parado, pensando, intentando convencerse de que hizo bien. El cuerpo de Carlos, tirado en el suelo, y Lucía...Lucía sigue muerta.