La venganza (2) La consulta

Segunda entrega de la serie. Me ha quedado un poco larga, pero ees necesario para ja historia. A partir de la siguente entrega espero empezar ya con la tematica de control mental. (aun estoy escribiendo)

Madrid, Febrero de 2012

El reloj de mi mesilla despierta enloquecido, sacándome también a mí de mi placido sueño. Abro los ojos a un día claro, despejado, que, desde el recogimiento de las cristaleras de mi dormitorio,  bien podría pasar por una mañana de verano.

La ilusión se disipa cuando, al levantarme, puedo ver los carámbanos de hielo que se descuelgan de la cornisa del garaje y la escarcha que perla el césped, los árboles y las plantas de mi jardín. Solo el alto y tupido seto que delimita la finca permanece limpio, impasible ante el frio, presumiendo de un verde intenso casi ofensivo contra el lánguido dominio que los grises y los blancos que gobiernan el suelo esta gélida mañana.

Me estiro,  como queriendo comprobar que todos mis músculos siguen en mi cuerpo y que aún funcionan, y mirando el hueco entre las sabanas, al lado del que yo mismo he dejado, maldigo mi suerte al descubrir que Ana ya no está, se ha levantado antes que yo, privándome de la magia hipnotizante de ver su precioso cuerpo y su relajado rostro mientras duerme.

Mi mente vuela al recuerdo de esta noche,  dos cuerpos desnudos, sudorosos, entrelazados en la  danza más antigua. Un infierno de bocas inflamadas, miradas que desgarran, manos que aprietan, arañan, acarician, arrasan... y música, música de voces entrecortadas, voces que jadean, que susurran, que gimen, que exigen, que celebran y ansían un amor que más de dos años después de aquella primera noche, sigue ardiendo con la fuerza de una hoguera recién prendida.

Separo los ojos de su cuerpo ausente en nuestro lecho y  bajando la mirada hacia mi sexo lo descubro completamente erguido, buscando ansiosamente su objeto de deseo. No me resisto a dejar escapar una sonora risotada.

A mis 30 años (realmente tengo 26, pero desde los 25 siempre me declaro en la treintena) casi cualquier imagen sexual que genere en mi cabeza hace que mi pene se despierte, violento y dispuesto, como el de un quinceañero que anhela su primera experiencia. Soy un hombre caliente, me encantan las mujeres, me encanta el erotismo, me encanta el sexo, el amor  y la intimidad melosa con la que este envuelve y enriquece el más placentero de los ejercicios.

Mi cuerpo, después de unos años en los que a golpe de gimnasio y pesas había sido un libro de anatomía muscular, luce ahora un equilibrio mucho menos exuberante, pero más natural y armonioso. Un cuerpo atlético, preparado para el esfuerzo físico, torneado y definido, pero sin estridencias. A juego con él, mi intimidad también goza de un buen aspecto, "aunque para un hombre siempre hay cosas que nunca parecen suficientemente grandes", y sobre todo de una salud envidiable;  "siempre listo para entrar en acción", pienso divertido, sin imaginar que ese mismo día, esa disposición me llevaría a la más absoluta de las ruinas...

Con la mente así ocupada, me dirijo con energía hacia el cuarto de baño, para borrar de mi piel, en la ducha, los olorosos restos de una noche de lujuria y sueño. El baño está vacío, pero todavía puedo sentir su presencia. Su toalla, lanzada de cualquier modo contra el pequeño bidet, se mofa cruelmente de mí por haber tenido hoy el privilegio de acariciarla. Su esponja, empapada y todavía tibia, me deja claro que por un puñado de minutos, he perdido el regalo de sorprenderla, empapada, cálida y desnuda, en su increíblemente sensual pero inocente ritual diario de la ducha.

Se acabalgan las imágenes de dos cuerpos entrelazados bajo el chorro de la ducha, escondidos tras la pared transparente de la mampara. Yo detrás de ella, aferrándome a la vida de sus pequeños pechos indomables, mientras la poseo lenta y profundamente desde atrás. Ella, tan alta y hermosa, perfecta, me recibe arqueando su espalda y sus caderas para facilitar la entrada a su cuerpo. Ambos  gimiendo, temblando mientras el agua la mima, la acaricia resbalando por su espalda hasta juntarse en un rio de calor que desciende por su columna, formando un pequeño lago en los dos mágicos hoyuelos que, sobre sus nalgas, marcan el final del camino. Con cada embestida, tierna, suave y profunda, el agua acumulada resbala a ambos lados de sus caderas. Una poca, afortunada, encuentra el valle entre sus nalgas y desciende, golosa, al lugar donde ambos sexos se funden, aportando más calor al fuego, mas humedad al mar de esencias entremezcladas, mas suavidad a una piel lisa, desnuda y sedosa que recibe a otra piel firme y ansiosa que vibra enloquecida y que enferma de pasión con cada contacto.

Embebido en esos pensamientos, con los ojos cerrados bajo el agua, acaricio mi soledad suavemente, intentando reproducir en mi miembro desaforado las suaves fricciones del templo de mi Diosa. Recorro su extensión una y otra vez, arriba y abajo, necesito aliviarme, no quiero pasar el resto del día tal y como estoy ahora.

-¿Pero qué estás haciendo, pervertido?.

La pregunta, proferida con un gritito muy agudo, se esfuerza en el aire por parecer seria y ofendida, pero no logra esconder la jocosidad que la acompaña.

Abro los ojos, miro a través del cristal y allí está ella; elegante y divina, casi luminosa, con su largo pelo negro desapareciendo tras sus hombros, con un vestido recto verde (según ella verde manzana ¿¿??) que se aprieta en su diabólica cintura para luego  descender elegante y plisado, como una suave cortina, hasta poco más abajo de las rodillas. De él nacen sus piernas enfundadas en unas medias que las hacen resplandecer más todavía, y que descienden hasta unas preciosas y grises sandalias de tacón que adornan los pies más hermosos del mundo. Su rostro, radiante, deja muy a las claras lo mucho que le divierte su hallazgo y lo mucho que le complace el poder que ese momento le confiere sobre mí.

-¿Qué pasa, no quedaste satisfecho ayer a la noche? ¿Tengo que llamar a alguna amiga que me ayude contigo, machote ibérico?

Allí de pie, riendo al borde de la lagrima, mi Reina se divierte mientras yo, sorprendido, no puedo dejar de sentirme cohibido  y avergonzado. No es la primera vez que me ve masturbarme. No pocas veces lo había hecho delante de ella, mientras me miraba, como parte de nuestra variedad de juegos íntimos.  A ella la enloquece verme acariciándome,  como me enloquece a mí verla a ella entregándose a su propio placer, sensual, abierta, disponible, endiabladamente erótica y sensual.

La autosatisfacción en pareja es una experiencia que todo el mundo debería conocer. Entregarte a tu propio placer y exhibirlo ante el objeto de tu deseo, disfrutando de su desnudez, de su olor, de su excitación y cercanía; usando su cuerpo como una imagen evocada, como si fuese imaginario. O por el contrario, disfrutar de la visión de un cuerpo que se inmola para sí mismo y para ti, es una experiencia alucinante. Pero este no era un momento así. Este no era un momento compartido, pactado y buscado. Era una cazada en toda regla, y por consiguiente, más que estimulado o excitado me sentía incómodo, muy  incómodo y  avergonzado.

-Ya sabes como me pongo al pensar en ti.

Respondo con un tono que intenta ser sugerente, pero que  suena como el balbuceo culpable de un adolescente sorprendido por su madre.

-Si quieres sigo - añado - solo tienes que unirte.

  • Ya. Ya te gustaría, pero me esperan en 10 minutos. No puedo ni quedarme a desayunar contigo. Eso sí, a la noche quiero que me termines el numerito. Si lo haces bien tal vez te deje explorar un poco por aquí abajo -  me dice mientras se profería una sorda palmetada en sus nalgas por encima del vestido.

  • Espera. - le digo mientras intento salir de mi cárcel de cristal y azulejo, - Déjame besarte.

  • Ni de coña!!! - grita ella dando un pequeño respingo hacia atrás como si quisiese impedir que la atrapase a través de la mampara. - Si te acercas así de empapado a este vestido te mato, ¿me entiendes?

  • ¿No serás capaz de dejarme así? mira que no soy de piedra. - Le suelto con mi mejor cara de súplica.

  • ¿y que te crees, que yo soy de madera?  - dice riendo. - De buena gana te explicaba yo como se hace una paja de verdad, pero de veras que no puedo. Tendremos que esperar a la noche. Claro que también puedes acabar el trabajito, seguro que eso te ayuda a pasar el día.

  • También puedo acostarme con alguna de mis jóvenes y hermosas pacientes - le espeto para despertar sus celos.

  • Sin problema, sucio cochino -me espeta entre carcajadas - no sabía  que una mano de hombre y una como esta (dice marcando la vulva sobre el vestido con ambas manos) no son suficientes para satisfacerte. Adiós sátiro!!!

Dicho esto me da la espalda y sale del baño exagerando el balanceo de sus caderas en una última provocación silenciosa.

Dios!!! cómo la amo!!!.

Otra vez solo, tras la interrupción me he quedado sin ganas de terminar lo que había empezado, por lo que, pese a las sonoras quejas que me parece oír desde mis partes, doy por acabada la ducha y sus complementos y salgo del baño arropado por mi albornoz marrón.

De vuelta en la habitación, me visto con una camisa blanca, sin corbata, que cubro con un elegante y ceñido jersey azul y un pantalón de tela negro, al que por pura coquetería descarto añadirle un cinturón, pese a que me queda un poco flojo. El resultado me gusta, discreto, cómodo y moderno, lo ideal para un joven "treintaañero" como yo.

Tras un café negro y un pequeño sándwich voy al garaje, subo a mi coche, sintonizo Rock Fm en mi radio y arranco a la locura del centro de la capital, rezando porque el Dios de los atascos sea piadoso con un pobre comecocos que sale de casa más media hora tarde.

Al llegar al centro, miro el Reloj y, Dios mío!!!  la media hora de retraso se ha transformado en casi una, con lo que otra vez toca no comer si quiero recuperar el tiempo y regresar a casa a una hora decente.

Cierro el coche y me dirijo al apartamento adaptado a consultorio que mi padre me cedió cuando terminé mi formación. Este lujoso despacho ha sido mi segundo hogar y mi medio  de vida desde entonces. Hace tiempo que planeo comprárselo al viejo, o al menos pagar a mi hermana su parte de la futura herencia, pero la compra de mi supercasa, la fijación de Ana por vestir y vestirme con prendas de las de no mirarles el precio, y nuestro gusto por los viajes y las fiestas me mantienen siempre en el "casi puedo" por lo que llevo ya tres años aplazando la compra.

Subo a mi consulta donde me recibe María, mi secretaria. María es el centro neurálgico de mi negocio. En sus escasos y rechonchos 1.50 m de altura se concentra una secretaría, un contable, una jefa de ventas y publicidad, una experta en redes sociales y no sé cuántas personas más. Es la eficiencia personificada, nunca la he visto cometer un solo error, y se vuelca en la empresa como si fuese suya.  Cuando, como hoy, me retraso, siempre me recibe con una mirada inquisitiva, que me hace sentirme más como un empleado sorprendido en una falta que como el propietario.

  • Buenos días Doctor, La señora Méndez le espera – me sonrojo -  se ha quejado ya unas 15 veces. - más y más vergüenza.

  • Lo siento, María, cosas de casa. Dile por favor que en dos minutos estoy con ella.

El resto de la mañana discurre entre paciente y paciente. Intento centrarme y aprovechar las holguras de mi horario para recuperar mi retraso, pero a las 13.10 aún tengo una paciente en la sala de espera.

  • María, vete a comer,  yo bajaré a un bar a pinchar algo cuando termine con Nuria Ramos. Nos vemos a las tres.

  • ¿Estás seguro? - me dice prescindiendo de la formalidad que, a mi pesar, usa cuando hablamos delante de los pacientes - No me importa esperar.

  • Seguro, María. Así al menos esta tarde uno de los dos tendrá el estómago en su sitio.

  • De acuerdo, buen provecho - No sé si lo dice como deseo sincero o simple recochineo.

Me acerco a la sala de espera donde encuentro a Nuria con actitud impaciente. Está sentada, con su abrigo colgado en el brazo como si quisiese marcharse a algún lado. Su falda, cerrada,  lisa y recta, está salpicada de pequeñas arrugas que me indican que lleva un rato apretujando la tela con las manos, su rostro, contraído y ruborizado,  sus ojos parecen alerta, como los de un gato que se siente amenazado. Su lenguaje corporal me indica a las claras su enfado e imagino que será, al menos en parte, por mi culpa.

Siempre es difícil tratar a gente que no controla sus emociones, y Nuria es un claro ejemplo. Déspota, exigente, irascible y nerviosa, había generado muchos problemas en el pasado, sobre todo con gente que ella consideraba "inferior", grupo social que incluía a casi todo el mundo. Sus padres, Marta y Carlos, eran gente “bien", empresarios del textil, y habían criado a una niña a la que mantuvieron en colegios de élite solucionando sus continuos desmandes "a golpe de talonario". Nunca habían aceptado el problema hasta que un día Nuria había atentado contra su vida, atiborrándose de patillas, en una llamada de atención que esta vez no tuvieron más remedio que escuchar.

Los primeros meses con ella fueron horribles. No sabría decir la de veces que estuve tentado de echarla de mi consulta con cajas destempladas y la tarjeta del compañero más cretino que conociese en el bolsillo. Las técnicas conductistas requieren participación del paciente, y Nuria solo destruía. Ni participaba en las simulaciones, ni se dejaba llevar por las sugestiones o los ejercicios. Sin embargo, un día esto había cambiado.

Nuria empezó a sentirse más relajada, más participativa, más abierta a experimentar y progresar. Respondía a las simulaciones, incluso a las inducciones de stress con resultados aceptables. Había empezado a venir sola a consulta, a preocuparse por sus progresos, y a implicarse en el reto de normalizar sus comportamientos sociales. Era evidente que había llegado a ella, confiaba en mí y se entregó totalmente a esa confianza.

Por eso verla así, tan agitada, me preocupa bastante. El retraso no era en si motivo suficiente para una reacción tan pronunciada.

  • ¿Estas bien, Nuria? Siento  haberte hecho esperar. Cuando quieras podemos pasar al despacho.

Ella me mira y parece relajarse un poco. Sin mediar palabra se pone en pie, alisa su falda y comienza a caminar delante de mí hacia la consulta.

Nuria es una mujer extremadamente hermosa. Mide más de 170 cm, y su silueta dibuja una guitarra perfecta, ensanchándose y estrechándose allí donde se supone que el cuerpo de  una mujer debe hacerlo. Su cabello rubio, vaporoso, discurre en una melena salvaje, con un desorden calculado al milímetro para resultar tentador y natural.  Sus piernas, largas como las de una figura de animación japonesa, dan vida a un culo de infarto, carnoso y sugerente, de esos que cuando los ves en movimiento detienen el tiempo. La plenitud de unos pechos generosos y firmes, desafiantes. La belleza de su cara aniñada con una nariz pequeña y afilada, elegante presidiendo un rostro en el que unos ojos sugerentemente verdes atrapaban la mirada para ser devorada por unos labios húmedos,  rosados y carnosos que resaltan sobre una piel nívea. Todo en ella forma un cuadro casi místico, como una aparición, pero dejando muy a las claras la promesa de una exuberancia carnal que enloquecería a cualquier hombre.

Tras un día duro de trabajo, y mi "complicado despertar" la visión de esa bella mujer contoneando sus gracias a un par de metros de me produce una sensación tan excitante y erótica como impropia; y pese a sentir que sé que lo que siento no está bien, me encamino a la consulta turbado, predispuesto y con una terrorífica erección tensando indebidamente mis pantalones.

Nuria y yo solíamos hablar sentados. Ella en un cómodo sofá de tres plazas y yo al lado, ligeramente girado pero casi  en perpendicular, en un sillón bajo y mullido, de cuero, que permitía una postura cómoda, casi reposando, pero manteniendo la sensación de verticalidad y atención. Sin embargo ella, en lugar de sentarse, se tumba en el sofá, de modo que su cabeza queda más alejada de mí, y sus piernas, desnudas hasta la rodilla se me muestran a apenas un par de metros de distancia de mis ojos.

  • Nuria, - le digo alarmado por la excitación que, involuntariamente sigue creciendo en mí - ¿No sería mejor que te sentases? Tenemos que trabajar.

Ella me devuelve un gruñido sordo, y se reacomoda de nuevo en el sofá, lo que eleva su falda unos centímetros más, sobre las rodillas, hasta el inicio de sus muslos. Su silencio me hace claudicar y seguir preguntando.

  • De acuerdo Nuria, si prefieres tumbarte a mí me vale. Te noto muy alterada. ¿Qué te pasa?

Ella lanza un largo suspiro, y queda nuevamente en silencio, con la mirada perdida. Veo su ritmo respiratorio,  ligeramente acelerado, reflejado en sus senos, verticales como montañas, que suben y bajan en un baile cautivador.  Flexiona y abre un poco las piernas, lo que no solo hace que su falda siga subiendo, sino que abre una pequeña gruta en la que la vista es capaz de llegar a la fina línea de encaje de un cullote de tela blanco.

A pesar de mis esfuerzos, soy incapaz de centrarme. Esta mujer y mi estado de excitación están resultando una mezcla peligrosa. Me siento sucio, mal profesional e infiel a mi pareja, y aun así no puedo evitar que mi erección y mi imaginación siga creciendo desbocada.

  • Nuria, si no estás bien podemos dejarlo para otro día. - le digo con más intención de salvarme de mis fuegos que de ayudarla a ella.

  • NO LO ENTIENDO!!!! - grita con todas su fuerzas agitándose en el sofá como una posesa, pataleando y braceando como una niña el pleno berrinche.

Me quedo observando, a la espera, y tras diez segundos de pataleta se queda quieta de nuevo, con la mirada clavada en el techo respirando muy lento y profundo, como si nada hubiese pasado.

Sin embargo, en su falda, el efecto del movimiento ha sido devastador. La prenda ha subido por sus piernas dejando casi al descubierto el frontal de sus braguitas, que dejan entrever por transparencia una ingle depilada y blanca y una fina línea de pelo negro, que atrae mí ya desinhibida mirada como un faro. La prenda, ajustada como un pantalón deportivo, rodea el nacimiento de sus piernas acompañándolas unos centímetros, dando volumen a un monte de Venus marcado por un profundo  surco que corre hacia abajo, entre sus piernas, donde se abre un pequeño espacio que sus delgados muslos no cubren y se adentra hasta adivinar el redondeado y prieto sur de sus nalgas.

  • NO LO ENTIENDO!!! - repite, esta vez en voz más baja y sin mover un musculo. - ESTOY HARTA!!!

  • ¿Que te ocurre?. Le pregunto mucho más interesado en el espectáculo que se muestra que en sus palabras.

  • Me esfuerzo, me esfuerzo y me esfuerzo - dice - trato de ser mejor persona, de entender las cosas, de ser normal, pero ESTOY CHIFLAAADAAAA! –Sus palabras me preocupan y sobre todo me intrigan.

  • No digas eso, Nuria. Sabes que no es cierto. ¿Te pasó algo? Cuéntamelo, por favor. - Dije manteniendo un tono neutro mientras mis ojos repasaban cada movimiento de sus caderas hipnotizado por el blanco de sus bragas.

  • JODER!!! ANTEAYER PILLÉ A CARLOS MASTURBANDOSE CON MIS BRAGAS USADAS EN SU CARA!!!. JODER, ES MI PUÑETERO HERMANO!!! ESTA LOCO O QUE???

No doy crédito, ni a lo que oigo ni a mi mismo. Lejos de empatizar con ella, a mi mente me viene la imagen de su hermano, un toro enorme como un armario ropero, masturbándose mientras huele los jugos de su hermana mayor.

Mi propio episodio masturbatório con Ana de esta misma mañana, y mi fijación ante el cuerpo de mi paciente incrementan todavía más mi excitación. Mi miembro ya se queja dolorosamente bajo la presión de los pantalones, mientras en mi mente, ya no era Ana sino Nuria la que me sorprendía en la ducha autocomplaciéndome.

  • Entré en el baño a recoger ropa para lavar y me lo encuentro allí, desnudo sobándose mientras olía la entrepierna de mis braguitas favoritas. Estaba sudoroso - sigue diciendo - y rojo como un tomate, tenía su... cosa... enorme, a punto de reventar.

Por más que intento sentirme horrorizado, no puedo dejar de estar más y más excitado. Mi pene parece que vaya a colapsar en cualquier momento.

  • Al verme paró de golpe, pero luego me sonrió con cinismo, se puso entre la puerta y yo y empezó a pajearse mucho más rápido, como un loco, me apuntó con su cosa... y se corrió encima mía el muy cabrón. Yo iba con un short y un top de gimnasia, me llenó las piernas y mi barriga con su semen. DIOOOOSSSS!!!

Calor! mucho calor! La situación es surrealista. Ella me está contando una experiencia terrible, extrema, totalmente inapropiada e inaceptable, y yo no sólo me excito cada vez más, sino que con mi mirada clavada en su entrepierna, abierta y expuesta, me parece ver que ella empapa sus bragas al ritmo que yo humedezco mis calzoncillos.

¿Me parece?  NO!!. Ella esta empapada!!.  Sus jugos impregnan la tela de sus bragas que, sin entrepierna casi se transparentan. Si antes podía ver la marca de su rajita descendiendo hacia su culo, ahora veo con claridad la transparencia de sus labios vaginales depilados, su carnosidad, y hasta el pliegue donde ambos se juntan dando cobijo a su altar del placer.

Estoy embotado, inerme, víctima de impulsos y fuerzas más fuertes que yo. Nunca en mi vida me sentí tan mal profesional como ahora, y nunca tampoco imaginé que mis instintos pudiesen colapsar mi voluntad de esa manera. Todas mis teorías conductistas se tambalean mientras mi pene saliva pidiendo carne, un lugar donde enterrarse y saciar sus ansias alocadas.

  • Luego. - Prosigue narrando ella. - se acercó a mí y me dijo al oído "hermanita, tu olor es muy sexy, pero tienes la fea costumbre de entrar a los sitios sin llamar. Este es tu castigo". Hablaba mirando al techo, como ida, mientras sus rodillas se separaban un poco más y la humedad de sus bragas crecía y crecía.

  • Le dije que se había pasado, que esa no era manera de tratar a una hermana, que era un asqueroso, y un inconsciente porque podía haber sido Eva - La Benjamina de apenas 16 años - la que lo viese, o mamá, y que si no quería que lo viesen que cerrase la puerta. En lugar de disculparse, aprovechó mi sorpresa para bajarme el short hasta las rodillas, me agarro por detrás, empapó su mano con el semen que resbalaba por mi barriga, me metió la mano entre las piernas y a lo bruto metió un dedo dentro de mí.

QUEEEE!!! Estaba escuchando el relato de un abuso, de una violación por parte de un hermano a su hermana, y no podía dejar de calentarme. Mis calzones, empapados, atrapaban mi glande haciéndolo vibrar con el roce de la tela a cada movimiento. Mis ojos seguían clavados en la vulva chorreante de Nuria que había convertido en transparentes sus bragas. Podía ver como sus labios se habían separado un poco por la excitación y la postura, cada vez más abierta, de sus piernas, y arriba, la punta de su clítoris asomaba contra la tela. Era evidente ambos estábamos excitados, horrorizados y avergonzados; cada uno por sus circunstancias.

  • Luego, mientras me sobaba las tetas y se movía dentro de mí me dijo: "Eva no es tan niña como crees. Llevo algún tiempo pagándole 20€ por sus braguitas después de pajearse, pero prefiero las tuyas, y gratis. No vuelvas a darme problemas con esto y yo no volveré a hacerte estas cosas" y entonces mientras hablaba sacó el dedo de mi sexo,  buscó la entrada de mi culo y me metió el dedo en él.

  • Tienes que denunciarlo. - le dije convencido mientras el horror superaba el morbo - Decírselo a tus padres al menos. Tiene que saber que está mal. Tiene que saber que se propasó muchísimo y entender cómo te sentiste.

  • ME ENCANTOOOO JODERRRRR!!! - gritó a pleno pulmón mientras comenzaba de nuevo con el mismo pataleo nervioso que cuando empezó el relato. - ESTOY CHIFLADAAAA! Tuve el orgasmo más rápido de mi vida, y ahora no puedo mirarlo sin encenderme como una vela. SOY UNA PUTA LOCAAAAA!!!!

Tras ese grito quedó inerte, como desmayada. Con un brazo tapando los ojos y el otro cayendo del sofá. El movimiento había subido la falda totalmente y esparcido su humedad, con lo que ahora,  con las piernas flexionadas, puedo ver al completo toda su intimidad, desde el monte de venus con su matita de vello hasta la sombra del agujero de su ano. Ella de repente nota su falda debajo de ella, se incorpora como un resorte y, alucinada, grita.

  • DIOS, ESTOY DESNUDA!! - intentando girarse para cubrirse.

Al hacerlo tan violentamente, pierde el equilibrio y, sin que yo pueda hacer nada, cae de lado impactando con su rostro contra la mesa baja del despacho, que está a mi lado, frente al sofá. Me levanto para ayudarla y cuando la incorporo veo una pequeña brecha bajo su ojo izquierdo, sobre el pómulo, por la que se escapa un hilo de sangre que me parece enorme.

Nuria, abrumada por todas las emociones, se abraza contra mí y llora, llora durante un buen rato con su cara hundida en mi pecho. Luego se recompone, permite que la devuelva al sofá, le entrego unos pañuelos para que se limpie un poco y le pido que me espere, que voy al botiquín para ponerle algo en la herida. Ella asiente, más tranquila, y yo voy al servicio a ver que puedo encontrar.

Una vez allí, ante el espejo, soy consciente también de mi aspecto. Mi jersey azul está totalmente salpicado con su sangre, me lo quito y veo que la camisa también tiene algunas manchas. Más abajo, mis pantalones, estás mojados. Si no he llegado a correrme he estado cerca de hacerlo, y también algunas gotas de sangre salpican la pernera.

Horrorizado saco el jersey y con él, instintivamente, limpio del pantalón parte de mis fluidos, lanzo el jersey dentro de la pequeña ducha del servicio, saco por fuera la camisa para esconder la humedad, y cogiendo agua oxigenada, gasas y un apósito vuelvo a la consulta en ayuda de Nuria.

Cuando llego de vuelta, el despacho está vacío. Nuria se ha ido sin esperarme. Veo un trozo de papel sobre mi asiento, lo cojo y leo: “Gracias. Sé que eres mi loquero, y que es tú trabajo, pero te agradezco que me escuchases y te pusieses de mi lado. Voy a pensar en lo que me has dicho, tal vez hable con mis padres. Ahora necesito irme a casa, estar sola y pensar”

Ante su ausencia quedo descolocado, me siento en el sofá donde poco antes estaba ella y me quedo así un momento, repasando en mi cabeza todo lo ocurrido. Miro el reloj y son las 2. Descarto el salir detrás de Nuria por absurdo. Además necesito cambiarme de ropa, comer algo y volver a la normalidad.

En el consultorio conservo todavía mi dormitorio de soltero, y en el armario guardo siempre algo de ropa  “por si las moscas”, así que me cambio, pongo el pantalón, la ropa interior y la camisa en una bolsa, me pongo unos tejanos con una camisa negra más de entretiempo que de invierno, y me dispongo a comer algo.

Antes de bajar llamo desde el despacho a Nuria a su teléfono. No me coge. Insisto un par de veces más, nada.  Tras llamar a María y decirle, una vez más, que voy a retrasarme, repito infructuosamente la llamada y decido que si después de comer no contesta llamaré a su casa.

La comida en el “Mesón Valenciano”, es, sencillamente horrible. Parte por la poca maña del cocinero, parte por mi poca disposición a que me agrade. Hay que comer, y este es el único sitio cercano donde se consigue algo más elaborado que el plato de cacahuetes o las patatas medio resesas que te ponen con la caña.

Cuando llego a la consulta María está que echa humo. Don Arturo, un jubilado que no consigue dejar la bebida y el tabaco,  lleva 10 minutos esperando y la está volviendo loca con sus propuestas matrimoniales y de las otras. Por puro compañerismo mando pasar al “DonJuán” antes de llamar a Nuria,  y luego, la rutina me lleva a pasar a los otros tres pacientes de la tarde. Sobre las 6 le digo a María que se marche y, antes de irme yo también, repito llamada al móvil de Nuria. Al no responderme, decido llamar a su casa, al tercer timbrazo escucho la voz de Marta, su madre.

-¿Diga?

-Hola, soy el Miguel, el terapeuta de Nuria. ¿Está en casa? Necesito comentarle algo.

-Lo siento Doctor, pero no puede ponerse. Está en su cuarto, pero ya nos ha contado el accidente en la consulta… y… lo otro… - noto su incomodidad y su vergüenza en el tono de su voz. – Mire Doctor, - prosigue -  Carlos es un muchacho difícil, y lo que ha hecho es inaceptable, pero es nuestro hijo y nuestra familia. Le rogaría que no le denuncie.

-No podría aunque quisiese, - respondo – pero además su hija dejó claro que no quiere que este asunto salga de la familia. En todo caso me alegro de que se lo haya contado a ustedes, así podrán ayudarla.

Puedo oír un enorme suspiro, seguido de un largo silencio que no me permito interrumpir

-Una cosa más Doctor, no sé si tendrá usted algún video o grabación de la consulta. Le ruego que lo custodie bien, no me gustaría que algo así…

-Tranquila, - la interrumpo.  No suelo grabar las consultas, no me resulta práctico. Prefiero tomar notas una vez sale el paciente. En este caso las referencias serán inocuas, pierda cuidado.

-Muchas gracias Doctor, es usted un ángel. Le diré a Nuria que ha llamado cuando esté más tranquila. Seguro que querrá hablar con usted muy pronto.

Cuelgo el teléfono mucho más tranquilo, casi jubiloso. Aunque en una situación peculiar, si somos objetivos, no había sido ni mínimamente profesional, a la postre mi actuación había ayudado mucho a una joven en apuros. Como hacen los héroes. Y como un héroe apago las luces, cojo la bolsa con el pantalón y la camisa y regreso a mi castillo posponiendo para el lunes registrar en la historia de Nuria todo lo sucedido.

Salgo a la calle sin imaginar que ya no regresaré a mi despacho en mucho tiempo. Es de noche, y una terrible tormenta se prepara en el cielo y en mi vida. Inconsciente, conduzco hasta mi casa pensando en Ana. Disfrutando de antemano del buen sexo que me espera e imaginando  lo sexy que le quedará el cullote blanco que le compraré el lunes cuando vuelva a la ciudad.