La venganza (2)

Todo comienza con un placentero baño, preparado por su novia. Ella establecerá las nuevas normas que regirán la vida de nuestro protagonista...

CAPÍTULO DOS

EL BAÑO

Regresé a la ciudad el viernes, ya entrada la tarde, extenuado por tantos días fuera de casa, perdidos en reuniones, almuerzos de trabajo, y salidas nocturnas. Además del trajín del viaje y mis molestias, llevaba un día horrible: horrible por los desplazamientos y las horas de espera en el aeropuerto, horrible por el vuelo, horrible de angustias y mareos, horrible por todo. Llegué a casa, muy fatigado, sobre las ocho de la tarde, y sólo pensaba en mis vacaciones, para las que faltaba apenas una semana.

Begoña me recibió ya en pijama, y no me dejó pasar ni al dormitorio a cambiarme. Observé de refilón que las puertas de los dos dormitorios y del baño estaban cerradas, cosa extraña en nuestro pequeño piso, pero me convenció para dejar el equipaje en el vestíbulo. Utilizando melosas carantoñas y tratándome como a un niño pequeño al que su madre quiere acostar temprano, me acompañó al aseo, que estaba saturado de vaho al entrar, y en el que había encendidas varias velas que alumbraban levemente la estancia. Pese a ello, no dejé de percibir algo que no encajaba en el baño: una carpeta colocada de canto, en el suelo, sobre los azulejos. Iba a preguntarle por ella y, en ese momento, me tapó la boca con su mano al tiempo que musitaba un "Shhhhhhhhhhhhh", que entendí significaba "no hagas ninguna pregunta", y que reforzó desnudándome sin miramientos. Me había preparado un hirviente baño en el que, tras quitarme toda la ropa, me sumergí. Mi piel tardó en aclimatarse al agua caliente, hasta que una magnífica sensación de bienestar me embargó. Me notaba pesado y perezoso, pese a que el calor del agua reactivó aquel inexplicable dolor en los pezones. Begoña me tranquilizó cuando le comenté aquellas nuevas molestias, aplicando sobre mi pecho un ungüento que pareció calmarlas.

Sé que lo estás pasando mal… Relájate, cariño –empezó a decir- y déjate llevar… Estás muy muymuymuy cansado. Estás tan cansado que no puedes pensar en otra cosa que en ponerte un pijama limpito y sentarte conmigo en el cuarto de estar, con el brasero encendido. Pero no seas impaciente, mi vida… Las cosas buenas son mejores si se hacen de rogar, y antes voy a darte un maravilloso baño… si me dejas

Mientras me hablaba con ternura, colmó de jabón perfumado una esponja, aplicándolo sobre mi piel con suaves masajes circulares, sin dejar de susurrarme.

Sé que lo estás pasando mal –repitió-, y quiero cuidarte, mimarte… pero para eso necesito que me ayudes; necesito que seas dócil y que te dejes querer por mí… Quiero que te olvides de todas tus preocupaciones, del trabajo, de tus dolores, de quién has sido, de la vida que has llevado… quiero que te liberes de ti, de la imagen que tienes de ti y de la imagen que los demás tienen de ti… y para que te olvides de todo eso, y de todas tus preocupaciones, quiero que te concentres totalmente en mis palabras. Hoy pretendo que vivas tu fantasía preferida… no quiero que imagines que eres una mujer como yo, no-no-no –me amonestó, como leyendo mi pensamiento- no es eso… no eres una mujer como yo… la imaginación es maravillosa porque te permite huir de la realidad, pero yo quiero que lo que vivas sea real, porque de la realidad nadie puede escapar, y mi fantasía es que quedes atrapado en la realidad

Mmmmm –murmuré al sentir cómo una de sus manos me abría las piernas, mientras la otra deslizaba la esponja por la cara interna de mis muslos

Hoy jugaremos al juego de la verdad, claro, con algunas mentirijillas… Al fin y al cabo, quien inventa el juego inventa las reglas –continuó diciendo sin dejar de masajearme-. ¿No estás de acuerdo? La primera de ellas es que no eres mi pareja, sino mi hermano menor. La segunda, y no menos importante, será que desde pequeño has deseado ser una chica y que yo voy a ayudarte a serlo

Mmmmmmmmmm –musité entre suspiros de placer, asintiendo, conforme acercaba la esponja a mi entrepierna

Bien. Las reglas son muy sencillas. Harás cuanto yo te diga, exactamente cuanto yo te diga, y en el momento en que yo te lo diga. No en vano eres mi hermano pequeño. No podrás oponerte a nada, aunque es posible que te rebeles contra mis órdenes. No te preocupes. Hasta eso lo tengo previsto. Para evitarlo –la esponja se acercó a mis testículos, mmmmmmmmmmmm- recurriré a un sistema básico de cualquier forma de educación: premio, y castigo. Te premiaré con placer cuando obedezcas, y te castigaré severamente cuando no lo hagas. Para castigarte, recurriré al chantaje, a la humillación, y al castigo físico si fuera preciso, y no necesariamente en ese orden.

Jajajajaja –reí sin poder evitar una carcajada-… Tu "fiesta de los pijamas" está resultando más divertida de lo que yo pensaba… Pero Begoña, por favor… ¿qué tienes en la cabeza aparte de pájaros? ¿Piensas que voy a dejar que me chantajees, o que me humilles, o que me pegues, o lo que quiera que tengas pensado, así como así?

No espero que sea fácil para mí, pero desde luego será enormemente difícil, incluso muy doloroso para ti –respondió de forma enigmática, con una media sonrisa que heló la mía-. Ahora basta de charlas –concluyó-. Siempre me has dicho que te gustaría saber lo que se siente con una piel suave, lisa, bien hidratada, sin vello alguno; siempre me has sugerido cuánto te gustaría pasar una noche conmigo, como si fuéramos amigas; siempre me has comentado lo que te gustaría jugar a ser hermanas, siempre has fantaseado con la misma jodida historia de mierda de siempre.

En su tono, de pronto sombrío, percibí algo parecido al sabor del veneno. Si el rencor posee algún sabor, era el de sus palabras. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Begoña notó que había traspasado la línea de mi confianza y, cambiando totalmente de voz, melosa e insinuante, se acercó a mí. Besando mi cuello, acercó sus labios a uno de mis oídos y susurró "si estás de acuerdo, esta será la noche… puedes decir que no, claro… ¿pero quieres decirlo?". Desde luego, con su lengua recorriendo ahora mi nuca, no.

No habrá ninguna otra oportunidad, te lo advierto. De ti depende todo, cariño… así que dime: ¿quieres que siga adelante, que te bañe, que te lave el pelo, y que te peine?... ¿no te gustaría que después te depilase todo tu vello, y te arreglase las manos?... ¿no te gustaría que te pusiese un pijama bonito, y una linda bata, y te tratase como a mi hermana pequeña?... ¿o tal vez prefieres que quite el tapón de la bañera, que encienda las luces, y todo vuelva a ser para ti y para nosotros como siempre, monótono, estúpido, idiota, y sin ningún sentido?

Vale. Será todo lo ridículo que pudiera parecerle a cualquier persona en su sano juicio. Pero era totalmente cierto que, entre mis muchos guiños, cuántas veces no le había comentado cuánto me gustaría no tener ni rastro de vello en mi torso, en mis piernas o en mis axilas; o compartir una noche con ella conversando sobre cualquier cosa que no fuera su trabajo, mi trabajo, mi familia, su familia, mis problemas, sus problemas, nuestros problemas

De acuerdo, Begoña… -contesté; y al decirlo ella hundió definitivamente la esponja en mi escroto, presionando con precisión entre mis testículos, bajándola y subiéndola, recorriéndome desde abajo hacia arriba-. Mmmmmmmmmmmmmm… haz lo que quieras conmigo. No me resistiré

Ojalá todas las cosas resultasen tan sencillas de decir como de hacer –observó con malicia-. No, cariño, no es así, pero no importa, todo está previsto… Pero ahora relájate y concéntrate totalmente en mis palabras. Eres un varón, sí, porque naciste como tal. Pero nunca lo has sido. Desde muy pequeño te escondías para ponerte la ropa de mamá, y mi ropa, porque querías ser una niña. Y así pasaron los años, escondiéndote pero sin pensar que fuera malo lo que hacías, o que fueras distinto. De eso te diste cuenta en la pubertad, ¿verdad, cielo?

Dejó la esponja. La dejó flotar en el agua. Ahora era su mano la que masajeaba con extrema prudencia mis testículos, reuniéndolos, luego deslizando sus dedos entre mis ingles para luego volver a reunirlos con la mano. Su voz y sus caricias íntimas me subyugaban, entumeciendo mis sentidos

Sí… con diez, once, quizá con doce añitos te diste cuenta de que no eras como el resto de los chicos… no-no-no… tú no querías ser como ellos, ni te gustaban los deportes, ni las peleas, ni sus tonterías de echar pulsos, o de enseñar musculitos. Tú te veías de otra manera. En lo único que te parecías a tus compañeros era en que las chicas te gustaban. Claro que te gustaban. Pero también de otra manera. Querías ser una de ellas, tan lindas, con sus bonitas melenas, con sus lazos, sus vestidos, sus pulseras. Tú querías jugar, sí, como cualquier muchacho de tu edad, pero no a policías y a ladrones, sino a saltar a la comba, o a las muñecas

Por vez primera en mucho tiempo sentí cómo mi pene ganaba peso, poco a poco. Cómo una erección lenta y plácida tensaba mi pubis. Pero Begoña no prestaba atención alguna a mi sexo. Sus manos y sus caricias estaban totalmente dedicadas a mis testículos, a mis ingles, a mis muslos. A veces una de ellas se demoraba sobre mi vello púbico, deslizándose con sumo cuidado hacia mi ombligo

Sí, Juan, cariño… siempre fuiste un mariquita… En tu adolescencia ya no podías evitar ser consciente de serlo, aunque no querías, aunque sufrías por ello. Y así, ya no sólo te escondías para ponerte nuestra ropa; tenías que esconderte de ti mismo delante de tus amigos de clase, tenías que evitar que nadie supiese lo que te consumía por dentro… engañarte pensando que te gustaban las muchachas, como a ellos. Pero ya no puedes más. Has sufrido demasiado. Tienes alma de mujer. Alma de mujer en un cuerpo que odias con todas tus fuerzas. Y quiero que lo odies muuuucho más aún… te voy a ayudar a que tu alma, y tu mente, y tu cuerpo, se reúnan en una sola cosa… Pero ahora saldré un momento, cerraré la puerta, iré a la cocina a traer algunas cosas, y tú me esperarás aquí, meditando sobre lo que hemos hablado.

Quedé un breve rato entre confuso y sorprendido, cuando se fue del baño, pero Begoña no tardó en regresar. Traía consigo un gran vaso que contenía un infusión. Según me aseguró, se trataba de una mezcla de hierbas medicinales que me relajaría todavía más. Encontré demasiado densa la bebida, pero su sabor era agradable. Entre trago y trago Begoña me administró mis píldoras antidepresivas, mas en esta ocasión me hizo tomar una dosis doble. Objeté, sin oponer demasiada resistencia, que acaso los efectos secundarios pudieran ser más intensos. Sin embargo, Begoña insistió y me las tomé. Una vez apuré el contenido de aquella extraña infusión, tardé pocos minutos en quedar en un estado de casi total abandono, pero perfectamente consciente de que estaba sucediendo algo anómalo.

Tus preocupaciones ahora serán muy, muy distintas. Shhhhh –susurró poniendo las yemas de sus dedos en mis labios, ante mi gesto de sorpresa, indicándome que no debía hablar, para después cerrar mis párpados-. Shhhhh, no digas nada, cielo… sólo concéntrate en mi voz… concéntrate en ella y piensa que lo que yo digo es lo mejor para ti… Eres una varón, pero odias tu cuerpo… lo que más anhelas en el mundo es ser una mujer hermosa como yo, pero eso es imposible… Qué pena, Juan, cuánto debes haber sufrido siendo mitad hombre, mitad mujer, y no poder vivir ni como lo uno ni como lo otro… te quedaste a medio camino… sólo eres un patético mariquita… ¡Pero yo te quiero tanto que no puedo soportar que sufras! Yo te acepto como eres y voy a ayudarte a ser como yo… voy a convertirte en mi hermana Mariceli, mi hermanita menor, y como tal debes comportarte… Sí, mi vida, cierra los ojos y no los abras hasta que yo te diga… Eso es, así, relájate y préstame toda tu atención… Hoy va a comenzar una nueva etapa en tu vida, totalmente distinta a la que llevabas hasta ahora. Tengo muchos y maravillosos planes tanto para nuestra relación, y dentro de algún tiempo, no podrás entender cómo tu vida fue como fue antes de hoy… Sólo tienes que dejarte llevar, Mariceli , dejarte llevar por mi voz y por lo que mi voz te pide… mi voz se apoderará lentamente de tu voluntad, y sólo querrás obedecerme, hacer cuanto yo te digo… Eso es, déjate llevar por mi voz… -susurró acariciándome la frente con una lentitud estremecedora.

Y su voz, ciertamente, nublaba mi conciencia… Aún hoy, años después de aquella noche, recuerdo que llegué a pensar que la infusión que me había hecho tomar contenía alguna droga; y de hecho estaba a punto de saber, que no sólo me había sedado, sino que ya lo había hecho con anterioridad, en varias ocasiones. No obstante, aquella noche quizá no hubiera necesitado de ninguna droga para abandonarme a su voz y a su voluntad. Su voz me tenía hechizado en mi cansancio extremo, y yo había empezado a olvidarme de quién era… En el fondo, todo lo que estaba sucediendo, deseaba que sucediera.

Ahora contaré hasta TRES -continuó diciendo-… cuando llegue a TRES , abrirás los ojos y verás en mí a tu hermana Begoña, a tu hermana mayor, que te quiere muuuuucho UNO y tú serás mi hermanita pequeña que me quiere muchísimo UNO Y MEDIO como una mujer que se ha despertado de una horrible pesadilla en la que se había visto convertida en un hombre DOS y tendrás ganas de llorar, y me hablarás con una voz impostada, más aguda, en un tono más bajito y suave, pronunciando todas y cada una de las letras porque eres una mujer muuuuy fina y bien educada, no una cualquiera DOS Y MEDIO y me pedirás que te ayude a bañarte porque estás extenuada, como cuando éramos pequeños… porque soy tu hermana mayor y lo hacía muchas veces cuando tú eras un niño, y mamá no estaba… ¿te acuerdas? Te parecerá tan natural como si te estuvieses bañando solo, porque entre nosotras no hay ni vergüenzas, ni secretos… ¿verdad, Mariceli?

Mecí la cabeza con suavidad, asintiendo, sin poder balbucear ni una palabra. En una especie de duermevela en el que jamás empezaba a dormir, y tampoco me encontraba despierto, era consciente de participar en un juego que deseaba jugar, al mismo tiempo que deseaba que fuera real, y lo temía.

Y TRES… -musitó a mi oído.

Así lo hice. Abrí los ojos, me incorporé un poco, y me abracé a ella. Begoña me cubrió de besos y, no sé porqué, rompí a llorar mientras con palabras muy cariñosas ella trataba de consolarme. "Ya pasó, ángel mío, ya pasó", me decía… "tuviste una pesadilla horrible, pero ya todo pasó y estás en casa, conmigo".

Al tiempo que me hablaba pausada y suavemente, Begoña aplicó sobre mi cuerpo con una esponja todo tipo de ungüentos fragantes que me produjeron un estado de absoluta relajación. Me sentía como en el cielo, como drogado, mientras oía su voz aleccionándome sobre el mariquita que ella quería que fuera, diciéndome cosas como "vida mía, tienes que contármelo todo y decirme siempre la verdad"… o "eres tan tierno como una muñequita de porcelana y tu hermanita te quiere mucho"… Sus palabras, y el tono en el que las empleaba, me embriagaron. Casi hipnotizado, obedecí mecánicamente a su voz cuando me pidió que me diese la vuelta para ofrecerle mi "pompis" y lavarme bien mi "bollito". La esponja se deslizó entre mis nalgas hacia arriba y hacia abajo, con suma lentitud, una y otra vez. Resultaba muy placentero. Después de unos minutos, me indicó que me pusiese de pie, de espaldas a ella. Siguiendo sus instrucciones, apoyé mis manos en los azulejos de la bañera, sacando un poco mis nalgas. Bastó que Begoña me lo pidiera, para que abriese mis piernas. Dejó la esponja a un lado, y vi cómo llenaba una de sus manos con un gel espumososo.

Todo sucedió sin que yo pudiera evitarlo. Quizá no quise, o no podía evitarlo. Lo cierto es que Begoña aplicó el ungüento en la zona anterior de mis bolsa testicular, y fue deslizándolo con su mano hacia mi ano. El gel, al principio, estaba muy frío; pero se fue aclimatando a mi propia temperatura hasta que, justo en el momento en que me había despreocupado ante su masaje superficial, sentí como uno de sus dedos forzaba delicadamente mi esfínter y entraba en mi interior extendiendo el ungüento.

  • Hasta que aprendas a hacerlo tú solita, yo me encargaré de lavarte tu "bollito" de niña –susurró Begoña-. Primero con un dedito… y luego así, retirándolo un poco, pero sin sacarlo, metiendo otro dedito… y haciendo lo mismo que antes, sin sacarlos, el tercero… Tu higiene íntima ahora es muy-muy-muy importante, Mariceli, y para poder lavarte bien tú solita, tenemos que educar tu agujerito de niña a que le entren fácilmente tres dedos que te puedan limpiar bien por dentro.

Cuando terminó, no tenía prácticamente consciencia de quién era yo. Me hizo entrar de nuevo en el agua, y aplicando de nuevo el gel en sus manos me hizo abrir de piernas para lavarme "mi clítoris". Me indicó que, a partir de aquel día, tendría que acostumbrarme hablar de mis genitales de una forma distina, porque las "chicas" como yo carecían de pene y de testículos y que, por supuesto, no sólo tendría que hacer pipí siempre sentado, sino que además me quedaba terminantemente prohibido tocarme "ahí". Eso lo usaban los chicos de verdad, los que son hombrecitos, y yo no era un chico ni mucho menos un hombrecito, ¿verdad?... por lo tanto, ¿cómo iba a poder tocar algo que yo tenía como si fuera de adorno?

Naturalmente, si se me ocurría hacerlo, e incluso aunque no lo hiciese, si ella pensaba que me tocaba "eso" a escondidas, se encargaría de propinarme tal paliza y de castigarme de una forma tan severa, que no habría próxima vez. Como se enterara de que yo imitaba a los muchachos, fingiendo tener entre las piernas lo que no tenía, me cortaría "eso" por la noche, cuando me quedara "dormida". Fue la primera amenaza que profirió de la larga e interminable serie de amenazas, coacciones, y chantajes en que se convirtió mi vida. Y ese vello que tenía en el cuerpo… A partir de entonces me cuidaría de utilizar decolorantes para que no se notara tanto, si salía, y me enseñaría a hacerme la cera. Mi "infancia" de mariquita había concluido, y ahora debía preocuparme de parecerme al resto de las chicas. Debía esmerarme en que que mis manos estuviesen cuidadas, las uñas arregladas, mi cabello bien cortado; de depilarme y, como todas las chicas de mi edad, fijarme en cómo se comportaba ella, en cómo se sentaba o saludaba a la gente, en cómo hablaba según con quién, en qué cosas le gustaban, porque yo, como todos los chicos maricas, debía desear con todas mis fuerzas parecerme a su mamá, y ya que ella no estaba, por supuesto, a su hermana.

Finalmente me lavó la cabeza, y una vez terminó mi baño me ayudó a incorporarme. Me enseñó cómo tendría que secarme en adelante, al salir de la bañera. Utilizaría una toalla para el cuerpo, anudándola a la altura de mi pecho, y otra para el cabello. Pero ahora sólo me dejaría la toalla para secar el pelo, porque iba a depilarme. "¿Has visto qué fácil es, Mariceli?", me preguntó con una amplia sonrisa. "Ahora te quitaré la toalla, pero ya sabes cómo quiero que te la pongas cada vez que salgas de la ducha".

Tenía mucho que aprender, me dijo mientras calentaba la cera con la que me arrancaría de cuajo todo el vello de mi cuerpo: piernas, muslos, ingles, nalgas, vientre, cara, pecho, axilas, brazos, manos… incluso el apenas visible vello que tenía en los dedos me fue arrancado dolorosamente. Fueron cuarenta y cinco minutos horribles en los que apenas dejé de llorar, sin poder resistirme por alguna inexplicable razón a todo lo que ella me hacía; sobre todo, cuando aplicó la cera hirviendo sobre mis hipersensibles pezones, y arrancó de allí el vello. Chillé tanto, y de una forma tan aguda que incluso yo mismo me sorprendí. Cuando me hizo las axilas, y la cara interna de los muslos le supliqué que parara, pero ya no hubo amenazas. Por respuesta recibí dos bofetadas en la cara que me dejaron petrificado. "¡Mariceli!" –me gritó con la primera- "¡no hagas rabiar a tu hermana o te vas a enterar!. "¡Mariceli!" –gritó con la segunda- "¡como vuelvas a desobedecerme tendré que castigarte y te vas a arrepentir! ¡Puedo ser muy buena, o puedo ser muy mala! ¡Y como sea mala te voy a dar muchas razones para llorar! ¿Has entendido?".

Sí. Había entendido. Había entendido que el juego estaba llegando demasiado lejos. Había entendido que aquello no tenía nada que ver con mi fantasía, sino que me estaba humillando, y que hasta allí habíamos llegado. Había entendido que ya era suficiente. Había entendido, en suma, que debía rebelarme de una vez. Pero una décima de segundo antes de que estallara de rabia, Begoña me quitó la toalla de la cabeza y lo que vi en el espejo me dejó paralizado por la extrañeza y la vergüenza de ver mi cabello, hasta entonces castaño oscuro, teñido de un color rojizo intenso. "¿Pe… pe… pero qué, qué me has hecho en el pelo?" acerté a balbucear espantado. "Te gusta, ¿verdad? –respondió ella-. Te queda lindísimo, un poquito más suave que a mí, pero ha quedado perfecto… Había pensado en teñírtelo de rubio, pero hasta tus vacaciones queda una semana, y en la oficina hubiera causado una impresión demasiado grande… Mañana iré a recogerte cuando salgas de la ofi, y te llevaré a la peluquería para que te den un bonito corte de pelo, y saldremos a tomar algún aperitivo. Será un sábado maravilloso. Pero ahora siéntate en este taburete y déjame hacerte las coletas".

Me senté frente a ella. Con un cepillo fue domando mi pelo que, al habérmelo dejado crecer más de lo habitual, en ocasiones se enganchaba, dándome tirones. Noté cómo lo separaba y, valiéndose de un secador, lo dividía en dos justo en el centro de la cabeza, alisándolo y apartando el flequillo sobre mi frente. Después, cogiendo fuertemente entre sus manos los pequeños mechones, sacó un puñado de gomas que anudó fuertemente a mi pelo, tras darles varias vueltas, haciéndome dos coletitas. Para disimular las simples gomas, me puso dos graciosos coleteros de color rosa que yo nunca había visto entre sus cosas. De pronto, ahora, resultaba placentero que me tocase el pelo, y me hiciese todo aquello, tanto que terminé abstrayéndome del hecho de tener el pelo tintado, y de todo lo que había ocurrido con anterioridad. Terminó el trabajo con el secador y el cepillo, para darle volumen y caída tanto a las coletas como al flequillo y me hizo ponerme de pie para que viera el resultado en el espejo. "Mírate bien en el espejo, cielo, y dime que te ves muy guapa", concluyó.

Y realmente no daba crédito a lo que veía: me veía, tal vez no guapa exactamente, pero sí parecido a una niña que alcanza la pubertad, sin desarrollar. Me miré de arriba abajo. Era increíble. De pronto noté algo raro en la zona de mi pecho. Yo era de complexión venosa, cierto, pero jamás había percibido venas en la zona de mi torso. Eran casi imperceptibles, y me acerqué un poco al espejo para comprobar que, efectivamente, dos o tres ramitas de venas confluían en cada uno de mis pezones. Me pareció que, incluso, estos eran ligeramente más grandes y abultados. Pero seguí mirando. Mi piel, totalmente lisa y brillante ahora, sin el menor rastro de vello, acentuaba ese aspecto desangelado de la pubertad femenina que, por el contrario, se rompía al llegar a la zona de mi bajo vientre. El vello que cubría la zona superior de mis genitales chocaba frontalmente con la imagen aniñada que contemplaba. "Sí, cielo" –convino Begoña leyéndome de nuevo el pensamiento-. "Ahora te arreglaré también esa zona, para que estés bien bonita. Pero antes, voy a aplicarte unas cremas en el cuerpo para que estés suavita. Ven, Mariceli, dame, y vamos al dormitorio"