La venganza

Nos pilló la madre de mi amigo, pero dónde las dan, las toman...

La venganza

-¿Qué haces con mi hijo?, ¡Degenerado!-, fue lo que chilló doña Amparo, la mamá de Javier. Cinco meses de discreción y precauciones no fueron suficientes para adivinar la inesperada llegada de la beata que, ese día, había decidido saltarse la misa. Por otro lado, lo que estaba haciendo tenía pocas interpretaciones. Yo estaba a cuatro patas sobre el sexo del chico, al que alojaba en mi boca y con un vibrador en el culo pringado de lubricante Ky que no podía dejar de ver (a Javi le encantaba metérmela de golpe, de modo que preparaba mi agujerito antes del polvo). Luego estaban las medias negras y zapatos de tacón y mi propia tranca enhiesta y babeante de jugos, claro. No se si fue el susto o qué, pero el joven se corrió al escuchar a su progenitora. El problema es que yo ya había medio girado mi cara hacia la puerta y los trallazos de lefa se estrellaron en mi mejilla. La mujer se puso roja de ira al ver mi cara de sorpresa, los cuajarones de semen colgando hacia mis labios pintados, mi mano derecha aún sosteniendo el cipote de su vástago y, para colmo, del susto relajé el esfínter, con lo que el vibrador cayó sobre la cama revolviéndose debajo de mi "cosita". Apenas me dio tiempo a balbucear un "no" cuando su mano se estampó en mi cara, pero encima de la corrida de Javier. –Levántate, cerdo-, ordenó limpiando la leche de su palma en mi espalda. Día perfecto.

El caso es que, tras vestirme y echarme una bronca de órdago, me llevó a mi casa, justo al lado. No es que mi madre no diese crédito a lo que le decía Amparo, siempre lo supo o lo sospechó mucho; lo que le jodió creo que fue mi falta de perspectiva al joder con el hijo de su mejor amiga, máxime cuando Javi tenía una de esas novias pijas que ya no podía verme ni en pintura. Lo cierto es que aquello me trastocó los planes para el verano que, por supuesto, pasé castigado. A Javier, no le pasó absolutamente nada, eso me dolió más. De paso Amparo se encargó de informar a media urbanización acerca de mis inclinaciones sexuales, con gran gusto por su parte, todo sea dicho.

Poco a poco, al cabo de casi un año, pude acercarme de nuevo a la casa del chico. Amparo seguía mirándome como a un mal bicho a pesar de que aprovechaba cualquier escusa para sermonearme y, a veces, llevarme con ella a la iglesia a ver si sentaba cabeza, Javier me ignoraba cuanto podía y se dedicaba más a su novia que, al parecer, ya se dejaba follar. Yo, ya con carné de conducir recién estrenado, gozaba de cierta libertad fuera de la urbanización, y continué con mis aficiones, si bién de forma mucho más discreta. De todos modos, y siempre en aras de la apariencia, visitaba la parroquia de forma más que regular. Aparte de encargarme de ciertas actividades propias de un lugar como aquel, me permitía visitar a un amigo especial con el que hice muy buenas migas: Adrián.

El muchacho gozaba de la absoluta confianza de doña Amparo, pero sólo porque había sido más prudente que yo… era seminarista. Con su preciosa carita de no haber roto jamás un plato y su absoluto y absorvente interés por las cosas sacras, estaba siempre listo para calmar las sospechas a la más suspicaz de las devotas. Coincidíamos a menudo, demasiado a menudo, diría yo teniendo en cuenta su régimen de internado en el seminario de la diócesis y que yo no andaba, ni mucho menos, cada día por allí. La excusa era que, debido a la crisis de vocaciones, los seminaristas estaban poco más que obligados a asistir a las parroquias en lo que les fuese posible. Cuidaba, y muy bién, de algún proyecto social, la catequésis postcomunión y de confirmación y, ocasionalmente, despachaba con el tesorero de la iglesia.

Todo empezó, y de manera extraña, con una no menos extraña adoración nocturna, como las de los antiguos cristianos. A pesar de no ser víspera de fiesta litúrgica ni aniversario de mártir, era sábado; suficiente. Días antes, una nota entre mis libros de música me habían puesto sobre aviso. "Me gustaría que vinieses este sábado. Adrián". Sólo podía referirse a eso; tras las habituales, era la única actividad programada y a hora tardía. Durante la obligada eucaristía, estábamos solos él y yo, aparte del sacerdote que se excusó no bién hubo terminado. No empezó demasiado bién, porque aquello era una verdadera adoración nocturna que cumplió, al menos, dos de sus requisitos, la nocturnidad y la prolongación en el tiempo. Adrián estaba junto a mi, pero absorto, orando. Yo hacía lo que podía para no molestarle ni recordar que me estaba perdiendo un sábado noche en Madrid.

Lo usual es hacerla por turnos, pero nadie llegó a la una y media, pasado ya lo que debiera ser el primer turno de vela. Adrián pareció despertar y se acercó a mi de forma perceptible, casi hasta tocarnos. –Perdona, Marco, por haberme acercado a ti de este modo-, comenzó a confesar casi en susurros. –Era el único modo de estar a solas contigo sin levantar recelos-. Aquello se ponía interesante. –Sé lo tuyo-, soltó de golpe. Por un momento creí que iba a soltarme uno de los sermones propios de Amparo, -pero tú no sabes lo mío-. –Joder-, pensé, -Si ya habla como un sacerdote…-. De pronto, como por casualidad, se acercó a mi, no muy rápido, pero sí sin titubeos, y me besó. Un beso corto, labio sobre labio, casi sin lengua. Pareció azorado al segundo. –Adrián, esto no se yo si es buena idea…-, tercié en el peor de los inicios. Temí que el chaval se hubiese colgado de mi de algún modo y él lo intuyó. –No sufras. Tal vez sólo sea curiosidad-, dijo arreglando el asunto. Esta vez fui yo quién se acercó a él, pero ya con la lengua fuera.

Él respondió abriendo la suya y acogiéndome en un morreo largo y profundo. Nos abrazamos, casi cayendo sobre el incómodo banco. Echó su cabeza hacia atrás y yo aproveché para morderle el cuello. Jadeó. Una de mis manos, se acercó más que peligrosamente a su paquete; estaba ya duro. Lo froté por encima del pantalón mientras no dejaba de atender al cuello, la boca y las mejillas del chico. Él me abrazaba de forma más bién torpe, pero delicada; trataba de devolverme los besos y lametones como buenamente podía, pero parecía cada vez más pendiente de lo que sucedía en su entrepierna. Tenía, y conservo, cierta habilidad para hacer pajas con ropa puesta y sucedió lo que tenía que pasar.

Adrián dejó caer su cabecita sobre mi hombro, me abrazó con una fuerza enorme, gimió quédamente… y se vino. –Dios Santo. Creo que eyaculé- dijo avergonzado, no se si tanto por el hecho en si o por hacerlo en los calzoncillos. Traté de calmarle a sabiendas de lo mal que puede sentirse uno en este tipo de situaciones. Se deshizo de mi y murmuró un –me voy al baño- cabizbajo. Dejé pasar un par de minutos y decidí ir a ver qué podía hacer por Adri. –Abre, soy yo-, susurré junto a la puerta. Tras unos segundos, escuché el pestillo y me franqueó la entrada. –No ha sido una buena idea-, le dije acariciando su pecho por debajo de la camiseta. –No es eso-, respondió. Bajó aún más la voz a pesar de que el párroco, al menos en teoría, dormía lejos de allí.

-Verás Marco, tengo algo con un compañero de seminario-, se sinceró, -pero creo que estoy muy verde. Desearía que me… enseñases algunas cosas-. -¿Sobre cómo llevar la relación?-, intervine con cierta mordacidad. –Bueno, no, más bién algo de eso… cosas sucias, ya sabes-. Así que de eso se trataba. Por supuesto, por mi no habría ningún problema, aunque lo primero sería que dejase de considerar "cosas sucias" a lo que iba a enseñarle. -¿Hasta dónde habeis llegado?-, inquirí como quién no quiere la cosa. –Penetración. Le gusta mucho… encularme, como él lo llama-, respondió bajando la cabeza, -y a mi me gusta mucho que lo haga-. Vaya, el otro no perdía el tiempo. -¿Entonces? Si ya vas por ahí…- contesté sinceramente. –Felación. Me lo pidió el otro día y creo que no le gustó-. –Mamada. Vale.- Empezaba a divertirme.

Sin atender a razones, me senté en la taza del baño con la tapa bajada, lo puse frente a mi, le solté los pantalones y los bajé hasta sus rodillas. Aún conservaba los calzoncillos con la mancha de semen, abundante, de antes. Se sonrojó. –No te preocupes-, dije bajándoselos también. Una bonita tranca, mediana, algo más que morcillona y brillante de juguitos se apareció ante mi. No me gusta demasiado chuparla sucia de leche, pero con él y por ser la primera vez, haría una excepción. Besé la punta y amasé un poco los colgantes huevos. Tragué un cachito, lo mojé cuanto pude, me retiré y comencé una corta y lenta, pero intensa paja corta. Miré hacia arriba para cerciorarme de que Adri entrecerraba sus ojitos, paladeando el goce que le regalaba. Volví a mi tarea succionadora tratando de esconder cuanto pude mis dientes bajo los labios para no arañarle. Al poco el chico empezó a, primero, acariciarme el pelo y, más tarde, aprisionarme la cabeza casi llevando él el ritmo. Me estaba follando la boca y mis manos ya no eran requeridas para aguantar el ahora tieso cipote del seminarista. Las llevé hacia atrás, hacia sus nalgas. Realmente duras, redonditas, calientes… busqué su anito con un dedo y lo tanteé. Adrián echó el culo un tanto para atrás, como si buscase penetrarse con mi dedo. De todos modos, sin lubricante iba a ser difícil, de modo que también yo lo aparté lo justo. Entonces descubrí cual había sido el primer lubricante que usó mi nuevo amante.

En un rápido movimiento, aprovechando la cercanía del lavabo, se echó un buén chorro de gel para las manos en su palma y me lo ofreció por debajo de su trasero. Unté un par de dedos en él y, sin preámbulos ni contemplaciones, se los metí. Había esperado más resistencia, pero entraron muy suavemente: ciertamente, al chico se lo follaban a menudo. Jadeó algo más alto que hasta entonces. De su tranca salía ya un precum, reconozco que delicioso, que presagiaba lo que iba a pasar en breve. Ni un par de minutos más tardó el muchacho en apretarme violentamente contra su pubis y regalarme otra dosis de leche mientras yo le metía los dedos hasta los nudillos.

Sin darle tiempo a arrepentirse y tras escupir discretamente su corrida, le cambié el sitio. Mi siquiera permití que se subiese los pantalones. Yo mismo lo senté en la taza; me puse en pié ante él, bajé mis levis, sonrió al ver que yo llevaba… bragas, las bajé y le mostré mi pollita. –Cómemela, por favor-, le imploré acariciándole el mentón y palpando sus labios con mi capullo. Se limitó a entreabrirlo y comenzó con lo que él pensaba que debía ser una "felación". Le iba a hacer falta mucha práctica, pero se le veían maneras. Fuere como fuese, llegué a correrme en su boca y sin avisar. Me sorprendió gratamente que Adri no hizo más que un levísimo mohín y, sencillamente, se tragó mi lefa.

Le acompañé el resto de la noche, pero casi en silencio, hasta que sobre las ocho llegaron las primeras y ancianas beatas que, a nuestra propuesta, nos suplieron en la "oración". –Buenos días Marco. Hay que ver cómo te ha cambiado la iglesia. Si pareces otro-, observó una de las abuelas creyéndome ya redimido. –Si usted supiese, doña Asunción, si usted supiese…-, pensé.

Conseguí darle al muchacho tres clases más antes de la siguiente víspera en la que debía celebrarse una vigilia. No lo convertí en un maestro, pero sí en algo bastante bueno. Era esa una víspera mayor y ahí sí había turnos de orantes. El caso es que Adrián consiguió el de una y media a dos y media; y lo que era aún mejor: estaríamos sólos su "amigo", él y yo.

La de Adri era una belleza de efebo, casi femenina, tal vez sin la exagerada pluma que mostraba yo a veces, pero muy delicada; la de Juanma, su amigo de correrías, era muy distinta. Si Adrián era bello, Juanma estaba como un queso, demasiado. El típico joven gay muuuy masculino, guapísimo y, peor aún, que lo sabe y se lo cree. No empezamos demasiado bién. Empezó cerrando la puerta de acceso al templo; eso, en vigilias, jamás se hace. –La hora es tardía y hay un botellón cercano-, se justificó. Vino a sentarse junto a mi, no junto al que yo creía su amante y fue directo al grano.

Sin yo esperarlo, me estampó un piquito y me dio las gracias por las "clases" a su zorrita (así le llamó). Ese tío era un borde y, además, no tenía ninguna duda que iba a hacer de Adrián un desgraciado. Aun así, todo aquello pasó a un segundo plano en cuanto, de forma un tanto brusca, llevó mi mano a su paquete. Creí que llevaba algo dentro, porque era demasiado grande… y duro. Le miré sorprendido sólo para ver la sonrisa pintada en su cara mientras se ponía bién para que yo le abriese la bragueta. Adri miraba con gran curiosidad, pero no parecía especialmente celoso, bién. Aunque para curiosidad, la mía. No lo hubiese hecho si no mediara la promesa de algo muy distinto a lo visto hasta entonces, pero claudiqué. Abrí el botón, bajé cuidadosamente la cremallera y, con sólo abrirla, apareció un enorme glande asomando por encima del bóxer que, a su vez, mostraba un bulto de espanto debajo. Incluso la gorda vena era visible a través de la tela.

Juanma levantó un poco el trasero, lo justo para que yo pudiese hacerme un poco más de sitio y llevar sus pantalones hasta medio muslo. Esta vez la tranca quedó expuesta en todo su esplendor. Gorda, mucho, no demasiado larga, ligeramente torcida a la izquierda, sedosa, con grandes huevos… preciosa. Me lancé de inmediato a demostrarle al guapo joven porqué yo era el maestro de Adri y la acogí en mi boca, reservando un buén trozo para ayudarme con una paja. El chico, sin hablar, me acompañaba la cabeza en mi tarea mamatoria al tiempo que una idea loca crecía en mi cabecita. La quería en el culo.

Tan disimuladamente como pude, tomé un condón de la chaqueta que tenía colgada en el banco delantero y, sin darle tiempo a pensar, se lo encasqueté al muchacho. En su cara leí un clarísimo –Estás loco-, pero hice caso omiso. Una cosa era una mamada que podríamos, casi, ocultar en el improbable caso que regresara el párroco por alguna razón. Otra era un polvo allí mismo.

De todos modos, antes que Juanma abriese la boca, bajé mi ropa hasta las pantorrillas y, sencillamente, dándole la espalda, me senté sobre el mástil. Aún acostumbrado creí que me abría en canal. A los pocos segundos comencé a folarme con un sube y baja que al chico parecía encantarle. Yo me preguntaba cómo pudo Adri meterse eso dentro siendo su primer nabo, pero lo cierto es que me importó un bledo en cuanto me fue llegando el placer. Juanma suspiraba, Yo jabeada en voz baja y Adri me miraba con cierta envidia y algo de resentimiento. Lo acerqué a mi cara y le di un beso en la boca al que me correspondió con ganas. Sentí también una mano rodeando mi pene: tenía que ser el más aniñado, porque el macho me agarraba la cintura con las dos, llevando el ritmo de la jodienda. Entonces hizo algo de mi cosecha: abandonó brevemente nuestros besitos, escupió en su mano y, tras mojarme la polla, me pajeó.

Al cabo de un rato, el macho se cansó de la posturita y, sin sacármela, me levantó. Mi tripita quedó apoyada en el respaldo del banco de enfrente. Una mano sobre mi cabeza me obligó, sin contemplaciones, a doblarme hacia el asiento y de pronto, una metida y una sacada salvajes me recordaron en manos de quién estaba. El tío meneaba las caderas a una velocidad espantosa. Me follaba como a una muñeca. Y yo que pensaba hacerle correr en mi cara… Adri había tenido que abandonar su paja, de modo que la continué yo mismo. En apenas dos minutos me llegó. Un solo, pero sonoro, -Ahhhhhhhhhh- salió de mi boca mientras se me escurría la leche hacia el banco y el suelo. Juanma me dio unas emboladas más, tiró de mi hasta hacerme daño y se vino en un largo suspiro llenando el forro de lefa. Creo que a posta, el tío dejó el condón dentro de mi trasero al retirarse y, volviéndose hacia Adri le ofreció el nabo aún tieso y lleno de semen que su compañero seminarista acogió con gusto en la boca. –Eres un cabrón-, le dije al guapísimo (pero imbécil) macho subiéndome los pantalones. Tras darme una palmada en el culo se limitó a recordarme que podía volver cuando quisiera. Por supuesto me largué de allí, indignado aunque con el trasero satisfecho, dejándoles la puerta de la capilla abierta.

Pasaron casi dos semanas antes de que Adri y yo volviésemos a coincidir. Fue un jueves por la tarde. Yo no había perdido el tiempo mientras tanto, y él tampoco. De todos modos, lo vi algo huraño. -¿Qué? ¿Ya te has desengañado de ese jilipollas?- dije como bienvenida. –Tenías razón, Marco. Juanma es un hijo de puta-, respondió. Me sonó raro viniendo de un futuro sacerdote, pero tuve que darle la razón. El problema, para él, era que, además de maltratarlo, se la pegaba. Intenté sonsacarle, pero no llegué a nada más que al compromiso de enseñármelo en vivo, si me quedaba con él esa noche. Accedí encantado tras comprobar que sus trescientos euros superaban, de mucho, a los cincuenta de que yo disponía.

Adri se lo había montado para pasar la noche fuera del seminario (una tía enferma que lo corroboró al ser llamada, sólo que la supuesta tía era una cajera del súper amiga suya) de modo que, a la vista de pasarla con él, llamé a mi madre y le dije que me quedaba en casa de unos "amigos", como otras veces. La perspectiva de pasar la noche con el efebo que tenía al lado casi me hizo olvidar el verdadero motivo de porqué nos habíamos citado. –Tenemos tiempo hasta las nueve-, dijo al llegar al lugar, ya en Madrid capital, sobre las ocho.

Adrián parecía conocer muy bién el barrio. Tomó habitación en una pensión pequeña, pero coqueta en la que le reconocieron al entrar. Ya en ella, quise aproximarme algo más a él, pero me despachó con un beso y un quedo –luego, lo que quieras, amor…-, así que salimos a comer algo. Escogió restaurante y mesa como si esperase ver algo desde allí; supuse que estábamos muy cerca de Juanma y su secreto. Durante la comida, buena, mi amigo no dejaba de observar un edificio moderno de cuyo párquing entraban y salían vehículos bastante a menudo. –Oficinas-, pensé. Ya durante el postre, Adri acarició mi rodilla por debajo de la mesa. Por un momento creí que ya le había entrado la calentura, pero se limitó a señalar con la cabeza hacia la salida del metro. Miré entre la multitud y, tras unos segundos, distinguí cláramente a Juanma… acompañado por dos chicos más: un negrazo guapísimo y un joven más bajito con pinta de árabe. Se dirigieron, sin equívoco, a la entrada del edificio que Adri observaba. –Será cabrón-, exclamé, aunque relamiéndome al ver los tres especímenes. Quedó claro que el bloque era un meublé, o algo parecido. –¿Eso es lo que querías que viese?-, pregunté al seminarista. –No, espera un poco más. Entraremos ahí-. Me quedé a cuadros. -¿Cómo demonios vamos a entrar ahí? En todo caso nos darían una habitación para ti y para mí.-, alegué. –Hay maneras…-, se limitó a aclarar.

No pareció tener prisa ni siquiera con el café, hasta que, cómo movido por un resorte, se levantó y me invitó a acompañarle.

Adri entró decididamente a lo que parecían unas oficinas en la penúltima planta. Un hombre y una mujer, ambos atractivos, de unos cuarenta años y elegantemente vestidos ejercían de recepcionistas tras un mostrador. Los dos dieron muestras de reconocer a mi acompañante y tras unas breves palabras Fernando, el hombre, nos acompañó. Subimos unas cortas escaleras hasta el último piso del edificio. Abrió una puerta blindada que daba acceso a un pasillo totalmente enmoquetado. Tras descalzarnos nos invitó a seguirle.

Cruzamos por delante de varias puertas de una de las cuales salían tenues pero inconfundibles sonidos de jodienda y sexo de todo tipo. –Los clientes jamás se cruzan, los que se oyen, estarán montando un escándalo mayúsculo-, aclaró Fernando sin que hiciese falta. Una camarera joven salió discretamente de una de las habitaciones empujando un carrito con algunas tostadas y vasos con zumo de naranja encima. No reparé hasta que pasó a nuestra altura en que sólo vestía la blusa y la cofia además de las medias mostrando un hermoso culito que ya me hubiese gustado para mí. –Laura sirve las tostadas… con su chocho, je, je-, dijo groseramente el guía.

Nos paramos delante de una puerta al final del largo pasillo. – ¿Sigue el trato en pie?-, preguntó el macho a Adrián. –Sí, claro, creo…-, respondió mirándome nervioso. No me gustó demasiado eso porque supe, de algún modo, ese trato me incluía a mí aunque no lo supiese. No me molestaría compartir el apuesto galán con Adri, pero hubiese preferido saberlo antes. Fernando besó al muchacho en la boca lascivamente y él le correspondió con ardor. Antes de que yo dijese nada, dando el morreo por terminado, Fernando abrió. Nos franqueó la entrada a un pequeño cuarto débilmente iluminado por unas luces rojas, absolutamente vacío. Allí no se podía follar. Pero había otra puerta.

En cuanto la abrió reprimí un grito ahogado, pensé que nos caíamos a una enorme habitación del piso de abajo. Hasta que vi a mi amigo y al recepcionista (que ahora ya sospechaba que no era tal) entrar como si anduviesen por el aire. –Pasa-, dijo divertido el encargado del meublé. –No es más que el espejo de la habitación de abajo-. Avancé titubeante, si fiarme del todo y entonces vi que sí, que era un doble cristal. Poco, pero se veía. Como los de las comisarías en las pelis, pero en el techo. Debajo, una suite enorme, con dos ambientes. Uno enmoquetado con una gigantesca cama redonda y una cómoda cercana con mil y un juguetes sexuales, algunos rarísimos. La otra, la más alejada y hacia la que íbamos, era en realidad el baño; sólo que debería medir unos cincuenta metros cuadrados y, además de dos váteres uno junto a otro, sin separación alguna, y un precioso lavabo en una pared con una ducha al lado, era una completa sala de bondage. Entonces sí me llevé una mano a la boca, -Dios Santo-, exclamé. Incluso a Fernando le sorprendió lo mojigato de mi expresión.

Los tres hombres que habíamos visto entrar estaban abajo. Juanma daba por el culo al negro que jodía a contra ritmo a una mujer madura colgada de un columpio sostenido por unas patas y que nos miraba como extasiada con sus tetas bamboleándose: era Amparo. Apenas podía creerlo.

La beata homófoba que me había abofeteado, la misma a la que, hacía tiempo, habíamos espiado con su hijo para ver cómo follaba con su marido y se limitó a mostrarnos su habitación casi a oscuras, apenas tres gruñidos del hombre que le cayó como un fardo encima y un padrenuestro de ella.

Al poco, Juanma se agarró la polla con su mano derecha, salió del culo del negro, lo apartó y, sin mediar palabra ni lubricante, se la metió por el culo a la madura. Amparo soltó un grito inaudible por culpa del cristal y el compañero de Adrán se vació en el pozo negro de la mujer. Inmediatamente después, si tiempo para más que sacársela y cambiar su lugar de nuevo por el negro, se retiró hacia el pequeño árabe. El mandingo volvió a lo suyo, pero esta vez sin obstáculos detrás y se entregó a un furioso polvo dedicado a la madre de Javier, que seguía chillando como loca. Entonces entendí porqué aquel pequeño y poco atractivo moreno estaba allí.

Juanma se acercó a su colgante entrepierna, la sopesó, casi cómo si supiese que así la veríamos mejor y la extendió. Una monstruosa polla morcillona se expuso a dos metros bajo nosotros y su capullo fue engullido por la boca del seminarista que se ayudaba con una paja para conseguir una erección. Mientras, el negrazo había hecho casi lo que el blanquito: cambió de agujero. Una tranca de buén tamaño, pero nada comparada con la del morito, se abrió paso por el esfínter de Amparo. Chilló como una cerda, mirándo hacia arriba tan fijamente que creí que me veía, durante las pocas emboladas que le llevó al negrito llenarle el recto de lefa.

Entonces, el examante de Adri, oficiando de mamporrero, guió al moro (mejor, a su pollón) hasta la entrada del chocho de la madura. Lo apoyó en él, se retiró, y el "mohamed" o como se llamase, empujó de golpe. Creo que se escuchó un poco el grito de la mujer al ser traspasada por el obús árabe de forma tan poco considerada. Se aferraba al columpio mientras el africano le partía el coño sin ningún miramiento. Amparo sacudía la cabeza, vociferaba, escupía, cuando, de pronto, empezó a mearse. Su pipí escapaba a borbotones a cada metida del chaval, al cual le bajaba por las piernas hasta las baldosas. Dos o tres minutos más y, sencillamente, echó la cabeza hacia atràs y quedó quieta, como durmiendo, sólo acusando algo de movimiento al ritmo de las embestidas del moro, algo más lentas ahora. No podía verlo desde arriba pero, en cuanto el blanco y el negro la ayudaron a incorporarse, quedó claro que también se le había relajado el esfínter, supongo que al correrse, llenando el suelo de mierda y semén.

La dejaron apoyada sobre un colchón que parecía de plástico… con el culo en pompa. Llegué a sufrir por ella al comprender lo que se avecinaba. El mohamed no se había corrido y, al apartarse los otros dos, se abalanzó como un perro en celo sobre las grandes nalgas de Amparo y las traspasó. La tía levantó la cabeza y aferró sus manos al colchón mientras la enorme polla, esta vez lentamente, se abría paso por su ano. El moro se la metió toda y se paró. Luego, muy despacio, la fue follando, sacándola casi por completo para volverla a enterrar. Juraría que la mamá de mi vecino lloraba a moco tendido, a parte de babear como un niño pequeño. De pronto, el morito tiró de las caderas de la mujer y, en un par de violentas sacudidas, se corrió. Lo más raro es que no se retirase. Entonces, al ver la cara de satisfacción del muchacho, supe lo que estaba haciendo: se estaba meando dentro del culo de Amparo.

En cuanto terminó, sencillamente, se vistió y se fue. Los otros dos le acompañaron hasta la parte dónde estaba la cama redonda y, tras cerrar la puerta, se echaron en ella besándose y sobándose las pollas. Amparo ya lo estaba sacando todo rollo enema, dejando la sala hecha una porquería. –Ahora se duchará y seguirá con los otros en la cama-, terció Fernando cómo si aquello hubiese terminado, mientras le mostraba a Adrián un DVD. –El de la semana pasada, ya sabes lo que vale-, aclaró dirigiéndose a la salida. –Adri, ¿Qué le has prometido?-, pregunté inquieto al jovencito. –Que follaríamos con él a cambio del video, aunque creo que lo conseguiré sólo si no te apetece-, zanjó. –No es eso, pero me lo podrías haber dicho-, dije tratando de quejarme ante la idea del sexo con el hombre. –Eso, habría estropeado la sorpresa, mi amor-.

Fernando abrió una habitación cercana a la cual habíamos salido. Rosa. Todo era rosa. Desde la moqueta hasta los pocos muebles… y el jacuzzi. En unos segundos estábamos los tres desnudos dentro de él. Al cabo de un rato de jugar con el agua y nuestros cuerpos el galán, sentado entre nosotros dos, exhibía una bonita tranca, ya erecta, que Adri masajeaba bajo las burbujas. A mí me ofreció sus tetillas mientras mi joven acompañante comenzaba a morrear al cuarentón. Mordí los pezones y acaricié la mano de Adrián por encima del sexo de Frenando. Pronto aquello no fue suficiente.

Sin secarnos siquiera, Fernando nos invitó a echarnos en la moqueta al lado del jacuzzi. No dudé que el servicio de limpieza debía ser muy eficiente allí. Fer se echó de lado y rápidamente, ayudado por mi amigo, comprendí de qué iba a ir eso. Formamos un triángulo. La polla de Fernando, suave, caliente y sedosa, se hundió en mi boca; el madurito tragó la de Adrián; y el chico, la mía. Sin lugar a dudas, un invento genial. –el que se corra primero, hace de máquina-, vociferó Adri al cabo de unos minutos dejándome, momentáneamente, sin mamada. El caso es que no pasó ni otro minuto cuando escuché al seminarista jadear profundamente y una especie de arcada que venía de Fernando. Estaba claro quién sería la máquina del trenecito

De lado, tras encasquetarnos unos condones (rosas) de una bandeja que acercó el encargado y lubricar los anitos con biolube, Fer se la metió a Adri. –Oh-, exclamó el chico, como si fuese una sorpresa. A los pocos segundos, ya con la tranca del maduro metida a fondo, le abrí las nalgas y, palpando con el capullo hasta encontrar el orifició, se la clavé. Ni siquiera gimió. Mi nabo se deslizó sin ningún impedimento por el esfínter del macho que, ahora, comenzaba a follar al joven. No era fácil (se nos salió un par de veces, pero sí muy divertido. En cuanto nos acompasamos, comenzamos a disfrutarlo de veras, aunque el que más disfrutaba era el vagón central, claro

Fue el primero en correrse. Se quedó quieto, aferrado a la cintura de mi amiguito y chillando como un loco, se vació en el condón. Aproveché para estocarlo violentamente y, tras un corto rato, me vine yo. Adri, ya follado, se arrodillo entre nosotros dos, metió su nabo en el medio, y esperó a que nos peleásemos por él con nuestras lenguas. Fer le metía el dedo en el culo y le chupaba la punta mientras el chico pajeaba lo que podía y yo le comía los huevos. Por supuesto, en poco tiempo, nos echó la lefa que le quedaba sobre nuestras caras.

-Bueno, no tengo tiempo para más-, dijo Fernando. –Si volveis la semana que viene os lo doy ahora-, dijo exhibiendo el famoso dvd. Tras asentir vehementemente Adrián y yo y lavarse un poco en un bidé junto al jacuzzi, se vistió, nos sopló un beso y se marchó. –Podeis ducharos, pero en una hora necesitarán esta suite-, nos dijo a modo de despedida.

Ya en la pensión mi amante me tapó los labios con un beso y un –primero, veamos qué nos ha dado Fernando, a parte de por el culo. Jijiji-. En el portátil que prestaron al chico en recepción quedaba claro que, uno: Amparo siempre usaba la misma habitación; dos: en ella había más de una cámara, y tres; alguién editaba muy bién los DVD. Con una calidad casi profesional, durante más de una hora y a lo largo de un año, habíamos visto a Amparo hacer cosas que yo ni siquiera imaginaba. Gangbangs, lésbicos, femdom, bondage, scat, lluvias doradas, dobles y triples penetraciones, bukkakes, fistings, una lista acojonante. Hasta Adri había quedado boquiabierto más de una vez. Pero lo impresionante era la cantidad de gente distinta que se mostraba en la pantalla. Hombres, mujeres, transexuales, jóvenes, mayores, guapísimos, feos… de todo, vaya. Algunos conocidos, incluso. –¿Porqué hace esto Fernando? Puede perjudicar su negocio-, pregunté a Adri al terminar el video. –Tiene sus razones, y son económicas, pero Amparo no perjudicará a su negocio. También es el de ella-. Ahora me quedó a mí cara de bobo. –Sí, cariño. No es que Amparo sea sólo una salida, es que es una socia del club. ¿A qué sino tanta gente y siempre en su suite personal?-. Entonces me quedó algo más claro pero… -¿Y porqué te lo da a ti y no a ella?-. Resultó que Fer se había encaprichado del niñato, éste le contó lo mío tras un polvo y el hombre vió una forma de quedar bién con su juguete y hacer llegar el mensaje a Amparo al mismo tiempo. Aquella noche, Adri y yo no salimos de la habitación, pero gastamos todo el lubricante que nos habíamos llevado del meublé.

Al día siguiente, Amparo y yo estábamos en un café uno delante del otro. –Y esto es lo que quiero por el DVD-, le dije finalmente. –Eres un cabrón. Sabes que no puedo conseguir lo que pides-, contestó la puta. –Tú verás, cariño-, respondí despidiéndome de la dama.

Dos días después: La puerta se abrió lentamente con Javier recortado en el umbral. Amparo volteó un poco la cabeza desde su sillón, frente a mí, como si no quisiese ver lo que iba a venir. Yo miré divertido al joven y, en cuanto llegó hasta el sofá en el que estaba tranquilamente sentado, abrí mi albornoz exhibiendo mi falo erecto. Al chico le habían aleccionado bién. Sin mirarme apenas, se arrodilló entre mis piernas, se lo llevó a la boca y comenzó a mamar

"La venganza es un plato que se sirve frío", pensé segundos antes de correrme en la boca de Javier.

pollaloca@latinmail.com