La vendedora de Lencería Femenina

Me obligaron a ponerme la lencería que yo vendía. Mi vida sexual cambió desde entonces.

Os voy a contar lo que me sucedió hace unos cuatro años y que hizo que mi forma de vivir el sexo cambiara desde entonces.

Bueno, mi nombre es María, tengo ahora 36 años y estoy casada con Juan, de 38 años. Yo soy físicamente normalita. Castaña, pelo largo y liso, más bien delgada, ojos marrones, con una figura que no esta del todo mal. Lo que más le gusta de mí a mi marido (y a los hombres en general) es mi culo (redondito y respingón). Juan, tengo que decirlo, no está nada mal. Se conserva muy bien, porque es aficionado a hacer deporte y tiene una musculatura bien definida. Llevamos siete años casados y somos del Norte de España.

Vivimos en una casa, en una pequeña urbanización fuera de la ciudad, casi en el campo, en una zona muy tranquila y bonita, pero que tiene el inconveniente de que tenemos que usar el coche casi para todo. Yo trabajo en la ciudad en unos grandes almacenes, en la sección de lencería femenina. Siempre me gustó esta sección. Tiene un encanto especial que no tienen otras, ya me entendéis, y es curioso vender ropa interior de mujer, aconsejar sobre ella y esas cosas. Os sorprenderíais de ver la cantidad de hombres que compran ropa interior para sus parejas. Tiene cierto morbo ver lo que tardan en decidirse, pensando siempre que prenda le quedará mejor o cual será la mas sexy. Pero lo que más gracia me hace es ver como se sienten de azorados a la hora de traer la prenda y pagarla. Me divierto adivinándoles el pensamiento, y alguna vez he llegado a calentarme pensando en lo que harán esa misma noche con la lencería que compran.

Un día, llegaron dos hombres, de unos cuarenta años, y estuvieron mirando el género durante bastante rato. Me miraban de reojo con una mirada extraña. Yo creo que pensaban en como me quedaría a mí la lencería que curioseaban. Al fin se decidieron por un conjunto negro, compuesto de braguita muy pequeña, sujetador y camisón corto semitransparente, que, la verdad, era precioso y muy sensual. Uno de ellos, se acercó a mí y dijo:

  • Perdón, señorita, es usted más o menos de la talla de mi esposa. ¿Podría decirme cual es? Es que es una sorpresa para ella.

Yo le dije mi talla, sin importarme. No era la primera vez que sacaba de ese atolladero a un hombre

En cambio, me extrañó muchísimo que dos hombres juntos fueran a comprar lencería femenina. Por allí lo que se solía ver a mujeres, solas o acompañadas y a hombres, pero estos, siempre solos o con su pareja, pero nunca con otro hombre. Por eso, me llamó la atención, pero no le di más importancia.

Una media hora después, terminó mi turno de trabajo y me dirigí al garaje donde tenía el coche. Tenía ganas de llegar a casa porque estaba bastante cansada. Me había quitado el uniforme de trabajo y me puse ropa cómoda: Una falda corta y una blusa ajustada.

Nada más meterme en el coche, sentí que alguien me abrió bruscamente la puerta. Los reconocí enseguida. Eran los dos hombres de hace un rato. El que abrió la puerta, me puso la mano tapándome la boca para que no pudiera gritar, y entre ambos me levantaron de mi coche y me llevaron al suyo que estaba aparcado al lado. Les costó cierto trabajo introducirme en él porque yo me resistía, aunque inútilmente. A los dos minutos ya me habían colocado en el asiento de atrás y me habían puesto una cinta adhesiva en la boca para evitar mis gritos.

Yo estaba aterrorizada. Tenía la esperanza de que alguien viniera a socorrerme, pero no había nadie más en el garaje. No podía defenderme. Me tenían bien sujeta y eran ambos muy fuertes. Lo único que podía hacer era mover mi cuerpo inútilmente en un vano intento de escapar.

No se muy bien lo que yo pensaba en esos momentos. Creí que eran los últimos de mi vida. Era presa de un pánico total, que me atenazaba y me impedía pensar con claridad.

Me ataron las manos y los pies con cinta adhesiva y uno de ellos se puso al volante, mientras el otro se quedó conmigo en el asiento de atrás. Arrancó el coche y salió a toda velocidad.

Pasamos por diversas calles, hasta que salimos de la ciudad. Cuando sentí la oscuridad al estar ya en la carretera, perdí toda esperanza de salir de aquella situación. Mi pánico era total. Dejé de patalear porque sabía que era inútil, y me quedé recostada en el asiento, atada de pies y manos asumiendo ya que nada bueno podría esperarme.

El que iba sentado detrás, a mi lado, puso de repente su mano en mi muslo a lo que respondí con otra tanda de inútiles movimientos, para mostrar mi rechazo. Pude ver su mirada de deseo. Yo ya me esperaba algo así, así que me quedé rígida mientras el hombre sobaba mi muslo e iba subiendo su mano poco a poco. Tenía la falda subida casi del todo por la postura que tenía, y el hombre ya casi me tocaba la nalga.

Comenzó entonces a acariciarme mi trasero. Notaba su tosca mano sobre la piel de mi culo. Yo ya había abandonado toda resistencia. Era presa del pánico.

No se como ocurrió, pero de pronto, aquella mano tocándome, comenzó a producirme una extraña sensación placentera. Me quede quieta. Aquel hombre parecía excitarse por momentos. Parece que le encantaba la visión de mi culo con la falda subida en la penumbra del asiento de atrás. Yo estaba de espaldas a él. El hombre que iba conduciendo, miraba por el espejo retrovisor de cuando en cuando y su cara era la misma que la de su amigo: Sediento de sexo.

Cerré los ojos. Quise no pensar. El hombre de mi lado, ahora me tocaba con las dos manos y se había aproximado a mí, de modo mientras me sobaba las tetas, yo podía notar su falo duro y grande entre mis nalgas. El placer que aquello me produjo fue indescriptible.

No podía creer que aquello me estuviera pasando a mí. Permanecí inmóvil. Ahora sentía que el placer iba ganándole terreno al terror. Su polla me parecía enorme a pesar de notarla en mi culo a través de su pantalón.

En algún momento y de manera inconsciente debí hacer un movimiento de cadera para sentir aquello tan grande sobre mi culo y no se si el hombre se dio cuenta, pero se frotaba contra mí con mas fuerza y me dijo: -"Verás como te va a gustar, zorrita".

Al poco, el coche se detuvo en la puerta de una solitaria casa de campo. No se veía ninguna luz alrededor. Los dos hombres bajaron, y entre los dos me sacaron del coche y me subieron a la planta de arriba de la casa, dejándome en una habitación sobre la cama. Una vez allí, me quitaron las cintas adhesivas de la boca y las de los pies y las manos. Me dijeron , tras cerrar con llave la puerta de la estancia que podía gritar lo que quisiera, que nadie me iba a oir. No dije nada.

Uno de ellos sacó un paquete y dijo:

  • Póntelo.

¡Cielos! ¡Era el conjunto de lencería que me habían comprado una hora antes! Entonces entendí lo de preguntarme la talla. Lo que estaban comprando ¡¡Era para mi!!.

No tenía otra alternativa. Pasé al baño contiguo y me lo puse. Aunque estaba muy asustada, pude verme en el espejo: El minicamisón negro semitransparente dejaba ver unas braguita preciosas, con encajes y muy pequeñas y un sujetador también muy sexy que me realzaba los pechos. Estaba verdaderamente sexy.

Con esta indumentaria salí del aseo y ellos se quedaron boquiabiertos. Estaban desnudos y tocándose sus pollas. Se veían enormes. Me ordenaron que me sentara en la cama entre ambos. Así lo hice. De inmediato comenzaron a tocarme las piernas, jadeantes y me tumbaron en la cama boca arriba. Siguieron tocándome muy excitados y sus manos en mi entrepierna, hicieron que me subieran oleadas de calor a la cabeza.

Me abandoné cuando uno de ellos empezó a tocarme el clítoris. Ahora ya mi respiración jadeante se hizo evidente y empecé a mover las caderas, tal era el placer que me producía. En un momento me puse toda húmeda y ello los animó todavía más.

¡Pero que me estaba pasando Dios mío!

Ellos estaban excitadísimos así que si pensarlo dos veces me abrieron las piernas y el mas grande, se coloco sobre mí. Colocó su enorme polla en la entrada de mi vagina y empezó a empujar despacio. Yo no podía mas y me apreté contra él para que la penetración fuera mas rápida. En un instante, me sentí llena con aquel aparato dentro de mi. Comenzó e empujar a meterla y sacarla cada vez mas rápido. Era delicioso. Nos corrimos los dos. Su leche chorreaba por mi vagina y salía hacia afuera

Enseguida su compañero reclamaba su turno y ocupó la posicón del primero. Su pene era igualmente delicioso. Se corrió enseguida. Yo quería mas y mas. Me inundó de leche, que se mezcló con la de su amigo. Estaba fuera de mis cabales. Me masturbé mientras ellos se recuperaban, lo que a la vista de mi, mastubándome, no tardó mucho tiempo.

Me volvieron a follar alternándose uno y otro. Mientras uno me follaba, yo mamaba al otro. Nunca me he corrido tantas veces seguidas.

Pasamos toda la noche en una lujuria total. A ratos dormíamos y luego, otra vez a empezar. Fue increíble.

Por la mañana me dejaron ir y me llevaron a las inmediaciones de mi casa.

Era una situación muy extraña. Me habían forzado pero yo no había disfrutado nunca tanto del sexo. Ellos sabían que no iba a tomar ninguna medida contra ellos.

Cuando llegué a casa, Juan estaba al borde de un ataque de nervios. Eran casi las ocho de la mañana. No había dado señales de vida en toda la noche. Yo, aunque había intentado recomponerme, se notaba que había pasado una noche "toledana". Estaba despeinada. El semen me chorreaba todavía y me manchaba las bragas.

Le dije a Juan que necesitaba una ducha y que después hablaríamos. Tras ducharme, fuimos a la cama, donde le conté todo lo que había pasado. Estaba desconcertado. Yo le conté lo mucho que había disfrutado. No quería mentirle, pasara lo que pasara. De pronto, me di cuenta que tenía una enorme erección y me pedía mas "detalles". Le dí todo lujo de detalles mientras me follaba. Hacía tiempo que no me follaba así. Yo tuve el enésimo orgasmo de ese día.

A partir de entonces hemos tenido otras veces sexo con terceras personas, incluso me han follado en su presencia hombres que hemos encontrado por Internet y nuestra vida sexual se ha multiplicado. También hemos hecho tríos con mujeres y he de decir que me ha gustado y me he corrido con ellas.

No se en donde terminará esto, pero por ahora lo pasamos muy bien, siendo cómplices Juan y yo.

Hasta pronto.