La vendedora de calzado

Una vendedora de calzado descubre que sus pies no sólo sirven sirven para caminar.

Entré a la tienda de calzados. Me gusta esa tienda, tiene un salón inmenso, y las dependientes son tiodas mujeres jóvenes, de entre 20 y 30 años. Es verano, o sea que por copmodidad, todas calzado abierto con los preciosos deditos al aire. Una morocha me llama la atención. Piel café con leche, estattura media, pelo negro atado en un moño tras la nuca, bluesa azul pantalones azules con un puño elástico a media pantorrilla. Todo para qué, para que sus pies se destaquen como monumentos a al deseo fetichista. Usa sandalias de taco bajo, con una tira que nace entre los deditos mayor y el que kle sigue, y que se resuelve en dos tiras no muy anchas que mueren bajo el costado del pie de piel oscura. Son marrones, con un vivo blanco. No se destacan mucho, mejor hubieran sido de un color que destacara más sus pies.

Sus pies. Son toscos, pero muy atractivos. Pie grande, tipo 9 y medio, o 41 europeo. Dedos rotundos, grandes uñas redondas muy bien cortadas y, a pesar de todo, tan armónicamente toscos, tan atractivos que mi verga da un salto en el pantalón y en mis testículos el calorcito del deseo por un pie femenino comienza a aparecer.

Va y viene por salón trayendo y llevando cajas de zapatos para los clientes, le miro tan fihjamente los pies, que hasta las otra chicas se dan cuenta.

Ella me mira furtivamente hasta que me viene a atender. Le solicito un par de tenis que vi en vidriera, los va a buscar y le sigo el flip flap con mis ojos, con mis oídos, con todos mis sentidos.

Vuelve, me alcanza la caja y se queda parada frente a mí, me agacho para probarme el calzado y aprovecho para regocijarme con el espectáculo de sus pies a 30 centímetros de mis ojos. Me demoro más de la cuenta, pido otro par, sólo para verla ir y venir, sus pies yendo, sus pies viniendo. Sus pies a mi disposición para mirarlos. ¡¡Qué pies!!, cómo me calientan, no me los puedo sacar de la cabeza. La cando pidiéndole más tipos de calzado.

Al fin se sienta a mi lado, yo clavo los ojos en sus pies, ahora con su pierna cruzada y moviendo los dedos hacia arriba. ¿Se habrá dado cuenta al fin?

Sí, se dio cuenta.

  • ¿Qué tienen mis pies para usted, señor?

  • Belleza, una belleza que me obliga a admirarlos

  • ¿Los pies?

  • Sí TUS pies.

  • ¿Y porqué los pies?

  • Porque lo más lindo de una mujer, para mí, son sus pies.

  • ¿Y qué hace con los pies de las mujeres?

  • Los beso, por ejemplo, también los acaricio, los saboreo.

  • Si están limpios, me imagino.

  • Imaginás bien.

  • ¿Y mis pies le gustan mucho?

  • Más de lo que imaginás o podés entender...

  • Mmmmm...

  • ¿Nunca te besaron los pies?

  • Nooo, nunca

  • ¿Te gustaría?

  • ¿Usted está loco?

  • Sí por tus pies. Son únicos, los deseo más que a cualquier otro pie. Poneme frente mío los 30 pies más bonitos del muno y elegiría los tuyos.

Me miró a los ojos, se levantó, y ordenó escuetamente que la siguiera.

La seguí hasta el depósito trasero. Se sentó en una caja alta, y me ofreció sus pies. Probemos, dijo.

Sin creer en mi buena suerte, la descalcé muy delicadamente, y besé cada deditos muy despacio observándonos mutuamente. Luego metí muy suavemente mi lengua entre su deditos más pequeñito y el siguiente, dió un respingo pero no retiró la escultural planta. Seguí lamiendo cada deditos de cada pie. Ella se acomodó y suspiró suavemente. Me dediqué a lamerle los pies, desde la punta de los deditos hasta el talón y a chupárselos con placer uno por uno, de a dos, todos juntos. Ella me miraba como hipnotizada. Su piel sabía saladita, muy suave, y tenía un ligero aroma piel de pies limpios. Lamí, chupé, casi le arranqué la piel de los dedos de como succionaba. Mientras me dedicaba a un pie, ella apoyaba el otro sobre mi cabeza. Y me miraba cada vez con menos extrañeza. Le gustab el juego, y mucho. He chupado cientos de pies femeninos, éste esa el más gloriosamente conquistado y desvirgado por mi boca. Tosco, pero no feo, al contrario, era como algo de rara belleza al que le faltara pulido, un diamante en bruto. La práctica como footsucker me hace llegar hasta donde da una mujer. Y ésta estaba para más. Seguí lamiendo, chupando, besando hasta que se aflojó del todo. Decidí detenerme. No quería compormeterla si alghuien entraba. a habría oportunidad. Había probado las mieles de un pie de color, y ella el placer de ser lamida y chupada en sun lugar más íntimo, un lugar que ninguna mujer se deja tocar con la lengua, el interior entre los dos deditos más pequeños.

Me levanté, le agradecí, me agradeció, la calcé y salimos. Mi saliva brillaba en sus dedos. Ella estaba como entrance, sonriente, distraída y muy relajada. Esa es la magia que se provoca en una mujer cuando uno sabe adorar bien los pies femeninos.

Salí, sin comprar nada, ya volvería. Sus ojos clavados en mi espalda. El sabor de sus pies en mi boca, su perfecto aroma en mi nariz, el tacto de su piel en mis labios.

Me fui a lo de mi portituta preferida, que ya me conoce y tenemos una relación de años. Me recibió, me arrojé sobre sus pies, la descalcé, le chupé los pies con desesperación. Me saqué la verga afuera del pantalón, me quedé parado frente al sillón, ella, muy sabiamente me pajeó cosn sus habiles dedos, mientras yo me imaginaba que eran los deditos color chocolate con leche los que me recorrían la verga desde arriba hasta abajo. Exploté brutalmente. No me demoré mucho.