La vedette - primera parte

Adriana había pasado toda su vida en los teatros, sin conocer a un auténtico macho. Hasta que le llegó el día...

Se llamaba Moncho y trabajaba haciendo mantenimiento en un barrio privado. Medía 1.85, negro como un hacha, tenía antepasados coyas. Era muy fornido, ya que había tenido que trabajar en albañilería desde los 16 años y ahora tenía 22. También era muy peludo en todo el cuerpo, incluida la espalda. Había empezado a desarrollar como todos los chicos, a los doce o trece años, pero no había parado desde entonces. Los amigos que lo veían en las duchas después de jugar al fútbol, le decían que lo que tenía entre las piernas no era normal, y cuando empezó a tener relaciones se dio cuenta de que no se equivocaban. No sólo era larga, como de 27 centímetros, sino muy ancha (ocho centímetros) y esa es la parte más difícil para las chicas. Para colmo, la cabeza era grande como una pelota de tenis, lo que asustaba de sólo verla.

Trabajando en el barrio privado había conocido a algunas personas importantes. En general se llevaba bien con todos, pero un día se enteró que iba a venir a vivir en un chalé Adriana Lencina; él nunca la había visto, claro, porque había brillado en el teatro de revistas en los años setenta, pero la gente siempre siguió hablando de ella, así que sabía quién era. Además, Moncho se había tomado el trabajo de buscarla en internet, y pudo ver lo hermosa que era. Claro que ahora andaría ya por los setenta años, y supuso que estaría cambiada. El chalé que iba a comprar estaba justo al lado de uno donde Moncho estaba arreglando las cañerías, así que el día que llegó pudo verla. Como estaba cerca de la ventana, vio todo muy claro. Llegó en un auto reluciente, y la trajeron dos muchachitos muy jóvenes, los dos con enorme pinta de trolos. Los chicos bajaron primero y cuando bajó ella, el macho la reconoció enseguida. Claro que era una señora madura, pero seguía teniendo esa infernal cara de putarraca que tienen muchas vedettes; el pelo teñido de rubio platinado, los labios muy gruesos, y encima estaba toda vestida con un pantalón de cuero; llevaba una blusita que parecía a punto de reventar por las tetas enormes que tenía, y cuando se dio vuelta rumbo a la casa, Moncho se quedó un rato mirándole el orto.  Era lo mejor que había visto en su vida, como dos medialunas perfectas y grandes. Se le puso la chota del tamaño de un rollo de cocina y en ese mismo momento se dijo: “Yo a ésta la reviento”. Estaba muy decidido.

Para colmo, antes de llegar a la puerta de su nueva casa, ella se dio vuelta y sus miradas se cruzaron. Tenía unos ojos verdes hermosos. Le sostuvo la mirada un rato, como si estuviera ofendida porque él le esté mirando el culo, pero como vio que el joven no bajaba la mirada, al final la bajó ella.

Las cosas habían empezado como al hijo de puta le gustaban…

Los maricas la ayudaron a entrar unas cosas y se fueron enseguida. Moncho aprovechó para decirles a los de la casa donde estaba que tenía que comprar algo para la cañería (era todo macana) y salió rumbo a la casa nueva. Tocó el timbre. Ella se asomó sin abrir la puerta del todo.

-¿Sí? -le dijo, porque había reconocido al guacho que la estaba mirando por la ventana.

-Hola -le contestó él-. Me llamo Moncho...

-¿Y? -le dijo ella, poniendo cara de desprecio.

Él se la quedó mirando sin contestarle, para que se diera cuenta de que su tono no le había gustado. Ella recapacitó y cambió la voz.

-Perdón -le dijo-. No te conozco...

-Ya me vas a conocer -dije el machito.

-¿Qué?

-Que ya me vas a conocer -repitió él y la desnudó con la mirada-. Yo hago mantenimiento. Cualquier cosa que necesites, estoy trabajando en la casa de al lado.

Ella se quedó pensando un rato, sorprendida por su audacia, hasta que le contestó:

-Mirá, acá en la casa está todo bien, así que…

-Buscame en la casa de al lado, ya te dije -terminó él y se dio vuelta para irme. Ella tardó en cerrar la puerta. La había dejado con la boca abierta.

Moncho no tuvo novedades de ella durante dos días, pero el viernes pasó algo raro. El dueño de la casa donde trabajaba le dijo que un hombre lo buscaba y él salió al patio a ver quién era. Era un tipo de unos cincuenta y pico que le preguntó si era Moncho. Le dijo que sí y el tipo le informó que la señora Lencina tenía un trabajo para él, y que si podía pasar cuando terminara. Moncho le dijo que más o menos a las seis podía ir y él tipo contestó que estaba bien; lo había mirado de arriba abajo y se fue con la nariz levantada.

El mismo tipo lo recibió en la casa de la vedette, y le señaló un aire acondicionado que andaba mal: era pleno verano. Moncho no vio a la yegua por ningún lado y seguía preguntándose quién era ese tipo. Al rato apareció ella y lo sacó de dudas, porque le dio al tipo un beso en la mejilla se le acercó y le dijo:

-Hola, veo que ya conocés a mi hermano.

Moncho se secó el sudor de la cara con la remera y le respondió:

-Sí, me fue a buscar.

-Bueno, bueno, bueno -qué bien -, a partir de ahora él te va a decir todo lo que tenés que hacer, así que hacé de cuenta que es tu jefe.

Moncho la miró fijo y le dijo:

-Yo no tengo jefe.

Ella lo miró con una nueva sonrisa de desprecio y fue a hablar con el hermano; el villero se dio cuenta que cada tanto lo señalaba con el mentón y se reía, como burlándose…

Estas situaciones se repitieron durante unos días, ya que el hermano le dio trabajo toda la semana. Se había quedado a pasar unos días y a veces también aparecían los putos que habían traído a la yegua, así que la mujer nunca estaba sola. Para colmo, Moncho se dio cuenta de que cada día se ponía más provocativa; el viernes siguiente cuando sólo le faltaba un día para terminar, pasó por al lado de él con una bikini y un pareo, rumbo a la pileta que tenía afuera, y allí se sentó junto a su hermano… El macho podía ver todo, porque estaba arreglando las ventanas. A principio Adriana se aflojó un poco el corpiño y se quedó tomando sol boca arriba, pero cuando se dio cuenta de que el muchacho la miraba, se puso boca abajo, y se metió la tirita de la bombacha bien adentro del culo. Hasta ese día, Moncho había tratado de prestarle la menor atención posible, pero no pude resistir tanta belleza y el tronco se me puso rígido. Era imposible disimular cómo se le había parado la pija, por el tamaño desproporcionado que tenía y porque además se veía un bulto enorme bajo el pantalón. Estaba distraído y no se dio cuenta de que justo pasaban los putos y lo estaban mirando; estaban llevando unas latas de cerveza afuera, dos cada uno… Le dio mucha risa la situación; se acercó a ellos y les preguntó:

-¿Y a ustedes qué les pasa?

Los dos eran muy carilindos y lampiños, uno rubio y el otro moreno. Moncho advirtió que estaban haciendo grandes esfuerzos para no mirarle el bulto, pero la vista se les iba sola a su entrepierna.

-Nada, no pasa nada -dijo el moreno y tragó saliva.

-Estábamos yendo a la pileta con Adri y Lolo… Perdoná si te interrum… ¡Ay, no sé qué decir! -dijo el otro.

Estaban temblando de los nervios y al macho le dieron mucha ternura con sus voces de mujercita. Le arrebató una cerveza fría al rubio de la mano, y él se la dio sin decir nada. Moncho la abrió y empezó a beber…

-¿Tienen plata encima? -les preguntó.

-¿Perdón? No te entiendo -dijo el morenito.

Moncho lo miró muy serio y el putito se meó un poco.

-Ay, sí, sí, tengo -se apuró a decir y sacó la billetera de su bolsillo. Iba a abrirla para ver la plata, pero Moncho se la quitó y la abrió él. Había como seis mil pesos. Se los guardó en el bolsillo y le devolvió la billetera vacía. Cuando miró al otro, no pudo evitar sonreírse. El rubio ya estaba con la billetera en la mano y se la ofrecía. Moncho le sacó cuatro mil pesos más.

-Con esto está bien -les dijo y miró hacia la pileta -. Esos dos van a estar distraídos un rato, así que tenemos tiempo… Vamos…

-¿Adónde? -preguntó el morochito, con dudas.

-A la habitación de Adri, ustedes conocen la casa.

Ni se les ocurrió contradecir al macho, tan dependientes se sentían, aunque estaban muy nerviosos por toda la situación. Empezaron a caminar y trataron de dejar las cervezas sobre una mesa.

-No, traigan las cervezas, ya me terminé ésta -les dijo Moncho, dejando la lata vacía en el suelo -Vamos, nenas, que no tengo todo el día, muevan los culitos.

Moncho dejó que los putos lo guiaran hasta el cuarto de la vedette.  Tuvieron que subir las escaleras, y el villero aprovechó para darle un par de chirlos en el culo a cada uno. Los pobres putos se miraban entre ellos…

Al fin llegaron a la habitación de Adri, y a Moncho le encantó. Tenía una cama “King” con sábanas de seda, un ajuar con infinitos perfumes y otros cosméticos y un guardarropa espectacular. Las paredes estaban adornadas con afiches de los espectáculos de hacía treinta y cuarenta años, y a ella se la veía hermosa. A Moncho se le puso todavía más dura de lo que estaba.

-Ay, si viene Adri nos vamos a meter en un lío, señor… -dijo el morochito.

Moncho se sentó en la cama y le preguntó:

-¿Cómo te llamás?

-Juli… Me llamo Juli… Pero si viene Adr…

-Callate -le dijo Moncho.

Juli se puso a temblar y Moncho le preguntó su nombre al otro puto.

-Me dicen Lali, señor respondió el rubiecito.

Moncho se había sentado apoyándose en sus fuertes brazos y con las piernas muy abiertas, lo que le marcaba bien los casi treinta centímetros de poronga. Lali, que estaba a punto de llorar, se acercó al macho y le acarició el rostro moreno… Después, mirándole el bulto, le preguntó con un hilo de voz:

-¿Puedo?

Juli también se había acercado, respirando fuertemente. Moncho abrió otra lata de cerveza y, sin mirarlos, les dijo:

-Empiecen.

Las dos “nenas” se arrodillaron en la delicada alfombra azul, y lo primero que hicieron es acariciar la morcilla por encima del pantalón. Se miraban entre ellas, avergonzadas, hasta que Juli pasó su suave y lampiña carita por sobre aquella montaña.

-Por Dios -dijo Lali -Por Dios, si llegan a venir Adri o Esteban…

Se dio cuenta tarde de que el Moncho ya estaba perdiendo la paciencia, pero cuando quiso corregirse, el negro villero ya le había metido un soberbio sopapo…

-¡Ay, perdón, perdón….! -dijo Lali, y ya no perdió más tiempo; desabrochó inmediatamente aquella bragueta y le bajó a Moncho los pantalones hasta las rodillas. Juli no se quiso quedar atrás y, tragando saliva, le bajó muy dulcemente el slip. La soberbia chota quedó al descubierto, dura como un canto rodado y tan grande que las dos “chicas” lanzaron juntas un gritito. Jamás habían visto nada ni siquiera parecido. Juli fue la primera que saboreó la cabeza combada, y después hizo un esfuerzo gigantesco para meterse en la boquita todo lo que pudo de aquella verga. No llegó ni siquiera a la mitad, pero se puso a sobar con todo el amor del mundo. Después empezó a lamerla por el costado y Lali sacó la lengüita e hizo otro tanto; ambas chicas se turnaban para comer la pija desde arriba sintiendo las toscas caricias del macho en sus cabezas. Al final, Moncho se puso de pie, les mandó que juntaran y levantaran las caritas y se puso a hacerse una paja que duró apenas medio minuto. Las nenas gritaron más fuerte aún cuando él empezó a largar la leche y esta vez el macho le dio una cachetada a Juli y después zamarreó del pelo a Lali.

Las dos amigas no lo podían creer, Moncho estuvo acabando largo rato y las empapó a las dos. Cuando terminó, las mandó besarse y compartir la leche, lo que las hembras hicieron enseguida.

De repente, la voz de Adriana se escuchó en el living:

-¡Juli, Lali, ¿dónde están?! ¿Y las cervezas?

Las chicas se asustaron como nunca en la vida, pero Moncho estaba muy tranquilo; les pasó las peludas manos por la cara, embadurnándolas un poco más con la guasca, pero pegándoselas a la piel de tal manera que ya se veía poco de lo blanco, aunque el olor era muy fuerte. Todavía quedaban dos cervezas, así que Moncho las mandó frenar a la yegua y llevarle esas dos latas.

-¡Muevan el orto, putas, vamos! -les dijo.

-¿Y vos? -atinó a preguntar Lali.

-Ustedes hagan lo que les mando, ¿creen que yo no puedo con esa conchuda?

Las dos “amigas” obedecieron, y Moncho las escuchó inventar mil excusas por la tardanza.

-Ya íbamos, Adri…

-Lo que pasa es que este se metió en el baño y no salía más…

-Dejaron una lata vacía en el living -respondió ella; sentía el olor intenso del macho, pero no entendía de dónde venía-. La verdad que…

En ese momento Moncho salió de la habitación. Adriana se puso roja.

-¿Y vos qué hacías ahí?

-Hola, por fin te veo -respondió el macho-. Si no, tengo que hablar todo el tiempo con tu hermano.

-Te pregunté qué hacías en mi habitación -levantó ella el tono.

-¿Y no sabés saludar primero? -dijo él.

Adriana miró a los trolos, como pidiendo ayuda; como ellos bajaban la cabeza, al final dijo:

-Mirá, si vas a…

-Estaba mirando la ventana de tu cuarto, desde afuera se ve que necesita pintura -dijo Moncho y volvió al living.

Adriana, totalmente confundida, levantó la mano y se desquitó con sus amiguitas.

-Ustedes dos son de lo que no hay… Apúrense.

La vedette volvió a salir al patio; entonces las maricas se miraron, y se dieron cuenta de que el plan de Moncho era reventarse también a Adriana.

Ninguna de las dos tuvo dudas de que lo iba a lograr…