La vecina putita

Soy conserje de una comunidad de vecinos. Cuando descubrí que la hija de unos vecinos hacía de puta conseguí que ella hiciera todo lo que le pidiera para evitar que se lo dijera a sus padres.

Tengo 55 años y desde hace unos diez años trabajo de conserje en una comunidad de vecinos de Les Corts y tengo que decir que hay algunas vecinas que me hacen fantasear y de tanto en tanto me masturbo pensando en ellas. Las hay jovencitas, estudiantes que tienen unos cuerpecitos que con el paso de los años se desarrollarán y alcanzarán la madurez sexual; otras mayores, totalmente desarrolladas y ya dispuestas al goce y por último algunas madres que están para mojar pan. Yo en la entrada las veo pasar cada día y disfruto con la visión de sus cuerpos.

Hace unas semanas, cuando estaba a pocos metros del trabajo, vi una tarjetita en el parabrisas de un coche. La cogí  y leí lo siguiente: “Muy jovencita discreta y puntual... ¡para lo que tú quieras! Tengo apartamento cerca. Mejor de lunes a viernes de 12 a 19. LLÁMAME, mi teléfono es...” Me la guardé en el bolsillo y pensé que algún día me podría servir.

Pasaron los días y leí en el diario que el jueves habría huelga de transportes. No tendría tiempo de ir a casa a comer y decidí quedarme cerca del trabajo y comerme un bocadillo. Y después se me pasó por la cabeza la tarjeta. La saqué de la cartera y llamé al número. Quedé con la chica al mediodía. Me pasé la mañana mirando el reloj, deseando que llegará la hora del encuentro con la putita. Me la imaginé de todas las maneras posibles, ¿sería muy jovencita? Me daría gato por liebre y sería más talludita, ¿sería guapa o un cardo? De todo pasó por mi cabeza... alta, baja, gorda, delgada... ¿y las tetas?

Llegó la hora y me dirigí a la dirección que me había dado la chica. Era un apartamento a tres calles de la casa en donde trabajo. Llamé al timbre y sin preguntar nada me abrió. Era en el entresuelo, pero para ir más calmado cogí el ascensor. Llamé al timbre y cuando se abrió la puerta y la vi me quedé petrificado. Era Carmen, la hija mayor de los vecinos del sexto primera. Hacía unos meses que había cumplido los dieciocho y era una preciosidad, alta, morena, con unas tetas ni muy grandes ni muy pequeñas y un culito respingon. Llevaba un micro top amarillo, muy ajustado que aprisionaba sus tetas y marcaba sobremanera sus pezones y un pantaloncito blanco que remarcava la raja del coño y del culo. Cuando me vió se puso roja como un tomate. Solo pudo balbucear “señor Eduardo, es usted...¿que hace aquí?...” Entré, cerré la puerta y con mirada lasciva le dije que había visto su tarjeta y estaba allí para probar el género y viendo quien era, suponía que me saldría gratis... esa vez y las posteriores. Ella intentaba convencerme que había sido un error, que ella no sabía nada, que estaba en casa de una amiga y justo minutos antes había salido a hacer un recado... yo me la miré de arriba abajo y desnudandola con la mirada le dije que si no quería que sus padres supieran nada, tendría que hacer lo que le dijera a partir de ese momento. Se puso a llorar y yo me acerqué, la rodee con mis brazos e intenté calmarla. Le dije que a partir de ahora nada cambiaría, ella podría seguir con su doble vida siempre y cuando estuviera disponible para mí. La abracé con fuerza  clavando sus tersas tetas en mi pecho mientras le magreaba el culo y aposentaba mi polla, que ya estaba dura, entre sus piernas.

Me separé unos pasos de ella, saqué el móvil y lo puse en modo vídeo. Carmen no tenía ganas de rechistar y me dejó hacer, la filmé en todo su explendor recorriendo todos los rincones de su precioso cuerpo. Seguía sollozando y le dije que dejará de fingir, que fuera una profesional y que a partir de ese momento me pertenecía en cuerpo y alma. Le pedí que se fuera desnudando poco a poco. Mientras la filmaba se quitó el top y me mostró sus lindas tetas, de un tamaño razonable, tersas, con unos lindos pezones, oscuros y proporcionados al tamaño del pecho. Al ver esas preciosidades no me pude resistir y se las toqué. Las tenía suaves y duras. Los días que me había pasado fantaseando con sus tetas!!!. Se las magreé con calma y se las besé, primero una y después la otra. Se las lamí con deleite y después me centre en sus pezones. Me encanta chutar un pezón y rememorar mi etapa infantil. Mi dedicación a sus tetas tuvo un efecto calmante en Carmen. Estaba gozando con mis besos y caricias y de tanto en tanto soltaba un gemidito de placer. Me di cuenta de que bajó su mano derecha y comenzó a tocarse el coñito, primero por encima del pantalón y después dentro. Alcanzó el orgasmo al cabo de un tiempo. Tras unos minutos con sus pezones, le bajé el pantalón y le magree los glúteos. Mi móvil seguía grabando su culito, su coño, totalmente depilado, tenía unos marcados labios que sobresalian formando un abultamiento que daba ganas de besar. La cogí en brazos y me la llevé al comedor. La puse sobre la mesa y me senté en una silla y me dispuse a saborearla como si fuera un plato exquisito. Le separé las piernas y empecé a degustar su almeja, poco a poco, Pasaba la lengua por la rajita, dejando un reguero de saliva. Carmen se mordió los labios. Gemía acompasadamente y se extremecia con mis lenguetazos. Introduje la punta de la lengua en busca del clítoris. Cuando lo alcancé Carmen dio un brinco. Moví la lengua con maestría alrededor del botoncito y la chica dio un grito más fuerte y un suspiro profundo.  Tuvo su segundo orgasmo.

Llegó el momento de pensar en mi. Me quité el pantalón y libere mi dolorida polla. Estaba mojada con las babas preliminares y había perdido un poco de consistencia. Me senté en el sofá y le pedí a Carmen que se acercara y  arrodillada. Con mi móvil en la mano quería inmortalizar el momento. Le pedí que mirara al móvil y empezara la labor. Me la cogió y sorbio las babitas, luego la besó y empezó a lamerla. Me bajó el prepucio  y me lamió el glande en toda su extensión. Me estaba dando un placer irrefrenable. Le pedí que se la tragara y se la zampó hasta el fondo de su garganta. Se la metía y sacaba a un ritmo cada vez más rápido hasta que no pude apuntar más y me corrí en su boca. No se desperdició ni una sola gota de mi jugosa leche.

Tenía hambre y le pedí que me prepara algo para comer. Sin vestirse, Carmen se fue hacia la cocina y al cabo de un rato volvió con una bandeja que dejó sobre la mesa. Mientras comíamos le magreaba las tetas o metía un dedo en su coñito. Ella tampoco se quedó corta y estuvo toda la comida aferrada a mi polla. Me la puso dura y cuando llegó el postre le dije que lo que me apetecía era follarmela. Entonces me cogió de la mano y me llevó a la habitación.

Tenía una gran cama de matrimonio y se tumbó en ella nada más entrar. Me detuve en el umbral de la puerta y contemplé el espectáculo. Busqué un lugar en la habitación para dejar el móvil para que grabara el momento. Tenía para mi solo a una jovencita preciosa y dispuesta a lo que fuera para que guardara el secreto y no se lo dijera a sus padres. Me había tocado la lotería. Verla sobre la cama me había excitada y ya tenía la polla dispuesta a dar guerra. Me senté junto a ella y puse mi mano sobre su coño. Pasé la mano con suavidad, recorriendo la rajita, palpando su sexo, poco a poco, mientras ella separaba las piernas y cerraba los ojos con la intención de disfrutar con mis caricias. Cuando metí la yema de mi dedo índice dio un respingo, lo saqué y lo volví a meter. Durante un minuto hice lo mismo varias veces. Empezaba a tener el coñito húmedo y cuando rocé su clítoris Carmen gimió. Introduje un segundo dedo y la penetre con suavidad aumentado el ritmo y recibiendo como respuesta gemidos y grititos de aprobación. Estaba tan lubricada que me sería muy fácil penetrarla con mi polla. Me puse encima y coloqué la puntito en la rajita y de una envestida seca se la introduje un par de centímetros. Carmen se estremeció deseando tenerla más dentro de sí. Me suplicó que se la metiera hasta el fondo que quería sentirla dentro, muy dentro. El mete saca fue rápido y acompasado hasta que no pudo aguantar más y me regaló un sonoro grito de placer, era su tercer orgasmo. Fue entonces cuando acelere mis envestidas y descargué mi leche en su cálido coño. Estuve unos segundos disfrutando del momento sin sacarla notando como mi polla se iba desinflando y regueros de semen salían por los bordes de su conejito. Me tumbe a su lado y cogiéndole una tetas me dormí succionandole el pezon.

Me despertó el timbre del reloj, era la hora de volver al trabajo. Me vestí rápidamente y dándole un morreo me despedí hasta el día siguiente. Era mi putita y quería que lo fuera siempre...