La vecina del 4D
A pesar de ser casada, la bonita vecina no le hace asco a la aventura.
La historia que voy a relatar es verídica y empezó hace relativamente muy poco.
Me llamo Daniel y vivo en el séptimo piso de un edificio situado una ciudad del gran Buenos Aires. Tengo 39 años, mido 1,90, soy divorciado hace casi un lustro y, aunque jamás volví a establecer pareja estable, desde mi separación nunca he tenido problemas con las mujeres.
Resulta que hace como un año, me crucé en el ascensor a una mujer muy llamativa. Rubia, como de 1,70 de estatura, apenas algo rellenita, ojos celeste y muy bien vestida. La mujer llamó mi atención inmediatamente y la estudié en profundidad el tiempo que duró el viaje desde la planta baja hasta el cuarto piso, que era su destino.
Vestía con elegancia. Zapatos negros de fino tacón y un traje sastre gris don la pollera a las rodillas que me permitió admirar unas piernas bien torneadas, un trasero redondo y saliente y un buen par de melones. Le calculé unos 43 años y no pude dejar de notar que tenía cara de putita elegante. La verdad es que estaba para partirla.
El viaje transcurrió en silencio pero me pareció que ella se fijaba en mí. Su mirada, después de eso me pareció algo extraviada.
Pasó el tiempo y, sin haberla vuelto a ver, olvidé el incidente. Sin embargo, unos tres meses después del primer encuentro, volví a cruzarme con ella en el hall del edificio. Esta vez iba acompañada de un hombre que identifique inmediatamente como su esposo- y una niña de unos 4 años.
Al hombre ya lo conocía, aunque nunca lo había asociado a la mujer. "Lástima", pensé, "si está casada y vive en mi edificio es casi imposible de abordar". El tipo era gordo, con cara de sufrido oculta por una barba canosa. No daba la impresión de ser el hombre para ese pedazo de hembra.
Tiempo después, mientras charlaba con el encargado del edifico en el hall volví a cruzarlos y esta vez intercambiamos saludos casuales. Cuando se hubieron ido me animé a preguntar por ellos al encargado y él me dijo que eran del departamento 4D. También me dijo que él trabajaba en Capital y que ella era psicoanalista con consultorio propio en un edificio del centro.
De nuevo pasó el tiempo y sucedió otra cosa. Una tarde que llegaba de mi trabajo el encargado me comentó que una mujer que eventualmente habría yo cruzado en algún momento, le había preguntado por mí. Yo no quise dar idea de "desesperado" y no pregunté mucho. De cualquier manera el encargado no sabía demasiado porque, me dijo, creía que era una amiga de "la del 4D".
Ese último dato llamó mi atención. La mujer del 4D me había parecido abordable hasta que la ví con su familia. Sin embargo, si tuviese que dar mi impresión diría que era del género liberal, es decir que no daba la idea de ser una mujer que se hiciera mucho drama ético por una infidelidad eventual. Tal vez sus amigas fuesen del mismo tipo. Tal vez fuese una divorciada "a la pesca".
Sin embargo no pasó de ahí. Y como nada podía hacer, nada hice.
Un par de semanas más tarde volví a encontrar al encargado y esta vez me dio un teléfono de la amiga. Ella se lo había dado encomendándole que me lo hiciese llegar. "Audaz", pensé.
Pero no la llamé. En esos momentos yo estaba saliendo con una hermosa mujer que me interesaba y que prácticamente ocupaba todos mis pensamientos. Me pareció poco oportuno complicarme en una situación de infidelidad.
Sin embargo, la relación que yo mantenía se diluyó unas semanas más tarde y cuando recordé el teléfono pendiente no pude encontrar el papel que me diera el encargado. Mala suerte, me dije, y no me preocupé más por el asunto.
Pero la cuestión no iba a terminar ahí. Para mi sorpresa una tarde no lejana coincidí otra vez en el ascensor con mi vecina. Estaba despampanante: vaqueros ajustados, botas de puntita negras de tacón y una polera ajustada que marcaba unos senos prominentes y erguidos.
Nos saludamos con mas familiaridad y sin preguntar oprimí el botón de su piso.
En el ascensor y para mi total sorpresa, me dirigió la palabra e inició una conversación que me agarró en un momento de inspiración. Paso a reproducirla.
¿Sabés?, me dijo con cara de perra, conozco a alguien que está esperando tu llamado.
Yo esbocé una sonrisa nada inocente y automáticamente, casi sin pensar contesté ¿Sos vos?
Ella rió apenas y me dice "No, yo soy una mujer casada".
Y de nuevo contesté con bastante audacia: "No creo que seas de las mujeres que se detienen en ese tipo de detalles. Además soy muy discreto y siendo que sos psicoanalista, podría pedirte una cita profesional."
Ella no dijo nada pero tampoco dio impresión de molestarse por el comentario. De hecho, casi podría jurar que le había causado cierto gusto.
No hubo tiempo para más. El Viaje había terminado y el mensaje que ella quería darme había sido entregado. ¿O me había entregado dos mensajes?
De cualquier forma yo había perdido el teléfono de la amiga y no me daba la cara para pedirlo otra vez. En cuanto a ella, bueno, seguía siendo inabordable.
De nuevo fue el encargado el que destrabó la situación unos días más tarde. Ocurrió que, quejándose por el horario de limpieza del hall, inocentemente me dice "tengo que limpiar después que se van todos porque me enoja que pasen cuando el piso está mojado. Por suerte salen todos juntos a las 7 de la mañana. Los del 8ª, que abren la escribanía temprano; los del 6c y el del 4d, que se va a la oficina y deja la nena en la escuela, también los del
No seguí escuchando lo que me dijo después. Me había dado información valiosa: la del 4D se quedaba sola a las 7 de la mañana. Tenía que usar el dato en mi favor y estaba dispuesto a hacerlo sin demora.
Al otro día fui a trabajar normalmente pero avisé que el siguiente lo tomaría libre.
Aproveché para dormir un ratito más y me levanté a las 6. Me bañé, me afeité y me vestí formalmente. A las 0650 me senté en el hall del edificio como si esperara que me pasaba a buscar alguien.
El encargado había tenido razón: todo el mundo salía a la misma hora. Pude observar el desfile interminable de vecinos que corrían presurosos a sus labores.
A las 0710, cuando ya creía que algo iba a salir mal, el ascensor se abrió y el vecino del 4D salió con la nenita. Me sorprendió ver que la esposa aún no sabía su nombre- los había acompañado hasta la Planta Baja y, si bien no salió del ascensor pude apreciar que estaba envuelta en un salto de cama aunque maquillada y peinada. Me pareció evidente que se tomaría su tiempo solo para vestirse y también, quizás más tarde, concurrir a su trabajo.
Noté también que me miró lascivamente. Fue un instante, pero me di cuenta. Tal vez por pudor de que la hubiera sorprendido de "entrecasa" no me saludó. Pero noté que su mirada se posaba en mí y también percibí que nadie se había dado cuenta de esa mirada. Ella se despidió de su esposo y de la hija con un tibio beso y cerró el ascensor para regresar a su piso, no sin antes mirarme un segundo más.
Esperé unos 5 minutos hasta que el auto del esposo salió de la cochera y se confundió en el ya imposible tráfico de la ciudad. Había llegado el momento.
Sin vacilar tomé el ascensor otra vez y marqué el 4 piso. Descendí rápidamente y toqué el 4D.
Tuve que esperar unos segundos hasta que sentí que el protector de la mirilla se accionaba. Era un momento clave: podía abrir la puerta o podía preguntar quién era. Si hacía lo segundo yo me las vería en problemas para dar una excusa que justificara tocar timbre a esas horas tan desacostumbradas.
Pero con alivio sentí que la puerta se abría y que ella se asomaba con cara algo asombrada.
"¿Puedo pasar?" dije avanzando sobre la puerta semi abierta y entrando al living. Ella sostenía la manija y cerró sin quitarme los ojos de encima y manteniendo cerrado su salto de cama con la otra mano. Estaba asombrada y me dí cuenta de que le costaba articular una protesta por la intromisión.
Al fin, cerró la puerta y me dijo algo enojada "¿Qué se supone que hacés acá? Mi esposo no está y
No le dí oportunidad de reacción. Acorté la distancia que nos separaba y le dije "Precisamente" tomándola del culo con ambas manos al tiempo que buscaba besarla en los labios.
Ella se resistió, pero no podía arriesgarse a gritar por temor a un escándalo. Yo no cedí .En unos segundos tenía mi lengua en su boca. Ella se había rendido.
Su bata se desprendió y pude ver sus perfectos senos de bisturí. No llevaba ropa interior. Mi mano buscó su raja y la sentí mojada y viscosa. La perra había tenido relaciones con su esposo y evidentemente no se había lavado aún. Empecé comiéndole los senos. Lo hacía con pequeños mordiscos en los pezones duros y a cada uno ella tensaba su cuerpo por la excitación.
Abrazados la arrastré hacia un sofá cercano y la dejé desnuda. Ella desabrochó mi pantalón liberando mi pija e hincándose se la metió en la boca.
La situación era espectacular. La perra chupaba expertamente, desesperada. La muy puta era un volcán y me estaba por hacer acabar, cosa que yo no quería aún. Antes iba a reventarle ese culito redondo.
La acosté y empecé a lamerle la argolla. La mezcla de sus líquidos y el semen del cornudo eran de un sabor dulzón. Me calentaba la idea de que la perra había sido cogida minutos antes y ahora estaba deseosa de verga otra vez.
Levanté sus piernas, las apoyé sobre mis hombros dejando su raja expuesta a mi pija pronta a reventar. La penetré con fuerza y empecé a bombearla sin piedad.
Ella ahogaba sus gritaos de placer. "Te gusta putita" le decía y ella asentía. "Sos una perrita caliente" y ella asentía de nuevo.
Miré sus pies. Eran delicados con las uñas pintadas de rojo. No pude evitar la tentación de chupar sus dedos sin dejar de sacudirla.
Sus flujos empezaron a salir en cantidad. Ella mordía su muñeca para evitar los gritos de placer. Su acabada era interminable. Cuando mis piernas empezaron a cansarse la di vuelta dejando su culo en pompa.
"No, no me rompas el culo por favor" me susurró. Pero no le hice caso. Mi pija era una estaca y su ano lubricado por chorros de acabada cedió al primer intento.
"Sos un hijo de puta, me rompiste el culo!" me dijo sin dejar de moverse al compás de cada bombeada.
No aguanté mucho más. Mi chorro le lleno el ano y yo tuve que dominar mi grito de placer. Ella, extenuada, se derrumbó en el sofá.
Con la fuerza que me quedaba me incorporé y me vestí. Antes de irme, la tomé del pelo y la besé lascivamente.
Luego, sin palabras, me retiré.
La cuestión no terminó esa vez. De hecho aún sigue y también me he volteado a su amiga y a las dos juntas. Pero eso es otra historia.