La vecina de enfrente

De como comparto un momento íntimo con mi vecina de enfrente mientras ceno en mi casa con unos amigos.

Este es mi primer relato, y como todos los que espero escribir, de ahora en adelante, es 100% real. Solo indicar que se han variado los nombres los personajes para conservar el anonimato de las personas.

Llevo años leyendo los relatos de esta página, disfrutando de ellos y de las experiencias o fantasías de otra gente, pero hasta ahora no me había preocupado el escribir mis propias experiencias. El hecho es que a raíz de lo ocurrido con mi vecina de enfrente tenía que contarle a alguien todo lo ocurrido, pero no sabía a quién, así que... ¿qué mejor manera de hacerlo que de forma anónima en este foro de lectura?

Antes que nada he de presentarme. Para los que queráis ponerme un nombre... podéis llamarme Alex. Actualmente rondo la treintena de años, soy moreno, alto, y de complexión fuerte; tengo los ojos verdes y una gran sonrisa para regalar a quien se la merece. Aunque nací al sur de España, actualmente vivo en una gran ciudad al norte del país.

Hace menos de un año contraje matrimonio con la persona más maravillosa del mundo. Algo que sorprendió a mucha gente ya que durante toda mi vida he sido un golfo y me he corrido las mil y una juergas (muchas de las cuales espero poder relataros en esta página). Varios meses antes de la boda empecé a trasladarme al nuevo piso que iba a compartir con mi mujer, era pleno verano y el piso estaba completamente vacío. Durante dichos meses, mientras traía y llevaba cajas en el traslado, pude observar que en mi edificio no vive ni una tercera parte de los vecinos del inmueble y que en el piso de enfrente, justo cruzando la calle, pasaba tres cuartos de lo mismo. Para mitigar el calor, solía salir a la terraza y beberme una cerveza bien fría mientras observaba el ir y venir de la gente por la calle y cuando anochecía podía ver cuantas ventanas se encendían frente a mi casa.

Tres de las habitaciones de mi nueva casa dan a la calle, el salón y dos dormitorios (uno de los cuales es desde donde os escribo actualmente), todas ellas con amplias cristaleras, de las cuales dos dan a un pequeño balcón. Ninguna de las tres tiene cortinas en sus ventanas, ya que no teníamos presupuesto para comprarlas, por lo que si queremos preservar nuestra intimidad debemos bajar la persiana.

A la misma altura de mi casa, justo en el edificio de enfrente, se encontraba una de estas viviendas que solía estar vacía, raramente se veía a alguien en ella, algo que se dificultaba por el hecho de que las ventanas del salón de dicha casa eran tintadas para que durante el día no se pudiera ver el interior. Sin embargo por la noche, si encendían una luz, el efecto tintado desaparecía y se podía ver todo el interior de la casa y de un dormitorio. Como iba diciendo, las pocas veces que veía a alguien en dicha casa era porque tenían las cristaleras abiertas del salón debido al calor del verano y se asomaban como yo a la calle.

Al principio me costo discernir quienes eran los inquilinos reales de dicha vivienda, ya que casi siempre que había alguien era durante los fines de semana y porque hacían fiestas multitudinarias en ella. Pero poco a poco, y con el paso del tiempo, observé que había dos chicas habituales entre tanta gente diversa. Por los rasgos de ambas supuse que eran hermanas, y que el piso, a mi entender, estaba vacío y que ellas lo aprovechaban los fines de semana para montar sus fiestas o quedarse a dormir alejadas del hogar paterno.

Aunque de un balcón a otro habrá al menos una distancia de unos doce o quince metros, trataré de describirlas para que os hagáis una idea. Ambas eran morenas, la mayor (que rondaría los treinta) con el pelo rizado y con melena, y la menor (de unos veintimuchos) con el pelo largo y liso. Ambas de estatura media, con poco pecho, y culo prieto, aunque la mayor tenía las caderas más anchas que la menor. Solían ir bien vestidas, aunque abusaban de los vaqueros y los tops ajustados. Más de una vez las vi paseándose por la casa en bikini o con solo una camiseta y unas bragas, algo que empezó a despertar en mi el mirón que todos llevamos dentro.

Yo no sé si alguna de ellas también se fijó en que tenía nuevos vecinos en un piso que hasta ahora se encontraba vacío, pero si lo hicieron nunca lo demostraron.

Pasé todo el verano terminando de montar muebles, y trayendo mis cosas para iniciar mi nueva vida, haciendo caso omiso muchas veces de lo que ocurría justo enfrente mía. Llegó la boda, el viaje y más tarde nos instalamos en nuestro nuevo hogar.

Cuando llegó el frío, aunque este año ha habido más bien poco, las visitas a la casa de enfrente se redujeron, y solo los viernes a la noche o los sábados podía ver como se encendía la luz del salón, señal de que había alguien en la casa, para al cabo de una hora volver a apagarse y no dar más señales de vida hasta la semana siguiente. Otras veces me fijaba en que la persiana de la habitación contigua se había subido o bajado para notar que alguien había pasado por la casa. La tónica general era sobre todo que la chica mayor solía venir a eso de las nueve de la noche, se sentaba en el salón, se fumaba un par de pitillos, llamaba por el móvil o enviaba un mensaje, y a eso de las once desaparecía tal y como había venido. A la menor no solía verla tan a menudo, pero si aparecía era porque estaba la mayor de ellas. Se sentaba, charlaban durante una media hora, y luego volvía a desaparecer dejando a su hermana sola.

Creo que el hecho de que no tengamos cortinas en nuestra casa, también despertó su lado voyeur, ya que acostumbró a sentarse en una silla apoyando las piernas en otra mientras se fumaba un pitillo tras otro hasta que se iba. Su mirada siempre iba de un lado a otro de las ventanas de nuestro edificio, pero como ya he dicho, pocos vecinos residen en él, por lo que casi siempre estaba fijándose en nuestra casa para ver si veía a la joven pareja que habitaba en ella.

El caso es que mi mujer y yo decidimos organizar una cena con algunos amigos para celebrar la inauguración del piso. Como andamos escasos de sillas solo podemos tener a seis comensales alrededor de la mesa del salón, y como yo suelo estar arriba y abajo, sirviendo la mesa y llevando platos a la cocina, siempre me reservo el sitio que está justo enfrente de la ventana y que mejor panorámica tiene sobre el salón del piso de enfrente, mientras que el resto de comensales está de espaldas a la ventana o casi no tiene ángulo de visión.

Aquella noche, durante los entrantes pude ver como la luz del salón se encendía, como cada sábado por la noche, y que la chica mayor entraba a él. Mientras charlaba con mis amigos, ella se movía de arriba abajo, charlando por el móvil, y luego adoptaba como siempre su pose de mirona aburrida sentada sobre las dos sillas., mientras fumaba un cigarrillo tras otro. No sé porque no le presté mucha atención, pero mientras disfrutábamos del primer plato un movimiento por le rabillo del ojo hizo que me fijara en ella.

Mientras que con una mano izquierda sujetaba el móvil y hablaba con alguien, su mano derecha se encontraba incrustada en su entrepierna, moviéndose arriba y abajo sobre la tela de sus pantalones tejanos azules. ¡No me lo podía creer! ¡La tía se estaba masturbando delante de nuestras narices sin que nos diéramos cuenta! ¡Y todo lo hacía mirándonos fijamente mientras cenábamos!

Mi primer pensamiento fue gritarlo a viva voz para que todo el mundo se volviera y echar unas risas, reírnos de lo atrevida que era aquella chica y ver que hacía compungida cuando se diera por descubierta. Mi segundo pensamiento, mientras no paraba de mirarla, fue decirlo en voz baja, para que con disimulo la gente lo viera, pero habiendo chicas a la mesa y sobre todo con lo celosa que es mi mujer, sabía que la discreción sería algo inútil. Así que mientras no paraba de mirar, decidí ver como se desarrollaba la cosa y luego si eso contárselo a los demás.

Mientras tanto ella había dejado el móvil sobre una mesa mientras sin moverse de la silla donde estaba sentada estiraba las piernas sobre la otra silla y ya sin miramientos metía su mano por dentro de sus pantalones y continuaba frotándose su entrepierna, siempre sin dejar de mirar fijamente a lo que hacíamos. Por mi cabeza pasaron mil sensaciones en cuestión de segundos, primero culpabilidad por no llevar ni dos meses casado y ya estar mirando a otra mujer, luego miedo a ser descubierto y por último una gran excitación acompañada de la erección más dura que he tenido en mi vida. La gente hablaba a mi alrededor, pero yo no contestaba, o si la hacía era con monosílabos, ya que me encontraba totalmente absorto en tan delicioso espectáculo y hacía oídos sordos a lo que los demás hablaban, incluso el ruido me llegaba abotargado como si me encontrara debajo del agua.

Fue en el momento en el que la miré a los ojos en el que me di cuenta que se había percatado de que la estaba mirando. Pero ella no mostró signo alguno salvo la continua indiferencia. Poco a poco pude observar como sus manos cada vez se movían más deprisa bajo sus ajustados vaqueros y como, cuando llegó al orgasmo, cerró los ojos, echó la cabeza hacia atrás y exhaló un gemido que no pude oír. Luego incorporó de nuevo la cabeza, volvió a mirarme, sacó su mano de su húmedo conejo y descansó respirando entrecortada.

Fue en ese momento cuando alguien decidió hacer un brindis queme sacó de mi ensoñación, para ellos por la inauguración de la casa, por mi parte por el grandioso espectáculo que acababa de ver. Así que levanté mi copa, y mirándola fijamente sonreí. Ella debió entender el hecho en cuestión porque sonrió complacida. Luego encendió un nuevo cigarro y continuó observándonos.

Mientras preparaba el segundo plato, mi mujer se acercó a la cocina y me preguntó que si me encontraba bien, queme encontraba extraño, ya que casi no había dicho palabra en toda la noche. Yo solo pude comentarle que estaba un poco cansado, que prefería no salir esa noche cuando todo acabara. Ella me miró y aceptó sin saber el verdadero motivo de mi absentismo.

La cena continuó, mientras mi bella exhibicionista se fumaba otro pitillo y hacía otra llamada por el móvil. Cuando terminó de hablar mientras disfrutaba de su tabaco empezó a tocarse un pecho por encima del jersey de lana blanca que llevaba por encima., cada vez con más y más insistencia. Cuando terminó el cigarro, se levantó un momento, se deshizo del jersey y me mostró un top rojo con dibujos en el que se podía intuir dos pezones bien erectos que pugnaban por salir de la prisión que era el sujetador que los aprisionaba. Luego volvió a sentarse y continuó masajeándose las tetas por encima del top. Primero una, luego la otra. De vez en cuando se apretaba con fuerza los pechos o se pellizcaba los pezones, para luego volver a tocarlos con la punta de los dedos para notarlos bien duros. Yo ardía en deseos de poder ver sus tetas, pero en ningún momento hizo además de quitarse el top. A mi entender tenía miedo de ser descubierta por mis interlocutores, ya que debido a las horas que eran ninguna otra ventana estaba ya encendida y solo yo podía verla.

Al tiempo decidió bajar de nuevo sus manos y se desabrochó el botón superior de los pantalones, bajo la cremallera y pude ver un maravilloso tanga negro liso. Mientras que con una mano se acariciaba un pecho, con la otra empezó a frotar sus labios inferiores por encima de su tanga. Al igual que yo no hacía ningún ruido y trataba de pasar desapercibido frente a mis amigos, ella no hacía movimientos bruscos ni se contorneaba de placer, simplemente a veces cerraba los ojos o se mordía los labios. Llegado el momento, o tal grado de excitación, dejo de tocarse los pezones y lentamente se bajó los pantalones un palmo, justo por encima de las rodillas, luego hizo lo propio con el tanga. En ese instante pude ver una tupida mata de pelo negro, que incluso con la distancia pude adivinar que estaba bien cuidada. Eso hizo que mi libido se disparara y me pusiera más nervioso aun si cabe. Mi respiración como la de ella, era entrecortada, y juro que podía haberme corrido en ese preciso instante sino hubiera cinco personas más a mi alrededor.

Para no ser descubierta, levantó un poco las rodillas, con lo que los pantalones volvieron a caer un poco hacia abajo, y tal y como estaba colocada de lado sobre las dos sillas solo se veía un poco de carne de su muslo. Y para mi deleite continuó con su "íntima" masturbación. Ahora ya no se anduvo con miramientos, mientras que con su mano izquierda se masajeaba fuertemente las tetas, con la palma de su mano derecha se frotaba vigorosamente el clítoris arriba y abajo mientras tocaba su negra pelambrera. Con cada movimiento su ritmo se hizo más frenético, todo ello sin dejar de mirarnos a los ojos mutuamente ni un solo instante. Hasta que decidió parar del frotis y comenzó a subir y bajar salvajemente su dedo anular por los labios de su vagina, cada vez más rápido, cada vez más excitada, más húmeda, para terminar introduciendo dicho dedo una y otra vez en lo más hondo de su coñito hasta que llegó a un brutal orgasmo que hizo que se incorporará de la silla y su cara desencajada mostrara una boca entreabierta que exhalaba un gran gemido de placer.

Luego, poco a poco, echó el cuerpo hacia atrás, se recompuso y se relajó mientras recuperaba el aliento. Cuando así lo hizo, volvió a subirse los pantalones y se encendió otro cigarrillo.

No sé cuanto duró aquella situación, pero lo que a mi me pareció una eternidad, solo había discurrido durante el segundo plato de una cena cualquiera.

Volví a levantarme para servir el postre, y con la excusa de revisar lo que se había descargado en el ordenador entré en la habitación contigua acompañado de una copa de vino. Ya a solas con mi cómplice, levanté la copa y brinde con una gran sonrisa por la sesión privada que me había regalado. Ella se mostró indiferente y no movió un músculo, solo sonrió mientras me miraba.

Volví a la mesa y antes de sentare ella ya se había puesto de pie, volvió a enfundarse el jersey de lana blanca, se ató el pelo en una coleta, se miró la silueta frente al espejo y sin dirigirme una mirada salió de la habitación apagando la luz tras de sí.

Tengo que deciros que me sentí apenado por su marcha, pero confiado de que el futuro me deparaba nuevas sesiones masturbatorias frente a la ventana. ¡Que iluso!

Aquella noche hice el amor con mi mujer salvajemente, con una fogosidad inusitada, que ella misma notó y por la cual me preguntó. Yo simplemente no pude contestar.

Durante la siguiente semana y las posteriores, siempre que llegaba a casa miraba al edificio de enfrente para ver si mi amiga exhibicionista había vuelto, pero no fue así. Con el tiempo solo llegue a ver como alguien pasaba por el piso porque alguna silla estaba movida o la persiana estaba subida o bajada.

Un par de meses después fue la hermana menor la que empezó a visitar el piso, siempre a altas horas de la mañana y acompañada por el que debía de ser su novio. Para dormir echaban un colchón en el suelo del salón, pero enseguida apagaban la luz para que no pudiera verlos mientras hacían el amor.

Fue hace un par de semanas cuando la volví a ver. Habían puesto el piso a la venta y toda la familia estaba desmantelando los muebles. Ella se encontraba deambulando por el piso con un top naranja y cuando decidió parar a descansar, salió a la terraza a fumarse un cigarrillo. Entonces volvimos a encontrar nuestras miradas, una sonrisa cómplice y ya está. Aproveché para bajar al súper cuando empezaron a bajar los trastos a la calle y sin que ella se diera cuenta pude observar de cerca como era su cara. Luego cuando subí a casa ya había desaparecido.

Ahora tengo vecinos nuevos, una joven pareja como nosotros, pero para mi desgracia lo primero que han hecho ha sido comprar cortinas y ocultar su vida a mis penetrantes miradas.

Espero que no os haya aburrido en exceso en este mi primer relato. Si te ha gustado, incluso si te ha excitado, no dudes en escribirme y contarme tus impresiones.

En breve más relatos desde el Scriptorum X.