La vecina

Encuentro sexual entre un hombre y su vecina de hermosas nalgas.

La vecina

Mirar a la vecina del 3 lavar su ropa se convirtió en un verdadero espectáculo, claro sólo cuando llevaba puesto un amplio vestido rosa que le llegaba un poco mas arriba de la rodilla, o cuando salía a lavar con una holgada playera blanca que también le quedaba a media pierna. Y la verdad es que nunca he sido mirón, o aficionado a espiar a las mujeres para verles las piernas y si descubrí cosas ricas de la vecina de arriba fue por pura casualidad, lo juro.

Nunca me había fijado, pero la pequeña ventana del baño de mi departamento permitía ver hacía arriba el lavadero de la vecina, una señora de muy buen ver que hacía poco había alquilado ese departamento, de esta forma quien estuviera lavando daba la espalda hacía la escalera y junto a ella estaba la ventanita de mi baño, qué providenciales circunstancias!

Sobre aquella vecina casi no sabía nada, y si acaso habíamos cruzado algún saludo al encontrarnos cuando ella o yo llegábamos a aquella casa de tres departamentos, y aunque seria parecía más bien amable, al parecer no tenía pareja, o quien sabe...

La primera vez fue algo fortuito, a media tarde de aquel domingo, luego de haberme bañado abrí la ventana del baño y así, de golpe y porrazo miré hacía arriba para deleitarme por varios minutos con la vecina, que en esos momentos tallaba su ropa en el lavadero, el cadencioso vaivén de sus caderas y la suave y blanca conformación de sus piernas --un poco abiertas-- me dejaron pasmado, hummm, que rica de veía la vecina, que luego supe se llamaba Gisela.

Por supuesto que aquella visión tuvo sus resultados, pues de inmediato mi pene se enderezó, como buscando pelea. Seguí mirando, tratando de encontrar el mejor ángulo para mis contemplaciones. De esta forma me recree observando ese día la vecina llevaba puestos unos curiosos calzoncitos de algodón pintados con tiernos corazones. Claro que Gisela en ningún momento se percató de que tenía ya otro admirador, yo, que a partir de entonces planee las mejores estrategias para saber más de las recónditas intimidades de mi sabrosa vecinita.

De esta forma me volví un ferviente admirador de las piernas y glúteos de Gis, quien a lo largo de varias sesiones me regaló la gloriosa visión de sus nalgas enfundadas en casi toda su colección de pantaletas y calzoncitos, es más, hasta llegué a percibir algún día cuando ella estaba en su periodo, pues aquella vez el calzón se abultaba de forma curiosa en su entre pierna. Mirar todo esto me provocaba gloriosas erecciones que apagaba algunas veces acariciándome frenéticamente pensando en la vecina del 3, y en otras, era mi novia quien pagaba los platos rotos de mi desbordada excitación, pues llegaba a ella con la verga super parada y ansiosa por buscar satisfacción.

Pero lo máximo ocurrió hace apenas unos días, como siempre estuve esperando a que Gis saliera a lavar su ropa, y todo transcurrió de forma más o menos normal, como en ocasiones anteriores, hasta que en determinado momento Gisela detuvo su trajinar en el lavadero, volteó la mirada como para percatarse de que nadie --según ella-- la miraba y ahí mismo, junto al lavadero se quitó su calzón, vaya!, ese día Gis quería lavar toda su ropa, hasta la que llevaba puesta!

De esta forma, extasiado miré a aquella mujer subirse el vestido y despojarse de su panti, casi lancé una exclamación de júbilo cuando sus ricas nalgas quedaron por momentos al descubierto. Y lo principal, recree mi vista con aquel conejito peludo, la panocha de mi vecina.

Así, cuando ella se despojó del calzoncito, siguió con su tarea dándome la espalda, de esta forma ahora pude ver sus nalgas al desnudo y cuando en cierto momento ella abrió las piernas, su sexo se dejó ver plenamente, la raja de la panocha y el conjunto de pelos, hasta por momentos llegué a descubrir sus labios menores, esa rica extensión de carne, que en algunas mujeres suele ser tan prominente que sale de la raja sexual.

Luego de lo anterior, no pude más, me masturbé de la manera más rica que hasta entonces haya hecho. Siempre pensando en mi rica y deliciosa vecinita, fuente ahora si de las mayores fantasías sexuales. A partir de entonces me di a la tarea de buscar un contacto más estrecho, más personal, deseaba cogerme a la vecina de arriba, empinarme a aquella mujer que poco a poco había descubierto su intimidad para este humilde espécimen de hombre. Pero, ¿qué hacer?, ¿cómo llegarle?, ¿y si ella tenía ya con quien apaciguar sus ganas?, para una mujer madura eso es lo más normal, pensé.

El encuentro

Empero cuando más preocupado estaba yo en planear qué hacer para que aquella mujer me diera las nalgas, ocurrió lo inesperado. Cierta noche alguien tocó a mi puerta, ¿quién sería?, me levanté de la cama y fui a abrir, para mi sorpresa era ella, la vecinita de arriba. Al verme, medio turbada, saludo de por medio, me dijo que si tenía yo un poco de café que prestarle, pues su Nescafé se había terminado y a esa hora ya estaba cerrada la tienda. Luego de recuperarme de la emoción, le ofrecí mi frasco de café para que tomara lo que necesitara y... jejeje, al mismo tiempo la invité para que se tomara un cafecito conmigo y de paso platicar un ratito.

No cabe duda de que los caminos del sexo son insospechados!, antes de que me diera cuenta, Gisela había aceptado y ya estaba ahí, en mi departamento, sentadita en una silla, mirando curiosa como, en medio de mi nerviosismo, trataba de preparar el café. Al fin pude poner el grano molido a la cafetera eléctrica y para hacer más ameno el momento puse música, y luego me senté junto a ella.

El tiempo pasó volando, nos tomamos dos tazas de café, platicamos un buen rato, poniéndonos al tanto de nuestras respectivas personas y sintiéndonos, poco a poco, más en confianza. Pero algo estaba pasando, pues conforme platicábamos nuestras miradas comunicaban algo más, ambos andábamos ganosos uno del otro!, vaya!, no podía dejar escapar la oportunidad, me dije a mi mismo, y cuando ya Gis se despedía en la puerta, me lancé! La tomé del brazo diciendo: "¿no quieres quedarte un ratito más?", fue todo, no hizo falta nada más, ella se dio vuelta y la abracé, nuestros labios se juntaron en un riquísimo beso y al fin pudieron recorren mis manos ese sabroso par de nalgas que durante varias semanas había espiado desde mi departamento.

Cuando ya por fin estuvimos desnudos en la cama, ansiosos por coger, pude descubrir que la aparentemente tranquila vecina, era en realidad una mujer sumamente ardiente, pues cuando ella se percató de mi desnudez de manera espontánea se aferró de mi verga para propinarme la más rica mamada que mujer alguna me hubiera dado. ­¿Qué rico mamaba Gis!- le dije.

Nuestra excitación fue creciendo al máximo, pues mientras ella se tragaba una y otra vez mi verga, succionando riquísimo, yo le metía mis dedos en la vagina, sintiendo como su pucha chorreaba de jugos a la vez que casi quemaba de lo caliente, por fin lo pidió "ya métemela, quiero toda tu verga" abriéndose de piernas. La monté al instante y cuando ya íntimamente unidos iniciamos la cogida, la vecinita me preguntó "¿te gusta mi panocha?, ¿es rica?", le contesté que sí, que era super rica, ella añadió "¿te gusta más así, o cuando me miras desde tu baño?", aquello me sorprendió pero contesté "así, me gusta así". Seguimos cogiendo hasta que ambos nos venimos.

Ya más tranquilos y mientras me fumaba un cigarro me preguntaba cómo se había dado cuenta esa mujer que yo la espiaba, pero ella adivinó mis pensamientos "¿sabes?, me gusta sentir que tú me miras cuando lavo la ropa, me calentaba mucho imaginar que tu tenías la verga parada mientras mirabas mis piernas y mis nalgas".

Ese fue el inicio de un largo periodo de cogidas, ya casi la vecina vivía en mi casa, valiéndonos madre las opiniones de los demás, hasta que un día ella se tuvo que ir, sus hijos casi la obligaron a regresar a Vallarta donde vivían ellos.

Comentarios: micifuz6@yahoo.com , micifuz66@starmedia.com