La vampiresa incauta. Cap. 2. Recuerdos

Los recuerdos de Valeria nos llevarán al Madrid del Siglo de Oro. Una época de espadas, hermosas aristócratas, inquisidores, poetas y… vampiros.

Nota: este relato es algo distinto a cuantos he escrito. Espero que lo disfrutéis.

  1. De noche en una sinuosa carretera de curvas en los Alpes franceses

El flamante Pegaso Z-102 de color rojo circulaba a toda velocidad por la carretera de curvas que serpenteaba en medio de un paraje montañoso. Conducía el vehículo un joven de unos veinte años. A su lado, con la mirada perdida en el paisaje, se sentaba una chica de extraordinaria belleza, cabello negro oscuro, ojos azul marino, piel pálida con un brillo azulado y unos labios de un marcado color carmín. La chica vestía un bodi de color rojo que dejaba poco lugar a la imaginación. Su mente divagaba mientras el chico conducía el coche, “su” coche.

A Valeria le encantaba el sonido de ese vehículo. Se podría decir que había sido “amor a primera vista” desde que había escuchado rugir su motor unos setenta años atrás. El color rojo de la carrocería la cautivó desde el primer momento, aún recordaba cuando se sentó al volante por primera vez, cuando apretó al acelerador… Simplemente ese coche tuvo que ser suyo. No le fue demasiado difícil hacerse con él. Ventajas de ser un vampiro, podía manipular con facilidad a las personas.

Evidentemente, bajo ninguna circunstancia habría permitido que nadie tocara su coche y mucho menos lo condujera. Pero esas no eran circunstancias normales. El chico que lo conducía, por los efectos de un extraño hechizo la mantenía sometida completamente a su voluntad. Hacía ya dos meses que Valeria no hacía sino obedecer a Lope como un perrito faldero, pero no había encontrado forma de romper ese vínculo. Ojalá él perdiera el control del vehículo y se estrellara en una de esas curvas. Le sabría mal por el coche ya que le tenía alto aprecio, pero su cuerpo sobreviviría a un accidente a esa velocidad, el de él no.

Valeria tenía que reconocer que el paisaje por el que circulaban era hermoso, y ella no quería malbaratar ese momento pensando en Lope. Si pudiera, lo estrangularía allí mismo, pero no podía desobedecer las órdenes que le había dado. No podía hacer nada que pudiera atentar contra su vida ni su salud. Así que la vampiresa se limitó a bajar la ventanilla del coche. El aire fresco de la noche ondeó su cabello y el olor de los pinos llenó sus pulmones. Su mente divagó, y la condujo a varios siglos atrás, cuando su corazón aún latía.

Madrid. Otoño de 1614.

Valeria no se sentía especialmente devota, pero ir a misa era uno de los pocos momentos que realmente disfrutaba. Asistir a la iglesia era lo único que sus padres le dejaban hacer sola, sin tener que ir acompañada de su madre o de alguna de sus sirvientas. Y Valeria disfrutaba con esos pequeños momentos de libertad. Su familia pertenecía a la baja nobleza, y a criterio de la chica, aquello implicaba tener los inconvenientes de ambos mundos y ninguna de sus ventajas.

Como aristócrata, estaba sujeta a un rígido código moral y del decoro y no gozaba de la libertad que tenían las mozas plebeyas, pero su familia tampoco disponía del dinero del que gozaba la mayoría de nobles. En los últimos años, su linaje había venido a menos, y los escasos ingresos familiares se invertían en mantener el decadente palacete en el que vivían. La única esperanza de sus padres recaía en la belleza de su hija. Con veinte años, tenía edad más que sobrada para contraer matrimonio, pero sus padres aún no se habían decidido, esperaban poderla juntar con un miembro de la alta nobleza.

A Valeria no le faltaban admiradores, con su cabello oscuro, su piel morena y sus ojos azules, eran pocos los mozos que no se giraban al verla pasar. Pero ninguno de los que se habían interesado por su mano era del agrado de sus padres. Pero hoy la cosa podía cambiar. Al parecer, el Conde de Monteleón, había mostrado cierto interés en la chica. Sus padres habían concertado un encuentro entre ambos cuando la chica saliera de misa.

En cualquier otra ocasión, Valeria se hubiera entretenido contemplando el bullicio de la Plaza Mayor, aún en obras. Pese a ser casi la última hora de la tarde, la majestuosa plaza estaba llena de vida. Comerciantes, escribanos, religiosos, hidalgos, mendigos, pícaros y truhanes… Todos convergían en ese amplio espacio por motivos variados. Cualquier otro día Valeria habría disfrutado del espectáculo que ofrecía la gente, se habría detenido en los pequeños puestos ambulantes, olisqueando las especies traídas de ultramar, la fruta, los tintes para los tejidos… Pero ese día, pese a lucir su mejor vestido y estar hermosa como pocas veces, Valeria estaba apática.

No es que el Conde fuera un mal partido. Rodrigo de Monteleón no sólo era Grande de España y gozaba de la confianza del rey, sino que mantenía un atractivo casi sin par. Por lo poco que había escuchado de él en la corte, no eran pocas las aristócratas que se peleaban por sus atenciones, especulando el porque aún no había tomado esposa. Si había que hacer caso a los rumores, Monteleón gozaba casi cada noche de una chica distinta sin asumir compromiso con ninguna. Ya fueran nobles o plebeyas el Conde disfrutaba de ellas sin distinción. Tampoco es que aquello molestara en exceso a Valeria.

Lo que la mantenía ofuscada era que sus padres la usaran como una meretriz. “Los Monteleón son una de las familias más ricas de España, ¿sabes la oportunidad que supone que el Conde se haya interesado en tí?” le había dicho su padre. “No nos decepciones hija, tienes un cuerpo precioso, pero necesitarás algo más para cautivar al Conde, usa todos tus encantos pequeña, tienes que llevártelo a la cama. Si te deja embarazada se verá obligado a casarse contigo” le dijo su madre. En esos momentos Valeria los despreciaba a todos, al Conde, a su padre, a su madre, el mundo en el que vivía... tuvo que hacer un esfuerzo para no echarse a llorar allí mismo. ¿Cómo podían tratarla así? En el otro extremo de la plaza ya la esperaba un carruaje con la insignia de los Monteleón. Mientras caminaba hacia el carruaje, una voz a su espalda la sorprendió.

Para vivir me basta desearos,

para ser venturoso, conoceros,

para admirar el mundo, engrandeceros”

La chica se dio la vuelta y se encontró con una cara conocida. Un atractivo joven de unos 25 años que vestía pantalones oscuros, camisa blanca y jubón de cuero, completaba su atuendo una larga capa, un sobrero de ala ancha y un tahalí del que pendía una espada. Saludó a la chica quitándose el sombrero y haciendo una cordial reverencia.

  • ¿Diego?- Dijo sorprendida Valeria con una sonrisa en el rostro.- ¿Qué haces en Madrid? Lo último que supe de ti es que estabas sitiando Aquisgrán con los tercios de Spínola.

  • ¿No te han llegado las nuevas?- Dijo sorprendido el chico.- La plaza se rindió sin resistencia. La campaña, prevista por una larga duración, concluyó en pocos meses. Volví a Madrid justo después de la rendición, lo más rápido que pude.

Valeria sorprendida miraba al atractivo chico sin saber bien qué decir. Diego siempre lograba hacerla sonreír, incluso en los peores momentos. Lo conocía desde pequeña. Él siempre había sentido algo por la chica, pero sus padres nunca aprobarían esa relación. Su origen humilde lo impedía. Diego vio su oportunidad de hacer fortuna en el ejército, pero al parecer su primera campaña no había terminado como esperaba. Si la ciudad se había rendido aquello implicaba que no había habido saqueo y por lo tanto tampoco botín. Diego regresaba a Madrid tan pobre, o incluso más, que cuando había partido.

Aunque había algo en lo que Diego destacaba por encima de todo: su talento para escribir versos. Sus rimas y sonetos gozaban de cierta popularidad en Madrid, y durante su ausencia se habían puesto de moda incluso entre la corte. Si cultivase su habilidad con las letras, Diego podría convertirse en un poeta de renombre. Claro está que Valeria no iba a decirle nada al respecto, no quería incrementar la ya alta vanidad del muchacho. Demasiado se lo tenía creído, el chico se creía superior al “Fénix de los ingenios”.

Mientras él le explicaba sus peripecias en el ejército, Valeria alejó de su mente todas sus preocupaciones. Su familia, el Conde… dejaron de existir durante unos instantes. Sólo tenía ojos para la cara sudada y los oscuros ojos de Diego mientras le contaba sus aventuras. El tiempo parecía haberse detenido para ella hasta que alguien les interrumpió.

  • ¡Ten cuidado chico!- Dijo un hombre de unos 35 años y mirada penetrante que, vistiendo el hábito negro del Santo Oficio de la Inquisición, se acercaba a la pareja.- El demonio a menudo toma forma de mujer. Y estás hablando con la peor de todas.

Diego, ante esas palabras, puso mano en el pomo de la espada, dispuesto a defender el honor de la chica. Aunque el semblante sonriente de Valeria lo detuvo.

  • ¡Salazar! cuanto tiempo sin verte.- Dijo ella.

  • Demasiado tiempo. Veo que sigues tan hermosa como siempre, querida prima.- Acto seguido el inquisidor prestó atención a Diego.- Y tu debes ser ese talentoso poeta del que mi querida Valeria no hace más que hablar desde hace tiempo. No había tenido el gusto de conoceros personalmente.

Mientras Diego saludaba al recién llegado, meditaba acerca de esas últimas palabras. ¿Así que Valeria hablaba de él? Pensó el chico. Valeria entonces reparó en la fina espada que colgaba del cinto del inquisidor.

  • Pensaba que los frailes erais más de libros y rosarios. ¿Qué obsesión tenéis los hombres con llevar espada? ¿Es para compensar alguna otra carencia?- Dijo en tono pícaro.

Diego se ruborizó ante tales palabras, que en cambio, causaron una sonora carcajada en el inquisidor. Pese al oscuro hábito que vestía, Valeria tenía suficiente confianza con su primo como para permitirse ese tipo de bromas. Se podía decir que su Salazar, en cierto modo, había sido el hermano mayor que nunca tuvo. Él siempre había estado allí, ayudándola siempre que hizo falta, escuchándola en sus mejores y peores momentos.

  • El mal, querida prima, suele tomar forma corpórea. Y entonces de nada sirven nuestras oraciones y debemos recurrir a medios más terrenales.- Dijo apoyando su mano en la espada.- No encontrarás ninguna como esta en toda la corte. El filo es de plata bendecida, sólo podemos llevarlas algunos miembros del Santo Oficio.

  • Y dime querido primo, ¿dónde has estado durante esos meses?

  • Asuntos del Santo Oficio me han llevado a las Vascongadas durante casi un año.

Diego resopló al escuchar aquello.

  • ¿Persiguiendo a esas pobres mujeres a las que tacháis de brujas?- Respondió sin contenerse.

Valeria hizo una mueca de preocupación ante la brusquedad de Diego, intentó decir algo para disculpar al joven poeta pero Salazar la hizo callar con un gesto. La mirada del fraile cambió de golpe, adoptando un tono sombrío y penetrante.

  • ¿Brujas dices? La materia de brujos es cosa de risa. Cuentos para asustar a los niños. Pero ten por seguro, querido amigo, que en este mundo hay males mucho peores que la brujería. Rezaré para que nunca te enfrentes a ellos, pero, en el caso que lo hicieras, rezaré para que tengas un inquisidor a tu lado.

Aquella respuesta dejó a Diego sin palabras. Valeria quiso decir algo divertido para aliviar la tensión entre ambos hombres pero no le salían las palabras. Un paje se apeó del carro de los Monteleón y se acercó a ella.

  • Señorita, debe darse prisa, el Conde la está esperando y no debemos demorarnos más.

  • Lo siento chicos, debo irme, tengo cita con...- Su semblante se ensombreció, por un momento no le salieron las palabras.- con el Conde de Monteleón. Cuidaros mucho, los dos.

Diego la cogió por el hombro y la hizo girar antes de que pudiera alejarse de ellos.

  • Una cita ¿a estas horas?- Le dijo preocupado.- ¿Sabes los rumores que circulan sobre Rodrigo de Monteleón? Dicen que no toma esposa, que sólo quiere mancebas.

  • Por favor Diego, no lo hagas más difícil. Por favor te lo pido- Le respondió Valeria con ojos suplicantes.

Salazar posó su firme mano en el hombro del chico.

  • Valeria tiene razón amigo, ella no puede ir en contra los dictados de su familia. Y el Conde de Monteleón es un Grande de España.

  • ¿Y sus padres pueden tratar a su hija como si fuera una meretriz?- Dijo con un tono suficientemente alto como para que lo escuchara el paje de los Monteleón.

  • Por favor amigo, deja ir a Valeria, no lo hagas más difícil para ella.- Le dijo el inquisidor en tono quieto.- Su familia ha tomado la mejor decisión para ella.

  • ¡La mejor decisión! ¡Y una…!- Pero Diego no terminó la frase, algo en la fría mirada del inquisidor le indicó que era mejor no seguir.- Es tu prima, como puedes aceptar…

  • En este mundo hay ciertas normas inflexibles Diego.- Ahora era Valeria quien hablaba.- Ni tu, ni yo, ni nadie podemos romperlas. Adiós querido amigo. Me alegra que estés de nuevo en Madrid, así siempre cabe la posibilidad de volvernos a encontrar.

Y sin dejarle responder, se alejó con rápidos pasos hacia el paje, que la condujo hacia el oscuro carruaje. Mientras la veía partir, Diego recitó unos versos improvisados:

¡Ay Dios!, ¿en qué pensé cuando, dejando

tanta belleza y las mortales viendo,

perdí lo que pudiera estar gozando?

Horas después. En el palacio de los Monteleón

Era casi noche cerrada cuando, después de atravesar amplios viñedos, el carruaje entró en el enorme y lujoso palacio que los Monteleón tenían a las afueras de Madrid. Un soberbio y bello edificio de estilo italiano construido hacía décadas por los mejores artistas, edificado sobre un antiguo castillo medieval. El carruaje se detuvo después de pasar por un camino empedrado flanqueado por estatuas de mármol. Un criado la ayudó a apearse del carro. Valeria cruzó la inmensa portalada y entró en un amplio vestíbulo, decorado con tapices y con una fuente con leones tallados en piedra en el centro. Subiendo una escalinata de mármol se encontraba Rodrigo, Conde de Monteleón.

  • La bella Valeria, finalmente nos conocemos personalmente. Aunque nos hemos visto más de una vez en la corte, nunca hemos tenido la ocasión de compartir ningún momento juntos. Tus padres son muy generosos al permitirme gozar de tu presencia en esta hermosa velada.- Dijo el Conde marcando especialmente la palabra “gozar”.- Ven pequeña, acércate, quiero contemplarte bajo la luz de la luna.

Valeria, tímidamente subió la amplia escalinata, dando a una galería con columnas de piedra altamente trabajadas. Desde allí, tenía que reconocer que las vistas eran espectaculares. La luz de la luna llena iluminaba el patio del palacio, con sus jardines de traza italiana, provistos de estanques, fuentes e incluso un extenso laberinto de cipreses. Hasta dónde se perdía la vista, se extendían los viñedos de la familia Monteleón, y en la lejanía se contemplaban los montes de la Sierra de Madrid.

  • ¿No dices nada querida?- La apremió el Conde.

Valeria entonces se giró hacia su anfitrión. Aparentaba unos cuarenta años aunque era difícil estimar su edad. El conde medía algo más de metro ochenta y tenía una complexión musculosa, su pelo era blanco, pero después de un detenido examen, Valeria se dio cuenta que no era canoso sino plateado, lleno de vitalidad. La piel del conde era pálida como la luz de la luna, pero lo que cautivó más a la chica eran aquellos penetrantes ojos de un color rojo fuego que no dejaban de mirarla. Como si pudieran penetrar en su alma. Pese a que la noche era fresca, Valeria notó como el sudor recorría su frente, notaba el frío aliento del conde en su cara, pero aún así ella se sentía acalorada.

El Conde acercó su rostro al de ella, sus mejillas se rozaron. “Qué fría es su piel” pensó la chica por un instante, pero pronto no pudo pensar más. Sin saber porque, rodeó con sus brazos el cuello del Conde y estiró su cabeza, ofreciéndole su palpitante cuello.

La chica notó un pequeño pinchazo y un gemido se escapó de sus labios. La herida no vino acompañada de dolor sino de una extraña sensación embriagadora. Un hormigueo empezó a recorrer todo su cuerpo, su piel se erizaba, como su tuviera frío, pero a la vez notaba un sofoco cada vez mayor. Involuntariamente, dirigió sus manos al corpiño y empezó a desabrocharlo. Notaba que le faltaba aire, impulsivamente, cogió la fría mano de Rodrigo y la dirigió a sus pechos. El Conde empezó a palpar los cálidos y suaves senos de la chica, introduciendo su mano dentro de la prenda abierta, manoseándola sin pudor alguno, pellizcando sus erectos pezones.

Nunca nadie había tocado a Valeria de ese modo, la chica no entendía lo que sucedía a su cuerpo, presa de un profundo éxtasis. Notaba los labios del Conde profundamente adheridos a su cuello, besándola. Aunque mejor dicho, no era exactamente un beso, era como si la estuviera mordiendo, pero no le hacía daño, la sensación era extraña, incómoda, pero placentera. Valeria sentía que aquello no estaba bien, pero el éxtasis se apoderaba de su cuerpo y la impedía decirle basta. Al contrario, todo su cuerpo no hacía sino pedirle más.

Son pocas las personas que pueden describir con detalle la sensación al ser mordidos por un vampiro. Pero todas coinciden en algo, su mente se apaga, como si estuviera en otro lugar, la voluntad desaparece, todo su cuerpo es presa del más puro éxtasis. La víctima se siente débil por la pérdida de sangre, pero no desea que el vampiro cese. Si por la víctima fuera, se dejaría absorber hasta la última gota de sangre. Afortunadamente el no-muerto no necesita todo el líquido vital de una persona para alimentarse. En la mayoría de ocasiones dejará a su víctima exhausta, pero viva.

Valeria perdió la noción de dónde estaba, esa galería estaba demasiada expuesta, cualquiera de los sirvientes de Rodrigo podrían verla actuar como una vulgar prostituta ante su amo. Pero a la chica nada de eso le importaba. Sólo quería satisfacer ese ardor que notaba entre sus piernas, esa sensación casi desconocida y que nunca había satisfecho al completo. La tupida falda, provista de un aparatoso guardainfante, que llevaba le molestaba, así que sin pudor alguno hacia quién pudiera estar mirando, se quitó la prenda, revelando unas enaguas de lino blanco.

Rodrigo, ante la impulsividad de la chica, la ayudó a desprenderse del corpiño, arrojándolo al patio. Contempló durante unos instantes los bonitos pechos de la chica, con sus pezones totalmente erectos y con una mirada lujuriosa descendió su boca hacia ellos. Valeria, vestida únicamente con las enaguas, se estremeció de placer al notar como los afilados colmillos del Conde mordían su pezón izquierdo, endurecido por el fresco aire de la noche. Con sus piernas, rodeó la cadera de él, no entendía qué sucedía con su cuerpo, pero seguía su instinto. Notaba su entrepierna húmeda, y buscó el roce con el cuerpo de Rodrigo, quería que él se percatara de esa humedad. Alzó unos instantes la vista y contempló la mirada vidriosa de la chica.

  • Mejor vayamos dentro, bonita.- Dijo mientras la sujetaba en brazos y la introducía hacia su alcoba. Una espaciosa habitación decorada con tapices con escenas de caza.

Tumbó a Valeria en una enorme cama con dosel de madera de caoba con columnas altamente decoradas con tallas de sátiros persiguiendo ninfas. Con un gesto brusco, quitó a Valeria su última prenda y contempló a la chica durante unos instantes mientras él mismo se desprendía de su ropa.

Pese a que la luz del sol muy pocas veces había tocado la totalidad del cuerpo de Valeria, su piel tenía un tono moreno uniforme. El Conde acarició la suave y cálida piel de la chica, palpando sus bronceadas nalgas, sus pechos uniformemente morenos con sus oscuros pezones… el deseo se empezó a apoderar del vampiro. Quería hacer suya a esa chica que contrastaba con él como la noche y el día. Mientras que su piel era fría y pálida, la de ella era cálida y morena, a diferencia de los suyos, sus labios estaban llenos de vida y su corazón palpitaba desbocado.

Valeria nunca había tenido contacto físico con un hombre, pero curiosamente, pese a haber temido ese momento durante todo el trayecto hacia el palacio, ahora no tenía miedo, al contrario, deseaba que la penetrara con una ansiedad antinatural. Al ver que Rodrigo la contemplaba inmóvil, ella abrió las piernas, mostrando su húmeda vagina, invitándolo hacia allí.

Cuando el musculoso hombre se tumbó encima, ella lo rodeó con sus brazos y piernas, gimiendo en su oreja mientras él, suave pero firmemente, empezó a penetrarla. No hubo dolor, sólo éxtasis y placer. Valeria puso los ojos en blanco, su boca salivaba mientras él la embestía como una fiera. Ella dio rienda suelta a su pasión, sin temor alguno a que los sirvientes pudieran escucharla. Gemía en su oreja mordía su frío y fuerte cuello, como si ella también quisiera alimentarse de él.

Aquello fue una sensación nueva para Rodrigo, nunca nadie, en sus siglos de no-muerto, lo había mordido. Que aquella chica intentara hacer con él lo que instantes antes él le había hecho, lo llenó de lujuria.

Valeria sintió como todo su cuerpo se fundía de placer, sintió como si una parte de su alma se fusionara con la de Rodrigo, era la primera vez que experimentaba un orgasmo y no entendía muy bien lo que sucedía a su cuerpo. La chica soltó una exclamación al notar como la llenaba por dentro la potente eyaculación del Conde. El frío fluido masculino entrar en su cálida vagina le erizó toda la piel de su cuerpo. Él eyaculó sin temor dentro de ella, hasta la última gota. Por motivos obvios, no había riesgo de que la chica quedara embarazada. Los vampiros son estériles.

Valeria, agotada por la experiencia, se abrazó a él y no tardó en quedarse dormida.

La mañana siguiente.

Cuando Valeria se despertó, no pudo precisar qué hora era. Unas tupidas cortinas tapaban las ventanas, ocultando la luz del sol. ¿Estaban ya corridas cuando se acostaron? Valeria juraría que no, que cuando entró con Rodrigo la plateada luz de la luna alumbraba la habitación. Por un momento reparó en su desnudez y en que no tenía sus ropas cerca. Se giró y contempló a su amante, dormido plácidamente. Por un momento, Valeria se sintió feliz, como en uno de esos cuentos de hadas que de pequeña le contaban. Ella, perteneciente a una familia venida a menos, había compartido cama durante toda la noche con uno de los hombres más poderosos de España y también altamente atractivo. Aquello no podía ser real. La cabeza le dolía levemente, se sentía mareada y no recordaba casi nada de la velada. ¿Cómo habían llegado hasta la cama? ¿Qué habían cenado?

Sus torpes movimientos por la habitación, buscando su ropa, despertaron al Conde. No necesitaba la luz del sol para contemplar el hermoso cuerpo de la chica. Deseaba compartir con ella más noches como esa.

  • Aún recién levantada, eres hermosa.- Dijo él.

La chica se ruborizó pero en seguida tomó el control.

  • Tienes que levantarte Rodrigo, debemos hacer planes, debes conocer a mi familia y…

Él la interrumpió de golpe.

  • ¿Planes? ¿Qué planes, qué familia?.- Aquello fue como un jarro de agua fría para la chica.

  • Pues planes para… casarnos… ¿o no vas a pedirle mi mano a mis padres después de lo que hemos…?- Dijo ella con un hilo de voz.

El Conde estalló en una sonora carcajada.

  • ¿Yo? ¿Un Grande de España casándome contigo? Con una… en fin, mira a tu familia… Ahora bien, tampoco me considero un hombre cruel, he disfrutado esta noche, lo “hemos” pasado bien.- Dijo recalcando la palabra “hemos”.- Te daré dinero, lo suficiente para que tu familia esté satisfecha, podremos vernos las veces que quieras y a cambio compensaré económicamente a tu familia y…

Valeria estalló en lágrimas al escuchar aquello. Todo su futuro que había construido instantes antes en su imaginación se desvanecía ante ella como un castillo de naipes.

  • Dame mi ropa… por favor… y haz que me lleven a casa.- Dijo intentando mantener toda la dignidad posible.

  • ¿Ropa? No veo tu ropa por aquí. Ah si, ya recuerdo, creo que la dejaste en la galería. Aunque puede que ya no esté allí, esta noche ha hecho viento.

Valeria la miró implorante. ¿En serio le pedía que se paseara desnuda por su palacio en busca de sus ropajes? Aunque fuera de la baja nobleza ella era una aristócrata, no podía hacerle eso, tenía una dignidad que mantener. El Conde pareció leer sus pensamientos.

  • Si quieres, puedo decirles a mis sirvientes que te acompañen a casa tal como vas vestida ahora. No sabes lo que daría por ver la cara de tus padres cuando te abran la puerta.

Valeria no pudo más, no lo aguantaba. En un ataque de furia salió de la habitación. No iba a humillarse más ante ese despreciable hombre. Desnuda o no, pensaba salir de allí. Justo al salir de la habitación, tambaleó y se dio de bruces con uno de los pajes que llevaba una bandeja con comida. El criado no pudo evitar una exclamación de asombro al ver a Valeria totalmente desnuda.

La chica le dio un sonoro bofetón y salió rauda hacia la galería, pero el criado fue más rápido que ella y aprovechó para darle una cachetada a su lindo trasero. Valeria presa de la furia, se giró, dispuesta a abofetearla de nuevo, pero la mirada divertida y lasciva del criado la detuvo. ¿Cómo podía ser tan insolente? Un simple siervo, en lugar de arrodillarse a su paso, le había azotado el culo y ahora la miraba con esa ansia de deseo en su rostro. Ella no podía sentirse más humillada.

Reparando en su desnudez, dio la vuelta y mientras los colores subían a su rostro, buscó su ropa. Para su frustración, su ropa no estaba allí. Se acercó a las columnas y vio sus prendas tiradas por el patio, esparcidas sin orden alguno. Varios sirvientes correteaban ocupándose de los caballos y otros menesteres. Aquello no podía estar pasando. Tal vez si era lo suficientemente rápida y sigilosa, nadie la vería…

Pero la suerte ese día no sonreía a Valeria. Justo cuando bajó al patio, un mozo de cuadras la vio y advirtió a los otros. La chica notaba las miradas lascivas de todos mientras recuperaba sus prendas. “Es la nueva manceba del amo”, “pues es muy guapa” “¿y si nos la cogemos nosotros también?” “¿has visto qué pechos?” “¡Qué hermoso trasero!” “me pregunto cuanto dinero le habrá pagado”… Haciendo un titánico esfuerzo para contener sus lágrimas, escuchaba los comentarios que le hacían mientras se vestía apresuradamente. Finalmente decidió declinar los servicios de ninguno de aquellos malditos lascivos. Volvería a casa por su propio pie. Su cuerpo estaba extrañamente agotado, pero aún le quedaba algo de dignidad.

“Ahora te haces la orgullosa, pero no eres más que una chica en celo. Volverás a mi, pequeña, siempre lo hacéis. A diferencia de otras, no te rechazaré cuando vuelvas. Quiero ver como tu dignidad cae en el abismo de la lujuria” Masculló el Conde en la cama mientras la escuchaba alejarse andando. La luz del sol penetraba por la puerta que Valeria había dejado abierta, aunque lo debilitaba, ese pequeño haz de luz era insuficiente para matar al Conde. El sol del alba o del crepúsculo no tiene fuerza suficiente para acabar con un vampiro.

Aunque la luz solar lo debilita hasta lo indecible, haciéndole parecer torpe y enfermo, y le causa todo tipo de abrasiones en la piel, sólo la exposición directa bajo una radiante luz solar, como la del mediodía, puede eliminar a un no-muerto.

Horas más tarde, entrando a Madrid

Había sido una larga caminata, pero Valeria finalmente había llegado a la ciudad. No tenía muy claro que decirles a sus padres, se había comportado como le habían indicado, es decir, como una prostituta, pero no había logrado lo que ellos querían. Seguramente se decepcionarían con ella. Unas palabras a su espalda la sorprendieron, justo ahora, en su peor momento.

Hermoso desaliño, en quien se fía

cuanto después abrasa y enamora,

cual suele amanecer turbada aurora,

para matar de sol al mediodía

Se giró para ver a Diego ofreciéndole su mejor sonrisa, pero el semblante del chico cambió de alegre a preocupado al fijarse en los ojos vidriosos de la chica, su ropa llena de polvo y su corpiño desabrochado.

  • Valeria pero ¿qué te ha sucedido?... Ven, tus padres no pueden verte así.

La llevó a un rincón apartado, a la sombra de unos naranjos y la hizo sentar en un banco de piedra. Con un pañuelo limpió sus lágrimas y la suciedad del camino de su rostro y adecentó como pudo su vestimenta. Con Diego pudo permitirse un momento de desahogo, se abrazó al chico y lloró desconsoladamente. Pese las reiteradas preguntas del chico ella se negó a dar ningún detalle de su encuentro y le hizo jurar, muy a pesar del chico, que no diría nada a nadie ni intentaría defender su honor ante el Conde.

  • Pero… ¿qué te ha sucedido en el cuello?

Valeria reparó por primera vez en una pequeña herida que tenía en el cuello. La sangre parecía no querer coagularse, y aunque no le dolía, le provocaba un ligero escozor. El mismo escozor que notaba en su pecho derecho y en su entrepierna. Como si en esos sitios le hubiera mordido un mosquito de gran tamaño. Lope vendó su cuello con un pañuelo de seda. El joven seguía insistiendo en lo qué había sucedido y ella no quería darle ningún detalle, así que se despidió de él bruscamente y se fue corriendo al palacete de sus padres. Se sentía agotada, extremadamente agotada, pero ella lo atribuyó al cansancio por la larga caminata. Únicamente su fuerza de voluntad logró hacer que sus piernas la sostuvieran en el largo camino hacia la capital.

Mientras se dirigía a su casa, notó un pequeño cambio en su cuerpo. Un ardor en su interior, el cuello, su pecho y su entrepierna empezaban a arderle de forma extraña. Tuvo que reprimir el impulso de frotarse esas partes de su cuerpo a plena calle. Se notaba sudorosa, húmeda en su entrepierna, extasiada. Se notaba… con ansias de Rodrigo.

Los que han sobrevivido a la mordida de un vampiro, describen como en las horas siguientes se sienten embriagados por una extraña sensación, entre placentera y dependiente. Lo cierto es que la mordida del vampiro crea un vínculo, se vuelven adictos al no-muerto. Desean que vuelva a alimentarse de ellos, que vuelva a poseerlos. Ya no serán capaces de encontrar el placer en nadie más. Si el vampiro sólo te ha mordido una vez, es posible que el efecto cese al cabo de unas semanas, o meses. Pero si el vampiro se ha alimenta de ti varias veces, te vueles irremediablemente adicto sin remedio. Y esa adicción sólo puede terminar de forma trágica.

Tres semanas después. Madrid, última hora de la tarde

Valeria se sentía ansiosa por reunirse con Rodrigo. Él había llegado a la corte antes del amanecer, y allí seguía, en el Real Alcázar, departiendo asuntos con distintos miembros de la corte. En las últimas semanas habían estado juntos en varias ocasiones, pero todas insuficientes para saciar a la chica. Después de su primer encuentro, ella había tenido una dura discusión con sus padres. Evidentemente habían considerado una decepción que la chica no hubiera sido capaz de lograr un compromiso de matrimonio con el Conde de Monteleón, consideraban que se había “entregado poco” que no había desplegado todas sus “habilidades”. Aquello había terminado con una fiera pelea en la que se dijeron de todo y la chica finalmente abandonó su casa. Malvendiendo sus pocas joyas, ahora vivía en la pequeña habitación de una posada. La gente hablaba de ella, los rumores corrían, pero a ella nada le importaba. Tan solo anhelaba un nuevo encuentro con Rodrigo.

El físico de Valeria había cambiado en estas semanas. Su piel ya no era morena sino que tenía un tono más pálido, noches sin dormir le habían dado unas perpetuas ojeras. Su pelo ya no era sedoso y brillante sino que estaba apagado y enmarañado. Sus ropas eran sucias y en muchos casos presentaban roturas y remiendos. Si no estaba desnutrida era por las constantes atenciones de Diego, la única persona que permitía que la visitara. El chico constantemente acudía a la posada, alimentándola a base de cocidos y brebajes. Cualquier rumor y comentario sobre Valeria cesaba ante la mera presencia del poeta. Su habilidad con la espada era suficiente para hacer callar cualquier comentario relativo a la chica. Nadie quería arriesgarse a probar el frío acero del chico.

En los primeros días, Valeria ni tan siquiera lo había dejado entrar, no quería que la viera en ese estado deplorable. Sólo permitió que se ocupara de ella a cambio de un compromiso en firme de que Diego no intentaría nada contra el Conde, no quería ver como su único amigo terminaba muerto. En cierto modo, ella se sentía “sucia”, como hubiera una mancha en su alma. Pero su cuerpo no cesaba de pedirle un nuevo encuentro con Rodrigo.

El Conde se divertía a costa de Valeria, siempre atendía las súplicas de la chica de un nuevo encuentro. Pero en lugar de buscar un sitio acorde a la posición social de ella, Rodrigo buscaba los más degradantes rincones para sus encuentros. La obligaba a acudir a oscuras callejuelas, y allí, entre vagos y maleantes la tomaba sin pudor alguno. Otras veces la citaba a las peores posadas de la ciudad, en las caballerizas, o en los burdeles de peor reputación. Le gustaba ver como la joven y atractiva Valeria se iba degradando poco a poco. Le deleitaba escuchar las habladurías de la gente acerca de ella. Le causó gran satisfacción saber que sus padres habían tenido que abandonar la ciudad a causa de los rumores acerca de su hija. La joven ya no tenía a nadie, sólo a él. Aunque en eso erraba el Conde.

La chica se negaba a darle detalles acerca de sus encuentros con el Conde. Diego ya no sabía qué más hacer, pese a todas sus atenciones, la salud de Valeria no mejoraba, al contrario. Hacía tres noches la visitó un reputado galeno. El joven gastó sus pequeños ahorros en costear esa visita. Lo único que pudo decir el médico era que a la chica no la afectaba ninguna enfermedad conocida, simplemente se desangraba por unas pequeñas heridas que parecían no cicatrizar nunca. “Su mal no es de este mundo” fue la conclusión del médico. Después de la visita Diego había ido raudo en busca de la única persona en cuya ayuda, a su pesar, podía confiar. Una persona que precisamente llevaba semanas fuera de la capital. De forma que hacía tres días que Diego no veía a Valeria.

Esta vez, en lugar de citarla en un lugar pútrido, Rodrigo le había pedido que se encontraran en el Alcázar al caer el sol. Los últimos cortesanos estaban saliendo, fuera en la plaza estaba el carruaje de los Monteleón. El paje le indicó que él aún estaba dentro. Valeria, como una exhalación entró en el Alcázar. Los alabarderos de guardia, pese a su desaliñado aspecto, no le barraron el paso.

Corrió por los amplios pasillos hasta que escuchó la suave voz del Conde. Sin pensárselo dos veces, abrió una puerta y entró. Lo que vio la dejó helada.

En una amplia biblioteca, decorada con baldosas que imitaban los colores de ajedrez y todo tipo de mapas, estaba Rodrigo, apoyado en una mesa, bebiendo una botella de vino y charlando animadamente con dos jóvenes aristócratas que aparentaban la misma edad de Valeria. La capa y el sombrero del Conde, así como su lechuguilla, reposaban sobre una silla. Mientras una de las chicas le iba desabrochando su negro jubón, la otra le servía el vino en una jarra enjoyada.

  • ¿Qué se te ha perdido aquí, criada?- Le espetó una de las chicas.

Aquello sonó como un bofetón para Valeria, pero el Conde se anticipó a sus palabras.

  • Querida, esto no es forma de tratar a una aristócrata. Os presento a Valeria, pese a su aspecto, no deja de ser de sangre noble, aunque hay algunas que lo lleváis mejor que otras.- Dijo guiñándole el ojo a sus acompañantes.- Valeria querida, ¿a que se debe esa mirada? Estaba tratando asuntos de estado con las hijas del Duque de Miranda.

Aquello provocó una divertida risita en ambas chicas. Valeria era consciente de que no ofrecía su mejor aspecto. Su ropa estaba sucia, su falda presentaba múltiples roturas, su pelo estaba enmarañado y el cordón que debía sujetar su corpiño estaba roto.

  • Ya sabes lo que quiero… lo que necesito.- Dijo respirando apresuradamente. Al tener al Conde tan cerca, notaba como sus venas palpitaban, su cuello, sus pechos, su entrepierna, le ardían a más no poder. Se sentía totalmente dependiente de él.

  • Valeria querida, ahora estoy ocupado, no ves que…

La chica no lo dejó terminar, se acercó a él y abriendo su corpiño estrechó a Rodrigo contra su cuerpo.

  • Tómame, tómame como si fuera la primera noche.- Dijo sin vergüenza alguna para asombro de las dos hermanas.

Aquel arrebato de pasión sorprendió a Rodrigo, tenía que reconocer que, pese al descuidado aspecto de la chica, Valeria seguía siendo atractiva, sus ojos, pese a tener un tono apagado seguían siendo del color del mar, sus pechos seguían manteniendo su volumen pese a que la chica había adelgazado, y su rostro seguía siendo hermoso. Tal vez podía sacar aún más jugo a esa chica. Tal vez podría llevarla a límites a los que no había llevado ninguna de sus presas.

  • Quítate la ropa. Si quieres ser una manceba, te comportarás como tal a partir de ahora. Sí chicas.- Dijo dirigiéndose a sus acompañantes.- Nuestra amiga Valeria, es de sangre noble, pero en espíritu no es más que una vulgar fulana.

Valeria hizo caso omiso al comentario. En cualquier otra circunstancia no habría dejado degradarse de esa forma. Pero aquella no era una situación ordinaria, notaba la mirada de Rodrigo clavada en ella, se veía incapaz de decirle que no a nada, su voluntad la abandonaba y su adicción se apoderaba de ella. Después de todas las humillaciones a que la había sometido el Conde esas últimas semanas, ya no venía de una más. Inconscientemente empezó a desabrocharse el corpiño y a quitarse la ropa, quedando totalmente desnuda ante los tres presentes.

El Conde hizo un gesto de asentimiento al ver a la chica, sí, francamente su cuerpo seguía siendo hermoso. En las últimas semanas la chica había perdido cualquier vestigio de grasa corporal, teniendo un vientre totalmente plano, una piel tersa, su trasero perfectamente definido y sus pechos aunque no voluminosos, seguían siendo firmes y redondeados. Valeria nunca había estado tan hermosa. Con un gesto le indicó que se pusiera a cuatro patas, la postura más humillante que imaginó, la de un animal. Satisfecho vio como ella obedecía, Valeria no poseía ninguna fuerza de voluntad, ella sola se había convertido en una perrita desnuda. Aquello divirtió tanto al hombre como a las otras dos chicas, que no cesaban en sus risitas al ver la patética actitud de Valeria.

  • Ven, acércate.- Dijo Rodrigo mientras se quitaba los pantalones y mostraba un grueso y pálido miembro.- ¿Quieres que te satisfaga? Ya sabes lo que tienes que hacer.

Valeria sabía que no podía negarse a nada, era tal la dependencia que tenía con Rodrigo que era incapaz de decir basta, de mantener un mínimo de dignidad. Pero ello no impedía que en su fuero interno fuera consciente de la humillación que estaba sufriendo. En el Real Alcázar, en la biblioteca, un lugar en el que en cualquier momento podría entrar cualquier cortesano, y en presencia de las hijas de otro Grande de España, ella se había desnudado, y a cuatro patas se disponía a hacer una felación a un hombre. Se veía tan patética que las lágrimas brotaban de sus ojos, para mayor diversión de los otros tres presentes. Sabía que implorar clemencia era inútil, ellos tres querían diversión y ella sólo estaba allí para proporcionarla. Que se divirtieran a su costa era lo de menos, si al final Valeria obtenía su anhelada recompensa.

Las dos chicas soltaron una risotada al ver como el Conde, justo cuando la lengua de Valeria rozaba su glande, dio un paso atrás, y otro, y otro. Obligando a la chica a seguirlo a cuatro patas, con la boca abierta y salivando, buscando el contacto con el frío y erecto miembro del hombre.

Finalmente Rodrigo se cansó de aquel juego y dejó que la húmeda boca de Valeria se encontrara con su miembro. Pese a su total inexperiencia de la chica en su primer encuentro, durante ese mes, Valeria había aprendido a dominar el arte del placer. Rodrigo le había mostrado todas las posturas sexuales y todas las formas de complacer a un hombre. Ahora la chica tenía una habilidad que ninguna de las prostitutas de la cuidad podría igualar.

Las dos hermanas contemplaron con una expresión de timidez fingida como Valeria se tragaba y lamía aquel miembro masculino, comentando entre risitas la jugada. Valeria cerró los ojos e intentó apartar sus comentarios de su mente. El Conde no tardó en eyacular abundantemente en su boca.

Ambas chicas soltaron una exclamación de asombro al ver como Valeria se tragaba el abundante fluido que resbalaba por su boca. Ayudándose con sus manos, recogió lo que se escapaba de la comisura de sus labios para introducirlo en su boca. Rodrigo siempre había sido tajante en ello, si escupía, si desperdiciaba el mínimo de sus fluidos, ella no obtendría su recompensa.

A un gesto, indicó a las dos hermanas que se desnudaran. Las chicas, obedientes, y sin pudor alguno, se desprendieron de sus enjoyadas y lujosas ropas. Valeria las contempló unos instantes. Parecían casi gemelas, ambas parecían tener la misma edad de Valeria, ojos verdes, pelo rubio, su piel era pálida como la del Conde, y en su pubis no había rastro de vello alguno.

Ambas chicas, se tumbaron encima de una mesa, desplazando los mapas que allí había dispuestos, que rodaron por el suelo y empezaron a besarse.

  • ¿Quieres tu recompensa?- Le dijo el Conde, Valeria asintió sin pensar.- Bien, pues únete a ellas. Deja que te guíen.

Valeria, tímida, se acercó a la mesa. Ambas chicas le hicieron un gesto con la mano, invitándola a tumbarse entre ellas. La chica nunca había hecho algo así, tales prácticas estaban prohibidas. Su primo seguramente le diría que iría al infierno por ello. Pero su alma ya estaba condenada, desde el mismo momento que había compartido lecho con Rodrigo por primera vez.

Cuando Valeria se tumbó, el frío tacto de la piel de las chicas, hizo estremecer su cuerpo. Por alguna extraña razón, las frías caricias de las chicas, estimulaban su libido. Una de ellas se situó cerca de su cabeza, sujetando sus brazos por encima de su cabeza. Mientras tanto la otra deslizaba una fría lengua por su cuerpo, erizando la piel de su barriga, descendiendo por ella hasta llegar a… Valeria soltó un gemido al notar la fría lengua de la chica recorrer su húmeda vagina. Era la primera vez que alguien que no fuera Rodrigo la hacía estremecer de placer. La otra chica aprovechó los gemidos de Valeria para introducir su larga y fría lengua en su boca, jugando con ella, enroscándose en su cálida lengua como una serpiente, haciendo salivar a la joven morena.

Sin dejar se sujetar sus brazos, la chica se separó de su boca y pasó sus muslos por encima de la cabeza de Valeria, sentándose encima de ella, con su húmeda vagina rozando sus labios. “Hazme lo mismo que mi hermana te hace” le susurró al oído. Valeria no tenía ninguna experiencia al respecto y no sabía como actuar. Pero su instinto le indicó cómo debía hacerlo. Primero torpe y tímidamente, pero a medida que la lengua de la otra hermana estimulaba su clítoris, Valeria puso más empeño en ella.

El Conde contemplaba la escena des de la distancia, no cabía de gozo. Valeria realmente tenía mucho que ofrecer. En un inicio le había parecido patética, pero cada vez estaba más convencido de que tenía que hacer suya a esa chica. No podía dejar que el paso de los años hiciera estragos en ese hermoso cuerpo.

Con un gesto brusco, se acercó a las chicas. La que jugaba con la vagina de Valeria, había sacado sus colmillos, dispuesta a alimentarse de ella. La penetrante mirada del Conde le hizo esconderlos inmediatamente. “Déjala, ella me pertenece” le dijo mentalmente a la chica. Como un gatito asustado, ella escondió sus colmillos y cesó en lo que hacía, acurrucándose en el suelo hecha un ovillo.

Rodrigo de Monteleón, lo retomó dónde la chica lo había dejado. Acercando su boca a la húmeda y preparada vagina de Valeria, abrió la boca y sacó una larga, roja y salivante lengua que penetró dentro de ella, estimulando cada rincón de la vagina de la chica. A la par que sus colmillos empezaban a crecer.

La otra chica, se levantó del suelo y se situó al lado de su hermana, besándola en los labios mientras Valeria seguía lamiendo su vagina. De reojo el Conde vio a las dos hermanas besándose y jugando mutuamente con sus pechos. Sin cesar sus atenciones en la vagina de Valeria, él acercó su mano a la entrepierna de la otra chica, y empezó a estimularla. Pronto los gemidos de las tres chicas llenaron la suntuosa biblioteca.

En el momento en que Valeria exclamó por el éxtasis que le provocó el Conde, la vagina de la otra chica empezó a segregar fluido abundantemente, fruto del clímax, llenando el rostro y la boca de Valeria de un dulce y frío líquido femenino. Cuando se iba a incorporar, la otra hermana la agarró bruscamente del pelo y, mientras se abría de piernas, acercó el rostro de Valeria a su vagina carente de vello. Rodrigo y la otra chica, abrazados, cuchicheaban y reían, mientras contemplaban la escena.

Era ya casi medianoche cuando los cuatro salieron por la puerta principal del Alcázar.

Valeria, un paso detrás, totalmente avergonzada, mientras los otros tres se divertían y hacían bromas acerca de su habilidad y de cómo Valeria se dejaba hacer cualquier cosa. La joven se sentía aturdida y totalmente avergonzada. Con la mirada fija en el suelo bajó la escalinata. Mientras el trío se encaminó hacia el carruaje de Monteleón, Valeria dio unos pasos en sentido opuesto, hacia la dirección de la humilde posada en la que vivía. Cuando una voz a su espalda la hizo girarse.

  • ¡Rodrigo de Monteleón! No voy a permitir que sigas mancillando el honor de Valeria.

“¿Diego?” pensó la chica mientras se giraba. El joven poeta, con su espada desenvainada se dirigía hacia el Conde. Dos guardias acudieron raudos, pero Rodrigo los detuvo con un gesto en la mano a la vez que retiraba el fiador de su capa y desenvainaba su acero.

  • ¿Honor?- Dijo el Conde despectivo.- Esa manceba no sabe lo que es el honor.

Aquello enfureció a Diego que se lanzó presto contra el Grande de España. Valeria, con su corazón en un puño, contemplaba la escena. El joven poeta era diestro con la espada. Desde adolescente había tenido cierta soltura y firmeza en el manejo del arma. Reparaba con destreza todas las cuchilladas que le dirigía el Conde, lanzando atajos y estocadas sin descuidar su defensa en ningún momento. Pero el chico simplemente no tenía ninguna oportunidad contra alguien que lo superaba en fuerza, velocidad, agilidad, en todo. Rodrigo simplemente dejaba jugar al chico, preguntándose cuando se cansaría de ello y lanzaría su estocada final.

Diego tuvo un descuido, adelantó su pie derecho más de lo imprescindible, dejando por una fracción de segundo su muslo al alcance del acero del Conde. Rodrigo dirigió una estocada hacia la desprotegida pierna. En un movimiento desesperado Diego lanzó una cuchillada al rostro del Conde. Necesariamente al ver la amenaza sobre su rostro el Conde tendría de desviar su espada para reparar su cuchillada.

Diego soltó un grito de dolor al notar como el acero de Rodrigo penetraba en su muslo al mismo tiempo que su espada cruzaba el rostro del Conde abriéndole una fea herida. EL joven cayó al suelo, su pierna no le sostenía y, asombrado vio como la herida que instantes antes su acero había causado en el rostro de su rival se iba cerrando hasta desaparecer por completo. Aquello no podía ser real. El Conde alzó su espada, dispuesto a rematarlo cuando Valeria, entre gritos y sollozos se interpuso entre ambos.

  • No por favor, déjalo. Está indefenso, no puede ponerse en pie. Por favor, perdónale la vida, hazlo por mi.- Le imploró la chica.

Que Valeria rogara por su vida era humillante para Diego. Preferiría mil veces verse muerto antes de que Monteleón le perdonara por intercesión de la dama por cuyo honor se batía. Recogió su acero y, apretando los dientes para aguantar el dolor, intentó ponerse en pie.

La mirada de Rodrigo pareció indicar que aceptaba las súplicas de la chica, relajó su postura y bajó su espada. Pero cuando Valeria suspiró aliviada, en un rápido movimiento, casi imperceptible dirigió su acero contra el cuello de Diego, pero algo detuvo su espada en el último instante.

Ante el Conde había un fraile de hábito negro con una espada desenvainada. “¿En qué momento ha aparecido ese inquisidor?” pensó el vampiro. No era propio de él que lo sorprendieran de esta forma. Por un instante estuvo tentado de dirigir su espada contra el fraile, pero había algo en la fría mirada del recién llegado que le abstuvo de hacerlo. Era la única persona que veía en mucho tiempo que era capaz de aguantarle la mirada.

  • Ya se ha vertido suficiente sangre por una noche, ¿no cree usted, Conde?- Dijo Salazar con voz segura.- En cuanto a la chica… Un cristiano viejo como vos sabrá que el amancebamiento no es sino una forma de herejía. Tened cuidado con lo que hacéis si no queréis tener al Santo Oficio detrás vuestro.

Los ojos de Monteleón brillaron de furia. Ese maldito fraile no sólo se había entrometido entre él y su presa sino que además se atrevía a amenazarlo, en plena noche, precisamente cuando él era más fuerte. Y había algo aún más extraño, por mucho que lo intentaba, no lograba someter el fraile a su voluntad. Abrió la boca para replicar pero Salazar prosiguió, haciendo caso omiso de su furiosa expresión.

  • Nadie, ni tan siquiera un Grande de España, está por encima del Tribunal de la Suprema. Tenéis dos opciones, actuar como un buen cristiano y tomarla como esposa o afrentar las consecuencias de vuestros actos impíos.

Salazar necesitaba ganar tiempo y poner a Valeria a salvo, rezaba para que sus palabras hicieran efecto. El Conde soltó una diabólica carcajada ante aquellas palabras. Sí, percibía algo en el inquisidor, aquella chica le importaba de verdad. ¿Quería que la hiciera suya? Bien, cumpliría su voluntad.

  • ¿Se puede saber por quién me tomas mequetrefe?- Le espetó al fraile.- Por supuesto que tenía previsto hacerla mía. ¿Crees que dejaré escapar una preciosidad así? Mañana por la noche celebro un festejo en mi palacio. Allí haré público nuestro compromiso. Valeria será mía, sólo mía. Para siempre. Ven pequeña, ven a mi casa esta noche.

  • La futura novia pasará la noche en un convento. Vos dejaréis de verla hasta el día de la boda.- Dijo autoritariamente el inquisidor para acto seguido dirigirse a su sobrina.- Valeria, no tienes que ir con el Conde. Ven conmigo, te llevaré a un sitio seguro donde puedas pasar la noche.

Valeria con ojos suplicantes negó con la mirada y tomó la mano que le ofrecía el Conde. Salazar apretó los puños. No había previsto esa reacción por parte de su prima, estaba más subyugada de lo que había creído. La ira lo carcomía por dentro pero no podía evitar que Valeria se fuera con Rodrigo. Había observado al Conde, percibía su aura, y sabía que era mucho más fuerte que él. Salazar no saldría vivo si intentaba imponerse entre ella y el vampiro. Al menos no con las armas de las que disponía ahora. Además estaban esas otras dos chicas, que pese a su porte inocente, no engañaban al inquisidor.

Diego hizo un esfuerzo para levantarse e intentar evitar que Valeria subiera al carruaje del Conde, pero Salazar agarrándolo por los hombros lo impidió.

  • !Eres un necio¡ Deberías haber acudido a mi hace semanas.- Le espetó a Diego aunque por dentro él también consideraba que había fallado. Esas últimas semanas había estado recluido, trabajando en asuntos de la Inquisición, completamente ajeno a cualquier otro asunto. Sin saber que un vampiro estaba consumiendo a su querida prima.- Como buen soldado has sido, debes saber que hay qué escoger que batallas vale la pena luchar y cuales no. Y esta la tenemos perdida créeme. Debemos prepararnos. Tal vez mañana nuestro Conde se lleve una buena sorpresa. Ten por seguro que rescataremos a Valeria, te lo prometo. Mi Orden me considera el mejor.

  • ¿El mejor de qué?- Preguntó Diego en un tono que destilaba cierto desprecio hacia el fraile, que ningún gesto había hecho para evitar que el Conde se llevara a su amada.- ¿El mejor rastreador de judíos?

  • El mejor cazador de vampiros.- Replicó secamente.

Salazar deseaba poder enfrentarse al conde a plena luz del día, cuando sus poderes estuvieran más débiles, pero había preparativos que realizar. Solo tendrían una oportunidad así que debía planear bien la batalla, sobretodo si iban a librarla en el terreno del vampiro. El inquisidor sabía que no podía contar con el apoyo de su Orden, Diego y él estaban solos. El fraile conocía de sobras los métodos expeditivos del Santo Oficio, Valeria había sido corrompida, y para la Suprema no importaba que ella aún no hubiera sido convertida, ante ellos no sería más que una impía que debía ser destruida. No iba a salvar a su prima del vampiro para que terminara en las hogueras de la Inquisición.

Salazar meditó sus opciones, de día seguro que el no-muerto tendría un pequeño ejército velando por su sueño, al fin y al cabo no dejaba de ser un Grande de España, pero de noche… De noche el vampiro estaría en la cúspide de sus poderes y, tal vez, con algo de suerte, se sintiera también confiado, invulnerable en sus dominios. Y alguien confiado comete errores… Tan solo rezaba para que Valeria estuviera viva para aquel entonces.

La noche siguiente. Palacio de los Monteleón

Valeria estaba desnuda, tumbada en la cama del Conde mientras Rodrigo rebuscaba en un arcón y le tendía algo.

  • Pruébate eso, es la última moda en Florencia, estoy seguro que te quedará estupendo.

Valeria contempló lo que le tendía. Eran unas bragas de encaje de seda semitransparentes. Había escuchado hablar de ellas, al parecer algunas atrevidas aristócratas italianas sustituían sus enaguas por esas prendas mucho más reveladoras. La chica se ruborizó al imaginarse vestida con eso, pero luego contempló la mirada de Rodrigo y decidió probarse la prenda y se miró al espejo. La prenda no dejaba casi nada a la imaginación, su trasero quedaba casi totalmente al descubierto y su vello púbico se transparentaba a través de la fina seda.

  • Ven querida, acércate.- Le indicó el Conde.

Valeria, pese a que llevaba todo el día en la cama con Rodrigo, la obedeció. Su mente no pensaba en otra cosa que no fuera yacer con él. Todo su cuerpo le pedía que volviera a morderla, que volviera a penetrarla. Notaba como la fina prenda absorbía la humedad que segregaba su entrepierna. Con tan sólo mirarla, el Conde era capaz de llevarla al borde del éxtasis. Su piel se le erizaba. Cuando se tumbó encima de él, escuchó un ruido a través de la ventana. Los invitados estaban llegando, pero a ella nada le importaba.

Valeria retiró la prenda sin quitársela, para que el vampiro pudiera penetrarla. Tumbada encima de él, era ella la que ahora marcaba el ritmo de la cópula. Moviendo sus caderas con ritmo acelerado, buscaba un placer que nadie más podía ofrecerle. Con sus manos palpaba el musculoso y frío pecho del hombre mientras el conde jugaba con sus pechos. Él emitió un gemido al notar como la chica empezaba a morderle sus pezones y a succionarlos con pasión. Como si quisiera extraer una sangre que no corría por sus venas. Él la impulsó a seguir, ofreciéndole su cuello. Aún no la había convertido y la chica ya se comportaba como una vampiresa.

Los labios de la chica se adhirieron al pálido cuello, mordiéndolo con pasión. El Conde gemía ante la impulsividad de la chica pero logró resistir su eyaculación. Quería disfrutar de ese momento. Se incorporó un poco y agarró a Valeria por el pelo, tirando su cuello hacia atrás. La chica seguía moviendo sus caderas apasionadamente.

  • Házmelo.- Le decía.- Házmelo, por favor. Lo necesito, necesito que me lo hagas.

El Conde la contempló por unos instantes. Ella se había vuelto totalmente adicta a él, a su “beso” como le gustaba llamarlo. Sin su mordida, la chica era incapaz de alcanzar el anhelado orgasmo. Él la dejó hacer durante unos instantes, le gustaba escuchar como le imploraba, como le suplicaba que la mordiera. “Una pena, ya no volveremos a compartir ese momento tan especial, aunque compartiremos otros momentos mejores” pensó el Conde mientras acercaba los afilados colmillos al cuello de la chica.

El grito de placer de Valeria se escuchó desde el patio, causando risitas entre los criados y los invitados que estaban llegando.

Esta vez Rodrigo bebió sin moderación. Era la última vez, el beso definitivo. Valeria dejaría de ser una simple humana y pasaría a ser uno de ellos. Para convertir a alguien al vampirismo no basta con una simple mordida. El no-muerto debe absorber toda la sangre de su víctima. Y a la vez, en el mismo momento en que el corazón de su víctima deja de latir, con precisión casi matemática, el no-muerto debe introducir en ella, un fluido de su cuerpo. Algo que contenga la esencia del vampiro y que penetre en el cuerpo de su víctima. La mayoría de vampiros usan su impía y espesa sangre, otros prefieren la saliva, Rodrigo era especial, a él le gustaba compartir con sus “ahijadas” un fluido más íntimo. El corazón se detuvo en el pecho de Valeria mientras el Conde eyaculaba abundantemente en su vagina.

Media hora después

Había unas cuarenta personas en el Gran Salón del palacio de los Monteleón. Todas charlaban animadamente. Frente a ellas había una gran mesa ricamente parada. Fruta de lo más variada, carne empanada, cochinillo asado, patatas y diversa verdura traída de Nueva España… La mitad de los invitados iba picando cosas de la mesa, la otra mitad les daba conversación. Lo que muchos no sabían era que sólo la mitad de los presentes eran comensales, la otra mitad eran… comida.

Rodrigo había concedido la noche libre a todos sus guardias y la mayoría de sirvientes. Con veinte vampiros en el palacio no había nada que temer. Podían detener a un pequeño ejército sin problema. También concedió el día libre a la mayoría de criados, dejando sólo un pequeño retén para servir la mesa y atender a los invitados, sólo estaban allí los criados que gozaban de la plena confianza del Conde. Eran muchos los rumores que circulaban acerca de los festejos a plena noche en el Palacio de Monteleón, pero nadie ofrecía detalles al respecto. Unos porque no les interesaba, otros porque no recordarían nada al llegar al amanecer. Claro que siempre había alguno de sus congéneres demasiado impulsivo que se alimentaba más de la cuenta. En todas las bacanales siempre había “accidentes” y alguien, desafortunadamente, perdía la vida.

Tan confiado estaba el Conde en sus dominios que no cayó en la cuenta que en su palacio había dos personas que habían llegado sin invitación. Aprovechando que los pocos criados recibían a los invitados, uno de ellos se había escurrido por la cocina mientras otro subía, agachado, por la escalera exterior del patrio trasero.

Al lado del Salón, en una amplia cocina había varias barricas de roble con el más noble de los vinos de la casa de Monteleón. Después de acomodar a los invitados, los criados llenaban jarrones de cristal tallado con el exquisito vino. Lo servirían cuando el señor hiciera aparición.

La conversación paró cuando escucharon unos pasos bajar por la gran escalinata de piedra. Rodrigo de Monteleón, vistiendo sus mejores galas, bajaba tomando la mano a la joven Valeria. La chica tenía el pelo recogido en un elaborado peinado, lleno de tirabuzones y sujeto por ricas joyas. A la luz de las velas, la piel de Valeria ya no tenía su habitual tono moreno, sino que era blanca como el mármol. Incluso su pelo era distinto, se podría decir que era más oscuro y había recuperado su anterior vitalidad. Sus ojeras habían desaparecido. Y sus labios, se habían teñido de un color rojo ardiente.

La chica vestía de forma totalmente opuesta al Conde. En lugar de ricos zapatos, ella iba descalza, y en lugar de vestir elaborados ropajes, cubría su cuerpo con la braguita de seda que le había regalado y un camisón de rica tela bordada que le llegaba hasta el ombligo. Las finas prendas no ocultaban las bellas formas femeninas de la chica.

Las hijas del Duque de Miranda, en un rincón, no pudieron evitar una mueca de envidia al verla bajar. Aquella chica que la noche anterior habían visto con aspecto andrajoso, propio de un mendigo, ahora acaparaba todas las miradas.

Mientras el Conde bajaba. Los criados se afanaron en llenar las copas de cristal con vino y entregar una copa a cada invitado. Era tradición hacer un brindis para celebrar cada nueva incorporación a la “familia”.

  • Queridos.- Dijo Rodrigo al llegar al rellano.- Gracias por haber venido. Quiero presentaros a Valeria, que desde esta misma noche, es una más entre nosotros.

Valeria hizo un tímido saludo y a continuación los invitados levantaron sus copas, en señal de bienvenida y acto seguido se las llevaron a sus labios. Cuando bebieron el vino, empezaron los gritos.

Rodrigo miró asombrado lo que sucedía a su alrededor. Uno de sus invitados se sujetaba la barriga con dolor mientras una oscura mancha carmesí afloraba en su ropa. Una chica joven chillaba de dolor mientras se cubría su espumeante cara llena de sarpullidos con las manos. Las hermanas Miranda chillaban mientras sus gargantas se derretían como su fueran de cera. Asustado, un invitado volcó su copa de vino sobre un vampiro. El contacto del líquido fundió la piel del no-muerto como su fuera ácido.

La mitad de los invitados contemplaba la escena con asombro. La otra mitad se retorcían de dolor.

Rodrigo tardó unos instantes en asimilar lo que sucedía. En la tradición católica, hay dos líquidos que son sagrados, y por lo tanto, susceptibles de ser bendecidos. Uno es el agua, fuente de vida y protagonista del bautizo. El otro es el vino, protagonista en la eucaristía. El contacto con uno de esos líquidos bendecidos era letal para un vampiro que en vida hubiera sido bautizado. El Conde chilló de rabia. Alguien había saboteado la ceremonia. En algún momento, mientras él estaba yaciendo con Valeria, mientras sus criados atendían a los invitados, un intruso se había escurrido en su casa. Un invitado que había bendecido las barricas de vino.

Un vampiro se acercó tambaleante a la cocina, se oyó una detonación y un impacto penetró en su cráneo, destrozándole la cara. El vampiro se derrumbó en el suelo mientras su cuerpo se convertía en polvo. Una silueta oscura apareció por la cocina, un fraile de negro hábito que empuñaba una humeante pistola. Salazar había acertado, invertir tiempo en bendecir todo el vino de la cocina dio su resultado. La intuición le había dicho que si tenían tanto vino era porque esa bebida tendría especial protagonismo en la velada. La ingesta de vino bendecido era también una forma efectiva de distinguir a los muertos de los vivos.

Tan obcecado estaba el Conde en el inquisidor, que no se percató de que desde arriba en las escaleras, alguien lo apuntaba con un arcabuz. No se percató de ello hasta que un proyectil de plata bendecida impactó en su pecho, derribándole entre gritos de dolor.

Salazar acudió presto hacia Valeria, rematando con su espada de plata a los agonizantes vampiros que encontraba a su paso. Su prima estaba allí, de pie, y se la veía sana. Salazar no se llegó a plantear ni siquiera la posibilidad de que hubieran llegado tarde. Valeria estaba allí, mirándolo, y eso era todo cuando importaba.

Diego arrojó el arcabuz y, pese a su cojera, descendió raudo por la escalera, llegando hasta la chica antes que el inquisidor.

  • ¡Diego! Coge a la chica y lárgate ¡ya!- Le ordenó el fraile mientras se acercaba a Valeria.

  • El Conde, está muerto.

  • No amigo mío, sólo le has herido.- Dijo el inquisidor mientras veía a Rodrigo levantarse de nuevo con un rictus de dolor en su cara.

No es tan fácil matar a un vampiro con una bala de plata bendecida. Un impacto en cualquier punto de su cuerpo lo debilita, pero no es suficiente para matarlo. Para ello hay que acertar en uno de sus pocos puntos vitales. Su corazón, o su cabeza, atravesando el cráneo y llegando hasta el cerebro. El proyectil de Diego había impactado en el pecho, alojándose en el pulmón y fallando el corazón por escasos centímetros.

Mientras el vampiro se levantaba, Salazar se encaró con él mientras apremiaba a Diego para que saliera con la chica.

Valeria, aturdida por el cariz de los acontecimientos, se dejó guiar por el joven. Soltó una exclamación al ver como Rodrigo se abalanzaba sobre su primo, pero Diego la apremió a que corriera, que no mirara atrás. Juntos cruzaron la puerta principal y llegaron a fuera, aspirando el aire fresco de la noche.

El Conde, en un movimiento casi imperceptible al ojo humano, embistió al fraile, arrojándolo contra la mesa, causándole un grito de dolor. El impacto casi le había roto la columna, su espada se escurrió entre sus dedos, rebotando en las losas de piedra. Salazar sabía que no era rival para el vampiro. No saldría vivo de ese enfrentamiento. Pero aguantaría el tiempo necesario para que Diego pudiera huir con Valeria. Había un monasterio en la sierra, a una hora escasa a caballo. Si la pareja lograba llegar hasta allí, estarían a salvo hasta el alba.

A fuera, reinaba el caos. Los asustados invitados corrían hacia sus caballos, los criados no sabían bien que hacer, sorprendidos ante la dantesca visión del salón. Para Valeria, sólo existía Diego, notaba su palpitante corazón bajo su pecho. Lo sentía asustado, pero su mirada era firme. La chica quiso fundirse en sus cálidos brazos, necesitaba sentir el contacto del chico, besarlo.

Pese a que el tiempo apremiaba, Diego no rehuyó el abrazo, ni el frío beso de la chica. Su corazón latía a toda velocidad mientras su lengua se mezclaba con la de ella. El joven poeta llevaba años anhelando un momento así. Suspirando por una mirada, una caricia, o un beso de la chica que amaba.

Diego era atractivo, y en el fondo de su corazón, Valeria siempre había sentido algo por él. Él había arriesgado su vida por ella. Y por ella habría descendido al mismísimo infierno si hubiera hecho falta. Se sentía como una princesa de un cuento de hadas, rescatada en el último instante por su príncipe azul. Lo que aún no sabía Valeria era que ese arrebato de pasión lo provocaba el olor a la sangre que manaba por la herida, aún no cerrada, en el muslo de Diego. Embriagada, abrazó al chico con más fuerza, y incrementó la intensidad de su beso. Sus labios succionaban su lengua, absorbiendo la saliva del chico. Valeria no entendía lo que le sucedía a su cuerpo, tan solo sabía que no quería que ese beso se detuviera. Ella ni siquiera fue consciente de que sus colmillos habían empezado a crecer, ni tan siquiera se había dado cuenta que habían perforado la lengua de muchacho y que, en lugar de saliva, ella estaba absorbiendo la sangre que se derramaba por sus labios.

Diego intentó detener el abrazo, pero la chica lo mantenía sujeto con brazos de hierro. Notó como su fuerza lo abandonaba, intentó decirle que parara pero sus labios no le obedecieron. Mientras notaba como su vida se escapaba por sus labios, se dio cuenta de que no había mejor forma para morir. Bajo la luz plateada de la luna llena, a los brazos de la chica a la que amaba. Tan sólo logró susurrarle unas pocas palabras.

En el interior, el fraile aún se batía con el vampiro. El Conde se había abalanzado sobre él, aprisionándolo contra la mesa del comedor. El Conde desgarró el hábito del fraile, dispuesto a abrirle el pecho, pero, ocultas bajo su vestimenta, el inquisidor tenía las páginas sueltas de un antiguo evangelio. El vampiro retrocedió ante las sagradas escrituras, dando al inquisidor el respiro necesario.

El fraile rápidamente sacó un crucifijo terminado en una afilada punta de su hábito. El crucifijo estaba hecho con una reliquia de la vera cruz. Lo había “tomado prestada” del arsenal del Santo Oficio. Se arrojó contra el vampiro y clavó la afilada madera en su pecho. El fraile sonrió, agotado. Todo había terminado.

Justo cuando se levantaba, dando la espalda al vampiro, el Conde lo agarró del cuello. Salazar hizo una mueca de asombro, el vampiro aplastó su cuerpo contra la pared, notando como varias de sus costillas se rompían. Mientras se derrumbaba en el suelo, de su boca salió un esputo sangriento.

  • ¿Pretendías acabar conmigo con esa maldita baratija? Hubiera sido mucho más efectiva una estaca de roble.- Se burló Rodrigo mientras extraía la afilada estaca de su pecho. Entonces Salazar comprendió qué había fallado.

  • Una falsa reliquia...- Masculló.

Rodrigo soltó una sonora carcajada mientras arrojaba la estaca al suelo. Pese a no ser una reliquia auténtica, aquel crucifijo le había causado severas quemaduras en la mano y en el pecho que le ardían. Tuvo que disimular su dolor con una risotada.

  • ¿Que creías que era eso, una vera cruz?- Dijo apretando los dientes.-Trajimos carros llenos de ellas de las cruzadas. Con los fragmentos que yo mismo vendí podrías edificar una catedral. Sí, fue en aquel entonces cuando me convertí en lo que soy. Ahora no recuerdo si fue en la primera cruzada o en la tercera… o tal vez la segunda… Pero recuerdo el momento, un maldito judío del que yo sólo quería su oro me engañó, me guió hasta una oscura cueva dónde habitaba un antiguo mal. Quería usarme para vengar a sus hermanos muertos.

Mientras el Conde hablaba, el fraile sacó de su hábito una pequeña pistola, cargada con un proyectil de plata. El vampiro fue más rápido y de una patada arrojó el arma lejos del fraile. Se escuchó un crujido cuando el Conde pateó a Salazar rompiéndole más costillas. El fraile se vio de bruces en el suelo, su rostro impactó en una pisoteada hogaza de pan. El vampiro puso su pie encima de él, inmovilizándolo contra el suelo.

  • Termina ya con eso, estoy indefenso.- Lo interrumpió el fraile.- Mátame y termina con mi agonía.

  • ¿Matarte?- Dijo Rodrigo mientras contemplaba el caos a su alrededor. El pecho le ardía, notaba el proyectil en su interior, mordiéndolo por dentro, su mano la tenía llena de ampollas por culpa del crucifijo.- No tengo planes para matarte, al menos no en los próximos minutos. Pienso ir a fuera y traer a Valeria, quiero que vea como te despedazo ante ella. Quiero que contemples su mirada mientras te arranco las tripas y se las doy a mis perros, quiero que…

Pero no llegó a terminar su frase. El fraile estaba murmurando una pequeña oración en latín. El Conde no pudo reprimir una carcajada ante la patética postura de su enemigo.

  • Reza todo lo que sepas, pero tu dios no te va a rescatar.- Le dijo burlón mientras retiró el pie de su espalda y, agarrando al fraile por el cuello y lo levantó. En el rostro de Salazar afloraba una sonrisa.

Rodrigo se dio cuenta demasiado tarde de su error. El inquisidor en un rápido movimiento golpeó su rostro con la hogaza de pan, haciendo chillar al vampiro de dolor al tiempo que soltaba a su presa.

  • Y entonces lo pasó diciendo, tomad, esto es mi cuerpo.- Masculló Salazar mientras caía al suelo, soltando un nuevo esputo de sangre. El pequeño discurso del Conde le había dado el tiempo necesario para bendecir el pan, otro alimento eucarístico que con la oración correspondiente podía dañar a un no-muerto.

Mientras el Conde chillaba de dolor, no sin esfuerzo el fraile se levantó. Salazar olió, satisfecho, el hedor de la carne impía del vampiro quemándose.

Apoyándose en un enorme candelabro, el fraile dio varios pasos por el salón. Mientras el no-muerto embestíaciegamente, presa de la rabia y el dolor por todo el salón, él recogió su plateada espada del suelo. Golpeó una bandeja de metal para atraer la atención del vampiro y se preparó para la embestida.

El fraile lanzó la estocada al mismo tiempo que su cuerpo absorbía el impacto. Nuevamente la sangre afloró por sus labios. La estocada fue certera. Directa, ensartó su oscuro corazón hasta la cazoleta. El Conde de Monteleón dejó de chillar y se quedó quieto, desvaneciéndose como polvo. Sin saber muy bien como, Salazar lo había logrado, había terminado con un vampiro de casi quinientos años. Aunque había tenido la ayuda de Diego, la bala de plata bendecida no lo había parado, pero lo había debilitado lo suficiente como para que el fraile pudiera vencerlo.

Pese a que su cuerpo le pedía descanso, no podía concederse ese deseo. Necesitaba reencontrarse con Valeria y Diego, tambaleándose, abandonó el salón, lleno de muerte y maldad. Había logrado acabar con un nido de vampiros en plena corte. Sonrió vagamente, si se lo contaban al Rey, nunca lo creería.

El frío aire de la noche le supo a gloria, aunque un ruido estremecedor aprisionó su corazón. Valeria estaba arrodillada en un rincón, sujetando el cuerpo de Diego en brazos, llorando.

La vampiresa emitía un llanto sin lágrimas, las cuales nunca más volverían a aflorar en su rostro. A Salazar aquello le partió el alma, los aullidos de pena de su prima le parecían los tristes maullidos de un gato agonizante. Fue entonces cuando se dio cuenta de que habían fracasado.

  • Por favor primo… mátame.- Le imploró Valeria al notar el cuerpo del fraile a su lado. Sus finas y escasas prendas de ropa estaban totalmente manchadas con la sangre de Diego, por sus labios y cuello había restos de sangre seca.

Salazar aún tenía su espada desenvainada. Acercó el filo al cuello de Valeria sosteniéndolo allí durante unos instantes. Su mente le decía que debía terminar el trabajo, ella ya no era su prima sino un ser lleno de maldad. Debía terminar con su existencia para liberar el alma de Valeria y evitar que siguiera causando daño. Pero su corazón le decía lo contrario. Había cuidado de ella desde pequeña. Aquel ser, pese a la palidez de su piel, tenía los ojos de Valeria, la voz de Valeria… simplemente fue incapaz de hacerlo. Envainó la espada y se arrodilló a su lado. Abrazándola.

Y así estuvo, durante varias horas, consolando a la sollozante vampiresa. Finalmente, entre ambos dieron sepultura al joven Diego, en un bonito rincón, junto a un naranjo. Valeria contempló a su primo. El fraile estaba débil, sangrando por varios puntos. Respiraba con dificultad y de vez en cuando tosía, señal de que varias de sus costillas estaban rotas y aprisionaban sus pulmones. Le costaría recuperarse de esta. A diferencia de Diego, ahora ella no sentía ningún impulso de absorber la sangre de Salazar, ella aún no lo sabía pero ya estaba saciada. Fue a decirle algo pero él la detuvo con un gesto brusco. Era casi el alba.

  • ¡Vete! Coge un caballo y cabalga, lejos de aquí. Que no te encuentre, la próxima vez que nos veamos, sólo uno de los dos saldrá por su propio pie. Lárgate y que no te vea nunca más.

Valeria, sin saber qué decir, asimilando poco a poco su situación cogió uno de los caballos del Conde.

  • Cuidate mucho Valeria...- Susurró el fraile mientras la veía alejarse.

Valeria galopó hacia la sierra y no paró hasta que los primeros rayos de sol empezaron a abrasar su piel, sólo entonces se detuvo a descansar en una choza de pastores.

Madrid, 33 años después

Valeria entró en el Alcácar protegida por una sombrilla y un abanico. Pese a que el débil sol de la tarde no era letal para ella, aún bajo la sombrilla le producía dolorosas abrasiones en la piel y la debilitaba demasiado. Pero era un riesgo que debía correr. Si quería mantener su posición, debía dejarse ver por la corte de vez en cuando bajo la luz del día. De lo contrario pensarían que despreciaba los asuntos de estado.

“Abran paso a la Condesa de Monteleón” escuchó decir a la guardia mientras entraba en el Real Alcázar. Desde que había logrado hacerse con el nombre del linaje de Monteleón todas las puertas de Madrid, es decir, todas las de España y medio mundo, se abrían a su paso.

Valeria llevaba unos años ausente de España, la culpa la tenía su primo Salazar. Su último encuentro con el inquisidor no había terminado demasiado bien para la salud de ambos. Pese a sus 60 años, el fraile fue un hueso demasiado duro de roer. Aquel “encuentro familiar” casi terminó con la vida de ambos. De entre todos los cazadores de vampiros con los que coincidió a lo largo de su vida, Salazar fue el único del que Valeria estaba convencida que si no la mató, fue únicamente porque él no quiso. Pese a ello, su primo fue la única personaa la que Valeria llegó a temer. Después de su último enfrentamiento, la vampiresa decidió darse “un tiempo”, un exilio autoimpuesto. No quería arriesgarse a un nuevo encuentro con Salazar. Hasta que no tuvo noticias, hacía unos meses, del fallecimiento del inquisidor, no se atrevió a volver a España.

Salazar nunca se recuperó del todo de las heridas sufridas en su enfrentamiento con el Conde de Monteleón. A causa de las múltiples facturas en sus costillas, una dificultad respiratoria y una tos crónica lo acompañaron en resto de su vida. Ello, no le impidió seguir cazando vampiros. Pese a su intensa vida y su delicada salud, ningún no-muerto pudo con él. Salazar falleció a sus más de 70 años, en la cama, víctima de un tifus. A Valeria le hubiera gustado poder visitar su tumba, darle un último adiós a su primo, que en vida la había cuidado como un hermano mayor. Pero no estaba segura de queun vampiro pudiera entrar en un recinto sagrado, aunque sus intenciones no fueran malas.

La chica entró en el imponente edificio, dónde aún se tomaban las decisiones más importantes del planeta. Al cruzar un lujoso patio interior reparó en algo. Un pintor estaba haciendo un retrato al Válido del rey. Un cuadro soberbio. El Válido montado a caballo vistiendo su mejor armadura, con su fajín y bastón de mando, lideraba a los tercios en una batalla. La chica contempló durante unos instantes la firme mano del pintor realizando trazos en el lienzo.

  • Tenéis talento.- Le dijo, sobresaltando al artista.- ¿Cómo os llamáis?

  • Me sorprende que no reconozcáis al más reputado pintor de la corte.- Respondió el Válido con respeto, relajando su postura y bajando del caballo de madera que servía de modelo al pintor.- Demasiado tiempo lleváis ausente de la corte, Condesa. ¿Dónde habéis estado, en las Indias? Y lo más importante, ¿cómo lo hacéis para conservar vuestra belleza? estáis igual de hermosa que cuando partisteis hace diez años. En cambio los años pesan en mi cuerpo.

Valeria dejó que el válido tomara su mano y la besara.

  • ¿Nueva España? No querido Luis. Ni loca me subiría yo a uno de esos cascarones de nuez para cruzar el océano. La simple visión de un río ya me marea. Mis pasos me llevaron en dirección opuesta, a lo que los portugueses llaman “ruta de la seda”. ¿Sabéis la de maravillas que esconde la China? Incluso me atreví a tomar un buque para llegar al remoto Cipango. Allí tienen todo tipo de especies y fragancias singulares. Aplicadas sobre la piel, me hacen parecer más joven de lo que soy. Deberías haber visto como me maree en el breve trayecto en buque desde Corea hasta ese puerto que llaman Nagasaki.- Dijo Valeria con una sonrisita.- Por cierto enhorabuena por vuestro nombramiento, no sabía que el bueno de Don Gaspar ya no ostentaba el cargo de válido ¿goza de buena salud vuestro apreciado tío, el Conde-Duque?

  • Mi tío don Gazpar, tuvo que ausentarse de la Corte, digamos que...- Luis Méndez de Haro y Guzmán no quería dar detalles a la Condesa acerca de la caída en desgracia de su tío. Aunque al parecer la atractiva chica había perdido interés en él y centraba su atención en el pintor.

El hombre dejó el lienzo e hizo una reverencia a la chica.

  • Nunca había tenido el placer de saludar a una joven tan hermosa, soy Diego Vel…

Valeria no escuchó el apellido del pintor. “Diego...” murmuró para si misma, aquél nombre le traía recuerdos.

  • Permitirme que os llame Diego, a secas.

  • Como gustéis, señora Condesa.- Dijo el pintor.

  • Tenéis talento Don Diego.- Dijo Valeria.- Me gustaría encargaros un retrato, algo especial, me gustaría que me pintarais… a la italiana.

Aquello ruborizó tanto al pintor como a Don Luis, segundo Conde-Duque de Olivares, que tosió para simular que no había escuchado aquello.

  • Lo siento, yo no hago desnudos señora.- Dijo el pintor educadamente.

  • Conmigo haréis una excepción, creedme.

Velázquez se mesó el mentón, meditando unos instantes.

  • ¿Y cómo os gustaría que fuera ese cuadro?- Dijo finalmente.

Ahora fue Valeria la que meditó unos segundos. Respondió sin tapujos ruborizando al Válido que no sabía como mantener la compostura.

  • De espaldas… tumbada en un dosel… Mirando un espejo… Sí, me gustaría que imaginarais mi rostro reflejado en un espejo, tenéis talento, estoy seguro que podréis hacerlo. Me gustaría poder contemplar mi reflejo, aunque sea en un cuadro.- Dijo Valeria.

Hacía años que la vampiresa no veía su rostro, que aparecía siempre borroso en cualquier superficie, como si los espejos se negaran a mostrar algo que atentaba contra las mismas leyes de la naturaleza. Por un instante, aunque fuera en un lienzo, por la traza de otra persona, a la vampiresa no había otra cosa que deseara más que ver su rostro reflejado, un mero recuerdo a cuando al sangre aún latía por sus venas.

  • Que sea como…- Prosiguió la chica. Velázquez captó a idea al instante, y aunque no terminó de comprender la insistencia de la condesa en relación a lo del espejo, en seguida tuvo una idea de como sería la obra.

  • Como una Venus.- Dijo el pintor interrumpiendo a la chica.

  • Exacto.- Afirmó Valeria.- Como una Venus mirándose ante el espejo.

  • Podría incluso dibujar, de forma imaginaria, un Cupido sujetando el espejo.- Añadió el pintor.- Sería un detalle excelente.

Valeria lo miró extrañada

  • No estoy demasiado convencida sobre este último aspecto.- Añadió ella.- Aunque todo es hablarlo...

Epílogo. 2021

El bólido patinó en una curva, sacando a Valeria de sus pensamientos. Miró de reojo a Lope. Sí, de entre todos los hombres que había conocido a lo largo de su vida, Diego fue el único que valió la pena, el único cuya muerte lloró. Tal vez por eso, hacía siglos que sólo yacía y se alimentaba de los chicos más aburridos, los más estúpidos, o los más enclenques. Justamente lo contrario a lo que había sido Diego, como si no quisiera mancillar su recuerdo. La chica se sorprendió con esa reflexión, era algo que nunca se había planteado. Sin ser consciente de ello, la chica murmuró en voz alta las últimas palabras del joven poeta. Sus últimos versos, pronunciados instantes antes de expirar su último aliento, desangrado en sus brazos.

No son mis esperanzas pertinaces

por quien los males de tu bien padezco

sino la gloria de saber que ofrezco

alma y amor de tu rigor capaces

  • ¿Decías algo?- La sorprendió repentinamente Lope.

  • Nada… nada.- Masculló la chica lamentando haber hablado en voz alta.- Por cierto, llevas horas conduciendo, ¿a dónde piensas llevarme?

  • Es una sorpresa, te gustará, ya lo verás.- Dijo Lope con una sonrisa.

Valeria lo volvió a mirar y sonrió.

CONTINUARA

PD: Los versos que atribuyo a Diego, pertenecen al gran Lope de Vega que, igual que nuestro protagonista, fue poeta y soldado. El único desnudo que pintó Velázquez a lo largo de su talentosa carrera fue “La Venus del espejo”, los expertos aún hoy debaten quién es la hermosa y pálida mujer a la que retrató el pintor.