La vampiresa. Cap 7. Final del camino
Un camino termina, y otro empieza
Valeria chilló de dolor. Los afilados colmillos de Ersebeth Bathory le desgarraron la garganta, buscando sus cervicales. Ni con toda su fuerza, la vampiresa de pelo azabache lograba sacudirse de encima a la chica pelirroja que, incluso con una mano herida, la sujetaba con una fuerza descomunal.
Las joven vampiresa pataleaba desesperada, las manos de la princesa se cerraban sobre sus muñecas, amenazando con rompérselas. Valeria logró golpear el muslo herido de su enemiga.
Bathory chilló de dolor y su presa logró escurrirse de su agarre, pero ella, con el ímpetu de un tigre, se volvió a abalanzar encima suyo. Valeria rodó por el suelo, pronto, se vio tumbada boca arriba, su enemiga volvía a sujetarla con fuerza, intentó patearla de nuevo, pero los muslos de la princesa inmovilizaron sus piernas. Valeria estaba indefensa, impotente, ante tan poderosa enemiga. Notaba el muslo de Bathory entre sus piernas, haciendo presión contra su cuerpo, presionando…
- Pero… serás… ¡masoquista!- Exclamó Ersebeth al notar en su muslo los fluidos femeninos de Valeria.- ¡Estoy a punto de descuartizarte!… ¿Y tu te estás excitando?
La princesa descargó su rodilla contra la entrepierna de su rival. Valeria aulló y agachó los ojos, avergonzada. Su cuerpo seguía ligeramente excitado tras el revolcón en la cama y el fragor de la pelea, la adrenalina recorriendo su cuerpo, no había ayudado a mitigar esa sensación, al contrario. Aún así, no podía explicar porque los arañazos, los colmillos de su enemiga cortando su piel, aumentaban su libido.
Bathory la agarró fuertemente por el pelo, como si quisiera arrancárselo.
- Eres una jodida zorra… ¿lo sabes, verdad?- Y acto seguido le dio un fuerte bofetón.- Una perra cachonda.
Los bofetones no disminuían la excitación de Valeria, que notaba un hormigueo constante en su entrepierna. El contacto del muslo de la princesa con sus labios vaginales hacía que su clitoris se endureciera, su vagina no cesaba de segregar fluido. Su cuerpo se preparaba para una penetración que no llegaría.
Los bofetones de Ersebeth hacían aflorar saliva por la comisura de sus labios. Sujetándola fuertemente por su densa y oscura cabellera, la princesa se acercó al rostro de Valeria.
- Sólo hace falta ver tus ojos… tu mirada es la de un animal en celo… te tiemblan hasta los labios… Todo tu cuerpo huele a lujuria…
Como quién saborea una piruleta, la larga lengua de la pelirroja, recorrió el rostro de Valeria. Lamiendo su piel, recorriendo sus párpados, sus mejillas, su nariz, bordeando la comisura de sus labios carmesís. Sin que tuviera que decirle nada, la indefensa vampiresa abrió la boca, dejando que penetrara en ella la lengua de su enemiga. Entrelazándose con la suya, haciéndola salivar aún más, excitándola…
Como un par de serpientes enzarzadas en una pelea, las lenguas de ambas chicas se entrelazaron una con otra, como si quisieran inmovilizar la lengua de la otra. Pronto, la boca de Valeria se llenó con la saliva de Ersebeth.
Lo que había empezado con una furia desenfrenada, se estaba convirtiendo en algo totalmente distinto. El deseo sexual empezó a apoderarse de la princesa sanguinaria. Pensando en la posibilidad de convertir a esa joven entrometida en una obediente esclava sumisa. Mientras movía su cadera, acomodándose entre los muslos de Valeria, buscando el roce de su clítoris con la pálida y azulada piel de la morena, pensaba en la idea de hacerla toda suya.
Sin el chico que le diera órdenes, podría someterla a placer, vaciaría su mente e introduciría en ella un solo deseo, el de servirla durante toda la eternidad. Hacía tiempo que Ersebeth Bathory no estaba en compañía de otro vampiro, su única mascota era el Strigoi cuyos restos yacían en el laberinto. Valeria podía ofrecerle mucho más que esa bestia. Podría convertirse en una atracción mucho mejor para su negocio…
Cuando los colmillos de su enemiga le perforaron los labios, Valeria tan solo emitió un suave quejido, como el de un conejito asustado. Bathory retiró su lengua y apartó su rostro, un hilillo de saliva unió durante unos segundos los labios de ambas chicas. Hasta que se rompió, y cayó en forma de gotita en el muslo de la pelirroja, resbalando hacia su cara interna, acercándose a su entrepierna.
Valeria no opuso ningún tipo de resistencia cuando el rostro de Ersebeth se acercó a sus pechos, pero sí que emitió un agudo chillido cuando los afilados colmillos de su enemiga mordieron su pezón, penetrando en su piel. La pelirroja retiró su rostro unos instantes, contemplando satisfecha como la herida se iba regenerando. Volvió a hacer lo mismo, pero esta vez apretando su muslo contra la entrepierna de la morena.
Esta vez, el chillido de Valeria se pareció mucho más a un gemido.
- ¿Te gusta que te hagan daño?- Dijo la princesa al contemplar la mirada de deseo de la joven vampiresa.- Ya has visitado mi cámara de tortura. ¿Te imaginas lo que podría hacerte allí? Tu, esposada con unos grilletes de plata, soportando mis sádicos tormentos… Se me ocurren muchas formas de torturarte, de maltratar tu cuerpo… y cuando llegues al final… cuando me supliques que por favor, te haga correr… Entonces, llegará lo mejor.
Los labios de Valeria temblaban de miedo y éxtasis al escuchar aquellas palabras. Ahora mismo, no había otra cosa que deseara más que el hecho que la princesa cumpliera sus amenazas. Aprovechando que su muslo había quedado entre las piernas de Bathory, empezó a mover su pierna, frotando su piel contra los labios vaginales de su enemiga.
- Mmm...- Masculló la pelirroja con una mirada llena de deseo.- Antes de llevarte a la mazmorra… podría darme un aperitivo.
Valeria no se detuvo, continuó moviendo su muslo, frotándola contra la entrepierna de su enemiga. Ersebeth, empezó a dejarse llevar por el placer. Y, aprovechando que su muslo derecho estaba enterrado entre las piernas de Valeria, empezó a frotarlo contra ella, buscando la humedad de su vagina.
Valeria arqueó la espalda, abrió su boca y puso los ojos en blanco. Ersebeth no desaprovechó esa oportunidad y cerró su boca contra el pálido cuello de la chica. De nuevo, un suave quejido salió de los labios de Valeria cuando los colmillos de su enemiga penetraron su piel, recordándole el éxtasis que sintió la primera vez que fue mordida por un vampiro.
Aprovechando que la princesa había aflojado la presión sobre sus brazos, Valeria movió sus extremidades, buscando una postura más cómoda. De repente, sus manos rozaron algo. Su mirada cambió, Ersebeth seguía totalmente entregada, movida totalmente por la lujuria del momento. Valeria cerró su puño alrededor del objeto, tan solo tendría una oportunidad, y debería esperar al momento propicio… Pero en ese instante, ella se dejó llevar por el placer, cerró los ojos y se centró en el roce de su enemiga. No tardó demasiado en alcanzar el anhelado clímax.
- Te acabas de correr ¿verdad, zorra?- Le preguntó Ersebeth mirando los ojos apagados de Valeria.
Ella le respondió asintiendo con la cabeza.
Admítelo, ¡puta!- Le gritó.
Me acabo de correr, ama.- Le respondió con voz sumisa.- La puta se ha corrido... Tal vez desees castigarme por ello.
El fuerte bofetón tomó a Valeria por sorpresa, le dolió más de lo esperado. Pero lo aguantó estoicamente.
- Claro que serás castigada, ¡perra!- Gritó Ersebeth mientras la volvía a agarrar bruscamente por el pelo.- ¡¿Cómo te atreves a correrte sin mi permiso?! Y encima antes que yo.
Aprovechando que tenía a Valeria fuertemente sujetada por el pelo y con la boca totalmente abierta, Ersebeth, escupió con desprecio dentro de la boca de la derrotada vampiresa.
- Lo… lo siento ama.- Respondió ella agachando la cabeza.- Merezco ser castigada, tu puta debe ser castigada… pero antes… dale la oportunidad a esa perra de aliviar tu deseo… quiero complacerte ama… después, puedes hacer cuando desees conmigo… no merezco sino un severo castigo.
Aquellas palabras sonaron como música a los oídos de la princesa. Tenía a su enemiga totalmente sometida, y aquello la excitaba aún más. Se tumbó sobre el suelo mientras, agarrándola por el pelo, acercó el rostro de Valeria a su entrepierna.
- Lame puta, lame bien a tu ama… y luego serás castigada como mereces… te trataré como la perrita que eres.
Valeria, obedientemente, sacó su lengua y empezó a recorrer con ella los hinchados labios vaginales de Ersebeth. El sexo de la princesa era pálido, con un brillo rosado, a la joven vampiresa le recordaba el color del helado de fresa. No tenía demasiada experiencia con otras chicas, pero tampoco se podía decir que fuera precisamente una novata en eso. Cuatrocientos años dan para mucho.
El cuerpo de Bathory se relajó al notar la hábil lengua de la morena recorrer todo el interior de su vagina, entrando y saliendo, rozando ahora su clítoris, centrándose luego en sus labios exteriores para luego volver a entrar dentro… Su vagina no cesaba de segregar fluido. A veces la chica sacaba su lengua, interrumpía su orgasmo y se dedicaba a lamer sus muslos, o su pubis sin ningún rastro de vello. Incluso en un par de ocasiones, Valeria llegó a introducir la lengua dentro de su ano, haciéndola estremecer de placer. Valeria se tomaba su tiempo, recorría todos y cada uno de los puntos sensibles de su sexo. Sin prisa, dejando que su cuerpo asimilara el dulce estímulo de su lengua.
- Serás una buena mascota… creo que no te mataré… te daré un buen castigo… amansaré tu carácter… y haré de ti una buena sirvienta… Tal vez te entregue a mis perros, para que disfruten contigo… tal vez...- Ersebeth jadeaba, imágenes de Valeria sometida a mil tormentos y perversiones sexuales distintas llenaron su mente.
Valeria supo que estaba cerca, pero faltaba aún un pequeño empujoncito.
- Claro ama… puedo ser tu perrita… de hecho, seré tu perrita… y a las perritas, se las follan los perros… deberás tratarme como a la putita que soy… castígame si me porto mal…- Decía Valeria alternando palabras con lametones, buscando llevar al límite a su enemiga.
La princesa cerró los ojos. Empezó a imaginarse a Valeria esposada en su mazmorra, primero la azotaría fuertemente con un látigo de nuevo colas… luego la despellejaría… le clavaría cuchillos al rojo vivo y la escucharía gritar… Cuando le suplicase basta, cuando le implorase clemencia… entonces simularía atender su súplica, la dejaría descansar por unos minutos, contemplando su cuerpo maltratado… y luego se ensañaría aún más con ella… Cuando la tuviera al límite, cuando hubiera agotado su capacidad de regeneración… Entonces vendría lo mejor, la alimentaría, dejaría que se recuperara… y volvería a torturarla… Una y otra vez, día tras día... Dejaría que sus fieros perros hicieran con ella cuanto desearan… Tenía toda una eternidad para jugar con ella... Una esclava que no envejecía y que podía regenerarse, ofrecía tantas posibilidades...
Y entonces, sucedió, en medio de sus pensamientos, Ersebeth Bathory, alcanzó un intenso clímax mientras su vagina eyaculaba abundantemente, llenando la boca de Valeria de fluidos femeninos.
Ese era el momento que ella había estado esperando, con su mente nublada por el éxtasis, su enemiga estaría débil, vulnerable. Valeria lo sabía, porque meses antes había experimentado algo similar. Y en ese preciso momento, actuó.
Valeria tuvo la sensación de estar moviéndose al paso de una tortuga. Por un momento temió que aquello no le saliera bien, que la princesa sospecharía algo. No estaba acostumbrada a la torpe y lenta velocidad de movimiento de los mortales.
Pero Ersebeth Bathory, agotada por el intenso orgasmo, divagando e imaginándose diferentes formas de someter a Valeria, no se percató de ello hasta que fue demasiado tarde. Cuando notó algo entrando en su boca.
Lope tenía razón en algo, la mejor forma de lograr que un vampiro muerda un ajo es llevándole al éxtasis extremo. Y Ersebeth Bathory estaba justo en ese punto. Su mente ya estaba previamente aturdida por el orgasmo de Lope, y ahora, tras ese intenso clímax, estaba totalmente nublada. La joven vampiresa se había empleado a fondo en ello.
Cuando el ajo se deslizó de su mano para entrar en la boca de su enemiga, Valeria notó como su fuerza sobrehumana volvía a recorrer su cuerpo. Con un fuerte y rápido movimiento, cerró la boca de Ersebeth con el tubérculo dentro. Esta vez, la reina de la noche no pudo hacer nada para evitar que sus dientes se cerraran sobre el ajo, aplastándolo y liberando sus jugos.
Con todas sus fuerzas, Valeria obligó a su enemiga a mantener la boca cerrada, forzándola a tragar. Ersebeth intentó quitársela de encima pero esta vez sus golpes eran débiles y torpes. Gracias a su primer encuentro con Lope, Valeria tenía una vaga idea de lo que podía tardar el jugo en hacer efecto. Estuvo varios minutos, inmovilizando a la princesa, hasta que vio en sus ojos un pequeño destello que se apagaba. Entonces, aflojó su presión.
¡Maldita seas!… ¡maldita seas!.- Se lamentaba Ersebeth mientras escupía los restos de ajo, intentando recuperar una fuerza que no llegaba. Sus gritos se convirtieron en súplicas.- ¡¿que me has hecho maldita?!… que me has hecho… que me has...
¿Querías someterme, verdad? Pues la perrita ha logrado vencer a su ama. Ahora eres mía… toda mía.
Aquello era demasiado para Ersebeth. Una vampiresa milenaria, con una fuerza y un poder casi sin par en el mundo, ahora se veía convertida en una simple humana con colmillos afilados. Antes preferiría verse muerta que vivir despojada de sus poderes.
No no no… eso no.- Dijo Valeria agarrando la espada con sus guantes al ver las intenciones de su enemiga.- Vas a vivir así el resto de tus días. Conservarás tus colmillos, tu sed y tu capacidad de regeneración… pero por lo demás, vas a ser una humana más, tu fuerza será la de una chica veinteañera. Olvídate de tus habilidades psíquicas, de desvanecerte como la niebla...
¿Qué… que vas a hacer conmigo?- Imploró de rodillas.- Por favor…
Valeria respondió con una sonrisa, volviendo a ponerle la capucha en forma de conejito, que había volado de su cabeza en el fragor de la lucha.
- ¿Querías convertirme en una perrita, verdad?... Pues ahora vas a ser tu mi mascota. Una dulce conejita sumisa.
Valeria en un primer momento había pensado en matarla. No quería asumir el riesgo de que se pudiera volver contra ella, pero pronto cambió de parecer. Hacía un par de meses, ella había vivido en sus pieles lo que le sucedía ahora a Ersebeth. Valeria había sentido como el jugo del ajo en su estómago apagaba toda su fuerza.
De no haber sido por la mandrágora que le suministró Lope en su momento, su pérdida de poder habría sido irreversible. Cuando la pelirroja hubiera digerido el jugo, el cambio sería irremediable. La princesa sanguinaria, sin sus poderes sobrehumanos, sería totalmente inofensiva para una vampiresa de cuatrocientos años.
Valeria había sufrido a manos de Ersebeth, la había humillado ante meros mortales, la había hecho yacer con un “animal”, y de haber tenido la oportunidad, la habría sometido a sádicos tormentos. Era justo que ahora la princesa probara un poco de su propia medicina.
La milenaria vampiresa se acurrucó en un rincón, negándose a asimilar el hecho de que sus enormes poderes psíquicos y habilidades sobrehumanas se habían esfumado.
“Es solo temporal”… “es solo temporal”… “tarde o temprano ese maldito jugo se disolverá en mi organismo y volveré a ser yo… y entonces, lamentarás haber nacido… te juro que lo lamentarás” “el ajo no es más que un vegetal, tarde o temprano perderá efectividad… puedo esperar años, incluso siglos… te juro que esa me la pagarás, seré paciente” pensaba la princesa, autoconvenciéndose, mientras Valeria registraba su baúl.
La joven vampiresa sacaba, uno tras otro, los vestidos y ropajes de Ersebeth, cada uno más suntuoso y decadente que el anterior. Gruesos vestidos de terciopelo, ropas de seda con piedras preciosas… Hasta que, en el fondo del baúl, sus manos palparon una prenda muy distinta a las anteriores. Valeria la extendió sobre la cama y la contempló unos instantes. “¿Por que no?” pensó. Pese a la diferencia de estatura con la anciana vampiresa, aquella ropa se ajustaría bien a su cuerpo.
También localizó otro “atuendo”, si es que se le podía llamar así.
- Eso te quedará genial- Le dijo con una sonrisa.
Antes de abrir la puerta, apartó una cortina de la ventana y miró al exterior. Aún faltaba una hora para que amaneciera.
Antes de abandonar la habitación, Valeria contempló unos instantes el cuerpo de Lope. La herida había sido mortal des del primer momento, nada hubiera podido hacer ella para salvarlo. En un gesto de cariño, cubrió su cuerpo con las sábanas. Luego se encargaría de darle una correcta sepultura.
No se sentía culpable por su muerte, ella se lo había advertido de todas las formas posibles. Si Lope le hubiera hecho caso, Ersebeth estaría muerta y él viviría. Pero el chico había decidido jugar con fuego, y se había quemado. Había llegado a sentir cierto aprecio por él, pero Valeria ya había llorado la muerte de tres hombres, y no lloraría una cuarta.
La muerte de Lope, rompía definitivamente el hechizo al que llevaba dos meses sometida. La vampiresa volvía a ser libre. Ante ella, un nuevo camino se abría, uno en el que no volvería a dejar que la sometiera nadie. Nunca más volvería a bajar la guardia.
Mientras bajaba las escaleras de la torre, con Ersebeth detrás suyo a cuatro patas, Valeria volvió a pensar en el chico. En estos últimos dos meses, el joven había vivido rodeado de placeres y lujos con los que la mayoría de mortales no pueden sino soñar. Había gozado como pocas personas han hecho. Valeria lo había llegado a conocer bien, y sabía que, de haber podido escoger, Lope hubiera elegido de nuevo ese destino antes que vivir una larga y aburrida vida.
Minutos después.
Valeria reunió a todos los trabajadores del “Palacio del Placer” en el gran salón. Hizo levantar el trono de Ersebeth, ahora roto, y se sentó en él, con la princesa a su lado, agachada.
Los hombres contemplaban a ambas chicas con la boca abierta y desencajada, sin saber muy bien a qué atenerse.
Valeria vestía una especie de falda. Aunque más que una falda se podía decir que eran tan solo dos tiras de la más fina seda teñida de un color rojo sangre que se sujetaban a su cadera mediante una fina cadena de oro. La tira de seda delantera se metía entre los muslos de la chica cada vez que ella daba un pasito, mostrando sus bellas y torneadas piernas. La tira trasera cubría lo justo sus glúteos, un suave golpe de aire y sus hermosas nalgas quedarían al descubierto. En su cintura, justo encima del pubis de la chica, engarzada entre la cadena y la tela, había una joya de oro puro que simulaba la forma de un murciélago con las alas extendidas. Por encima de su cintura, la chica iba casi totalmente desnuda, mostrando su vientre plano y sus curvas femeninas. Cubría sus pechos con un fino sujetador de seda carmesí bordeado con finos hilos de oro. En el centro de sus pechos brillaba un rubí laboriosamente tallado que parecía una gota de sangre. Para complementar el conjunto, una tiara de oro con incrustaciones de rubíes, zafiros y esmeraldas, sujetaba su oscura cabellera.
A su lado, Ersebeth, iba totalmente desnuda salvo por la capucha con orejas de conejo y una argolla en su cuello de la que colgaban finas cadenas de oro que se sujetaban a sus muñecas. En su cintura, lucía un cinturón de cuero del que salían cuatro cadenas, también de oro, que se sujetaban a sus muñecas y tobillos. De esta forma, la princesa sanguinaria tenía sus movimientos totalmente limitados, impidiéndole mover sus brazos y piernas en toda su extensión. De la argolla de su cuello, salía una correa de cuero que Valeria sujetaba con su mano.
- Como veis.- Dijo Valeria, rompiendo el tenso silencio.- La que hasta ahora ha sido vuestra ama y señora, no es más que mi mascota personal. Una suave conejita. A partir de hoy, yo regentaré ese lugar, al que por cierto, habrá que darle una buena reforma… Tenéis dos opciones, servirme a mi, tal como la servíais a ella… O… daros por despedidos.
La mirada de Valeria adquirió un brillo siniestro al pronunciar estas últimas palabras. Los hombres se miraron, confundidos, durante unos instantes. Primero balbucearon, luego preguntaron, y finalmente, todos, se arrodillaron y juraron obedecer a Valeria. Por su propio bien, les convenía estar a buenas y servir a quién había logrado doblegar a su poderosa ama.
- Perfecto entonces…- Murmuró la joven vampiresa con una sonrisa.
Un año después. “La mansión nocturna”
La “Mansión Nocturna”, una concurrida discoteca de ambiente mayormente gótico, aunque frecuentada por todo tipo de gente, situada en un antiguo palacete modernista en los Alpes franceses. Valeria había dedicado un buen esfuerzo y una parte importante de la inmensa fortuna de Bathory en remodelar el “Palacio del Placer”.
Lejos de la decadente y cutre decoración de antes, ahora, el lugar estaba decorado con todo lujo de detalles. La iluminación y la acústica se distribuían de forma meticulosa. Había distintas salas, incluso una apodada “La mazmorra” dónde se bailaba con las luces apagadas y en la que “todo podía suceder”. El lugar estaba decorado con densos cortinajes y muebles de época. Alfombras de terciopelo, tapices, vidrieras de colores... Una enorme lámpara de araña decoraba un gran salón, que simulaba el interior de un castillo medieval, en un escenario había un talentoso grupo tocando música en directo. Por todo el espacio se alternaba perfectamente lo moderno con lo antiguo.
La entrada era cara, pero merecía la pena, el lugar incluso disponía de habitaciones para los huéspedes que desearan pasar allí la noche. Al exterior, en los jardines, había un amplio espacio llamado “El laberinto”, un intrincado y entramado jardín de inspiración renacentista en el que sonaba música más tranquila, decorado con estatuas, fuentes y estanques con pececillos de colores. Un lugar dónde las parejas podían dar un relajante paseo y tener algo de intimidad.
Valeria, desde la habitación superior de la torre contemplaba el concurrido aparcamiento. “Quién lo hubiera dicho… después de dos siglos, la condesa vuelve a tener un palacio” musitó para si misma.
- ¿Decías algo, bonita?- Dijo una voz a sus espaldas.
Valeria se apartó de la ventana y, como una gatita cansada, se acomodó en la amplia cama con dosel. La tira de seda de su atuendo, se enterró entre sus muslos, dando la sensación que la chica iba en finas braguitas. Trasteando un mueble bar que reemplazaba el anterior arcón-congelador, había un hombre que rozaba la cincuentena, de complexión obesa, con escaso pelo en su cabeza y un bigote mal afeitado.
- Decía que si vas a tardar mucho en traer las bebidas… tengo sed.- Le respondió ella con una sonrisa mientras jugaba con la cadenita de oro que abría su sujetador de seda.
El hombre trajo un par de botellines de licor y se tumbó a su lado.
¿Menudo negocio tienes aquí montado eh bonita?- Le dijo contemplando el seductor atuendo de Valeria.- Una chica tan joven regentando un espacio tan grande… ¿Llevas aquí arriba al primer hombre que se te acerca?… ¿No es algo peligroso?… Tienes suerte de que yo sea buena persona… cualquier otro podría intentar aprovecharse de la situación.
¿Y no estás tu, aprovechándote un poco de la situación?- Respondió ella con voz inocente al ver como el hombre dirigía su mano a su muslo.
Que piel tan fría...- Se sorprendió.
Sí… esa habitación es tan fría… Tu me darás calor… ¿verdad?… a lo mejor estoy enferma y…
El hombre dejó de lado las bebidas y se tumbó encima de la chica, quitándose torpemente la ropa. Valeria, en un hábil gesto se desprendió de sus prendas, quedando totalmente desnuda ante él.
- Dame calor… quiero sentir calor.- Le susurró al oído.
Torpemente, el hombre empezó a manosear el cuerpo de Valeria, recorriendo sus suaves curvas, su vientre, deteniéndose a manosear sus pechos.
Un buen masaje te hará entrar en calor…
Claro que sí, más… necesito más…- Decía la chica mientras abría sus piernas de forma provocativa.
Valeria no disimuló un gemido al notar el duro miembro del hombre penetrar en su vagina. Aunque sus caricias eran torpes y no era alguien especialmente atractivo, la calidez de su piel y el latido de su corazón eran suficientes para excitarla.
¿Eres una buscona, verdad?- Dijo él mientras ponía sus manos alrededor del cuello de la chica.- Por eso vistes de esa forma, buscando provocar a los hombres… en el fondo lo que te hubiera gustado es que te tomara sin pudor en medio del pasillo… o incluso en el baño ¿Te hubiera gustado que te follara a la vista de todos, verdad?… No eres más que una ricachona lasciva.
Claro que sí...- Susurró ella.- Me gusta hacer desear a los hombres…¿no ves como visto?... soy una joven malcriada que necesita alguien con mano firme que la ponga en su sitio… ¿Crees que merezco ser castigada?
Te voy a dar una lección que no olvidarás.- Dijo el hombre sin cesar en su embiste, a la vez que sus manos se cerraban con más fuerza alrededor de su cuello. Su mirada cambió, adquiriendo un cariz siniestro.- ¿Sabes? No deberías subir a tu habitación al primer hombre simpático que te encuentres… A veces las apariencias engañan… Y aquí arriba estás sola… sola e indefensa...
Me ahogas… - Mintió ella, excitada por el súbito arrebato. El tipo podía apretar cuanto quisiera, el único oxígeno que necesitaba su cuerpo era el que circulaba por los glóbulos rojos del varón.- Seré buena… hazme otra cosa… azótame el trasero, muerde mis pezones… Hazme sentir tuya.
Claro que vas a ser mía.- Respondió el hombre sin aflojar la presión, lamiendo su rostro, penetrándola con más ímpetu.- Mía y de nadie más.
En cierto modo, los tipos bruscos siempre habían logrado excitarla. Dejar que usaran su cuerpo como un juguete la estimulaba, le gustaba seguirles el juego, haciéndose la indefensa. Aunque desde su primer encuentro con Lope, nunca bajaba la guardia del todo. Ya había cometido un error, no volvería a cometerlo dos veces.
Mientras gozaba con los embistes apasionados del hombre, por dentro sonreía. Cuanto más lo provocara ella, cuando más lo excitara, más fuerte latiría su corazón. Y cuanto más latiera su corazón, más fluida y sabrosa sería su sangre.
Valeria no tardó en fundirse de placer. Tuvo que reconocer que el tipo la había sorprendido gratamente, nunca hubiera creído que aguantara tanto en el coito. Parecía un varón de eyaculación rápida. Un par de minutos después, él se corría abundantemente dentro de ella mientras, agotado, se tumbaba encima suyo.
- Te está bien empleado, puta.- Le susurró al oído, mientras ella cerraba los ojos.- Eso te pasa por ir provocando a los hombres, por traer a tu cama al primer desconocido que se te acerca, por…
Pero él ya no dijo nada más. Ahora era el turno de Valeria.
- Tienes razón en una cosa.- Dijo ella abriendo súbitamente los ojos, sorprendiéndolo.- A veces, las apariencias engañan. Y aquí, no se tolera la presencia de ciertos individuos, detecté tus sádicas intenciones des de que te vi intentando llamar la atención de aquella rubia.
Sus piernas y brazos se enroscaron con la fuerza de una boa constrictor alrededor del grueso cuerpo del hombre. Ella levantó un poco la cabeza, y con su larga y hábil lengua, empezó a recorrer su cuello, buscando la arteria. Cuando localizó el palpitante punto, la chica adhirió sus labios a su piel y empezó a succionar. Como si le diera un chupetón.
Una tremenda erección se adueñó del tipo al notar como los afilados colmillos de la chica penetraban su piel, haciendo aflorar el fluido vital que circulaba por sus arterias.
Movido por el éxtasis del “beso”, el hombre volvió a mover sus caderas, penetrándola de nuevo.
“Pues sí que eres todo un hombretón” pensó ella, excitándose de nuevo por el fervor del hombre. Cerró los ojos mientras sorbía su sangre poco a poco, dejando que fuera penetrándola. La noche aún era joven y no había ninguna prisa.
- Eso ha sido más intenso de lo que pensé.- Susurró Valeria, minutos después, tumbada en la cama.
Se había saciado abundantemente y de paso se había llevado dos buenos orgasmos de propina. Pero no se dejó llevar por la pereza. Había algo que quería comprobar primero.
Al levantarse, dos pequeños regueros de sangre fluyeron por la comisura de sus labios, resbalando por su suave y pálida piel. Se dirigió a la librería y apretó el marco. El mueble se desplazó lateralmente, revelando un pequeño hueco en la pared de piedra en el que había instalado un pequeño montacargas.
Aquel conducto, descendía hasta una amplia gruta, excavada en la misma roca en que se asentaban los cimientos de la enorme mansión. Era el escondite secreto de Ersebeth Bathory, el lugar donde la sanguinaria princesa llevaba a cabo sus más sádicos rituales. Valeria lo descubrió casi por casualidad hacía poco más de seis meses.
- ¿Qué, como vas?- Dijo divertida al salir del pequeño montacargas.
Esposada a la piedra de la gruta, sujeta mediante unas cadenas de plata, estaba, totalmente desnuda, la princesa sanguinaria. Ahora que Bathory no disponía de sus poderes psíquicos, dominarla con la mente era un juego de niños para Valeria. La otrora todopoderosa princesa estaba totalmente indefensa ante su poder. Las cadenas eran totalmente innecesarias, podía controlarla perfectamente sin ellas, pero le daban un detalle morboso que excitaba a la joven vampiresa. Servían para demostrarle quién manda, le gustaba verla así. Con un chasquido de dedos, le permitió hablar.
¿Cuando vas a soltarme?- Le imploró.- Estoy hambrienta.
Cuando aprendas a comportarte. Veo que en todos esos meses aún no has aprendido cuál es tu lugar. Te lo dije, no tolero ningún gesto de desobediencia por tu parte… Lo que intentaste el otro día… no son formas… De momento, aquí te quedas, meditando sobre tu comportamiento… Si creo que te lo mereces… puede que en unas horas te traiga algo de comida. Eres mi mascota, pero veo que aún no lo has asimilado del todo, cuando tengas claro cual es tu lugar, volveremos a hablar.
Mientras decía eso, Valeria se acercó a una mesita dónde había varios instrumentos. Seleccionó entre ellos un grueso látigo de nueve colas.
- Aún no he amansado del todo tu fiero carácter, lo que en cierto modo, agradezco. Torturarte mientras contemplo esa mirada tuya, tan rebelde, tan desafiante… Es toda una gozada.- Dijo mientras chasqueaba el látigo contra el cuerpo de la princesa.- ¿No es precisamente eso lo que deseas hacer conmigo?
El azote dejó unas marcas enrojecidas en la piel de la princesa, que, segundos más tarde, empezaron a desvanecerse. Con una sonrisa, Valeria volvió a azotarla, una, y otra vez. Ersebeth Bathory no tardó en chillar, música para los oídos de la joven vampiresa.
- Hoy estoy algo cansada, quizá he comido demasiado. O tal vez había demasiado colesterol en la sangre. Mañana continuaremos, pero tranquila, te dejaré algo con lo que puedas entretenerte.
Valeria encendió una vela y la acercó a la princesa, la colgó de un candil, provisto de un cristal, para que ella no pudiera apagar la llama, pero con varios agujeros en su base para que la cera pudiera gotear. Colgó el candil frente al rostro de la princesa, calibrando la distancia. Lo dejó balancearse unos instantes y lo contempló. Satisfecha, vio como la primera gotita de cera caliente se deslizaba entre los pechos de Bathory.
- Perfecto…- Murmuró.- Me encantará contemplar dentro de unas horas tu bonito cuerpo cubierto por regueros de cera… ¿Por qué me miras así? Créeme, es más placentero de lo que crees, sé de lo que hablo.
Al volver a entrar en el montacargas, Valeria no notó la mirada de odio de la princesa. “No estaré así por mucho tiempo… pronto serás mía… pobre ilusa, crees que el efecto del ajo es eterno… estoy segura que no durará más de otro año” murmuró Bathory al quedarse sola.
Valeria, ajena a los pensamientos de su prisionera, apartó al hombre y volvió a tumbarse en la cama. Mientras su cabeza le daba vueltas, embriagada por la ingesta de sangre, su mirada se posó en un rincón. Colgada en la pared, en un soporte de madera, estaba la letal espada de plata. Los recuerdos volvieron a nublar su mente.
Madrid, diciembre de 1808
Aunque era de día, el cielo estaba oscuro y plomizo. Finos copos de nieve caían, formando una capa blanca en el suelo.
Valeria caminaba lentamente, apoyada por Ricardo, su más fiel criado. La condesa lo había perdido todo. Desde principios de mayo, había apoyado firmemente la lucha contra los franceses. No por patriotismo, ni sentido del deber. Simplemente fue algo práctico, una guerra en territorio peninsular, le daba más y mejores oportunidades para alimentarse sin generar sospechas que un periodo de paz. La guerra genera sangre, y sangre es su alimento.
Pero había subestimado las fuerzas de Napoleón. Ahora, tras los desastres de Tudela y Somosierra, España volvía a estar en manos francesas. Y esa madrugada de principios de diciembre, habían venido a por ella.
El Mariscal Michel Ney en persona se había presentado a primera hora de la mañana en su palacio con un nutrido número de soldados. Dispuesto a llevar ante Napoleón, a la rebelde condesa, desnuda y encadenada. Fue exclusivamente gracias a Ricardo que ella, débil en las horas diurnas, había logrado escapar por un pasadizo oculto.
Huyendo a través de los viñedos, Valeria contempló como los franceses tomaban su morada, su inerte corazón se rompió al contemplar la desoladora escena. El palacio dónde ella había vivido durante casi dos siglos, ardía ante sus ojos. Y con él, un hermoso naranjo que había resistido el paso del tiempo. Un grupo de soldados cargaba una carreta con todos sus objetos de valor. Entre ellos, el cuadro que tiempo atrás le había pintado Velázquez.
La poderosa condesa, Grande de España, ahora huía como una mendiga, sin nada más que la gruesa ropa que Ricardo le había dado para protegerla de la luz solar. Como una campesina, cubría su rostro con un sombrero de paja.
El palacio sería pasto de las llamas y nunca más volvería a habitarlo. Lo que más le apenaba, a parte de la pérdida del naranjo, era el cuadro. Aún recordaba con una sonrisa como el hábil pintor había sabido plasmar en él, las finas curvas de su cuerpo, y su rostro… su rostro, reflejado ante un espejo. Ya no volvería a contemplar su reflejo, aunque fuera en una pintura. Esa obra, tras la guerra, pasaría a manos británicas.
El camino hasta Madrid fue lento, las densas nubes, que ocultaban el brillo del sol, fueron una bendición para ella. En un día despejado, el cuerpo de Valeria no hubiera resistido el trayecto a pie.
El panorama en la capital, era más desalentador de lo esperado. Todos los amigos y aliados que tenían allí, o habían huido o estaban muertos. No había nadie dispuesto a cobijar a la fugitiva condesa, ni por caridad.
Deambulando sin rumbo, la pareja pasó frente a la antigua sede del Santo Oficio de la Inquisición. El palacio, antaño poderoso y temido, ahora era pasto de las llamas. En la plaza, varios soldados amontonaban y catalogaban los objetos de valor que sacaban de allí.
Aprovechando que dos jóvenes oficiales, que hacían inventario de los objetos, estaban distraídos contemplando con curiosidad varios relicarios de oro y plata, Valeria se acercó. Entre la pila de objetos preciosos, había amontonadas en una caja, veinte espadas forjadas con la más pura plata.
- Todo eso será fundido.- Le explicó Ricardo a su espaldas.- Lingotes con los que pagar a las tropas de Bonaparte. Nuestros objetos de valor mantienen a los invasores, en lugar de usarlos nosotros para traer refuerzos de Inglaterra.
Pero ella no le escuchaba. Contemplaba absorta una de las espadas. Reconoció al instante, sin dudarlo, el arma que había atravesado su cuerpo hacía casi doscientos años. El arma que estuvo a punto de matarla.
Ricardo detuvo la mano de Valeria justo cuando los dedos de la chica estaban a punto de rozar el filo.
- ¡Cuidado! La inquisición bendecía esas espadas.- Le advirtió él.
Ricardo era la única persona que conocía la verdadera naturaleza de Valeria. Y pese a ello, la servía con lealtad ciega. No la consideraba un monstruo. Ella le había salvado la vida, mucho más que la vida, años atrás, cuando era casi un niño. Ricardo había conocido hombres mucho peores que un vampiro.
- Esa espada.- Le dijo señalándola.- No puede quedarse aquí… Es todo lo que queda de un buen hombre, alguien que aprecié mucho, y del que no pude despedirme… No quiero que esa espada quede aquí tirada… a merced de nuestros enemigos… no quiero que sirva para pagar a quiénes han destruido mi hogar… no quiero…
Valeria parecía estar hablando sola. Ricardo agarró la espada y la envolvió con su capa.
¡ Brigands !- Gritó uno de los soldados al descubrir a Valeria y su compañero.
Debemos irnos.- Dijo sujetando a Valeria por el brazo y llevándosela de ahí.
Ricardo conocía bien la ciudad, internándose por callejones, logró eludir a los soldados.
Los dos oficiales que hacían inventario se miraron inquietos. Los ladrones se les habían escurrido. Si informaban de ello, sus superiores los castigarían severamente. No tardaron en adoptar una decisión: no dirían nada. Cuando los objetos llegaran a su destino, nadie se pararía a contarlos uno por uno. Veinte espadas habían anotado en el inventario, y veinte espadas constarían que se habían llevado a la fundición. Los oficiales cerraron con clavos la caja con las espadas y cuando uno de sus superiores pidió informe acerca de los dos ladrones escurridizos, ambos informaron que no habían tenido tiempo de llevarse nada.
Valeria y Ricardo salieron de la capital por una puerta no vigilada. La condesa estaba totalmente agotada por haber caminado durante todo el día. Su fiel criado, tuvo que llevarla en brazos el último trecho, hasta un bosque apartado del camino. Allí localizó una solitaria cueva, la luz diurna no penetraba en su interior, así que entró en ella y depositó con cuidado a Valeria en el frío y húmedo suelo.
- No queda nadie en España que pueda hacer frente a los franceses. Los pocos focos que aún resisten, pronto serán aplastados. Debemos huir hacia Portugal, tal vez allí estaremos a salvo.- Pero ella no le escuchaba, tan sólo emitía quejidos lastimeros.
La chica no presentaba buen aspecto. Su rostro y sus manos estaban llenos de ampollas, su piel estaba agrietada. Él agarró su cuchillo, dispuesto a hacerse un corte en el brazo y alimentar con su propia sangre a su señora. Le daría toda su sangre si hacía falta. Pero justo cuando la afilada hoja rozaba su piel, un ruido a su espalda lo sobresaltó.
Un grupo de diez hombres entraba por la cueva. “Mierda” pensó él mientras los veía encender antorchas. Bajo la luz de las llamas se fijó en que varios de los recién llegados llevaban desgastados uniformes militares. “¿Supervivientes o desertores?” pensó mientras se encaraba a ellos, cuchillo en mano. Todos los hombres iban fuertemente armados, con pistolas, sables, fusiles y bayonetas.
No hay nada que una mujer deba temer de mi o de mis hombres.- Dijo uno un individuo de mediana edad, fuerte, con barba y bigote poblado, y mirada firme, que vestía una casaca militar roja.- Me llamo Juan Martín Díez, y sólo hemos parado para tomar un descanso.
Juan Martín es el nombre que le pusieron sus padres.- Añadió uno de sus acompañantes, que vestía un desgastado uniforme de infantería.- Nosotros lo hemos bautizado con otro nombre. Lo llamamos “Empecinado”.
Traemos pan y queso, que gustosamente compartiremos con vosotros.- Dijo el Empecinado.- Solo somos una partida de caza, estaremos aquí un par de horas. Al caer la noche, nos iremos.
¿Caza?- Preguntó Ricardo suspicaz sin bajar su cuchillo.- ¿A esas horas y esa época del año? Llevo toda mi vida en esos montes y no hay animal que…
Somos una partida de caza peculiar.- Añadió otro hombre.- No cazamos animales… cazamos franceses... Concretamente soldados franceses.
Al escuchar esas palabras, sacando fuerzas de su flaqueza, Valeria se levantó. Sus ojos brillaron como ascuas, lo que los hombres atribuyeron al destello de las antorchas. Los colmillos, involuntariamente, empezaron a crecer dentro de su boca.
- ¿Y no aceptaríais un par de voluntarios en vuestra partida de caza?- Dijo ella torciendo una siniestra sonrisa.- ¿Especialmente a una mujer?
¿FIN?
PD: Muchas gracias a todos los lectores que habéis seguido hasta aquí las aventuras de Valeria. En especial a aquellos que, tras el primer relato, me animasteis a continuar la historia. Espero haber estado a la altura de vuestras expectativas. Me ha costado bastante decantarme sobre si dejaba morir a Lope o no. Le cogí cierto cariño al personaje y se me hacía difícil ponerle fin. Redacté simultáneamente dos finales, el que acabáis de leer y otro, en el que el chico no moría. Dando una lectura final a ambos finales, me decanté por este. Me quedaron también un par de ideas sueltas en el tintero, relatos sobre el pasado de Valeria, que no terminé de hacerlos encajar en la historia principal. Si os habéis quedado con ganas de leer más sobre mi vampiresa, puedo publicarlos más adelante como historias independientes.