La vampiresa. Cap. 5. La espada del inquisidor

Volvemos al Siglo de Oro. Valeria ha aceptado su condición de no-muerta y ha logrado hacerse un nombre en lo más alto del escalafón social, pero la visita de dos extranjeros y sus ambiciosos planes pondrá en juego su existencia.

Madrid. Año 1636

El sol ya empezaba a ponerse y Valeria seguía reunida en el Real Alcázar, en el amplio Salón del Consejo. Como Grande de España que era, aún siendo mujer, tenía derecho a su asiento allí. Un consejero de edad avanzada, exponía de forma tediosa y monótona la delicada situación financiera del reino. Valeria bostezó, aquello le aburría, su mente empezó a divagar, a perderse en sus recuerdos.

Su muerte y su “cambio” se produjeron hacía casi 22 años, a finales de 1614. Recordaba perfectamente cómo abandonó, casi desnuda, el Palacio de Monteleón. Estuvo varios días vagando por la sierra. El sol la quemaba y no entendía el porque, sólo de noche podía andar tranquilamente. Tardó varios días en asimilar la agudeza de sus sentidos, su vista era como la de un búho, su oído captaba hasta las hormigas arrastrándose por el suelo, y su olfato era como el de un perro. La muerte de Diego aún atormentaba su mente, se negaba a ser un monstruo. Robaba hortalizas de los huertos pero con eso no saciaba su hambre voraz. El agua le causaba náuseas.

Un día, en una cabaña en la que se había refugiado, entró un anciano pastor a protegerse del sol de mediodía. Debilitada pero sin poder controlarse, Valeria se abalanzó contra el hombre, mordiéndole el cuello y sorbiendo hasta la última gota de su líquido vital. La chica se horrorizó de su acto, pero también notó un cambio en su cuerpo, se sentía con más energías, su hambre se había apagado.

Aún así, se negó a aceptar su naturaleza. Ella no era un monstruo, no quería serlo. Se negó a alimentarse de inocentes. Estuvo semanas, recorriendo el país, alimentándose de animales. La sangre de las bestias, aunque evitaba que la chica se desnutriera, no la llenaba del todo, era espesa, insípida y amarga. Muchas veces la hacía vomitar.

Así pasaron los meses, hasta que sus pasos la llevaron hasta la bulliciosa Sevilla. Había un brote de peste en la urbe. La chica tuvo una idea, se escondió en el mayor hospital de enfermos. Allí podía alimentarse tranquilamente de los pobres agonizantes sin despertar sus remordimientos de consciencia. Aunque pronto, la sangre de los apestados, empezó a enfermarla también a ella. Se volvió débil, su piel adquirió un tono amarillento, apergaminado, constantemente tenía náuseas y vómitos. Debilitada, abandonó el hospital y se refugió en los bajos fondos de Sevilla. Allí empezó a alimentarse de hombres de la más baja calaña, mendigos, truhanes, ladrones, asaltantes… Mientras se alimentaba de sangre sana, su cuerpo fue fortaleciéndose, varias habilidades fueron despertando en ella. Pronto descubrió que podía controlar con facilidad a las personas, someterlas a su voluntad, alterar su percepción…

En la no-muerte, Valeria descubrió una libertad que en vida sólo pudo soñar. Pasó años en esa gran ciudad, haciéndose pasar por una meretriz, acechando de noche en los bajos fondos, convirtiéndose en un depredador sigiloso y temido. Hasta que un día, tocó fondo y se hartó de vivir en lugares miserables, ser una don nadie. Ella había compartido lecho con el Conde de Monteleón, se había convertido en su ahijada. Por derecho, suya era su herencia. No merecía vivir de esa forma, ella había nacido aristócrata.

Pasó tres años acechando los últimos integrantes del linaje de los Monteleón. Una “extraña enfermedad” como así anotaron los escribanos, afectó a la familia. Y luego emergió ella, presentándose como una sobrina lejana, última heredera del apellido. No fue difícil para las ya entrenadas habilidades psíquicas de la vampiresa, convencer a los notarios reales para certificar la legitimidad de sus aspiraciones.

Pero había otro asunto que preocupaba a la vampiresa. Su primo Salazar, el único hombre vivo del que guardaba buen recuerdo y a la vez temía encontrarse. La fortuna quiso que un día se enterara que el Santo Oficio lo había mandado al Franco Condado a combatir un extraño “foco de herejía”. Con la única persona viva que conocía su verdadera naturaleza, lejos de ella, Valeria se atrevió a dar el paso. Se plantó en la corte y reclamó sus derechos sobre los títulos que ostentaba su difunto padrino, el dos veces fallecido Rodrigo de Monteleón.

Y poco a poco, había logrado ganarse una reputación. Pese a ser una mujer, y de aspecto joven, su opinión era tomada siempre en consideración en los Consejos de Estado. Aunque ella solía presentarse a media tarde a esas reuniones que se prolongaban hasta bien entrada la noche.

Valeria siempre sorprendía a los presentes con sus atrevidos vestidos, disfrutaba insinuando sus formas femeninas. Lejos del estilo imperante en Madrid, Valeria era una amante de la moda italiana, mucho más sensual que lo que se llevaba en la Corte.

La reina Isabel miraba con recelo y suspicacia a la joven y atractiva Condesa, sin perder detalle de sus miradas y sus movimientos provocativos. Pese a que a la Reina no le faltaba atractivo, la belleza de la condesa de Monteleón era objeto de muchos rumores y comentarios en la Corte. Y también eran muchos los rumores que circulaban acerca de la poca fidelidad al lecho que prodigaba su esposo, el Rey Felipe IV.

Valeria bostezó nuevamente, el Rey asentía a sus consejeros mientras no le quitaba el ojo de encima. O mejor dicho, de su generoso escote. La vampiresa reparó en la atenta mirada de reproche de la reina. Pese a las muchas insinuaciones del monarca, compartir lecho con él quedaba lejos de las intenciones de Valeria. El confesor de la reina era nada menos que don Antonio de Sotomayor, el Inquisidor General. Más de una amante real había terminado en las hogueras del Santo Oficio por una denuncia de herejía por parte de la celosa reina. Para nada del mundo, querría ella estar en el punto de mira de la monarca.

Los azules ojos de la condesa se posaron en el hombre situado a la derecha del rey, Don Gaspar de Guzmán, Conde-Duque de Olivares era la persona más poderosa del reino. Pese a que rechazaba las insinuaciones de Valeria, hasta el punto que la chica llegó a cuestionarse la orientación sexual del válido, su joven sobrino Luis Méndez de Haro, no hacía más que colmarla de atenciones.

Valeria volvió a centrar su atención en los asuntos del consejo. Los nobles discutían, alborotados acerca de la situación de pánico causada en Lombardía a raíz de la victoria francesa en Tornavento.

  • Os alarmáis como niños por un solo revés.- Todas las miradas convergieron en ella.- El Milanesado es un hueso demasiado duro de roer como para que los franceses lo tomen en poco tiempo. Centraros en Flandes, no en Milán. Francia no tiene hombres para cubrir todos sus frentes. Dejad Flandes con una guarnición mínima y ordenad una incursión al corazón de Francia con el grueso de nuestras tropas. En poco tiempo nuestros Tercios pueden plantarse frente a París. Y eso, señores, le daría un susto de muerte a Richelieu.

Los consejeros menospreciaron en seguida las palabras de Valeria. “¿Dejar Flandes desprotegida? Menuda locura”, “los asuntos de estado no son cosa de mujeres” decían. Reprocharon al rey el porque una chica de veinte años, por muy Grande de España que fuera, se atrevía a tomar la palabra en asuntos de estado.

El Conde-Duque, por el contrario, miraba fijamente el mapa, meditando acerca de lo que había dicho la chica. Con las rebeldes provincias holandesas a sus espaldas, el Ejército de Flandes siempre había mantenido una posición defensiva. Valeria proponía una maniobra demasiado arriesgada, implicaba en efecto dejar Flandes desprotegida, vulnerable a una incursión rebelde. Pero precisamente, ese tipo de maniobra era algo que Richelieu nunca esperaría. La capital francesa estaba tan solo a pocas semanas de marcha de Flandes.

Justo cuando Don Gaspar de Guzmán iba a tomar la palabra, un joven alférez de la guardia entró en la estancia. Valeria, con una sonrisita saludó al apuesto hombre que llevaba tiempo intentándose ganar la atención de la atractiva y pálida chica.

  • Señores, lamento la interrupción pero acaba de llegar al palacio un dignatario extranjero. Afirma ser un príncipe exiliado, de una lejana región de los Cárpatos ahora en manos otomanas, algo llamado Valaca, o Bal…

  • Valaquia querrás decir.- Interrumpió Valeria, poniendo al joven en evidencia y a la vez haciendo gala de sus conocimientos.- Más que príncipe, el término adecuado sería voivoda.

El monarca dio por disuelto el consejo, e indicó al alférez que hiciera pasar el recién llegado. Si había venido a pedir ayuda militar, poca encontraría, pero sería interesante escuchar que noticias traía acerca de los movimientos turcos en Europa del este.

A petición expresa del Conde-Duque, Valeria permaneció en la sala. Olivares plegó el enorme mapa en el momento en que el alférez entraba acompañado de dos hombres.

Uno de ellos era un individuo de unos cincuenta años, poco atractivo, aunque tal vez la palabra adecuada sería “grotesco”. Su cabeza era totalmente calva, su piel pálida como el mármol, su nariz era aguileña, sus cejas densamente pobladas, unos ojos enormes, con una aureola oscura a su alrededor. Aún así, lo más destacable de todo eran sus orejas, enormes y picudas, más parecidas a las de un animal que a un ser humano. Y sus manos, cuyos dedos y uñas eran exageradamente largos, parecían las garras de un ave rapaz. Iba ataviado con largos ropajes negros.

Pese al grotesco aspecto del recién llegado, quién captó la atención de todos los presentes, fue su acompañante. Un hombre apuesto de piel pálida, de unos cuarenta años, con una larga y trenzada melena de color negro y bigote poblado, vestía un manto de terciopelo rojo con un gorro del mismo tejido ricamente decorado con perlas y joyas. Valeria no pudo reprimir una sonrisa al ver como a la reina se le subían los colores a la cara ante tal apuesto hombre.

El inerte corazón de Valeria dio un vuelco cuando se acercaron los dos extranjeros. No pudo evitar una reverencia cordial, signo de bienvenida y sumisión ante dos vampiros más poderosos. Los recién llegados, aventajaban a la joven en varios siglos.

El monarca saludó a ambos hombres. El más apuesto tomó la palabra.

  • Buenas noches y gracias por su enorme hospitalidad al recibirnos.- Dijo, en perfecto español aunque marcaba especialmente las “B”.- Quién me acompaña es Béla, mi más fiel barón. Mi nombre es Vlad, voivoda de Valaquia, mi apellido es difícil de pronunciar en vuestro idioma, se traduciría como “Dragón”.

  • Creo que he escuchado hablar de vuestra merced.- Dijo el Conde-Duque, que tenía ojos y oídos en toda Europa.- Si no recuerdo mal, se os conoce por otro apodo. En vuestra tierra os llaman “Tepes” que en nuestra lengua significa Empala…

La mirada de furia de Vlad cerró la boca al poderoso válido. Tuvo que ser la reina quién intervino para suavizar la tensión entre ambos hombres. Vlad le cogió la mano con cariño y la besó.

  • Somos refugiados.- Dijo, mirando al monarca.- Exiliados, expulsados de nuestras tierras por los infieles. Tan solo buscamos algo de hospitalidad en vuestra corte, España siempre ha sido una gran enemiga de los turcos.

  • Cualquier enemigo del Turco es bienvenido en esta corte. Aunque poca ayuda os podemos prestar.- Dijo el Conde-Duque.- Estamos en guerra con Francia, y con media Europa. No podemos prescindir de un sólo hombre, Flandes, Milán, el Franco Condado, el Rosellón… muchas de nuestras posesiones están en peligro y…

  • El Palacio de Monteleón está a vuestra plena disposición.- Interrumpió Valeria con una reverencia.- Mi casa es vuestra casa, debéis estar cansados. Mañana hablaremos de vuestra situación.

  • En nuestro próximo consejo nos interesaría escuchar con detalle qué información nos podéis dar acerca de los movimientos turcos.- Dijo el monarca dando por zanjada la reunión.

Esa misma noche. Palacio de Monteleón

Era la primera vez desde su conversión que Valeria coincidía con otros congéneres. De los dos extranjeros, Vlad era el más antiguo, cuya aura de poder ella percibía con gran fuerza. Aunque su compañero, Béla, también la aventajaba enormemente.

Su instinto le indicó como actuar, ella no pudo sino plegarse a los deseos y peticiones de sus invitados. Nada más cruzar la puerta, se hicieron años y señores del lugar, sin escuchar ninguna de las explicaciones que les daba la chica.

  • Aquí estaremos bien.- Dijo Vlad admirando el enorme salón.- Un nuevo lugar y una nueva vida.

  • ¿No habéis venido aquí en busca de ayuda para recuperar vuestras tierras, verdad?- Preguntó Valeria al deducir que la estancia de sus invitados sería de todo menos temporal.

  • Supones bien.- Dijo Béla.- Esos malditos otomanos, son muy peligrosos. No usan plata, ni agua bendita, pero nos cazan como salvajes. Sus jenízaros atacan nuestras moradas a plena luz del día, quemando y derrumbando nuestros castillos. Nos decapitan con sus sables y nos exponen a la luz del sol, nos atraviesan con estacas y esparcen nuestras cenizas al viento. Muchos de los nuestros se han visto obligados a refugiarse en cementerios, criptas y panteones, pasando el día en ataúdes en lugar de lujosas alcobas.

  • Los otomanos son un problema difícil de digerir.- Añadió Vlad.- Los jenízaros estuvieron a punto de acabar con Béla, pero logré liberarlo a tiempo. Su actual aspecto es debido a las quemaduras producidas por la luz solar. No hemos venido a recuperar nuestro pequeño reino. Lo dejado atrás, atrás se queda. Tenemos planes de futuro, pero primero. Disfrutemos el presente.

Valeria llamó a tres de sus sirvientes. Dos hombres y una mujer. Ella nunca se alimentaba de sus siervos, llamaría demasiado la atención, pero no podía sino obedecer al dictado del poderoso vampiro.

Vlad escogió a la chica, una bonita criada de pelo cobrizo recién casada, de veintitrés años de edad. El rubor enrojeció sus mejillas cuando el príncipe la obligó a desnudarse delante de todos. La joven, confundida, miró de reojo a Valeria, deseando que la condesa detuviera aquello, pero ella no pudo sino apremiarla.

Su marido, un chico de su misma edad, protestó enérgicamente cuando vio a su mujer desnudarse ante su señora y otros desconocidos. Béla lo sujetó fuertemente, obligándolo a contemplar.

No era sadismo lo que había impulsado a Valeria a seleccionar al joven matrimonio. Simplemente quería los menos riesgos posibles. Los padres de ambos habían fallecido hacía varios años, podría ocultar sus muertes diciendo al resto del servicio que se habían marchado juntos a las Indias. Una explicación poco creíble pero plausible. El tercer elegido, era un pastor malhumorado que pasaba mucho tiempo solo, con el rebaño, alguien a quién tampoco echarían demasiado en falta.

La chica de pelo cobrizo se desprendió de su humilde vestido de lino, quedando totalmente desnuda ante las ávidas miradas de deseo de los vampiros. Reprimió un gesto de taparse sus partes íntimas. Había algo en ese extranjero, tal vez su mirada, o sus atractivos rasgos, que no la hacían sentir incómoda del todo. Una extraña calidez se iba apoderando de su cuerpo, haciendo que deseara ser tomada. Sin que nadie le dijera nada, ella misma se recostó en la enorme mesa del salón, sentándose en ella, abriendo sus piernas, invitando a ese apuesto hombre de mirada penetrante.

Su joven esposo no podía sino contemplar con el rostro desencajado como su amada se entregaba completamente ante ese extraño. Pese a que ponía todo su empeño en ello, no conseguía liberarse del hombre de aspecto débil y enfermizo que lo sujetaba fuertemente.

Vlad era refinado, poco propenso a comer de cualquier forma. Era un aristócrata, no un animal. Así que cuando tuvo a la chica sentada en la mesa, ordenó a Valeria que trajera una enorme bandeja de latón pulido, diseñada para servir alimentos, e hizo a la chica sentarse encima de ella.

El tacto del trasero de la criada con el frío metal, le puso la piel de gallina, endureciendo sus pezones y causándole un leve gemido. A ojos del príncipe no era más que un apetecible manjar servido en un lujoso plato. Bastó una simple mirada suya para que la chica cogiera una manzana y se la pusiera en la boca, como un cochinillo asado, listo para ser devorado. El poderoso vampiro se desprendió de sus ropas con un rápido gesto y se encaramó a la mesa. Tumbándose encima de la chica, que enseguida abrió sus muslos, en una clara invitación a su sexo.

El chico, entre lágrimas, no podía sino contemplar impotente como ese hombre tomaba a su esposa. Como la penetraba con suavidad, pero a la vez apasionadamente. La chica arqueó su espalda, la manzana cayó de su boca, y ladeó la cabeza. Sus ojos se cruzaron con los de su esposo mientras era penetrada por el poderoso vampiro. La mirada de la joven, transmitía éxtasis y deseo, no había resentimiento ni culpa en su expresión, simplemente puro placer. Lasciva, lo miraba sacando la lengua, lamiéndose los labios, mientras era tomada apasionadamente. Aquello sacaba de quicio al joven esposo.

  • Estoy seguro que en tu cama nunca se comportó así ¿verdad?- Le susurró Béla para mayor burla.

Transcurridos unos minutos, la chica dejó de mirarlo y centró su mirada en el atractivo hombre que la poseía, que la hacía gemir hasta casi gritar. Vlad despertaba en ella unas sensaciones totalmente desconocidas con su marido. Ella nunca llegó a pensar que el acto sexual pudiera ser algo tan placentero, tan estimulante. Completamente ajena a lo que pudiera pensar o decir su esposo, besó apasionadamente en los labios al hombre que la hacía estremecer de placer.

A partir de ese momento, el chico decidió bajar la mirada y resignarse. No podía hacer nada, se sentía impotente, inútil. Había fracasado como marido, no había sabido proteger a su esposa. Ella aceptaba a su asaltante con una energía y una pasión que nunca había visto. ¿Por qué se entregaba a ese desconocido con tantas ganas mientras que en su lecho era mansa y poco colaborativa?

Ni se percató del momento en que Béla rasgó su camisa de lino y le hincó sus colmillos en el hombro. Un éxtasis recorrió al chico en el momento en que los afilados colmillos del vampiro hendían su carne, sorbiendo su fluido vital. Su mirada cambió, ya no había desesperación al ver a su mujer actuando como una vulgar ramera, sino que verla así empezó a excitarlo. Ver como un desconocido gozaba del cuerpo de su bella esposa empezó a despertar una tremenda erección en él. Provocada, sin que pudiera saberlo, por el efecto de la mordida del no-muerto.

Ver como los otros dos vampiros se alimentaban, despertó la sed en Valeria. Agarró al tercer hombre, el pastor, que miraba desencajado la escena. Ansiosamente lo despojó de su camisa de arpillera, revelando un torso fuerte que aún resistía el paso de la edad. Hincó los dientes en el musculoso y velludo pecho, mordiendo con fuerza sus pezones, y empezó a sorber.

Vlad había hincado sus colmillos en el suave y moreno cuello de la chica. Mientras bebía, notó como, en un pequeño espasmo, el cuerpo de la joven se estremecía de placer. Sin saberlo, ella había alcanzado su primer orgasmo. El vampiro siguió alimentándose hasta que él también alcanzó el éxtasis, eyaculando su frío fluido en la vagina de la chica.

Vlad se había saciado, casi dos de los cinco litros que recorrían las venas de la chica fueron más que suficientes para alimentarlo. La dejó tumbada sobre la mesa, desnuda, con las piernas abiertas, sudando y jadeando débilmente. Su cuerpo estaba exhausto, pero sobreviviría a ese encuentro.

Mientras se vestía, miró por el rabillo del ojo a su compañero y torció una sonrisa. A Vlad le encantaría saber lo que recordaría mañana ese joven matrimonio. ¿Qué se dirían? ¿Cómo justificarían a partir de ahora, sus mutuas ausencias del lecho común para reunirse con el vampiro que se había alimentado de ellos, implorándole otro “beso”?

Aunque otra cosa captó en seguida la atención del voivoda. Su joven anfitriona, Valeria. Se alimentaba del hombre mayor de forma desmesurada y voraz. Como un animal. Valeria tumbada encima del hombre, totalmente desnuda, había bebido suficiente para saciarse, pero ella seguía absorbiendo el líquido vital, embriagándose de él. Como una adicta al alcohol se bebería hasta la última gota de una jarra de vino. Finos regueros carmesí surcaban el pálido cuerpo de la chica.

Béla, había bebido más de dos litros del chico, dejándolo en un estado casi catatónico. Sobreviviría, pero seguramente mañana no podría levantarse de la cama en todo el día. El calvo vampiro también contemplaba con asombro a Valeria.

Ellos no solían matar a sus víctimas, tomaban justo lo que necesitaban para satisfacer sus necesidades. En cambio, su atractiva compañera, bebía y bebía sin detenerse. Nadie había instruido a Valeria en la no-muerte, y por lo tanto, nadie le había enseñado que no hacía falta sorber hasta la última gota de su presa para alimentarse.

  • Curioso.- Musitó Vlad.- Y francamente interesante.

Aquella chica ofrecía muchas posibilidades.

Un año después. Palacio de Monteleón

Esta noche, como otras muchas, Vlad se había ausentado del palacio. “Asuntos personales” había dicho. Béla contemplaba con deleite a Valeria. La joven vampiresa disfrutaba copulando con sus víctimas. Ahora estaba encima de la mesa del comedor, totalmente desnuda, alimentándose de un salteador de caminos que había capturado. Mordiéndole el cuello mientras el hombre la penetraba. Para el vampiro, la escena era parecida a la cópula de la mantis religiosa. Con sus últimos espasmos, la víctima eyaculó dentro de la chica.

Des de la primera cena que habían compartido juntos, Valeria se convirtió en la atracción principal de ambos vampiros. Siempre la hacían comer desnuda, sobre la enorme mesa de roble. Verla alimentarse era un espectáculo que ambos disfrutaban. Sobretodo Béla, que luego siempre gozaba con la ensangrentada condesa.

La primera vez, Valeria intentó rechazar el arrebato del barón, pero no le quedó otra opción que someterse a su voluntad. Para su sorpresa, descubrió que pese a su poco agraciado aspecto, el vampiro era un experto en las artes amatorias.

Aunque Valeria preferiría que fuera Vlad el que la tomara algún día, el príncipe parecía no tener interés en su compañera. Vlad era especial, su debilidad eran las chicas de sangre caliente. Por muy bonitas que fueran, las vampiresas no despertaban en absoluto su libido.

Vlad y Béla también instruyeron a Valeria en la no-muerte, enseñándole a desplegar sus poderes en todo su potencial. Aunque Valeria nunca logró controlar su apetito voraz, una vez empezaba a beber, no podía parar.

En ese tiempo, el palacio había cambiado. Su aspecto ya no era impecable, no había la intensa actividad de antaño. Nadie cuidaba sus jardines ni se labraban los campos. Una veintena de mercenarios valacos, hombres despiadados que obedecían ciegamente a Vlad, vigilaban el lugar. No quedaba vivo ninguno de los fieles sirvientes de Valeria. El edificio, por dentro seguía lujoso y suntuoso pero por fuera tenía un aspecto decadente. La economía de la hacienda, algo que Valeria siempre había cuidado escrupulosamente, amenazaba ruina. Pero nada de eso parecía importar a Vlad. Ya no eran tres sino ocho los vampiros que lo habitaban. Los dos poderosos vampiros habían compartido su “don” con cinco de los antiguos sirvientes de Valeria. Dos de los cuales eran el joven matrimonio de la primera noche.

Valeria tumbada encima de la mesa, contemplaba el inmenso candelabro que oscilaba en el techo. Regueros de sangre surcaban su cuerpo, dándole un aspecto atigrado. La recién y abundante ingestión de sangre la tenía en una especie de limbo, sus movimientos eran lentos y pesados, pero su cuerpo notaba cada una de las caricias de Béla.

Cuando el grotesco vampiro empezó a penetrarla, la chica ni tan siquiera intentó reprimir el gemido. Sus brazos rodearon en cuello del grotesco vampiro, ella empezó a acompasar la penetración con el movimiento de sus caderas. La larga lengua de Béla empezó a recorrer el cuerpo de la chica, lamiendo los restos de la sangre coagulada.

Un espasmo de placer recorrió el cuerpo de Valeria al notar la potente eyaculación del barón. Ladeó su cabeza y vio al joven esposo, ahora vampirizado, que la contemplaba con una mirada de deseo detrás de la chimenea. Ese advenedizo chico, ya en vida deseaba el cuerpo de Valeria, y ahora, después del “cambio” eran varias las veces que había intentado sobrepasarse con ella. Pero la voluntad de Valeria siempre lo había frenado.

No le importaba que un poderoso, aunque feo, vampiro gozase con ella. Pero que un joven criado intentara aprovecharse de su cuerpo era algo intolerable para la condesa. Ella conservaba su orgullo y quería hacerse respetar.

Mientras Béla se vestía, reparó en la mirada del joven vampiro. Valeria seguía en la mesa, totalmente desnuda, como una gatita tumbada en un sofá. Con un gesto, el barón indicó al joven que se acercara.

Valeria, enseguida reparó en el chico. Molesta ante tal atrevimiento, se incorporó, cubriendo su cuerpo con un mantel.

  • ¡No!- Se impuso el anciano vampiro con una mirada penetrante.- Esta noche vas a ser suya. Es mi regalo por su buen servicio.

Valeria fue a protestar enérgicamente, sus ojos se enrojecieron de furia, pero con un gesto, el barón acalló toda protesta. La chica no tuvo más que obedecer. Se desprendió del mantel y volvió a recostarse en la mesa, abriendo de nuevo sus piernas, mientras el chico, con una mirada lasciva y voraz en el rostro se tumbaba desnudo sobre ella.

A diferencia de Béla, el joven no fue suave, sino todo lo contrario. Al ver la mirada de desprecio de su ama, le propinó un bofetón que ella, ante el influjo de Béla, no pudo responder. En lugar de besarla, él mordió sus labios, y su lengua empezó a recorrer el cuello de la condesa, subiendo por sus mejillas y deteniéndose en sus orejas, enroscándose en ellas como una serpiente y causando a Valeria unas intensas cosquillas que la hicieron estremecer. Valeria se dejó hacer, mirando al techo.

  • ¡Si no vas a mirarme, no te daré el trato que te corresponde!- Le espetó el chico.- ¡Ponte como un animal!

A regañadientes, Valeria se puso a cuatro patas encima de la mesa, el chico enseguida empezó a penetrarla bruscamente. Ver ese arrebato en el joven vampiro, hizo sonreír a Béla. Francamente, contemplar a su anfitriona, ya fuera alimentándose o copulando era todo un bonito espectáculo.

Valeria no tardó en dejarse llevar por las sensaciones de su cuerpo aunque el coito no duró demasiado. El joven vampiro eyaculó precozmente en su interior. “Menuda decepción” pensó ella, que esperaba algo más de ese enérgico vampiro. Mientras el chico retiraba el miembro de su vagina, pensó en Vlad. ¿A dónde habría ido?

Mientras tanto. En el Real Alcázar de Madrid.

Isabel de Borbón, esposa de Felipe IV y reina de España, seguramente fuera la mujer más poderosa del mundo, y a la vez la más infeliz. Estaba casada con un hombre que prefería la calidez de las alcobas ajenas en lugar de la suya. El válido la miraba siempre por encima del hombro y menospreciaba constantemente su opinión en asuntos de estado. El resto de nobles de la corte, la miraban con respeto, desprecio y deseo a partes iguales. La deseaban, porque ella, a sus 35 años de edad, mantenía un físico altamente atractivo, pero a la vez menospreciaban su criterio por ser mujer.

¿Por que el monarca no la miraba con ese deseo con el que la contemplaban de reojo el resto de nobles y muchos capitanes de la guardia? Pese a ser inicio de otoño, su alcoba era fría como la noche invernal. Nadie daba calidez a su cama.

En el fondo, ella envidiaba a la Condesa de Monteleón, en poco tiempo se había hecho respetar por la mayoría de nobles. Valeria había acertado de pleno en relación a la batalla de Tornavento. Siguiendo su consejo, el ejército de Flandes realizó una exitosa incursión en Francia, sin encontrar oposición alguna. A punto estuvieron las tropas de plantarse ante París. Richelieu no tuvo otra opción que retirar sus tropas de Milán. España ahora estaba en una posición más fuerte que hacía un año.

Mientras paseaba, sin rumbo, por el salón de los espejos del palacio, se preguntaba qué la había sacado de su cama. Hacía noches que se levantaba sobresaltada. Su primer pensamiento siempre era para el mismo hombre. Ese misterioso extranjero que había llegado a Madrid hacía un año. Si había que hacer caso a los rumores, se llevaba muy bien, demasiado bien, con la condesa de Monteleón. La soltera más deseada de la corte. Las habladurías acerca de ambos eran constantes.

Pero, ¿por qué ese príncipe extranjero ocupaba sus pensamientos? ¿Por qué soñaba que ese hombre, misterioso y atractivo, se colaba a hurtadillas en su cámara a plena noche?

Su cuerpo se estremeció al notar como la brisa nocturna penetraba en el salón, haciendo ondear los densos cortinajes. Se sobresaltó cuando notó una presencia a su espalda. Una pálida y fuerte mano se puso sobre sus labios, acallando el grito de sorpresa.

  • No temáis mi señora.- Le susurró una voz con acento extranjero.- No he venido a haceros daño.

La monarca se giró bruscamente. Ante ella estaba ese apuesto príncipe extranjero.

  • Pero… ¿qué…? … ¿Cómo habéis logrado eludir a la guardia?

Vlad no le respondió, simplemente apoyó su dedo índice suavemente en los labios de la reina, silenciando sus preguntas. El corazón de Isabel dio un vuelco, hacía años que ningún hombre la tocaba, y ese dedo, tan frío al tacto la hizo estremecer. Por una extraña razón, ella dio un paso atrás. Y Vlad, se adelantó un paso.

La monarca retrocedía con pasos cortos y torpes, su respiración se hacía cada vez más agitada. El extranjero avanzaba junto a ella, con su dedo sin dejar de apoyarse en su labio. Estaba claro que esa intromisión era completamente intolerable. Pero entonces ¿por qué ella no gritaba auxilio? ¿Por qué no dejaba de mirar esos penetrantes ojos negros que parecían brillar como ascuas?

Andando hacia atrás como en un extraño baile, miró a los espejos, aquello no parecía real. En algunos espejos Isabel se veía sola, en otros en cambio, se veía rodeada de una oscura niebla, en otros veía una silueta borrosa. Pero si giraba la cabeza para mirar al frente, se encontraba con ese apuesto aristócrata, real, frío al tacto. ¿Estaría soñado? ¿La luz de la luna estaría creando un extraño efecto en los reflejos? Y así, pasito a pasito, la reina retrocedió hasta su alcoba.

A Vlad tan sólo le bastó un pequeño empujoncito con el dedo para que ella se tumbara en la enorme cama. Era tan fácil para él someter a cualquier persona, ni tan siquiera la reina de España podía resistirse a él.

Isabel se sentía como flotando en una nube, nada de lo que veía o sentía le parecía real. El príncipe pareció desvanecerse unos instantes, sus ropajes cayeron al suelo y acto seguido, el atractivo hombre apareció a su lado, totalmente desnudo, tumbado en su cama. Entonces fue cuando Isabel supo que estaba soñando. Y en sueños, y sólo en sueños, era cuando podía dar rienda suelta a sus pasiones.

Tan sólo emitió un suave quejido cuando el príncipe, con un brusco gesto, rasgó su camisón revelando su cuerpo desnudo. Pese a haber dado a luz varias veces, el cuerpo de Isabel era hermoso. Su piel era pálida, con un tono rosado y una calidez que hacía arder de deseo al vampiro. Sus pechos eran voluminosos pero seguían manteniendo firmeza, sus pezones oscuros estaban endurecidos. Su vientre era plano salvo alguna pequeña arruga, su trasero era redondo y firme con algunas estrías causadas por una dieta poco equilibrada.

La reina mordió la almohada para ahogar un gemido cuando las finas manos de Vlad descendieron hasta su pubis, densamente poblado por una mota de oscuro vello. Nunca nadie la había tocado de esa forma, Isabel no entendía lo que le sucedía a su cuerpo, por un momento se asustó, pero las sensaciones que sentía no eran negativas, al contrario.

Su piel estaba erizada, pero no de frío. Notaba un ardor en su vientre, y sobretodo en su entrepierna, pero no era dolor. Notaba como se humedecía a medida que Vlad separaba sus labios vaginales y jugaba con los dedos, estimulando toda esa zona.

Los labios del príncipe se posaron en sus suaves pechos, lamiendo primero, y mordiendo con fuerza su pezón al cabo de unos instantes. La reina se cubrió el rostro con la almohada para ahogar un gemido. La mordida, pese a su fuerza, no le dolió, al contrario, la estimulaba aún más. Las manos del vampiro se posaron en su trasero, apretando con fuerza sus glúteos mientras succionaba apasionadamente su pezón. Isabel arqueó todo su cuerpo, buscando el roce con la fría piel de su amante, la saliva manaba abundantemente de la comisura de sus labios, ella mordía con fuerza la almohada, intentando ahogar sus sonidos apasionados.

Con un brusco manotazo, Vlad le arrebató la almohada y la arrojó lejos. Con firmeza, sujetó sus brazos por encima de su cabeza mientras la miraba fijamente.

La reina, instintivamente, abrió sus piernas, contemplando el atractivo cuerpo del vampiro. Su larga y rizada melena le caía sobre los hombros, contrastando con su pálida piel, su torso marcaba todos y cada uno de sus músculos, y su miembro… La monarca se ruborizó al notar como sus ojos se posaban en esa parte del cuerpo y volvió a subir la mirada, perdiéndose en los penetrantes ojos de Vlad.

Todo su cuerpo se estremeció nuevamente al notar como la penetraba, y de nuevo, un apasionado gemido escapó de sus labios. Esta vez sin que ninguna almohada lo disimulara. Vlad sonrió, no había peligro de que nadie los interrumpiera. Hacía semanas que la reina hablaba y gemía en sueños y la guardia había dejado de prestar atención a los ruidos que salían de su alcoba.

Nunca el éxtasis se había apoderado del cuerpo de Isabel, nunca había sentido esa pasión, nunca había gozado con el acto sexual. Vlad despertaba sensaciones, que llevaban años adormecidas en su cuerpo.

El vampiro contempló satisfecho como la reina se retorcía de placer al alcanzar el orgasmo. Instantes después, él eyaculó.

Mientras se vestía, contemplaba a la monarca, tumbada en la cama, totalmente desnuda, respirando agitadamente. Se cubría el rostro con un brazo mientras con la otra mano se frotaba la entrepierna. No pudo sino sonreír ante el aspecto que ofrecía ella. Satisfecho, desapareció entre las sombras de la noche. La primera parte de su plan estaba en marcha.

A la mañana siguiente. Real Alcázar

Isabel se despertó aturdida. ¿Qué hora era? El sol penetraba con fuerza a través de los amplios ventanales. Se sentía agotada, débil. Había tenido un extraño sueño. Hasta que no se incorporó no reparó en su desnudez. ¿Había dormido así? Contempló su camisón, desgarrado. Su cabeza le daba vueltas, sentía un ardor en su vagina y en su pecho, sobretodo en su pecho. Sus muslos estaban impregnados de un líquido pegajoso. Sus mejillas enrojecieron de vergüenza, afortunadamente no dejaba que sus damas de cámara entraran en sus aposentos si ella no las llamaba expresamente. Menudo bochorno si la veían en ese estado.

Mientras intentaba adecentarse como podía, reparó en unas pequeñas manchas de sangre en las sábanas. Se acercó a su tocador y contempló unas pequeñas incisiones en su pecho derecho. ¿Qué clase de animal la había mordido mientras dormía? La sangre fluía de las pequeñas heridas pero no parecía haber infección, aunque la herida le ardía. Su corazón latía apresuradamente, de pronto, como un destello de revelación, se percató de que lo soñado esta noche no había sido un sueño.

Su respiración se volvió agitada, se mordió la mano para disimular la mueca de éxtasis que había en su rostro al pensar en lo sucedido, preguntándose cuando volvería a visitarla su príncipe.

Quince días después. Palacio de Monteleón

Era plena noche y la cena estaba casi servida. Varias personas habían sido seleccionadas, desafortunados aldeanos que habían sido secuestrados en sus propias camas mientras dormían y esperaban su hora, encerrados. Valeria vestía un lujoso camisón de seda purpura que no disimulaba sus formas femeninas, lo último en moda italiana. Se paseaba apresuradamente arriba y abajo por el gran salón. Mirando suspicazmente a Béla.

  • ¿Esta noche tampoco nos va a acompañar?- Preguntó inquisitiva. Las cada vez más frecuentes ausencias de Vlad la sacaban de quicio.

  • Cualquiera diría que estáis celosa, señora condesa.- Dijo el barón con una sonrisa. Ese “señora condesa” había sido pronunciado con más desprecio que respeto, como si escupiera aquellas palabras.

Valeria pese a ser la dueña del lugar, se sentía totalmente desplazada. Vlad y Béla se habían adueñado del palacio y no la hacían partícipe de ninguna de sus decisiones y planes. Únicamente le ordenaban que consiguiera comida, como si se tratara de una mera recadera. Incluso los jóvenes no-muertos la miraban con desprecio y cuchicheaban a sus espaldas. Hasta que la furiosa voluntad de la condesa se imponía y los hacía callar.

Ella mandaba sobre los jóvenes, pero le molestaba enormemente sentirse una mera invitada en su casa, como una criada más. Las frecuentes ausencias de Vlad no vaticinaban nada bueno. Ya eran muchos los rumores que Valeria escuchaba acerca de lo que sucedía en ese edificio. Ella siempre había tenido claro que su supervivencia dependía de la discreción. Algo que ni Vlad ni Béla parecían entender.

De pronto, el sonido de un carruaje interrumpió sus pensamientos. Dos mercenarios abrieron la amplia puerta del salón que conectaba directamente con las caballerizas y Vlad entró en la sala. Llevando a alguien en brazos.

El poderoso vampiro estaba eufórico, llevaba su propia comida, y esta noche sería una gran noche. Su ambición se vería satisfecha.

  • ¡¿Pero qué… estás loco!?- Gritó furiosa Valeria a Vlad al ver el rostro de la persona que había depositado con cuidado en la mesa.

  • Cuida el tono con el que te diriges a mi, jovencita.- Le replicó con una mirada de fuego.

El ímpetu de Valeria desapareció, no así su ira. Aquello se le estaba yendo de las manos y no podía albergar nada bueno.

  • ¿Se puede saber qué pretendes llevándola aquí? Nos pones a todos en peligro.

  • Tranquila.- Dijo Béla acercándose a ella.- Mi señor lo tiene todo controlado.

  • ¡¿Cuánto tiempo llevas alimentándote de ella?!- Le preguntó furiosa a Vlad mientras miraba el cuerpo inconsciente de Isabel de Borbón tumbado en la mesa.

  • El suficiente como para que me desee con todo su cuerpo y alma. Y esta noche será la definitiva. La haré partícipe de nuestro don.

Cuando Valeria fue a protestar, Vlad la silenció con un fuerte bofetón. La vampiresa se agachó hasta casi arrodillarse, no podía oponerse a los designios del poderoso vampiro. Pero ello no hacía que su ira fuera menos intensa.

  • ¿El suficiente?… ¿Llevas días, semanas, visitándola de noche, verdad? Ese es el motivo de tus ausencias.- La falta de respuesta de Vlad lo decía todo.- ¿Te das cuenta del peligro en el que nos has metido? Su confesor es nada más y nada menos que el Inquisidor General. Ahora mismo podríamos tener al Santo Oficio…

La carcajada simultánea de los poderosos vampiros silenció a Valeria.

  • Venga jovencita, ¿no me digas que temes a esos frailes?- Dijo Vlad con burla.- Deberías haber conocido a los jenízaros, esos si que son un auténtico peligro. Pero esos monjes… He hecho mis pesquisas, no son tantos y además, van con esas ridículas espaditas… ¿Qué pretenden hacer con ellas? ¿De verdad creen que pueden enfrentarse a nosotros blandiendo una espada?

  • Ni tan siquiera usando un cañón tendrían la menor posibilidad.- Dijo Béla sumándose a la burla y desprecio hacia los inquisidores.- Para quemar herejes son muy eficientes, pero cazar vampiros… Querida condesa, sabes que eso les viene grande. Yo mismo he acabado con alguno de ellos sin problema.

Valeria calló. Tal vez debería haber hablado, prevenirlos. Informarles acerca de lo sucedido con el anterior Conde de Monteleón. Pero la vampiresa optó por el silencio. ¿Por qué? Por que despreciaba la prepotencia de esos dos, y porque, en cierto modo, esas burlas la herían personalmente.

Bruscamente, Vlad arrebató el lujoso y enorme guardainfante de la reina, revelando unas enaguas de la más fina seda. Isabel se incorporó, aturdida, momento que aprovechó el vampiro para desgarrar su vestido, revelando la barriga y los pechos de la reina. Bastó una simple mirada para que ella, obediente, se desprendiera de sus prendas, hasta quedar totalmente desnuda ante la lasciva mirada de los otros vampiros que la contemplaban con deleite.

En ese instante, la vergüenza o el pudor eran algo completamente ajenos a Isabel, que tan sólo quería que el príncipe, su príncipe, la tomara, que saciara su deseo que ardía con fuerza dentro de ella. Lo que realmente anhelaba por encima de todo, era sentir de nuevo la mordida del vampiro. Sin que nadie le dijera nada, ella se recostó en la mesa, mirando a Vlad llena de deseo, invitándolo. Los ojos de la reina eran vidriosos, la saliva resbalaba por la comisura de sus labios entreabiertos. Vlad se acercó a ella.

Valeria volvió a protestar. Alimentarse de la reina era jugar con fuego. Pero Vlad la acalló con un gesto.

  • ¿Para qué te crees que vinimos? En estos meses hemos recabado información, preparando nuestra jugada.- Dijo señalando a la reina, que impaciente, movía sus caderas, se lamió una mano y la acercó a su entrepierna, ansiosa por sentir el tacto del vampiro.

  • Su marido es un completo idiota.- Prosiguió el voivoda, ajeno a los sensuales movimientos de la monarca.- Ella en cambio, es distinta, es lista, muy inteligente. Si la convertimos, podrá dominar al Rey y al resto de nobles sin problema. Controlaremos este vasto imperio des de la sombra. El monarca obedecerá las órdenes de su esposa, que a la vez serán nuestras órdenes. Francia, Inglaterra, el Turco… todos se postrarán ante nuestros ejércitos. Roma volverá a ser saqueada. Volveremos a…

Un ruido procedente del patio interrumpió el discurso de Vlad. Los ocho vampiros contemplaron extrañados al mercenario que acababa de entrar, visiblemente nervioso.

  • Di… disculpen excelencias pero...- Dijo el hombre con un marcado acento.- Acaban de llegar unos viajeros, un vendedor ambulante y sus dos hijos… Piden cobijo para pasar la noche, dicen que han tenido una incidencia en el camino y…

  • No hay problema.- Dijo Vlad con una sonrisa.- Hazlos pasar. Este palacio siempre ha hecho gala de su hospitalidad, no le vamos a negar un techo a alguien a quién la noche ha sorprendido en el camino.

  • Esta noche tendremos ración extra.- Dijo un joven vampiro.

Al cabo de unos instantes, el mercenario hizo entrar a un hombre en el salón.

  • Por aquí señor. Ahora ayudo a sus hijos con el caballo y la carreta, en seguida se reunirán con usted.

Cuando ese hombre entró en el salón, la nuca de Valeria se erizó. Un sombrero de ala ancha cubría su rostro, pero se apreciaban mechones de pelo canoso que revelaban una edad avanzada. Era de complexión obesa y su respiración era lenta, pesada. Su corazón en cambio latía firme, con fuerza. Había algo en ese buhonero que hacía que todos los instintos de Valeria le gritaran “PELIGRO”.

La vampiresa lo contempló detenidamente. El hombre tenía sus brazos cruzados sobre el pecho, una larga capa lo cubría hasta los pies. Valeria juraría que no había llovido en todo el día, pero la capa del hombre chorreaba agua, como si hubiera estado horas bajo un buen aguacero.

Un joven vampiro se acercó al recién llegado, dispuesto a arrojarlo sobre la mesa. Tenían hambre y empezarían a comer por los recién llegados. Justo cuando fue a sujetarlo, se encontró con el cañón de un arma apuntando a su frente.

El disparo resonó por todo el salón. El proyectil de plata penetró por la cuenca del ojo del vampiro, llegando hasta el cerebro. El no-muerto aún no había asimilado lo sucedido y ya se estaba convirtiendo en polvo.

Béla fue el primero en reaccionar. Se abalanzó rápidamente sobre el desconocido, agarrándolo por los hombros antes de que pudiera disparar su segunda arma. La pistola y el hombre cayeron al suelo, pero quién gritó de dolor no fue el buhonero. El vampiro contemplaba con dolor sus manos, que se derretían como la cera ante una llama. El hombre, tosiendo un esputo, se incorporó. Con la embestida había perdido su sombrero. Valeria, asombrada, contempló el rostro envejecido de alguien que hacía años que no veía.

El inquisidor soltó el fiador de su capa y la arrojó contra la reina, cubriendo su desnudo cuerpo con ella.

  • ¡Cuidado!- Gritó Valeria al ver como un vampiro se acercaba a la monarca.- ¡La capa está empapada en agua bendita!

Béla aún se retorcía de dolor, contemplando sus dañadas y ahora inútiles manos. Aunque no tuvo tiempo de mucho más. Salazar desenvainó su espada de plata y con una certera estocada atravesó su impío corazón.

Vlad no daba crédito a lo que sucedía. Su compañero desde hacía más de trescientos años, se convertía en polvo ante él. Furioso, se acercó a una panoplia de armas de la pared. Antes de que el inquisidor pudiera recuperar su pistola, agarró una alabarda y la lanzó contra él.

El fuerte golpe arrojó a Salazar contra la pared, lejos de su pistola. Su espada se escapó de sus dedos. Valeria soltó un grito. Un hilillo de sangre brotaba de la comisura de sus labios. Esa alabarda habría atravesado un toro, pero ella aún escuchaba el fuerte latido del corazón de su primo.

  • Me estoy haciendo viejo para eso.- Masculló el inquisidor mientras se incorporaba entre tosidos sanguinolentos.

Lo que en un inicio Valeria había confundido con obesidad, no era grasa corporal, sino un coselete de acero que llevaba oculto bajo sus vestiduras. Coraza que le había salvado la vida. Varios ruidos consecutivos, esta vez a fuera, captaron la atención de la chica. “Disparos”.

Sin detenerse a recoger sus armas, Salazar se lanzó sobre la mesa, rodó sobre ella, agarrando a la reina y cayendo al suelo. Mientras Vlad y otros cuatro vampiros los rodeaban, el fraile se tumbó encima de Isabel. Con sus manos cubría la cabeza de la monarca en un gesto protector. Valeria se fijó en que su primo no hacía ningún gesto para defenderse de los no-muertos que se acercaban. ¿Miedo? No, había algo más.

Fuera, continuaban los disparos, pero ahora fue el traqueteo de unas ruedas de carro lo que captó la atención de la condesa. Por puro instinto, ella se tumbó contra el suelo, imitando a su primo. Y seguramente aquello la salvó.

Con un fuerte golpe, la puerta que conectaba el patio con el salón se abrió de par en par, y acto seguido un poderoso estruendo resonó por toda la sala. El olor a humo y pólvora quemada llenó las fosas nasales de Valeria mientras sus agudos oídos le pitaban molestamente.

“¡Un cañón! ¿Qué clase de loco dispara un cañón en un recinto cerrado?” Pensó la chica mientras se levantaba torpemente contemplando la dantesca escena a su alrededor.

El cañón, oculto en la carreta del falso buhonero, llevaba una carga de metralla. Carga compuesta por proyectiles de plata bendecida y todo tipo de objetos sacros: medallitas, fragmentos de relicarios y custodias sagradas, pequeños crucifijos…

De los otros vampiros, a parte de Valeria, sólo dos se mantenían en pie. Los otros tres eran polvo tras ser alcanzados en sus puntos vitales por la letal metralla. La joven esposa vampirizada chillaba de dolor mientras retiraba un crucifijo que se había clavado en su cadera. Vlad se incorporaba con una expresión de dolor en su rostro, su cuerpo estaba maltrecho y humeaba por las múltiples heridas causadas por los fragmentos de plata incrustados en él. Casi de milagro, no habían alcanzado ningún punto vital. El ojo derecho del vampiro había desaparecido por el impacto de una pequeña medalla.

Salazar era consciente de sus capacidades. Sabía que nunca podría ser tan fuerte o tan rápido como un vampiro, pero con la adecuada planificación, podía llegar a ser más listo. El veterano cazador de vampiros había detectado que, a menudo, los vampiros tenían una vanidad que los hacía cometer errores. De noche se creían invencibles y esa falsa sensación de invulnerabilidad los volvía descuidados. Él era de los pocos cazadores que no tenía reparos en actuar a plena noche, cuando el no-muerto está en la cúspide de sus poderes.

Se retiró los tapones de cera que protegieron sus tímpanos del estruendo del cañón y recuperó sus armas, dispuesto a enfrentarse a los supervivientes.

Vlad se retorcía, débil y aturdido. No le hacía falta pensar mucho para saber que esta batalla la tenía perdida. Aún no sabía cómo, pero esos frailes a los que tanto despreciaba habían logrado sorprenderlo. Frente suyo no solo tenía al veterano inquisidor sino otros dos más jóvenes que se habían hecho pasar por sus hijos. Miró de reojo a sus dos compañeras, la chica más joven no servía para la lucha, Valeria en cambio era la única cuyo cuerpo parecía intacto. Con una orden mental le ordenó que se abalanzara contra el inquisidor al tiempo que él aprovechaba para escapar por una puerta lateral.

La estocada de Salazar falló su objetivo por centímetros, justo cuando su acero estaba a punto de atravesar al vampiro, Valeria se abalanzó sobre él, tumbándolo contra el suelo. La otra vampiresa cayó bajo el filo de plata de las espadas de los jóvenes frailes.

Valeria en su embestida podría haber matado a su primo, pero no lo hizo. Se limitó a darle a Vlad la oportunidad para escapar. Ella se incorporó, mirando a Salazar. Tantos años sin verse, ya no era el hombre joven que recordaba. Las arrugas empezaban a poblar su rostro y su pelo ya no era oscuro sino gris. Varias heridas surcaban su rostro. Por un instante, ella volvió al pasado, en su ingenuidad, se olvidó por un instante que era una no-muerta. Simplemente quería preguntarle qué había sido de su vida en estos años, ¿cuándo había vuelto del Franco Condado? quería saber…

Las palabras murieron en la boca de la chica al notar una punzada en su cuerpo. Salazar no titubeó ni un instante. Lanzó una certera estocada que atravesó el cuerpo de Valeria como si de un bloque de mantequilla se tratara. Ella notó un dolor helado, como si la hubieran atravesado con un carámbano de hielo, pero a su vez notaba todo su cuerpo arder como si estuviera en llamas. Su grito de dolor fue tan estridente que Salazar soltó la espada para taparse los oídos.

Valeria se apartó con pasos torpes, su cuerpo rozó la mesa de roble. Una fea herida se abría en su pecho, se rasgó el camisón, la carne alrededor de la estocada se estaba volviendo negra. Los otros dos inquisidores se acercaron a Valeria. Ella, a trompicones, salió del salón.

  • ¡Proteged a la reina!- Gritó al ver que uno de los jóvenes frailes se disponía a perseguirla.- Yo me encargo de la chica.

Cuando salió al patio, el veterano inquisidor se miró las manos. Era imposible que él hubiera fallado una estocada directa. Su espada debería haber atravesado el corazón de Valeria, matándola al instante. ¿Podría ser que en el último instante, su voluntad hubiera flaqueado, que un resquicio de su mente se hubiera negado a matar a su prima? Sacudió su cabeza, alejando esos pensamientos mientras oteaba a su alrededor. Buscando dónde podría esconderse. La Guardia Real junto con otros inquisidores habían entrado en acción en el momento preciso. Ahora se apoderaban del palacio mientras combatían a los últimos mercenarios supervivientes.

  • El extranjero ha escapado, la reina está en el salón, a salvo.- Dijo a los refuerzos mientras agarraba una antorcha y se acercaba al descuidado laberinto de traza italiana cuyo acceso daba al patio.

Justo cuando penetró en el laberinto, se fijó en un hermoso y enorme naranjo. Pese al aspecto decadente que ofrecía el palacio y sus jardines, alguien invertía muchas horas cuidando ese árbol. Salazar suspiró, y por primera vez, se preguntó si algunos vampiros no serían los monstruos desalmados que el creía.

Los altos y asilvestrados cipreses del laberinto ofrecían extrañas sombras a la luz de la antorcha que desconcertaban al inquisidor. Tal vez no había sido una buena idea entrar allí solo. Agarró con fuerza su espada y siguió adelante. Si había algún sitio dónde Valeria pudiera esconderse de sus perseguidores era ese. Una silueta humana se perfiló en un rincón, con un gesto rápido, dobló la esquina pero detuvo su arma al ver que no era sino una estatua de mármol cubierta de liquen. La sombra de la escultura había engañado al inquisidor, que no se percató de la figura escondida entre los setos, que se agazapaba a su espalda.

En un arrebato incontrolable de dolor y rabia, Valeria saltó sobre la espalda de su primo con la furia de una pantera. Clavó sus colmillos en el cuello del hombre, mordiendo con fuerza y rasgando la piel. El inquisidor cayó al suelo, la espada se desprendió de su mano, rozando el muslo de Valeria haciéndola chillar de dolor. Dándole el tiempo necesario para sacar una pistola.

La chica se detuvo en el último instante. El cañón del arma apuntaba directo hacia su corazón. No había margen de error posible. Si Salazar apretaba el gatillo, ella sería polvo. Con la otra mano, el inquisidor presionaba su cuello, intentando detener la fuerte hemorragia que manaba de él.

El dolor y el olor a sangre enloquecía a la vampiresa. Pese a su ansia por alimentarse, una pequeña parte de su consciencia la detuvo en el último instante. Valeria por un momento deseó ser el monstruo impío que su primo creía que era. Eso lo haría todo más fácil.

La mirada del inquisidor reflejaba tristeza y cansancio. Salazar lamentaba haber sobrevivido para llegar a este punto, para encontrarse de nuevo cara a cara con ella. Por primera vez, su fe se quebrantó.

  • La herida es profunda.- Le dijo Valeria.- Por mucho que presiones, morirás en pocos minutos. Si vas a disparar, hazlo ya o pronto no vas a tener fuerzas para ello.

A Salazar le habían enseñado a distinguir entre buenos y malos, humanos y monstruos, cristianos y herejes. Su mundo era en blanco y negro, y ahora, por primera vez, dudaba. ¿Cómo podía no tener alma un ser que la miraba con los ojos de su querida Valeria, que hablaba con su voz dulce? ¿Iba a disparar a la chica que des de pequeña había compartido sus mejores y peores momentos con él? La había visto triste después de una disputa con sus padres, había visto su rostro brillar de alegría mientras le recitaba los últimos versos de Diego… Y también había estado allí, la noche en que Valeria cambió para siempre. No hubo ni un sólo día en que Salazar no se lamentara amargamente por haber llegado demasiado tarde.

  • ¿Vas a disparar?- Le volvió a insistir ella.- Porque para eso has venido ¿verdad? A destruir al monstruo de tu prima.

  • Tu ya no eres mi prima.- Respondió él. Pese al esfuerzo por adoptar un tono firme, no pudo evitar que su voz se quebrara al pronunciar esas palabras.

  • ¿Puedes volver a repetir esto último?- Respondió la vampiresa.- ¿Si no soy tu prima, por que no disparas?

El pulso le empezó a temblar. Salazar lamentó no haber enviado a sus subordinados a perseguir a Valeria. No tenía porque estar sufriendo eso. Ninguno de los otros inquisidores hubiera titubeado ni un instante para eliminar a la chica. Y pensó que, tal vez por eso, había querido ocuparse personalmente. Tal vez, en su fuero interno deseaba comprobar si quedaba algo de humanidad en el monstruo en que se había convertido su prima. Ya había sido incapaz de destruirla una vez, ¿volvería a fracasar?

El olor a sangre estaba enloqueciendo a Valeria, pequeños quejidos de dolor salían de sus labios, la herida le escocía y le dolía como si tuviera un hierro candente en su interior, su cuerpo temblaba como una hoja. La sangre aliviaría el dolor de la herida. Inconscientemente acercó sus labios al cuello de Salazar, pero de nuevo un impulso la detuvo. No era el miedo a que le disparase. La muerte de Diego, años atrás, aún le dolía amargamente. La misma historia parecía repetirse.

  • Te estás desangrando, no sobrevivirás. Parece que mi destino era acabar con las dos personas a quién más he querido.- Le dijo con ojos apagados mientras levantaba la mirada al cielo.- Dispara sin miedo. Es una noche hermosa, no me importaría morir bajo ese cielo estrellado, junto a ti.

Salazar con un suspiro apartó la pistola, suavemente golpeó el cañón contra el suelo, expulsando el proyectil de plata y acto seguido dirigió el arma contra su cuello y disparó. El fogonazo de la pólvora cauterizó su herida, no era el mejor tratamiento médico, pero bastaría para que el fraile sobreviviera.

  • Te equivocas Valeria, ninguno de los dos tiene porque morir.- Dijo él, incorporándose pesadamente y con voz ronca.- No puedo matarte. Tengo demasiados buenos recuerdos de ti.

Valeria contempló como el inquisidor recogía la espada y la envainaba. La chica tenía la boca medio abierta, quería hablar, decirle algo a su primo, pero las palabras no le salían. Escuchó pasos acercándose. El disparo del arma había alertado a los demás inquisidores.

  • Escóndete.- Le susurró Salazar.- Y silencia tus quejidos, como te escuchen gritar no podré hacer nada por ti.

Valeria, totalmente confundida y adolorida se escondió entre los densos setos. El hambre la atenazaba como nunca, y seguramente no podría saciarse hasta la noche siguiente. Se mordió la mano para silenciar sus quejidos, su cuerpo no cesaba de temblar, presa de un frío y a la vez ardiente dolor. Salazar le dio la espalda y con pasos pausados se alejó. En ese momento Valeria supo que nunca más volvería a verlo.

Antes de girar hacia la salida. Salazar se dio la vuelta y centró su mirada en el seto dónde estaba escondida la vampiresa. A Valeria le pareció que el fraile le sonreía y que sus labios susurraron un “cuídate”. Unas voces cercanas hicieron que el inquisidor nuevamente le diera la espalda.

  • Gracias por todo lo que has hecho por mi. No te reprocho lo de aquella noche, se que lo intentaste con todas tus fuerzas.- Susurró Valeria a sus espaldas. La chica nunca supo si el inquisidor llegó a escuchar sus palabras.

  • ¡Maestro! ¿Estáis herido?- Gritó un joven fraile.- La reina está a salvo, camino al convento. Pero no hay ni rastro del extranjero... ¿Y la mujer?

  • Sobreviviré.- Respondió Salazar con voz ronca. El tiro le había quemado parcialmente las cuerdas vocales y esa afonía lo acompañaría el resto de su vida.- ¡Encontrad a ese extranjero! Debe haberse escondido en los campos, buscad en los pozos y cobertizos… En cuanto a la mujer… No es más que polvo.

Epílogo

Isabel de Borbón pasó varios meses recluida en un convento. Requirió tiempo, pero logró recuperarse del influjo del vampiro y volver a la esfera política con más fuerza que nunca.

Valeria nunca volvió a encontrarse con Salazar, la vampiresa logró eludir a los inquisidores y abandonó España. Estuvo 10 años recorriendo Europa y Asia, llegando hasta Japón. No regresó hasta que tuvo noticias de la muerte de su primo.

Cuando Valeria regresó a España, corría el año 1647, el panorama político era muy diferente a cuando había partido. La guerra con Francia estaba en su punto álgido, España, con frentes abiertos en Portugal y Cataluña, estaba en claro retroceso. Olivares ya no ostentaba el cargo de válido. El Inquisidor General también había sido destituido, y la reina Isabel había fallecido tres años antes. Muy pocas personas recordaban ese extraño “foco de herejía” del Palacio de Monteleón sucedido hacía una década. Y aún menos eran los que podían sospechar la verdadera naturaleza de Valeria. Eso permitió a la vampiresa recuperar de nuevo su posición en la corte.

Vlad, malherido, logró eludir a sus perseguidores, abandonó el país y nunca más volvió a España. Vagó durante años por Europa central, alimentándose en los múltiples campos de batalla. Tiempo después, se instaló definitivamente en Transilvania, su última morada, pero esto ya es otra historia…

CONTINUARA