La vampira
Mi escalofriante y obscena relación con una verdadera vampira.
Me llamo Juan. Soy un aventurero. Desde muy jovencito me gustaban las novelas de Allan Quatermain o de Tarzán. Mi máxima ilusión fue viajar por todo el mundo. La razón por la que envío esta historia a esta web de relatos eróticos es porque una de mis grandes aficiones es el sexo. A lo largo de mi itinerario he tenido las más extraordinarias experiencias. He estado en burdeles de Asia en camas repletas de doncellas. En Africa me acosté en un río con cinco mujeres masai. En China le metí mi polla por el culo a un pato y le cortaron la cabeza. Los espasmos de muerte del ave me llevaron al orgasmo. He recorrido las lujuriosas playas de Brasil para bañarme desnudo con las más hermosas mozas del planeta, incluida alguna bellísima transexual.
Me encontraba en la capital de Hungría. Budapest. Paraíso del sexo para los extranjeros. Gentes diferentes nacionalidades van a filmar películas porno. Allí puedes ver a Rocco, a Nacho o a Buttman. Pasearte por los club nocturnos y a lo mejor te encuentras a la próxima pornostar. Un amigo me recomendó que me citase con un caballero rumano que me iba a proporcionar emociones muy fuertes. Este hombre se proponía llevarme a su país, concretamente a los Cárpatos, en Transilvania; la tierra natal de Vlad, el empalador y la condesa Bathory. Su misión era llevarme hasta una solitaria casa de campo en donde tenían maniatada a una auténtica vampira. Siempre he sido bastante racionalista. No me creía lo de que fuese a encontrarme a una verdadera vampira, pero la aventura me daba morbo. Quizás fuese a caer en manos de unos secuestradores. Sería emocionante escaparme de ellos. De todas formas en uno de mis viajes por Brasil me di de bruces con un ovni, así que uno nunca sabe cual es la verdadera realidad. En una selva de la Amazonia casi me devora una tarántula de unos 15 metros.
Mi guía me dijo que la vampira se llama Mirceia y es descendiente de la propia condesa Elizabeth Bathory, esa sádica ninfomaniaca ávida de sangre. En los paises del Este a los vampiros se les llama Vurdalak y más al este Brucolaques. Aparecen por el día y por la noche y sólo se les puede exterminar cortándoles la cabeza o clavándoles una estaca en el corazón.
El hombre me llevó hasta un bosque profundo, que conducía hasta una cabaña, que estaba cerca de un cementerio. Allí tenían maniatada a la vampira. Nos esperaban dos hombres que pertenecían a una mafia.
Fue abrir la puerta y percibir un espantoso olor a catacumba. Todo estaba a oscuras. Las linternas iluminaron algo la estancia. Abrieron la puerta de una habitación y un escalofrío me recorrió de la cabeza a los pies. Sólo he sentido ese terror en mi vida en dos ocasiones. Entonces pude ver aquella cosa. Estaba maniatada a la pared con unas cadenas y estaba custodiada por un perro guardián. La alumbré con la linterna. Su piel era casi transparente. Unos horribles colmillos asomaban de la comisura de los labios. No vi hermosura por ninguna parte.
No me podía creer lo que había visto. Daba vueltas y vueltas en la habitación de mi hotel.
Sonó un teléfono que me sacó de la cama. Era mi guía. Estaba muy agitado. Me decía que la vampira había matado al perro y a los dos guardianes y que debía marcharme lo antes posible. Se me erizaron los cabellos.
Pasé la noche vigilando con mi pistola en la mano. Al amanecer me fui quedando dormido, al tiempo que tenía una poderosa erección. Como siempre mi pene no cabía en el pantalón. Mide 26 centímetros. Cerré los ojos y los volví a abrir. Tuve un espasmo de terror. Había una mujer mirándome dentro de la habitación al pie de mi cama. Me quedé paralizado. Sentí el sudor de la muerte. Era ella. Pasaron...Segundos...Minutos...Y horas...Comencé a sentir una extraña calma. La vampira llevaba un camisón y ahora la veía rabiosamente atractiva después de haber saciado su sangre. Era hermosa. La criatura más bella y voluptuosa que hubiese visto jamás. En cierta ocasión vencí a dos de las mujeres más hermosas del mundo en la cama y cuyos nombres no voy a rebelar. Se desnudo por completo. ¡Qué mirada tenía! ¡Qué cuerpo de diosa!. Me levanté y quise abrir la puerta. Lo curioso es que lo conseguí. Salí. Cerré. Bajé las escaleras pero en uno sólo instante tuve una erección rabiosa y terrible. Me sentía magnetizado. ¡Dios como deseaba estar con esa mujer! . Sabía que moriría. En un orgasmo brutal. No podía resistirme. Subí las escaleras. Y abrí la puerta. Ella me esperaba acostada en mi cama y me sonrió como cualquier mujer inocente. Me fije en la perfección de sus pechos. Eran deliciosos. Erizados malsanamente. Había un aroma exquisito que lo impregnaba todo. Pero vi que en las palmas de sus manos tenía vello y de pronto sentí su aliento. Era repulsivo. Pero la lujuria me vencía.
La cogí de las muñecas y ella se dio la vuelta. Le hice el amor como los animales. De espaldas. Le metí mi falo y sentí una succión. Dentro estaba muy caliente y húmedo. Era como una aspiradora. Tenía una fuerza como la de un hombre. Ni dos mujeres juntas son más fuertes que un hombre como yo. Era medio humana y medio animal. Tenía el himen grande pero lo estrechaba. La apreté con fuerza hasta que eyaculó flujo y luego se corrió con espasmos lobunos haciéndome correr a mí también. Por no se que poder afrodisiaco, mi polla seguía larga. Se la saqué y le lamí un pezón de uno de sus grandes senos y salió un liquido amarillento que casi me hace vomitar. Creo que había tenido otro orgasmo. Se la metí por el culo. Me dolió aquella estrechez. Notaba unas pulsaciones que me atemorizaban. Era viscoso y divino. Me tumbé sobre la cama penetrándola por el culo. Se zafó de mí y frotó su clítoris sobre mi capullo. Tuvo un orgasmo y la vagina se le abrió como las alas de un murciélago. A todo esto notaba un picor en el cuello y me lo rascaba. Volví a penetrarla por el culo, sobre mí y nos abrazamos. Vi sus ojos bellos y voraces. Noté su aliento en mi garganta. Se había convertido en la zona más erógena de mi cuerpo. ¡Su ano me producía dolor!. No se estrechaba pero latía por dentro. Se la saqué y apreté mi capullo en su pezón erguido. Se tumbo y volví a metérsela por el culo. Al hacerlo un chorro caliente salió de su vagina y me empapó el ombligo. Me acercó su culo para que le metiera un dedo y lo hice. Otro dedo se lo metí en su coño. Gritó de placer. Apreté mi pie en uno de sus pezones. Me agarró la polla haciéndome una paja. Creí que me lo estaba haciendo con tres manos. O lo hacía muy rápido. La tumbé y volví a metérsela por el ano. Después se la saqué y le lamí su vagina. No debí hacerlo. Se volvió a abrir como la boca de un lobo y pude oír el grito de varias muchachas a la vez, que me hizo aullar de pavor.
Sentí una especie de mareo y cansancio y no dejaba de rascarme el cuello. Metí mi dedo en su vagina. Me pareció un animal salvaje. Estaba completamente encelada. Tendría la fuerza de tres hombres. Le metí también el dedo en el culo.
- Hazme el amor- me dijo una voz que no era de este mundo.
Sentía sus palpitaciones en mi dedo. Le lamí también el trasero. Y le metí polla endurecida de dolor por el ano. ¡Cómo me gusto!.
Respiraba con dificultad. Ella me introdujo su dedo en mi culo en un acto de posesión.
Apreté sus pechos. Le vi sus terribles colmillos. Se relamía de gusto. Me dio un empujón y me lamió el culo. Pero conseguí librarme de su abrazo. Y le bese sus pechos. Soltó una risotada repugnante. Me chupó la polla y tuve miedo. Se le emblanquecieron los ojos y tuvo un orgasmo. Conseguí sacarla de su maloliente boca y se la puse entre las tetas. Me sonrío con su belleza. Y me la volvió a chupar. Sentía como si me la retorciese pero no me dolía. En un arranque masculino la aparté y le lamí el culo. Pero era un engaño. Se me subió y se la introdujo en el ano. Oí los latidos de un corazón humano. Se dio la vuelta y se la introdujo por la vagina como una aspiradora empapada. La vampira gritaba de placer. Se levantó adoptando su postura preferida. A cuatro patas. El calor de su vagina era delicioso. Me hizo correrme. Se la saque y se la lamí, haciéndome vomitar sus infecciosas eyaculaciones. Volví a penetrarla por el ano. Me pareció como si una mano me atrapase el pene y me lo masturbase con delicadeza. Emitió un gruñido y se corrió.
Caí hacia atrás desmayado.
Al despertarme me dolía el cuello. Sabía que iba a morir. Noté una mordida terrible, acompañada de una erección y un orgasmo sangriento. Abrí los ojos. Tenía el cuerpo empapado de sangre. Pero era demasiada. A mi lado yacía el cuerpo de Mirceia sin cabeza. El guía me había salvado. La cabeza estaba en un rincón de la habitación. Pude ver que sobresalían todavía sus repelentes colmillos.
Desde entonces me he jurado sentar la cabeza. Dejar esta clase de aventuras, la acción, el sexo. Por eso ahora estoy en un monasterio.