La vacuna del tetanos (2)

Nuestra colegiala cumple su fantasía: ser sometida a un humillante chequeo médico.

Al día siguiente me levanté con el culo todavía dolorido pero más excitada de lo que me había sentido en toda mi vida. La experiencia de verme humillada delante de Carlos tenía que volver a repetirse. Pero aumentada.

No paraba de darle vueltas pero no encontraba una nueva idea que saciara mis ansias de nuevas vivencias. Necesitaba un plan realmente perfecto.

Cuando me encontré con Carlos en el colegio, lo primero que hice fue susurrarle al oído que ya me encontraba mucho mejor aunque todavía me molestara un poco el culo.

Observé cómo sus ojos se iluminaban al hacer mención de la aventura del día anterior. Me estaba desnudando con la mirada. Su mente juguetona estaba ahora ocupada con la imagen de mis braguitas blancas. Seguro. Me divertía verlo tan cachondo. Disimuladamente, dejé que la tiranta de mi sujetador resbalara por mi brazo. Luego, me rasqué suavemente bajo la blusa descubriendo parte de la tripita. Carlos estaba a punto de estallar.

-Me voy, que llego tarde a clase –dije disparando la mejor de mis sonrisas.

Me marché contoneándome con disimulo y sintiéndome perforada por los ojos de Carlos.

Durante la aburridísima clase de matemáticas me vinieron a la cabeza ciertos recuerdos que, a pesar de que en su día me parecieron muy desagradables, ahora me resultaban la mar de estimulantes. Cuando tenía doce años estudiaba en un colegio de monjas y todos los cursos nos hacían un reconocimiento médico en el mes de octubre.

Nos ponían en dos filas, una para las chicas y otra para los chicos. Después tenías que pasar a una enorme habitación separada en dos por un biombo. Las chicas nos situábamos a la izquierda y, una vez ocultas de los ojos de los niños teníamos que quedarnos en ropa interior. Te medían, te pesaban y, lo más humillante, un médico viejo y maloliente te obligaba primero a enseñarle las tetas y después el vello púbico. Lo único bueno es que esta última parte no te la hacían delante de las demás chicas sino que tenía lugar en un pequeño cuartito situado al final de la sala. Como es de esperar, la experiencia no resultaba agradable, pero, ese año, con mis doce años recién cumplidos, era especialmente violento para mí, pues, mi cuerpo, en los últimos doce meses había dejado de ser el de una niña para convertirse en el de una vergonzosa adolescente. Especialmente notorio había sido el cambio de mis pechos ya que de la más

absoluta planicie habían nacido dos pequeñas pero ya evidentes y blancas tetitas. Mientras me desnudaba en la cola, no podía dejar de pensar en que seguro que el cerdo del médico hacía algún comentario sobre ellas. La chica que esperaba delante de mí tenía el mismo problema que yo pero multiplicado por diez. Sus tetas estaban a punto de rebosarle el sujetador. Al fin llegó mi turno.

-Quítate el sujetador –la voz del viejo tenía un tonillo risueño que me molestó profundamente.

-Ya eres toda una mujercita, Lola –Inmediatamente me puse tan colorada que mis mejillas ardían. El maldito viejo estaba disfrutando. Lo siguiente fue bajarme las braguitas blancas de encaje hasta la mitad de los muslos. Mi vello púbico ya era casi el de una mujer adulta. Pero lo peor estaba por llegar. Estuve a punto de mearme encima cuando ví que el médico se ponía unos guantes.

-Date la vuelta, pequeña. Será sólo un momento.

Temblando, obedecí. Mis nalgas torneadas y carnosas quedaron expuestas y el muy hijo de puta me introdujo un dedo por el culo. No sólo dolía sino que era lo más humillante que me había pasado en la vida.

Por fin, pude vestirme y abandonar aquel repugnante lugar.

Mi cabeza me devolvió al presente. Era curioso que esa experiencia ahora me resultara morbosa. Verme humillada por un médico me parecía algo profundamente erótico. Sí. Acababa de dar en el clavo. Buscaría un pretexto para que algún médico disfrutara con mi anatomía.

A la mañana siguiente me vestí de la manera más inocente posible (ropa interior vieja,

falda de pana y camiseta de algodón) y me dirigí al Centro de Salud más cercano a mi casa. Me sentía muy excitada.

Nada más llegar, pedí cita con un médico general esperando que fuera un hombre el que me atendiera. Para matar el tiempo me entretuve observando a la gente que esperaba como yo. El que más me llamó la atención fue un chico de unos once años que venía con su madre y que no paraba de llorar. Me acerqué a ellos.

-A ver, ¿qué es lo que te pasa?. Seguro que no es tan terrible –dije con una voz muy dulce.

-Que le van a poner una inyección –respondió la madre mientras sonreía agradeciendo mi ayuda.

-Pero si eso no es nada. No duele nada, tonto –Mientras hablaba crucé las piernas descubriendo gran parte de mis muslos. Complacida, vi que el chico no lloraba tanto y que miraba mis piernas de reojo. Al muy jodido ya le gustaban las chicas. En estas, oí que me llamaban desde la consulta.

El médico era un chico de unos treinta años y bastante normalito físicamente.

-¿En qué puedo ayudarte? –Su voz era absolutamente impersonal.

-Venía a hacerme un chequeo. –Yo trataba de que mi voz pareciera acongojada y que no se me notara lo excitada que estaba.

-Muy bien. Te voy a hacer unas preguntas. ¿Nombre y edad?

-Lola García, 16 años.

-¿Cuándo fue tu último chequeo?.

-No me acuerdo. La verdad.

-¿Has tenido alguna enfermedad grave?

-Que va.

-¿Fumas?

-No.

-¿Has mantenido relaciones sexuales?.

-No. –Traté de parecer lo más turbada posible, lo cual fue fácil porque la verdad es que me estaba empezando a cortar bastante.

-Muy bien. Siéntate en la camilla, por favor. –Me descalcé y obedecí lamentando que no me hubiera pedido que me desnudara. Lo que vino a continuación fue bastante desalentador. Lo más que conseguí fue quedarme en braguitas para un prueba de flexión de las rodillas. Pero nada más. Ni siquiera me examinó los pechos y, por supuesto, tampoco por abajo. Me marché a casa muy desilusionada.

Durante semanas no se me ocurrió ningún tipo de chequeo que me asegurara el morbo. Sin embargo, un día en el recreo vi a dos niñas que charlaban. Una era bastante fuertota y era la que hablaba.

-Ayer fui al chequeo del equipo de rugby del colegio. Si lo sé, no voy.

-¿Por?

-Tía, fue horrible. Nada más llegar el médico me dijo que el examen sería muy minucioso. Me tuve que desnudar del todo. ¡Tía, estuve treinta y cinco minutos totalmente en pelotas en la consulta del médico!. Y me hizo de todo. Me sobó por todo el cuerpo. Casi tengo moratones en los muslos, en el culo y en las tetas de cómo me metió mano.

Regresé a clase temblando de la emoción.

De camino a casa ya sólo pensaba en la ropa que me pondría para la exploración. Extraña paradoja teniendo en cuenta que me la iba a tener que quitar toda.

Esta vez escogí para la ocasión un vestido muy casto que me llegaba por los tobillos. Las braguitas eran una monada: blancas y con ositos dibujados. Para rematar la faena se me ocurrió llamar a Carlos para contarle mis intenciones. Al ser profesor de gimnasia, coordinaba todas las secciones deportivas del colegio y estaría al tanto de lo que iban a hacer. Y seguro que eso lo pondría muy subido de tono.

Carlos quedó bastante sorprendido (la verdad es que yo nunca había mostrado ningún interés por los deportes y, por el rugby, todavía menos) pero me dijo que era una buena idea porque me vendría muy bien hacer ejercicio.

-Como es un deporte violento tendrán que hacerte un chequeo bastante largo antes de que hagas la prueba. Si quieres te acompaño. Nicolás, el médico, es colega mío y si voy contigo puede hacer la vista gorda si te encuentra algún fallo.-Estas palabras las pronunció muy tranquilo pero yo sabía que la procesión iba por dentro. Carlos se cortaría las venas por verme desnuda.

Yo también conocía a Nicolás. Alguna vez me había atendido, aunque nunca me había visto obligada a enseñarle ni un centímetro de mi cuerpo. Era un hombre agradable y de unos cuarenta años. Cuando nos vio aparecer, lo primero que hizo fue darle un fuerte abrazo a Carlos.

-Aquí, que la niña se ha empeñado en jugar al rugby. Yo ya le he explicado que se va a llevar muchas tortas, pero, ya sabes, cuando una mujer se propone algo…-dijo Carlos guiñándole un ojo a su amigo.

-Perfecto. Mira, niña ve pasando dentro que ahora voy yo. –La voz del médico era suave y muy agradable para los oídos.

Estuve a punto de pedirle a Carlos que entrara conmigo, pero, pensé que sería demasiado descarado, así que dejé a los dos hombres hablando animadamente.

Pasé y me senté sobre la camilla. Por un lado sentía mucha vergüenza, pero por otro

la situación me daba un morbo terrible. Oí que cuchicheaban fuera pero fui incapaz de precisar lo que hablaban. Eso me excitó aún más porque me imaginé que charlaban sobre lo que me iba a hacer Nicolás. Traté de que la imagen que Nicolás se encontrara de mí al entrar fuera lo más angelical posible: sentada en la camilla balanceando las piernas y sonriendo tímidamente.

Eso mismo fue lo que sucedió. Después me miró de arriba abajo y habló con su voz tranquilizadora.

-Mira, Lola, la exploración que te voy a tener que hacer es un poco desagradable para ti pero es totalmente necesaria. Necesitamos comprobar que tu estado de salud es perfecto antes de que practiques un deporte tan rudo como el rugby. Haz el favor de quitarte la ropa. Puedes hacerlo tras ese biombo si lo prefieres.

Abrí los ojos como platos y comencé a balbucear.

-Err…verá..es que yo..no venía preparada para esto. No sabía que tendría que desnudarme. Ni siquiera estoy depilada –dije sin levantar la vista del suelo.

-No te preocupes por eso. Soy médico y estoy acostumbrado a ver mujeres desnudas, depiladas y no depiladas. Es mi trabajo. De todos modos, si lo prefieres puedes volver otro día

-Es que si me voy, ya no vuelvo –traté de bromear yo, a lo que Nicolás respondió con una franca sonrisa- Mejor lo hacemos ya –y mientras hablaba, pasé detrás del biombo.

Me saqué el vestido por la cabeza y observé mi cuerpo. Estaba muy blanca y tenía el vello de las piernas erizado por la emoción. Lo único que me dejé puestas fueron las bragas, pues me pareció aún más morboso que me viera con una ropa interior tan infantil. Salí caminando despacio tapándome los pechos con los brazos y sintiendo un pudor verdadero.

Aunque lo hizo disimuladamente, Nicolás se fijó en mis braguitas. Estaba claro que se estaba poniendo nervioso ya que su voz no sonaba tan segura como antes.

-Debes desnudarte del todo, Lola –su voz, decididamente era la de un hombre derrotado por la lujuria.

-¡Ay, por favor ,! ¡Qué vergüenza! >¿Es necesario? –Estaba tan excitada que tenía que hacer esfuerzos para que no se notara. Al mismo tiempo me sentía también muy cortada.

Era la primera vez que un hombre me iba a ver el coño.

-Lola, pequeña, será sólo un momento. No seas cría. Piensa que dentro de nada tendrás que ir al ginecólogo y eso es bastante peor. –por un momento su voz se había tornado autoritaria.

Me quité las bragas delante de él, quedándome tal y como vine al mundo. Mi abundantísimo vello púbico pareció hipnotizar al doctor.

Tuve que tumbarme para que empezara el toqueteo. Se puso las botas. Puede decirse que prácticamente me ordeñó. Primero bocarriba: tobillos, rodillas, muslos, tripa y pechos fueron minuciosamente estrujados y sobados. Por un momento, el pudor se sobrepuso a la excitación y tuve ganas de salir corriendo. Después bocabajo. Al menos dedicó cinco minutos a mis generosas nalgas. A continuación vino la exploración de la columna. Tuve que levantarme y pasear por la habitación de un lado a otro durante más de diez minutos. Para concluir, me pesó, me midió, me sacó sangre, me midió la tensión y me auscultó. En total permanecí casi cuarenta minutos totalmente desnuda.

Pasé de nuevo tras el biombo para vestirme. Por fin mi fantasía se había hecho realidad.

Mientras me subía las bragas me puse a pensar en el trabajo de Nicolás: cobrar por ver jovencitas desnudas y sobarlas. No estaba nada mal.

Fuera me esperaba Carlos. Inmediatamente, me abracé a él.

-Ayy..ha sido horrible…me he tenido que desnudar –dije con voz doliente.

-Pobrecita mi niña. Ya te dije que sería un chequeo largo. ¿Pero te has tenido que desnudar del todo? –preguntó como si no conociera perfectamente la respuesta.

-Todo, tío. En dos días tú me has visto el culo y el médico hasta el alma. A este paso me voy a hacer famosa.

Carlos me abrazó y sentí su pene endurecerse sobre mis muslos. Me agarró por la cintura y comenzamos a andar. CONTINUARÁ