La usurpadora (10): El precio de la lujuria
Alfredo ha conseguido plenamente su venganza sobre su madrastra y su tía. Pero ahora se arrepiente de todo lo que ha provocado. Especialmente esta aterrado de hacerle daño a su prima Sabina de la que esta enamorado. Todo ello le lleva a tomar una dolorosa decisión.
La usurpadora (10): El precio de la lujuria
Había sido una tarde deliciosa en el que me concentre especialmente en gozar de la común propiedad de mi madrastra y mía. Mi polla repaso su boca, su coño y su culo en múltiples ocasiones. Y termine realmente saciado de aquel estreno. Desde luego su cuerpo era monumental aunque también lo es en distinta forma la de su hermana. Si mi madre es rubia, alta de pechos más o menos habituales, los de ellas son realmente generosos. Además tenía unas caderas francamente apetitosas. Unos ojos azules profundos. Mientras que los de mi madre son oscuros. Desde luego era una madurita cercana a los 40 años que daba un morbazo al tirártela. Mientras tomaba su cuerpo una y otra vez percibí un poco de celos por parte de Nadia. Me sentí culpable al haberla desatendido. Pero no por ello la hermana menor disfrutó bastante de aquella tarde. Todo lo contrario. Nos fuimos turnando para hacer uso de ella prácticamente sin parar. Una veces me la follaba yo, otra veces Nadia le obligaba a comerle el coño. Había tenido un gran estreno como puta. Por que no la habíamos tratado de una forma no muy lejana a eso. Como una muñeca de la que conseguíamos placer y donde yo derramaba mi esperma como si de un deposito para ello se tratase sin prestar la menor atención a sus reacciones. Lo cierto es que a medida que avanzaba la tarde se le veía cada vez más y más contenta con su nueva “profesión” de atendernos a los dos en exclusiva. Aunque sus orgasmos fueron más resultados de hacerse pajas a ella misma que por otros motivos.
Eran las 7 de la tarde y mi tía había terminado su peculiar jornada “laboral” sirviéndonos a ambos. Mi tía tenía el cuerpo lleno de manchas de mi esperma o de fluidos vaginales en su cuerpo , cara o que salían de sus orificios. Yo la verdad estaba ya un poco agotado pero realmente satisfecho con lo que había disfrutado en aquella tarde. Mi madrastra parecía de la misma opinión. Fue a por el bolso que tenia en la mesilla y saco su cartera. Tomo unos billetes y los lanzo sobre el cuerpo de su hermana.
Nadia – Felicidades puta. Te has ganado el pan. Comprale algo bonito a mi sobrina.
Era una forma demasiado denigrante de tratar a su esclava. Yo nunca la había tratado así. Aún cuando me sirviese, aunque le hubiese dicho palabras gruesas en mitad de nuestros polvos , aquello estaba fuera de lugar. Mire seriamente a mi madre mientras veía como mi tía empezaba a sollozar ante ese insulto. Me acerque a ella y ella lloro desconsoladamente en mi pecho. Nadia me miraba con incredulidad. Mientras yo mantenía un gesto adusto hacia ella. Recogí los billetes.
Yo – Tranquila tía. Tú no eres ninguna puta. Perdona a tu hermana. Esta enfadada contigo. Aunque me parece que ya lo ha estado por demasiado tiempo y se está empezando a propasar.
Abigail me miro y vio mi compresión mientras acariciaba dulcemente su cabello.
Abigail – No os entiendo. La verdad, no se que queréis de mi.
Yo – Lo que no queremos es humillarte públicamente. Así que tranquila con respecto a eso. Fuera de los muros de esta casa yo y tu hermana te trataremos con el debido respeto de siempre. ¿Verdad madre?
Abigail - ¿Entonces?
Yo – Dime querida tía. Has disfrutado estando con nosotros. Dímelo sinceramente.
Abigail – Si – me respondió mientras se secaba las lagrimas
Yo – Mirame preciosa. Eres una gran mujer. Hemos disfrutado mucho contigo en la cama. Sería un gran honor que siguieras llevándonos al paraíso. Créeme, esta casa puede ser el séptimo cielo siempre y cuando tu hermana se tranquilice un poco – le dije devolviendo una mirada a mi madre. Esta agachó la cabeza.
Yo – Vamos a hacer una cosa querida tía. Sé que necesitáis el dinero para poder sostener tu casa. Pero lo realizaremos de una forma en la que te sientas cómoda. Te haré una transferencia bancaria como si un sueldo se tratase. El primer mes por adelantado. Pero no te lo tomes como un sueldo. Será una extensión de la ayuda que te estoy enviando. Esto quiero que lo hagas por que quieras estar con nosotros dos. Que lo disfrutes. Que lo desees. Eso es lo que espero de ti. Hoy ha sido un día duro así que mañana no tienes porque venir sino quieres. Descansa y reflexiona si quieres gozar con nosotros. Seres muy bienvenida si vuelves. Venga, ahora vete al cuarto de baño y limpiate. Tú hija te estará esperando. Dale un beso de parte de los dos. ¿De acuerdo?
Abigail me abrazo tiernamente y tomo su ropa del armario dispuesta para prepararse y volver a su hogar.
Nadia – Hijo
Yo – Madre espera.
La mire seriamente y comprendió que debíamos aguardar a que nuestra pariente se marchará. Mi madre se puso la bata al ver que mi cara seria proseguía. Me dispuse a cenar a pesar de que era un poco temprano para eso pero entre que estaba agotado y que estaba bastante disgustado por los últimos acontecimientos me apetecía irme a mi cuarto a pensar sobre mi futuro y si se terciara, dormir.
Mi madre me acompaño y estuvimos en silencio hasta que oímos la puerta de la mansión cerrarse.
Nadia – Lo siento hijo. Creo que lo he estropeado.
Yo – No, el que tengo que pedirte perdón soy yo. No debí permitir que esto fuera tan lejos. Me arrepiento de todo esto. De haberte pervertido, y de haber llevado a esto a tu hermana.
Nadia – Por favor te lo ruego. No me dejes. - mi madre empezó a llorar.
Yo – No te preocupes mi amor – fui a abrazarla mientras ahora era ella la que se consolaba en mi hombro – ya estoy perdidamente enamorado de ti. ¿Lo notas?
Nadia – Si, yo lo estoy también. Creía que te había perdido y que la maldita de mi hermana se había salida con la suya y te había encandilado.
Yo – No, mi amor. No ha pasado nada de eso. Solo que no me gusta nada como te estoy viendo desde ayer y hoy. Es culpa mía, lo sé. Es culpa mía. Pero no puedo soportar verte odiar a tu hermana de esa manera, me rompe el corazón.
Nadia – Por ti no la odiaré.
Yo – Te pido más que eso madre.
Nadia - ¿Que quieres que haga? Iré al infierno si hace falta.
Yo – No mamá, no. Lo que quiero es que dejes de sufrir y empieces a amar. Sé que eso quizás te resulte quizás más costoso que lo que más dicho.
Nadia – No te entiendo, hijo.
Yo - ¿No te imaginas por qué quise que sometieses a tu hermana?
Nadia – Supongo que porque te gusta. Tengo celos,lo reconozco. Te la has follado casi solo a ella hoy y no me gustaba. Te quería dentro de mi.
Yo – Te juro que no volverá a pasar. Pero a cambio de una cosa.
Nadia - ¿El que mi amo?
Yo – Que dejes de tratar a tu hermana como a una puta. Quiero que la ames. Como si de tu amante se tratase. Quería veros a las dos amaros apasionadamente. No sabes que eso es una de las cosas que más le gusta a un hombre. Pero si sigues así será imposible. Además ves a tu hermana como tu rival, como tu competidora. Y eso tampoco es lo que esperaba. Amaros las dos con cariño, con pasión. Entre mis sirvientas no debería haber odio. Que esto se convierta en un jardín del Edén. Y cuando me sirváis lo hagáis también con pasión pero no como una carrera entre las dos. Sino como un trabajo en equipo. Si en vez de tanto odio dedicarais el esfuerzo a dar placer a los otros dos estaremos en un paraíso que envidiaran hasta los ángeles.
Nadia – Tienes razón. Perdoname.
Yo – No tengo que perdonarte en nada. Simplemente la próxima vez que venga tu hermana hablas con ella y replanteáis la situación. ¿De acuerdo?
Nadia – Y luego le comeré bien comido el coño.
Yo – Así me gusta. Ese es el espíritu.
Nadia – ¿Vamos a la cama y hacemos el amor?
Yo – No mi amor. Hoy mejor no. Estoy agotado. Iré a mi cuarto a dormir.
Nadia – Por favor. Duerme conmigo necesito sentirte a mi lado.
La cara de suplica me desarmo. No es la forma que se supone que debe actuar un dominante. De todas formas yo hacía tiempo que estaba perdiendo completamente el control. Aún así trague saliva y al menos conseguí imponer un poco mi voluntad.
Yo – Vale, iré a tu cuarto a dormir. Pero ahora me pondré a estudiar que voy muy retrasado y no quiero que los exámenes me pillen. Por favor no me interrumpas , tengo tarea para unas cuantas horas.
Casi claudique y la hubiese seguido a su habitación. Pero sabía que aún así hubiésemos hecho el amor. Y era algo que no quería proporcionarle en ese momento. A pesar de nuestra reconciliación debía tener un poco de ayuno sexual a modo de castigo. Lo cual me vendría a mi bien porque no estaba precisamente con ganas.
Mientras estaba hincando codos tuve que parar. Me encontraba frustrado por la situación. Ya tenía el control prácticamente perdido. Era como si mi madrastra se hubiese convertido en mi competidora e intentase convertirse en la señora de la casa. Había luchado tanto por liberarme del yugo de mi padre para ahora caer en otra situación similar. No quería bajo ningún concepto que el monstruo que yo había creado se me rebelase. Tal como un doctor Frankenstein, ahora tendría que anular mi creación. Había cumplido sobradamente mi objetivo. Y debía evitar a toda costa de que su ira llevase a un caos absolutamente destructor como parecía. Lo peor de todo era la tremenda confusión que sentía en mi corazón. Si pretendía actuar como un dominante estaba fracasando estrepitosamente ya que emocionalmente estaba sintiéndome muy atado a mi madrastra. A esa que tanto odie. Pero que ya empezaba a beber los vientos por ella. ¿Como pretender actuar de macho alfa en ese estado? Cualquier amo que se preciase hubiese cortado por lo sano y hubiese atado a Nadia a la cuerda y someterla a unos cuantos varazos para recordarle cual era su lugar en aquella casa.
¿Y con respecto a Sabina? Eso era lo peor. También la quería perdidamente. Pero la quería de manera sincera, y ya estaba comprendiendo que yo era un cerdo. Que si de verdad la amará debía alejarla de mi. Yo solo podría hacerle daño. Pero ante la esa idea ocurría lo inaudito. Yo que había sido educado por mi padre para ser duro a base de golpes para resistir la vida. Para enterrar la más mínima debilidad en lo más profundo de mi corazón. Al pensar en dejarla marchar las lagrimas salían a relucir como no lo habían hecho desde que murió mi madre biológica. Las del entierro de mi padre fueron un necesario acto de cara a la galería. Casi 5 años sin ni una lagrima verdadera. Y ahora lloraba desconsoladamente ante la expectativa de tener que despedirme de Sabina.
Oí la puerta de mi cuarto sonar. Miré rápidamente a ver ante un posible intruso y no percibí a nadie. Salí al pasillo y entonces estuvo claro que simplemente habría sido un golpe de viento. Eso creía en aquel momento. Aquella interrupción me libero de la negrura de mi desesperación y pude proseguir con los estudios.
~ ~ ~ ~
Aquella noche a pesar de dormir plácidamente entre los tranquilizantes suspiros de Nadia no pude parar de removerme entre las sabanas. Me levanté a las 7 de la mañana. Media hora antes de lo habitual. Me fui a darme una ducha para intentar refrescarme y despejarme. Pero era imposible, toda la voluntad para llevar mis planes esta quebrándose en mil pedazos. Justo ahora que lo había conseguido todo. Me seque y fue a la cocina para prepararme un desayuno. Mi madre estaba con la bata puesta preparándome un zumo de naranja.
Nadia – Buenos días, hijo.
Yo – Buenos días, mama
Nos intercambiamos un beso en la boca apasionado. Ella lo recibió como agua de mayo. Y me devolvió una sonrisa tierna dándome una caricia intima en el rostro.
Nadia – Te quiero Alfredo.
Yo – Y yo a ti.
Nadia – Estaba preocupada. Creí haberte fallado. No entendí porque te enfadaste conmigo. Juraría que eso era lo que querías. Te di a la puta de mi hermana.
Yo – No lo entiendes, Nadia. Estoy más que satisfecho con que hayas conseguido una esclava más para mi. El problema es como la has vuelto a llamar. No te lo reprocho. Ha sido un error también mio. Pero eso debe pararse de una vez. No quiero ese tratamiento entre vosotras. Nunca más
Nadia – No lo entiendo, hijo. ¿No recuerdas lo que intentó?
Yo – Lo recuerdo perfectamente. Pero al parecer debo recordarte que tú hiciste lo mismo.
Mi madrastra me miró extrañada.
Yo – Si , hiciste lo mismo. Fuiste cómplice de mi padre para que traicionara a mi madre y que te colocase en tu lugar. Durante muchos años te maldije como la usurpadora. Ya lo deje de hacer por que te amo, Nadia. Te perdone. Recuerdas lo que me dijiste. La venganza puede destruir. Y tenías razón. Es hora de que te apliques a ti mismo eso. No quiero ver como el amor entre vosotras se destruye.
Nadia se paro a reflexionar bajando la cabeza asimilando mis palabras.
Nadia – Tienes razón, Alfredo. No debo hacer daño a Abigail. Sigue siendo mi hermana a pesar de todo.
Yo – Mirala, ya ha asimilado su culpa. No hace falta que la fustigues más. Deja de humillarla, si sigues por ese camino nos abandonará a los dos y puede que nos denuncie.
Nadia – Pero querías que fuese tu segunda sumisa.
Yo – Y ya lo hemos conseguido. Lo has hecho fantásticamente. Ahora lo que debes evitar es estropearlo.
Nadia – Entonces ¿Qué hacemos?
Yo – Ayer tuvo un día muy duro así que la dejaremos recuperarse. Pero ten confianza. Lo vi en sus ojos. Estoy seguro que el miércoles vendrá por su propio pie con nosotros. Ese debe ser el objetivo. Tú ya estas conmigo porque lo deseas ¿Cierto?
Mi madrastra asintió.
Yo – Pues deja que sea ella la que se ponga a si misma el collar de perra.
Nadia – Ojala tuviera tu aplomo.
Yo – Por cierto. Esta tarde voy a salir con Sabina.
Nadia - ¿Con Sabina otra vez? Ya no la necesitamos.
Yo – De eso precisamente se trata.
Mi madrastra me miró de arriba a abajo. Aquella mirada me incomodó.
Nadia – Hmmm … ¿Sabes que la has estado llamando en sueños durante toda la noche?
Aquello me desarmó. El inconsciente me había jugado una mala pasada. Creo que se me debió quedar la cara blanca. El rostro de Nadia pareció como si el de un detective que hubiese pillado en un interrogatorio una contradicción. En cierta forma era inevitable por vivir en un mundo de continuas mentiras que estaba construyendo para poder mantener todo aquel galimatias de relaciones. Mi castillo de naipes acaba de caer con un soplo de aire. Mientras ella se tomaba una taza de café con una tranquilidad pasmosa. Todo un alarde de sangre fría. Una campeona del poker.
Yo - ¡Ah, si! ¿Que curioso? - intenté vanamente fingir.
Nadia – Alfredo. ¿Hay algo que te preocupa?
Yo – No sé, quizás sea por el hecho de haber sometido a su madre. Quizás tenga ciertas dudas si ella se entera.
Nadia – No creo que mi hermana se atreva a confesar todo esto a su hija. Por eso puedes estar tranquilo. Venga, vete al insti. Yo recojo esto hoy.
Yo – De acuerdo madre.
Aquel día en el instituto fue crítico. Una vez más mi mente se desvió a otros temas. En este casi a mi compañera de clase y prima Sabina. Yo la miraba y ella me la devolvía con una sonrisa que me hacía desfallecer. Allí entre ecuaciones diferenciales tomé la dolorosa decisión. No podía continuar con Sabina, no podía engañarla. Y aunque si quisiese seguir con ella yo era un maldito cerdo pervertido y yo la amaba. La amaba tan profundamente que sabía que debía apartarla de mi. Lleve las manos a mi rostro para ocultar el llanto incipiente por tan dolorosa decisión. No podía retrasar más la mala nueva. Debía decírsela esa misma tarde.
Eran las 5 de la tarde y acerqué a Sabina al parque local. Sabina buscaba mis besos con la ansiedad de una enamorada habitual pero yo le respondía como un autómata. Aquellos eran unos besos de Judas de los que me sigo maldiciendo. Mi prima no tardo en percatarse de mi frialdad.
Sabina - ¿Pasa algo primo?
Yo – Si pasa algo. He hecho algo imperdonable. No espero tu perdón por que se fehacientemente que no lo merezco. No te lo rogaré. Solo pediré al destino que alguna vez dejes de odiarme como me vas a empezar a odiar.
Yo , un hombre echo y derecho no pude reprimir empezar a llorar delante de ella como si de un niño chico se tratase. Lo que tenía que decirle me partía el corazón y casi no pude pronunciar palabras durante unos momentos. Ocultaba mi mirada de la suya de espanto.
Yo – Sabina . Creo . No , debemos romper. No podemos seguir juntos.
Sabina - ¡¿Como?! ¡Que estás diciendo! Me da igual que seamos primos. No lo somos de sangre siquiera. No creo que esto haya sido por los cotilleos en el instituto.
Yo – No , nada de eso. Tú sabes que lo que digan los imbéciles que te acosaban me importa una mierda.
Sabina – ¿No habrá sido mi madre?
Yo – No, no ha sido cosa de ella.
Sabina – Entonces ¿Qué? ¡Por el amor de Dios! ¡Dime que ha pasado!
Yo – No ha sido culpa de nadie más que mía.
Sabina – Eso no contesta a mi pregunta
Yo – Sabina … Hay otra mujer.
Mi prima se quedo paralizada ante mi confesión. Como si le hubiese alcanzado un rayo.
Sabina – No, eso no puede ser cierto. Con todo lo que hemos vivido la semana pasada. Con lo que cuidaste de mi. ¿No? Tus labios dicen eso. Pero tú me sigues amando. Lo veo en tu dolor.
Estuve a un plis de contestarle que si. Que la seguía amando perdidamente. Que iría con ella al fin del mundo. Pero trague saliva y volví a decirle.
Yo – Ojala fuera así. Pero es cierto.
Sabina estallo en lagrimas que sentí puñales en mi pecho. Luego me dio una bofetada, una ostia bien merecida, buscada desde hacía mucho tiempo. Se junto a mi pecho y se abrazó a mi con desesperación.
Sabina - ¡No! ¡No! ¡No! No puede ser verdad. Te suplico que me digas que me estás mintiendo.
No – No, no te miento. Y no quiero seguir mintiéndote más haciendo que estés junto a mi estando yo con otra.
Sabina – Por favor, te lo suplico. Dime al menos el nombre de mi rival.
Bajo ningún concepto podía confesar que era su tía y que encima su madre estaba implicada.
Yo – No , no puedo decírtelo. Soy yo el que te suplico que te apartes de mi y rehagas tu vida.
Sabina – No lo entiendes. Yo te amo, te amo con todo el ardor de mi corazón. Tu has dado esperanza a mi vida, si te aparto de ella me hundiré en la desesperación.
Yo – No, tú has siempre fuerte.
Sabina – Si, soy fuerte. Y lucharé por tu amor. Te recuperaré. Haré por ti lo que haga falta.
Mi prima se despego de mi y sentí como si hubiera perdido la botella de oxigeno en plena inmersión. Mi mano se alzó en su dirección y ya cuando estaba ya a bastantes metros grité
Yo - ¡Sabina! ¡Perdoname!
Me sentía como un muerto viviente. Algo que se mueve por instinto. Alcancé salir del parque e ir en busca de mi chofer. Este se asustó al verme en mi estado.
- ¿Le ocurre algo señor?
Yo – No te preocupes Fede. Llevame a casa. Solo eso.
Llegue a mi mansión y mi madrastra se había vuelto a disfrazar de sirvienta francesa. Inicialmente me sonreía ya que esperaba tener una noche de pasión pero al verme se le cayó el mundo encima.
Nadia - ¡Alfredo! ¡Por dios! ¡Alfredo! ¿Que te ha ocurrido?
Solo pude arrodillarme ante ella y llorar en su pecho. Ella me acurrucó consolándome.
Nadia – Alfredo ¿Que te ocurre?
Yo – Que soy un imbécil. Un desgraciado.
Nadia – Dímelo ya. ¡Por favor!
Yo – Te he mentido madre. Si paso algo entre Sabina y yo en Munich.
Mi madrastra no reaccionó. Como si aquello lo supiese.
Nadia – ¿No sabes que no se le puede engañar a una madre? Desde que llegaste al aeropuerto sospeché lo que pasó. Como os mirabais entre los dos.
Yo - ¿Por que te lo tomás con tanta tranquilidad?
Nadia – ¿Debería tomármelo de otra forma?
Yo – No sé. Esperaba de que te enfadases conmigo por haberte traicionado.
Nadia – Hijo levantanté. Debo recordarte que somos oficialmente madre e hijo. Me siento muy afortunada por el amor que me profesas. Y me gustaría que me siguieras reservando parte de esa afecto. Aunque sea un pequeño trozo. Pero lo nuestro no podrá seguir eternamente. Más tarde o temprano yo tenía asumida que buscases algo fuera. Que lo encontrases en mi sobrina me lleno de dicha. Porque la quiero y a pesar de tu toda tu capa de chico duro que pones sé que serás capaz de llenarla de felicidad.
Yo – Pero madre. Tú me conoces. Sabes como soy. No quiero lastimar a Sabina. Quiero evitar eso.
Nadia – ¿Tú crees que me estás lastimando? No cariño, te equivocas. Estoy contigo libremente y me someto a ti en voluntad. Como no puede ser de otra forma. Y dime Alfredo. ¿Que te ha pasado?
Yo – Le he confesado que estoy con otra mujer. No te preocupes, no he dicho que eres tú. Y le he rogado que debíamos romper.
Nadia - ¡Ay! Hijo, no debías haber hecho eso.
Yo – Pero madre, me sentía incapaz de seguirle mintiendo. No podía seguir contigo y a la vez construir una relación con ella. Y ahora me siento un miserable.
Nadia – No te preocupes cariño. Ya se me ocurrirá algo.
No se me saltaron las alarmas al escuchar aquella frase. Si hubiese leído lo que estaba pasando por la mente de mi madrastra se lo hubiese impedido a toda costa.
Continuará ...