La urbanización
La historia de una familia en su nueva vivienda. Recordad que si queréis la continuación, me tenéis que poner muchas estrellas y hacer comentarios.
Hace algunos años, mis padres compraron un chalet de segunda mano en una pequeña urbanización a las afueras de la ciudad, y nos fuimos a vivir allí.
Era un sitio precioso lleno de jardines y con una piscina rodeada de césped donde poder tumbarse sin preocupaciones y al abrigo de miradas indiscretas.
Después de instalados y con la casa ya colocada y lista para una vida tranquila, como era verano y estaba de vacaciones, decidí probar la piscina y de paso conocer a alguno de los vecinos y ver si había algún chico guapo con el que entablar amistad.
Ese año había dado lo que sería mi último estirón y mi cuerpo se mostraba exuberante aunque con mis biquinis un poco pequeños. A pesar de todo no me importaba pues me gustaba que los chicos me mirasen y además, como tenía la vulva gordita, se marcaban notablemente los labios vaginales y ya sabía yo por experiencia que las miradas solían dirigirse allí.
En la piscina había un grupo de adolescentes de diversas edades que jugaban y reían sin pudor. Había también dos señoras que charlaban amigablemente y un poco más apartado un señor de unos cuarenta años tumbado en una toalla. Pero lo que me dejó un tanto asombrada es que tanto las señoras como alguna de las chicas estaban en toples y el señor totalmente desnudo. Evidentemente deduje que en aquella comunidad estaba permitido el nudismo, lo cual me parecía estupendo, así que me dirigí a un sitio cerca del hombre en cuestión pues tenía curiosidad sobre su anatomía.
—Supongo que eres una de las nuevas vecinas —me dijo el señor mirándome sin recato a mis partes íntimas.
—Sí, sí, claro — le contesté sonriéndole por amabilidad.
Inmediatamente me di cuenta que su pene empezaba a crecer pero a él parecía no importarle en absoluto a pesar de haber otros vecinos por allí.
A continuación llegó otra señora envuelta en una toalla. Se puso al lado del hombre, se quitó la toalla y vi que ella también estaba desnuda.
—Imagino que eres una de las nuevas vecinas —y añadió riéndose—, ya veo que mi marido se ha fijado en ti. No te preocupes que, aunque un poquito golfo, es un tío estupendo. Además, viendo el efecto que le has causado, cuando tenga ganas de diversión, te llamo y me le pones a punto.
Después hicimos las correspondientes presentaciones, nos dimos unos besos y el señor aprovechó para rozar su pene en mi cuerpo. Se llamaban Cris y Daniel, Dani para los amigos, y lo cierto es que me cayeron bastante bien. Tenían una hija con un cuerpo estupendo que estaba en el grupo de los adolescentes en toples y me dijeron que después irían a conocer a mis padres.
Poco a poco fui conociendo a los diversos vecinos y a los chicos de mi edad. Solía yo ponerme en el sitio del primer día con lo que charlaba a menudo con Dani. Un día se acercó a él su hija que estaba casualmente desnuda.
—Hola, papá, ¿qué tal?
—Charlando con esta vecina tan guapa. Por cierto cariño ¿podrías darme un poquito de calor como tú sabes hacerlo?
—Bueeeeno, vaaale.
Se puso a horcajadas encima de él y se sentó sobre sus partes íntimas. Me quedé absolutamente asombrada. No me parecía normal que una hija hiciese eso. Después empezó a mover las caderas como si le estuviese masturbando con su coño mientras yo miraba totalmente incrédula.
—Oye papá, me voy a ir con Jaime y con Teo a casa de Teo y estaremos allí toda la tarde.
—Muy bien cariño, pásatelo bien.
Después de esto se levantó y pude comprobar como salía la polla de Dani, completamente dura, del interior de la vagina de su hija. A continuación se despidió y se marchó.
Además de desconcertada por lo que acababa de ver me encontraba terriblemente excitada y con el coño completamente mojado, así que decidí darme un baño. Nadé un poco en la piscina e inmediatamente vi como Dani se acercaba con su polla completamente enhiesta y se metía también en el agua. Se acercó a mi sonriendo y me dijo:
—Tengo una hija malvada, me ha dejado con la miel en los labios, a lo mejor te apetece a ti terminar lo que ella empezó, ¿eh?
Como no se me ocurría que decir, me limité a sonreír y no hacer nada. Creo que eso le dio pié para seguir intentándolo y se acercó más a mí hasta el punto de rozarme con su polla. Yo no sabía qué hacer y, como la situación era realmente sorprendente, seguí impasible y sonriente.
—Venga anda, que seguro que te apetece —me dijo mientras me cogía de la cintura y apretaba su polla contra mi tripa. Después bajó su mano hasta mi culito y la metió debajo del tanga. Deslizó un par de dedos por mi ano y los llevó hasta la entrada de mi vagina que, al estar totalmente lubricada, le resultó muy fácil introducirse dentro. Luego metió su polla entre mis muslos y, tras separar la tela del tanga que tapaba mi vulva, la llevó al inicio y comenzó a presionar suavemente. Noté como empezaba a entrar el capullo y rápidamente me separé de él y me alejé. En un momento de lucidez pensé que si echábamos un polvo delante de los vecinos me convertiría en la chica fácil de la urbanización y todos me acosarían constantemente, así que salí del agua, me sequé y me fui a mi casa.
Cuando me dirigía a mi cuarto, oí ruidos en la habitación de mi hermano Juan. Vi que estaba ligeramente abierta la puerta y fui a mirar lo que pasaba. ¡No me lo podía creer! Estaba mi hermano en actitud comprometida, ¡pero con un chico! No tenía ni idea que le gustasen los chicos.
Se trataba de un vecino algo mayor que yo y al que ya conocía. Estaba sentado en la cama desnudo y mi hermano, de rodillas, le estaba comiendo la polla. Subía y bajaba su cabeza con verdadera entrega. Era una polla preciosa y, así lubricada, me la hubiese metido con mucho gusto en mi coño. Mi hermano se levantó, le dio la espalda, puso su culo sobre la polla y fue bajando lentamente mientras se hundía en sus entrañas. La polla de mi hermano se puso totalmente dura y, no pudiendo aguantar más la excitación, entré en su cuarto dispuesta a lo que fuese.
—¿Qué haces aquí, Adelita?
—Yo también quiero participar. Ya no aguanto la excitación.
—Bueno, por mi parte no hay ningún problema —dijo su amante.
—Pues ya sabes, guapa, haz lo que quieras.
Me quité el biquini rápidamente y me lancé de cabeza a comerle la polla a mi hermano. Me la metí hasta donde pude con ansiedad y chupé cada recoveco de su piel. Tenía en mis manos un par de escrotos tersos y a punto de estallar y los lamí con delicadeza. Vi la polla de nuestro vecino hundida completamente en las entrañas de mi hermano y me gustó mucho. Eso nos igualaba a mi hermano y a mí. Los dos sabíamos lo que era tener una polla dentro de nuestras carnes. Creo que todos los chicos deberían de hacerlo de vez en cuando, seguro que nos entenderíamos mejor.
Después me levanté y me situé encima de mi hermano y metí su polla en mi coño dejando espacio para que se pudiese mover. Él nos daba placer a los dos moviéndose arriba y abajo con auténtica pasión. Cambiamos un par de veces de posición y les pedí que los dos se corriesen dentro de mí, y así lo hicieron dándome un orgasmo como nunca había tenido. Después me fui de su cuarto y los dejé con su romance interminable. Me duché y me fui a vestir para ir a dar un paseo.
Ya por la noche, estando reunidos los cuatro, dijo mi padre:
—Como imagino que ya sabéis, mamá y yo, de jóvenes, practicamos el amor libre. Teníamos un grupo de amigos con los que intercambiábamos parejas y muchas otras cosas. Algunos de ellos se unieron y formaron una cooperativa para construir una pequeña urbanización donde poder practicar el amor libre sin ataduras. Nosotros no teníamos dinero entonces y no pudimos unirnos, pero hace poco se quedó libre un chalet y nos lo ofrecieron. Nos pareció buena idea y aquí estamos. Esto significa que aquí la gente practica el sexo libre con solo dos condiciones: respeto a los demás y consentimiento explícito, nada más.
—¿Y eso incluye el incesto? —pregunté por mi experiencia de ese día.
—Por supuesto, siempre que se den las dos condiciones —dijo mi padre ante la mirada atónita de mi hermano y mi madre —. Es decir, que si un día te apeteciese hacer el amor conmigo, no tendrías más que decírmelo y yo estaría encantado.
—Es más —añadió mi madre —, si hoy por ejemplo te apeteciese, yo te cedería mi sitio en nuestra cama y me iría a dormir a la tuya.
Eso me dejó un tanto confusa y dubitativa. Yo había oido muchas veces a mis padres hacer el amor pues no eran nada discretos, sobre todo mi madre, y siempre pensé que mi padre debía ser una fiera en la cama y, como tenía el día muy tonto, me estaban dando ganas de probar. Así que, sin pensármelo dos veces, acepté la oferta de mi madre ante la alegría de mi padre, sorpresa de mi madre y la confusión de mi hermano.
Como era ya tarde, nos fuimos directamente a nuestras habitaciones provisionales. Mi padre me abrió la puerta y, tras entrar, me desnudé inmediatamente y me tumbé en la cama ofreciéndole toda mi desnudez. Él se desnudó más lentamente sin quitar su vista de mis encantos y cuando llegó al calzoncillo vi que ya tenía una erección considerable. Enseguida me di cuenta que su polla era casi idéntica a la de mi hermano y eso me gustó mucho, pues amaba la polla de mi hermano. Le abrí los brazos para que se echase encima de mí y él obedeció sin dudarlo, clavando su polla en mi vientre.
En principio fue delicado conmigo, me acariciaba y besaba con suavidad, tocaba mis pechos como si fuesen de frágil porcelana, pasaba su mano por mi coño como si estuviese acariciando a un perrito, casi apenas se atrevía a meter sus dedos dentro de mi vagina. Pero poco a poco fue asomando la fiera que llevaba dentro, mis encantos ya le habían excitado lo suficiente y empezó a lamerme con gula, llegó hasta mi culito e introdujo todo lo que dio de sí su lengua al igual que en mi vagina. Sus expertos lengüetazos sobre mi clítoris acompañados de masajes en la parte superior del interior de mi vagina me hicieron llegar al cielo y por primera vez grité de placer. Ahora entendía por fin a mi madre. Le pedí que se girase para poderle comer su polla grande y dura y disfruté de tremendos orgasmos mientras masajeaba esa preciosa polla. Después de un buen rato de masajes y caricias, se puso en posición del misionero y, ya que mi coño estaba completamente mojado, me penetró de una sola atacada que me dejó temblando de placer. Enseguida se puso a bombear ya sin ningún miramiento y con un leve punto de violencia. Siguió con fuerza cambiándome de posición cada rato mientras mi cuerpo se iba llenando de tensión que en cualquier momento estallaría. Cuando por fin estalló, no pude por menos que gritar como una salvaje clavando mis uñas en la espalda de mi padre y mordiendo su cuello como si le fuese a devorar.
Una vez que mi padre se corrió con fuertes estertores, nos fuimos tranquilizando y recuperando la calma para disfrutar de los rescoldos de tan bestial polvo.
—¿Crees que mamá se enfadará conmigo? —pregunté por un cierto sentimiento de culpa que me había entrado.
—En absoluto preciosa, mira, escucha.
¡No me lo podía creer! Eran los gritos de placer de mi madre.
—¿Se lo está haciendo con Juan?
—Eso parece.
—¿Y no te importa?
—¿Y por qué me va a importar? Yo me lo estoy haciendo contigo y no lo cambiaría por nada del mundo. Tú eres un bombón y el mayor placer que puede sentir un hombre es echarte un polvo. De hecho ya verás la cantidad de hombres de esta urbanización que van a intentar follarte.
—Sí, ayer lo intentó Dani, no sé si le conoces, llegó a meterme la punta de su polla.
—Si, si. Vinieron el otro día él y su mujer a saludarnos. Me parecieron simpáticos. Por cierto, he visto que tienen una hija muy guapa.
—Ya veo que tú también te fijas en las jovencitas ¿eh, pillín? Se me ocurre, ya que los dos os queréis follar a la hija del contrario que podríamos hacer un intercambio de hijas, yo con Dani y tú con Cecilia que es como se llama su hija ¿qué te parece?
—Por mi parte estupendo, cuando lo tengas apalabrado me lo dices.
Esta conversación me había recordado el numerito de Cecilia cabalgando a su padre y tenía curiosidad por saber si era tan fácil meterse la polla solo moviendo las caderas. Así que le pedí a mi padre que se pusiese boca arriba. Después me senté en sus partes y empecé a mover levemente las caderas para adelante y para atrás. Poco a poco fui notando como iba creciendo la polla de mi padre y, cuando estuvo completamente dura, como su tendencia normal era a elevarse, enseguida enganchó el inicio de la vagina y, sin ningún esfuerzo, se metió hasta el fondo. Yo seguí moviendo las caderas pues me estaba gustando enormemente y veía que a mi padre le enardecía. Nos volvimos a excitar terriblemente y a probar posturas mientras soltaba algún que otro grito, hasta que me preguntó mi padre si me apetecía que me follase por detrás.
—Me encantaría —le dije.
Mi padre sacó su polla, se acercó a la mesilla y cogió un tubo de crema. Con delicadeza me fue untando mi culito, metiendo más crema dentro con dos dedos que luego fueron tres, y finalmente se untó su polla con la misma crema. Me colocó boca abajo, me abrió ligeramente las piernas, se puso encima y poco a poco fue metiendo su verga. Aunque me dolió ligeramente, no fue nada que no se pudiese soportar. Cuando por fin la metió entera, me acordé de mi hermano con la polla de su amigo dentro de su culo, ahora yo sentía lo mismo. Me gustaba, sentía casi el mismo placer que cuando me follaban la vagina. Mi padre me frotaba el clítoris y yo me deshacía de placer. Gemía, gritaba, pedía más y más y hasta lloraba de felicidad. No sé cuanto tiempo duró aquel polvo pero fue mucho. Cuando terminé completamente desfondada ya solo quería descansar. Me puse de lado y me dormí plácidamente.
Al despertar noté la polla de mi padre completamente erecta pegada a mi culo. Nunca he sabido por qué los tíos se despiertan por la mañana empalmados, pero era el caso de mi padre. Yo no le quería despertar, pero me apetecía muchísimo metérmela y que él se despertase con la polla dentro de mí. Se llevaría una grata sorpresa. Con mucho cuidado cogí su polla y acerqué mi vagina hasta su punta. Con todo el semen que tenía, parte de la crema que había resbalado y mis propios fluidos, no había ninguna dificultad en que se metiese. Apreté todo lo despacio que pude y conseguí meter la punta, seguí apretando con sumo cuidado y poquito a poquito se fue enterrando en lo más profundo de mis entrañas hasta que se metió completamente. Tenía ganas de empezar a saltar encima de ella compulsivamente, pero me contuve aunque apreté con ganas y conseguí que mi padre se despertase con su polla clavada en mi coño. Cuando sintió el apretón de mi vagina en torno a su miembro, me abrazó con fuerza y empezó un mete saca tan salvaje como los de la noche anterior y tan salvajes como los orgasmos que me hicieron volver a gemir y gritar para saludar a la mañana y despertar a los miembros de la familia, sobre todo a mi madre que también nos deleitó con sus gritos y gemidos.