La última vez

Al volver a encontrarme con mi ex revivimos el deseo y el placer de nuestros años de noviazgo.

Después de muchos años he vuelto a la ciudad de mi infancia, un viaje de negocios y unas horas de vuelo han hecho el milagro de devolver el tiempo. Aunque ya no queden rastros del adolescente que se plantaba a esperar frente a tu colegio, al llegar al hotel no pude evitar cerrar los ojos y recordar

El pulso me temblaba con sólo ver la puerta de tu casa Aún tenía yo en la cara las ojeras provocadas por una noche completa de charla erótica en el teléfono. Te gustaba provocarme, me pedías que te describiera minuciosamente como iba a recorrer con mi lengua cada uno de tus pliegues, cómo se veía tu vagina abierta, cómo iba a masajear tus senos y en qué posición preferiría que alcanzáramos el orgasmo. Sentía tu respiración agitada al otro lado de la línea y el sonido de tu mano sobre tu clítoris encharcado de tus jugos; cuando gemías llegando al clímax no resistía y me venía yo también sobre mis sábanas.

Muchas veces la compañía de tus padres nos arruinaba los encuentros, pero cuando te dejaban sola disfrutábamos nuestros mejores momentos. Abrías la puerta vestida aún con el uniforme del colegio y me hacías entrar rápidamente a tu casa para evitar que alguien nos viera. Una vez dentro, podía deleitarme viendo tu piel blanca, tu cabello negro y largo cayendo sobre tus hombros. Adivinar bajo tu ropa esos senos firmes, tus mulsos tersos y esas nalgas que parecían existir sólo para ser acariciadas generaba el efecto inmediato de excitarme aún más que con la charla de la noche anterior.

En la soledad de la sala nos tendíamos en el sofá a besarnos apasionadamente, la ropa era un estorbo, pero a la vez ayudaba a contener el ímpetu y prolongar el placer. Nuestros besos eran largos y suaves al comienzo, pero luego la intensidad aumentaba. Mis manos levantaban tu falda y acariciaban tus piernas de abajo hacia arriba, hasta llegar a tus panties que a esas alturas ya se encontraban empapados de tus jugos.

De repente me llevabas hacia el estudio y te tendías boca arriba sobre la alfombra, quitándote la blusa me mostrabas tus senos cubiertos apenas por el sostén y eso era un llamado a que mis manos te lo arrancaran y a que mi boca se apoderara de uno de tus pezones. Primero me dedicaba a chuparte el pezón, mientras con mi mano acariciaba al compañero, al oír tu voz excitada te preguntaba ¿Qué quieres que haga? – Tu respuesta era simple – muérdeme. Chupaba y mordía hasta donde sentía que no te hacía daño, pero más de una vez mis dientes quedaban marcados sobre tu piel. Con tus manos desabrochabas mi pantalón y apretabas mi miembro, que ya deseaba meterse en tus entrañas, el deseo nos nublaba y mis labios bajaban a apoderarse de tu raja, abría tus labios y entre ellos brotaba tu clítoris, mi lengua se dedicaba a hacer círculos sobre el, a moverlo de un lado hacia otro y uno a uno iba metiendo dedos en tu vagina; aumentaba la intensidad de mi boca y mis manos hasta que alcanzabas un orgasmo entre mis labios y tus flujos se derramaban sobre mi rostro. Viendo tu cara de satisfacción, me despojaba de mi ropa y te hacía probar tu propio sabor en mi boca, mientras me acomodaba encima de ti, mi pene sentía el calor y latir en tu interior, esa suavidad de terciopelo y la abundante lubricación no tardaban en hacerme venir en un orgasmo que parecía nunca acabar.

Tal vez fueron esos recuerdos los que me animaron a llamarte, pese a que el tiempo y la distancia nos habían separado hace ya varios años. Me contaste que estabas casada, que eras feliz en tu matrimonio, pero sin embargo se notaba una intensidad especial bajo tus palabras, me preguntaste el motivo de mi viaje y los últimos incidentes de mi vida. En un impulso te dije que nos viéramos personalmente, no sé por que lo hice, ni por qué aceptaste, pero estando en el cuarto del hotel alistándome para verte me reencontré con el nerviosismo aquel que tenía muchos años antes cuando iba de visita a tu casa.

Nos encontramos en un bar de la zona rosa, llegaste vistiendo una falda corta, habías ganado peso, pero en los lugares adecuados, unos senos más llenos y unas nalgas aún más provocativas fueron la primera señal que despertó el mismo deseo de antes. Nos sentamos en una mesa apartada a la luz de una vela y pedimos dos cervezas para lubricar la conversación difícil que teníamos pendiente. Hablamos de nuestros amores y amantes luego de terminar nuestra relación, de tu matrimonio y de lo mucho que habíamos cambiado los dos. Luego de varias cervezas, al verme con la mirada fija en tu escote me preguntaste:

  • ¿Aún te parezco atractiva, aún te excito?

  • Mucho – te dije – si no estuvieras casada te llevaba ahora mismo al hotel y te hacía el amor como antes

Con tu silencio lo dijiste todo, abandonamos el bar y tomamos un taxi hacia el hotel, en el asiento trasero volvimos a ser un par de adolescentes descarriados, nuestras lenguas se entrelazaron y mis manos se perdieron entre tu falda. Abriste las piernas para darme más espacio de maniobra y mis dedos recorrieron apretaron tu clítoris por encima de tu ropa interior, sin importar que el taxista pudiera vernos.

Al entrar al cuarto me bajaste de una vez los pantalones, sacaste mi miembro que sufría por la presión acumulada y lo envolviste con tus labios en una caricia llena de lujuria. Tu lengua recorría el tronco con maestría, para luego succionarlo por completo en un suave vaivén. Tuve que hacer un esfuerzo enorme para no terminar y llevarte hacia la cama, para volver a besarte y acariciarte de nuevo

  • No tenemos afán – susurré a tu oído – hoy no están aquí tus padres

  • Ya lo sé – dijiste – espérame aquí ya vengo

Entraste al baño y aproveché para desnudarme por completo y esperarte de esa manera sobre la cama. Saliste del baño con una mínima pijama transparente bajo la que se veían tus senos rebosantes. Subiste a la cama y abriste las piernas mostrando tu monte de venus húmedo, yo sabía lo que querías, así que no perdí tiempo en ir hacia tu raja. Al primer contacto con tu clítoris te estremeciste toda, dediqué mi lengua a recorrerte desde el clítoris hacia los labios y terminando con una prolongada caricia sobre tu ano. Me bajé de la cama y abrí tus piernas aún más para penetrarte con mi lengua, tus manos me acariciaban la cabeza, pero luego las dedicaste a masajear tu clítoris, nos movimos cada vez más rápido hasta que un chorro de jugos anunció tu primer orgasmo.

Bajaste de la cama y apoyando tus brazos sobre el colchón me ofreciste tu culito, yo sé que no te gusta el sexo anal, así que sin pensarlo te penetré por delante. Pese a toda la humedad, se sentía muy apretado, lo cual hacía aún más excitante la situación. Frente a nosotros estaba un espejo y se notaba que te gustaba ver nuestro reflejo, tus senos bamboleándose y tu cara roja de placer. Te tomé por las caderas para facilitar el vaivén, cada cierto tiempo te daba una nalgada suave pero sonora para acompasar el ritmo de la culeada. Que delicia sentir tus nalgas golpeando mi piel, te agarraba un pezón, y tal parecía que íbamos a durar bastante, aumente la velocidad y sentía que me acercaba al orgasmo. En un momento me dijiste – métemelo por detrás – te pregunté - ¿Estás segura?, pero no espere la respuesta, sino que saqué mi verga de un hoyo para meterlo a otro mas apretado y menos lubricado. Hiciste una ligera mueca de dolor, pero seguiste moviéndote, entonces incrementé el ritmo, agarre con ambas manos tus nalgas y sentí el sudor recorriéndome todo el cuerpo. Nuestros cuerpos chocaban con violencia y con una de tus manos comenzaste a masturbarte para acelerar tu orgasmo, al sentir como tu cuerpo se tensaba y como apretabas mi miembro con tu culo, no pude más y estallé llenándote con mi leche.

No sé en qué momento te fuiste, sólo tengo la nota que me dejaste en la que dices que aún me quieres pero que tu matrimonio está primero y que lo nuestro es tan sólo un bello recuerdo. Hoy tomé el avión de regreso y escribiendo esto estoy tratando de darle sentido a nuestra última vez