La última noche

Muerte

Una melena de sangre caía desde la luna. Por ella, las voces de las muertas ascendían al Valhaya. Bruna besó la boca partida de Sheila. Acarició su mejilla y, desde las ruinas de la muralla, oteó el horizonte. El silencio mordía la noche. Un corro de cadáveres las rodeaba.

Volvió a colocar su mirada sobre la de Sheila, que reposaba herida de muerte acogida por el cálido abrazo de la Madre Tierra. Ahora, Bruna besó su vientre.

Desde el vientre, una caricia de cabellos rubios se mezclaba con la saliva de su lengua, ascendente por el cuerpo de Sheila, la hermosa moribunda.

Bruna tomó su nuca, alzó la cabeza de la guerrera herida. No hablaban. Sus miradas todo lo expresaban.

-          No dejaré que nos cojan vivas.

Boca sobre boca, ahora la lengua de Bruna penetraba la garganta de la moribunda, al tiempo que comenzó a rodear su cintura con una pierna, atrapando el cuerpo de Sheila como una serpiente atrapa a su presa.

Así, depositó de nuevo su cabeza sobre la tierra y la misma mano que la sostenía comenzó una caricia suave de dedos surcando el pubis de Sheila. Dedos húmedos que recorrieron la piel morena de la moribunda hasta llegar a los labios superiores. Dedos que recorrieron delicados los labios superiores hasta que estos, completamente mojados, cedieron el paso y una danza de guerra jugó con las alas más escondidas de Sheila hasta que fue penetrada por el índice mientras la sensible yema del delgado pulgar de Bruna masajeaba el clítoris de la mujer herida.

Cuando el éxtasis consumió la figura de Sheila, en su cuello Bruna colocó un cuchillo frío como la noche.

-          Te amo…

Y, aún con el hierro mojado con la sangre de la amada, lo hundió en sus tripas para caer, por fin, muerta sobre el cuerpo de Sheila.