La última fue la primera (Parte uno).

Nueva historia que, por su extensidad, he dividido en varias partes. En ella detallo las muchas vueltas que da el protagonista para acabar en los brazos de la que había sido su primera novia.

Mi destino sexual siempre ha estado ligado a féminas de más edad que la mía. Era aún un crío cuándo nos dejó la sirvienta que se encargaba de las labores domésticas de nuestro domicilio desde que mis padres contrajeron matrimonio y de atendernos a mi hermana Elizabeth, que es cuatro años mayor que yo y a mí desde que nacimos para, tras varios años de noviazgo, casarse alegando que como esperara un poco más “se la iba a pasar el arroz”. Mis progenitores decidieron prescindir del gasto que representaba el tener una criada interna y al trabajar ambos en jornada de mañana y tarde, optaron por coger a una asistenta para que se ocupara de la vivienda y como pasábamos prácticamente la mañana en el colegio, dejarnos por la tarde al cuidado de una atractiva y joven vecina llamada María del Carmen ( Mamen ), que se ofreció para ello y a la que contrataron haciendo caso omiso de ciertos comentarios que habían oído en el sentido de que era más puta que las gallinas. La chica, de poblado cabello rubio que llevaba en forma de melena, alta y muy delgada, andaba en torno a los veinticinco años, estaba dotada de unas bonitas y largas piernas que la gustaba lucir, llevaba algo más de tres años casada sin haber tenido descendencia y trabajaba por la mañana en la oficina de una entidad bancaria. Mamen, mientras permanecía con nosotros, nos trataba de maravilla y nos ayudaba a hacer los deberes, nos daba de merendar y sabía mantenernos entretenidos pero demostraba estar siempre salida por lo que muchos días nos contaba con todo lujo de detalles como la había jodido su marido la noche anterior ó nos hablaba de sus fantasías sexuales. Su primer logro fue que quedáramos, de uno en uno, en mi domicilio con los críos y crías con las que solíamos jugar en la calle. La mayoría de ellos aceptó nuestra invitación y en cuanto llegaban Mamen se encargaba de intimidarles de tal manera que el chaval ó chavala, a pesar de saber que aquello no estaba bien y no era decente, procedía a desnudarse por completo y a colocarse a cuatro patas con las piernas muy abiertas para que, en presencia de la joven, Elizabeth se recreara con los chicos y yo con las chicas. Me encantaba empezar por observar, oler y tocar su braga antes de mirarlas y sobarlas la almeja y el culo. Mamen me enseñó a introducirlas un dedo en el chocho y a moverlo de afuera a adentro y de adentro a afuera mientras las llamaba cerdas y golfas y las apretaba desde el exterior la vejiga urinaria hasta conseguir que se mearan. Al principio, me limitaba a verlas hacer pis sin dejar de mover mi dedo pero Mamen me hizo extraérselo para que, manteniéndolas abiertos los labios vaginales con mis manos, me pudiera beber su micción que tengo que reconocer que desde la primera vez que, con ciertas reservas, la ingerí me pareció deliciosa y excitante. Más tarde y aprovechando la lubricación del dedo que había mantenido introducido en el coño de la cría, procedía a metérselo bien profundo por el ano, mientras Mamen se lo abría y cerraba con sus manos y las decía que apretaran con todas sus ganas, para hurgarlas en todas las direcciones consiguiendo que se tiraran un buen número de ventosidades y dejarlas de lo más predispuestas para la defecación haciendo que la mayoría de las veces echaran sus excrementos delante de nosotros sin que tampoco tardara en “degustar” su caca que, fuera sólida ó líquida y aunque me costó un poco más acostumbrarme que a la micción, no me resultó repulsiva y llegué a considerar como un autentico manjar. Para acabar, Mamen y yo nos turnábamos durante un buen rato para lamerlas la raja vaginal y el ojete. Era evidente que las chavalas terminaban contentas y satisfechas puesto que ninguna ponía la menor pega cuándo, pasadas dos semanas, las tocaba repetir. A Elizabeth, por su parte, la gustaba centrarse en la chorra de los chicos y a pesar de que todavía no eran capaces de eyacular, intentaba ponérsela bien tiesa. Mamen la obligó a comerles el cipote y los huevos y a beberse sus micciones y hasta que se hizo a ello sintiendo un montón de arcadas, pero lo que nunca logró fue que les forzara analmente, labor de la que me solía ocupar mientras Mamen se encargaba de dar debida cuenta de sus defecaciones.

Pero, con el paso de los años, el jugar en la calle quedó en el olvido aunque la actividad sexual que Elizabeth, Mamen y yo manteníamos con los críos duró algún tiempo más hasta que, finalmente, se fue al traste a cuenta del excesivo pudor de las chavalas durante sus ciclos menstruales y porque dos ó tres críos cambiaron de domicilio. Durante varios meses Mamen continuó cuidándonos al mismo tiempo que nos mantenía bien informados del desarrollo de las sesiones sexuales que llevaba a cabo con su pareja sin darse ninguna situación digna de mención hasta que Elizabeth comenzó a acudir por la tarde a clases de inglés y de música lo que ocasionaba que Mamen y yo nos quedáramos solos durante algo más de dos horas. La joven decidió aprovechar aquel periodo de tiempo para que la mostrara mis atributos sexuales, aún en desarrollo, que no se cansaba de sobarme antes de introducirse el nabo y los cojones en la boca y chupármelos, succionándome de tal forma el miembro viril que casi todos los días lograba que me meara en su orificio bucal para poder beberse íntegro mi pis. Después dejaba sus tetas al descubierto y mientras se las apretaba y mamaba, se introducía una mano por la falda y bajándose ligeramente la braga, procedía a acariciarse, a tocarse y a masturbarse para que me deleitara escuchando el agradable sonido de su flujo vaginal. Se habituó a mear y a defecar delante de mí siempre que estábamos solos para que me bebiera su pis e ingiriera su caca y para que, en cuanto acababa, me dedicara a lamerla la seta y el ojete para limpiárselo introduciéndola lo más profundo que podía mi lengua y permaneciendo así durante un montón de tiempo lo que ocasionaba que más de un día Elizabeth regresara cuándo todavía nos encontrábamos en plena faena. A mí, además de verla, sobarla y lamerla su abierta almeja y su estrecho y terso culo, me gustaba apretarla y mamarla las tetas y poder tener entre mis manos su braga que casi siempre encontraba humedecida en la zona que más en contacto había estado con su raja vaginal. Mamen, además de predecir que iba a disponer de un pene excepcional, me dijo que podíamos hacer aquello a diario siempre que supiera guardarlo en secreto y al resultarme muy grato, decidí no comentarlo con nadie.

Con el paso de los años y a medida que Elizabeth fue adquiriendo independencia sin tener que estar supeditada a nadie, Mamen se convirtió en mi instructora sexual aunque, al principio, se limitara a la parte teórica. Recuerdo con agrado la tarde en que, mostrándome su abierta, amplia y jugosa raja vaginal, me explicó que en el interior del chocho de las hembras era donde los hombres disfrutábamos, sentíamos mucho gusto y solíamos soltar nuestra leche y que era por allí por donde salían los niños nueve meses después de que el esperma fecundara a alguno de sus óvulos. Cuándo llegó el buen tiempo decidimos pasar parte de la tarde fuera de mi domicilio. Nos gustaba ir a la piscina para compartir vestuario y dar paseos frecuentando lugares sin demasiada gente en los que me animaba a introducir una de mis manos por la parte superior de su falda ó pantalón para deslizarla hacía abajo con intención de tocarla la masa glútea y el tanga ó la braga ya que, para entonces, usaba los dos tipos de prendas íntimas a cambio de sobarme la picha y los huevos a través del pantalón. Al ver que cada día se me ponía y con suma facilidad, mucho más tiesa optó por utilizar vestidos sumamente ceñidos y cortos que, al menor descuido y ella se encargaba de que se produjeran con cierta frecuencia, dejaban al descubierto su prenda intima para que pudiera ver de que color era y lo bien que se la marcaba en ella la raja del culo y el coño. Cierto día se interesó por conocer si se había producido mi primera e inesperada eyaculación nocturna. La contesté afirmativamente y me hizo darla toda clase de explicaciones sobre como, pocas semanas antes, mi leche había salido a raudales mientras soñaba que la acariciaba su apetitosa y húmeda seta. Desde entonces decidió centrarse en mantenerme empalmado a lo largo de la tarde y además de prodigarse con sus continuas caricias y tocamientos, comenzó a buscar rincones apartados en parques públicos en los que, subiéndose la parte trasera de sus minúsculas faldas, acomodaba su trasero sobre mi entrepierna con intención de moverse de adelante hacía atrás y de izquierda a derecha hasta que notaba que la pilila se me había puesto bien dura, gorda y tiesa. Después se levantaba y colocándose delante de mí muy abierta de piernas, me besaba en la boca al mismo tiempo que procedía a bajarme el pantalón y el calzoncillo para mirármela y tocármela totalmente erecta y con evidentes ganas de echar un polvo. La mayoría de los días me la “cascaba” con su mano pero, en cuanto las gotas de lubricación previas hacían acto de presencia por la “boca” de la pirula, cesaban sus estímulos para que, cuándo nos despedíamos al volver al edificio en el que vivíamos, me encontrara de lo más salido lo que aprovechaba para proceder, en el ascensor ó en un rellano de la escalera y haciendo que el pantalón y el calzoncillo descendieran hasta la altura de mis tobillos, a sacarme la leche meneándomela lentamente hasta que, generalmente con bastante celeridad, soltaba una espléndida cantidad de lefa que, en espesos y largos chorros, dejaba que se fuera depositando en el suelo aunque, en algunas ocasiones, al ver que estaba a punto de eyacular se ponía de rodillas delante de mí con las tetas al aire y me obligaba a “cascármela” delante de ella para que la echara toda la leche en sus “peras”. Una vez que se la extendía meticulosamente con sus manos y observando que el pito se mantenía tieso, la agradaba chupármelo ya que decía que los miembros masculinos estaban mucho más sabrosos tras la eyaculación, sabiendo a leche y despidiendo un penetrante olor a varón. A pesar de que la costó un poco hacerse a su grosor y tamaño y tuve que ayudarla a conseguirlo cogiéndola con fuerza de la cabeza, en escasos días logró metérselo entero y efectuarme unas memorables mamadas aunque, por desgracia, no llegaban a durar lo suficiente como para permitirme echar un segundo polvo.

Hubo una temporada en que nos dio por ir con relativa frecuencia al cine situándonos siempre en un rincón de la última fila. Para entonces sabía que a Mamen la encandilaba mi polla ya que me había comentado que era mucho más gorda y larga y echaba una mayor cantidad de leche que la de su marido y que con sólo vérmela se mojaba por lo que, conociendo que estaba mucho más interesada en menearme el rabo que en ver la película, en cuanto empezaba la proyección y dejaba sus tetas al descubierto me bajaba el pantalón y el calzoncillo para que me lo “cascara” mientras la sobaba su “delantera”. Aunque la gustaba sacarme la lefa con movimientos lentos para que mi eyaculación tardara en producirse, una tarde me lo movió muy rápido diciéndome que de aquella forma llegaría a sentir un gusto mayor. Además de sacarme la leche con suma celeridad y de seguir moviéndome la verga durante la eyaculación sin perderse el menor detalle de la salida de la lefa, continuó con aquel cometido hasta descubrir que, además de estar perfectamente dotado, disponía de una potencia sexual encomiable por lo que desde esa tarde se convirtió en normal que, durante la hora y medía que solía durar la película, me llegara a sacar tres ó cuatro polvos, todos ellos copiosos y placenteros y que, irremisiblemente, después de los pares soltara una espectacular y larga meada que Mamen hacía todo lo posible por beberse. Muchos días acabábamos en el aseo del cine para que pudiera chupármela y recibir uno de mis polvos en su boca con lo que se excitaba mucho lo que me gustaba aprovechar para, acto seguido, comerla la almeja hasta que, al alcanzar dos ó tres orgasmos, se meaba al más puro estilo fuente en mi orificio bucal. Como me había sucedido en su momento con el de las crías con las que solía jugar en la calle, su pis me pareció exquisito por lo que, cuándo regresábamos a nuestros domicilios y después de dejar que me la “cascara” en el rellano de la escalera para sacarme más leche, me agradaba bajarla ligeramente la braga ó el tanga y frotarla y presionarla la raja vaginal hasta que me deleitaba con otra de sus deliciosas, excitantes y largas meadas.

C o n t i n u a r á