La última fue la primera (Parte siete).
Séptima parte de esta interesante historia.
Llevaba casi dos meses dejándome ultrajar por aquellos grupos de pedorras cuándo una noche, al salir de la ducha tras un fin de fiesta en el que me dieron por el culo cuatro mujeres, me encontré esperándome a una de aquellas golfas que, completamente vestida y manteniendo su cara cubierta, me hizo acompañarla a una de las habitaciones donde, quitándome la toalla con la que cubría mis atributos sexuales y tocándome continuamente mi maltrecha pirula y los cojones, me indicó que estaban obteniendo un rendimiento muy satisfactorio de mí y como muestra de agradecimiento habían decidido elegirme para que al día siguiente, a las diez de la noche, acudiera al acceso a un determinado urinario público emplazado en un lugar bastante céntrico donde me encontraría con dos jóvenes a las que tenía que complacer en todo. Aquella noche cené antes de acudir a esa nueva cita y me dirigí al lugar indicado ardiendo en deseos de echar un par de polvos en condiciones a una fémina. Aunque llegué antes de la hora convenida, las chicas me estaban esperando vistiendo ropa ajustada, corta, fina y provocativa. Una de ellas, Lidia, era morena mientras la otra, de cabello rubio, se llamaba Diana. Las dos eran un poco más mayores que yo, altas, delgadas y realmente esculturales disponiendo de un físico deseable y sensual dotado de unas largas piernas por lo que el pito no tardó en reaccionar para ponerse bien tieso mientras hablaba con ellas. En cuanto las dije que era su cita, Diana no dudó en “morrearse” conmigo en plena calle al mismo tiempo que me tocaba la polla por encima del pantalón. Notando que la tenía bien erecta y después de indicarme que tenía que permitir que Lidia actuara a su bola sin llegar a forzarla, bajamos las escaleras del urinario y nos situamos en una zona curva al final de las mismas desde donde podíamos ver si bajaba alguien. Diana, comentando que me encontraba en “muy buenas condiciones” y que no había tiempo que perder, se despojó de su menguada falda y del tanga antes de explicarme que las motivaba mucho hacerlo en aquel tipo de lugares mientras, muy abierta de piernas, se colocaba en cuclillas entre Lidia y yo. En cuanto dejé al descubierto mi tranca procedió a movérmela muy despacio con su mano mientras la chica morena se subía el top para bajarse las copas del sujetador y dejar sus tetas al aire al mismo tiempo que Diana con la mano que tenía libre la separaba la parte textil del tanga de la raja vaginal con intención de proceder a comerla la seta mientras Lidia me acariciaba los cojones. Al parecer estaba muy caliente ya que llegó al clímax con una facilidad increíble y acto seguido, tras dejarme que la frotara la almeja con la palma de mi mano, Lidia soltó una espléndida meada al más puro estilo fuente mientras observaba a Diana que en aquel momento me estaba comiendo el rabo sin introducirse en la boca más que el capullo. En varias ocasiones y ante la entrada ó salida de algunas personas de ambos sexos al urinario, Lidia se tuvo que apresurar a bajarse la falda y el top mientras Diana y yo nos poníamos de cara a la pared y su amiga se colocaba delante de nosotros intentando que nuestros culos no quedaran demasiado visibles. Aquellas pausas me permitieron conocer que a Lidia la daba morbo que Diana se encargara de su chocho en sitios públicos al mismo tiempo que movía y comía una buena verga. Después de vernos obligados a detenernos en múltiples ocasiones y de volvernos a poner en posición, llegó un momento en el que sentí que mi eyaculación era eminente por lo que hice que Diana se incorporara y que se colocara a cuatro patas en las escaleras abriendo todo lo que pudo las piernas, para proceder a “clavársela” hasta los cojones y tirármela bajo la atenta mirada de Lidia que me apretaba los huevos. La gran humedad vaginal de la joven; el que se meara en cuanto la introduje la chorra y mi alto grado de excitación originaron que, casi de inmediato, la echara una gran cantidad de leche con tantas ganas que su coño, incapaz de absorberlo, devolvió en parte por lo que comenzó a caerla por las piernas mientras la daba unos buenos envites con la intención de eyacular por segunda vez dentro de su seta lo que tardó bastante más en producirse para, a continuación, soltarla una de mis copiosas meadas llenas de espuma que, al igual que sucedió con la leche, su almeja fue devolviendo para acabar formando un charco en el suelo. Aquellos dos polvos me resultaron de lo más delicioso y satisfactorio por lo que me resistí a sacar mi miembro viril de la “cueva” vaginal de Diana a pesar de que más de una persona al entrar y salir del urinario nos vio hasta que la joven, al echarse hacía adelante, se lo extrajo con el propósito de que se lo pasara bien tieso por la entrepierna y la raja del culo. Pasados unos minutos, Lidia, que había optado por observarnos sentada en las escaleras con lo que podía tocar a Diana las tetas a través de su ropa, me pidió que me aproximara a ella y en cuanto lo hice procedió a comerme el cipote con esmero y ganas después de decirme que tenía que estar muy sabroso tras haberme corrido y meado en el interior del chocho de su amiga y bien impregnada en la “baba” vaginal de Diana. Permaneció un buen rato ocupada en ello pero como no parecía estar demasiado interesada en sacarme un nuevo polvo, acabó por extraérselo de la boca diciendo que había tomado suficiente “biberón”. Desde ese momento, parecieron desentenderse de mi nabo para que Diana se centrara exclusivamente en el cada vez más chorreante coño de Lidia, a la que agarró con fuerza de la masa glútea para que tuviera que permanecer fuertemente apretada a ella. Ante ello, no tuve otra opción que ocuparme de las soberbias tetas de la chica morena a la que la agradó que se las apretara con mis manos, mamara y tirara de ellas como si pretendiera ordeñarla con lo que alcanzó un nuevo y largo orgasmo que culminó con otra meada que Diana se bebió integra. Un poco más tarde y con las dos jóvenes de pie y abiertas de piernas, las froté enérgicamente la seta con la palma de mi mano hasta que logré que ambas llegaran al clímax y que, un poco después, Diana volviera a hacerse pis demostrándome que era muy meona. Lidia y yo nos encargamos de que su abundante micción no se desperdiciara bebiéndonosla. Después me turné para lamerlas el ojete y hurgarlas durante un buen rato con un solo dedo en su interior consiguiendo que se tiraran unos cuantos pedos y propiciando que acabaran con evidentes ganas de defecar aunque ninguna de ellas optó por entrar al urinario y prefirieron dirigirse al aseo de una cafetería. Mientras Diana volvía a ponerse el tanga y la falda y Lidia se colocaba bien la ropa, acordamos mantener aquel tipo de encuentros un par de veces a la semana, los lunes y jueves y para poder quedar nos facilitamos nuestros respectivos números de teléfono. Un poco después, cogidas de la mano y sonrientes, Diana y Lidia comenzaron a subir muy despacio las escaleras para que, mientras salían al exterior, pudiera recrearme viéndolas los muslos y dejándome con el pene tieso. Aún las estaba observando cuándo salieron del urinario dos hembras maduras que, a pesar de que las gustó verme la picha, me llamaron de todo antes de que lo pudiera esconder debajo del calzoncillo y el pantalón.
Aquello propició que me olvidara definitivamente de “la nena” y que contara con un calendario programado que, como deseaba, me permitía mantener encuentros sexuales con regularidad aunque sin permitirme tomarme ningún periodo de vacaciones puesto que todos los sábados, domingos y días festivos, incluso en pleno mes de Agosto, la mayor parte de las integrantes de aquellos grupos de mujeres sádicas y viciosas acudían a los chalets. Continué visitando todos los viernes por la tarde el puti club de doña Ursula, a la que siempre encontraba forzando a alguna fémina que pretendía ejercer la prostitución ó a alguna fulana de la que no obtenía todo el rendimiento que ella pretendía, para que me “cascara” la pilila sacándome dos polvos junto a su oportuna, abundante y larga meada y para que me hurgara en el culo. Pasados unos dos meses me había acostumbrado a esto último aunque, después de ello y durante unos días, mi defecación se convertía en fácil a pesar de que dejó de producirse en forma de masivas descargas líquidas y a lucir mis atributos sexuales delante de las putas a las que la “madame” estaba forzando a las que encontraba mucho más enteras que a Alison el primer día por lo que podían disfrutar presenciando todo aquello que doña Ursula me hacía. Mi estancia en el puti club comenzó a alargarse, en algunas ocasiones hasta más allá de la medianoche, desde el momento en que la “madame” decidió permitirme que, en su presencia, me cepillara a algunas de las aspirantes a fulanas, la mayor parte de ellas inmigrantes centroeuropeas deseosas de comercializar con su cuerpo para obtener dinero, con la única condición de que tenía que sacársela en cuanto sintiera que estaba a punto de eyacular para que doña Ursula me cortara la salida de la leche de una manera bastante brusca lo que hacía en varias ocasiones para que, cuándo la puta estaba reventada de gusto, “descargara” con total libertad en el interior de su almeja echándola tal cantidad de leche que no había chocho que fuera capaz de absorberla. Más tarde solía hacer lo propio con otra golfa a la que, además de la leche, soltaba una larga meada y los días en que doña Ursula no estaba demasiado ocupada, terminaba la velada en su confortable y lujosa habitación dándola por el culo que, por lo que pude ver, era algo que la encantaba sobre todo cuándo se sentía penetrada por una pirula de unas dimensiones superiores a lo normal y que, aunque estuviera acostumbrada al sexo anal, la obligaba a defecar poco después de recibir mi leche. Desde el primer día me llamó la atención que una escultura realmente extraña ocupara un lugar privilegiado en su habitación. Era de color negro y en ella sobresalían lo que parecía ser la cabeza y un miembro viril sumamente gordo, largo y totalmente tieso junto a unos cojones tan gruesos que casi llegaban a tocar los pies de la imagen. Doña Ursula, viendo el interés que demostraba por tal escultura, me explicó que se trataba de un dios de la fecundidad y que aún existían ciertas tribus africanas que lo veneraban obligando a sus hijos varones a chupar a diario aquella portentosa tranca diciéndoles que cuánto más tiempo emplearan en ello mejor dotados estarían al ser mayores mientras que las crías la mamaban pretendiendo ser penetradas siempre por órganos sexuales masculinos de grandes dimensiones y con una potencia sexual encomiable.
La tarde de los sábados me dejaba humillar, ultrajar y vejar por uno de aquellos grupos de seis a ocho hembras que cada día que pasaba ejercían su dominación con más sadismo, como si fuera una venganza y que, además de azotarme con sus cinturones, introducirme las famosas bolas chinas que causaban estragos dentro de mi culo ó perforarme el ojete con unos tremendos consoladores de rosca, me llegaron a meter por el ano el palo de una escoba sin importarlas que sufriera lo indecible y que llegara a defecar varias veces mientras comentaban lo grato que para la mayoría de ellas sería el poder empalar, como enla EdadMedia, a los cabronazos de sus maridos que no pensaban en otra cosa que no fuera follárselas para echarlas leche y más leche dentro del coño. Me costó bastante hacerme a que demostraran tanto interés por mi culo, por meterme enteros a través del ojete los finos y largos tacones de sus botas con lo que me hacían sentir una sensación entrecortada de dolor y placer ó que, sabiendo que me habían hecho vaciar por completo el intestino, me pusieran dos ó tres lavativas pero mi mayor suplicio, mucho más que el verme obligado a dormir en la piscina, continuó siendo esas interminables veladas nocturnas en las que tenía que practicar durante horas el llamado “sexo limpio” tirándome sin descanso a dos ó tres de ellas y a cuenta del anillamiento de mi pito, sin ser capaz de echar una sola gota de semen dentro de sus húmedas y jugosas setas lo que me desesperaba al mismo tiempo que no llegaba a entender su postura puesto que, a cuenta de la edad, con una parte de ellas no existía la posibilidad de que las dejara preñadas y las hubiera resultado mucho más agradable y placentero sentirse bien mojadas por mi leche.
Los domingos por la tarde y a pesar de que el número de mujeres que acudía a vernos se solía reducir considerablemente en cuanto el tiempo no acompañaba, mi actividad sexual continuó centrándose en, como las gustaba llamarlo a las féminas, el “mariconismo” con lo que terminé bastante harto de verme en la obligación de relacionarme con personas de mi mismo sexo y de dar y de recibir por el culo a pesar de que con la incorporación de dos nuevos chicos mi labor se limitaba a encular a los otros siete para que, al final, un grupo de aquellas hembras se dedicaran a hacer lo propio conmigo usando las oportunas bragas-pene. La noche de los lunes y jueves complacía a aquellas dos preciosidades llamadas Diana y Lidia, con las llegué a sentirme plenamente compenetrado y de lo más integrado hasta convertirse en la actividad sexual que más me llenaba y satisfacía, relacionándome con ellas en los sitios más insospechados como la parte exterior del cementerio, lugar en el que nos solíamos unir a otras parejas que estaban inmersas en la práctica sexual ó incluso, en su interior donde por primera vez penetré a Diana a través de su bonito, estrecho y terso culo colocada a cuatro patas encima de una tumba. Aunque fuera un tanto atípica, me agradaba la actividad sexual que desarrollaba con ellas sabiendo que, al final, me iba a poder cepillar y muy a gusto a Diana y que me iba a hartar de frotarlas enérgicamente la almeja con la palma de mi mano hasta lograr que ambas alcanzaran el clímax y se mearan para poderme beber su micción de la misma forma que a ellas las gustaba hacer con la mía. Una noche que Lidia estaba muy cachonda me decidí a “clavársela” vaginalmente cuándo me quedaba muy poco para eyacular a pesar de que Diana me advirtió de que aquello no iba a terminar demasiado bien. Al principio todo se desarrolló perfectamente e incluso, la joven llegó a colaborar moviéndose con intención de que la diera unos buenos envites pero en cuanto notó que la estaba mojando con mi leche se puso histérica y al borde de un ataque nervioso por lo que tuve que sacarla rápidamente la polla y mientras el resto de la lefa salía al exterior con fuerza y en largos chorros cayendo en todos los lados, Diana me explicó que, a pesar de que a Lidia la excitaba ver, mover y chupar un buen rabo mientras otra chica la comía el chocho; no perderse detalle de cómo un hombre se follaba y echaba la leche a su amiga e incluso, mamar el “instrumento” bien tieso tras la eyaculación, siempre había repudiado recibir dentro de su coño la lefa por lo que, desde ese día, me prodigué en “clavársela” a Diana, tanto por delante como por detrás, para eyacular libremente en su interior sin volver a intentarlo con Lidia. A pesar de semejante contrariedad, estaba realmente encantado con ellas y comenzamos a quedar para cenar y tomar una copa juntos, sufragando ellas todos los gastos, antes de que iniciáramos nuestros contactos sexuales nocturnos además de que, con relativa frecuencia, me entregaban unos sobres con “donativos” con los que mi situación económica comenzó a mejorar considerablemente. Por medio de ellas me enteré de que doña Ursula y los grupos de mujeres resentidas con el sexo masculino estaban detrás de cada una de mis sesiones sexuales de la misma forma que la “madame” me explicó que Lidia había sido violada siendo una cría en un ascensor y que, desde entonces, estaba traumatizada por lo que sólo deseaba que fueran otras féminas y especialmente Diana, las que se ocuparan de darla gusto comiéndola la seta. Me sorprendió conocer que Diana y Lidia, además de íntimas amigas, eran hijas de dos de las hembras que siempre se habían mostrado más sádicas conmigo y eran bastante asiduas a practicar el “sexo limpio” en las veladas nocturnas de los sábados.
C o n t i n u a r á